Beato Santiago Alberione

Opera Omnia

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[RSp p. 18]
LOS ÁNGELES CUSTODIOS1

Hemos rezado la coronita a los ángeles custodios,2 y luego hemos cantado la antífona3 con el Magníficat.
La primera intención de esta jornada, dedicada a los ángeles, es por la pureza, para que ellos, que son puros espíritus y no están sometidos a dificultades como el hombre, nos hagan tan puros que merezcamos entrar acompañándoles en el cielo.
La segunda intención es para recordar la ayuda del ángel custodio en todas las necesidades espirituales y materiales, pues él nos ha sido puesto a nuestro lado desde la cuna y nos acompañará hasta la entrada al premio eterno.
Cuando Dios creó los ángeles, en el cielo hubo una batalla entre los rebeldes y los que se sometieron al Señor [cf. Ap 12,7-12]: «¿Quién como Dios?», ¿quién puede compararse a él? Después de la batalla, san Miguel fue elegido jefe de los ángeles custodios. Pero la batalla no acabó: desde el cielo se ha trasladado a la tierra. El ángel malo, bajo forma de serpiente, tentó a nuestros progenitores [cf. Gén 3,1-7]. Y cuando Jesús se preparaba a empezar su ministerio, le lanzó tres tentaciones [cf. Mt 4,1-11].
El diablo no tiene respeto a nadie, ni a un alma santa, ni al propio Jesús -por eso san Pedro advierte: «Vuestro enemigo ronda buscando a quien devorar» (1Pe 5,8)- y tampoco respeta a un hombre santo; incluso en la iglesia lanza tentaciones y trae a la mente pensamientos contra la piedad.
San Pablo dice: «Nuestra lucha no es contra hombres..., sino contra los jefes que dominan en estas tinieblas, contra las fuerzas espirituales del mal» (cf. Ef 6,12).
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La lucha se ha trasladado a la tierra y el Dios-Hombre ha puesto a nuestro lado un ángel que debe defendernos. Los ángeles custodios nos defienden de las tentaciones | [RSp p. 19] de Satanás, sugiriéndonos pensamientos santos, dándonos fuerza cuando el diablo nos tienta y ayudándonos en el cumplimiento de nuestros deberes. Satanás lanza tentaciones, pero los ángeles buenos las alejan, nos sostienen, nos guían. Dios, en su bondad infinita, nos ha confiado a un ángel bueno.
Tenemos que invocar al ángel por la mañana, para que nos acompañe durante la jornada; por la noche, para que extienda sus alas sobre nosotros; invocarle cuando nos preparamos a la comunión, para que nos sugiera pensamientos y afectos santos, para poder adorar a Dios como ellos lo hacen en el paraíso, y alimentarnos del mismo manjar celeste del que se nutren ellos.
Hemos de rezar a los ángeles, pedir su ayuda. En clase, el maestro4 invoque a los ángeles de los alumnos y éstos al ángel del maestro. El que escribe, invoque al ángel custodio; invoque al ángel custodio quien conduce un automóvil, para que no sucedan desgracias. Se debe invocar al ángel custodio para que nos acompañe a la confesión y nos obtenga la gracia de acusarnos con sinceridad.
Dice san Bernardo5 que el ángel Gabriel, quien anunció a María la encarnación del Verbo divino, era el ángel custodio de la Virgen.
Invoquemos al ángel de la anunciación, para que nos mantenga recogidos mientras rezamos los misterios gozosos. En los misterios dolorosos invoquemos al ángel que consoló a Jesús, para que venga junto a nosotros y nos dé gracia para meditar esos pasos de dolor. En los misterios gloriosos invoquemos al ángel de la resurrección, para que nos asista de cerca hasta la nuestra, nos escolte en el juicio y nos haga subir en su compañía al cielo.
Hay que invocar a los ángeles para que nos ayuden a usar bien los libros y todo el utillaje del estudio; y recordarnos de
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que tenemos a nuestro lado al ángel para estar en clase de modo decoroso y humilde.
Hay que invocar a los ángeles custodios para que podamos entender bien el Evangelio; invocarles en las tentaciones; invocarles | [RSp p. 20] para ser justos; invocarles para que podamos dar lo que debemos al Instituto, para ser precisos en los deberes de la vida religiosa. Hay que invocar a los ángeles custodios para la salud; invocarles para que nos hagan entender bien qué es el apostolado; invocarles en todas las necesidades particulares.
Cuando estamos en misa, invocar a los ángeles que asisten alrededor del altar. ¡Setecientas personas somos hoy en esta Cripta, y setecientos ángeles!
El día del juicio universal bajarán los ángeles divididos en dos grupos: a la izquierda, Satanás con sus secuaces, es decir los ángeles malos, que perdieron la guerra; a la derecha, los ángeles vencedores, y con ellos todos los buenos, los santos. Éstos serán invitados a tomar posesión del premio preparado para ellos desde el principio del mundo: «Venid, benditos de mi Padre» (Mt 25,34). A los malos se les dirá: «Apartaos de mí, malditos, id al fuego perenne» (Mt 25,41).
Pidamos, por medio de nuestro ángel custodio, las gracias que nos son necesarias. Pidamos al arcángel san Miguel por la Iglesia universal con la oración de León XIII:6 «Arcángel san Miguel, defiéndenos en la batalla, ven en nuestro socorro contra la malicia y las insidias del diablo; haz, te rogamos, que Dios ejerza sobre nosotros su imperio; y tú, príncipe de la milicia celeste, con el divino poder encadena en el infierno a Satanás y demás espíritus malignos, que para perdición de las almas recorren el mundo. Así sea».
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1 Meditación dictada el jueves 7 de febrero de 1952.

2 Alude a la coronita de san Alfonso que se rezaba entonces (cf. Oraciones de la Pía Sociedad de San Pablo, ed. 1952, pp. 73-75), antes que el P. Alberione escribiera la propia (cf. Las Oraciones de la Familia Paulina, ed. 1971, pp. 115-118; ed. 1985, pp. 133-136; ed. esp. 1993, pp. 149-153). La fecha de su redacción la precisa el “Diario” de A. Speciale: 6-7 de marzo de 1953. En la presente meditación se anticipan ya los temas que se desarrollarán en dicha coronita bajo forma de oración.

3 Antífona «Sancti Ángeli...» (cf. Las Oraciones... o.c., ed. 1985, p. 136; ed. esp. 1993, pág. 153 da otro texto).

4 El enseñante, o profesor, siempre es llamado por el P. Alberione maestro, en referencia al Maestro divino.

5 Bernardo de Claraval (1090-1153), francés; monje en Citeaux (Císter) y fundador del monasterio de Clairvaux (Claraval). Ejerció un gran influjo en la reforma eclesiástica. Son célebres sus sermones sobre la Virgen María. Canonizado en 1174, fue proclamado doctor de la Iglesia por Pío VIII.

6 León XIII (1810-1903), Vicente Joaquín de los condes Pecci, papa desde 1878. Conocido particularmente por la encíclica Rerum Novarum (1891) sobre la doctrina social de la Iglesia; dejó numerosas encíclicas de carácter mariano y en especial sobre el rosario.