PREDICACIÓN DEL PRIMER MAESTRO
III.
A las Familias Paulinas
(Marzo - Diciembre de 1954)
NOTA
En esta última sección se recopilan veintisiete meditaciones dictadas por el P. Alberione a las comunidades reunidas en la Cripta del Santuario Regina Apostolorum, entre la primavera y finales del año 1954. Fueron meses de intensa vitalidad carismática, jalonados por acontecimientos significativos para la Familia Paulina (70° cumpleaños del Fundador, 40° de fundación de la Sociedad de San Pablo, inauguración del templo superior del Santuario a María Regina Apostolorum) y por hechos eclesiales relevantes, como la canonización de Pío X y la celebración del Año Mariano.
Los temas tratados, como se verá, están inspirados en la liturgia y en las circunstancias celebrativas, pero siempre orientados a la renovación del espíritu que constituyó el apremio dominante en los años de la madurez alberioniana.
Resulta interesante la anticipación de algunos temas fuertes, que serán desarrollados, contemporánea o sucesivamente, en los opúsculos de los años 1953-1957 (cf. Alma y cuerpo para el Evangelio, nuevo volumen de la Ópera Omnia).
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[Pr 5 p. 8]
FIESTA DE SAN JOSÉ 19541
Celebrando la fiesta de san José, cabeza de la sagrada Familia, debemos siempre hacer dos cosas:
1. Un examen de conciencia: el superior, sobre si cumple bien su deber, que consiste en instruir, guiar y santificar; o sea, si de veras es maestro; y todos los hijos e hijas, sobre si cumplen bien su parte, es decir, si se portan con los superiores como hacía Jesús respecto a san José, con deferencia y humilde docilidad. Un examen de conciencia, pues, para el Primer Maestro y un examen de conciencia para cuantos estamos aquí reunidos.
2. Un propósito auténtico, sentido, no sólo para reafirmar nuestra voluntad de cumplir los deberes respectivos, sino también de orar y sostenernos recíprocamente con la oración. ¡Hay tanta necesidad de oración! La casa de Nazaret, bajo la guía de san José, era de veras «Domus orationis»: casa de oración.
En la solemnidad de san José, la Iglesia nos hace leer en el oficio divino estas bellísimas palabras: «Dilectus Deo et homínibus»: querido de Dios y de los hombres. «Cujus memoria in benedictione est»: la memoria de san José en los siglos es siempre más bendita. El culto a san José, de tres o cuatro siglos acá, ha tenido un desarrollo verdaderamente consolador, como se merece el glorioso patriarca, el glorioso protector de la Iglesia universal. «In fide et lenitate, sanctum fecit illum».2 San José es el hombre de la fe, una fe profunda: en todo veía la providencia de Dios. Es el hombre de la bondad: silencioso, no se desconcierta ante las dificultades.
[Pr 5 p. 9] Por eso «elegit eum ex omni carne»: el Señor le escogió entre todos los hombres, para altísimos cometidos: esposo, custodio de la Virgen, padre putativo de Jesucristo, representante del propio Padre celeste en la tierra. ¡Admirable santo! Tuvo un oficio excepcional en toda la historia de la humanidad.
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Dos gracias le pedimos a san José. Él alcanzó una altísima santidad, y entre los medios y favores que le concedió la divina Providencia para llegar a tal altura, están especialmente estos dos: la intimidad con María, el convivir con Jesús.
1. Pedimos a san José un amor intenso y filial a María, amar y venerar a la santísima Virgen como él la amaba y veneraba.
Nuestro corazón está hecho para amar. Cuando un alma, una persona se enamora de Jesús y de José y particularmente de María, se eleva. Las pasiones no callarán del todo, pero se aplacarán. ¡Ah, el amor a María! Hermosas son al respecto las palabras de san Luis Grignion de Montfort:3 «El alma que ama a María con amor confidencial, progresa en un mes más que quienes aman poco a María, con el esfuerzo de años». Meditemos estas palabras. Con un amor intenso a María se progresa mucho en la santidad. Es un progreso que no cuesta la fatiga que costaría sin ese amor.
¿Amamos a María con el amor respetuoso, hecho de devoción y de admiración que tenía san José?
2. Pedimos a san José el amor a Jesús. Sí, amarle intensamente, con todo el corazón, por encima de todo, como él le amaba.
¡Cuánto creció el amor a Jesús en José, allá en el pesebre, donde se nos presenta siempre a san José en acto de admirar y orar al Niño! | [Pr 5 p. 10] ¡Cuánto creció el amor a Jesús, cuando tuvo que llevarle a Egipto, y especialmente en la intimidad de la casa de Nazaret! Imaginemos los momentos de la tarde, cuando José suspendía su trabajo y se entretenía en suavísimas y celestiales conversaciones con su niñito Jesús... Y éste le limpiaba el sudor y le mostraba plena devoción y obediencia.
Suavísimos consuelos tuvo en las conversaciones con María. ¡Es de veras una cosa grande y admirable ver a Jesús, María, y José en íntima y celestial conversación, por tantos años! Pidamos,
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pues, a san José la gracia de la intimidad con Jesús y con Ma-ría.
Hay quienes se contentan de breves cantos, o de poner algún cuadro o estatua en los locales. Nuestro amor a Jesús y a María debe ser un amor sentido, profundo, que genere el habitual recurso y la invocación frecuente en el curso de la jornada. No ha de ser una cosa reservada al momento de venir a la iglesia, sino que se sienta continuamente la presencia de Jesús; que se trabaje bajo la mirada de María y a ella se confíe en las penas; que se pidan luces para el estudio y la gracia de entender. Hemos de ofrecer siempre, continuamente en cuanto es posible, nuestras acciones, de modo que no nos sintamos solos, sino que percibamos a María asistiéndonos, protegiéndonos, extendiendo su mano benéfica sobre nosotros, y notemos que Jesús nos inspira y está en nuestra alma: nosotros con él, él con nosotros.
Hoy vamos a pedir intensamente amor a Jesús y amor a María. Pedimos estos dos amores por intercesión de san José.
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[Pr 5 p. 5]
JUEVES SANTO 19541
Antes de acercarnos a la santa comunión en este gran día es útil hacer algunas reflexiones.
Nos planteamos tres preguntas: ¿Qué hemos hecho con Dios? ¿Qué han hecho los hombres con Jesucristo? ¿Qué ha hecho Jesús con nosotros?
La Iglesia nos hace ver en estos días a Jesucristo elevado sobre la cruz. ¡Esa es la obra de los hombres! Hemos crucificado a nuestro Dios, al Hijo de Dios encarnado; nosotros somos como los mandantes de la flagelación de Jesucristo, de la coronación de espinas, de la condena a muerte, de su doloroso viaje al Calvario, de la crucifixión, de la agonía, de la muerte. ¡Hemos pecado!
¿Qué ha hecho Jesucristo con nosotros? Nos lo ha dado todo: el Evangelio, la Iglesia, los sacramentos, especialmente la Eucaristía; nos ha dado el sacerdocio, el estado religioso; nos ha dado su propia vida y nos ha abierto el paraíso. Parece una competición de signo inverso, por parte de Dios y por parte del hombre: Dios a otorgarnos beneficios, y el hombre a pagar mal por bien.
¿Y qué queremos hacer de ahora en adelante? Arrepentidos, confesados, queremos resurgir con Cristo. Resurgir a una vida nueva, a una vida de verdad, de santidad, de gracia.
En este momento invoquemos a la Inmaculada, para tener una preparación a la comunión según el espíritu del Año Mariano.
María es inmaculada en la mente. Pidamos por medio suyo a Jesucristo, que es la Verdad, la gracia de santificar nuestros | [Pr 5 p. 6] pensamientos. ¡Hemos de tener pensamientos elevados, pensamientos puestos en Dios, pensamientos dirigidos al cumplimiento de la voluntad de Dios! ¡La santificación de la mente! Pidamos una fe viva, en los misterios divinos, en las verdades que Jesucristo predicó y la Iglesia nos enseña. Que la mente esté ocupada en cosas santas, las que Dios quiere.
La mente de María estaba siempre elevada hacia las cosas celestiales y las cosas santas. «Conservabat omnia verba hæc cónferens in corde suo».2
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Por medio de María inmaculada pidamos la pureza del corazón. Que el corazón esté dominado por deseos y anhelos santos y nunca se dirija al cieno ni se apegue a las cosas de la tierra, sino que de éstas sepamos hacer el uso necesario para salvarnos y para salvar. El Corazón inmaculado de María nos obtenga del Corazón sacratísimo de Jesús esta gracia.
Jesús es nuestra vida. Y por medio de la Inmaculada, Madre de Dios, pidamos una vez más la gracia de llevar una vida sin pecado. Cuando se trata de pecado, nunca se implica la Madre de Dios. Su vida comenzó con la santidad, continuó en la santidad y se completó, se cerró, en la santidad más alta. Pidamos la pureza en la vida: pureza en los ojos, en la lengua, en el tacto, en el oído. Purifíquense la memoria y la imaginación. Tengamos siempre presente cuanto concierne a los santos mandamientos, así como lo que hemos prometido a Dios en las confesiones y en los santos votos. ¡Pureza de vida!
He aquí el gran misterio de hoy: Jesús «cum dilexisset suos qui erant in mundo, in finem dilexit eos»,3 amó a los suyos hasta el extremo. Y al final de su vida dio las señales más grandes de amor: «Tomad y comed» [Mt 26,26]. Esas palabras | [Pr 5 p. 7] no iban dirigidas sólo a los doce; iban dirigidas a todos los hombres, de todo tiempo y lugar; por tanto también a nosotros, como asimismo iban dirigidos a nosotros los mandamientos y los consejos.
En este día Jesús instituyó el sacerdocio, es decir, estableció a quienes debían continuar su misión y ejercer sus divinos poderes respecto a las almas.
En estos días recibimos también, ofrecida por Jesús, a la Madre. «Mira a tu madre» [Jn 19,27]. Juan la tomó consigo. Y nosotros aceptamos de Jesús a esta Madre divina, y prometemos conocerla cada vez mejor, meditando sus privilegios, gracias y virtudes. Tratemos de imitarla, de amarla y de rezarla siempre mejor. A María le agrada sobre todo que pidamos esto: no pecar más.
Hemos de ser inmaculados en la mente, inmaculados en el corazón, inmaculados en la vida.
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Ahora, para purificar nuestra conciencia de las ofensas que hemos cometido contra el Señor y para conservar el propósito de querer ser inmaculados en la mente, en el corazón y en la vida, doy la bendición papal, o sea impartida en nombre del santo Padre, con anexa indulgencia plenaria.
Recitemos con particular arrepentimiento el acto de dolor y el Confíteor, de modo que, al menos en este día, recibamos a Jesús con mayor limpieza, con fervor más grande y con propósitos más firmes.
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[Pr 5 p. 11]
VÍA CRUCIS1
Recemos de corazón el acto de dolor, representándonos bien la escena del Calvario: Jesús crucificado a punto de espirar y la santísima Virgen que contempla al divino Hijo y piensa en nosotros, los pecadores, y ruega por la humanidad.
«Bondadoso Jesús mío, etc.».2
Pidamos a san Pablo la gracia de hacer bien este vía crucis. San Pablo es el gran predicador de Jesús crucificado. Escribe en una de sus cartas: «Con vosotros decidí ignorarlo todo excepto a Jesucristo y, a éste, crucificado» (1Cor 2,2). ¡Que él nos dé sus sentimientos! E invoquemos ayuda de María, la Dolorosa, para que nos haga sentir el dolor de los pecados y sobre todo nos inspire el propósito de una vida santa.
1ª Estación: «Jesús, siendo inocente, acepta por nuestro amor y en reparación de nuestros pecados la injusta sentencia de muerte pronunciada contra él por Pilato». Pensemos en lo que nos ha dicho Jesús: «El que quiera venirse conmigo que reniegue de sí mismo, que cargue con su cruz y entonces me siga» (Mt 16,24). Para manifestar la voluntad de seguirle, estad de pie durante las palabras que diré, y en el anuncio de la estación, ¡decididos a seguir a Jesús! En esta estación hemos de considerar la injusta sentencia pronunciada contra Jesucristo. Pilato estaba persuadido de la inocencia de Jesús. Sabía que por envidia se lo habían presentado, pidiendo la condena; pero su debilidad le llevó a pronunciar la inicua sentencia. | [Pr 5 p. 12] La sentencia de muerte pronunciada contra nosotros es justa. Justo es el Señor y justa la sentencia que ha pronunciado sobre cada hombre. Quizás nosotros la hayamos merecido más aún por otras razones, por los pecados cometidos.
En satisfacción de nuestros pecados, aceptamos la muerte, con todas las circunstancias dolorosas que la acompañarán. Y pedimos la gracia de morir en el santo amor de Dios. Decimos,
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pues, devotamente todos juntos: «Amorosísimo Jesús, por tu amor, y como reparación de mis pecados, acepto la muerte con todos los dolores, sufrimientos y afanes que la acompañen. Señor, no se haga mi voluntad, sino la tuya. Hazme gustar el consuelo de quien cumple tu santo querer».
2ª Estación: «Jesús carga la cruz sobre sus hombros para llevarla hasta el Calvario. Él nos dice: El que quiera venirse conmigo , que se niegue a sí mismo, que cargue cada día con su cruz y entonces me siga [Lc 9,23]».
El buen ladrón crucificado junto a Jesús, iluminado por la luz divina, dijo a su compañero, el mal ladrón: «Para nosotros es justa esta pena, nos dan nuestro merecido; éste, en cambio, no ha hecho nada malo» (Lc 23,41). ¿Qué mal ha hecho Jesús? Si encontramos pecados en nuestra vida, hemos de repetir la misma cosa. Tenemos sufrimientos, cruces, disgustos, fatigas, pero es lo que nos merecemos. Hemos pecado, ¡por tanto es justa la penitencia! Y lo ofrecemos todo a Jesús en reparación. ¡Si por lo menos pudiéramos descontar el purgatorio!
Habéis hecho ya la comunión pascual, ¡borrad todo rastro de pecado y toda deuda contraída con Dios! Digamos, pues, con atención: «Sí, quiero seguirte, Maestro divino, dominando | [Pr 5 p. 13] mis pasiones y aceptando mi cruz de cada día. Atráeme a ti, Señor, para que yo imite tus ejemplos. El camino es angosto, pero conduce al cielo. Me apoyaré en ti, que eres mi luz y mi fuerza».
3ª Estación: «Jesús abatido por la agonía de Getsemaní, martirizado por la flagelación y coronación de espinas, agotado por el ayuno, cae por primera vez bajo el enorme peso de la cruz».
Almas que sois aún inocentes, estad atentas a las primeras tentaciones, a las primeras caídas. El demonio es el gran envidioso de la inocencia. Ante las primeras tentaciones, recúrrase al confesor, al director espiritual, para recibir luces y fuerza. Es muy peligroso caer una vez. Es mucho más fácil no caer nunca que caer una vez sola.
Por los méritos de Jesús que cae la primera vez bajo la cruz, pidamos al Señor que sostenga a quienes caen. «Jesús cayó para sostener a los que caen. Muchas son las tentaciones del demonio,
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del mundo y de la carne. Señor, no nos dejes caer en la tentación, y líbranos de todo mal pasado, presente y futuro».
4ª Estación: «Jesús se encuentra con su Madre, cuya alma quedó traspasada por una espada de dolor. Unidos están en el mismo dolor el corazón de Jesús y el de María».
¡Cuánto hemos costado a María! ¡Cuánto hemos costado a Jesús! Y no obstante hay aún corazones indiferentes. Hay almas que se conmueven por naderías y no se conmueven nunca considerando el amor de Jesús y el de María, considerando los propios pecados. Jesús reprochaba a los hebreos: «¡Sois duros de corazón!» [Mt 13,15].
Pidamos la sensibilidad espiritual, recitando | [Pr 5 p. 14] las palabras que siguen: «Estos son los corazones que tanto han amado a los hombres y nada han escatimado por ellos. Corazones de Jesús y María, concededme la gracia de conoceros, amaros e imitaros cada vez mejor. Os ofrezco mi corazón para que sea siempre vuestro».
5ª Estación: «Los hebreos, con simulada compasión, echaron mano de un cierto Simón de Cirene, y le cargaron la cruz para que la llevara detrás de Jesús».
Todos estamos obligados a llevar la cruz de Jesús, es decir, a cooperar en la redención del mundo. ¿Tenemos amor a las almas? Las almas que caminan hacia la eterna condenación, que sufren en el purgatorio, ¿nos causan pena? Esos niños maleados en la inocencia, los pecadores endurecidos, obstinados, ¿nos causan pena? Sabemos comprender los sentimientos del corazón de Jesús y los del corazón de María? ¿Sabemos orar por los pecadores, por los inocentes, por los herejes, por los cismáticos, por los ateos, por los paganos, por los hebreos, por los mahometanos? Cuando decimos la coronita a la Reina de los Apóstoles, ¿comprendemos algo de esas palabras que nos comprometen a pensar no sólo en Europa, sino también en Asia, en América, en África, en Oceanía? En fin, ¿hay en nosotros una llamita de celo? ¡Ojalá la encienda Jesús esta tarde en nuestro corazón! Digamos despacio todas estas palabras: «También yo debo cooperar a la redención de los hombres, completando en mi carne los dolores de Cristo, sufriendo por su cuerpo que es la Iglesia. Acéptame, Maestro bueno, como humilde víctima. Preserva
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del pecado a los hombres, salva del infierno a los pecadores y libra de sus penas a las almas del purgatorio».
6ª Estación: «Movida a compasión, la Verónica | [Pr 5 p. 15] enjuga el rostro de Jesús, y él la premia imprimiendo su imagen en el lienzo».
Jesús busca almas reparadoras: «Non potuistis una hora vigilare mecum?»3 preguntaba en Getsemaní a los apóstoles que se habían dormido, mientras él sufría agonía de sangre.
Entre la gente que le acompañaba al Calvario, Jesús ha encontrado finalmente una persona que le tiene compasión: viendo su rostro cubierto de sangre, de salivazos, de sudor, se le acercó y se lo enjugó. Hay en nuestros días almas reparadoras, incluso una multitud de almas buenas, con sentimientos nobilísimos y piadosos, que se ofrecen como víctima por los pecadores. Ofrecerse como víctima no quiere decir que se deba acelerar la muerte, sino gastar todas las fuerzas por Dios, pues morir por Dios es un gran mérito, pero obrar sufriendo por las almas, trabajando en su salvación, es un mérito aún mayor, un mérito más prolongado.
Quien sienta una cierta voz interior en este momento, no se quede insensible: «Si vocem eius audiéritis, nolite obdurare corda vestra».4 Si resuena en vuestro oído una voz divina, no os hagáis el sordo.
Digamos: «Reconozco en esta discípula el modelo de las almas reparadoras. Comprendo mi deber de reparar los pecados y todas las ofensas a tu divina Majestad. Jesús, plasma en mí y en todas las personas reparadoras, las actitudes de tu corazón».
7ª Estación: «Nuevamente flaquean las fuerzas de Jesús, y él, despreciado y evitado de los hombres... como un hombre de dolores, ante el cual se ocultan los rostros, despreciado y desestimado, cae por segunda vez bajo la cruz».
Las primeras caídas frecuentemente se dan por ignorancia o por fragilidad; pero una vez levantados y | [Pr 5 p. 16] conocida ya la malicia del pecado y del demonio al tentar, hay que hacerse prudentes,
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porque, si no, del pecado de fragilidad e ignorancia se pasaría al pecado de malicia, es decir a cometerlo a ojos abiertos, sabiendo el mal que es y sin embargo consintiendo aun tras la reflexión y la inspiración del ángel custodio a resistir. Hay que estar atentos a no recaer, pues cada recaída agrava el mal y fácilmente introduce la costumbre. Además, si hemos experimentado la misericordia de Jesús al recibir el perdón tras el primer fallo, ¿no sentimos con mayor fuerza el deber de amar más a Jesús, de reparar, de vigilar para no volver a caer?
¡Que Jesús, por los dolores de esta recaída suya, nos ilumine y nos infunda un gran odio al pecado, junto con la prudencia para evitar las ocasiones! Vamos a leer muy despacito la oración: «Maestro bueno, así reparas nuestras recaídas en el pecado, por malicia o por habernos puesto en la ocasión, no obstante tus inspiraciones. Detesto, Señor, los pecados con que te he ofendido, que son causa de tu muerte y de mi perdición, y propongo no cometerlos más en adelante».
8ª Estación: «Seguía a Jesús un gran gentío del pueblo, y de mujeres que lloraban por él. Jesús se volvió hacia ellas y les dijo: Hijas de Jerusalén, no lloréis por mí, llorad por vosotras y por vuestros hijos [Lc 23,28]».
Un día tuve que asistir a un sacerdote moribundo, muy amigo, ex compañero de estudios, que conociendo la extrema gravedad de su enfermedad y viendo afligidos a quienes estaban alrededor de su lecho, dijo: «No lloréis por mí: ¿por qué deberíais hacerlo? Estoy yendo al paraíso. Soy yo quien llora por vosotros, que quedáis en el mundo rodeados de | [Pr 5 p. 17] tantas dificultades y sobre todo en medio a tantos pecados».
¡Lloro por vosotros! ¡Cuánto más debemos llorar nosotros, si esos pecados fueran cometidos por causa nuestra, por faltas de celo y por negligencia en los deberes! A estas mujeres se las invita a llorar por sí mismas y por sus hijos, o sea por los pecados de los hijos y la ruina que les aguardaba. Lloremos por los pecados de los hombres. Pero vigilemos y seamos delicadísimos para no llevar con nuestros ejemplos la tibieza entre ellos, la negligencia en los deberes; para evitar palabras o acciones que estimulen al mal, al pecado. No nos carguemos de tanta responsabilidad, y digamos de corazón al Señor:
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«Pido perdón por mis muchos pecados personales y por los que otros han cometido por mis malos ejemplos, las faltas de celo y las negligencias en mis deberes. Jesús mío, te prometo impedir en lo posible el pecado con obras, ejemplos, palabra y oración. Dame un corazón puro y un espíritu recto».
9ª Estación: «Jesús cae por tercera vez bajo la cruz, porque nuestra obstinación nos ha llevado a recaer en el pecado».
Después del primer pecado tal vez siguieron otros, poco a poco se creó la costumbre; y a la costumbre puede seguir la obstinación. Ello sucede cuando el alma ya no siente remordimiento, cuando no escucha los avisos, cuando ha perdido la luz de la mente y la sensibilidad del corazón.
Hasta que se siente remordimiento, es que la voz de Dios resuena aún en el fondo del alma; no se ha perdido toda esperanza. ¿Pero qué acaecería si se llegara a la obstinación? Cierta persona decía: «No puedo evitarlo. Si voy al infierno, | [Pr 5 p. 18] no estaré solo». Cuando se piensa así, ¿qué senda de salvación, más aún, qué acceso queda aún para llegar a conmover a un alma? Sólo la gracia de Dios. Y nos conforta el pensamiento de que María es el refugio de los pecadores. ¡Cuántos pecadores ha convertido ella, pecadores que parecían resistir a toda llamada de atención! Por esto la Cofradía del Corazón Inmaculado de María para la conversión de los pecadores va dilatándose cada vez más en las parroquias. Nos queda, pues, esta última tabla de salvación: ¡queda la Madre! Quizás quien se ha resistido a todo, no se resista a la Madre. Oremos:
«La obstinación oscurece la mente, endurece el corazón y pone al borde de la impenitencia final. Señor, por tu pasión, ten misericordia de mí. Concédeme la gracia de mantenerme vigilante, de ser fiel al examen de conciencia, a la oración y de celebrar frecuentemente el sacramento del perdón».
10ª Estación: «Cuando llegaron al lugar llamado Gólgota, le dieron a beber vino mezclado con hiel y se repartieron su ropa echándola a suertes [cf. Mt 27,34-35]».
En esta estación pedimos al Señor la gracia de evitar los pecados de ambición y de gula, la gracia de saber domar el cuerpo. Hemos de santificar el cuerpo, es decir los sentidos: ojos,
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oído, lengua, tacto, los sentidos internos; y evitar especialmente los pecados de ambición y de gula. Hay personas ricas de muchos dones y abundante gracia; y a las buenas dotes añaden aún la de la modestia, la humildad. ¡Qué hermosa es la humildad, la modestia en una persona rica de cualidades! ¡Y cuánto más fea es la ambición en el vestir, en el adornarse y ungirse cuando la cabeza está vacía y las dotes son pocas!
Tenemos que saber regularnos y ser dueños de nuestro | [Pr 5 p. 19] gusto, evitando la gula. Ya decía un pagano: «¿Tienes acaso el alma de un bruto, o sea de una bestia, para precipitarte sobre el alimento y comer con voracidad? ¡Piensas en hartarte antes de ir a la mesa, y mientras te encuentras en la mesa, y después de haber estado en la mesa!».
Hay que vivir racionalmente, es decir según la razón y según la gracia.
«Esto es lo que costaron a Jesús los pecados de ambición en el vestir y de gula en el comer. Señor, concédeme la gracia de liberarme progresivamente de toda vanidad y satisfacción mundana, y haz que te busque únicamente a ti, eterna felicidad».
11ª Estación: «Los verdugos clavan en la cruz a Jesús, que sufre atroces dolores, bajo la mirada de su afligida Madre [cf. Lc 23,33]».
La cruz es la salvación, como hemos cantado: «In quo est salus, vita et resurrectio nostra». En la cruz está la salvación, la vida y la resurrección. Nos hacemos tantos signos de cruz: en la frente, en los labios, en el pecho; doquier campea la cruz; está en los campanarios y en los sagrarios, a la vista de todos... Esto nos llama a la mortificación.
No basta hacerse el signo de la cruz, es preciso que las manos estén marcadas por la cruz. Es necesario que el tacto esté marcado por la cruz, los ojos marcados por la cruz, los oídos marcados por la cruz, los labios y la lengua marcados por la cruz, es decir por la mortificación. Cuando estemos a punto de morir y se nos acerque el sacerdote para administrarnos el óleo santo, ungirá los ojos, los oídos, las manos, los pies y dirá: «Por esta santa unción y por su piísima misericordia, el Señor perdone cuanto mal has cometido con los ojos, con el oído, con | [Pr 5 p. 20] el gusto, con la palabra, con el tacto, etc.».
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Conservemos inocentes los sentidos, ¡mortifiquémoslos! Para pertenecer a Jesús se requiere marcarnos nosotros mismos, nuestra carne, con la cruz, sin que ello sea un mero signo exterior, quizás hasta hecho mal y sin sentimiento interno. Marquemos nuestra carne con la mortificación. No podremos llegar a imitar a aquella santa que con un hierro candente grabó una cruz en su pecho, en sus carnes, pero al menos hagamos gustosamente las mortificaciones necesarias.
Oremos: «Pertenecen a Jesucristo los que crucifican su vieja condición, renunciando a sus vicios y pasiones. Yo quiero ser de Jesucristo durante la vida, en el momento de la muerte y por toda la eternidad. No permitas, Señor, que me separe de ti».
12ª Estación: «Durante tres horas Jesús sufre inefables dolores y muere al fin en la cruz por nuestros pecados».
En el Calvario, asistiendo a la muerte de Jesucristo, había tres clases de personas: los enemigos obstinados de Jesús, que intentaron el modo de hacer más penosa aún su agonía con los insultos; estaban los indiferentes, los curiosos, acudidos sólo para ver cómo se comportaba el moribundo, cómo era su agonía; y estaban las almas elegidas, las piadosas mujeres, Juan, María.
La muerte de Jesús en la cruz se renueva cada día en la santa misa. ¿Cómo la seguimos? Hay quienes en la iglesia se portan de un modo casi insultante, sin ningún respeto al lugar santo, ninguna piedad; están los curiosos e indiferentes, que aguardan sólo a que la misa termine y se cierre aquel tiempo pesado para ellos; y están quienes tienen verdadera piedad, entienden la misa y quieren seguirla con las disposiciones sugeridas por la Iglesia | [Pr 5 p. 21] en el misalito, especialmente con las disposiciones con que María asistió a Jesús en las últimas horas. ¡Acerquémonos al altar, cuando empieza la misa, con los sentimientos de María!
«La muerte de Jesús se actualiza diariamente en nuestros altares cuando celebramos la Eucaristía. Jesús amorosísimo, enséñame a valorar la Eucaristía, para que la celebre con frecuencia y con las mismas actitudes que tuvo tu Madre al pie de la cruz».
13ª Estación: «María, la madre dolorosa, recibe entre sus brazos al Hijo bajado de la cruz».
Por los dolores de esta Madre santísima pidamos la gracia de
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ser asistidos por ella en esta vida, caminando siempre bajo su manto, y de tener su asistencia especialmente a la hora de morir.
Jesús quiso espirar así, bajo los ojos de la Madre. Todo dolor y pena que sentiremos en la muerte sea como una llamada, una invocación a María, para que venga junto a nuestro lecho y nos consuele, nos dé la victoria contra los últimos asaltos del demonio y acoja nuestro espíritu en sus brazos para llevarlo al cielo.
«María contempla en las llagas de su Hijo las horribles consecuencias de nuestros pecados y el amor infinito de Jesús por nosotros. La devoción a María es signo de salvación. Madre, acéptame como hijo, acompáñame durante la vida, asísteme constantemente y, en especial, en la hora de la muerte».
14ª Estación: «El cuerpo de Jesús, ungido con aromas, es llevado al sepulcro, acompañado por pocos fieles [Lc 23,50-56], que en su inmenso dolor se sentían confortados por la esperanza de la resurrección».
Jesús había anunciado su pasión: «Mirad, | [Pr 5 p. 22] estamos subiendo a Jerusalén, y el Hijo del Hombre va a ser entregado... y le condenarán a muerte; y al tercer día resucitará» (Mt 20,18-19).
También nosotros resurgiremos. ¿Con qué resurrección: una resurrección gloriosa, semejante a la de Jesús y a la de María? ¿O con la resurrección ignominiosa de quienes se pierden?
¡Tenemos que resurgir ahora, para asegurarnos la resurrección gloriosa! Resurgir como escribía aquel joven: «Quiero resurgir de mis errores y de mis pecados y del turbión de estas pasiones, que me agitan continuamente».
Pidamos ahora resucitar espiritualmente.
«Creo firmemente, Dios mío, en la resurrección de Jesucristo, como creo en la resurrección de la carne. Quiero resucitar diariamente a la nueva vida, para poder resucitar a la gloria en el último día. Lo espero, oh Jesús, por los méritos de tu pasión y muerte».
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LA CORONITA A LA REINA DE LOS APÓSTOLES1
Esta meditación tiene por fin hacernos comprender y rezarmejor la coronita a la Reina de los Apóstoles.
La coronita se divide en cinco puntos. En el primer punto consideramos el instante en que María llega a ser Reina en la encarnación del Verbo.
En el segundo punto María es proclamada Reina. Desde lo alto de la cruz, Jesús la da como Reina a todos, Reina especialmente de los apóstoles.
En el tercer punto María ejercita el oficio de Reina de los apóstoles en el cenáculo y en el período en que la Iglesia da sus primeros pasos.
[Pr 5 p. 23] En el cuarto punto María deja la tierra. Contemplamos la muerte de la Reina, su resurrección, su glorificación, con la Asunción al cielo.
En el quinto punto contemplamos a María en el paraíso ejerciendo su realeza. Ella es grande para ser con nosotros misericordiosa y para socorrer todas nuestras necesidades.
Cada uno de los puntos comienza con alabanzas que dirigimos a María y concluye siempre con palabras que nos inspiran confianza en ella.
1. En el primer punto la oración es un poco larga, pero las palabras esenciales son: «Yo celebro y alabo que el Señor, a quien agradaste por tu humildad, fe y virginidad, te haya concedido el privilegio único de elegirte para ser la madre del Salvador, nuestro Maestro, luz verdadera del mundo, fuente de la verdad». María llega a ser la Madre de Jesucristo, Rey de reyes, y la madre del Rey es Reina.
Además, María es Reina nuestra por una razón mucho más profunda: Engendrando a Jesucristo que es la cabeza del Cuerpo místico, engendró asimismo todos los miembros según la enseñanza de la teología. Y por tanto ella tiene dominio sobre todos: es verdadera Madre nuestra. Por eso la llamamos «vida» nuestra.
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Nos dirigimos, pues, a esta nuestra Reina y le pedimos la gracia de poseer la sabiduría celestial, que es la luz del Evangelio, y suplicamos también la gracia que todos los hombres vengan al Evangelio, conozcan el Evangelio, lo reciban de la Iglesia, sean sus discípulos, de modo que, caminando a la luz del Evangelio, alcancen la luz eterna, la visión de Dios. Y por tanto decimos: «Ilumina a los doctores, predicadores y escritores».
[Pr 5 p. 24] Ahora decimos despacio, todos juntos, el primer punto.
2. Las palabras esenciales del segundo punto son: «Recuerda el doloroso y solemne momento en que Jesús, desde la cruz, te entregó como hijo a Juan, y en él a todos los hombres, especialmente a todos los apóstoles».
María, ya Reina, es proclamada Reina de los Apóstoles y de todos los apostolados. Por eso en este punto pedimos que el número de los apóstoles crezca siempre más: «Aumenta el número de los apóstoles, misioneros, sacerdotes y consagrados». ¡Que sean santos, íntegros en sus costumbres, con sólida piedad, profunda humildad, firme fe y ardiente caridad! Los motivos de confianza son los títulos de Maestra de los santos y Madre del gran Sacerdote.
Al principio va esta alabanza: «Reina de los ángeles, llena de gracia, concebida sin pecado, bendita entre las criaturas, sagrario viviente de Dios, recuerda el doloroso y solemne momento en que Jesús, desde la cruz, te entregó como hijo a Juan, y en él a todos los hombres, especialmente a todos los apóstoles».
Escuchemos con devoción y gratitud a Jesús que desde la cruz dice: «Mujer, mira a tu hijo» (Jn 19,26). Y meditemos la siguiente frase: «Juan, mira a tu madre». El nombre de Juan podemos sustituirlo por el nuestro personal. Las palabras dichas a Juan no iban dirigidas a él solamente, en particular, igual que en la última Cena no iban dirigidas sólo a los doce las palabras: «Tomad, comed: esto es mi cuerpo» [Mt 26,26]. Se dirigían también a nosotros. Ahora, pues, con devoción y despacio repitamos: «María, reina de los ángeles...».
[Pr 5 p. 25] 3. En el tercer punto honramos a María en el ejercicio de su realeza sobre la tierra, como en el quinto punto consideraremos a María en el ejercicio de su realeza en el cielo.
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Ahora las palabras esenciales son: «Alégrate porque fuiste maestra, fortaleza y madre de los apóstoles, reunidos en el cenáculo para invocar y recibir la plenitud del Espíritu Santo, amor del Padre y del Hijo, renovador de los apóstoles». Así pues, pedimos espíritu apostólico, un corazón apostólico, una mentalidad apostólica, deseando que en nuestro corazón penetre el verdadero amor a las almas y el deseo de su salvación.
