LOS NOVÍSIMOS1
Este día pidamos al divino Maestro la gracia de hacer lo que él quiere, o sea de recordar siempre el fin, los novísimos: «Memorare novíssima tua et in æternum non peccabis»2 (Si 7,36). De la meditación de los novísimos nos vendrá la auténtica sensatez, la de quienes trabajan con una finalidad. Guardémonos bien de ser uno de quienes no se conocen a sí mismos, que van al encuentro del peligro y hacia la eternidad sin saber dónde se dirigen: ¡seamos sensatos y prudentes!
El evangelio del 2º domingo de Cuaresma recuerda: «Seis días después se llevó Jesús a Pedro, a Santiago y a su hermano Juan y subió con ellos a un monte alto y apartado. Allí se transfiguró delante de ellos...»3 (Mt 17,1-13).
[RSp p. 67] La visión de Jesús en el monte Tabor nos recuerda el paraíso; pero antes de ir a él ¡hay que morir! «Memento, homo, quia pulvis es et in púlverem reverteris».4
Pensemos también en la parábola de las cinco muchachas sensatas y de las cinco muchachas necias. El esposo tardó en llegar; pero cuando llegó, las muchachas prudentes salieron a su encuentro y entraron con él a la sala del banquete; las muchachas necias, en cambio, llegaron tarde porque tuvieron que ir a comprar el aceite, y quedaron fuera, se vieron rechazadas [cf. Mt 25,1-13]. Tenemos aquí simbolizadas las dos muertes: la de quien está preparado en cualquier día y en cualquier hora; y la
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muerte de quien no está preparado. Este último ¿podrá, quizás, durante una enfermedad, adquirir los méritos no adquiridos hasta entonces? ¡No!
Debemos recordar el juicio particular. Se presentará el siervo bueno y fiel y dirá al Señor: «Cinco talentos me dejaste; mira, he ganado otros | [RSp p. 68] cinco»; o bien: «dos talentos me dejaste; mira, he ganado otros dos» [Mt 25,20-22].
La respuesta del juez es consoladora: «¡Muy bien, empleado bueno y fiel!, pasa a la fiesta de tu Señor» (Mt 25,23). No será así para quien, teniendo un talento solo fue a enterrarlo. A este el juez le dirá: «¡Empleado malvado!» [Mt 25,26] y le condenará. Dos juicios tenemos aquí, o mejor un juicio con dos conclusiones bien diversas. Quien trabaja con generosidad, se ha dado enteramente al Señor y se mantiene fiel, tendrá la respuesta que recibió el siervo bueno; pero quien es infiel, quien no ocupa bien su mente y no emplea sus fuerzas en el servicio de Dios, tema la sentencia del siervo infiel.
Todos vamos acercándonos al juicio de Dios, sea quienes han recibido mayor número de talentos y tienen, por tanto, mayor responsabilidad, sea quienes han recibido menos.
Que no se aleje nunca de nosotros el pensamiento del infierno, ni el del paraíso. Recordemos otra parábola: «Había un hombre rico que se vestía de púrpura y lino, y banqueteaba todos los días espléndidamente. Un pobre llamado Lázaro estaba echado en el portal, cubierto de llagas; habría querido llenarse el estómago con lo que caía de la mesa del rico... Se murió el pobre y los ángeles le reclinaron a la mesa al lado de Abrahán. Se murió también el rico, y lo enterraron, en el lugar de los muertos en medio de tormentos...»5 (Lc 16,19-31).
[RSp p. 69] Dentro de no muchos años estaremos en una de las dos eternidades. ¿Cuál será la nuestra? La que ahora preparamos.
Eran doce los apóstoles; de ellos uno está en el infierno, los otros en el cielo, alrededor del Cordero inmaculado.
Pensemos en el juicio universal y en las dos sentencias diversas, que dará el Juez divino: «Venid, benditos» y «apartaos de mí, malditos» [cf. Mt 25,34-41]. Se cerrará así la historia humana y no quedará más que paraíso e infierno eternos. ¿Dónde
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estaremos nosotros? Nuestra vida ¿a cuál de las dos eternidades nos prepara?
¿Por qué vereda caminamos, por la ancha o por la estrecha? La estrecha es la vía de la fe viva, de la observancia religiosa, del apostolado generoso; es, sí, un camino estrecho, pero siempre iluminado por la luz de Dios.
Examinémonos. ¿Recordamos los novísimos, la muerte, el juicio particular, el juicio universal, la eternidad del infierno y del paraíso?
De esta meditación viene la luz.
Como propósito podría servir la palabra de san Pablo en la epístola: «Os pedimos que el modo de proceder agradando a Dios que aprendisteis de nosotros y que ya practicáis siga haciendo progresos... Esta es la | [RSp p. 70] voluntad de Dios: que seáis santos» (cf. 1Tes 4,1-3).
Y tratemos de reparar las ofensas hechas a Dios con los medios más modernos y más rápidos, rogando para que todos los hombres comprendan la necesidad de procurarse una felicidad eterna, el paraíso.
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1 Meditación dictada el domingo 9 de marzo de 1952. Como se observó precedentemente, el P. Alberione insistía sobre el tema de los novísimos desde los primeros años de la fundación. En 1934 él agradecía a unos clérigos el «haber recopilado los pensamientos predicados en las Horas de adoración en San Pablo» (Alba); pensamientos publicados después por las Hijas de San Pablo, en 1937, con el título Los Novísimos considerados ante el Smo. Sacramento. En el opúsculo “Testimonium conscientiæ nostræ” de 1957, el Fundador declara que «el Instituto progresará en personas, obras y santificación cuanto mejor se mediten los novísimos». Y no carece de significado el que, en el último decenio de su vida, haya hecho la meditación a los sacerdotes paulinos de Roma, durante meses, sobre el Aparejo a la muerte de san Alfonso de Ligorio.
2 «En todas tus acciones piensa en el desenlace, y nunca pecarás».
3 En el original el texto se transcribe entero.
4 Cf. Gén 3,19: «Recuérdate, hombre, que eres polvo y al polvo volverás».
5 En el original se transcribe el texto completo.