Beato Santiago Alberione

Opera Omnia

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[RSp p. 21]
EL TRABAJO ESPIRITUAL1

La intención para hoy es esta: Invocar al Espíritu Santo sobre nuestro trabajo espiritual, para que ilumine, conceda la buena voluntad e infunda el fervor en nuestro corazón.
El trabajo espiritual está indicado en el evangelio y en la epístola de hoy. El Evangelio es el primer libro que hemos de tener en nuestras manos; después del Evangelio, el Libro de las Oraciones, después el misalito. Hay que pedir siempre al Señor el «spíritum precum»,2 el aprender a rezar.
Evangelio del domingo de Septuagésima (Mt 20,1-16): Los obreros de la viña.
Esta parábola tiene muchas interpretaciones, pero vamos a tomarla en un sentido general y aplicarla a nuestro trabajo espiritual. Nuestra viña es el alma. Hay que trabajar esta viña. Y hay quien trabaja, comenzando desde la primera hora, o sea desde joven; otros comienzan más tarde; otros no hacen casi nada; a éstos se les podría preguntar: «¿Cómo es que estáis aquí el día entero sin trabajar?» [cf. Mt 20,6].
El trabajo de apostolado, y también el intelectual, se ve; pero ¿quién controla el trabajo espiritual? Es el trabajo de la corrección de los defectos, de la adquisición de las virtudes, del espíritu paulino.
¿Quién controla este trabajo? En primer lugar debemos controlarlo nosotros mismos, en los exámenes de conciencia, en las confesiones, en los retiros mensuales. Examinarse en la visita, por la noche, durante el día, según el consejo de los santos (y hasta de los paganos).
El trabajo espiritual lo notan también las demás personas, si no enseguida, al menos tras un poco de tiempo. ¿Y cómo se conoce? «Ex frúctibus cognoscetis eos».3 Si aquella persona, después de cierto tiempo, se ha hecho más | [RSp p. 22] delicada de conciencia, más obediente, más fervorosa, es señal de que ha trabajado; si
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en cambio crecen los defectos y el campo se llena de hierbajos y ortigas, entonces hay que decir: esa persona no ha trabajado.
Es de modo especial el domingo el día más adecuado para nuestro trabajo espiritual. El domingo no es para el deporte, sino para el trabajo espiritual. ¡Hay que santificar el domingo!
Se dirá: Esto requiere sacrificio, abnegación. Cierto, pero debemos pensar en las palabras de san Pablo: «¿No sabéis que en el estadio todos los corredores cubren la carrera, pero uno solo se lleva el premio? Ellos lo hacen para ganar una corona que se marchita, nosotros una que no se marchita. Pues yo corro de esa manera, no dando golpes al aire; nada de eso, mis directos van a mi cuerpo y lo obligo a que me sirva, no sea que después de predicar a otros me descalifiquen a mí» (1Cor 9,24-27).
Particularmente nos damos cuenta del trabajo espiritual en el examen de conciencia y en las confesiones, cuando hemos de ver si el trabajo de la última semana ha sido más intenso que el de la precedente.
Los buenos administradores tienen en cuenta incluso los céntimos y los registran justamente (¡sería grave no hacerlo!); y bien, en el asunto de nuestra alma, de nuestra santificación, de las ganancias eternas, ¿no anotamos nunca nada? ¿Nunca registramos nada? San Pablo advierte que tenemos un negocio, un asunto entre manos que supera todos los negocios y asuntos: es el negocio eterno, el asunto eterno, el interés eterno. Los ricachones de este mundo nada se llevarán con ellos, ni siquiera un hilo. En cambio, las obras buenas nos seguirán, y serán para nosotros un honor en el juicio.
Hagámonos algunas preguntas: ¿Yo trabajo espiritualmente? ¿Voy corrigiéndome y mejorando? En el estudio, en la piedad, en la vida de apostolado, ¿soy sensato? ¿Guío bien mi alma? Todos debemos ser artistas de nuestra alma, y guiarla bien, sin ir a darnos contra el parachoques de los otros automóviles.
¿Hago bien los exámenes de conciencia, | [RSp p. 23] las confesiones, comparando una semana con otra? ¿Tengo el libro espiritual de anotaciones concernientes al trabajo externo e interno? ¿Cómo hago mis confesiones? ¿Controlo los defectos acusados en la última confesión con los acusados en la precedente?
Invoquemos al Espíritu Santo con el canto «Veni, creátor Spíritus», pues el trabajo espiritual es, más que ningún otro, fruto de la gracia.
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EL TRABAJO ESPIRITUAL1