Las palabras de alabanza al principio son: «Virgen inmaculada, reina de los mártires, estrella de la mañana, refugio de los pecadores». Y las palabras de confianza: «Madre de misericordia, abogada nuestra, a ti suspiramos en este valle de lágrimas». Repetimos ahora bien: «María, virgen inmaculada...».
4. En el cuarto punto las palabras esenciales son: «Pienso en el momento dichoso en que dejaste esta vida para ir al encuentro definitivo con Jesús. Con amor de predilección, Dios Padre te glorificó en cuerpo y alma».
En estas palabras consideramos el paso o sea el tránsito de la reina, que tras haber cumplido el oficio de la realeza con los apóstoles, recibe el premio.
María espira en un acto de perfecto amor de Dios y, resucitada, es llevada en cuerpo y alma al paraíso. Por eso la alabamos y le pedimos la gracia de vivir santamente, para morir santamente; | [Pr 5 p. 26] pedimos una muerte serena, y que María venga a recibir nuestra alma y a llevarla al cielo.
Las palabras de alabanza son: «Entrañable madre nuestra, puerta del cielo, fuente de paz y alegría, auxilio de los cristianos, confianza de los agonizantes y esperanza incluso de los desesperados». Y éstas las palabras de consuelo: «María, realiza la obra más hermosa: trasformarme de pecador en gran santo».
Recemos bien, tratando de entender cada una de las palabras: «María, entrañable madre nuestra...».
5. En el quinto punto las palabras esenciales son: «Dichoso el día en que la santísima Trinidad te coronó reina del cielo e de la tierra, mediadora de todas las gracias, madre nuestra amabilísima». María entra en el ejercicio de su realeza en el paraíso, y lo ejercitará todos los siglos, hasta el fin del mundo. Ella es
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grande para poder darnos cualquier gracia; es reina: «Reina de misericordia», «Mater misericordiæ»; es esperanza nuestra.
Consideramos, pues, su realeza, respecto a los ángeles, respecto al purgatorio y respecto a la Iglesia militante. Cada cual la considere así de modo especial respecto a sí mismo. «No me dejes caer, madre; no permitas que me aleje de ti» ¡Ojalá pase yo la jornada bajo tu mirada, como trabajaba Jesús allá en Nazaret!
Las palabras de alabanza son: «María, estrella del mar, bondadosa soberana, nuestra vida y reina de la paz». Y éstas las palabras de confianza: «María, reina, abogada, esperanza mía, concédeme la perseverancia».
[Pr 5 p. 27] Ahora, con corazón abierto saludamos a la Reina e invocamos su bendición.
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ANTE LA CANONIZACIÓN DE PÍO X1
La epístola de la misa de hoy nos presenta las palabras tomadas de la carta de Santiago: «Hermanos, llevad a la práctica el mensaje y no os inventéis razones para escuchar y nada más: Estote factores verbi, non auditores tantum» (Sant 1,22). Hay que no sólo escuchar, sino conservar y hacer fructificar la palabra de Dios, que tan abundante es en nuestra Congregación. Y para que dé fruto, medítese lo que dice el Evangelio: «Pedid lo que queráis, que se realizará» (Jn 15,7). Para que la semilla de la divina palabra germine y crezca en nuestro corazón, produciendo fruto al ciento por uno o al sesenta por uno, se requiere la gracia divina, la ayuda sobrenatural, que venga a mejorar nuestra pobre humanidad, tan inclinada al mal.
En estos días tenemos un gran ejemplo que meditar, pues se acerca la canonización de Pío X,2 que se celebrará al final de esta semana.3 Cuando, contra las previsiones humanas, Pío X fue elegido papa, un sacerdote de gran experiencia, sensatez y sobre todo de probada virtud, decía: «Esta elección es un milagro: procede ciertamente del Espíritu Santo; preparémonos a ver en este pontificado un despertar de piedad y de espíritu cristiano». Y así fue.4
Pío X se presentó enseguida como la imagen del Maestro divino en medio de los hombres, por su bondad, | [Pr 5 p. 28] pero al mismo tiempo por su firmeza. En tres aspectos particulares se presentó como imagen del Maestro divino. Por la doctrina: «Yo soy la Verdad»; por la santidad: «Yo soy el Camino»; y por la piedad: «Yo soy la Vida» [cf. Jn 14,6].
En aquel entonces se agitaban muchas cuestiones: algunos defendían que para gobernar la Iglesia era necesario tener una diplomacia más refinada; otros reclamaban una solución justa de las cuestiones sociales: había quien quería encontrar soluciones particularmente nuevas para la acción pastoral y para el ministerio sacerdotal. Se agitaban muchas cuestiones respecto a
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los estudios, respecto a la orientación de la Iglesia y de toda su acción en medio de los hombres. ¿Cómo resolver tales cuestiones? Muchos se apercibían, interrogándose: «¿Cómo podrá un sacerdote, nacido en un pueblecito tan humilde y que ha estado tantos años de párroco, más aún de capellán,5 cómo podrá resolver las cuestiones actuales, y a la vez dar a las almas lo que éstas aguardan?». Pío X encontró enseguida el camino: «Instaurare omnia in Christo»,6 en el Maestro divino.
No hay otra solución, para todas las cuestiones que se agitan también hoy en medio de los hombres, sino esta: «Instaurare omnia in Christo». Vivir de Jesucristo, hacer revivir a Jesucristo en medio de los hombres. ¿No viene de ahí la salvación? Por eso Pío X, en su primera encíclica, trazó la directriz: «No necesitamos programas, basta poner en práctica los que hay en el Evangelio. ¡Ahí está todo! Sin esto, la humanidad no encontrará ni el camino de la paz, ni el de la moralidad, ni el del cielo. Instaurare omnia in Christo, o sea, hacer revivir a Jesucristo en todo: en todos los aspectos de la acción sacerdotal y de la acción de la Iglesia».
¿Y cómo hacer revivir a Jesucristo | [Pr 5 p. 29] en la humanidad? ¿Cómo presentarlo? ¿Cómo conducir mejor la humanidad a Jesucristo?
En la segunda encíclica, Pío X indica la senda: «Ir a Jesús por medio de María».7 Con estas palabras comienza la encíclica que promulga la celebración cincuentenaria de la proclamación del dogma de la inmaculada Concepción de María.
Así que el camino es Jesús, pero a Jesús se va por María. Y el Papa aporta y desarrolla en esa encíclica seis razones.
Renovó todos los estudios sagrados, y cuando la herejía más terrible de la historia, el modernismo, amenazaba infectar todo, él intervino con mano firme.8 Los adversarios o, mejor, los nuevos
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herejes habían creído encontrar un Papa débil e incapaz de comprender las nuevas doctrinas y de percibir el veneno que iba infiltrándose en el seno de la Iglesia.9 Los doctos estaban demasiado infatuados, como lo están hoy los fautores del cientismo y de la mecánica.
Pío X fue claro. Y sus reformas se extendieron a todas las partes del saber sacro: desde la teología al arte sacro; desde la Escritura a la literatura; desde el derecho canónico a la historia eclesiástica, porque -dijo el papa Pío XII en el elogio que hizo de él- nunca se contentaba de decir sólo palabras. Antes de hablar había dispuesto ya todos los medios para que su palabra fuera actuada. Fue sobre todo un hombre práctico. Podría incluso cantársele aquella antífona que va dirigida al Maestro divino: «Maestro, a tu lado celebraremos la Pascua».
Fue en efecto el Papa de la Eucaristía, y el restaurador del culto sacro: no sólo en el breviario, sino particularmente en el canto sacro, que él reintegró a su cometido y misión en la Iglesia de Dios.10 Supo asimismo resolver las cuestiones | [Pr 5 p. 30] discutidas desde hacía tiempo sobre la frecuencia a la comunión, la comunión de niños y enfermos, así como las disposiciones necesarias para hacerla.11 Y estimuló a todos hacia el sagrario y la confesión. En cuanto a la piedad, para hacerla más viva, quiso que los maestros de ella, los sacerdotes, fueran santos. Y no sabemos si su «Exhortación al Clero»12 deba insertarse en este punto o recordarla al tratar de la codificación del derecho canónico, con el que intentó encaminar rectamente a todos.13
Pensando en la exhortación al clero, se le puede aplicar a Pío X la tercera antífona: «Maestro, ¿que he de hacer para salvarme?» (Mc 10,17). Y lo indicó bien. En efecto fue eficacísima su obra para renovar las costumbres del pueblo cristiano, para desenvolver
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la delicadeza en los jóvenes, para hacer reflorecer la caridad en medio del pueblo, para reconducir a todos a la observancia de la pobreza, para que religiosos y sacerdotes vivieran según su misión.
Conocemos la firmeza que tuvo en sostener los derechos de la Iglesia. Resultó sorprendente el acto tan fuerte que realizó respecto a Francia.14 No se esperaba eso de él, tan amante de considerarse un párroco de campesinos o el cardenal de la campiña. No se esperaba, pero fue altamente saludable y sirvió no sólo para inculcar a Francia una nueva vida cristiana, sino para señalar la orientación a las demás naciones.
Nos planteamos una pregunta, porque queremos sacar algo práctico para nosotros: ¿Cómo llegó Pío X a tal altura de santidad? ¿Cómo supo gobernar tan sabiamente la Iglesia? ¿Cómo fue capaz de resolver las cuestiones más difíciles de su tiempo? Tal vez la pregunta requiera una respuesta compleja, aunque cabe | [Pr 5 p. 31] simplificarla: Pío X, desde niño, hacía bien las cosas que debía hacer. Era un jovencito piadoso, un alumno diligente, un clérigo estudioso y bueno, un capellán modelo, un párroco celante, un obispo que se impuso en Mantua a la masonería y al pueblo con su caridad y benevolencia. Y fue un cardenal, patriarca de Venecia, admirado por todos. Por eso hizo bien las cosas como Papa. Cuando se desempeña bien cualquier cometido, en todos los períodos de la vida, se está preparados a todos los oficios que la Providencia encargue. ¡Hay que hacerlo todo bien!
Por todas partes Pío X practicó tres virtudes: la humildad, la docilidad, la bondad. Igual que fue humilde y dócil muchacho en Riese con su párroco y en casa, así lo fue cuando, ya Papa, obraba aquellos prodigios que iban divulgándose, aunque con mucha prudencia. «¡Vaya!, me dicen -confiaba a un amigo- que me he puesto a hacer milagros. ¡Faltaría más que no debiera hacer también esto!» Y camuflaba como una broma lo que todos admiraban.
¡Qué dócil era a la corrección! Y al mismo tiempo, si se quisiera leer el modo como dirigía a los clérigos cuando fue vicario de la diócesis y director espiritual, todos los jóvenes tendrían
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mucho que aprender. Quería la obediencia a cualquier costo, y la humildad hasta aceptarlo todo.
Recordemos también su bondad; él es el santo de los trabajadores, el santo de los pobres.15 Y en su testamento dejó escrito: «Nací pobre, he vivido pobre, y quiero morir pobre». Dios se encargó de exaltar tanta humildad y tal espíritu.
Naturalmente todo esto procedía de la piedad profunda, de su devoción a Jesús eucarístico, de su devoción a María. De otro modo no cabría explicar cómo, en un pontificado no tan largo (14 años), haya podido decidir unos tres mil actos, firmados por él y dirigidos todos | [Pr 5 p. 32] al verdadero bien; actos que eran oportunos, dados los tiempos y las circunstancias en que entonces vivía la Iglesia, y que llevaron su acción a todos los campos.
Ahora nos toca también a nosotros recabar algún fruto, y será éste: hacer bien lo que debemos hacer. Cuando el niño hace las cosas bien, también las hace el jovencito, etc., pues el Señor le guía a cumplir cuanto estaba establecido para él en los designios divinos. Hay personas que corresponden de lleno a su vocación, porque cada año de la propia vida, en cualquier oficio y deber se aplican a desempeñarlo lo mejor que pueden. Y hay otras personas que nunca corresponderán del todo a su vocación y a los designios de Dios sobre ellas al crearlas, pues por una parte derrochan las gracias y, por otra, no corresponden a los cuidados de sus superiores: no salen a flote en ningún oficio, piensan siempre en bienes mayores mientras olvidan el que tienen entre manos. Viven de fantasías.
Hay que hacer bien lo que tenemos que hacer, en cuanto sea posible a nuestra pobre humanidad. Y Dios estará con nosotros, nos guiará, se servirá de nosotros en las obras de su gloria, en las obras que santificarán nuestra alma y que nos prepararán un gran tesoro de gloria en el cielo.
Pongámonos esta pregunta: ¿Cumplimos bien lo que debemos hacer cada día? ¿Somos diligentes en nuestro cometido, en nuestro puesto? Quiero decir: ¿hacemos bien las cosas en las
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clases superiores, en el apostolado, en la piedad, en las confesiones?
¿Rezamos siguiendo nuestro Libro de las Oraciones? ¿Hacemos bien el apostolado? ¿Seguimos toda la instrucción y toda la dirección dadas por los maestros que tenemos a nuestro lado? ¿Tenemos el espíritu de pobreza? ¿Somos rectos?
[Pr 5 p. 33] Hagamos bien las cosas en todo tiempo. En la vida, uno tendrá una trayectoria, otro tendrá otra; pero serán todas sendas que van hacia el cielo. Y a la hora de morir se podrá decir: «Cursum consummavi».16 Y cuando hayamos hecho lo que Dios esperaba de nosotros, en el lecho de muerte, estando ya sin fuerzas, aún podremos hacer lo que es más útil a la humanidad y a nosotros mismos: aceptar la muerte y ofrecer nuestra vida por las vocaciones, por la Congregación, por nuestros apostolados, por la salvación del mundo, como Pío X ofreció su vida por la paz del mundo.
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FIESTA DE LA ASCENSIÓN1
La gracia principal que pedir en esta meditación es la fe en el paraíso. Hemos de levantar nuestros corazones considerando que Jesús, concluida su jornada terrena, asciende al cielo y se sienta a la derecha de Dios Padre omnipotente, y allí prepara un puesto a cada uno de nosotros, esperándonos.
Leamos en los Hechos de los Apóstoles el relato de la ascensión de Jesucristo al cielo [cf. He 1,1-11].2
[Pr 5 p. 34] Jesús se presentó en el cenáculo donde estaban los apóstoles, y tuvo con ellos la última comida. Luego les invitó a salir de Jerusalén y subió al monte de los Olivos, la más alta de las colinas que circundan Jerusalén. Les dio los últimos avisos. Les encomendó la misión que debían cumplir, como leemos en el Evangelio. Después les bendijo, y comenzó a elevarse hacia el cielo. Y mientras ellos le miraban maravillados, una nube se lo ocultó a su mirada.
Podemos imaginar que en aquel momento los justos del Antiguo Testamento le habrán salido al | [Pr 5 p. 35] encuentro, y él, a la cabeza de toda la multitud, haya entrado en los cielos, superando a todos los coros angélicos, para ir a sentarse a la derecha del Padre.
«Vocem jucunditatis nuntiate»,3 cantamos el pasado domingo. Dejad oír la voz del gozo, hacedla llegar hasta las extremidades de la tierra, porque Jesucristo ha liberado del pecado al pueblo. Hoy podemos añadir otra voz, otra razón de alborozo: aquel día, nuestra pobre carne entró en el cielo. La humanidad estaba unida a la divinidad del Hijo de Dios y se sentó allí a la derecha del Padre.
Esto nos recuerda lo que nos tocará a nosotros: después de la resurrección, cuerpo y alma, reunidos, subirán al cielo. ¡Subiremos al cielo! Y para que entendieran esto los apóstoles, que estaban aún maravillados mirando al cielo, los ángeles, apareciéndoseles, les recordaron que un día Jesús volvería para tomarnos a todos y llevarnos con él.
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Quien le haya seguido en la tierra, le seguirá al cielo, ocupará el sitio que Jesús ha preparado. Jesús es el Camino completo, y la última parada de este recorrido es la anunciada en aquel gran día: «Galileos, ¿qué hacéis ahí plantados mirando al cielo? El mismo Jesús que se han llevado a lo alto de entre vosotros vendrá tal como le habéis visto marcharse al cielo».
Tenemos que recordar el cielo, en este tiempo, y pedir aumento de fe: «Credo vitam æternam».4 Subió al cielo, donde está sentado a la derecha del Padre.
Pero debemos recordar lo que Jesús dijo antes de elevarse de la tierra, como leemos en el Evangelio: «En aquel tiempo, se apareció Jesús a los once, estando ellos a la mesa, y les echó en cara su incredulidad y su terquedad en no creer a los que le habían visto resucitado. Y añadió: Id | [Pr 5 p. 36] por el mundo entero proclamando la buena noticia a toda la humanidad. El que crea y se bautice, se salvará; el que se niegue a creer, se condenará. A los que crean, les acompañarán estas señales: echarán demonios en mi nombre, hablarán lenguas nuevas, tomarán serpientes en la mano y, si beben algún veneno, no les hará daño; aplicarán las manos a los enfermos y quedarán sanos. Después de hablarles, el Señor Jesús subió al cielo y se sentó a la derecha de Dios. Ellos se fueron a proclamar el mensaje por todas partes, y el Señor cooperaba confirmándolo con las señales que les acompañaban» (Mc 16,14-20).
Aquí tenemos: los apóstoles parten, cumplen su misión, predican a Jesucristo, se ganan el paraíso.
Debemos cumplir bien nuestro apostolado, con el que nos ganaremos el paraíso. Es un paraíso hermoso, un paraíso doble, podríamos decir: para quien haya hecho el bien, es decir se haya hecho santo, y para quien haya santificado o sea salvado almas. El apostolado bien hecho, con espíritu apostólico, se asemeja a la predicación de Jesús. Somos cooperadores de su apostolado. Así pues, en estos días vamos a recordar y pedir con insistencia el aumento de fe en el paraíso.
Mañana empieza la novena al Espíritu Santo. Es la novena que celebraron y santificaron los apóstoles con María, quien les guiaba en la oración, les animaba, les asistía y elevaba sus
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mentes a la esperanza, recordándoles la promesa de Jesús de enviarles el Espíritu Santo. Esta novena fue la primera que se celebró solemnemente.
Unámonos en espíritu a cuantos en estos días harán esta novena, y pongamos | [Pr 5 p. 37] las intenciones de la Iglesia al celebrarla.
León XIII escribió de propósito una encíclica, acompañada por unas disposiciones, para preparar a los cristianos a solemnizar esta novena.
Las intenciones deberían ser las de María en el Cenáculo. ¿Quién puede adivinar las aspiraciones, deseos y solicitudes que partían del corazón de María y subían al cielo?
Esta Virgen bendita, que había apresurado la bajada del Hijo de Dios a la tierra, y que había hecho sonar la hora en que el Hijo de Dios encarnado debía comenzar su misión pública, ahora solicita al Padre celestial que envíe al Dador de luz, el Espíritu Santo. Debemos unirnos íntimamente a las intenciones de María, por toda la Iglesia. Ella se sentía ya entonces madre de la Iglesia, madre de los apóstoles.
Tenemos que invocar con María, por medio de María y en María, al Espíritu Santo; pedir que descienda con los siete dones sobre nosotros y que dé a todos la inteligencia de las cosas espirituales, la sabiduría celeste, los dones del consejo, de la fortaleza, piedad y temor de Dios, como también el don de la ciencia: en fin, todos los siete dones. Reflexionemos sobre ellos, meditando y pidiéndolos por medio de María juntamente con los apóstoles.
El sábado por la tarde, será -como ya meditamos el pasado domingo5- la canonización de Pío X. Dijimos que de él hay que aprender sobre todo la fidelidad a los deberes diarios: cumplir bien nuestras cosas, según el estado y las condiciones en que nos encontramos.
Pero aún cabe añadir que el Señor ha querido exaltar a Pío X por su humildad. Como María, la más humilde creatura, que fue exaltada por encima de todos los coros angélicos: Exaltata est!
[Pr 5 p. 38] ¿En qué consiste la exaltación? La exaltación de un alma es la santidad, es la elevación a un puesto más alto en el cielo. El Señor se ha complacido en exaltar a Pío X, tan humilde a la
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vista del mundo. Y la humanidad y la cristiandad se conmueven ante esta exaltación. Será la canonización más solemne que la Iglesia haya conocido.6 ¡Aprendamos de él!
Debemos recordar, además, que en los próximos días será la clausura del mes de mayo. Si hemos santificado el mes, santifiquemos más aún los últimos días. Así el mes de mayo nos llevará al de junio, en el que se celebrará la solemnidad de san Pablo. Santificaremos también el mes de junio, en honor de nuestro Padre, tratando de comprender sus enseñanzas, seguir sus ejemplos y vivir bajo su protección paterna.
En los próximos días serán los Ejercicios espirituales de los sacerdotes, aquí en Roma, como lo fueron ya, al comienzo de mayo, en la Casa Madre [Alba]. Invoquemos todos al Espíritu Santo para que estos días sean un renovado Pentecostés.
Los Ejercicios espirituales de este año están encaminados especialmente al conocimiento, al amor, a la imitación y a la devoción a Jesús Maestro. Roguemos estos días al Espíritu Santo para que traiga una luz y una ciencia particular sobre tal devoción. Dice la Escritura: «Labios sacerdotales han de guardar el saber y en su boca se busca la doctrina» [Mal 2,7]. Es decir, de los labios del sacerdote revertirá sobre las almas la ciencia divina.
El sacerdote debe bautizar, pero debe sobre todo predicar, guiar las almas, orientarlas a la piedad.
Así pues, todos estamos interesados en rezar por el | [Pr 5 p. 39] sacerdote, y es también nuestro deber, pues hemos de restituirle de algún modo el bien que de él recibimos.
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ORACIONES DE CONSAGRACIÓN A MARÍA REINA DE LOS APÓSTOLES1
Esta meditación consta de tres puntos: 1) la consagración del apostolado a María, Reina de los Apóstoles; 2) las oraciones para la redacción, la parte técnica y la propaganda en el apostolado; 3) la consagración de nosotros mismos a María Regina Apostolorum.
1. La consagración de nuestro trabajo de apostolado a María Reina de los Apóstoles.
Invocamos a María para que ella no sólo suscite apóstoles, sino que dé a todos el espíritu apostólico. Consagramos a María las plumas con que se escribe, las máquinas, los tipos con los que se componen los artículos, los muros que forman los locales del apostolado, las máquinas de imprimir, las de encuadernar; en fin, todo cuanto concierne al apostolado, que deseamos hacer con el mismo espíritu con que Jesús predicó el Evangelio. Porque la máquina es un púlpito y el local del apostolado es una iglesia.
¡Hay que elevarse y tener respeto! Los locales del apostolado no son lugares para bromear o tener conversaciones inoportunas. Se ha dado el caso de que precisamente | [Pr 5 p. 40] el apostolado ha sido ocasión de simpatías peligrosas o también de antipatías. Si se estiman los locales de apostolado, no sucederá lo que a veces puede verse en ellos: desorden, polvo, papeles por el suelo. O se tiene fe y se cree que nuestro apostolado es de veras evangelización, o bien no entramos en el espíritu de la Congregación. En cambio, si se tiene esa fe, sí se entra en el espíritu de la Congregación y se desempeña el apostolado con espíritu sobrenatural. Y si se respeta los locales, se cuidan las máquinas; y si cae un carácter, se lo recoge.2 Y se reza para que las máquinas y los medios de producción sean cada vez más rápidos, más fecundos
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en el bien. Y se desea que, con el fin de progresar, puedan ponerse todos los medios e inventos al servicio de Dios.
Vamos a rezar la Consagración del apostolado a la Reina de los Apóstoles.
2. Son tres las oraciones que tenemos para rezar: Antes de la redacción; Antes del apostolado técnico, y Antes de la propaganda. De hecho, el apostolado se compone de tres partes: redacción, técnica y propaganda.
Esto vale para la prensa, para el cine y para las transmisiones radiofónicas y televisivas.
La redacción es la parte más importante y más difícil, antes que todas y más necesaria que todas. Si el apostolado ha de ser evangelización, se necesita, claro está, la obra del sacerdote, a quien Jesús dijo en la persona de los apóstoles: «Id y predicad» [Mc 16,15]. Nosotros tenemos que entrar en el espíritu de Jesús: «Igual que el Padre me ha enviado a mí, os envío yo también a vosotros» [Jn 20-21]. Jesús vino y cumplió la voluntad del Padre: «Yo he venido al mundo para dar testimonio a favor de la verdad» [Jn 18,37]. Y así os mando: «Id y haced discípulos de todas las naciones» [Mt 28,19].
[Pr 5 p. 41] Así que el trabajo de la pluma es necesario para la prensa, para preparar el guión en el cine y en las transmisiones radiofónicas o televisivas. Hay que rezar, pues, la oración Para la redacción.
Todos estamos interesados en rezar por la Oficina de Redacción, la Oficina de Ediciones. Todos deben pensar que, en la Congregación, después de la Casa general, la Casa de los Escritores y de las Escritoras es la primera y la más importante. Tiene necesidad de la asistencia y efusión del Espíritu Santo, al que invocamos de corazón, para obtener los dones intelectuales: sabiduría, ciencia, inteligencia y consejo. La redacción hay que hacerla con pureza de intención, en el espíritu de Jesús Maestro, Camino, Verdad y Vida.
Hay que rezar la oración Para el apostolado técnico, antes de la composición, de la impresión y de la encuadernación, ofreciendo nuestro apostolado con las intenciones con que Jesús trabajaba en la casita de Nazaret. Su trabajo era expiatorio por los pecados de los hombres. Y era redentivo, es decir, servía para redimir las almas del error y del pecado.
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Hay que rezar de corazón, y entrar con espíritu de recogimiento en la tipografía. Pidamos estas gracias al decir la oración por el apostolado técnico.
Debemos desempeñar bien el apostolado técnico. Los discípulos, por su parte, háganse jefes en sus respectivos sectores, y en la tipografía todos escuchen a los jefes de sección, cooperando dócilmente, de corazón.
Y luego, el trabajo de propaganda, que hace llegar la palabra de Dios a las almas. Imprimimos para que lean, como se habla para que oigan la predicación y la pongan en práctica.
Pero el oficio de propaganda tiene particulares dificultades, | [Pr 5 p. 42] pues requiere inteligencia, espíritu organizativo, vigilancia, precisión y, sobre todo recta intención. Véase lo que se ha escrito al respecto y que se conserva aún en todas nuestras librerías. Para éstas pedimos gracias especiales, y que todo el trabajo se haga con espíritu sobrenatural.
Hemos de llevar el mundo a Jesús Camino, Verdad y Vida, sin absorber el espíritu del mundo, sino dando el espíritu de Jesucristo.
Vamos a rezar la oración por la propaganda.
3. Y después de [haber] consagrado nuestro apostolado de redacción, de técnica y de propaganda, así como los locales y los medios de apostolado, consagrémonos nosotros mismos a María, para poder ser dignos apóstoles: «Dignare me laudare te, Virgo sacrata»: Hazme digno de alabarte, oh María; «Munda cor meum ac labia mea, omnípotens Deus»: Limpia mi corazón y mis labios (y mis manos), oh Señor, para que el apostolado sea santo y, con la bendición de María y de Jesús, produzca los mayores frutos. Rezamos, pues todos juntos:
«Recíbeme, María, madre, maestra y reina, entre los que amas, cuidas, santificas y formas en la escuela de Jesucristo, divino Maestro.
Tú reconoces en los planes de Dios a los hijos que él elige, y con tu oración les obtiene gracia, luz y auxilios especiales. Mi maestro, Jesucristo, se confió totalmente a ti desde la encarnación hasta la ascensión, y esto es para mí enseñanza, ejemplo y don inefable, por lo que también yo me pongo plenamente en tus manos. Consígueme la gracia de conocer, imitar y amar cada vez
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más a Jesús Maestro, Camino, Verdad y Vida; Preséntame a él, pues soy un pecador indigno, sin más título que tu recomendación para ser admitido a su escuela. Ilumina mi mente, fortalece mi voluntad, santifica mi corazón en esta etapa | [Pr 5 p. 43] de mi trabajo espiritual, para que aproveche tu gran misericordia, y pueda al fin decir: vivo autem iam non ego, vivit vero in me Christus.3
Apóstol san Pablo, padre mío y fidelísimo discípulo de Jesús, fortalece mi voluntad: quiero comprometerme con toda el alma hasta que se forme Jesucristo en mí».
Y ahora cantemos la antífona «Súscipe nos»,4 pidiendo que María nos reciba y nos acoja. Ella es la Reina, nosotros somos sus vasallos. Ella es la Madre, nosotros somos sus hijos: Súscipe nos! Y luego supliquémosla: «Roga Filium tuum», ruega a tu Hijo, para que mande muchos y santos obreros a su mies.5
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LOS DONES DEL ESPÍRITU SANTO1
Durante esta semana conviene repetir varias veces al día el tercer misterio glorioso, en el que se contempla la venida del Espíritu Santo sobre los apóstoles y sobre María santísima. Lo haremos para invocar que baje también sobre nosotros el Espíritu del Señor, el Espíritu que procede del Padre y del Hijo, con sus siete dones, la gracia septenaria. El profeta había dicho que sobre Jesucristo descendería el Espíritu Santo: «Requiescet super eum Spíritus scientiæ et intellectus».2 Nosotros hemos de vivir en Cristo, y como a él han descendido los dones del Espíritu Santo, así pedimos que desciendan para todo cristiano, | [Pr 5 p. 44] para cada uno de nosotros.
A esto nos lleva el evangelio de este domingo, tomado de san Juan: «En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos: Cuando venga el valedor que yo voy a mandaros recibiéndolo del Padre, el Espíritu de la verdad que procede del Padre, él dará testimonio a mi favor. Pero también vosotros daréis testimonio, porque desde el principio estáis conmigo. Os voy a decir esto para que no os vengáis abajo: os excluirán de las sinagogas; es más, se acerca la hora en que todo el que os dé muerte se figure que ofrece culto a Dios. Y obrarán así porque no han conocido al Padre ni tampoco a mí. Sin embargo, os dejo dicho esto para que, cuando llegue la hora de ellos, os acordéis de que yo os había prevenido» (Jn 15,26; 16,1-4).
Por eso, después que los siete dones se derramaron en Jesucristo, he aquí efundirse también sobre los apóstoles.
El Espíritu Santo es uno, pero sus efectos son múltiples. En la epístola de la misa, san Pedro dice: «Cada uno, como buen administrador de la multiforme gracia de Dios, ponga al servicio de los demás el carisma que ha recibido» [1Pe 4,10]. Cada cual tiene, pues, sus dotes y debe usarlas en beneficio de los demás, dispensando bien esa multiforme gracia recibida.
Ello quiere decir que, así como hay una multiforme sabiduría, hay también una multiforme gracia de Dios, una gracia que produce en nosotros muchos efectos.
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¿Qué son los dones del Espíritu Santo? Los habéis estudiado en el catecismo. Ayer tarde, entre las intenciones que tuve al ver la solemne canonización del papa Pío X, estaba esta: que todos estudiemos gustosamente el catecismo, por ahora el catecismo de Pío X. Él vive aún en la mente y en el corazón de cada uno con su catecismo. Debemos amar el catecismo.
[Pr 5 p. 45] ¿Qué dice el catecismo? Dice que los siete dones del Espíritu Santo son misericordiosas dádivas del Espíritu Santo, destinadas a perfeccionar en nosotros las siete virtudes fundamentales, es decir, las tres virtudes teologales y las cuatro virtudes cardinales. Los autores suelen diferir uno de otro al hacer el catálogo, pero la sustancia es esta.
Así que de corazón repetiremos por siete veces: «Emítte Spíritum tuum et creabuntur».3 Y como estos dones no los pedimos solo para nosotros, sino también para el apostolado, añadamos: «Et renovabis faciem terræ».4
Si hay apóstoles de corazón encendido en amor de Dios, de alma llena de Jesucristo y una instrucción y fe viva, entonces se renovará la faz de la tierra, de esta tierra cubierta aún de tantos errores, de tantas idolatrías y de tantos vicios. Todos juntos pidamos estos dones no sólo para nosotros sino también para cuantos, sacerdotes o laicos, se dedican al apostolado: todos ellos estén encendidos de amor a Dios y a las almas. Y al mismo tiempo pidamos que las almas sean dóciles en recibir los dones de Dios.
1. El primer don, según el libro que tengo aquí delante,5 se define como don del consejo. El mismo perfecciona la virtud cardinal de la prudencia, haciéndonos juzgar pronta y seguramente, por una especie de intuición, lo que conviene hacer, especialmente en los casos difíciles. Y de estos casos se dan muchos en la vida. Hay quien queda iluminado enseguida, descubre los peligros y conoce la voluntad de Dios.
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Hay, luego, personas que llegan incluso a saber aconsejar bien. Este don no lo tienen sólo para sí, sino también para los demás. Pero es necesario pedirlo.
[Pr 5 p. 46] Hace pocos días, hemos leído en el breviario que a san Antonino,6 obispo de Florencia, le llamaban Antonino de los consejos. Se lee en la vida del canónigo Allamano7 que él no se sentía llamado ni a la enseñanza ni a la predicación ni a otros ministerios ruidosos: «Yo me siento llevado a aconsejar». En su vida ejercitó este don, recibido abundantemente del Señor. ¡Y cuántas obras brotaron de sus manos! Santa Juana de Arco8 después de la oración decía a los soldados, y a ciertos capitanes de su ejército: «Habéis seguido vuestro consejo; yo he seguido el mío...». ¡Y era una joven! No había ciertamente estudiado lo referente al arte militar, pero sin embargo llevó el ejército a la victoria, porque poseía el don del consejo.
2. El don de la piedad. Este don perfecciona la virtud de la justicia, produciendo en el corazón un afecto filial al Señor y una tierna devoción a las Personas y a las cosas divinas, ayudándonos a cumplir con santo esmero los deberes religiosos. Al don de la piedad, comunicado por el Espíritu Santo, alude san Pablo cuando dice: «Accepistis Spíritum adoptionis, in quo clamamus Abba Pater».9 Vosotros habéis recibido el espíritu de adopción, ya no el temor del tiempo antiguo sino la confianza, el amor filial a Dios.
Del don de piedad viene el amor a Jesús eucarístico, a la santísima Virgen, al apóstol Pablo, a la Iglesia y a los superiores. Hay una piedad filial y una piedad fraterna. Se encuentran a
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veces personas sin bondad con los hermanos, o sin reconocimiento para los superiores: pidamos el don de piedad.
3. El don de la fortaleza. Este don perfecciona la virtud de la fortaleza, dando a la voluntad | [Pr 5 p. 47] un impulso y energía que la capacitan para obrar y padecer alegre e intrépidamente grandes cosas, superando todos los obstáculos. Oísteis ayer tarde al santo Padre qué elogios hizo sobre la fortaleza del mansísimo Pío X. Éste, en efecto, fue suavísimo en compadecer a todos los errantes, pero fortísimo en defender a Dios y la verdad y en cumplir su deber apostólico.
