Beato Santiago Alberione

Opera Omnia

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SOBRE LA ORACIÓN1

Fueron al Templo para orar un fariseo y un publicano. El fariseo se presentó a Dios para contar sus méritos; el publicano, en cambio, inclinó la cabeza y empezó a golpearse el pecho: «Dios mío, ten piedad de este pecador» (Lc 18,13). El publicano se presentó a Dios como pecador, oró como pecador y volvió a casa justificado.
Oremos también nosotros esta tarde, convencidos de nuestra indignidad; invoquemos la misericordia divina, y ante todo pidamos perdón de las faltas cometidas respecto a la oración. Inclinemos la cabeza, mantengámonos humildes, pidamos luz, piedad y gracia.
(Canto del «De profundis»2).

PRIMERA PARTE

«Una vez estaba Jesús orando en cierto lugar; al terminar, uno de sus discípulos | [RSp. p. 115] le pidió: Señor, enséñanos a orar, como Juan enseñó a sus discípulos» [Lc 11,1-2]. Y les dijo: «Vosotros rezad así: Padre nuestro del cielo, proclámese ese nombre tuyo, llegue tu reinado, realícese en la tierra tu designio del cielo; nuestro pan del mañana dánoslo hoy y perdónanos nuestras deudas, que también nosotros perdonamos a nuestros deudores; y no nos dejes ceder a la tentación, sino líbranos del Malo» (Mt 6,9-13).
Resuena en nuestros oídos la petición que le hicieron los apóstoles, y la hacemos también nosotros: «Maestro, enséñanos a orar» [Lc 11,1] y haz que penetre en nuestras almas tu palabra: «Oportet semper orare et nunquam defícere: hay que orar siempre y no desanimarse» (Lc 18,1).
Oh Jesús Maestro, tú eres el Camino, la Verdad y la Vida; tú nos has enseñado y, antes de hablar, nos has dado ejemplo; has
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orado prolongadamente, y sobre todo has adquirido ante tu Padre el derecho a ser escuchado, con tu dolorosísima pasión y muerte.
Creo, Jesús, en tu palabra. Creo, en primer lugar, que estás en el Padre, y adoro tu bondad; creo en la promesa que nos has hecho: «Cualquier cosa que le pidáis al Padre en unión conmigo, os la dará» (cf. Jn 15,16).3 Creo que, en tu nombre, debemos orar al Padre; creo en tus méritos, y creo obtener cualquier gracia por el valor de tu pasión, por el valor de tu muerte en la cruz.
¡Oh, cuántas veces he recurrido a otros medios y no a la oración! ¡Cuántas veces los hombres buscan a derecha e izquierda, van y vienen y caminan y piden consejos en otras partes, sin venir a ti, oh Jesús! ¡Cuántas veces hay necesidad de bienes y no se recurre a ti, que eres el sumo bien! También yo, tantas veces, te he olvidado y buscado ayuda en otras partes. Pero las mañas humanas, sin ti, ¿a qué pueden | [RSp. p. 116] llegar?
Infúndeme, oh Jesús, una fe viva en tu paterna bondad; una fe viva en las promesas que nos has hecho. Creo que eres infinitamente fiel; creo que a quien pide se le da, por los méritos de tu pasión y muerte.
Ahora me propongo rezar el «padrenuestro» que nos has enseñado, con humildad, con profunda humildad.
Con mi pensamiento, con mi alma subo al cielo para contemplar a la Sma. Trinidad: el Padre, el Hijo, el Espíritu Santo. Con fe me dirijo al Padre que me ha creado, al Hijo que me ha redimido, al Espíritu Santo que me santifica.
(Rezo del «padrenuestro»).

