Beato Santiago Alberione

Opera Omnia

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A LA SANTÍSIMA TRINIDAD1

Dirigimos la presente Hora de adoración a la Sma. Trinidad.
Respecto al misterio de la Sma. Trinidad, tenemos tres devociones: conocer, creer y profesar este misterio.

PRIMERA PARTE: Conocer a la santísima Trinidad.

El hecho evangélico del bautismo de Jesús (Mt 3,13-17) nos recuerda a la Sma. Trinidad, pues se da la presencia de Jesús, el Hombre-Dios, que es bautizado, el Espíritu Santo en forma de paloma y el Padre que deja oír su voz.
Hemos sido creados a imagen y semejanza de Dios Uno y Trino [cf. Gén 1,27]; hay una unidad en el ser y una trinidad en las facultades. La voluntad nos refiere a la potencia del Padre; el Hijo enciende en nosotros la luz de la | [RSP P. 103] razón; el Espíritu Santo infunde el amor en nuestro corazón. Luego, en el bautismo, la Sma. Trinidad ha impreso en nosotros su imagen con la fe, la esperanza y la caridad. La Trinidad ha impreso la figura de sí misma en toda la creación; hay muchos libros que explican muy bien esta verdad.2
Adoramos una misma naturaleza, una misma majestad divina, en las tres Personas de la Sma. Trinidad (ver Símbolo atanasiano).3
Profesamos este misterio con el signo de la santa Cruz.

SEGUNDA PARTE: Creer en la santísima Trinidad.

En segundo lugar debemos creer en el misterio de la santísima Trinidad.
Evangelio de Mateo (28,16-20): «Los once discípulos fueron a Galilea al monte donde Jesús les había citado. Al verle se postraron ante él, los mismos que habían dudado. Jesús se acercó y les habló así: Se me ha dado plena autoridad en el cielo y
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en la tierra. Id y haced discípulos de todas las naciones, bautizadlos para vincularlos al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo y enseñadles a guardar todo lo que os mandé; mirad que yo estoy con vosotros cada día, hasta el fin de esta edad».
En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo estamos bautizados, hemos recibido la confirmación; en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo se administran todos los sacramentos.
Creer para ver un día; inclinar nuestra mente, eso es el acto de fe, el acto más meritorio. No comprendemos el misterio, pero lo han creído sin comprenderlo los grandes, nuestros antepasados. «Ahora vemos confusamente en un espejo, mientras entonces veremos cara a cara» (1Cor 13,12).
Consideremos que la Sma. Trinidad está en nosotros, ¡Dios infinito está en nosotros! «Si quis díligit me, sermonem meum | [RSP P. 104] servabit, et Pater meus díligit eum, et ad eum veniemus, et mansionem apud eum faciemus»4 (Jn 14,23).5 Respetemos a Dios en nosotros, con un porte decoroso, con respeto al hablar, al presentarnos, en toda nuestra actitud. Somos portadores de Dios, nuestro corazón es un sagrario.
¿Tenemos pensamientos y sentimientos dignos de quien lleva a Dios dentro de sí? Pensemos en san Tarsicio:6 él llevaba consigo a Jesús sacramentado; ¡nosotros llevamos a la Sma. Trinidad!
¿Respetamos a Dios en los hermanos? También ellos llevan a Dios consigo. Y aun cuando fuesen pecadores, han sido hechos a imagen de Dios.
¿Solemos hablar bien de todos? ¿Les compadecemos, les excusamos? ¿Somos serviciales con quienes están cerca? ¿Llevamos el peso unos de otros [cf. Gál 6,2]?
¿Respetamos el templo de Dios, la iglesia, entrando en ella con gran respeto, estando en postura decorosa, con recogimiento, ofreciendo a Dios nuestra mente, nuestra voluntad y nuestro corazón en la oración? Si así no ha sido siempre, pidamos perdón.
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TERCERA PARTE: Confesar nuestra fe en la Sma. Trinidad.

Tenemos que confesar nuestra fe de palabra, con las obras y en el apostolado.
Evangelio de Mateo (17,5): «Todavía estaba hablando (Jesús), cuando una nube luminosa les cubrió con su sombra, y dijo una voz desde la nube: Éste es mi Hijo, el amado, en quien he puesto mi favor. Escuchadle».
Era la visión del cielo. Y nosotros estamos ahora llamados a confesar públicamente nuestra fe; hay viles que la esconden, y pusilánimes que se dejan vencer por el respeto humano, como si Dios no mereciera el respeto que ellos tienen a un infeliz.
¿Es que van a ser las creaturas quienes nos den la felicidad eterna? Mirad cuán audaces y descarados son los malos. Justo quienes tendrían que esconderse, se presentan en primer plano y se jactan de haberla urdido impunemente, sin ser descubiertos. Pero llegará el día en que el Hijo del Hombre7 | [RSP P. 105] nos reconocerá ante el Padre como siervos fieles y animosos [cf. Mt 10,32; Mt 25,21]. ¡He ahí la victoria! Vendrá el juicio universal, cuando los malos dirán: «¡Ah, insensatos de nosotros! Su vida nos parecía una locura, y su muerte una deshonra; ¿cómo ahora les cuentan entre los hijos de Dios?» (Sab 5,4).
¿Decimos bien el credo, el acto de fe?
¡Gustemos un poco esos artículos que son espíritu y vida! ¡Amemos la teología y el catecismo! ¡Demostremos preferir la ciencia de Dios a la profana! Cuando se trata del servicio de Dios, hemos de ser más generosos, por encima de cuanto lo son quienes juegan un partido. Es mucho más grande nuestro juego, y ¡ay si lo perdemos! Y en el apostolado, gozo, gran gozo de escribir, imprimir, difundir el nombre de Dios, de Jesús, en darles a conocer. «Hæc est vita æterna: ut cognóscant te et quem misisti Jesum Christum».8
Si alguien trabaja para ganarse el pan, está bien; pero mucho mejor trabajar para ganar y distribuir el pan de vida eterna, el Pan de la Verdad, para dárselo a los hombres, para hacer conocer a este Dios, Uno y Trino.
Agradezcámosle el habernos creado, redimido; y el habernos llamado al apostolado.
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1 Meditación dictada el domingo 24 de febrero de 1952, a las 16,30.

2 Alude particularmente al célebre tratado de E. Dubois, El Divino Ejemplarismo (cf. Abundantes divitiæ, n. 195).

3 Es el amplio “credo” de la fe católica (llamado “Quicumque” que se rezaba aún en la Liturgia de las Horas de la Sma. Trinidad), atribuido a san Atanasio patriarca de Alejandría de Egipto (hacia 300-373).

4 «Uno que me ama cumplirá mi mensaje y mi Padre le demostrará su amor: vendremos a él y nos quedaremos a vivir con él».

5 En el original: Jn 3,23, cita no correcta.

6 Tarsicio, joven diácono romano del siglo III. Según la tradición, pereció a manos de una muchedumbre pagana mientras llevaba la Eucaristía a los cristianos encarcelados.

7 En el original: Padre celestial, lapsus.

8 Jn 17,3: «Esta es la vida definitiva, que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, conociendo a tu enviado Jesucristo».