4. El don del temor. Tenemos que pedir en especial el temor que inclina la voluntad al respeto filial de Dios. No debemos temer sólo el castigo, el infierno, sino sobre todo temer el desagradar al Señor con el pecado. El temor filial nos aleja del pecado, porque éste disgusta a Dios, y en cambio nos abre a esperar la poderosa ayuda divina.
Cuando nos preparamos a la confesión, pidamos este temor filial del pecado, temor que nos haga detestar el pecado cometido y proponer no volver a cometerlo.
5. El don de la ciencia. Por ciencia no se entiende el conocimiento filosófico y teológico de por sí, sino la ciencia de los santos. Ésta supone, claro está, en cierto grado la ciencia teológica, pero aporta un gran perfeccionamiento. La ciencia de los santos, en altísimo grado, la encontramos en san José, aunque no hubiera estudiado libros de teología y consultado a los padres. Esto era imposible; pero sabía bien leer en la Escritura.
El don de la ciencia, bajo la acción iluminadora del Espíritu Santo, perfecciona la virtud de la fe, haciéndonos conocer las cosas creadas en su relación con Dios. Insigne, en este don, fue san Francisco de Asís, que invitaba a todas las criaturas a alabar el Señor con el célebre «Himno al sol».10
[Pr 5 p. 48] Este amor a las criaturas, quede claro, procede del don de la ciencia. Debemos servirnos de todo para ir a Dios, invitar a que
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todos y todo cante e Dios. «Dómine, Dóminus noster, quam admirábile est nomen tuum in universa terra».11
6. El don de la inteligencia, bajo la acción iluminadora del Espíritu Santo, nos da una penetrante intuición de las verdades reveladas, aunque sin desvelarnos el misterio. Cuando al Cura de Ars le preguntaron por qué estaba al fondo de la iglesia, durante tanto tiempo, sin mover los labios, pero con la mirada fija en el sagrario, respondió: «Yo le veo a él y él me ve a mí». En su espíritu veía a Jesús y pensaba que Jesús le mirase con ojos de bondad y de misericordia.12
Este don debe hacernos entender mejor la devoción al Maestro divino, Camino, Verdad y Vida, o sea al Maestro completo.
7. Por último, el don de la sabiduría, un don que perfeccionando la virtud de la caridad, nos hace discernir y pensar de Dios y de las cosas divinas en sus más altos principios, gustándolas. Por eso damos altísima relevancia a este don al leer el Evangelio y las Cartas de san Juan.
En los siete días que nos separan de Pentecostés, pidamos los siete dones. Los pedimos enseguida, ahora, con corazón humilde, pensando en el momento en que el Espíritu Santo descendió en forma de fuego que, dividiéndose en llamas, fue a posarse primero en la cabeza de María, luego en la de los apóstoles. ¡Ojalá una llamita divina, llama de Espíritu Santo, descienda sobre nosotros como luz y como calor!13
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[Pr 5 p. 51]
DOLOROSA1
Dos veces al año recuerda y celebra, la Iglesia, los dolores de la santísima Virgen: la primera el viernes de pasión y la segunda hoy, 15 de septiembre.
La primera vez recuerda los dolores de María particularmente como corredentora, como aquella que unió su pasión a la de Jesucristo. Los corazones de María y de Jesús estuvieron siempre unidos en la misma misión de salvación de la humanidad y por tanto en la misma pasión. En el Calvario había dos altares: uno la cruz para Jesús, y el otro el corazón de María, cuya alma estaba siendo traspasada por una espada de dolor, mientras los clavos atravesaban manos y pies de su hijo Jesús.
Hoy la Iglesia quiere especialmente que | [Pr 5 p. 52] consideremos a María como modelo de paciencia y como Regina Mártyrum.
Hermosísima es la multitud de los mártires que en el cielo alzan las palmas victoriosas, enrojecidas con su sangre. A veces, a la palma se une el lirio, como en santa María Goretti.
A la cabeza de esta gloriosísima muchedumbre de testimonios y de su fe está el propio rey de los dolores, Jesucristo; y luego María, Regina Mártyrum.
En esta jornada hemos de pedir diversas gracias; recordamos algunas.
1. Seguir bien la misa. En el Calvario había tres piadosas mujeres; estaba Juan evangelista, y algún otro de los fieles seguidores de Jesús. De María aprendamos el modo de seguir la misa. El sacrificio de la cruz fue el primer sacrificio, los demás son una actualización de él. Sigamos las santas misas en unión con María, pidiéndole sus sentimientos e intenciones.
2. Otra gracia que pedir es entender qué es la pasión católica. Hay quienes se rebelan a la cruz y otros que la aceptan y la santifican como penitencia de sus pecados, para aumentar los méritos para la vida eterna y para ejercitar las virtudes. Jesús y María en el Calvario sufrieron una pasión católica, es decir, padecieron para redimir al mundo, en beneficio de las almas.
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Nosotros debemos satisfacer por los pecados de la humanidad y pedir al Señor la gracia de que esta humanidad elija el camino que lleva al cielo, al eterno gozo, aunque sea un camino arduo, | [Pr 5 p. 53] y a veces sembrado de espinas, y por eso más difícil que el del placer.
Pero el placer y el deber dan dos resultados muy diversos. El placer se presenta con cara atractiva y lisonjera; el deber, en cambio, con rostro severo y exigiendo sacrificio. «El que quiera venirse conmigo, que reniegue de sí mismo, que cargue con su cruz y entonces me siga» [Mt 16,24].
Podemos sentirnos unidos a toda la humanidad y entrar en los corazones de Jesús y de María que sufrieron por la humanidad. Nuestra pasión es católica, o sea universal en la intención, cuando sufrimos para socorrer a todos los débiles, para hacer penitencia por cuantos están en el camino equivocado e intentar obtener su conversión. Queremos que la humanidad reconozca a su Dios, y a Jesucristo como su salvador, y encuentre el camino del cielo.
3. Pidamos la gracia de saber mortificarnos. Toda la vida de Cristo -dice la Imitación- fue cruz y martirio. San Alfonso, en dos preciosas meditaciones, demuestra que el martirio de María fue el más prolongado entre el de los santos y mártires, y fue el más penoso y el más santo, por sus intenciones y por el modo con que ella supo sufrir hasta el último momento.
Dice un escritor que el corazón de María estuvo siempre bajo la prensa del dolor, desde el nacimiento de Jesús hasta el Calvario, en el temor y en la previsión de la pasión del Hijo. Ella sufrió compartiendo con Jesús los dolores de una pasión del corazón. Luego, a la muerte y separación de su Jesús, la oprimió aún la prensa del dolor.
Toda la vida de María fue un martirio.
Conviene recordar un canto que se entonaba hace tiempo. Tenía siete puntos. | [Pr 5 p. 54] Vamos a evocarlos en nuestra lengua.
1. Recuérdate, Virgen María, de la espada de dolor que clavó en tu corazón la profecía de Simeón, cuando te predijo la muerte de tu Hijo Jesús, y pon en nuestro corazón el dolor por los pecados, de modo que esta espada mate la serpiente maligna.
2. Recuérdate, Virgen María, del dolor experimentado cuando tuviste que tomar el camino de Egipto. Haz ahora que nosotros,
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desterrados hijos tuyos, volvamos de las tinieblas a la luz y después a los esplendores de la patria eterna.
3. Recuérdate, Virgen María, del dolor sufrido al buscar por tres días a Jesús, hasta encontrarle en el templo. Concédenos tener sed de Cristo, buscarle siempre y doquier, y que nuestra búsqueda se vea coronada por el éxito.
4. Recuérdate, Virgen María, del dolor que tuviste cuando Jesús fue capturado y atado por los judíos, flagelado, coronado de espinas. Escucha, María, el grito de tus hijos y rompe las cadenas de nuestros pecados.
5. Recuérdate, Virgen María, del dolor que sufriste cuando Jesús fue levantado en cruz y entre espasmos indecibles entregó su espíritu al Padre. Concédenos participar en el sacrificio de la cruz y de las sagradas llagas de Cristo.
6. Recuérdate, Virgen María, del dolor experimentado al recibir en tus brazos el sacrosanto cuerpo de Jesús, con sentimientos de profunda piedad. Estréchanos también a nosotros, oh Madre, a tu seno, para que gocemos por siempre de tu amor.
7. Recuérdate, Virgen María, del dolor sufrido cuando Jesús, envuelto en la sábana, fue colocado en el sepulcro. Lava nuestras almas con la preciosísima sangre de tu Hijo y, en la hora extrema de nuestra vida, infúndenos | [Pr 5 p. 55] sentimientos de arrepentimiento, de fe, de esperanza y de caridad; después ábrenos las puertas del cielo.
Pidamos de modo particular la gracia de saber sufrir algo, de soportar también nosotros las pequeñas penas que encontramos en nuestra vida y de valorar la mortificación interna.
La mortificación interna comprende varias cosas:
La mortificación de la mente. Nunca debemos abandonarnos a cualquier pensamiento, sino sólo a los buenos. De éstos debemos alimentar nuestra mente, no dejándola ir vagando por aquí o allá sin disciplina.
Hay que mortificarse en las lecturas: leer lo que nos señalan, estudiarlo cuando es necesario.
La mente tiende a escapar de la oración, y es preciso mortificarla, llamarle la atención muchas veces, si es que la divagación tendiera a prolongarse, hasta que la oración haya concluido. Una oración durante la cual el alma combate continuamente contra las
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distracciones, para tener al menos algún sentimiento de fe, de humildad, de amor..., es siempre una oración bien hecha, aunque haya habido gran trabajo y hayamos sufrido en un doble frente.
Se da mortificación de la mente cuando se escuchan los avisos del confesor, o las correcciones, o las orientaciones y advertencias hechas públicamente o en privado.
La mortificación se practica, además, particularmente cuando se combate los pensamientos no buenos, contrarios a la fe, la caridad, la obediencia, o a la pobreza, la paciencia, la humildad.
Es preciso entonces llamar la atención a nuestra mente, ponerla en su sitio y contrarrestar con un acto de virtud la tentación en curso: al orgullo contraponer un acto de | [Pr 5 p. 56] humildad, a la impaciencia un acto de paciencia; o, si la tentación es contra la fe, contraponer un acto de fe, incluso recitando la fórmula que tenemos en nuestras oraciones.
Mortificación de la voluntad. No todo lo que place a Dios, nos gusta a nosotros; muchas veces nuestra tendencia natural es contraria, porque siempre «caro concupíscit adversus spíritum»: la carne tiene deseos contrarios al espíritu [Gál 5,17]. Hay dos tendencias en nosotros: una es la tendencia celestial, que nos lleva a seguir a Jesús, a María, a san Pablo; la otra es la tendencia que nos lleva bien lejos, hacia la libertad, no la de los hijos de Dios sino la de quienes se rebelan a él y siguen las lisonjas del demonio. A ella hay que oponer un acto de obediencia: «No se realice mi designio sino el tuyo» [Lc 22,42]. ¡Cuántos méritos!
Veamos si en la observancia de los horarios, desde por la mañana hasta la noche, y en la aplicación a las ocupaciones que nos han sido asignadas, veamos si continuamente, de hecho, atestiguamos: «Cúmplase tu designio en la tierra como [hacen los ángeles] en el cielo» [cf. Mt 6,10].
¡Que las comunidades estén compuestas de ángeles, cuya ocupación en el cielo es cumplir a porfía la voluntad del Padre celeste! Cada uno de ellos desempeña su tarea, ¡pero con cuánta diligencia, con cuánto amor cumple cada cual el divino querer!
Está en el centro del padrenuestro, y siempre debemos poner el acento en esta expresión: «Hágase tu voluntad como en el cielo así en la tierra» entre nosotros.
Mortificación interna, mortificación del corazón: «Aprended de mí que soy sencillo y humilde» (Mt 11,29). Es preciso frenar
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la ira, los rencores; aún más, es preciso excitarnos a sentimientos de piedad y de amor en la oración. Un corazón lánguido, | [Pr 5 p. 57] tibio, es un corazón que no agrada a Jesús. ¿Qué ve en nosotros Jesús cuando estamos acercándonos a la comunión? ¿Ve un corazón con abundantes sentimientos de piedad, de fe, de amor o, por el contrario, un corazón frío y lánguido, indiferente a su amor? ¿Introducimos a Jesús en un lecho frío, peor, en un lecho cubierto de espinas?
Tenemos que mortificar el corazón cuando tiene tendencias que no son buenas, aprendiendo a frenarlo y saber formarlo con sentimientos buenos, de fe, generosidad, piedad y humildad.
Pidamos a María que por sus dolores haga nuestro corazón semejante al suyo. Y particularmente en este momento pidamos saber practicar la mortificación interna de la mente, del corazón y de la voluntad.
Pero una mortificación constructiva es la que no sólo combate el mal, sino que busca especialmente sustituirlo con el bien. Por ejemplo: si hay envidia, poner sentimientos de caridad.
¿Sabemos mortificar, guiar, dominar nuestra mente, ocupándola en cosas santas? ¿Sabemos al menos rezar con recogimiento?
¿Mortificamos nuestra voluntad? ¿Ha entrado en nosotros el espíritu de obediencia?
¿Sabemos guiar nuestro corazón, o lo dejamos libre para seguir sendas tortuosas?
Hágase ahora el propósito y luego cántese solemnemente la Salve Regina para recordar los dolores de María y para obtener la gracia de la mortificación interior.
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[Pr 5 p. 58]
SANTA MISA1
Pidamos al Señor la gracia de reforzar nuestras devociones esenciales: la devoción eucarística, la devoción mariana, la devoción paulina; hoy particularmente la devoción a la santísima Eucaristía. Suplicamos la gracia de conocer cada vez mejor el gran don, la gracia de corresponder al gran don, la gracia de que un día podamos ver a Jesús sin velos.
Si en tierra la fe debe suplir a los sentidos, en el paraíso nuestra alma se fijará directamente en Jesucristo.
Consideremos, por ahora, la misa. Tenemos tres figuras del Antiguo Testamento: el sacrificio de Melquisedec, que nos preanuncia el sacrificio de la misa ofrecido en pan y vino; el maná, con el que se alimentaron por tanto tiempo los hebreos en el desierto, símbolo de la comunión: «Panem de cœlo præstitisti eis»;2 el tabernáculo en el templo de Jerusalén y la nube que lo cubría en determinados momentos, llenando el templo, figura de la presencia real de Jesucristo en el sagrario.
Luego, cuando Jesús predicó su Evangelio a las turbas en las veredas de Palestina, preanunció el gran misterio, especialmente con los milagros de la multiplicación de los panes y con el discurso que nos transmite san Juan: «Yo soy el pan vivo | [Pr 5 p. 59] bajado del cielo; el que come pan de éste vivirá para siempre... Quien come mi carne y bebe mi sangre tiene vida definitiva» [Jn 6,50].
Jesús se preparó para la última Cena, y quiso que se preparasen los apóstoles. Lleno de ardor, se preparó al gran sacrificio. Por el deseo de ser bautizado en el bautismo de sangre, apresuraba el paso para su último viaje a Jerusalén [cf. Lc 9,51], pues debía finalmente dar a los hombres la extrema señal: la señal suprema de su amor por nosotros, y quiso que los apóstoles preparasen el cenáculo, grande, adornado para la última Cena. Allí cumplió el sacrificio, es decir, celebró la primera santa misa. «Tomad, comed: esto es mi cuerpo. Bebed todos de ella [la copa], pues esto es la sangre de la alianza mía, que se derrama por todos para el perdón de los pecados» (Mt 26,28).
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Hubo, pues, una preparación de siglos. Preparación a la misa, ratificada por la conducta de Jesús.
No se puede escuchar con ligereza la misa, ni recibir con ligereza la comunión. Cuando se baja de la propia habitación para ir a la iglesia, no es como para ir al desayuno o al recreo. ¡Hay que tener pensamientos santos! Jesús dice a los apóstoles: «Parate nobis»: id a preparar para la Cena [cf. Lc 22,8]. Debemos ir a la iglesia rezando el rosario; recogidos, concentrados en pensamientos elevados y, a la vez, humildes: elevados, por la grandeza del acto; humildes, por conocer nuestras necesidades. Nuestro corazón está hecho para Dios, por eso no tendrá nunca paz sino en Dios.
La misa se divide en tres partes.
1. Jesús predicó el Evangelio, antes de ofrecer el sacrificio de la cruz; y en la misa tenemos la instrucción, que va hasta el credo inclusive, para pedir | [Pr 5 p. 60] al Señor aumento de fe, la gracia de llenar nuestra mente de sabiduría celestial: «Mens impletur gratia».3 Hay que entender la epístola, y el evangelio. Cada misa tiene algo que decir, y quien sigue el misalito ciertamente capta, por lo menos en cierta medida, la enseñanza de Dios, que la Iglesia quiere darnos. Pidamos aumento de fe. ¿Qué es eso de estar con indiferencia en misa, mientras habla Dios y mientras el acto de fe debe prepararnos al santo sacrificio?
¡Dios habla! ¡Qué lástima me causan quienes descuidan la misa! Pero también dan lástima quienes, estando en la iglesia, se muestran indiferentes a la palabra de Dios.
Santifiquemos la primera parte de la misa, pidiendo al Señor perdón de los pecados, para que en el alma pueda entrar la sabiduría de Dios.
2. Viene luego el sacrificio, que hemos de entenderlo bien. Nosotros, con Cristo, ofrecemos el pan y el vino: esto significa que en la consagración Jesús nos da la extrema prueba de su amor. «Nadie tiene amor más grande por los amigos que uno que entrega su vida por ellos» [Jn 15,13]. Pues bien, Jesús se inmola, y también nosotros nos ofrecemos y presentamos nuestras cosas. El amor llevado hasta el sacrificio es la virtud que
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resume todas las demás virtudes. «In hoc verbo instaurátur, dílige»: toda la ley y todas las virtudes se resumen en la palabra ama, en la caridad (cf. Rom 13,10.19).
Jesús da la vida por nosotros, y hemos de entender que nuestra vocación y misión es poner nuestras fuerzas, nuestro ingenio, nuestra vida a servicio de las almas. Ahí está el sacrificio de la misa. El sacrificio de la cruz viene a confirmar la predicación de Jesús, y por ese sacrificio obtenemos la gracia de creer | [Pr 5 p. 61] y de amar. Se puede en ese momento elevar una gran cruz sobre el altar. Pero es aún mejor hacer como hace la Iglesia: eleva la hostia, eleva el cáliz.
San Pío X insistía: en ese momento decid: «Señor mío y Dios mío».4 Terminada la consagración, el sacerdote distribuye el gran fruto del Calvario. El primer fruto va a Dios, da gloria al Señor: «Jube hæc perferri per manus sancti Ángeli tui»: Señor, ordena que tus ángeles vengan a tomar esta sangre y esta hostia, y las lleven ante tu majestad, para tu gloria.5
Luego, después del paraíso, presentamos el purgatorio: «Memento etiam, Dómine, famulorum famularumque tuarum, qui nos præcesserunt cum signo fídei et dormiunt in somno pacis».6
Seguidamente presentamos la Iglesia militante: «Nobis quoque peccatóribus»,7 esperando en la multitud de tus misericordias para que, viviendo bien, podamos tener «partem áliquam», un puestecito en el paraíso entre los demás santos.
Así pues, la segunda parte de la misa es sacrificial.
3. Desde el Páter noster a la lectura del último evangelio,8 tenemos la tercera parte de la misa: la comunión.
¿Nos preparamos con un acto de fe, con un acto de arrepentimiento? «Agnus Dei».9 ¿Nos preparamos declarando no querer separarnos nunca del amor de Jesucristo? ¿Y suplicando: «Prosit
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mihi ad tutamentum mentis et córporis», esta comunión me ayude y defienda en el alma y en el cuerpo?
En nosotros, que san Pablo parangona a un olivastro, el sacerdote introduce una joya preciosa y así quedamos injertados en Cristo. La | [Pr 5 p. 62] joya de las joyas es Jesucristo. Nos nutrimos de él y no sólo en el cuerpo -si bien favorece también al cuerpo, porque «futuræ gloriæ nobis pignus datur»,10 es prenda de la resurrección final-, sino sobre todo en el espíritu, pues se alimenta el alma recibiendo aumento de fe, de gracia, de virtud y de consuelos celestiales. «Omne delectamentum in se habentem»:11 este pan eucarístico encierra toda fuerza y delectación; de él se nutrían los santos muy bien, y lo recibían tras prolongada preparación, consistente especialmente en la purificación de la conciencia, en el deseo y en el acto de amor.
Luego sigue el agradecimiento, que en la misa está constituido por las palabras dichas para la purificación del cáliz, en la communio, la postcommunio,12 y en el [último] evangelio.
Injertados en Cristo, ya no produciremos los frutos escasos y desagradables del olivo bravío: «Oliváster cum esses tu, insertus es in bonam olivam»,13 sino los frutos de Jesús. Éste, a quien hace bien la comunión, le trae al corazón vitalidad y efervescencia de actividad espiritual. Es la santidad, es la virtud de alta tensión: no esa tensión baja, como la de una bombilla, sino la alta que viene de la vida de Jesucristo en nosotros cuando comulgamos bien.
Entonces daremos frutos de caridad, de celo, de diligencia en el estudio, de devoción, de respeto a los hermanos, a los superiores, a los inferiores; daremos frutos de vida comunitaria, espíritu de pobreza, castidad, obediencia, humildad, paciencia. «Fructus autem Spíritus».14 San Pablo enumera doce, número
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más bien ejemplificativo pues no agota ciertamente toda la cantidad de frutos que la comunión viene a traernos.
[Pr 5 p. 63] Las tres avemarías, la salve, los dos oremus, el «Cor Jesu Sacratíssimum...» repetido tres veces, el «Bendito sea Dios...»15 son oraciones con las que tratamos de resumir los frutos de la misa, pidiendo la gracia de conservarlos. A saber: el aumento de fe, que viene de la primera parte de la misa; el crecimiento de la caridad, que viene de la segunda parte de la misa; el incremento de la vitalidad, efervescencia, calor y alta tensión espiritual, que nos vienen de la comunión.
Nuestra vida es una misa. Instrucción, fe, amor a las almas, amor a Dios, sacrificio que cumpliremos en el lecho de muerte, y luego la visión eterna de Dios, y la asistencia a la misa eterna, donde celebra el gran pontífice Jesucristo, asistido por toda la corte celestial. La vida es un gran misa que se prolonga en la eternidad.
Preguntémonos: ¿Tratamos de entender mejor la misa? En ella ¿tenemos una devoción como la de san Luis? ¿Y la comunión? De la misa y de la comunión ¿sacamos frutos de vida espiritual? ¿Pensamos que la vida es una misa y que la misa es eterna en el cielo?
A veces es tan escasa la estima de la misa, que se acaba diciendo: «Misa más o menos...» ¡Somos tan ignorantes en las cosas espirituales! De este gran tesoro que es la misa, ¡hay tanta ignorancia en el pueblo cristiano! ¡Cuántos la pierden incluso los domingos! ¡Cuántos asisten a ella raramente! Al menos nosotros reparemos la indiferencia de tantos; y sobre todo participemos en la misa como oferentes. Idéntica es la víctima que se ofrece e idéntico es el oferente principal, Jesucristo; son idénticos los frutos que Jesucristo conquistó en el Calvario.
Unámonos al apóstol Juan y a María, y ofrezcamos con Jesucristo el gran sacrificio.
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[Pr 5 p. 64]
LOS APOSTOLADOS DE MARÍA1
Dedicamos el mes de octubre a meditar, glorificar y rezar a María. Pero no debe ser una devoción incolora, sino con el color Regina Apostolorum. Por eso consideraremos el título Regina Apostolorum: cuáles son las razones de este título y cuál la imitación que debemos tener para honrar a María Regina Apostolorum. Las oraciones, los cantos, los obsequios irán, pues, dirigidos a la Regina Apostolorum. Vamos a honrarla en particular con la práctica inteligente y generosa del apostolado y con el compromiso en la preparación al apostolado.
Si el Papa mismo, como se ha anunciado, promulgará solemnemente en la Plaza de San Pedro la misa a María Reina,2 nosotros, que tenemos esta devoción, debemos sentirla más que el común de los fieles; y más aún porque estamos en la iglesia Regina Apostolorum.
Es útil que todos y en cada casa tengan el libro Reina de los Apóstoles: el escrito por el P. Giaccardo,3 o el publicado más recientemente.4 Uno y otro contienen, en sustancia, lo que se meditó en la Casa Madre; primero durante todo un mes (mayo) y sucesivamente en muchos sábados y en las fiestas celebradas en honor de María Regina Apostolorum. A nadie del Instituto debería faltarle este libro. «¡Conoce a tu Madre!», y conócela bajo el particular título que debes invocar, honrar, seguir e imitar.
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En el índice del último libro encontramos estos títulos: | [Pr 5 p. 65] María es el apóstol: principios. - La vocación de María al apostolado. - Cristianización del mundo por María (resumen de la encíclica de Pío X5). - Los apostolados de María: apóstol de la vida interior, apóstol de la oración, apóstol del ejemplo, apóstol del sufrimiento, apóstol de la acción: en primer lugar, de la beneficencia; luego en cuanto preparó la víctima de la redención, después en cuanto participó en la inmolación de la víctima; y en cuanto al fruto de tal inmolación, María es la corredentora. Vienen a continuación las condiciones para cumplir bien el apostolado: una gran fe (es la base), y luego un gran corazón, amante de Dios y de las almas.
El apostolado, además, hay que considerarlo según sus dos fines: gloria a Dios y paz a los hombres, y ello ocupa dos meditaciones. El apostolado concierne ante todo al honor de Dios, y después a la salvación de las almas. Se pasa por tanto a los apostolados particulares: para la familia, para la Iglesia, apostolado de la enseñanza, apostolado apologético (la defensa de la Iglesia); apostolado para la salvación de los pecadores (María refugio de los pecadores); apostolado de la perfección o sea del progreso de las almas (María santificadora); los apostolados modernos: prensa, radio, cine, televisión; apostolado respecto a la mujer, apostolado para las vocaciones (María Reina de los religiosos: dos meditaciones). Después, centrándonos en nosotros, ¿qué disposiciones llevar al apostolado? ¿Qué devoción en particular cultivar para formarnos al apostolado? ¿Cuál debe ser el corazón del apóstol paulino? Apostolado universal, amor a todos los hombres: escribir, | [Pr 5 p. 66] dar la verdad, diversamente no somos paulinos.
María, que obtiene el Espíritu Santo a la Iglesia y a los apóstoles, debe formarnos a nosotros. María apóstol de la civilización cristiana: lo cual impone pensar en los grandes problemas de hoy, los problemas de la paz y de la sociología cristiana. ¡Oh, si san Pablo viviera ahora, de qué problemas nuevos se agitaría su corazón! ¡Y cómo se lanzaría para socorrer a la humanidad, para encaminarla por el sendero de la verdad, ahora cuando, en gran parte, el mundo está lleno de mentiras y engaños,
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y falsísimas ideologías atribulan a la humanidad y minan el cristianismo en su base!
Llega, en fin, la conclusión, es decir la consagración de nosotros mismos y de nuestro apostolado a María, que deseamos hacer con su mismo espíritu y generosidad. Se dan varios ejemplos.
Si hojeáis el libro La Reina de los Apóstoles escrito por el P. Giaccardo, hallaréis mucha utilidad en los ejemplos. El primero es de san Bernardino de Siena, apóstol del Renacimiento; luego, san José Benito Cottolengo, apóstol de los pobres; el apóstol del Chiablese y de la verdadera piedad, san Francisco de Sales; el apóstol escritor, predicador, maestro y doctor de la ciencia moral, san Alfonso de Ligorio; a continuación, san Pío V, el apóstol del pueblo cristiano, gran defensor de la Iglesia; después está el apóstol del rosario y, puede decirse también, de la civilización cristiana, santo Domingo; el apóstol predilecto de Jesús y de María, san Juan evangelista; el primer apóstol de España, Santiago Mayor; hay luego tres apóstoles de la juventud, que dejaron particulares ejemplos para la santificación de los años juveniles: san Estanislao Kostka, san Juan Berchmans y san Luis Gonzaga. | [Pr 5 p. 67] Fue providencial lo acaecido entre María y santa Catalina Labouré, a la que se puede llamar apóstol de la potencia de María, como san Juan lo fue de la verdadera y perfecta devoción a María. En fin, se habla de la sede del apostolado mariano en Roma: Santa María Mayor.
Se trata luego del apostolado en los diversos sectores sociales: en la piedad, san Pío X; en la vida evangélica y en la caridad fraterna, san Francisco de Asís. Después el apóstol precursor que dio el tono a la Acción Católica, Pío Brunone Lanteri. Y otros apóstoles, como san Bernardo, san Juan Vianney, san Andrés Corsini, san Fidel de Sigmaringa, concluyendo con el ejemplo del papa Pío XI; hoy habría que añadir el ejemplo de la piedad mariana de Pío XII. Y también habría que recordar a san Gabriel de la Dolorosa, santa Bernardita Soubirous, el beato Juan Eymard,6 apóstol de la Eucaristía, santa Bartolomea Capitanio, santa Teresa del Niño Jesús y san Luis María Grignion de Montfort.
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Convendría también que en el próximo octubre, y luego en la novena de la Inmaculada, recordásemos a nuestros difuntos, especialmente a quienes han dejado entre nosotros un suave y edificante perfume de virtud, sean sacerdotes, discípulos, o Hijas de San Pablo, o Pías Discípulas, o Pastorcitas difuntas. Recordemos a los nuestros, mirando a los mejores.
La Providencia ha puesto en medio de nosotros ejemplos admirables qua imitar. Puede decirse que ya no es el caso de recurrir a demasiados hechos y referencias de fuera, pues los hemos tenido entre nosotros, delante de los ojos, y estamos persuadidos de que estas almas, habiendo pasado muy silenciosamente, están ya en posesión de la gloria y se interesan de nosotros. Percibimos | [Pr 5 p. 68] estar con ellas y las sentimos estar con nosotros, dándose un intercambio de afecto y de influjo místico entre quienes han pasado al eterno descanso y quienes viven actualmente.
De modo especial léase la vida de Maggiorino Vigolungo y la vida del P. Giaccardo.
¡Despertar! ¡Considerar lo dicho en la introducción al libro María Reina de los Apóstoles: «Procurad apóstoles, y dadles por guía a María, el apóstol y la Reina»!7 Ella es la Madre, la capitana de los apóstoles y de todo apostolado moderno, que ella misma inspira y protege.
Hay que concretarse, pues, en una devoción coloreada, con el color Regina Apostolorum.
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APOSTOLADO DE LA ORACIÓN1
Primer día de octubre: comenzamos el mes consagrado a María, la Virgen del Rosario; este año, en modo especial, consagrado a la Realeza de María. En estos primeros tres días consideraremos los tres apostolados de María: apostolado de la oración, del buen ejemplo y del sufrimiento. Entramos así en el verdadero espíritu de la devoción a la Regina Apostolorum.
No es solo un título dado a María, sino un reconocimiento de la gran misión que ella tuvo: así como Jesús es redentor y María es corredentora, así Jesús es el apóstol y María también | [Pr 5 p. 69] apóstol o coapóstol en unión a Jesucristo y en dependencia de él.
Entre los apostolados, el más simple y fácil es el de la oración, y lo recordamos el primero porque en nuestra jornada varias veces repetimos la oración del apostolado, o sea el «Corazón divino de Jesús... te ofrezco, por medio de María...», etc. Y puesto que estamos comenzando el día, repitámosla bien, con mucha atención y fijándonos en el sentido.
Para comprender enseguida la belleza del apostolado de la oración, recordemos que, por medio de este apostolado, nos unimos al mismo apostolado de Jesucristo en el sagrario, donde él continuamente ora y suplica por la humanidad; nos unimos particularmente a las intenciones que Jesús tiene en la parte central de la misa, la consagración. Las palabras «en comunión con el sacrificio eucarístico», significan que cada acto de la jornada, cada oración, cada sufrimiento, todo el apostolado, todo el estudio, los mismos recreos y hasta el descanso, todo el trabajo espiritual y toda la atención puesta en la formación, todo puede ser apostolado, todo puede redimir las almas.
Quiere esto decir que mientras atendemos a nuestras cosas con sencillez y recta intención, actuamos lejos, muy lejos; actuamos en todo el mundo, uniendo nuestras obras e intenciones a las del propio Jesucristo. ¡Gran elevación: todo el trabajo se
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hace redención!2 Por eso rezamos a menudo esta oración, con la fórmula que recitáis ahora o incluso con otra más breve.
Este apostolado se lo propusieron los clérigos de un seminario. Se reunieron y, habiendo considerado en una conferencia hecha entre todos, las grandes | [Pr 5 p. 70] necesidades de la Iglesia, de las almas, de los pecadores, de los paganos, de los herejes, etc., concluyeron: Hagamos una cruzada de oraciones. Y de aquel germen nació la gran institución, que hoy comprende casi 50 millones de inscritos, un ejército de orantes: el Apostolado de la Oración.
Para comprenderlo, conviene recordar el texto de Santiago y el de san Pablo. Dice Santiago: «Orate pro ínvicem ut salvémini. Multum enim valet deprecatio iusti assidua»: Rezad unos por otros para que os curéis; mucho puede la oración intensa del justo [Sant 5,16]. Dice el apóstol: ad ínvicem orad. Y esto puede hacerse entre dos personas que se unen y dicen: recemos recíprocamente. Y puede ampliarse a muchas personas, a todo el mundo. Este apostolado adquiere un vigor especial, porque es ejercicio de caridad. La primera caridad es la de la verdad, la segunda caridad es la de la oración: ut salvémini: para salvarse/curarse. Así pues, si amamos, no nos perdamos en vanos sentimientos o alegatos: recemos.
San Pablo por su parte escribe: «Lo primero que recomiendo es que se tengan súplicas y oraciones, peticiones y acciones de gracias por la humanidad entera» [1Tim 2,1]. Pablo tenía en su corazón los mismos deseos de Jesús: por todos los hombres. «Venite ad me omnes»3 decía Jesús. Y luego añade Pablo: «Pro régibus, et ómnibus qui in sublimitate sunt, ut quietam et tranquillam vitam agamus».4 Rezad por el Papa y por los obispos, para que lleguen a cumplir su misión en pro de la sociedad, y ésta se desarrolle en la paz, la verdad y la justicia.