SEGUNDA PARTE

Examen de conciencia acerca de la oración.
Repitamos la petición: «Maestro, enséñanos a orar». Enséñanos a orar bien, es decir con humildad, confianza, perseverancia, espíritu sobrenatural: «Oportet semper orare».4
Y nosotros ¿hemos orado con perseverancia? Por la mañana, ¿hemos oído bien la misa, hemos hecho bien la comunión y la meditación? Durante el día, ¿hemos dicho frecuentes jaculatorias? ¿Hemos hecho la visita entera, todos los días?
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¿Hemos rezado con humildad? ¿Nos hemos dispuesto a la oración con humildad, con sincero arrepentimiento? ¿Nos hemos presentado a Dios en actitud de pecadores? ¿Conocemos las necesidades de nuestra alma, o el orgullo nos pone un velo y, al ir a rezar, casi no sabemos reconocer nuestras necesidades, y no sentimos casi la exigencia de la oración en sí? El orgulloso cree tener suficiente capacidad, suficiente inteligencia y habilidad como para no necesitar ni de consejos de los hombres ni de la gracia de Dios. Por eso la oración del orgulloso es como la del fariseo, que se jactaba de los propios méritos y despreciaba a aquel publicano, allá en el fondo del templo, golpeándose el pecho [cf. Lc 18,9-14].
[RSp. p. 117] ¿Hemos orado siempre con fe? En la vida de quien no reza se dan fracasos en cadena, internos y externos. En cambio quien reza recibe gracia sobre gracia. «Llamad y os abrirán, pedid y se os dará, porque todo el que pide recibe, el que busca encuentra y al que llama le abren» (Mt 7,7; cf. Lc 11,10). ¿Tienes, oh Jesús, algún reproche que hacer en este momento a nuestras almas? Tú nos conoces; tú lees hasta el fondo.
¿Hemos rezado con espíritu sobrenatural? «Si a uno de vosotros le pide su hijo pan, ¿le va a ofrecer una piedra? O si le pide un pescado, ¿le va a ofrecer una serpiente? O si le pide un huevo, ¿le va a ofrecer un alacrán? Pues si vosotros, aun si sois malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, ¡cuánto más el padre del cielo dará Espíritu Santo a los que se lo pidan!» (Lc 11,12-13; cf. Mt 7,9-11).
Pedid la santidad, la gracia de hacer la voluntad de Dios. Sea ésta la petición central de toda oración: que sepamos comprender la voluntad de Dios. ¿Busco la gloria de Dios y el bien de las almas? ¿Pido que las almas rechacen las tentaciones, que resurjan del pecado, que mejoren?
Examen profundo; dolor sincero, resoluciones firmes.
(Canto: «Ave, María»).

TERCERA PARTE

Pidamos la gracia de rezar bien, y ofrezcamos una satisfacción colectiva al Señor por todas nuestras faltas en la oración; por la oración no hecha, o no hecha como se debe: con fe, perseverancia, humildad, espíritu sobrenatural.
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La reparación la ofrecemos al Padre celeste por medio tuyo, oh Jesús, rezando el primer misterio doloroso. Fue de veras dolorosa la hora que pasaste en el huerto de los Olivos; ¡fue de veras una oración bien hecha, la tuya! Ofrecemos tu sudor de sangre por nuestros fallos en la oración.
[RSp. p. 118] Luego rezaremos una tercera parte del rosario, los misterios gozosos. Pidamos a Jesús, por intercesión de María, la gracia de rezar siempre y de hacerlo con las debidas disposiciones.
Primer misterio: Encontramos a María, allá en su casita, recogida y en oración. Ella ruega para que venga pronto el Mesías a salvar a la humanidad; y su oración agrada a Dios. Supliquemos al Señor que nuestra oración se asemeje un poco a la de María, y pidamos la gracia de rezar siempre, siguiendo todas las prácticas de piedad dispuestas por las Constituciones: las diarias, las semanales, las mensuales, las anuales... hasta cuando terminemos de orar en esta tierra para empezar a rezar con los ángeles en el cielo.
Segundo misterio: «Maestro, enséñanos a orar» [Lc 11,1]. Con este misterio queremos reparar las faltas en la oración: faltas cercanas, lejanas, recientes, remotas. ¡Oh, cuánta abundancia de Espíritu Santo tendríamos, cuánto más santos seríamos, si hubiéramos siempre rezado bien!
Tercer misterio: La Virgen santísima y san José adoran al Niño Jesús, puesto en un pesebre, y oran; son ellos los primeros adoradores. Unámonos a ellos para adorar y orar.
Cuarto misterio: «Maestro, enséñanos a orar» ¡y a orar bien!
Quinto misterio: Todavía la misma petición: «Maestro, enséñanos a orar», para que podamos salir de esta Hora de adoración con una resolución profunda sobre nuestra oración.
(Canto: «Laudate Dóminum, omnes gentes»).5
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1 Meditación dictada la tarde del viernes 14 de marzo de 1952. - Del “Diario”: «Pasa un poco de tiempo recogido en su habitación, para prepararse a la Hora de adoración, que será en la Cripta de 18 a 19 horas. El argumento, la oración: necesidad, cualidad, condiciones para orar bien».

2 Sal 130/129: «Desde lo hondo (a ti grito, Señor)».

3 En el original: Mt 7,7.

4 «Hay que orar siempre».

5 Sal 117/116,1: «Alabad al Señor todas las naciones».