En el Evangelio unas treinta veces se le llama «Maestro» a Jesucristo. «Vos vocatis me Magíster et Dómine et bene dícitis, sum étenim»2 (Jn 13,13). Esta mañana, por intercesión de san José, pidamos a Jesús Maestro la gracia de hacer bien el examen de conciencia, para ser «personas que saben lo que hacen». | [RSp p. 56] Debemos recordar que el principal medio para progresar en el espíritu es la energía; así como el principal enemigo que nos impide el progreso es la pereza, sobre todo en las cosas espirituales.
San José es el hombre del silencio y del recogimiento. Prefería «hacer», no hablar. Más que hablar con los hombres, gustaba de hablar con Dios. En el silencio de su juventud, en el silencio de su virilidad3 cuando ya era esposo de María Sma., cumplió su misión, haciendo más que hablando. Pasó la vida en la casita de Nazaret, donde no se oía estrépito de palabras; donde se amaba al Señor, en el silencio, en la laboriosidad. Amaba conservar el recogimiento, la unión con Dios, en quien encontraba su paz. Pasó de esta vida a la otra silenciosamente.
En los primeros siglos de la Iglesia, sobre él, por prudencia altísima, se hizo silencio. Pero ahora se ha escrito y publicado mucho sobre san José y hay hasta dos revistas tituladas «Ite ad Jóseph» y «Jóseph»,4 con cien mil ejemplares.
El recogimiento nos lleva a considerar nuestro interior, a trabajar en el alma. Hay personas que no saben qué hacen espiritualmente; para ellas la religión se reduce a un conjunto de oraciones y prácticas exteriores, de fórmulas cuyo significado ni
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siquiera comprenden. No han hecho en los Ejercicios un programa de trabajo determinado; no se aprovechan de los retiros mensuales ni de las confesiones semanales.
Hay personas que no trabajan el espíritu, no tienen energía, al menos espiritual. Hay otras, en cambio, que trabajan espiritualmente, en el silencio y el recogimiento. Ellas saben lo que es en práctica el amor de Dios.
En primer lugar, el amor de Dios entraña la adquisición de la sabiduría y una fe cada vez más viva, la adquisición de las virtudes propias del propio estado, la adquisición de sentimientos de verdadero amor de Dios. Cuando nuestra vida es rica de las virtudes propias | [RSp p. 57] de nuestro estado de hombres, de cristianos, de religiosos, entonces se vive la «propia vida». Pero ello depende del continuo quehacer espiritual, del dolor de los pecados, de los propósitos que se hacen y de su cumplimiento.
Todo esto supone el examen de conciencia, que es una mirada al alma para ver lo que hay de bien, agradeciendo por ello al Señor; y para ver lo que hay de mal en nosotros y detestarlo. El examen de conciencia es esa mirada a nuestra alma, ante Dios y ante los propios deberes.
Un buen examen requiere ponerse ante Dios, pasar revista a nuestros propósitos y deberes, arrepentirse del mal cometido, agradecer a Dios el bien cumplido y renovar los propósitos para mejorar en el futuro. Tenemos que adquirir algo en esta tierra, y [en cambio] vamos adelante quizás con las manos vacías.
¿Qué fruto saco yo de la comunión, de la misa, de la visita? ¿Qué fruto saco de los Ejercicios, de los retiros, de las confesiones semanales? Si somos sensatos, hagamos como hacían ya los paganos sabios: reemprender la marcha, tras haber notado lo que no funciona en nosotros; renovar nuestros propósitos, tras haber detestado el mal cometido.
La vida no es un juego; la vida es una cosa seria, tiene consecuencias eternas. Cada cual trabaja para sí mismo, para construir su casa en la eternidad. Algunos no construyen nada, pierden el tiempo.
¡Invoquemos la gracia del Señor! Que su luz nos guíe siempre; que seamos razonables! A veces, ya con veinte o treinta años, podrían preguntarnos si tenemos el uso de razón, si sabemos cuál es nuestro interés.
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¡Pasa el tiempo! Las palabras que decimos, como también las acciones, nos son imputadas o a mérito o a demérito. ¡Seamos enérgicos, volitivos! No hagamos como aquel estudiante de medicina que retrasaba los exámenes, | [RSp p. 58] no se preocupaba de estudiar, y acabó por hacer de empleado en una carnicería.
¿Hemos formulado propósitos claros en los Ejercicios?
Cuando se empieza el año escolástico, se hace un programa y se escogen los textos. ¿Tenemos un programa de vida espiritual? Si a los veinte años aún no se tiene carácter, se ha desaprovechado la juventud... En cambio, hay personas que a los veinte años sí tienen carácter; saben resolver las dificultades, cumplir su deber, ir adelante, como hizo Jesús que cumplió su misión: «Cálicem quem dedit mihi Pater, non bibam illum?».5 Como hizo san José, que cumplió el propio deber hasta el fin.
¿Hemos hecho los propósitos en los Ejercicios? ¿Los renovamos por la mañana, los recordamos durante la jornada? ¿Somos siempre asistentes de nosotros mismos; siempre vigilantes? ¿Controlamos siempre nuestras palabras y corazón?6
Y no olvidemos el Secreto del éxito; así tendremos abundancia de gracias para el espíritu, el estudio, el apostolado, la administración, la pobreza.7
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1 Meditación dictada el domingo 10 de febrero de 1952. - Del “Diario”: «Domingo de Septuagésima. Celebra la santa misa a las 5 en la Cripta y luego se queda en oración oyendo otras dos misas. A las 6,30 dicta la meditación, que es transcrita por la Pía Discípula sor M. Celeste Falletti».