Si de las noticias que recibimos diariamente no sacáramos esta consecuencia, debería decirse que no entendemos nuestra
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misión: llevar | [Pr 5 p. 71] la paz. El Señor bendice a quienes llevan la paz, la verdad, la gracia, la justicia: «Bienvenidos los que traen buenas noticias» [cf. Rom 10,15]. ¡Qué hermosa es la propaganda del Evangelio, del catecismo, de todos los libros que directa o indirectamente nos llevan a arrodillarnos ante Jesucristo Verdad! «Sermo tuus véritas est»: tu mensaje es verdad (Jn 17,17). Y san Pablo añade aún: «Hoc enim bonum est et acceptum coram Salvatore nostro Deo, qui omnes hómines vult salvos fíeri et ad agnitionem veritatis venire»: esto [rezar por todos] «es cosa buena y agrada a Dios nuestro salvador, pues él quiere que todos los hombres se salven y lleguen a conocer la verdad [del Evangelio]» (1Tim 2,4). Nosotros tenemos que considerar los pensamientos y deseos de Jesús, y vivir en él.
María es modelo en este apostolado. Se necesitaría dar una larga explicación, pero cabe decirlo también en breve: María oró más y mejor que todos, su oración se elevó por todos, y esto durante su vida terrena y ahora en el cielo. Igual que Jesús ora en el sagrario día y noche, así María en el cielo se dirige a la Sma. Trinidad y suplica por todos los hombres, por nosotros, por cada uno.
María (este pensamiento vale especialmente para quienes han estudiado más profundamente las cosas) vivió en el Antiguo Testamento, y vivió en Jesús y vive en la Iglesia. Ella estuvo en el centro del gran acontecimiento: cerrado el Antiguo Testamento, abierto el Nuevo por Jesucristo, ella pertenece al Cuerpo místico como el miembro más santo, más perfecto después de Jesucristo.
Sus oraciones, antes que viniera Jesucristo, o sea antes de que el Hijo de Dios se encarnara, aceleraron la encarnación, pues la obtuvieron justo los gemidos y las oraciones de aquella tierna niña, de aquella joven | [Pr 5 p. 72] santísima, que comprendió la necesidad de que llegara pronto la hora de la redención. Eran demasiados los errores, demasiados los vicios y demasiada la idolatría; y María, más que todos los patriarcas, solicitó del cielo la encarnación y la salvación del género humano. «Veni, Dómine, et noli tardare».5 Y el Redentor vino por medio de ella.
Cuando después nació Jesús, ella desde el pesebre a la cruz, en el Calvario y hasta el sepulcro, estuvo continuamente unida a
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él. En el pesebre sus adoraciones fueron mejores que cuantas hacemos nosotros, por muy recogidos que estemos. Y en toda la vida, ella vivía como nosotros junto a Jesús: nosotros le tenemos en el sagrario, María le veía directamente con sus ojos, y nutría por él sentimientos de amor, de adoración, de propiciación, de súplica, incluso desde su posición de madre.
La Virgen no era solamente un alma de devoción eucarística: era un alma inmensamente adorante, pues iba a ser la Reina de todos. Y si todos debemos hacer apostolado de la oración, ella iba a ser ejemplo en ello, más que todos los serafines y querubines juntos.
Cuando Jesús subió al cielo, fue el miembros más santo del Cuerpo místico, de la Iglesia, el alma más selecta, puesta en el corazón mismo de la Iglesia, la que continuaba las súplicas por la Iglesia naciente y por toda la humanidad, para que el Evangelio, como dice san Pablo, «corriera» [2Tes 3,1], es decir, se extendiese, acogido y seguido por todos los hombres.
Ahora, en el cielo, María continúa sus oraciones, y nosotros continuamente la suplicamos: «ruega por nosotros ahora y en la hora de nuestra muerte».
¿Hacemos el apostolado de la oración? ¿Lo hemos entendido? Por medio del apostolado de la oración, ¿qué damos al Señor? Le damos | [Pr 5 p. 73] el valor impetratorio de todas nuestras oraciones, súplicas, acciones y penas: oraciones hechas a lo largo de la jornada, acciones, todo el trabajo del día, tanto interior como exterior; y sufrimientos, que nunca faltan y acompañarán la vida hasta el final, pues moriremos por un padecimiento. Todo es ofrecido a Jesús, en unión del corazón de María, justo en el momento en que Jesús se inmola en los altares por los intereses de la humanidad.
Al considerar que más de mil millones de hombres aún no conocen nada de la redención, pensemos cuánta necesidad hay de rogar a Jesús, que «vult omnes hómines salvos fíeri et ad agnitionem veritatis venire».6
Aquí está nuestro valor impetratorio ofrecido a Jesús. Esta oferta no impide que le confiemos intenciones particulares; pero
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dejamos a su disposición todo el valor impetratorio de cada oración, acción o pena, para que él, según los intereses de la gloria de Dios y los de las almas, lo aplique a las personas o naciones que tengan mayor necesidad.
Es hermoso esto, pues no ponemos por delante nuestras pobres intenciones, que a veces pueden ser un poco egoístas, sino que nos uniformamos al corazón de Jesús; por ello nuestras obras, sufrimientos y oraciones adquieren un valor particular, al unirse a sus méritos, a su sacrificio renovado en la misa.
Así nos elevamos y sentimos tener un corazón abierto a todas las necesidades. Percibimos que el corazón de Jesús late, palpita por todos los hombres, por toda la humanidad, para que venga su reino, y nos percatamos de cumplir en todo un apostolado.
[Pr 5 p. 74] Ahora algunas preguntas:
1. ¿Estáis todos subscritos al Apostolado de la Oración? De hecho, la inscripción no es ni siquiera tan necesaria, pero nos asegura todo el fruto de las indulgencias concedidas a esta gran familia orante: la Unión del Apostolado de la Oración.
2. ¿Estudiamos y comprendemos bien la oración «Corazón divino de Jesús...»?
3. Recitándola, ¿nos unimos al Corazón inmaculado de María y al de Jesús, haciendo nuestras sus intenciones o, mejor, dando a Jesús el valor impetratorio de cada oración, acción y sufrimiento para que lo use por la gloria de Dios y la paz de los hombres? ¿Creemos que aun encerrados en una habitación, incluso en silencio o en el sufrimiento, podemos ejercitar un apostolado amplísimo?
Con la prensa no se llega a todas partes, ni tampoco con la radio, pero por medio de Jesús sí podemos llegar a cada alma. ¡Son tantas las almas necesitadas!. Repitamos, pues, nuestro ofrecimiento: «Corazón divino de Jesús...».
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APOSTOLADO DEL BUEN EJEMPLO1
(Retiro mensual)
Esta tarde vamos a pedir a la Regina Apostolorum cumplir en nuestra vida el apostolado que es obligatorio para todos los cristianos, sin exclusión: el apostolado del buen ejemplo.
El sacramento de la confirmación es el sacramento del apostolado | [Pr 5 p. 75] para todos los fieles, que deben llegar por lo menos a edificar al prójimo con la propia conducta: «Vídeant ópera vestra bona et gloríficent Patrem vestrum qui in cœlis est».2 ¡Que cuantos se nos acercan, en casa o fuera, incluso los adversarios, vean nuestro buen comportamiento, perciban nuestro buen modo de hablar, consideren nuestras buenas obras y glorifiquen al Padre celestial, que nos ha dado esta gracia, y queden edificados!
San Pablo es el gran doctor de las gentes. Se podría meditar durante toda la vida sobre sus Cartas y su vida misma, sin agotar el argumento. Y él dice: «Procuremos cada uno dar satisfacción al prójimo en lo bueno, mirando a lo constructivo. Tampoco Cristo buscó su propia satisfacción...» (Rom 15,2-3). Vivimos en sociedad, somos miembros de una sociedad civil, de una sociedad religiosa y de una Congregación. Viviendo en sociedad, tenemos obligaciones especiales con los demás miembros, pues estamos en contacto continuo; además de pertenecer a un cuerpo, estamos en relación continua con los otros miembros, en quienes ejercemos siempre un influjo benéfico o maléfico.
Nadie puede decir: yo no daré muy buen ejemplo, pero al menos no seré de escándalo. Eso no es posible: nuestra conducta causa impresión a los demás. Incluso el no hacer nada es ya escándalo, pues debemos obrar el bien; ser tibios es también escándalo, pues debemos causar buena impresión, no inducir a los demás a la tibieza. No podemos decir: yo pienso en mí mismo.
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¡Si fuera verdad que cada cual piensa en sí mismo! San Bernardo decía al papa Eugenio III:3 «Sis tibi primus, sis tibi últimus»:4 es decir, los primeros pensamientos, las primeras preocupaciones sean para tu alma y los últimos pensamientos | [Pr 5 p. 76] sean de nuevo para tu alma; toda preocupación empiece por ti. Pero, a pesar de esto, siempre causamos una impresión en los demás; siempre, en bien o en el mal, por mucho que digamos: yo pienso en mí mismo. ¡Si de veras pensáramos siempre bien en nosotros mismos, seríamos también de buen ejemplo!
El apostolado del buen ejemplo no hay que ponerlo en la cumbre de nuestras intenciones, sino hacerlo sin pensarlo; o sea, obrando bien: ¡las obras buenas se verán! Estemos atentos a portarnos bien doquier, y entonces el pueblo quedará edificado, y los compañeros también, aunque no nos lo propongamos ni tengamos la ambición de dar buen ejemplo. San Pablo dice: «In ómnibus teipsum præbe exemplum bonorum óperum», en todo sé ejemplo de obras buenas [cf. Tit 2,7]. Desde la mañanita, nuestra conducta empieza a dar impresión a los demás, a partir del levantarse; y luego en todo el curso de la jornada, sea que estemos en la iglesia o por la calle, o a la mesa o en el apostolado, o en recreo. Cuando uno estudia bien, da buen ejemplo al otro; y si uno lee por encima y gasta el tiempo, es de mal ejemplo: «Exemplum esto fidelium». Y especifica san Pablo: «In verbo, in conversatione, in caritate, in castitate».5 Quiere decir: ejemplo en el hablar moderado, en un hablar que salga de un corazón bueno: conversaciones alegres y santas. Después dice: «in caritate», el ejemplo de caridad, de benignidad, de compasión con todos. Luego, «in castitate»: la delicadeza, que se demuestra en cada cosa. La persona delicada en punto a castidad, para quien está un poco hecho a considerar las cosas espirituales, se descubre a distancia y enseguida, sin que haga cosas extraordinarias.
Hay que dar buen ejemplo en toda la vida: | [Pr 5 p. 77] lo debe dar el niño, el joven, el adulto, todos, sin excepción. San Pablo, inspirado por el Espíritu Santo, tiene una frase que a primera vista
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parecería una audacia: «Quæ vidistis in me, hæc ágite»:6 haced como habéis visto que hacía yo entre vosotros; comportaos como me comporto yo. Podemos preguntarnos: si todos hicieran como yo, ¿irían bien las cosas? ¡Cuántas veces habría advertencias que hacer en clase, en el apostolado, en la piedad, en el trato recíproco!
Es necesario recordar la narración que encontramos en el libro titulado Fabiola,7 donde se deja ver que el cristianismo se difundió con el ejemplo de una vida santa, de paciencia, de caridad, de atención a los hermanos, mostrándose una religión social incluso antes que religión de la verdad. «Ved cómo se aman»: esta es la tesis del libro.
Hay que predicar con el ejemplo, como hizo Jesús: treinta años de virtud doméstica y luego tres de predicación. ¿Deberemos repetir que la predicación del ejemplo vale diez veces más que la de la palabra? Vendrían ganas de escuchar lo que dice santa Teresa [de Ávila], que ha escrito: «Un hombre santo, perfecto, virtuoso hace más bien a las almas que muchos instruidos y activos pero de menor espíritu». Nosotros apreciamos la actividad y estimamos el saber, pero vemos que un hombre de veras santo, perfecto, virtuoso, hace mayor bien a las almas que muchos hombres activos e instruidos.
Contemplemos la vida de María: es un apostolado del ejemplo. No volverá a haber en la tierra una persona que dé y deje ejemplos tan santos en todas las virtudes. Las diferentes virtudes de los santos están ya todas reunidas en ella.
[Pr 5 p. 78] La cristiandad ha crecido por el ejemplo de la Madre celeste. Los vírgenes siguieron el ejemplo de la Reina de los vírgenes; los mártires contemplaron a la Reina de los dolores y fueron fuertes, viéndose ayudados en su debilidad, por la intercesión de María; los confesores, estos hombres de oración, estos hombres que han ejercitado toda clase de virtud y de buenas obras, fueron guiados en tantas iniciativas de celo por la Reina de los confesores; los apóstoles, cuando desapareció de su vista el Maestro divino, se volvieron hacia la Virgen, la nueva Madre que
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habían recibido, y vieron su constancia, su firmeza. Durante la pasión habían recibido una humillante lección, pero con la gracia del Espíritu Santo aprendieron a ser valientes, a amar de veras a Jesús, a buscar su gloria, a salir al encuentro del peligro.
Hay un autor que enumera los ejemplos virtuosos de María. El ejemplo de su fe: «Dichosa tú por haber creído» (Lc 1,45). El ejemplo de caridad: va a servir a santa Isabel. El ejemplo de sus virtudes cotidianas: el recogimiento, la laboriosidad, la humildad, el espíritu de oración. El ejemplo de paciencia en todas las angustias.
Sobre todo tenemos un espejo en ella para corresponder a la vocación. Nunca titubeó después de haber inclinado la cabeza a la voluntad de Dios: «Aquí está la sierva del Señor» (Lc 1,38). Por treinta años acompañó a Jesús; | [Pr 5 p. 79] por tres años le escuchó en la evangelización, y no le dejó en el tiempo de la prueba y del dolor. Sucesivamente cumplió su oficio de verdadera Madre de los apóstoles, todo el tiempo que el Señor se la dejó como ejemplo, consoladora y ayuda, por su piedad, sus oraciones, hasta que ellos alcanzaron, podríamos decir, la mayor edad, no de la vida sino del apostolado.
¿Somos de buen ejemplo? Esto habría que tomarlo muy a pecho. Es preciso examinar cómo va nuestro comportamiento y la piedad.
¿Acudimos pronto a la iglesia? ¿Estamos en ella el tiempo necesario? ¿Mantenemos una actitud de recogimiento y devoción? ¿Cómo hacemos la visita? ¿Y los exámenes de conciencia?
¿Cómo estamos en la iglesia? Se ven hasta signos de cruz que no parecen tales; y a jóvenes que hacen la genuflexión como si fueran ya viejos. ¡Aguardad a tener setenta años!
Y al estudio ¿se llega a tiempo? ¿Se estudia? He visto que los ojos, a veces, sirven más que el oído para distraerse, pues se ojean periódicos, revistas y libros que no casan con nosotros. Unamos las fuerzas en nuestros estudios, las fuerzas de la inteligencia para lo que se debe aprender.
¿Y en el apostolado? ¿Se emplea de veras la inteligencia para hacerlo bien? ¿Se tiene cuidado de las cosas, no sólo del tiempo sino también de los instrumentos, que son sacros por estar consagrados al apostolado? ¿Y de lo que se usa, por ejemplo, el papel?
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¿Y en el recreo? ¿Damos ejemplos de bondad? ¿Hay altura y nobleza de conversaciones, incluso en las bromas? La tontería, la necedad en el hablar rebaja, por lo general, el nivel moral, mientras que el lenguaje digno, decoroso, para uno que se llama cristiano y | [Pr 5 p. 80] paulino, eleva y hace bien a todos, dejando el ánimo bien dispuesto a cumplir sucesivamente las tareas del deber, de estudio, de piedad y de apostolado. Las bromas groseras, las cosas necias, los modos ineducados, ¡hay que dejarlos fuera, no deben darse en nuestras casas!
¿Nos respetamos recíprocamente, hablamos bien de todos, excusamos los fallos? Hay quienes critican a los demás y no ven que caen ellos en los mismos defectos. Dice el apóstol san Pablo: «Por eso tú, amigo, el que seas, que te eriges en juez, no tienes disculpa; al dar sentencia contra el otro te estás condenando a ti mismo, porque tú, el juez, te portas igual. Pero sabemos que Dios condena con razón a los que obran de ese modo» (Rom 2,1-2).
Ante María, apóstol del buen ejemplo, hagamos nuestros propósitos, renovando asimismo nuestro propósito principal.
«Sub tuum præsidium...».8
Ofrezcamos a María la jornada, para que sea hermosa, blanca y de veras ejemplar.
Recitamos ahora la breve consagración: «Yo soy todo tuyo, y cuanto poseo te lo ofrezco...», etc.
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APOSTOLADO DEL SUFRIMIENTO: LA MORTIFICACIÓN1
En primer lugar pidamos la buena voluntad de escuchar la palabra divina, pues es la palabra que salva. Esta es la primera condición para recibir el | [Pr 5 p. 81] fruto de la predicación, y particularmente del retiro mensual.
El retiro mensual implica entrar en las profundidades de nuestra conciencia y ponernos ante Dios, invocando la luz que tendremos al momento de morir, es decir cuando comprenderemos por qué nos ha creado Dios y nos ha mandado a esta tierra.
Hemos sido creados para ser felices eternamente, con Dios. Pero este paraíso hay que ganárselo mediante una vida buena y santa. ¿Tenemos buena voluntad? Dice el Evangelio que cuando Jesús predicaba, «...turbæ irruerunt in Jesum ut verbum eius audirent»,2 la multitud se agolpaba alrededor de él, es decir, se acercaban con un deseo y una sed viva de la palabra de Dios.
Oremos a Jesús, que habla a nuestro corazón y dispongámonos a recibir su palabra.
Vamos a hablar del apostolado del sufrimiento. El sufrimiento puede considerarse en tres aspectos: 1) como mortificación para no pecar; 2) como santificación para hacer el bien, especialmente con el apostolado, y 3) como medio y súplica para obtener que el apostolado tenga valor y eficacia, produzca fruto, en sustancia.
1. Cualquiera que haya meditado sobre el pecado, habrá llegado a esta conclusión: «Tamquam a facie cólubri fuge peccata»,3 hay que huir del pecado como se huye de la serpiente venenosa.
La primera parte concierne a nuestra santificación y salvación: «ábstine!», abstente, deja lo que agrada al sentido. A Adán y
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Eva, nuestros progenitores, el Señor les pidió una mortificación, y no supieron hacerla. Les había dicho: «Puedes comer de todos los árboles del jardín; pero del árbol de conocer el bien y el mal no comas; porque el | [Pr 5 p. 82] día en que comas de él, tendrás que morir» (Gén 2,17). El Señor pedía, pues, un sacrificio, una mortificación, y no supieron hacerla.
El Señor nos ha puesto en la tierra con muchos bienes. Podemos decir que, con el progreso de hoy, hay a disposición del hombre todo lo suficiente para hacer su vida cada vez más elevada. Nosotros tenemos tantas gracias en el Instituto, donde no solo hay pan material, sino el pan del espíritu; hay instrucción por parte de personas y maestros que se desgastan para nuestra salvación y santificación. ¡Cuánta abundancia de gracia del cielo y de medios para santificarnos! Pero el Señor nos pide también la mortificación: ¡usa todos los medios!
Hay cosas prohibidas, y otras contrarias a los deberes derivados de la profesión [religiosa], de los santos votos, de la obligación de la vida comunitaria.
Hay cosas no prohibidas, pero sí peligrosas o inútiles. Ahí está la primera mortificación: negarnos a alguna cosa. Es el primer paso para ir a Jesús, para salvarse. «El que quiera venirse conmigo, que reniegue de sí mismo» (Mt 16,24; Lc 9,23). Hay que negar algo a la lengua, algo al ojo, algo al oído, algo a la fantasía, algo al corazón, algo a la mente, a la inteligencia: mortificación en los pensamientos.
Es necesario, en sustancia, que consideremos la vida cristiana como una vida que nos eleva hacia el cielo. Pero para elevarnos al cielo, se requiere despegarse de la tierra, o sea que amemos a Dios y le sacrifiquemos lo que nos ha prohibido.
Está prohibida la pereza, la gula, la lujuria, la ira, la venganza, la envidia, la soberbia, el orgullo, el apego a las cosas de la tierra.
Se requiere que alguna vez digamos | [Pr 5 p. 83] a la lengua: no hables ahora; o bien: puedes hablar, pero no digas ciertas cosas. Eso es: «Ábstine!»; «ábneget semetipsum».4 Es el primer paso en la mortificación.
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2. El segundo paso es: «Tollat crucem suam»,5 que sería la correspondencia a la voluntad de Dios. No sólo no hablar en el estudio, sino estudiar; no condescender con la curiosidad, sino aplicarse a lo que debes aprender; por ejemplo: estar atentos a la plática, a los avisos del confesor, a las conferencias, a observar la buena educación, a aprender las tareas de apostolado.
«Et sústine».6 El bien requiere siempre una mortificación: la oración en la que te esfuerzas y te sacudes, y el estudio para aplicarte al apostolado. El espíritu de pobreza y la formación exigen correspondencia.
¡Elevarse! Los cuerpos sufren la ley de la gravedad. Nuestra naturaleza, tras el pecado original, sufre una ley de tendencia a la baja. Por tanto hemos de hacer fuerza para estar elevados. Para alzarnos a las cosas bellas, buenas, santas; para corresponder a la vocación, para caminar hacia el cielo, se requiere esfuerzo. ¿Veis cómo despega un avión? Vence la ley de gravedad con las propias fuerzas de la gravedad.
Así pues, debemos elevarnos, es decir servirnos de estas mortificaciones que hacemos para rezar bien, para examinarnos bien y ganar méritos. La mortificación, de suyo, ya nos eleva hacia el cielo. Un día nos encontraremos allá arriba, pero mientras se requiere que constantemente haya la aspiración: «Sursum corda!»,7 tener la frente alta, mirar al cielo, que se conquista con la ley de la mortificación.
Por la mañana debemos partir para el curso de la | [Pr 5 p. 84] jornada, persuadidos de que he de abstenerme de algunas cosas y en cambio he de hacer otras. Ábstine et sústine. En ambos aspectos encontraré la mortificación. ¡Cuántas veces cuesta incluso el recreo, el jugar, moverse sin hacer corrillo, charlar de cosas que a veces no alivian al espíritu. El mismo juego requiere mortificación. Otras veces, hay que hurtarse al juego para ir a estudiar.
Es una ley dura, pero ley. Para ser cristianos y seguir nuestro camino y llegar al cielo, rige esta ley: deja lo que te place, o sea
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lo que agrada a la naturaleza, y haz lo que te cuesta: reniégate a ti mismo y carga con la cruz.
3. En tercer lugar, puede considerarse la mortificación en orden a la salvación de las almas, es decir, como apostolado. ¿Cómo ha salvado el mundo Jesucristo? Adán lo arruinó satisfaciendo sus sentidos y su curiosidad; Jesucristo lo salvó predicando la verdad y muriendo en la cruz. El primer Adán en oposición al segundo. Y como por la desobediencia de un hombre la humanidad se condenó, así el mundo se salva por la obediencia de otro hombre, el Hijo de Dios [cf. Rom 5,15-19].
Se trata del apostolado que hemos abrazado: salvar a la humanidad mediante la palabra de Dios. La palabra es la semilla: «Semen est verbum Dei» (Lc 8,11). Pero la semilla no da frutos sin ciertas condiciones. Se necesita ponerla en la tierra, regarla y que luego se desarrolle. Nosotros podemos imprimir óptimos libros, podría incluso llenarse el mundo de buen papel que lleva escritas cosas santas, quizás la Biblia, el Evangelio; pero ¿y si falta el agua de la gracia? Tal vez la semilla ha sido esparcida en el terreno, pero por falta de humedad no ha dado fruto. Ni siquiera ha nacido en esas almas, porque | [Pr 5 p. 85] el terreno era pedregoso, demasiado seco, árido. Hay incluso quien se opone a la gracia, a la palabra de Dios, y por tanto la semilla no puede germinar.
Jesús, tras haber predicado, confirma y da vida a la palabra mediante su pasión y muerte. Cerrada la predicación, Jesús va al Getsemaní y allí acepta la cruz: «Padre, que no se realice mi designio sino el tuyo» [cf. Lc 22,42]. Le vemos atado, prisionero; le vemos ante los tribunales; le vemos bajo los flagelos, coronado de espinas, condenado a muerte, clavado a la cruz, agonizante durante tres horas. ¡Así ha dado vida a su palabra! Ha dado vida, y sus palabras salvan.
San Agustín dice que los sufrimientos de Jesús eran suficientes «in cápite»,8 mas para que resulten suficientes en nosotros, se necesita que añadamos nuestra mortificación, o sea que cooperemos a la redención de las almas mediante el sufrimiento [cf. Col 1,24].
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Preguntémonos: ¿Comprendo que mi vida debe ser una abstinencia, es decir, una mortificación, una privación de ciertas cosas exigidas por los sentidos? Hay quienes no llegan nunca al a-b-c de la santidad: no entienden que es preciso mortificarse. Vienen tal vez de padres que criaron a los hijos, dándoles siempre la razón; concediéndoles siempre lo que querían sus caprichos; así salieron niños mimados, que acababan por mandar ellos al padre y a la madre. Muchas veces, nuestros muchachos fueron educados así. Esto no es educar: es pervertir.
¿Hemos comprendido que es necesario abstenerse de ciertas cosas y mortificarse en otras prohibidas por la ley de Dios? ¿Hemos comprendido que para hacer el bien es preciso mortificarnos, levantarnos de la tierra hacia el cielo con la misma mortificación, o sea llevando | [Pr 5 p. 86] la cruz?
¿Entendemos que para hacer el bien a los demás no basta imprimir o difundir, sino que se requiere mortificarse? Un párroco preguntó al Cura de Ars: «¿Cómo puedo salvar estas almas en mi parroquia? ¡He trabajado tanto, he realizado obras, he predicado, he empleado tantos medios y la población se aleja cada vez más de la Iglesia!». El Cura de Ars le respondió: «Dime, ¿cuántas veces has ayunado? ¿Cuántas veces has reducido tu descanso a lo estrictamente necesario? Vete, haz esto, y tu parroquia cambiará de aspecto».
Nuestra palabra se vuelve vida si se la riega con la sangre de Jesucristo, unida a nuestro sacrificio: sacrificio de Jesús y sacrificio nuestro. Esta mañana id a la comunión para pedir a Jesús la gracia de entender el «ábstine».
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LA VOCACIÓN1
Esta mañana pedimos a María la gracia de estimar y corresponder generosamente a la vocación. Invocamos a María Mater boni consilii, Regina apostolorum, Regina virginum.
[Pr 5 p. 87] La vocación es la llamada dirigida por Dios a las almas predilectas, que él quiere a su especial servicio. Estas almas pueden estar llamadas sólo a una santidad particular o también a que a esa santidad se asocie el apostolado.
La vocación, en todo caso, es una gracia: la mayor después del bautismo.
Jesús es el llamado: el Padre le mandó a la tierra para cumplir una misión: «Sic Deus dilexit mundum ut Filium suum unigénitum daret»: el Padre amó a los hombres al punto de enviarles su propio Hijo (Jn 3,15); «ut omnis qui credit in illum non péreat sed hábeat vitam æternam»:2 para que los hombres creyeran a su palabra y, así, no se perdieran, no se condenaran, sino que tuvieran vida definitiva, el cielo.
Jesucristo es el apóstol, y María después de él, fue llamada al apostolado más grande, a la misma misión. Todos los demás son apóstoles por participación a ese apostolado de Jesucristo y de María. Hablando de Jesús, el apóstol Pablo escribe a los Romanos: «Per quem accépimus gratiam et apostolatum ad obœdiendum fídei in ómnibus géntibus».3 Por Jesucristo hemos recibido la gracia y el apostolado; para obedecerle, debemos cumplir el apostolado, «ómnibus géntibus», con todas las naciones.
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Por eso san Pablo, aunque no hubiera podido llegar aún a Roma, ya enviaba su carta «in ómnibus géntibus».
María está llamada al apostolado.
Los fieles creen que María fue destinada a traer al mundo el salvador Jesús; el Señor quería dar por medio de ella la Verdad, el Camino y la Vida que es Jesucristo. Por tanto su vocación viene a ser como la que había ya en el paraíso terrestre: «Pongo hostilidad entre ti [serpiente] y la mujer» [cf. Gén 3,15].
Ahí está la vocación de María. Entonces fue anunciada por Dios; luego se la describió cada vez mejor en las figuras del Antiguo Testamento y en los patriarcas. Como ella apareció al mundo | [Pr 5 p. 88] niña, ya en la cuna los ángeles rodean a esta su Reina y comprenden que la salud del mundo está cercana. La salvación debía venir de la raíz de Jesé, brotando una flor. Esta flor es Jesús, el tallo es María, que trae esa flor bendita.
María cumple su misión correspondiendo a la vocación. Apenas conocerla, ella inclinó la cabeza diciendo al ángel: «Aquí está la sierva del Señor; cúmplase en mí lo que has dicho» [Lc 1,38], es decir, según el divino querer, según el anuncio que me has dado.
Y María da al mundo a Jesús. En el portal ella lo coloca en el pesebre, se arrodilla para adorarle, mientras los ángeles alrededor del establo cantan el himno: «Gloria a Dios y paz a los hombres». Lo presenta a los pastores que acuden, según el aviso del ángel: «Id a Belén; encontraréis un niño con la madre» [Lc 2,12]. Y encontraron al Niño en brazos de la Madre.
Lo presenta a los Magos, que tras el signo de una estrella llegan de lejos buscando al recién nacido rey, a quien no ha sido hecho rey por los hombres, éstos ni siquiera le conocen, sino que ha nacido rey por su naturaleza. Y María presenta a los representantes de la gentilidad a su Niño, para que le conozcan y le adoren. Ellos comprenden, adoran y, en señal de pleitesía, de amor y de sumisión, le ofrecen los tres dones simbólicos.
Y como Jesús debía ser el sacerdote y la víctima, María lo ofrece en el templo, donde Simeón pronunció sobre él las palabras que conocemos: «Ahora, mi Dueño, según tu promesa, puedes dejar a tu siervo irse en paz, porque mis ojos han visto la salvación» (cf. Lc 2,30).
María lo presenta aún a los mismos apóstoles, dándole a conocer por lo que era. En las bodas de Caná, por el signo que Jesús
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realizó | [Pr 5 p. 89] mediante la intercesión de María, los apóstoles creyeron en él [cf. Jn 2,1-11]. Y este fue el comienzo de las señales que Jesús habría obrado seguidamente en su ministerio público. En este acto María presenta al mundo a Jesús Maestro. Sucesivamente lo presentará al Padre, como sacerdote y víctima en el Calvario, asistiendo a su agonía, participando en su sacrificio, y ofreciendo al Padre el sacrificio del Hijo por la salvación de todo el mundo. Así cumplió María su misión, su vocación respecto a Jesús.
Luego, Jesús mismo le asignará otra vocación, que no es diversa sino la continuación de la primera: la hace Madre de la Iglesia naciente, con las palabras: «Mujer, mira a tu hijo» [Jn 19,26], indicando a Juan, que representaba entonces a los demás apóstoles.
Igual que María, cuando el anuncio del ángel, llegó a ser la Madre de Jesús, así en el Cenáculo [en Pentecostés], cuando nació la Iglesia, llegó a ser Madre del Cuerpo místico de Jesucristo, de todos los fieles. Nosotros somos sus hijos.
María asiste como Madre a la Iglesia por algunos años aquí en la tierra, luego va a cumplir este ministerio en el paraíso. Por eso el papa Pío X dice: «La misma Sma. Madre de todos los miembros de Cristo, es decir nuestra Madre, que ahora está en el cielo y reina con el Hijo, resplandece en cuerpo y alma». ¿Qué hace? Se emplea con insistencia para obtener de Jesús que bajen ininterrumpidamente sobre todos los miembros del Cuerpo místico ríos de abundantísimas gracias. Ella misma con su patrocinio siempre presente, como en el pasado así hoy, protege a la Iglesia y para ésta y toda la familia humana impetra de Dios una era de mayor tranquilidad. Así su misión continúa en el cielo y durará hasta que se complete el número de los elegidos.
Puestos en esta luz, miremos a María.
[Pr 5 p. 90] ¿Cuáles son los designios del Señor sobre nosotros? Que la Madre del buen consejo nos ilumine. El Señor nos ha mandado a la tierra a cumplir una misión, y según nuestra fidelidad tendremos el premio.
¿Y quien no corresponde? Debe reflexionar, pensar en la suerte que le aguarda.
La vocación es un signo de la predilección de Dios. El Señor, en una parroquia, en un pueblecito, en una ciudad, fija el ojo en algún joven y hace sentir al párroco, al maestro, a los padres o a otra buena persona palabras semejantes a las que el Espíritu
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Santo dejó oír en Antioquía, a la Iglesia congregada: «Segregate mihi Saulum et Bárnabam in opus ad quod assumpsi eos»: Poned a parte a Saulo y Bernabé, pues están destinados a una misión. In opus ad quod assumpsi eos: a cumplir la evangelización de los gentiles para la que están destinados (cf. He 13,2).
Cuando el Señor, en su bondad, hizo llegar a nuestro oído y a nuestro corazón palabras semejantes, nos dio no sólo una gracia, sino que puso sobre nuestros hombros una responsabilidad. Nos ha dotado de los talentos necesarios, y de ellos deberemos responderle.
Las tentaciones contra la vocación pueden ser varias: algunas vienen de los padres; otras vienen de parientes y amigos o conocidos; otras, y son las más, dependen de nosotros mismos. La incorrespondencia a la vocación puede llegar también de diversas maneras: o con el abandono de la senda a la que nos llama el Señor; o bien quedándonos en ella inútilmente, sin caminar, o sea no haciendo las obras de la propia vocación; o con la indiferencia: personas sin celo por su alma, por ellas mismas, e incapaces de ser encendidas en el celo por las almas de los demás.
La caridad | [Pr 5 p. 91] empieza siempre por nosotros mismos: si no amamos nuestra alma, ¿podremos amar la de los hermanos? Y si no queremos con todo el empeño alcanzar la santidad para nosotros, ¿podremos lograr o aspirar a hacer alcanzar la santidad a los demás?
Examinémonos. ¿Estimamos la gracia de la vocación? ¿Rezamos cada día para corresponder a la vocación? Ésta es un tesoro de inmenso valor, pero los enemigos de nuestra alma tratan de robárnoslo. ¿Nos esforzamos, además, cada día en corresponder?
La correspondencia se fragua con el estudio, en las diferentes formas, sea en las materias que deben aprenderse en clase, sea en el modo de cumplir el apostolado.
¿Nos esforzamos por hacernos dignos de la vocación? La vocación exige la santidad interior, exige generosidad: ¿tenemos generosidad en gastarnos y desgastarnos? Hay talentos que se sepultan y talentos que se multiplican.
Nuestros talentos ¿los usamos, los empleamos? ¿Nos dejamos persuadir por excusas que pueden tener una semblanza de realidad, pero que no cuentan ante Dios?
Recemos ahora el Pacto para que se multipliquen en nosotros las gracias y correspondamos a la divina llamada.
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[Pr 5 p. 92]
REZO DEL ROSARIO1
Mañana el breviario comenzará con las palabras: «Maternitatem beatæ Mariæ Vírginis celebremus, Christum eius filium adoremus Dóminum»: Celebremos la maternidad de la Virgen María y adoremos a su Hijo Jesucristo nuestro Señor.2 Este invitatorio corresponde a la definición del concilio de Éfeso: «A la Virgen santísima se la llama, y es, verdadera madre de Dios» y, de consecuencia, es madre nuestra.
Así que mañana es día de gozo para los hijos de María. En efecto la antífona que acabáis de cantar dice: «Cum jucunditate Maternitatem Maríæ Vírginis celebremus»: Celebremos con gozo la fiesta de la maternidad de María. Prodigio único, prodigio de la omnipotencia de Dios.
¿Cómo celebrarla? En el mes de octubre, el obsequio es el indicado por León XIII: él quiso que se dedicara el mes a la devoción del rosario. Tenemos que rezar bien el rosario; rezarlo lo más posible: una tercera parte, dos partes, entero. Sobre todo: «Sacratíssimo beatæ Mariæ Virginis misteria rosario recolentes», meditando los misterios, «et imitémur quod cóntinent», imitando lo que enseñan, «et quod promittunt assequámur», para conseguir lo que los misterios nos prometen: la gracia en la vida presente y la felicidad en la otra vida.3
Una pequeña maña para rezar bien las tres partes del rosario consiste en servirse de los ángeles. Los misterios son quince, divididos en tres series: gozosos, dolorosos, gloriosos.
[Pr 5 p. 93] La serie de los gozosos empieza con la anunciación del ángel a María.
La segunda serie, los dolorosos, recuerda al ángel que se le apareció a Jesús para confortarle en el huerto de Getsemaní.
La tercera serie, los gloriosos, comienza con el anuncio de los ángeles a las piadosas mujeres: «¡Ha resucitado, no está aquí!».
El primer misterio gozoso nos hace, pues, considerar el episodio con que comienza la redención de la humanidad [Lc 1,26ss]: «Missus est Ángelus Gabriel». Fue enviado el ángel
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Gabriel a María a un pueblo pequeño, Nazaret, y el nombre de la Virgen ya lo conocemos. Queriendo, podemos considerar lo que pasó entre el ángel y María. El ángel llega a la casita de Nazaret, encuentra a María en oración, se coloca respetuosamente ante ella y la saluda con reverencia: «Ave gratia plena, Dóminus tecum, benedicta tu in muliéribus». María queda maravillada al oír este saludo y reflexiona. Entonces el ángel le dice el motivo de la aparición. «Dios te ha concedido su favor». La gracia había sido perdida por Eva, María la ha reencontrado.
Y ahí está, elegida para ser la Madre del Hijo de Dios. María pide explicación y, serenada por el ángel, pronuncia las palabras que determinan la encarnación: «Aquí está la sierva del Señor; cúmplase en mí lo que has dicho». Y enseguida «Verbum caro factum est et habitávit in nobis»: la Palabra se hizo hombre y habitó entre nosotros (Jn 1,14).
San Bernardo comenta este «entre nosotros» y dice: «La Palabra habita en nosotros, cuando creemos a la verdad».
Una vez enunciado el misterio, ¿qué hacer durante el Páter y las diez Ave María? Nos haremos acompañar | [Pr 5 p. 94] del ángel, invocando sobre todo a nuestro ángel custodio y recitando con él el padrenuestro y las diez avemarías. Así meditaremos mejor el misterio. Seguirán luego el segundo, tercero, cuarto, y quinto.
¿Qué significa meditar los cinco misterios gozosos en unión de nuestro ángel? Significa pedir sus luces; presentar por medio suyo nuestros obsequios a María; invocar la gracia de María por intercesión de nuestro ángel custodio.
Cuando se empieza el rosario, miremos en cierto modo a nuestro alrededor: junto a nosotros, haciéndonos compañía, está el ángel que ruega a María, la Reina de los ángeles, la Reina de los apóstoles, la Reina del mundo entero. No estamos solos, sino en la compañía de los ángeles.
La segunda serie nos presenta los misterios dolorosos. Jesús, después de la última Cena, se retira a orar en el huerto llamado Getsemaní. Separándose de los apóstoles y alejándose un poco, entra en oración profunda. Considera sus sufrimientos; considera la gravedad de los pecados de los hombres, por los cuales él debe satisfacer a la divina justicia, y considera que, no obstante sus padecimientos, muchos se perderán.
Su corazón está tan oprimido que se manifiesta en todo su cuerpo un sudor de sangre. «Padre, si quieres, aparta de mí este
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trago; sin embargo, que no se realice mi designio, sino el tuyo». Y el Evangelio nota: «Et appáruit ei Ángelus confortans eum».4 ¡Confortar a Jesús: no lo habían hecho los apóstoles, pero el Padre celeste le manda un ángel! Queremos unirnos a este ángel para confortar a Jesús en su agonía y en la reparación de los pecados de los hombres.
[Pr 5 p. 95] Y así, con el ángel custodio rezamos devotamente el misterio, y ofrecemos al eterno Padre nuestro rosario por la salvación de la humanidad. El cáliz que el ángel presenta a Jesús es el de la pasión. Nosotros ese cáliz lo ofrecemos al eterno Padre: he aquí la sangre de tu Hijo, «réspice in faciem Christi tui»;5 ten misericordia del mundo, de los errores, vicios y perversión de tantos hombres; ilumínales con tu luz, atráelos al camino del cielo; sálvanos también a nosotros.
Invoquemos al ángel custodio para que esté a nuestro lado en los cinco misterios dolorosos, y llamemos también al ángel que confortó a Jesús aquella noche allí en Getsemaní. Él desempeña ahora su oficio, ya no el de confortar a Jesús, sino de aplicar su sangre por la salvación de la humanidad. Él puede hacerlo intercediendo ante Dios con su oración.
En la tercera serie meditamos los cinco misterios gloriosos.
El primer día después del sábado, las piadosas mujeres van al sepulcro de Jesús, llevando aromas para terminar el embalsamamiento. Pero al llegar se encuentran con una escena muy diversa de la que pensaban. Delante del sepulcro hay dos ángeles, que dan ánimos a las mujeres: «No os desconcertéis. ¿Buscáis a Jesús el Nazareno, el crucificado? Ha resucitado, no está aquí. Mirad el lugar donde lo pusieron» (cf. Mc 16,6). Y se apartó la piedra, y el sepulcro apareció vacío.
Nos alegramos, pues, con los ángeles de la resurrección de Jesucristo y con ellos dos, más el custodio nuestro, rezamos los misterios gloriosos, que siendo gloriosos para Jesús, son alegría para María: «Regina cœli lætare, Alleluia».6
[Pr 5 p. 96] Pidamos la gracia de resucitar espiritualmente de nuestros pecados y defectos, la gracia de elevarnos a pensamientos celestiales.
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Consideremos lo que nos aguarda después de esta vida. ¡Cómo cambiará la escena cuando hayamos pasado de este mundo visible al otro invisible! Tenemos que pedir la gracia de que el Espíritu Santo descienda sobre nosotros para fortalecernos; e invocar a María asunta al cielo en cuerpo y alma, para que asista a la Iglesia, al Papa, a los sacerdotes y a cuantos se dedican al apostolado, y que nos ampare para estar defendidos del pecado y poder caminar en la senda recta que conduce al paraíso.
Estos pensamientos de eternidad, que son en sustancia los novísimos, dominen nuestro espíritu, nuestra alma; estos pensamientos nos eleven a esperar en nuestra Madre celeste.
Hacernos acompañar por los ángeles, especialmente por el ángel custodio, en el rezo de los quince misterios, es una santa industria, para que nuestro rosario sea más recogido, más grato a María y las gracias del rosario sean más abundantes.7
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[Pr 5 p. 106]
LA IGLESIA A MARÍA REGINA APOSTOLORUM1
En el oremus que se reza durante la octava y en el mismo día de la octava de la Dedicación de una iglesia, se dice al Señor que escuche las súplicas y plegarias de su pueblo, para que cuantos entran en la iglesia a pedir gracia salgan consolados por haberla obtenido. Es muy apropiado este oremus.
La iglesia es la casa de Dios.
La iglesia es la puerta del cielo.
La iglesia es el lugar de oración.
[Pr 5 p. 107] A estos tres títulos corresponden nuestros tres deberes con la iglesia: debemos amarla, respetarla y socorrerla.
1. La iglesia es casa de Dios.
El oremus que se lee el día de la Dedicación dice que el Señor habita en todas partes, sin ser contenido en ninguna casa [cf. 1Re 8,27]. Pero él se digna morar más visiblemente en algunos lugares, es decir en los templos, en las iglesias a él dedicadas. Aquí habita Dios. Podemos pensar en muchos monumentos, palacios, aposentos ricos; pero en ningún palacio, en ningún aposento rico habita un señor tan grande como es Dios, infinitamente bueno, infinitamente justo, infinitamente santo. Él es el Padre y establece aquí su morada para recibir a sus hijos, hablar con ellos y distribuir sus gracias.
«Hic domus Dei est»,2 aquí está la presencia real de Dios, la presencia eucarística de Jesucristo. Jesús santificó el pesebre morando en él, lo hizo el templo más grande habido en la humanidad. Lo que hace preciosa la iglesia no son los mármoles o el oro, sino la presencia de Dios. Aquí de veras él habita con los
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hombres: «Cum homínibus conversatus est».3 Es aquí donde se prolonga su presencia a través de los siglos.
En el evangelio de la Dedicación de la iglesia se narra el episodio de Zaqueo. Jesús se encontraba en Jericó y estaba rodeado de una gran multitud. Un príncipe del pueblo llamado Zaqueo, que era bajo de estatura, quería ver a Jesús. No pudiendo acercársele y quizás creyéndose indigno, se adelantó a la gente, se subió a un árbol y desde allí, entre los ramos, podía observar a su | [Pr 5 p. 108] gusto al Salvador que pasaba. Jesús levantó los ojos, miró a Zaqueo y le dijo: «Baja enseguida, que hoy tengo que alojarme en tu casa». Y Zaqueo, bajándose, acogió al Maestro en su casa. Mientras él le acogía, Jesús penetraba en su alma con la luz y la gracia. La demostración externa de lo acontecido en su interior fueron las palabras que Zaqueo dijo: «La mitad de mis bienes, Señor, se la doy a los pobres, y si a alguien he extorsionado dinero, se lo restituiré cuatro veces» [cf. Lc 19,1-8].
Jesús, en aquella casa, no sólo convertía a un pecador, sino que le infundía un gran deseo de perfección. El camino de la perfección arranca siempre del desapego a nosotros mismos, a las posesiones, a las cosas de la tierra. La presencia de Jesús la sentimos cuando nos acercamos a la comunión, cuando seguimos la misa, cuando venimos a visitarle. La sentimos más entonces, pero él está siempre aquí, honrando al Padre y orando por los hombres.
«Hic domus Dei est»; hay, pues, que respetar la iglesia. «Pavete ad sanctuarium meum»,4 entrad con respeto en la iglesia. Respetar la iglesia significa entrar en ella con recogimiento, pensando que se viene no a la habitación de un gran personaje, sino a la presencia de Dios. Nuestra alma debe estar impregnada de gran amor y, ante todo, de gran respeto. Por tanto, nunca se entre en la iglesia con el pecado; y si alguna vez nuestra alma estuviera manchada, entrar arrepentidos. El publicano entró en el templo con el pecado, pero se puso allá en el fondo, sin atreverse a levantar los ojos al altar, considerándose indigno, y rezaba golpeándose el pecho: «Dios mío, ten piedad de este pecador» [cf. Lc 18,9-14].
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Hemos de lavar el alma antes de entrar a la | [Pr 5 p. 109] presencia de Dios. En el momento en que se entra, ha de haber un verdadero arrepentimiento y, siempre, humildad de corazón. «Dómine, non sum dignus ut intres...».5 Se dice siempre: «No soy digno de que entres en mi alma»; pero es que no somos dignos ni siquiera de ponernos en su presencia, es decir, de entrar donde él habita, en su santuario, donde incluso los ángeles están con respeto y adoran a Jesús con veneración y profunda humildad.
Luego, al entrar en la iglesia, hágase bien la señal de la cruz. Y no se imite a quienes charlan hasta la misma puerta o, tal vez, ya dentro. En la iglesia, obsérvese gran silencio, pues debemos hablar sólo con Dios y escucharle lo que nos dice... La genuflexión debe hacerse bien: el porte exterior refleje el respeto y la devoción interior.
2. La iglesia es además puerta del cielo.
¿Por qué es puerta del cielo?
La iglesia donde habita Dios es una imagen de la Ciudad excelsa, es decir de la casa paterna de Dios, de nuestro Padre celestial; allí donde tiene su corte con los apóstoles, los patriarcas, los profetas, los mártires, los confesores, los vírgenes y todos los santos. La iglesia es la imagen de aquella santa ciudad, «cœlestis urbs Jerúsalem, beata pacis visio».6 La iglesia es la puerta del cielo porque aquí se recibe la comunión; aquí se hace la confesión de los pecados; en la iglesia fuimos bautizados; a la iglesia se viene para escuchar la palabra de Dios; aquí nos traerán después de morir, y entonces el sacerdote pedirá que los ángeles bajen a recoger nuestra alma y llevarla con ellos al paraíso.
Lugar sagrado, puerta del cielo.
Hemos de amar, pues, la iglesia. Amarla | [Pr 5 p. 110] porque en ella se reciben los máximos beneficios. Es sagrado el lugar del apostolado; sagrado es el lugar donde escuchamos al maestro en clase; pero más sagrada es la iglesia.
¿Cómo se demuestra este amor? Viniendo gustosamente a la iglesia. Llegar con retraso, salir lo antes posible, estar en ella
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como sintiéndose a disgusto, significa no amar la iglesia. Quien la ama piensa a menudo en ella; quien la ama viene a ella cada vez que puede; quien la ama está en ella de buena gana y no encuentra dura la conversación con Dios. «Su trato no desazona -dice la Escritura- su intimidad no deprime» [Sab 8,16]. Quien ama la iglesia no está distraído y no apresura la salida.
Sí, la iglesia hay que amarla porque, cuando estemos a punto de morir, para consolarnos no recordaremos el tiempo pasado en diversiones, o visitando monumentos más o menos sagrados; no querremos recordar los lugares donde hemos encontrado peligros para el alma. A la hora de la muerte, para consolarnos, querremos pensar en aquel sitio donde hemos rezado, en aquel ángulo donde hemos obtenido el perdón de los pecados, en aquella balaustra donde hemos recibido la comunión.
El más hermoso ornamento de una iglesia es que en ella haya personas santas, personas que están en ella con gran amor, mostrándolo en las oraciones y cantos sagrados.
3. La iglesia es asimismo casa de oración.
Todos los lugares de la tierra son adecuados para rezar. Podemos orar en la calle, podemos rezar en la habitación donde descansamos; pero el lugar de oración por excelencia es la iglesia. Ir a la iglesia constituye ya un acto de fe, pues se cree que | [Pr 5 p. 111] allí está Dios que nos escucha; ir a la iglesia es ya un ejercicio de esperanza, pues se va para obtener las gracias; ir a la iglesia es un acto de amor a Dios, pues quien le ama le busca. ¿Y dónde le busca? En la iglesia. Entrar en ella es, por tanto, ejercicio de fe, de esperanza, de caridad: una profesión de fe, de esperanza y de caridad delante de todos.
Es allí donde debemos pedir las gracias: «In ea omnis qui petit áccipit et pulsanti aperítur»,7 dice la liturgia en la octava de la Dedicación de una iglesia. - Reflexionemos, pues, sobre nosotros mismos acerca de las mayores necesidades del alma. Habrá quien tenga necesidad de pureza y quien necesite más la humildad; quien tenga más necesidad de crecer en la fe y quien en cambio necesite ser fuerte en la vocación. ¡Venid a la iglesia, rogad y recibiréis!
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Y tenemos aún un tercer deber: socorrer a la iglesia. Jesús tiene a su disposición todo el oro, toda la plata y todo el mármol, pues todo es suyo. Pero quiere limosnear, y aguarda de nosotros las ofertas. Él limosnea en la iglesia como mendigó el alimento y la posada cuando ejercitaba el ministerio público durante los años de predicación.
¡Qué orgullosos somos y qué poco entendemos el espíritu de Jesús, tan bueno él! Es el dueño de todo, pero acepta de nosotros cualquier limosna. Generalmente quienes dan limosna en la iglesia, buscan en el monedero la moneda más pequeña. ¿Vamos a ser avaros con Jesús? Sería como restringir su mano. En cambio, queremos que su mano se amplíe al distribuirnos las gracias. Lo que se da, se recibe multiplicado. Si se da una pequeña cosa de la tierra, se reciben tesoros para la eternidad. Esa moneda chica se cambiará | [Pr 5 p. 112] en piedras preciosas, en gozo eterno en el paraíso. ¡Qué suerte dar algo a Jesús, y qué dignación la suya al aceptarlo de nosotros! Hay que dar para la iglesia.8
Es muy útil pensar ya en los ornamentos y en la limpieza. Muchos no pueden dar dinero, porque entre otras cosas está el voto de pobreza. Pero, en general, ¡qué generosos han sido con la iglesia en construcción! Quien no puede dar dinero, al menos piense en la limpieza de la iglesia; piense en hacer más solemnes las funciones con el canto. Alegremos a Jesús con nuestros pequeños obsequios.
Pensad con qué devoción María fajaba al Niño en aquellos pobres pañales y le ponía en la cuna. Pensad con qué devoción aquellos dos discípulos compraron la sábana, y juntamente con María envolvieron el cuerpo de Jesús, llevándolo al sepulcro después de haber muerto en la cruz. Pensad con qué devoción Marta y María hospedaban a Jesús.
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Socorrer a Jesús, darle algo, no deberíamos considerarlo un sacrificio, sino más bien agradecer que él se digne aceptarlo. En fin de cuentas ¿qué damos? «De tuis donis ac datis».9 Damos a Jesús un poco de lo que de él hemos recibido.
Esta tarde, comenzando la función de la consagración,10 es útil recordar qué reliquias se pondrán en el altar. Ante todo una reliquia de Santiago el Mayor, apóstol, como representante del colegio apostólico. Luego, tres mártires: san Ignacio de Antioquía, santa Tecla, san Timoteo, discípulo de san Pablo. Tenemos, pues, una virgen, un escritor y el discípulo predilecto de san Pablo. Además, como nuestra institución comenzó justamente el día en que san Pío X pasaba del trabajo al premio y al descanso eterno, hay también | [Pr 5 p. 113] una reliquia de san Pío X.
Invoquemos, pues, a estos santos al recitar las oraciones y en la procesión, para que intercedan por nosotros. «Hic domus Dei est, porta cœli, domus orationis».
Estas reliquias nos amonestan: «amad la iglesia, respetad la iglesia, socorred a la iglesia».
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NOVENA PARA LA DEDICACIÓN DEL SANTUARIO «REGINA APOSTOLORUM»
HORA DE ADORACIÓN1
Canto: «Magníficat ánima mea Dóminum».2
Con la Dedicación hoy del Santuario «a Dios óptimo y máximo y a María Reina de los Apóstoles» realizamos dos actos:
1. Cerramos un período de ansias, por los peligros de la Familia Paulina pasados durante la última larga y tremenda guerra; y el cumplimiento de nuestro amoroso reconocimiento a la Regina Apostolorum.
2. Abrimos otro período, que se ilumina de la luz nostálgica y materna de María.
Se trata siempre de la misma misión que ella lleva a cabo a través de los siglos; misión que le confió Jesús moribundo en el Calvario en la persona de Juan: «Mujer, mira a tu hijo» [Jn 19,26].
Con el corazón lleno de conmoción, hoy pensamos que en aquel momento la mente de Jesús se dirigía también a | [Pr 5 p. 114] cada uno de nosotros; y gustosamente, en la palabra del Maestro divino, sentimos casi sustituir el nombre de Juan con el nuestro... «Mira a tu madre» [Jn 19,7].
Canto: «Salve, Máter misericordiæ».
I. Dice la Escritura: «Haced votos al Señor y cumplidlos» [Sal 76/75,12].
Hace unos 15 años que se desencadenó la segunda guerra mundial,3 causante de tantísimas víctimas no sólo entre los combatientes sino también entre los civiles, en las poblaciones inermes. La Familia Paulina estaba ya esparcida en diversas naciones, compuesta por muchos miembros, muchos de los cuales
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pasaban día y noche temiendo una muerte trágica. Las penas y temores de cada uno se sumaban en el corazón del Primer Maestro, quien aconsejado confiadamente por las muchas experiencias en la bondad de María, justo en lo más agudo del peligro, interpretando el pensamiento de todos, se asumió este empeño: «Oh María, Madre y Reina de los Apóstoles, si salvas todas las vidas de los nuestros y las nuestras, construiremos aquí la iglesia a tu nombre». El lugar de la promesa fue más o menos el centro de la iglesia construida; y está dentro del círculo marcado en el pavimento y rodeado por estas palabras lapidarias: «ANNO MARIANO CONFECTO - DIRO BELLO INCÓLUMES - FILII MATRI VOTO P. - DIE VIII DEC. MCMLIV». Es decir: «Al término del Año Mariano - salidos incólumes de la tremenda guerra - los Hijos ofrecen a la Madre en cumplimiento de su voto - Día 8 de diciembre de 1954».
Para mayor precisión [recordamos lo siguiente].
Un día, hacia las dos de la tarde, las sirenas dieron la alarma: una escuadra de aviones bombarderos venía de Ostia hacia Roma y se acercaba | [Pr 5 p. 115] a estas casas paulinas. Todos, entonces, se dirigieron a la gruta-refugio!,4 como estaba mandado; todos los jóvenes profesos corrieron hacia ella.
El Primer Maestro quiso ver también cómo estaban las Hijas de San Pablo; y fue hacia la casa de ellas, pasando por el sendero habitual. Hacia mitad camino cayó una bomba a pocos metros, y alguna esquirla le pasó junto a la cabeza.
La mayor pena la sintió por alguna Hija que, indispuesta, llegaba la última al refugio, sosteniéndola con dificultad las hermanas; y por alguna otra que, estando enferma, tuvo que quedarse en la cama, si bien asistida por una religiosa de gran caridad.
Pasado el peligro, se tomó el referido empeño, fijando incluso el sitio y el modo de la futura construcción: locales debajo de la iglesia, y ésta que dominara las casas, quedando María en el centro, en medio de sus hijos e hijas.
Apenas concluida la guerra (5 de mayo de 1945), sabiendo
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bien los sacrificios que iba a costar esta iglesia, decidí la construcción como penitencia y reparación.
¡Tú, María, nos has salvado, con una protección que sabe a prodigio, desde Japón hasta Francia!
Aquí nos tienes a cumplir el voto. Te ofrecemos este modesto santuario, sede de tu trono, como a nuestra Reina. Cada ladrillo representa los sacrificios de tus hijos y de muchos Cooperadores, cuyo nombre (aunque desconocido para los hombres) está escrito en los registros puestos a tus pies, casi como una súplica y testimonio de fe. Recuérdalos a todos, oh María. - Y lo que más importa es que su nombre está escrito en el cielo [cf. Flp 4,3].
Todos, hoy, tus Hijos e Hijas, son felices, ya que después de la iglesia a san Pablo y al divino Maestro,5 todos insistían por una iglesia en tu | [Pr 5 p. 116] honor. Te ofrecemos cosas que son ya tuyas: «de tuis donis ac datis», pues has movido nuestros corazones y abierto las manos; por ti misma te has construido esta casa. Has iluminado a los artistas, has guiado a los trabajadores, has suscitado fervor en todos, crecientemente, a medida que se acercaba este hermoso día.
¡Bendita seas, Madre, Maestra y Reina! Tú has dado la inspiración, el querer y el poder.
Canto: «Magníficat ánima mea Maríam».6
II. Dirigiéndonos ahora, oh María, a tu hermoso trono y pensando en el presente y el futuro, te decimos: «Reina, fija en nosotros tus ojos misericordiosos, pues has encontrado gracia ante el Rey como Ester. Tu universal solicitud por ser la Máter humanitatis,7 y tu oficio de mediadora de la gracia, nos infunde confianza al presentarte las súplicas, por nuestras necesidades y las más actuales de la Iglesia y de la humanidad».
A la entrada de la iglesia están grabadas en la piedra estas palabras: «Súscipe nos, Mater, Magistra, Regina nostra: roga Filium tuum ut míttat operarios in messem suam». Acógenos, Madre, Maestra y Reina nuestra; ruega a tu Hijo que mande
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obreros a su mies. - Vocaciones para todos los apostolados, vocaciones para todos los institutos religiosos, vocaciones para todos los seminarios, vocaciones para todas las naciones: y entre ellas, especialmente, las vocaciones para los apostolados más urgentes, más modernos, más eficaces.
Canto: «Salve, Madre bendita».
Y a estos obreros evangélicos obtenles el Espíritu Santo, que es el espíritu de Jesús. Renuévese en ellos Pentecostés. El primer Pentecostés está recordado | [Pr 5 p. 117] en la leyenda de la cornisa de la iglesia: «Petrus, et Joannes, Jacobus, et Andreas, Philippus, et Thomas, Bartholomæus, et Matthæus, Jacobus Alphæi, et Simon Zelotes, et Judas Jacobi: hi omnes erant perseverantes unanímiter in oratione cum muliéribus, et María Matre Jesu, et frátribus eius... Et repleti sunt omnes Spíritu Sancto, et cœperunt loqui variis linguis, prout Spíritus Sanctus dabat eloqui illis»: Pedro, Juan, Santiago, Andrés, Felipe, Tomás, Bartolomé, Mateo, Santiago Alfeo, Simón Zelota, Judas de Santiago: todos éstos perseveraban concordes en la oración, junto con las mujeres y con María, Madre de Jesús y sus parientes... Y todos se llenaron de Espíritu Santo y empezaron a hablar en diferentes lenguas, según el Espíritu les concedía expresarse (He 1,13-14; 2,4). A esos nombres sustituye los nuestros; danos el don de la palabra, oral, escrita, fotografiada, transmitida, según el querer de Dios.
Canto: «Apostolorum contio».8
Y asiste, acompaña, allana los pasos y asegura abundantes frutos a estos obreros evangélicos.
En la puertecita del sagrario está escrito: «Venite, filii, comédite fructum meum», venid, hijos, comed mi fruto;9 es el fruto bendito del seno de María, Jesucristo. Con este alimento el apóstol se sostiene en su difícil camino.
Tú, Madre, has ya provisto a quien está cansado y débil: «Si dimísero eos ieiunos in domum suam deficient in via», si les despido en ayunas, se desmayarán por el camino [Mt 15,32].
La Madre celestial ha preparado con su sangre | [Pr 5 p. 118] un pan que da la vida, que es el cuerpo mismo de Jesucristo: luz, fuerza,
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consuelo de los apóstoles que aguardan la cosecha. «Benedicta Filia tu a Domino, quia per te fructum vitæ communicávimus».10
Canto: «O Regina Apostolorum».11
En esta iglesia nunca faltará la oración; y por eso, Madre y Reina, no faltarán tus gracias sobre el Papa, el sacerdocio, la vida religiosa, las casas de la Familia Paulina, en todas las naciones donde está establecida.
Continúa, oh María, desde el cielo tu apostolado de dar al mundo a Jesús Camino, Verdad y Vida. Muchas naciones son pobres porque carecen de Jesucristo. Nuevas generaciones se asoman a la vida. El mundo se salvará sólo si acoge a Jesús tal como es: toda su doctrina, toda su liturgia.
Tenemos que dar un Evangelio lleno de catecismo y liturgia; un catecismo lleno de Evangelio y liturgia; una liturgia (por ejemplo el misalito) llena de Evangelio y catecismo.
Los editores poseen la palabra, la multiplican, la difunden vestida de papel, caracteres, tinta. Tienen, en el plan humano, la misión que en el plan divino tuvo María, que fue Madre del Verbo divino; ella captó al Dios invisible y le hizo visible y accesible a los hombres, presentándolo en humana carne.
Haz, Madre, que los hombres secunden la invitación del Padre celestial: «Este es mi Hijo, el amado, en quien he puesto mi favor. Escuchadle» [Mt 17,5].
Canto: «De todo apóstol Reina».
«Exaudi preces pópuli tui, o Regina: et præsta, | [Pr 5 p. 119] ut quisquis hoc templum beneficia petiturus ingréditur, cuncta se impetrasse lætetur». Escucha las súplicas de tu pueblo, oh Reina; y concede que quien entre en este templo para pedirte gracias, salga de él alegre por haber sido escuchado.12
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El pecador obtenga el perdón, el dudoso la luz, el afligido la consolación, el enfermo la salud, el débil la fuerza, el trabajador su pan cotidiano; el tibio el fervor. Y tu misericordia se extienda de generación en generación a cuantos temen y aman al Señor.
Canto: «María, lux Apóstolis».13
Mirad en la primera cúpula14 representados dos grupos de orantes, formados por los representantes de la humanidad: desde el humilde obrero al sumo Pontífice.
Tú, María, tienes una misión social:
Primero, santificaste una casa, domicilio de las virtudes domésticas: ¡guarda la primera sociedad, que es la familia!
Segundo, diste principio a la vida religiosa con el voto de virginidad y la observancia de una perfecta obediencia y pobreza: ¡guarda la sociedad religiosa!
Tercero, llevaste en brazos a la Iglesia naciente, sociedad sobrenatural instituida por tu Hijo Jesús: ¡guarda a la Iglesia!
Cuarto, te fue confiada la humanidad, de la que eres madre espiritual y que debe hermanarse en una sociedad supranacional: ¡únanse por ti los hombres en la verdad, caridad, justicia; guarda la Sociedad de las Naciones!
Quinto, en Jesucristo eres la Madre de la civilización surgida del Evangelio y desarrollada por obra de la Iglesia: ¡guarda la verdadera civilización!
Así ruega la Iglesia: «Augusta cœlorum Dómina | [Pr 5 p. 120] et apostolorum Regina, júgiter exora, ut omnes gentes agnoscant quia Dóminus est Deus et non est alius præter eum».15
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Canto: «Regina jure díceris».16
«Un día a verla iré - al cielo patria mía, - allí veré a María - oh, sí, yo la veré».17
Nuestra mirada se detiene gustosamente a considerar los episodios de vida y santidad de Jesús y de María, que nos indican por qué caminos se pasa para llegar allá arriba, donde estás aguardándonos, el cielo, en el que compartes el reino con tu Hijo, ensalzada por una inmensa multitud de ángeles, coronada por la Sma. Trinidad con la triple corona de la sabiduría, la potencia y el amor.
Canto: «Desde tu trono, Reina de los cielos».18
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PARTICULARIDADES DE NUESTRA IGLESIA1
Recordemos las particularidades de nuestra iglesia dedicada a la Reina de los Apóstoles.
Ante todo esta iglesia está construida para imitar a Dios, que exaltó a María sobre todas las criaturas. A la Familia Paulina no debía faltarle esta exaltación. Queremos imitar a Dios «sicut filii caríssimi»,2 como dice la Escritura, y exaltar a María, siguiendo a Dios, siguiendo a Jesucristo: esta es la senda que nos lleva a la salvación; es la senda en la que encontraremos el gozo y todas las gracias en la tierra.
[Pr 5 p. 121] La humanidad siempre, desde el principio hasta el fin del mundo, miró y mirará a María. Apenas nuestros progenitores se mancharon con la culpa, el Señor les hizo brillar una esperanza: María. «Inimicitias ponam inter te et mulíerem».3 Esta Reina precederá a toda la humanidad salvada después del juicio universal y, siguiendo a Jesús, entrará en el cielo a la cabeza de los bienaventurados, entonando el «Magníficat ánima mea Dóminum».4
Queremos imitar a Jesucristo, que es el Camino y quiso elegir por madre a la santísima Virgen María. Y los hijos ¿no deberían venerar a esta Madre? ¿No vamos a seguir el ejemplo de Jesús, haciéndonos hijos de esta Madre celeste? No podemos trazarnos una senda mejor que seguir a Jesús, que también en esto nos indica el camino a recorrer. Y para que nosotros comprendiéramos su intención y deseo, cuando estaba a punto de concluir su vida terrena, nos dio a María por madre, para que todos fuéramos a ella y a través suyo obtuviéramos todo género de gracia. «Qui totum nos habere voluit per Maríam».5 Todo quiere el Señor que lo tengamos por María.
La Familia Paulina no debía privarse de esta poderosa intermediaria ante Jesucristo. Por eso, enseguida después de la erección de
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iglesia a san Pablo y al divino Maestro en Alba, recibimos de los hijos más ancianos y más responsables de la Congregación [esta petición]: «Ahora es el tiempo de pensar en glorificar a la Regina Apostolorum». Y se ha procurado cumplir ese deseo.
¿Qué es, pues, esta iglesia respecto a la Familia Paulina?
Es el centro vital, porque de María espera toda la Familia; a María se dirige toda la Familia; y desde cada casa, rezando a María, se piensa en el | [Pr 5 p. 122] santuario Regina Apostolorum. Por medio de María esperamos las vocaciones, y esperamos que las vocaciones correspondan al querer de Dios. Confiamos en que los llamados, una vez llegados al campo de trabajo, con la asistencia de María, recojan para sí muchos méritos y sean luz para tantas almas; sean sal de la tierra y sean como la ciudad puesta en el monte, que debe indicar a los hombres la senda de Dios, la senda por la que se llega a la salvación.
Hay que decir además que esta iglesia tiene algo importante con respecto a la humanidad. En la iglesia se constituirá la adoración continua, es decir, presentaremos a Jesús, por medio de María, las súplicas por las vocaciones; y no sólo por las vocaciones paulinas. Hoy la Iglesia [universal] tiene que resolver el problema de los problemas: el de las vocaciones. Las pediremos para toda la tierra, para todas las instituciones, para todas las diócesis, para todos los apostolados. Nuestro corazón debe ser amplio, estar abierto. Abierto a las necesidades de todos, amplio para incluir a todas las almas. Debe estar formado según el corazón de Jesús. «Venite ad me omnes qui laboratis et onerati estis et ego reficiam vos».6
Centro vocacional será el santuario Regina Apostolorum.
Pero tenemos que mirar a nuestro alrededor.
La Familia Paulina, en las oraciones que se harán en esta iglesia, ha de tener dos intenciones: el Papa y los bienhechores.
El Papa, de modo que él, viendo desde su alto sitial, desde su elevado observatorio, las necesidades de la humanidad, pueda contar con las oraciones y adoraciones que se harán en esta iglesia. Incluimos ya desde ahora todas las intenciones del Papa, que son las del Vicario del mismo Jesucristo.
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[Pr 5 p. 123] Queremos recoger también en nuestro corazón las intenciones de los Cooperadores, que de veras han cooperado con la Familia Paulina. En estos últimos tiempos han cooperado especialmente con ofertas para la erección del templo. Aunque no están presentes, en su mayoría, se dirigen aquí con el pensamiento y ofrecen juntamente con nosotros su don a María, este obsequio conclusivo del Año Mariano: la dedicación del templo a la Regina Apostolorum.