2 Espíritu de oración. Del breve pontificio de León XIII “Salutaris ille spíritus precum” del 1° sept. de 1883.

3 Mt 7,16: «Por sus frutos los conoceréis».

1 Meditación dictada el miércoles 5 de marzo de 1952. Notable circunstancia la registrada en el “Diario”: «Ayer por la mañana... con el P. Perino Renato se reunieron en Recco (Génova) en casa del pintor de la cúpula del Santuario, el Prof. José Santágata. Después de ver los [bocetos de los] trabajos, partieron de Génova hacia las 15,30 y llegaron a Roma a eso de medianoche. El Primer Maestro toma sólo una tacita de café y se retira a descansar. Por la mañana, se levanta como siempre...».

2 «Me llamáis Maestro y Señor, y con razón, porque lo soy».

3 Virilidad, en el P. Alberione, tiene siempre el significado de “edad adulta”, madurez, contrapuesta a juventud, sin referencias al sexo.

4 “Id a José”, “José” (cf. Gén 41,55).

5 Jn 18,11: «El trago que me ha mandado beber el Padre, ¿voy a dejar de beberlo?».

6 Del “Diario”: «Guiémonos a nosotros mismos como buenos conductores, y luego sabremos guiar bien también a los demás».

7 Otra anotación significativa del Secretario: «...me llama al despacho y, después de cerrar las puertas para no ser molestado por nadie, me dicta la oración de la Buena Muerte, siguiendo la pauta de una meditación».