Ahora vamos a particularizar algunas de nuestras necesidades. Debemos formarnos en Jesucristo; y la verdadera formación en Cristo es vivir de él, vivir como él es: Camino, Verdad y Vida. ¿Y por medio de quién? Encontraremos siempre a Jesús en los brazos de María. Como al comienzo de la cristiandad, los primeros enviados a Jesús, o sea los pastores y los Magos, encontraron a Jesús en los brazos de María, así nosotros, por intercesión de María, podremos formar en nosotros a Jesucristo. Hemos de insistir siempre, en los rosarios y en las demás plegarias, especialmente las que tenemos en nuestro Libro de las Oraciones, insistir ante María para que nos dé a su Hijo. Esta es su misión. En efecto la imagen de la Regina Apostolorum nos representa a María en el acto de ofrecernos a Jesús, a quien hemos de acoger en la comunión, en su doctrina, en su gracia.
Así que nuestros estudios, nuestras obras de piedad, nuestro apostolado, todo, en fin, esté bajo la protección de María Regina Apostolorum.
Si queremos mirar de modo particular al apostolado, éste consta de tres partes: redacción, técnica y propaganda. La redacción hay que ponerla bajo la protección de María. ¿No es María quien nos dio el Verbo de Dios? ¿Y no es el Verbo de Dios lo que debemos dar a la humanidad? Dice un santo Padre que María dio a leer | [Pr 5 p. 124] el Verbo de Dios.7 El apostolado de la redacción debe partir de este principio.
Bajo la protección de María ha de estar el apostolado técnico. En la iglesia superior, junto a otros episodios, está representada María ocupada en el trabajo. El trabajo técnico va dirigido a Dios según las intenciones que tuvo María en Nazaret.
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Su trabajo fue un trabajo redentivo, es decir, ofrecido por la redención del mundo.
Y también ha de estar bajo la protección de María el apostolado de la propaganda, pues la propaganda implica necesidades particulares. ¿No fue María la primera en llevar el Verbo de Dios encarnado en la visita a santa Isabel? ¿Y no fue María quien presentó a Jesús en el templo? ¿Y no fue María quien lo presentó en Caná cuando, mediante el milagro, obtuvo que Jesús se manifestara a los discípulos?
Todo el apostolado, pues, debe estar bajo la protección de María. De consecuencia, la formación y cuanto tenemos que hacer por las almas sea de María, por María, con María y en María. Podemos decir «sine María nihil», nada sin María, todo con María.
Por eso ahora concluimos con el canto Súscipe nos y el Magníficat ánima mea Dóminum.
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NUESTROS DIFUNTOS1
Después de la alegría por la Dedicación de la iglesia Regina Apostolorum, nuestro pensamiento se dirige a nuestros hermanos y hermanas | [Pr 5 p. 125] que ya pasaron a la eternidad. Nos gusta considerarlos espiritualmente allá arriba entre los ángeles.
El pensamiento del paraíso debe ser dominante, pues es el pensamiento que orienta la vida: somos peregrinos en esta tierra, encaminados hacia el cielo. Por eso, tratándose del pensamiento dominante de la vida para cuantos realmente quieren santificarse, se decidió que en las dos cúpulas2 estuviera representado el gozo de quienes ya han pasado a la eternidad, y el gozo de los ángeles, al que deberemos un día incorporarnos. Los nueve coros angélicos representan también las nueve virtudes,3 cuya práctica nos hace dignos de ser admitidos un día en el paraíso con ellos.
Cada vez que levantamos la mirada a lo alto, no es sólo para admirar una obra de arte;4 y para elevar el pensamiento y prevenir,
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de alguna manera, el gozo que probaremos un día, cuando entremos en el paraíso. Es un acto de fe: «Credo vitam æternam».5 Es una orientación: quiero caminar resueltamente por el sendero de la santidad, del paraíso. Es un acto de deseo: «un día a verla iré»; «cupio dissolvi et esse cum Christo».6 Y es juntamente un estímulo: quiero y quiero firmemente; no como personas que están siempre indecisas, que quieren en el momento de la comunión y ya no quieren después del desayuno. Vamos decididos hacia el cielo, con cada palabra, cada acción, en cada momento. Tendemos al paraíso.
Y entre nuestros deseos está este: que también quienes ya han dejado y cerrado la peregrinación terrestre sean admitidos cuanto antes a la visión, a la paz de los justos, al eterno descanso.
Debemos, con todo, notar que la Iglesia ahora está como dividida en tres partes: la Iglesia militante, la Iglesia | [Pr 5 p. 126] purgante, la Iglesia triunfante. La última llegada es a la Iglesia triunfante; pero en la tierra somos militantes y se requiere que militemos bien. «Non coronátur nisi qui legítime certáverit»: no será coronado sino quien haya combatido rectamente [cf. 2Tim 2,5], valientemente, pues el reino de Dios se adquiere con el esfuerzo, o sea con determinación. ¡Hay que ser personas decididas! «Regnum Dei vim pátitur, violenti rápiunt illud»7 (Mt 11,12).
Apresurémonos en dos cosas: 1) socorrer a quienes ya han pasado a la eternidad, por si tuvieran necesidad de sufragios, y 2) pensar en nosotros mismos.
La Congregación, pequeña parte de la Iglesia, puede tener como ésta personas que militan aún en la tierra, por ejemplo nosotros; y puede tener personas en estado de purificación, para la última preparación a la entrada en el cielo; y tenemos la persuasión de que algunos hermanos y hermanas están ya en la contemplación beatífica, ante la Sma. Trinidad junto a María y a san Pablo.
No obstante la buena voluntad, mientras estamos en la tierra tenemos muchos defectos e imperfecciones. Para entrar en el paraíso es preciso que el alma esté totalmente limpia, es decir que haya satisfecho la pena por los pecados cometidos; que esté totalmente
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despegada de las cosas de la tierra y viva con fervor y una pureza tal que merezca ser admitida entre los candidísimos ángeles, los mártires y los apóstoles, los confesores, los vírgenes.
Pero es preciso decir que no siempre se sale de la tierra tan manchados como para merecer el infierno, ni tan puros como para ser admitidos inmediatamente en el cielo. Por eso la misericordia de Dios ha establecido un lugar, un estado donde el alma pueda purificarse. Tiene seguro el cielo, la salvación, pero se ve atormentada | [Pr 5 p. 127] por ese mismo deseo, por el amor que tiene a Dios, a quien quisiera unirse y contemplarle y verle. A estas almas que se hallan allí sufriendo, lanzadas hacia Dios, sintiéndose por una parte empujadas al cielo y, por otra, frenadas con mano fuerte por la justicia de Dios, nosotros podemos aplicarles las palabras de Job: «Miserémini mei, miserémini mei, saltem vos amici mei».8
A los hermanos, hermanas y cooperadores pasados a la eternidad, los acogemos todos nosotros en nuestro corazón y el sacerdote que celebrará la misa por ellos les pondrá a todos en el cáliz. ¡Demos sufragios a los difuntos!
La Congregación, mientras vivimos en la tierra, constituye una ayuda recíproca para la santificación; y cuando alguien pasa a la eternidad, le asegura los sufragios. La unión no se rompe, más bien se perfecciona. ¡Amémonos, amemos! Amemos de modo especial a quienes no pueden ya ayudarse por sí mismos: precisamente las almas del purgatorio, las cuales, mientras ruegan por los que han quedado en la tierra combatiendo, asistiéndoles en la lucha, aguardan de nosotros el socorro que nos es posible enviar. Si el Señor, en justicia, ha debido detener a esas almas en la cárcel del purgatorio, por su misericordia nos ha dado, digámoslo así, las llaves de esa cárcel. Quien tenga buen corazón, ciertamente no hará oídos sordos a los gemidos e invocaciones que desde allí nos llegan.
Mientras, empecemos por pensar en los hermanos que partieron de esta tierra y están sepultados en diversos lugares. Quiero recordar sólo a dos sacerdotes, uno sepultado en China y otro en Chile.9 Partieron, pero nos han dejado buenos ejemplos.
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Muchas veces pienso que leemos a menudo vidas de santos y admiramos sus ejemplos, dignísimos de imitar. | [Pr 5 p. 128] Está bien, ¡pero no menoscabemos a nosotros mismos y a nuestra familia religiosa! Sacerdotes, discípulos, hermanas han pasado a la eternidad, tras habernos dado ejemplos que a veces no sabemos valorar suficientemente: ejemplos de piedad, de apostolado, de vida religiosa bien vivida en pobreza, castidad y obediencia.
La Congregación es un flujo activo. Quienes la miran desde fuera, la confunden con una actividad casi industrial o comercial. ¡Pero es fuego lo que hay en el corazón de nuestra Congregación! Y cuando el fuego se ha encendido bien, cuando el motor es fuerte, se explica la actividad, la acción desde la oración.10 No hemos entendido aún del todo, o tal vez meditamos poco, el cúmulo de méritos especialísimos que, en la vida religiosa paulina, puede hacerse quien corresponde a su vocación. Correspondiendo a su vocación santamente, está seguro de su salvación; no sólo, está seguro de alcanzar un alto grado de gloria en el paraíso.
No es el caso de hacer parangones o de insistir en ciertos puntos: son más bien cosas que conviene meditar cuando la Familia Paulina está recogida y a solas. El cúmulo de méritos que va adquiriendo, los tesoros de cielo que va ganando quien en la Familia Paulina corresponde bien, con perseverancia, a su vocación, es tal que sólo en el momento de entrar al cielo podremos apreciar adecuadamente. Entonces nos admiraremos, como diciendo «¡no creíamos, no pensábamos!...».
Tenemos, pues, ejemplos de los hermanos y de las hermanas que nos han dejado y que allá arriba, por la comunión de los santos, siguen ayudándonos. Es hermoso el dogma de la comunión de los santos en general, pero lo es también recordarlo | [Pr 5 p. 129] pensando en el flujo de vida, de méritos y de ayudas que la Familia Paulina, considerada globalmente, puede darse. Se trata de una circulación de sobrenaturalidad. Pero es necesario que estén unidas las mentes, los corazones y las voluntades.
¿Cuál era la preocupación del Maestro divino, cuando iba a dejar la tierra, o sea a cerrar su jornada terrena? «Ut sint unum», que sean una cosa sola [Jn 17,11]. Cuatro veces lo repite antes de comenzar su agonía en Getsemaní, en la oración que nosotros
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llamamos oratio Christi. Esta unión que es caridad, esta unión de miras, de pensamientos, que se verifica juntamente en la obediencia y en caridad, ¡cuánto nos eleva, y cuánto enriquece nuestra alma!
Quizás sea preciso insistir más sobre ese punto de las Constituciones: santificarse, atender a la perfección mediante los votos de pureza, de obediencia y de pobreza. Pero también se dice «en la vida común», elemento que uniforma nuestra vida según las Constituciones. Son nuestros méritos propios, por los que hemos dejado otros caminos, hemos dejado el mundo; nuestros méritos especiales, porque era posible vivir religiosamente también en el mundo, pero no era posible adquirir los méritos propios de la vida religiosa, y los otros que son propios de la vida paulina: dar la doctrina de Jesucristo con los medios que el progreso nos procura.
También hemos de recordar cuántas almas estarán en el purgatorio a causa de la prensa, o del cine, o de la radio, o de la televisión: redactores, técnicos, oyentes, lectores. ¿Quién podrá contarlas, cuando se sabe que, por ejemplo, esta noche millones y millones de hojas, de periódicos, han salido de las potentes rotativas y que justo ahora, en estos momentos, son adquiridos y leídos con avidez? Y en ellos hay cosas buenas, | [Pr 5 p. 130] cosas menos buenas, cosas menos malas y cosas malas. Socorramos todos a quienes se encuentran en el purgatorio por estas razones.
Consideremos luego nuestro apostolado como una reparación de los pecados cometidos. El estudio, el trabajo espiritual interno, el apostolado, la práctica de la pobreza y de la vida religiosa, diariamente borrarán el purgatorio para esas almas.
Aquí, en la vida religiosa y en la vida paulina, tenemos toda clase de medios. Es verdad que la Congregación provee a los sufragios por cada uno después de la muerte, pero es mejor no ir al purgatorio, que esperar a ser liberados; no conviene caer en el pozo con la esperanza de que alguien venga a sacarnos. Seamos sensatos para nosotros mismos, al paso que nos mostramos piadosos y caritativos con los hermanos y hermanas.
Pidámosles su ayuda [a cambio de la nuestra], que nos obtengan la gracia de ser verdaderamente religiosos observantes.
Cantemos ahora el De profundis11 con gran piedad.
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LA REDACCIÓN1
Ofrecemos la presente jornada a María Reina para obtener las gracias necesarias en la parte principal del apostolado: la redacción.
Redacción es un término que comprende muchas cosas. En general nuestra redacción es la predicación de la doctrina de Jesucristo; doctrina completa, que concierne a los dogmas, las verdades, la moral, la ascética, la liturgia, los sacramentos, la misa. | [Pr 5 p. 131] La predicación puede hacerse o a voz o por escrito, y puede ser transmitida de varias maneras, por ejemplo con la televisión o la radio. Estamos siempre en redacción, ya se trate de prensa o de cine o de radio o de televisión, pues el objeto es igual: la palabra de Jesucristo, la palabra de la Iglesia.
Por tanto, hemos de considerar como sagrado el apostolado de la Familia Paulina. Al mismo tiempo podemos añadir lo que hace pocos días decía el Papa a los Editores católicos.2 No es necesario que hablen siempre de religión. Todo lo que es bueno, es católico. Y esto incluye todas las ciencias, el modo de enseñarlas y de divulgarlas. Cuando el Señor, creando, concluía su jornada, según el modo bíblico de expresarse, «vidit quod esset bonum»: vio que cuanto había hecho era bueno (cf. Gén 1,4). Nosotros somos, pues, como los altavoces que repiten lo que había en el designio creador de Dios, cuando damos la ciencia humana; más altavoces somos aún cuando damos la ciencia divina, la que predicó Jesucristo y nos ha transmitido la Iglesia, con la Tradición, para difundirla en todas partes y que se conozca la multiforme sabiduría de Dios [cf. Ef 3,10].
Notemos además que redactor es quien comunica su pensamiento. Los pensamientos que él formula deben entrar a iluminar la mente de los lectores, de los radioescuchas, de los espectadores
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del cine y de la televisión. El redactor ha de ser ante todo una persona llena de fe, y a la vez ser una persona instruida; debe ser una persona llena de esperanza, que mira al cielo, tanto en el propio trabajo hecho por Dios y por su gloria, cuanto respecto al lector, a quien quiere llevar al paraíso; debe ser una persona llena de caridad, es | [Pr 5 p. 132] decir que realmente ame al Señor y realmente ame a las almas. Estén, pues, las tres virtudes teologales arraigadas en el alma del escritor. Inspírese en las disposiciones y el modo con que san Pablo dictaba sus Cartas.
El redactor ha de considerarse [viviendo y obrando] en Cristo, «qui propter nos hómines et propter nostram salutem descéndit de cœlis»: por la salvación de los hombres bajó del cielo. «Et incarnatus est de Spíritu Sancto ex María Vírgine»: y se encarnó por obra del Espíritu Santo, de María.3 El redactor ha de hacerse hombre entre los hombres. Por eso, como Jesús, primero debe dirigirse a las masas, a la gran cantidad de almas, a las multitudes que componen preponderantemente la sociedad; luego a todos, según Jesús, que «cum homínibus conversatus est»,4 dice la Escritura, y «nos salvos fecit verbo veritatis»: nos salvó mediante la palabra de la verdad [cf. Ef 1,13].
¿Y los lectores? También ellos deben estar guiados por la fe, o por lo menos tener las disposiciones para acoger la verdad. Hay siempre quien recibe la verdad y hay quien es sordo. «Sui eum non receperunt; quotquot autem receperunt eum, dedit eis potestatem fílios Dei fíeri».5 Se necesita docilidad en quien lee, en quien escucha, en quien ve.
¿Cómo podemos dirigirnos a María respecto a la redacción? Hay un principio general: a través de María ha pasado toda la gracia. Y bien, la gracia comprende en primer lugar la verdad. El hombre debe unirse a Dios ante todo con la mente. La gracia comprende la vida eterna; comprende la santidad interior y exterior. Todo ha pasado a través de María, por tanto también la verdad. Si el modelo divino ha enseñado, todo ha pasado a través de María.
Además, hay ciertos dichos de algunos Padres, | [Pr 5 p. 133] que hablan más en particular del oficio de enseñanza de María.
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Dice un escritor: «Sin duda María instruyó a san Lucas sobre los hechos de la infancia de Jesús, sobre la encarnación, el nacimiento, la huida a Egipto. Nadie conocía estos hechos mejor que ella».6
En Vicenza, en la sacristía, se ve un bonito cuadro,7 en el que María parece dar clase a los cuatro evangelistas y de modo especial se dirige a san Lucas.
San Ildefonso8 escribe respecto al apostolado docente de María, de su ciencia divina y del influjo que ejercitó en los evangelistas: «Puesto que María fue parte y testimonio directo de muchos acontecimientos en la vida de Jesucristo, pudo referirlos con seguridad y precisión a los apóstoles, quienes, instruidos por ella, no habiendo estado ellos presentes, pudieron repetirlos con más detalle al pueblo y, en el momento oportuno, ponerlos por escrito de modo claro, permanente, y exponerlos a todos los hombres».
San Beda el Venerable9 escribe: «María conservaba todas las palabras oídas, meditándolas en su corazón. La Virgen Madre conocía bien todo lo que dijo e hizo el Salvador, todo lo recordaba y meditaba en su corazón, con el fin de poder referírselo a los apóstoles y a los fieles, cuando la interrogasen a tiempo debido, para que todo fuera predicado y todo fuera escrito para el mundo entero».
Santo Tomás de Aquino, comentando la epístola de la Asunción, con precisión teológica escribe: «María hábuit méritum Apostolorum et Evangelistarum, docendo».10 María adquirió,
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por medio de su enseñanza, los méritos de los apóstoles y de los evangelistas, porque muchas cosas no las habrían podido predicar ni escribir ellos, sin una especial | [Pr 5 p. 134] revelación, como la anunciación, la encarnación, la visita a santa Isabel.
San Ambrosio11 observa: «No me extraña que san Juan, más que los otros apóstoles, nos haya revelado los divinos misterios de la caridad, porque él estaba con María, quien mejor conocía los designios de Dios».
En el oficio litúrgico de la Reina de los Apóstoles leemos entre otras cosas: «No es difícil adivinar cuánto hizo María después de irse Jesús. Su vida mortal debía parecerle larga y dura, pero al mismo tiempo se sentía confortada pensando que tal era la voluntad de Dios y que la Iglesia naciente tenía necesidad de la instrucción y del consuelo que ella daba a los fieles para iluminarlos y fortificarlos».
Por lo demás, María fue la más sabia de todas las criaturas, pues poseía la sabiduría de Dios, la sabiduría celestial. Hay muchos hombres que conocen tantas cosas; hay personas instruidas en diversas ciencias, ¡pero cuántas veces carecen de sabiduría! Como hay también tantos hombres que hacen muchas cosas, pero no la única necesaria: salvar la propia alma. Los santos son todos sabios. María Reina de los santos es reina de toda sabiduría, de toda ciencia.
Es útil recordar, para concluir, una cosa que debe mantener la unidad: la redacción profundamente unida con la técnica, y la redacción con la propaganda. No escribamos por escribir.
Nosotros no necesitamos muchos métodos, porque disponemos del método divino, el usado por Jesucristo. Lo que debemos hacer es esto: considerar las necesidades de la humanidad; luego ir a Jesús, considerar la ciencia sagrada, hacer una buena visita al Smo. Sacramento y, luego, tomar de Jesús la ciencia de la que el mundo tiene necesidad, y desmenuzársela a los | [Pr 5 p. 135] pequeños. ¿Habría que decir siempre: «Et non erat qui frángeret eis»?12 La humanidad tiene necesidad de pan, pan del que habla
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Jesucristo: «Non de solo pane vivit homo, sed de omni verbo quod procedit ex ore Dei».13
Así pues, dos cosas: 1. Considerar las necesidades de los hombres, y luego considerar los hombres a quienes debemos dirigirnos: ver si son niños, científicos, paganos. 2. Aprehender la verdad de quien es la Verdad misma, por tanto la sabiduría misma, y desmenuzársela a los hombres que necesitan de este pan. A veces la necesidad es tan grande que ni siquiera se siente el hambre, como cuando uno está extremadamente débil.
Además hemos de pedir a María las disposiciones para la redacción.
He aludido a las tres virtudes teologales que forman el pedestal, los tres pies en que debe sostenerse la redacción: fe, esperanza y caridad. Pero se requiere además la prudencia, amor a la verdad, sentir el corazón lleno de las verdades que se aprenden y se estudian; sentir en el alma un fuego santo: el deseo de que estas almas se salven, que lleguen al cielo.
María es Reina en la redacción; por eso, no ponerse nunca a escribir sin haber invocado su ayuda.
Y luego depender siempre de los superiores, porque al servicio de la Congregación y de la Iglesia deben estar la linotipia14 y la rotativa, pero especialmente la pluma. Con todo, recordemos que en primer lugar somos religiosos y después escritores. Así que dependencia, pues en esta dependencia están aseguradas las bendiciones divinas.
Invoquemos a nuestra Madre y Reina, para que asista a quienes tienen el cometido de la | [Pr 5 p. 136] redacción, y para que todos los demás, técnicos y propagandistas, los secunden: tanto en interpretar mejor el modo de presentar tipográficamente la verdad, como en el modo de difundir las sucesivas ediciones.
Quitemos esa cosa,15 verdaderamente muy fea, pues revela una deficiencia de mentalidad y sensibilidad paulina, a saber: porque una cosa está hecha en la Congregación, ya no es bonita, no es buena, hay que aparcarla. ¿Es que no nos amamos a nosotros mismos? ¿Qué enseña la sensatez?
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TÉCNICA Y PROPAGANDA1
Nuestra elevación consiste siempre en la imitación de Dios, en vivir la vida de Jesucristo. Imitación de Dios también en cuanto Autor y como Editor. El autor tiene un gran modelo en el libro divino, la Biblia, y asimismo el editor tiene un gran modelo en la producción, en la multiplicación de la Biblia, que no sólo se ha conservado, sino que ha sido traducida en todas las lenguas, podemos decir, y va multiplicándose de continuo. Dios autor, Dios editor; Dios modelo de los autores, Dios modelo de los editores. María es Reina en la redacción.
Por eso, de la propaganda, en el artículo 244 [de nuestras Constituciones], se dice: «Toda edición trate expresamente de las cosas de fe, moral y | [Pr 5 p. 137] de culto, o en ellas se inspire; o al menos contenga algo útil a la salud espiritual».2
Así pues, ante todo las cosas concernientes a la doctrina, la moral, el culto, y luego las demás cosas que dispongan a recibir las verdades de la fe o al menos eleven el tenor de la vida del hombre: las cosas científicas, por ejemplo.
Dios, creando el mundo, se ha hecho el autor de toda ciencia. El saber no es sino estudiar a Dios. Cualquier ciencia nueva es un capítulo que nos explica la obra de Dios, el cual luego enseñó por medio de su palabra, por medio de sus profetas; «novíssime vero in Filio suo»: últimamente habló por medio de su Hijo, Jesucristo (Heb 1,1-2).
Con el nombre de edición no entendemos sólo un libro, sino otras cosas. La palabra edición tiene muchas aplicaciones: edición del periódico, edición de quien prepara el guión para la película, de quien prepara el programa para la televisión, de quien prepara las cosas que comunicar por medio de la radio. «Édidit nobis Salvatorem», dice la liturgia.3 La Virgen Sma. nos dio al Salvador. Usa el verbo édidit. La edición comprende el
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concepto artístico, el estudio para producir un objeto que a la vez sea litúrgico y artístico. Incluye también el trabajo de las religiosas que se preparan a dar el catecismo a los niños y luego realmente, en caridad, lo explican.
Además de la redacción está la técnica y la propaganda. Ya hemos considerado que debe darse una estrecha unidad entre una cosa y la otra, entre una parte y la otra. Cuando sale un buen libro, no se habla tanto del autor, o del impresor, o del propagandista; se dice: la Familia Paulina ha publicado tal libro. Este modo de expresarse indica que la Familia está unida y forma una cosa sola. Están | [Pr 5 p. 138] profundamente unidos el autor, el técnico, el propagandista. Sólo en esta unión obtenemos el bien para las almas: comunicamos el pensamiento, decimos algo a la humanidad. El escritor prepara; el técnico debe ser instruido para entender por lo menos el concepto general del autor y disponerlo todo convenientemente; el propagandista, por su parte, ha de saber en resumen el contenido del libro, para poder presentarlo. Si piden un libro para la juventud o para quienes se encuentran en particulares circunstancias de la vida, no les dará un libro que hable de otro argumento diferente. Tanto en la técnica como en la propaganda, se requiere mucha instrucción.
Hablando de la técnica, tenemos cuatro cosas que recordar, contenidas en las Constituciones.
1. Los medios técnicos, las máquinas, los caracteres, todo el equipaje cinematográfico y el radiofónico etc., son objetos sacros por el fin al que sirven. Por eso la máquina se hace púlpito; el local de la composición, de las máquinas y de la propaganda pasan a ser iglesia, donde hay que estar con mayor respeto que cuando se está en clase. Si la clase es un templo, ¡cuánto más lo son los locales de nuestro apostolado!
2. Búsquense los mejores medios para la producción del libro, del periódico, de la película, etc. El progreso en este campo es rápido. En 1934 podían considerarse viejas las máquinas de 1914; en 1954 son ya viejas las de 1934. En 1974 dirán: «¡Vaya armatostes que usaban aquellos!». Hemos de vivir con el progreso, pero un progreso sano, no malsano.
3. El trabajo hay que hacerlo en el espíritu con el que Jesús niño, Jesús muchacho trabajaba en la casa de Nazaret. Pensemos
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con qué intenciones y con qué diligencia atendía a un trabajo humilde | [Pr 5 p. 139] como era el de carpintero. Si comprendemos el sentido del trabajo y hacemos nuestras las intenciones de Jesús trabajador, ¡cuántos méritos ganaremos y qué ennoblecidos nos sentiremos, aun con las manos sucias de tinta!
4. Tenemos que entendernos unos a otros. El propagandista diga qué necesita, y el autor trate de secundarle; el técnico oiga el juicio del propagandista y al mismo tiempo déjese dirigir por el autor, de manera que por la unión de todos juntos podamos dar lo que es de veras útil a las almas, en la forma adecuada, en la más conveniente para una mayor divulgación.
Respecto a la divulgación, las Constituciones dicen asimismo algunas cosas: hay que llevar a Jesucristo al mundo, pero sin asumir el espíritu del mundo. Pueden darse peligros. Cada cual, en la meditación y en la oración, prepárese a hacer el bien sin encajar el mal.
Además: «...la palabra de Dios pueda llegar a las almas en conveniente cantidad y frecuencia».4 Ahí está la importancia de la propaganda: en llegar a las almas. Máxima difusión, pues. Es preciso que tengamos libros escogidos, producción selecta, pero que se multiplique indefinidamente. Un libro, aunque sea óptimo, si se queda en el almacén o se difunde en pocos ejemplares, ¿qué bien hará? La estabilidad económica del Instituto requiere también tirajes más amplios. ¿Qué medios usar?
Hoy debe de cuidarse particularmente la propaganda colectiva, que nos permite llegar a más personas y ahorrar el tiempo que emplear en otras cosas necesarias. El apostolado tiene que rendir al máximo, para la gloria de Dios y para la salvación de las almas.
Pasamos a una reflexión sobre nuestra Madre y Reina.
[Pr 5 p. 140] El primer pensamiento es este: cabe distinguir tres devociones a María. La primera devoción a María fue la de Jesús, que la llamaba madre y la obedecía. No es una devoción para nosotros, pues a María no podemos llamarla madre natural, sino madre espiritual. La segunda devoción, la más antigua en la Iglesia,
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fue la de los apóstoles. El título «Regina Apostolorum» está a la cabeza de todos los títulos, después del de la divina maternidad. Es más, puede decirse una cosa que conviene meditar con atención, para no caer en una especie de error: todo lo que tuvo María, fue para ser apóstol. La misma maternidad la tuvo para darnos a Jesús: ¡es su apostolado! Para darnos a Jesús, no sólo como cuando ella lo presentó a los pastores y a los Magos, sino para seguir dándolo a todos los hombres, pues el Hijo de Dios encarnado la ha constituido mediadora y distribuidora de la gracia, y por tanto de la salvación.
Cuando decimos devoción a la Reina de los Apóstoles, no somos gente que inventa una devoción, sino que volvemos a los orígenes del cristianismo; igualmente que, cuando divulgamos el Evangelio, no instituimos una novedad, pues ese ha sido el oficio de los apóstoles.
Además, María es Regina Apostolorum en cuanto suscita todas las vocaciones; en cuanto prepara los ánimos, las personas para todo apostolado; en cuanto interviene con su gracia en todas las obras de apostolado.
Cuando se habla de propaganda, recordemos siempre el segundo misterio gozoso: la visita de María a santa Isabel. Es la primera propaganda de Jesús. María lo llevó en el seno para salud, salvación y santificación de aquella familia. Propaganda hecha a pie con muchos kilómetros de camino. La visita a esa familia debe servir de | [Pr 5 p. 141] modelo en la propaganda, en la visita a las familias.
Es de recomendar particularmente la propaganda de los periódicos (revistas). El libro es la palabra de Dios que entra una vez en la familia; en cambio, el periódico llega cada semana, cada mes. Cuidaremos, pues, de modo especial la propaganda de los periódicos hecha en forma colectiva.
Para concluir recordemos tres pensamientos.
El primero es de Bossuet.5 Dice él que el Señor quiso dárnoslo todo por María y que no cambiará estilo; continuará con su método: por tanto, quien quiere gracia debe recurrir a María.
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El segundo es de san Dionisio,6 que dice: «Entre las cosas divinas, la divinísima es atender a la salud de las almas». Consideremos a la Familia Paulina como un conjunto de almas apostólicas, que se dan y emplean todas las fuerzas por los hombres. ¡Ah, si pudiéramos decir al final de la vida: nada he ahorrado por ellos: ni tiempo, ni salud, ni ingenio, ni comodidades; nada he ahorrado por las almas, nada! Se impone un gran examen. ¡Cuántas fuerzas aún que no se acumulan alrededor de la misión, de la vocación, de la voluntad de Dios! ¡Hay que recoger las fuerzas en lo que debemos hacer!
El tercer pensamiento es de san Agustín: Todos los predestinados al paraíso están en el seno de María, que a todos nutre y guarda, hasta que les engendre en la gloria eterna del cielo.
Así pues, nos consagramos, y también nuestro apostolado, a María. La oración «Recíbeme» es nuestra consagración; luego viene la consagración de nuestro apostolado.
De modo especial vamos a releer en el Libro de las | [Pr 5 p. 142] Oraciones la dedicada para antes del apostolado técnico y para antes de la propaganda.
Ya he recordado que en estos días tenemos que rezar por el Papa y también que esta iglesia debe ser el lugar sacro donde hagamos nuestras las intenciones del Papa. Vuelvo a recordarlo ahora con insistencia y, para concluir, cantemos: «Dóminus conservet eum».7
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VIDA RELIGIOSA PAULINA1
El altar de la iglesia Regina Apostolorum es diario privilegiado,2 y asimismo el altar central de la cripta. Está concedida indulgencia plenaria, en vista de la dedicación de la iglesia, todos los primeros sábados del mes, en todas las fiestas de María, en las fiestas de la Iglesia universal, en las fiestas de nuestro Señor Jesucristo, de los cuatro evangelistas y de los apóstoles, a quien haga al menos un piadoso ejercicio de media hora rezando por las vocaciones, o sea según las finalidades de esta iglesia. Recemos por todas las vocaciones: sacerdotales y, en especial, las religiosas, para todos los apostolados.
Hoy es el día adecuado para hablar de la vida religiosa.
A María se la llama también Reina de los religiosos. Todos sabemos qué significa la vida religiosa; sin embargo conviene que ahondemos un poco sea en la respectiva doctrina, sea en la práctica y en | [Pr 5 p. 143] la piedad religiosa. También ésta ha de ser diversa o superior a la piedad de los cristianos.
1. ¿Qué es la vida religiosa? Es la voluntad del Señor respecto a nosotros: Dios llama a algunas almas a que le estén más cercanas en el cielo y, de consecuencia, las quiere más cercanas a sí en la tierra. La vida religiosa es por tanto un don de Dios, un privilegio. Resulta claramente del Evangelio, cuando el Señor llama a algunos a su seguimiento especial [cf. Mc 3,13-15]. Pero hay siempre quien no corresponde a la gracia y quien, correspondiendo, recibe mayores gracias para alcanzar la perfección, en cuanto es posible en esta tierra.
La vida religiosa es fruto de una fe más viva, de una esperanza más firme y de una caridad más ardiente. No podemos encontrar otra senda para invitar a las almas a la vida religiosa y para formarlas, otra senda más segura que esta: predicarles las verdades de la fe, hacer brillar ante ellas el pensamiento, la visión del paraíso y llevarlas a la santa comunión, a la intimidad
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con Dios. Es decir, infundir, por la gracia del Señor, fe más viva, esperanza más firme y caridad más ardiente. Entonces estas almas no se sentirán sólo inclinadas a la vida cristiana, sino propensas a escoger lo mejor. «Óptimam partem elegit sibi María».3 ¡Qué sensato es esto!
Pero la vida religiosa es como una planta que requiere un ambiente particular, necesita un clima cálido, tanto para nacer, cuanto para crecer, como para fructificar. Generalmente las vocaciones nacen en las parroquias donde la vida cristiana se vive bien, en las familias que se han merecido la gracia de dar un hijo o una hija al Señor; lo han merecido con la práctica de los mandamientos, con la práctica del | [Pr 5 p. 144] culto. La vida religiosa brota cuando el joven o la joven da con un maestro bueno o una maestra que siente la nobleza de su misión; cuando tienen un confesor que sabe hablarles íntimamente; cuando están rodeados de compañeros buenos; cuando los padres les cuidan como a lirios y tesoros, que no deben sentir el hálito del mundo para no quedar corrompidos. Es entonces una flor defendida por un seto, plantada en buen terreno, y por tanto se abre, crece, a su tiempo da frutos.
Dolorosamente el mundo en que vivimos está circundado, más aún, minado de peligros. Por eso los cuidados de los sacerdotes y del Instituto han de ser mucho más circunspectos. De muchos peligros, hace cincuenta años, ni se hablaba; pero hoy ahí están, y son bien insidiosos. Es preciso, pues, que las vocaciones sean confiadas a María.
Recordemos lo que dice Pío XII en la exhortación apostólica «Sacra Virgínitas».4 Es una palabra que nunca habíamos oído en esa forma. Dice que infundir la devoción a María en un joven o en una joven significa hacerle tomar, adoptar, usar los medios para vivir delicadamente. En efecto, tal devoción resume en sí estos medios: implica y aplica un gran temor al pecado, un gran amor de Dios, un deseo de quedarse fuera de tantos peligros. Sitúa a los jóvenes en un ambiente cálido, donde se respira aire puro, aire sobrenatural.
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María es la madre de los religiosos. Se la puede considerar de veras digna de este título, pues ella inició en el mundo la vida religiosa con el voto de pureza, con el amor a la pobreza, con el amor a la obediencia, con el amor y la santificación de la vida doméstica, que es vida común. La vida religiosa tiene como modelo la vida de Nazaret. Allí se dio la | [Pr 5 p. 145] primera forma de vida religiosa, la primera forma de la perfección cristiana.
Jesús se hizo el doctor y el modelo de la vida religiosa; se hizo la gracia del religioso. Y esta doctrina fue vivida antes por María, por el propio Jesús, por san José en la casita de Nazaret. Tres azucenas delicadísimas. Amor al trabajo, a la pobreza; constante docilidad al querer de Dios; paciencia, piedad, caridad, que son el ornato de la vida religiosa bien vivida. María en Nazaret era como la madre de la vida religiosa.
Luego, durante el ministerio público de Jesús, ella fue quien escuchó mejor, entendió más y practicó exactamente cuanto Jesús enseñaba. Jesús invitaba a la vida religiosa. ¿Cómo podía faltarle este mérito a María, la criatura que reúne las gracias y los méritos de todas las demás criaturas, superándolas? No podía faltarle a ella el mérito grande, especialísimo de la vida religiosa, pues en el cielo estaba destinada a ser elevada por encima de todos los coros angélicos y santos del paraíso.
Tenemos que pensar también en las ventajas de la vida religiosa. Ante todo, aleja de muchos peligros; luego procura muchos más medios para nuestra santificación y salvación. Por ello, en la vida religiosa se cae más raramente y, si se cae, es más fácil levantarse. Las jornadas se llenan de méritos, porque practicamos la obediencia continua, el amor perfecto en la castidad perfecta, la pobreza perfecta, y tenemos la posibilidad de cumplir abundantes prácticas de piedad.
Y nosotros, Paulinos, en el apostolado de las ediciones, ¡qué aumento! Doble paraíso. ¡Qué nobleza tienen todos los Paulinos en dedicarse a un apostolado de cristianización y de civilización cristiana, constituidos como en altavoces de Dios, de Jesucristo y de la Iglesia!
[Pr 5 p. 146] Una muerte más serena aguarda a los religiosos; una esperanza y confianza más cierta del paraíso y un juicio que, ya en el lecho de muerte, se preanuncia favorable. Esta alma ha buscado siempre a Jesús y finalmente le encuentra, le ve: «Pasa a la fiesta de tu Señor» [Mt 25,21].
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2. Es útil decir ahora algo sobre la práctica de la vida religiosa.
¿Somos de veras religiosos, según las Constituciones, según la doctrina del Evangelio concerniente a la vida religiosa, según el derecho canónico? Se requiere fe viva en los principios evangélicos que rigen la vida religiosa. Luego se requiere una piedad particular, más alta, más cálida, más sensata que la de los simples cristianos. Después es necesaria una voluntad más generosa, más pronta en el servicio de Dios. La vida del religioso ha de estar basada en el ejemplo de Jesús y de María.
Además es preciso que tengamos celo por las vocaciones. Quien tiene celo por las vocaciones, salva y santifica la propia. Por otra parte, el amor a la propia, aumenta el celo por la vocación ajena. No todos corresponden a la llamada divina. Incluso en el Evangelio vemos ejemplos de jóvenes llamados que no correspondieron. Un cierto escritor, usando expresiones poco respetuosas, dice: El Señor fue un empresario infeliz, porque creó tantos ángeles en el paraíso y una buena parte se rebelaron, convirtiéndose en tizones del infierno; creó a Adán y Eva como progenitores de la humanidad, y se rebelaron y pecaron; da tantas vocaciones, y muchos no corresponden. ¡Empresario infeliz!.
El Señor ha hecho al hombre libre. La vocación es un acto de amor de Dios, por eso requiere un acto voluntario de amor para seguirla, corresponderla. Hay que modelarse sobre el Hijo de Dios: | [Pr 5 p. 147] «Padre, si quieres, mándame. Ecce venio»5 [cf. Is 6,8; Heb 10,7]. Él, que es el sacerdote y el apóstol: «Habemus pontíficem et apóstolum nostrum Christum Iesum... Ecce venio».6
Y hay que modelarse sobre el ejemplo de María. Apenas oyó su vocación, enseguida: «Ecce ancilla Dómini, fiat mihi secundum verbum tuum».7 Sí, el sí generoso, cotidiano. La vocación a veces no es correspondida cuando se oye la voz de Dios, y a veces no es correspondida después, cuando ya se había dicho el sí.
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3. Si se abandona la piedad, ¿qué sucede? La vocación es una gracia especial, y como nace, así vive, se mantiene y fructifica. Nace de una fe más viva, de una esperanza más ferviente, de caridad más ardiente, de piedad sentida. Por eso siempre requiere aumento de fe, de esperanza y de caridad.
El llamado a la vida religiosa es quien mejor desarrolla su personalidad humana, haciéndolo de modo excelente, tanto en aspecto humano como en el sobrenatural; este último mantiene al primero en el recto camino.
¿Somos de veras fieles a toda la piedad? Si ésta llega a faltar, falta el alimento. Debe ser una piedad no incolora, sino de color paulino, o sea orientada al Maestro divino, a la Reina de los Apóstoles, a san Pablo. ¡Es nuestra piedad, la que no sólo mantiene al Paulino o Paulina, sino que aportará gozo a la vida religiosa! Sí, dará gozo y llevará a la santificación, a un apostolado amplio y profundo que llegará a convertir las almas.
Ahora vamos a cantar las Letanías de los Escritores.
Dedíquese toda esta jornada a pedir vocaciones y la gracia de corresponder a la nuestra.
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[Pr 5 p. 148]
ORDENACIÓN DE LOS SACERDOTES1
Siempre hemos de renovar el Pacto con nuestro Señor. Viéndonos tan escasos en todo: ciencia, espíritu, apostolado, pobreza, nos comprometemos a usar cualquier medio para la gloria de Dios y el bien, la paz de los hombres, renovando a la vez nuestra confianza en Dios. «Todo lo que pidáis en la oración con esa fe lo recibiréis» [cf. Mt 21,22]. Este Pacto hay que repetirlo especialmente hoy, día de la ordenación de los sacerdotes, por dos motivos: primero, porque aun habiendo puesto empeño en la preparación al sagrado ministerio sacerdotal, dicha preparación resulta siempre muy escasa respecto a los grandes cometidos, a los deberes del sacerdote en su vida; segundo, porque la vida sacerdotal presenta tales y tan frecuentes dificultades, que sin una especial gracia, una asistencia continua, no se podrá ser sacerdotes buenos y activos en la Iglesia de Dios. Por eso se requiere hoy máxima humildad y confianza extrema, total, en Quien nos ha llamado. Habiéndonos llamado, proporciona las gracias a nuestras necesidades, a los oficios que nos ha confiado.
Las dificultades se perciben enseguida si se considera quién es el sacerdote y qué debe hacer. No hace falta perderse en altas especulaciones. Basta mirar al Maestro divino: él es el sacerdote eterno, nosotros participamos en su sacerdocio. ¡Sí, hay que mirar a Jesucristo, y a cuanto ha hecho! Él enseñó, dejó los más santos ejemplos de virtud; muriendo en la cruz, obtuvo la gracia, la vida sobrenatural que nosotros debemos infundir | [Pr 5 p. 149] en las almas. ¡Miremos a Jesucristo!
Su sacerdocio estuvo preparado con muchos años de trabajo, de oración, de escondimiento, de humillaciones, allá en la casita de Nazaret. La preparación inmediata fue así: antes de manifestarse, antepuso numerosos días de ayuno; luego se mezcló con los publicanos y pecadores para recibir el bautismo de penitencia. Él, la santidad, recibe el bautismo de penitencia de un hombre.
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Su profunda humildad obtuvo que el Padre celeste interviniera y lo diese a conocer, indicándolo a los presentes: «Este es mi Hijo, el amado, en quien he puesto mi favor» [Mt 3,17]. Jesús predicó la verdad, porque vino a traerla desde el cielo para la salvación de todos. A tal fin nos anunció su Evangelio.
En el de la misa de hoy [Mt 11,2-10] leemos precisamente el episodio en que Juan Bautista desde la cárcel manda a unos discípulos donde Jesús, que estaba predicando, a preguntarle: «¿Quién eres?» - Preguntemos a Jesús quién es el sacerdote.
Jesús dio dos respuestas: por una parte describió cuáles eran sus obras. Así se conoce al sacerdote, por su vida ejemplar. Esto es lo que esperan los fieles. El sacerdote anuncia la palabra de Dios: «Et páuperes evangelizantur».2 Ahí tenemos: Jesús evangeliza a los pobres. Imaginémonos a Jesús en aquellos tres años de vida pública, mientras va de ciudad en ciudad, de aldea en aldea, de casa en casa, por los caminos y los senderos de las montañas, por la orilla del mar, en la barca: predicaba y enseñaba.
Hoy no basta el púlpito: se necesitan todos los medios. Realmente en pocos años se ha transformado el mundo y nosotros, para caminar con él, debemos actualizarnos. El cine, la radio, la prensa, la televisión..., cuanto sirve | [Pr 5 p. 150] para comunicar el pensamiento está todo en movimiento. Y realmente el cine, también en la Sociedad de San Pablo, ha dado pasos importantísimos, más difíciles, porque con el paso de los tiempos los nuevos medios son más costosos y requieren asimismo mayor capacidad para usarlos.
Ahí está el sacerdote, que predica no sólo desde el púlpito o en el confesionario, sino con la película y con la prensa. «Ego sum lux mundi - Vos estis lux mundi».3 El sacerdote es Jesús predicador.
Los protestantes han intentado reducir al sacerdote solamente a predicador. No: es también la persona que comunica la vida; persona que se conoce por las obras, por los ejemplos, por su vida delicada, mortificada, pobre, laboriosa, generosa, activa.
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Además Jesucristo es nuestro ejemplo, y el sacerdote también debe serlo: «Exemplum præbe te ipsum»,4 dice san Pablo al sacerdote [Tito] su discípulo: sé ejemplo. Jesús edificó de modo particular con sus ejemplos. ¡Qué humildad, qué sumisión al Padre, qué bondad con todos, qué espíritu de caridad, qué espíritu de oración! El sacerdote debe ser ejemplar. Cuando nos preguntan: ¿Tú quién eres?, no hemos de responder sólo con palabras, sino decir también: mirad las obras, mirad mi modo de vivir.
Cuando, tras el año 1861, llegaron a Japón los nuevos misioneros porque también en aquel país se había abierto la puerta a la inmigración, hasta entonces prohibida, los fieles que desde hacía tres siglos no habían oído a ningún predicador ni visto a ningún sacerdote, oyéndoles ahora hablar de Jesucristo, comenzaron a esperar o, al menos, a dudar que aquellos fueran auténticos sacerdotes católicos. Y entonces les plantearon unas preguntas por medio de una | [Pr 5 p. 151] comisión: ¿Quiénes sois? ¿Os ha mandado el obispo de Roma? Segundo: ¿Entre vosotros se reza a la Virgen? Tercero: ¿Vivís en castidad?
El sacerdote es «sal de la tierra» [Mt 5,13]. La sal tiene que penetrar doquier, en todas las partículas del alimento. El sacerdote no es una bonita estatua que se expone a la vista de todos. Es un hombre que vive al modo corriente: come y bebe como los demás, tiene las tentaciones que sufren los demás, las luchas interiores que experimentan los demás. Pero debe ser ejemplar en vencerse, en negarse: tal es el sacerdote.
El sacerdote es un orante. Siempre tiene que remover el cielo, suplicar a la Virgen, a todos los santos, suplicar al Maestro divino glorioso, suplicar al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo en favor del pueblo. «Ecce multum orat pro pópulo et civitate sancta Dei», se dice del gran sacerdote en la Escritura: «Este es el hombre que intercede continuamente por el pueblo y la santa ciudad, o sea Jerusalén».5 El sacerdote debe tratar con Dios las causas de los hombres, y tratar con los hombres la causa de Dios. Es un intermediario, como Jesucristo.
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Por otra parte, está llamado al sufrimiento, que va aumentando en la vida a medida que se adelanta y se cumplen o se deben cumplir los cometidos característicos en el sacerdocio. «Los pequeños, pequeños sufrimientos; los grandes, grandes sufrimientos».6 Esto para que realmente el sacerdote reproduzca en sí a Jesucristo. No acaban las fatigas y los sacrificios con la ordenación; al contrario, comienza lo que propiamente se puede llamar penas y sacrificios. Hay que obtener, pues, del Señor la gracia de que su palabra produzca fruto y que los fieles imiten valientemente a Jesucristo, observen los preceptos y sean muchos quienes se consagren a Dios mediante los santos | [Pr 5 p. 152] votos.
El sacerdote comunica esta vida divina especialmente en los sacramentos: bautismo, comunión; pero hay otros modos, pues los caminos de la gracia son tantos para llegar a las almas.
Hemos de invocar las gracias para los nuevos sacerdotes. El breviario de hoy, en las primeras lecciones de la Escritura recuerda las palabras proféticas respecto a Jesús y a todo sacerdote, que es otro Jesús viviente: «Requiéscet super illum spíritus sapientiæ et intellectus, scientiæ et consilii», etc.7 Queremos, pues, pedir que el espíritu de sensatez, de ciencia, de inteligencia, de consejo, de fortaleza, de piedad y de temor de Dios se desborde sobre estos sacerdotes. Ellos no deberán ya juzgar las cosas como se presentan al modo humano, ni detenerse a escuchar todos los juicios de los hombres, sino juzgar según los principios divinos. Tienen la luz de Dios y, en base a esta luz, lo ven y consideran todo.
Es de notar particularmente una cosa para nosotros: el sacerdote debe formar la mentalidad cristiana, pero la que es conforme al Evangelio.8 En la sociedad, en el mundo, ya no representa un partido sino una escuela social: la del Maestro Jesús, la que Jesús enseñó con su vida y con sus palabras. ¡Escuela divina, incluso para lo concerniente a la familia y al individuo! El sacerdote, en fin, es el predicador de las cosas espirituales, de
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los bienes espirituales. Es quien hace el anuncio continuo del paraíso, para que todos se enamoren y quieran ir a él cueste lo que cueste; y a la vez, el sacerdote enseña la senda y ofrece los medios para recorrerla.
Consideremos también la gran necesidad de sacerdotes. Cuando en 1870 fue tomada Roma y se hizo la unidad de Italia, ésta no llegaba a los 30 millones | [Pr 5 p. 153] de habitantes y contaba con 120.000 sacerdotes. Ahora alcanzó los 48 millones y los sacerdotes son unos 47.000. Esta disminución no se ha dado sólo en Italia, sino más o menos en todo el mundo. Por entonces la población mundial estaba muy por debajo de los dos mil millones; ahora supera los dos mil quinientos millones, y los sacerdotes disminuyen.9 Se va en sentido inverso.
«Orate ergo Dóminum messis ut mittat operarios in messem suam».10
Propósitos. ¿Estimo suficientemente al sacerdote? ¿Lo venero por sus oficios? ¿Me acerco a él para ser iluminado y santificado? ¿Rezo por las vocaciones?
Digamos, pues, a María: «Roga Filium tuum ut míttat operarios in messem suam».11
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LOS COOPERADORES1
La celebración de esta novena tenía un primer fin: la Dedicación de la iglesia y el agradecimiento; y un segundo fin: llevarnos a unos propósitos y sacar abundantes frutos espirituales. El día de la Inmaculada será el día de los propósitos, y en este triduo [debemos] prepararlos. Si los días pasados han sido un poco desasosegados para el espíritu, ahora [se impone] más recogimiento, más oración, más reflexión. Un Año Mariano no puede cerrarse sin habernos traído una más profunda | [Pr 5 p. 154] devoción a María, que dure por toda la vida, más aún, que aumente, siempre con la mira y el pensamiento de amar a esta Madre, de rezarla, de estudiarla, de darla a conocer. Así nos preparamos a ir al cielo a cantar sus alabanzas, y con ella cantar a la augusta Trinidad, a Dios óptimo y máximo. Entonces habremos alcanzado nuestro fin.
La celebración no consiste principalmente en las cosas externas, sino que está especialmente en las visitas, adoraciones y, más particularmente aún, en los momentos culminantes de la piedad: misa, comunión, predicación, confesión. La confesión semanal, para quien aún no haya proveído, convendría hacerla antes de la fiesta de la Inmaculada. La confesión nos lleva a reflexionar sobre nosotros y a pensar qué debemos hacer aún para servir mejor al Señor y para merecernos más abundantes gracias de María.
Si esta novena excitara de veras un fervor vivo de amor a María, no habría necesidad de recomendar ni la castidad, ni la pobreza, ni la obediencia, ni la vida comunitaria, ni el apostolado. En María lo encontraríamos todo, porque todo bien pasa por sus manos. Quien busca gracia y no se dirige a María, sería como un pájaro que quisiera volar sin alas:2 no lo lograría.
En toda alma penetre profundamente el sentimiento de amor a María. Preguntémonos estos días en cada examen de
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conciencia: ¿Amo a María? ¿Conozco bien a esta Madre? ¿La imito en sus virtudes? ¿Tengo el deseo vivo y eficaz de darla a conocer?
La encíclica de Pío X, «La cristianización del mundo por medio de María»,3 será de actualidad hasta el fin del mundo: éste debe volver a Jesucristo por medio de María. El mundo necesita | [Pr 5 p. 155] dirigirse a la Iglesia romana, a Jesucristo, a su Vicario por medio de María.
Cuando en un alma se enraíza profundamente la devoción a María, y cuando en el mundo se injerta la devoción a María, se produce una transformación en las almas: transformación espiritual, intelectual, transformación vital. En la sociedad se verá al mundo dirigirse al Evangelio y a la civilización cristiana extenderse y aportar sus frutos en cada una de las naciones.
No se es Paulinos si no se tiene el corazón amplio, la mente amplia para pensar en todos los hombres, y tampoco se tendría el espíritu de Jesucristo, que vino a dar su vida por todos. «Deus vult omnes hómines salvos fíeri et ad agnitionem veritatis venire».4 ¡Ojalá se multipliquen las vocaciones; en las naciones surjan santuarios dedicados a María; los estados se pueblen de conventos, y los conventos de almas fervorosas!
En esta obra necesitamos la ayuda de los Cooperadores.
La jornada presente es para pedir al Señor esta ayuda. Es decir, contar con personas que, aun permaneciendo en su vida ordinaria, pero viviendo como buenos cristianos, aporten a la Congregación, a la Familia Paulina, un subsidio de oraciones, de obras y de ofertas de modo que el bien se amplíe.
¿Quiénes son, entonces, los Cooperadores?
Son personas que tienen el sentido de Cristo.
Los Cooperadores son personas que tienen una instrucción cristiana más grande, una fe más viva.
Los Cooperadores son quienes llevan una vida mejor; son quienes tienen celo y piensan en la salud de las almas; quienes ven en la Familia Paulina una iniciativa, una organización religiosa que, mientras atiende a perfeccionarse, quiere dar a Jesucristo
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al | [Pr 5 p. 156] mundo, su doctrina con los medios modernos: prensa, cine, radio, televisión.
Los Cooperadores comprenden la doble finalidad de la Familia Paulina; entienden en sustancia los dos primeros artículos de las Constituciones5 en el modo en que pueden comprenderlos; y entienden a la vez el estado de la sociedad actual, las necesidades de la sociedad actual, la eficacia que tienen estos medios puestos por el progreso al servicio del hombre y al servicio del apóstol. No son personas comunes; no son de quienes sencillamente mandan la oferta para la misa o simplemente se adhieren para tener el beneficio de las 2400 misas anuales, sino personas que tienen dos intenciones:
1. Dedicarse a una vida mejor, imitando, como les es posible, la vida religiosa paulina. Es una elevación de la vida simplemente cristiana a una vida que imita la vida religiosa, en cuanto es posible a quienes viven en familia. Cuando mandaron una persona a dirigir a los Terciarios dominicos,6 se preguntó: ¿Qué deberá hacer? - Hacerlos mejores cristianos; más instrucción religiosa, más vida prácticamente cristiana, más piedad y, si podéis, llevarles al celo, a esmerarse en el bien, a desvivirse entre el pueblo, entre las almas para que éstas se acerquen más a Jesucristo. - Pues bien, más o menos eso. Pero la primera condición para el Cooperador paulino es querer mejorar la vida. No será algo improviso, se adelanta por grados, pero ahí está el principal intento.
2. Pensar en las almas de los demás, no viviendo cerrados en nuestro egoísmo, no una piedad que se restringe y tal vez se transforma en meras obras y prácticas de piedad, hechas más o menos bien. El Cooperador paulino considera la actividad, el celo del apóstol Pablo; lee gustosamente la vida, las | [Pr 5 p. 157] Cartas y, pensando en las grandes fatigas del Apóstol en dar por Cristo su misma vida, sale un poco de sí, mira alrededor y, si tiene inteligencia,
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se siente empujado muy adelante, hacia todas las naciones. «Recomiendo que se tengan súplicas por la humanidad entera», se dice en la Escritura [1Tim 2,1]. El Cooperador no sólo orará sino que actuará conforme a sus convicciones. Si es padre, o madre, educará mejor a los hijos para conducirlos a la salvación; pedirá al Señor la gracia de una vocación en su familia o parentela; si es un empleado, o maestro, o profesional, o trabajador en una fábrica, verá qué puede hacerse en el entorno por las almas, y especialmente mirará a usar o favorecer el uso de los medios de apostolado paulino.
La Familia Paulina ha tenido al principio un gran número de Cooperadores. Oigo que a veces se dicen cosas que no corresponden a los hechos, a la historia. ¡Cuántas almas han circundado el nacimiento, la cuna de la Familia Paulina!7 Ante todo, sacerdotes y, quizás aún antes, clérigos, después tantos fieles que habían conocido las finalidades de la Congregación.
Especialmente es digna de ser recordada una familia, en la que se dio de veras el modelo, el campeón de la cooperación paulina.8 Nada se dejaba fuera, llegando hasta los votos religiosos temporales, observados en casa, como es posible en una familia. Toda la piedad iba dirigida a la Familia Paulina.
Hubo personas que ofrecieron la vida; personas que dieron cuanto poseían; personas que se hicieron propagandistas de toda nuestra prensa; personas que venían a pedir noticias, no sólo, sino que querían tener parte en los progresos, los deseos, las necesidades. Personas que han sido visiblemente | [Pr 5 p. 158] bendecidas por Dios. Sí, el Señor se dignó aceptar incluso el ofrecimiento de algunas vidas. Recuerdo especialmente a algunos clérigos. Alguno cerró su vida durante la primera guerra mundial y alguno enseguida después del sacerdocio.
Las familias religiosas, especialmente las de mayor vida activa deben, por una parte, ser progresistas y, por otra, para caminar, necesitan ayuda, y ésta es triple:
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a) Ayuda de oración: buenas misas, santas comuniones, vida de piedad vivida que parte de la meditación y del examen de conciencia, de la adoración y del confesionario.
b) Ayuda de obras: los propagandistas de las ediciones, en especial con la propaganda colectiva. Mucha ayuda nos puede venir de los fieles, de los propagandistas. Algunos, en efecto, formaron sus bibliotecas, otros pensaron en la difusión de los periódicos. Otros, escritores y corresponsales de los periódicos, escriben libros, ofrecen guiones para el cine; y otros aún, de lejos, hablan por la radio en nombre nuestro, y preparan incluso algunas transmisiones de televisión, y ayudan de todos modos en estos medios de apostolado.
c) Están luego las ofertas, en particular para las nuevas obras, por ejemplo las iglesias de la Familia Paulina, o los nuevos medios de producción, o las nuevas vocaciones, o las nuevas casas que van estableciéndose por aquí y por allá... porque solemos mandar [apóstoles paulinos] a las naciones como Jesús mandó a los apóstoles. Y de veras quienes han ido a las varias naciones, han practicado la invitación de Jesús: Id sin nada [cf. Lc 22,35]. Luego, regresando, al preguntarles: «Fuisteis sin nada, ¿os ha faltado algo?». «No», respondieron.
Pensemos en el día cuando se dio aquella | [Pr 5 p. 159] pesca milagrosa en el lago de Genesaret. Pedro, por obediencia, había lanzado las redes para la pesca, aunque antes objetó que durante toda la noche no había logrado capturar un sólo pez. Pero «in verbo autem tuo laxabo rete»,9 y las redes se llenaron. Y entonces, dice el Evangelio, «annuerunt sociis»,10 llamaron a los compañeros para retirar las redes llenas de peces, sacarlos a la playa y luego separar los buenos de los malos.
En 1908 oí esta invitación de mi director espiritual: «Recuerda siempre: Annuerunt sociis: es preciso buscar ayuda de las personas». Se empezó enseguida a cuidar a los Cooperadores.
Aludo apenas a algo que se debería explicar ampliamente:
1) Reclutarlos. Cuanto más inteligentes sean, mejor.
2) Formarlos con la instrucción, con el boletín.
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3) Organizarlos.
4) Procurar llevarlos a mayor santidad, a mejorar su vida cristiana.
5) Dirigir sus fuerzas a las finalidades de la Familia Paulina, o sea a la difusión de la doctrina cristiana con los medios más modernos.
Me surgió también una duda: algunos Cooperadores ¿pueden llamarse tales? Y la duda ha ido adelante, acerca de un punto que no es prudente ahora tratarlo. Pero aun sin aludirlo, hay que concluir así: el Cooperador es un alma que se nos une, a la que debemos amar, ayudarla a salvarse, y que luego debe darnos la mano para que el nombre de Jesús sea llevado a todas partes y el Evangelio, como dice san Paolo, «currat et clarificetur»:11 se expanda y sea acogido.
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[Pr 5 p. 160]
LA FAMILIA PAULINA EN LAS NACIONES1
Esta es la jornada más paulina entre todas las de la novena. San Pablo, el apóstol de las naciones, de las gentes, escribía a los Romanos, hablando de Jesucristo: «Per quem accépimus gratiam et apostolatum ad obœdiendum fídei in ómnibus géntibus»: de Jesucristo ha venido la gracia y la vocación al apostolado, para ir a las diversas naciones, a predicar la fe, la salvación de las almas [cf. Rom 1,5]. Y cae muy bien lo que se dice en la misma Carta: «Fides vestra annuntiatur in universo mundo»; en el mundo entero se pondera vuestra fe [Rom 1,8]. Desde Roma la fe; centro de luz, el Pontificado romano. Esta luz debe difundirse en el mundo entero. No hay civilización sin la verdad; no hay civilización sin la moralidad, y no hay civilización sin la justicia, que ante todo concierne a nuestra posición ante Dios: darle el debido culto, considerándole nuestro creador y último fin, de quien venimos y hacia quien vamos.
Tres pensamientos para esta jornada:
1. Pensar en nuestros hermanos esparcidos por las varias partes del mundo, como se ha indicado con las banderitas traídas al altar. Cada banderita llama nuestra atención y pide nuestras oraciones por los hermanos que se encuentran en esas naciones. Verdaderamente nuestra bandera es el Papa, la bandera del Papa; sin embargo, el mundo se divide en varias naciones y cada una tiene una enseña: la propia bandera.
2. Rezar por los hermanos. Hay dificultades en cada una de las naciones, muchas dificultades. Por eso es | [Pr 5 p. 161] necesaria la gracia del Espíritu Santo; la gracia que sea luz, la gracia que sea consuelo, la gracia que dé frutos de santidad y de apostolado.
3. Adquirir un corazón amplio, apostólico, el corazón de san Pablo. ¡A cuántas naciones llegó él! Y donde no llegó con la presencia física, llegó con el corazón, con la oración, con la palabra. Ésta ilumina aun hoy toda la teología, la moral y la ascética, ilumina
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a toda la Iglesia. La organización de la Iglesia refleja todavía su organización de las Iglesias en las varias naciones.
Las condiciones para que el Evangelio se difunda en las varias naciones y para que las diversas casas en las naciones prosperen, son especialmente tres.
1. En cada nación repetir lo que se ha visto, y decir lo que se ha oído.2 Se comprende bien que hay particularidades en cada nación, pero sustancialmente las dificultades, las necesidades y los medios son siempre iguales por doquier. Dificultades o particularidades en cada nación: por ejemplo la lengua, el grado de cultura, el estado de la literatura, las ideologías del país, el grado de moralidad, la práctica del culto. Hay particularidades, pero todas pueden dirigirse al bien para quienes aman a Jesucristo [cf. Rom 8,28] y para quienes quieren repetir en las demás naciones lo que ya han visto, repetir lo que se ha hecho en Italia.
Repitiéndolo, se tendrán las mismas gracias, y cada nación llegará a ser un foco de apóstoles y un foco de santos. Sí, ante todo de santos. Demasiadas naciones carecen aún de santos, y cuando no hay santos, el pueblo no sabe vivir el cristianismo, porque los cristianos leen el Evangelio más en la vida de los santos que en el libro divino. Con sólo leerlo, el Evangelio de Jesucristo no siempre ha dado todo el fruto; | [Pr 5 p. 162] dará, sí, algún fruto, pero no todo. Cuando hay santos, éstos comentan con la vida los versículos del Evangelio. Igual que los primeros seguidores de Jesús, cuando él predicaba, miraban a María, es decir cómo acogía ella el Evangelio, cómo lo practicaba y lo vivía, así los hombres de cada nación tienen necesidad de ver en los santos cómo se practica el Evangelio.
Hay que repetir, pues, lo que se ha visto en Italia, a partir de 1914. El libro «Me lanzo adelante»3 no se ha impreso para ponerlo
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en muestra, sino más bien para hacernos meditar la bondad de Dios y recordar los principios en que se funda cada familia. Nos hace recordar los principios, a saber:
a) la piedad;
b) la confianza en Dios;
c) una laboriosidad que se aprende leyendo la vida de san Pablo.
En cualquier empresa es siempre necesario partir de la humildad. Cuando uno comienza su vida o religiosa o sacerdotal, cuando uno empieza una casa, cuando va de misión, tiene que poner de base la humildad. «Por mí nada puedo». Se tiene entonces verdaderamente razón para esperar en Dios. ¿Cómo se conoce quien piensa: «por mí nada puedo»? Se conoce si reza. El espíritu de piedad nace de la humildad: nada puedo, luego me dirijo a Dios. Y Dios lo puede todo [cf. Mt 19,26]. La humildad, que nos hace desconfiar de nosotros, nos hace prudentes, obedientes, nos pone en la condición de querer imitar y aprender. La humildad le va muy bien al alumno, como asimismo al hombre adulto. La humildad se vuelve más fácil a medida que se va adelante en los años, pues se llega a conocer cada vez mejor la propia nulidad, nuestra impotencia e incapacidad, nuestra | [Pr 5 p. 163] insuficiencia. Fácilmente el joven es más orgulloso, confía más en sí mismo.
2. Fe en Dios. Se parte, pero se parte con Jesús. Primera cosa, un sagrario; y éste se encuentra en todas partes y, si no lo hay, se construye. ¡Oh, los sagrarios! Hay que establecerlos en todas las ciudades y en todos los pueblecitos. Se parte, pero no se parte solos. Se le dice a María: «Si vienes conmigo, voy; si no vienes conmigo, no me atrevo». Y entonces se toma a María con nosotros. Se parte con san Pablo; con el espíritu con que él, comenzando sus misiones, fue a Chipre, Antioquía de Pisidia,4 Atenas, Filipos, Listra, Roma.
Siempre hemos de considerar que Italia tiene una vocación misionera, en el sentido más amplio. Somos todos misioneros, bajo cierto aspecto. Misioneros todos, porque «sicut misit me Páter et ego mitto vos».5 «Misit»: por tanto Jesús es misionero;
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y «mitto»: por tanto todos somos misioneros. Y sin embargo la Familia Paulina no tiene una vocación misionera en el sentido común del término, como la del misionero que va a catequizar a los paganos en varios lugares, en las diversas casas.
Hay que partir con el espíritu de san Pablo, leyendo para ello asiduamente el Evangelio, el libro Regina Apostolorum6 y la vida de san Pablo, llenándose así el corazón y siendo capaces, en las distintas naciones, de modelar la propia vida sobre la de san Pablo, sobre los ejemplos y bajo la protección de María, llevando a Jesús con nosotros, teniendo viva fe en todas las frases del Evangelio. Llevar a Jesús en el corazón significa amarle grandemente, de modo que nos haga superar todos los sacrificios, las separaciones, las desilusiones. Así las cosas, aun si uno cae por tierra, puede levantarse mejor que antes, con más prudencia, más humildad y una fe más pura en Aquel que nos ha enviado. La obediencia obra milagros. Cuando Dios nos | [Pr 5 p. 164] manda, permanezcamos firmes en este pensamiento: Dios no sólo me manda, sino que me acompaña con su gracia.
Hay pues necesidad de tener un corazón apostólico. Es preciso salir un poco de nuestro yo, del egoísmo. Nosotros no tenemos vida de clausura en sentido estricto; hemos de llegar a la gente, pues tal es nuestro deber, tal es nuestra vocación. Tenemos que llevar allá donde vayamos el uso de los medios más rápidos y fecundos para diseminar la doctrina de Jesucristo. Es necesario también que las naciones a las que se va, ya hayan alcanzado cierto grado de civilización. No leerían si no tuvieran escuelas. Sin embargo allí podría emplearse algún otro medio; por ejemplo, todos saben leer las figuras. Un buen catecismo de dibujos presenta la ocasión de hablar de Jesucristo, más aún, habla ya por sí mismo. Por otra parte, están también la radio y el cine, medios que de algún modo pueden emplearse doquier.
¡Corazón amplio, pues; el corazón de san Pablo, el corazón de Jesucristo!
3. Rezar por los hermanos, particularmente por las vocaciones. Es necesario que en cada nación se formen las vocaciones.
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La primera obra de quien va a una nación es esta: acercarse a los jóvenes, buscar vocaciones. Y luego empezar enseguida el apostolado, que aporta medios de vida y medios para formar al paulino. Las naciones, poco a poco, deben proveerse de vocaciones, aunque sirva siempre un intercambio de personal entre los países, y aunque todo deba partir del centro, así como desde el centro se predica la fe y viene el gobierno de la Iglesia. Así pues, hay que rezar por las vocaciones de las varias naciones.
También hay que rezar para que en todas partes se practiquen las obras de piedad. Una vez que nos separamos un poco de Dios, nos hacemos los hombres más infelices, pues por una parte no podemos | [Pr 5 p. 165] confiar en nosotros y, por otra, no podemos confiar en Dios porque no tenemos las disposiciones y no vemos ni el modo ni los medios. Entonces somos como quien quiere caminar sobre las olas.
En esta jornada, además, vamos a pensar en cada una de las casas. No nos limitemos sólo a ver cómo son las banderas de cada nación: pensemos en las almas que viven allí. Hoy no se puede estudiar una geografía como 50 ó 100 años atrás, cuando todo se reducía a decir cuál era la capital, los montes, los ríos, etc. La geografía hoy tiene que estudiarse mucho mejor: considerar las costumbres, las ideologías, el nivel cultural, los cultos del país.
Y nosotros debemos dar un paso más: ¿quién salvará aquellas almas? En nuestro corazón hemos de llevar, al comulgar, todas las almas, todos los hombres. «Ir al fin del mundo -decía aquel misionero-, trabajar, predicar, salvar un alma y luego ya morir». Esto indica que hay corazones que entienden y se enternecen al pensar en tantas almas que caminan en el falso sendero, a veces incluso en el sendero de la perdición.
Luego dirijamos la mirada hacia nosotros mismos. ¿Me llamará Dios? Y si la respuesta que nos llega fuera positiva, no endurezcamos nuestro corazón.
Bajo el aspecto paulino las naciones van bien cuando no sólo procuran el personal religioso paulino para ellas, sino también para otras naciones. Entonces se ha alcanzado un estado suficientemente desarrollado. Recemos pues por todas las naciones, para que en cada una de ellas surjan almas generosas y nuestros hermanos se vean sostenidos en todas sus fatigas diarias. Hemos de tener siempre | [Pr 5 p. 166] en nosotros el pensamiento de Dios, de Jesucristo, la protección de María y el ejemplo de san Pablo.
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PROPÓSITOS AL FINAL DEL AÑO MARIANO1
Hoy es el día de los propósitos, es decir, debemos recoger los frutos del Año Mariano y de la novena celebrada en honor de María inmaculada. Bajo la luz de María inmaculada y de María Regina Apostolorum, formularemos unos buenos propósitos que conciernan a toda nuestra vida, de modo especial nuestra devoción a María.
Volvamos atrás con el pensamiento. El Año Mariano tenía como finalidad conocer mejor a María, amarla más vivamente, imitarla más devotamente y rezarla con mayor confianza e insistencia. ¿Se ha dado este provecho, este progreso en la devoción a María?
Pasan los años y hay estudiantes que sacan provecho y concluyen con una buena promoción al curso sucesivo; y hay otros que no sacan provecho y concluyen con una desilusión, con un llanto roto. Por parte nuestra, pensamos que cada cual, este año, haya progresado en la devoción a María. San Buenaventura2 dice que «scire et cognóscere Maríam est vía immortalitatis, et narrare virtutes eius est vita salutis æternæ».3 Si hemos hecho este progreso, nutrimos | [Pr 5 p. 167] una dulce confianza, una serena certeza de que la Virgen Sma. nos acompañará en los días de nuestra vida, nos asistirá en la muerte como asistió a su divino Hijo y nos recibirá en el paraíso cerca de ella.
Ahora bien, cuando se ha aprendido una ciencia o arte, dos cosas deben deducirse: se aprende una ciencia para usarla, y se aprende un arte para ejercerla. Cuando aprendéis a componer en
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la caja,4 aprendéis para enseguida componer; y cuando aprendéis a hacer los ejercicios en clase, es para continuar haciéndolos; y, una vez terminado el estudio, es para usarlo en la vida, para nosotros y para los demás. Igualmente, al concluir el Año Mariano, si de veras hemos sacado provecho de esta gran gracia, no debe cesar la devoción a María. La hemos meditado y aprendido mejor para practicarla, para vivirla. Lo que se ha aprendido, ha de servir para la vida. Nunca cabe pensar: ¡ahora ya soy grande! De adultos, somos siempre niños en el espíritu; somos siempre los hijitos de María. Más aún, quienes reflexionan, con el paso de los años, se vuelven más pequeños y más devotos de María.
Un día, el célebre Federico Ozanam5 entró en una iglesia para confortar su espíritu y poner en paz su corazón. Se sentía muy cansado de luchar contra sí mismo y contra los errores del tiempo. La iglesia estaba desierta. Echando una mirada alrededor, vio sólo a un hombre profundamente recogido, con el rosario en la mano. Ozanam se arrodilló a parte, pero cuando aquel hombre se levantó para salir de la iglesia, trató de abordarlo: «¿Quién sois». Era el célebre físico e inventor Ampère,6 el cual confesó sinceramente: «Mi ciencia y la perseverancia dependen especialmente de la corona del rosario». | [Pr 5 p. 168] El propio Ozanam dice que esta lección le sirvió por toda la vida, y ya nunca dejó el rosario. Bien sabemos qué apologista fue de la religión, más con las obras de caridad que con la doctrina o la palabra.
Queremos recabar frutos del Año Mariano, y nos proponemos ser por toda la vida hijos de María. Hay que progresar en esta devoción, como quienes aman la música se las ingenian para encontrar espacios de tiempo dedicados a tocar o a cantar. Tenemos que progresar siempre más en esta devoción, conocer cada vez mejor a María, amarla siempre más, siempre más darla a conocer con nuestro apostolado. Entonces las gracias de María descenderán cada vez más abundantes sobre nosotros.
Una gracia debemos pedir hoy particularmente a María. La
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Inmaculada no es sólo la fiesta de los inmaculaditos,7 sino la de todos. Habría que decir: inmaculados para toda la vida.
León XIII, en una encíclica sobre el rosario, dice: En esto se conoce el gran amor de Jesús para con nosotros: en que estando en la cruz nos dio una madre. Lo había dado ya todo, Jesús; concluía su vida y nos había dejado la Iglesia, los sacramentos, el Evangelio, la Eucaristía, a sí mismo. Le quedaba este gran regalo que entregarnos, y quiso hacérnoslo justo en los últimos instantes de su vida, porque los recuerdos que se dan en esa circunstancia, a la hora de la muerte, permanecen más grabados en el alma, pues los moribundos sienten como la necesidad de perpetuar su memoria en los corazones y en las mentes de aquellos a quienes han amado y están a punto de dejar.
Mirad, esta Madre nos quiere por hijos, y desea formarnos semejantes a Jesús; ella quisiera | [Pr 5 p. 169] encontrar en nosotros unos hijos buenos, dóciles, amantes de Dios, celantes como su Jesús.
Y entonces, nos preguntamos: ¿Cómo era Jesús? ¿Cuáles son las condiciones para ser verdaderos hijos de María?
Odio al pecado, huida constante del pecado; ser inmaculados ante María. Y si alguna vez, por la noche, antes de conciliar el sueño, mirando la imagen de María, sentimos casi salir de esos labios un reproche, ¡arrepentirse enseguida, al momento detestar el pecado y restablecer la plena amistad con Jesús! María quiere almas que no crucifiquen de nuevo a su Hijo ni le claven espinas en el corazón con los pecados veniales. Demasiado a menudo se oyen expresiones que deberían humillar a quien las pronuncia: «En fin, es sólo un pecado venial!». No se percibe el daño que se nos sigue, y qué pena es para esta Madre y para Jesús.
María quiere asimismo formar en nosotros unos apóstoles, almas dedicadas a salvar otras almas.
¿Cómo fue su Jesús? Fue Salvador. Hemos de ser salvadores: esta es la misión. ¿Sabemos qué será de tantas almas como hay en el mundo, cuál será su suerte eterna? Hoy viven dos mil quinientos millones de hombres. Dentro de cien años la faz de la tierra verá otras personas; sobre la superficie de la tierra caminarán otros hombres, ¿y dónde estarán los pasados ya a la eternidad? ¿Dónde nos encontraremos nosotros? Si empleamos todos los medios para nuestra santificación y para la salvación
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de las almas, estaremos ciertamente en el cielo, y el día del juicio universal encontraremos personas que saldrán a nuestro encuentro diciendo: «Mi salvación me vino de ti».
Aquí está el fruto de esta jornada: perseverar | [Pr 5 p. 170] en la devoción a María, más aún, progresar cada día. ¿Puede haber un hijo que olvide a la madre? Difícilmente sucede esto. Se trataría de un hijo ingrato, que no entiende el beneficio recibido de la madre: la vida.
Así pues, hoy las oraciones sean para obtener esta gracia: progresar en la devoción a María. Y el progreso ha de ser semejante a los medios usados durante el Año Mariano: conocer más a María, leyendo de ella los mejores autores y oyendo gustosamente hablar de María; rezar a María, con nuestras hermosas oraciones a la Reina de los Apóstoles. Esta misma iglesia nos recordará que nuestra particular piedad mariana ha de tener el color de María Regina Apostolorum. Los propósitos de los Ejercicios, de los retiros mensuales y de la confesión semanal, [pongámoslos] en manos de María. «Tú eres mi luz, tú eres mi guía».
Uno de los más grandes devotos de María fue san Bernardo. ¡Cuánto y cómo escribió de María! Dice un biógrafo suyo que era como si María misma le hubiera prestado la pluma. Verdaderamente las palabras le salían no sólo de la mente, sino más aún del corazón. Mandado como delegado del Papa a Alemania para la pacificación de aquella gente, cuando llegó a Spira fue recibido con gran entusiasmo y solemnidad. El propio emperador le salió al encuentro y procesionalmente le acompañó a la catedral. Allí los fieles conocían la antífona que más le gustaba a san Bernardo, la Salve, y la entonaron solemnemente, haciendo una pausa a cada versículo. San Bernardo se conmovió hasta el fondo del corazón y, cuando la Salve terminó con la expresión «después de este destierro, muéstranos a Jesús, fruto bendito de tu vientre», levantando su voz en el silencio general, añadió | [Pr 5 p. 171] esas palabras que quedaron como conclusivas: «O clemens, o pía, o dulcis Virgo María!».8
Esté siempre en nuestros labios el nombre de la Madre. Hoy solemnemente, pero no con una solemnidad exterior sino interior, elegimos a María por nuestra madre y prometemos caminar como verdaderos hijos y devotos.
No es una profecía predecir que seremos consolados en la hora de la muerte y que nos encontraremos todos en el cielo, a cantar el eterno Magníficat con María.
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1 Meditación dictada el viernes 19 de marzo de 1954. - En el opúsculo original esta meditación está ubicada detrás de la del Jueves santo. Para conservar el orden cronológico ha parecido oportuno anticiparla aquí.
2 Si 45,4: «Por su fidelidad y humildad lo escogió».
3 Luis María Grignion de Montfort (san): (1673-1716), francés. Capellán en un hospital de Nantes, fundó las Hijas de la Divina Sapiencia y, poco antes de morir, los Misioneros de la Compañía de María. Escribió obras de sólida doctrina espiritual y varios libros de mariología, entre ellos “El tratado de la verdadera devoción a María”, que funda teológicamente y traduce pastoralmente la relación de los cristianos con María.
1 Meditación dictada el jueves 15 de abril de 1954.
2 Lc 2,19: «Conservaba el recuerdo de todo esto, meditándolo en su interior».
3 Jn 13,1: «Habiendo amado a los suyos que estaban en medio del mundo, les demostró su amor hasta el fin».
1 Meditación dictada el 16 de abril de 1954, Viernes santo.
2 Es el Acto de contrición que abre el vía crucis. En la exposición de las estaciones, el P. Alberione sigue, con algunas variantes, el texto de las Oraciones de la Pía Sociedad de San Pablo, pp. 173ss.
3 Mt 26,40: «¿No habéis podido manteneros despiertos conmigo ni una hora?».
4 Sal 95/94,7-8: «Ojalá escuchéis hoy su voz, no endurezcáis el corazón».
1 Título original: Fiesta de la Reina de los Apóstoles. Meditación dictada el domingo 2 de mayo de 1954, celebración externa de la fiesta.
1 Meditación dictada el domingo 23 de mayo de 1954, V de Pascua.
2 V. nota 4 de p. 441 y nota 5 de p. 465.
3 La canonización fue la tarde del sábado 29 de mayo (cf. más adelante).
4 Cf. al respecto Abundantes divitiæ, nn. 48-51.
5 Nacido en Riese, en la campiña de Treviso, fue sucesivamente capellán en Tómbolo (Padua), párroco en Sarzano (Treviso), director espiritual del seminario diocesano en Treviso, obispo de Mantua y cardenal de Venecia: con plazos extrañamente constantes de nueve años.
6 Ef 1,10: «Recapitular en Cristo todas las cosas»: este fue el programa anunciado en su primera encíclica, E Supremi apostolatus Cáthedra, del 4 de octubre de 1903.
7 Encíclica Ad díem illum, 2 de febrero de 1904.
8 Documentos significativos al respecto: decreto Lamentábili sane (3 de julio de 1907) y enc. Pascendi domínici gregis (8 de sept. de 1907).
9 Sobre el drama del Modernismo y la actitud del P. Alberione en ese punto, cf. “Excursus histórico-carismático” en Jesús el Maestro ayer, hoy y siempre, San Paolo, Roma 1997, pp. 45-63.
10 Cf. Motu proprio del 22 de nov. de 1903 para la Música sacra.
11 Decretos del 20 de dic. 1905 y 8 de agosto 1910, respectivamente sobre la comunión frecuente y la primera comunión de los niños.
12 Exhortación apostólica Hærent ánimo, 29 de junio 1908, en su jubileo sacerdotal.
13 Promulgación del nuevo Codex Juris Canónici, 19 de marzo 1904.
14 Condena de las leyes anticatólicas (11 de febrero de 1906) y del movimiento “Action Française” (6 de enero de 1907).
15 Significativa al respecto era la Escuela Social Católica de Bérgamo, por él inaugurada el 15 de agosto de 1910. En ella si diplomaron los clérigos paulinos Desiderio Costa y Pablo Marcellino en 1919.
16 2Tim 4,7: «He corrido hasta la meta».
1 Meditación dictada el jueves 27 de mayo de 1954.
2 En el original el texto escriturístico se trascribe entero.
3 Is 48,20: «Con gritos de júbilo anunciadlo y proclamadlo»: introito del V domingo de Pascua.
4 «Creo en la vida eterna»: Símbolo apostólico.
5 V. supra, p. 464ss.
6 La crónica registró el gran éxito de las celebraciones romanas (sábado 29 de mayo en Plaza San Pedro y domingo 30 en Santa María Mayor, donde se expusieron las reliquias). Celebraciones prolongadas en la amplia peregrinación de la urna, que fue transportada y venerada en todas las localidades de Italia septentrional, donde el santo había ejercitado su ministerio.
1 Meditación dictada el sábado 29 de mayo de 1954. Título original: Fiesta litúrgica de la Reina de los Apóstoles.
2 Recuérdese que en aquel tiempo la composición tipográfica se hacía aún con caracteres movibles de plomo (al menos para los títulos), y éstos con facilidad podían caerse de la mano.
3 Gál 2,20: «Vivo yo, pero no soy yo, es Cristo quien vive en mí».
4 «Acógenos, María».
5 Del “Diario”, el 29 de mayo: «Después de la meditación a la comunidad, va a dictar otra a las Pías Discípulas de la Casa general, en Vía Portuense, 739. Argumento: El apostolado específico de la religiosa Pía Discípula. Volviendo a casa, habla con quienes le acompañan en el coche, haciendo notar cuán necesario es rezar según el espíritu paulino, el espíritu de nuestra Familia religiosa, y no según los propios gustos. “Hoy -dice- corre por ahí la diablura, y durará bastante, de considerar nuestro apostolado como industria y comercio... Nuestra astucia no ha de ser trabajar para agrandar las casas o librerías, sino para mejorar la piedad. Cuando se ruega con humildad y fervor, el Señor no deja faltar nada...”
Por la tarde [el Primer Maestro] pasó una hora y media ante el televisor para asistir a la función de la canonización del beato Pío X, que tuvo lugar en la basílica de San Pedro. Quedó muy contento y al final de la transmisión habla de este santo... narrando algunos episodios del papa canonizado y que se refieren al tiempo en que él tuvo la suerte de venir a Roma en 1913... Las Pías Discípulas han sido encargadas por primera vez de adornar el trono papal [para la función de la canonización] y el Primer Maestro ha quedado satisfecho de este servicio».
1 Meditación dictada el domingo 30 de mayo de 1954. Título original: Domingo infraoctava de la Ascensión.
2 Is 11,2: «Sobre (el vástago de Jesé) se posará el espíritu del Señor: espíritu de sensatez e inteligencia...».
3 Cf. Sal 104/103,30: «Envías tu aliento, y los creas».
4 «Y repueblas la faz de la tierra» (ib).
5 Parece tratarse del Compendio de Teología Ascética y Mística, de A. Tanquerey. Según este autor, “si se estudian los dones en correspondencia con las virtudes por ellos perfeccionadas” (n. 1320), se tendría la clasificación seguida aquí por el P. Alberione.
6 Antonino (1389-1459), dominico, prior de San Marcos y obispo de Florencia; escribió notables obras de teología y moral, economía e historia; fue amigo del pintor Beato Angélico, cohermano suyo. Canonizado en 1523.
7 José Allamano (1851-1926), rector del santuario de la Consolata en Turín y del convictorio eclesiástico; fundador de los Misioneros y de las Misioneras de la Consolata; fue amigo y consejero del P. Alberione. Beatificado por Juan Pablo II el 7 de octubre de 1990.
8 Juana de Arco (1412-1431), joven campesina bretona, caudillo carismático del ejército francés contra los ocupantes ingleses.
9 Rom 8,15: «Recibisteis un espíritu que os hace hijos y que nos permite gritar: “¡Abba! ¡Padre!”».
10 Se trata, con más precisión, del “Cántico del Hermano Sol” (Fonti francescane, Ed. Francescane, Asís 1993
3 , pp. 136-137).
11 Sal 8,2: «¡Señor, dueño nuestro, qué admirable es tu nombre en toda la tierra!».
12 Según otra tradición, esta actitud de oración contemplativa se atribuye a un campesino de Ars, interpelado por el santo Cura.
13 N.B. En el opúsculo original sigue una breve meditación, fechada el 12 de septiembre de 1954, con el título “Unión con la Primera Maestra - Devoción a la Regina Apostolorum - Santificación de la mente”: meditación dictada «a las Hijas de San Pablo en los Ejercicios», según el Diario de A. Speciale. Como se sale del contexto común de la Cripta y de las comunidades en ella reunidas, hemos estimado oportuno no incluirla en el presente volumen.
1 Meditación dictada el miércoles 15 de septiembre de 1954.
1 Meditación dictada el jueves 16 de septiembre de 1954.
2 Sab 16,20: «Desde el cielo proporcionaste a tu pueblo pan a punto».
3 «La mente se llena de gracia»: antífona O sacrum convivium.
4 Jn 20,28.
5 Cf. Canon romano, ofrecimiento de las santas especies.
6 Memento de los difuntos, en el Canon romano: «Acuérdate también, Señor, de tus hijos, que nos han precedido en el signo de la fe y duermen ya el sueño de la paz».
7 «Y a nosotros, pecadores...».
8 El prólogo de Juan, según el antiguo rito.
9 «Cordero de Dios».
10 «Se nos da la prenda de la gloria futura»: antífona O sacrum convivium.
11 «Encierra en sí toda delicia» (cf. Sab 16,20).
12 Respectivamente: antífona a la comunión y oración después de la comunión.
13 Rom 11,24: «Te cortaron de tu acebuche nativo... y te injertaron en el olivo».
14 Gál 5,22: «El fruto del Espíritu...». Nótese que para san Pablo el fruto (en singular) del Espíritu es uno, el amor; las manifestaciones enumeradas después (alegría, paz, tolerancia, etc.) las ve como efecto del amor. El P. Alberione, como todos los autores de su tiempo, habla de frutos (en plural) del Espíritu, y enumera doce (cf. Donec formetur, nn. 102-104; ed. 2001, pp. 256-258).
15 Fórmulas suplementarias que cerraban las celebraciones eucarísticas cotidianas.
1 Meditación dictada el domingo 19 de septiembre de 1954. Título original: Preparación al mes de octubre. - Puede sorprender tanta insistencia en la preparación al tradicional mes del rosario. La razón es que aquel octubre de 1954 tenía para la Familia Paulina una gran carga de oportunidades. Se perfilaban históricos plazos: clausura del Año Mariano, compleción e inauguración del Santuario R.A., comienzo del Instituto Regina Apostolorum para las Vocaciones, comienzo de la S.A.I.E. en Turín, nuevas producciones cinematográficas, etc.
2 Tal promulgación se dio el 11 de octubre de 1954, con la encíclica Ad Cœli Reginam, que establecía la fiesta de María Reina del Mundo.
3 TIMOTEO GIACCARDO SSP, La Reina de los Apóstoles, Roma 1928, pp. 339; 2ª ed., Roma 1934, pp. 393. (En 1961 saldrá una 3ª edición de pp. 362).
4 SAC. S. ALBERIONE SSP, María Reina de los Apóstoles, Alba-Roma-Catania 1948; 2ª ed., Albano 1954, pp. 295.
5 Encíclica Ad díem illum, 2 de febrero de 1904.
6 Se trata de san Pedro Juliano Eymard.
7 Cf. SAC. S. ALBERIONE SSP, María Reina de los Apóstoles, cit., 2ª ed., p. 5.
1 Meditación dictada el viernes 1° de octubre de 1954.
2 En el opúsculo original se lee “redacción”, pero seguramente se trata de un error de trascripción.
3 Mt 11,28: «Acercaos a mí todos».
4 1Tim 2,2: «Por los reyes y todos los que ocupan altos cargos, para que llevemos una vida tranquila y sosegada, con un máximo de piedad y decencia».
5 Sal 70/69,6: «Ven, Señor, no tardes».
6 1Tim 2,4: «Dios quiere que todos los hombres se salven y lleguen a reconocer la verdad».
1 Meditación dictada la tarde del sábado 2 de octubre de 1954. Por la mañana había tenido otra, como resulta en el “Diario”: «Terminada la misa [en la capilla generalicia de las Pías Discípulas], se dirige a la Cripta para dictar, a las 6, otra meditación a todas las comunidades, sobre el argumento: “María Sma. con su gracia le obtuvo al mundo la vida”».
2 Mt 5,16: «Que vean el bien que hacéis y glorifiquen a vuestro Padre del cielo».
3 Eugenio III (Bernardo Paganelli de Pisa), papa de 1145 a 1153; fue novicio de san Bernardo en la abadía de Tre Fontane en Roma.
4 «Sé para ti el primero [de los pensamientos], sé el último».
5 1Tim 4,12: «Sé tú un modelo para los fieles, en el hablar y en la conducta, en el amor, la fe y la decencia».
6 Flp 4,9: «Lo que visteis en mí, eso llevadlo a la práctica».
7 Es la conocida novela histórica de N. Patrick Wiseman (1802-1865), arzobispo de Westminster y cardenal.
8 «Bajo tu amparo...»: antífona mariana.
1 Meditación dictada la mañana del domingo 3 de octubre de 1954, como segunda reflexión del retiro. - En el original consta la fecha del 2 de octubre, pero la tarde de ese día el P. Alberione tuvo la precedente meditación (v. p. 502ss) y al final de la presente dice: «Esta mañana id a la comunión para pedir a Jesús la gracia de entender el “Ábstine”».
2 Lc 5,1: «La multitud se agolpaba alrededor de él para escuchar el mensaje de Dios».
3 Si 21,2: «Huye del pecado como de la culebra».
4 Mt 16,24: «Reniegue de sí mismo».
5 Mt 16,24: «Cargue con su cruz».
6 «Aguanta»: según el imperativo de la moral estoica: «Ábstine et sústine».
7 «Arriba los corazones».
8 «En la cabeza», o sea en él como cabeza del Cuerpo místico.
1 Meditación dictada el lunes 4 de octubre de 1954. - Nota de crónica del “Diario”: «Meditación a la comunidad a las 6. Argumento: “María, modelo de toda vocación santa”. Terminada la meditación en la Cripta, va a dictar la tercera meditación del retiro a los de “San Pablo Film” en vía Portuense. Luego, sin desayunarse, manda al conductor partir enseguida. Y en efecto parte para Bari, guiando el P. Alberto Barbieri (en el asiento posterior iba también el aquí firmante)... Durante el viaje Roma-Bari, que duró siete horas, rezamos juntos el rosario entero. No hubo paradas; comimos sólo una tableta de chocolate».
2 Jn 3,16: «Para que todo el que le presta su adhesión tenga vida definitiva y ninguno perezca».
3 Rom 1,5: «A través de él hemos recibido el don de ser apóstol, para que en todos los pueblos haya una respuesta de fe».
1 Meditación dictada el domingo 10 de octubre de 1954, en vísperas.
2 Invitatorio del oficio de la Maternidad divina de la B.V. María.
3 Cf. oración colecta de la fiesta del santo Rosario.
4 Lc 22,41-43: «Se le apareció un ángel del cielo, que le animaba».
5 Sal 84/83,10: «Mira el rostro de tu ungido».
6 «Reina del cielo alégrate, Aleluya»: antífona pascual.
7 En el opúsculo original, sigue una meditación fechada el 7 de noviembre de 1954, titulada “Vida social”, de la que no hay huella en el “Diario” del P. Speciale en ese día. La misma remite al opúsculo “Para una conciencia social” (cf. San Paolo de noviembre de 1953 y paralela Circular interna FSP). Del contenido de la meditación se deduce que iba dirigida sólo a las Hijas de San Pablo.
1 Meditación dictada el lunes 29 de noviembre de 1954. Título original: Qué es la Iglesia (expresión ambigua, que recuerda una meditación precedente sobre la Iglesia Cuerpo místico). - Del “Diario”: «El Primer Maestro celebra pronto como de costumbre; luego va a la Cripta llevando el programa para la inauguración de la iglesia superior “Regina Apostolorum”. Asiste a la misa de la comunidad a las 6 y luego dicta la meditación sobre la Consagración de la iglesia».
2 Gén 28,17: «Realmente está el Señor en este lugar».
3 Bar 3,38: «Vivió entre los hombres».
4 Lev 26,2: «Respetad mi santuario».
5 Mt 8,8: «Señor, yo no soy quién para que entres bajo mi techo».
6 «Jerusalén, ciudad celeste, feliz visión de paz»: himno de vísperas en la Dedicación.
7 Antífona de comunión: «[En ella] todo el que pide recibe, el que busca encuentra y al que llama le abren» (cf. Mt 7,8).
8 El “Diario” del P. A. Speciale atestigua respecto a las humildes e insistentes peticiones de ayuda, por parte del Fundador, para afrontar los enormes gastos del Santuario. Invitaciones a las comunidades de la Familia Paulina; cartas y peticiones dirigidas a personas adineradas, solicitudes de créditos, etc., siempre sostenidas por esta motivación: quien contribuye a «cavar un pozo de gracias» podrá recabar para sí y para todas las personas queridas. Es notorio que muchos bienhechores, los propios empresarios y artistas que colaboraron en la empresa, se sintieron a menudo deudores al P. Alberione, más que acreedores.
9 «De lo que tú nos has dado...»: oración del ofertorio en el Canon romano.
10 La función solemne comenzó a últimas horas de la tarde el lunes 29 de noviembre, primer día de la novena a la Inmaculada, y la ofició monseñor Héctor Cunial, Vicegerente de Roma. No fue posible celebrarla el 8 de diciembre, como se quería, porque en esa fecha todos los obispos presentes en Roma estaban convocados en la basílica de Santa María Mayor, para la conclusión del Año Mariano 1954.
1 Hora de adoración celebrada en el Santuario, la tarde del martes 30 de noviembre de 1954. Texto publicado en el San Paolo de noviembre-diciembre de 1954 (cf. Carissimi in San Paolo, pp. 595-600).
2 Lc 1,46: «Proclama mi alma la grandeza del Señor».
3 Segunda guerra mundial: 1940-1945.
4 La gruta estaba excavada en el tufo de la Colina Volpi (lado oeste del Santuario), después terraplenada para la construcción de la nueva casa de las FSP y el patio del vocacionario masculino.
5 Entrambas construidas en Alba entre 1925 y 1935. Sucesivamente al divino Maestro se le erigió el templo de Vía Portuense, Roma.
6 «Mi alma glorifica a María».
7 «Madre de la humanidad».
8 Himno Los apóstoles unidos en oración.
9 Cf. Prov 9,5: «Venid a comer de mis manjares».
10 «Bendita eres del Señor tú, Hija: por ti hemos participado del fruto de la vida» (Antífona 4ª de las segundas vísperas de la Asunción y de la divina Maternidad de la B.V.M.).
11 «Oh Reina de los Apóstoles», himno (cf. Oraciones de la Pía Sociedad de San Pablo, 1952, p. 230).
12 Variación mariana de la colecta para la Dedicación de una iglesia.
13 «María, luz para los Apóstoles»: himno (cf. Oraciones de la Familia Paulina, pp. 344-345).
14 Es la gran cúpula inferior, sobre la cual va, pintada al fresco, la imponente figura de la Reina que extiende el manto sobre dos grupos de orantes, y todo alrededor están los episodios evangélicos de la vida de María con Jesús y José.
15 «Augusta Señora del cielo y Reina de los Apóstoles, ruega incesantemente para que todos los pueblos reconozcan que el Señor es Dios, y no hay otro fuera de él» (Oficio propio de la Reina de los Apóstoles, antífona al Magníficat en las primeras vísperas).
16 «Los apóstoles te aclaman concordes / por Reina y Madre suya, oh María», himno a la Reina de los Apóstoles (cf. Oraciones de la Familia Paulina, pp. 346-347).
17 Canto a la Sma. Virgen (cf. Oraciones de la Pía Sociedad de San Pablo, pp. 253-254).
18 Canto a la Reina de los Apóstoles (cf. Oraciones de la Familia Paulina, p. 349).
1 Meditación dictada en la Cripta la mañana del martes 30 de noviembre de 1954.
2 1Cor 4,17: «Como hijos queridos».
3 Gén 3,15: «Pongo hostilidad entre ti y la mujer».
4 Lc 1,46: «Proclama mi alma la grandeza del Señor».
5 «El ha querido que lo tengamos todo por María» (cf. S. Bernardo: «Sic est voluntas eius [Dei], qui totum nos habere vóluit per Maríam», citado por León XIII, enc. Augustíssimæ Vírginis).
6 Mt 11,28: «Acercaos a mí todos los que estáis rendidos y abrumados, que yo os daré respiro».
7 Cf. S. Epifanio: «Ave María, libro sellado, que has dado a leer al mundo el Verbo, Hijo del Padre».
1 Meditación dictada el miércoles 1° de diciembre de 1954. - Del “Diario”: «El Primer Maestro se levanta pronto y se prepara, con la oración y la meditación, a la misa que celebrará a las 6 en la nueva iglesia. En la circunstancia de esta primera misa celebrada por el Primer Maestro en el Santuario “Regina Apostolorum”, no faltan alrededor del altar las cámaras de cine y las máquinas fotográficas, para legar a los venideros este acontecimiento».
2 Ya hemos aludido a la gran cúpula inferior, afrescada con escenas evangélicas en torno a la Reina. Por encima se enarca la cúpula superior, iluminada por los ventanales laterales. Ambas cúpulas sobrepuestas están pobladas por multitudes de ángeles, indicando el paraíso.
3 “Nueve virtudes”: no es fácil saber a qué clasificación de virtudes se refiera aquí el P. Alberione. Podría quizás servir de explicación un paso del volumen María en el dogma católico, de E. CAMPANA, texto muy apreciado por el P. Alberione. En la conclusión, el autor, subrayando la necesidad del clima de escondimiento, escribe: «Tal es la condición requerida para el desarrollo de las virtudes que constituyen la perfección cristiana, consistente esencialmente en la humildad, el desapego del mundo, la sencillez, la moderación de los deseos, el sufrimiento tranquilo de las actuales miserias, la adaptación benévola y atenta a quienes son de condición inferior, la laboriosidad, el amor de los últimos puestos, el abandono total y ciego de sí mismos a la divina voluntad, incluso cuando no se conoce».
4 Es ciertamente artístico el gran fresco de las cúpulas y de los penachos de apoyo: obra de arte de un artista experimentado como era A. José Santágata (Génova 1888 - 1985).
5 «Creo en la vida eterna», del símbolo apostólico.
6 Cf. Flp 1,23: «Deseo morirme y estar con Cristo».
7 «El reino de Dios sufre violencia y los violentos lo arrebatan».
8 Job 19,21: «Piedad, piedad de mí, amigos míos».
9 Son, respectivamente, el P. Victorio Bonelli (Benevello CN 1917 - Nanking 1948) y el P. José Costa (Castellinaldo CN 1919 - Santiago 1949).
10 En el original: «La acción da la oración», evidente error de trascripción.
11 Sal 130/129: «Desde lo hondo (a ti grito, Señor)».
1 Meditación dictada en el Santuario, el jueves 2 de diciembre de 1954. - Del “Diario”: «Continúa la actuación del programa para la inauguración de la iglesia. Hoy el tema es el apostolado y, en particular, la redacción. El Primer Maestro ha celebrado la santa misa en la capilla de la Generalicia muy pronto... A las 6 está ya en el Santuario para asistir a la misa de la comunidad celebrada por el P. Juan Robaldo. Después de la misa dicta la meditación».
2 Cf. Alocución a los Editores católicos de Italia, 7 nov. 1954 (AAS 1954/II, pp. 712-714).
3 Del Símbolo niceno-constantinopolitano de la liturgia romana.
4 Bar 3,38: «Vivió entre los hombres».
5 Jn 1,11-12: «Los suyos no la acogieron [la Palabra]. En cambio, a cuantos la han aceptado les ha hecho capaces de hacerse hijos de Dios».
6 Cf. EMILIO CAMPANA, María en el Dogma católico, Marietti, Turín 1936, pp. 1133-1135. - La sección V del cap. IX de este voluminoso tratado, siempre sobre la mesa del P. Alberione, se titula en efecto «María maestra de los evangelistas y de los apóstoles».
7 Es “María y los evangelistas”, pintado en tela por Alejandro Maganza (1556-1630), expuesto en el salón llamado “Refectorio”, dentro del santuario mariano de Monte Bérico. Dicho salón, conocido por el gran cuadro de Veronese “Convite de Gregorio”, se usaba como sacristía en las celebraciones solemnes.
8 Ildefonso de Toledo (607-667), discípulo de san Isidoro de Sevilla (560-636), monje y después arzobispo de la ciudad. Fue insigne liturgista y mariólogo.
9 Beda el Venerable (673-735), monje benedictino inglés de Wearmouth; doctor de la Iglesia. Son célebres su Historia eclesiástica de los Anglos y los comentarios bíblicos.
10 «María tuvo los méritos de los apóstoles y de los evangelistas, enseñando» (Sto. Tomás, Catena áurea in Matth., c. X).
11 Ambrosio (339-397), nativo de Tréveris en Alemania, gobernador en el 370 de Emilia-Liguria, con sede en Milán, proclamado obispo en el 374. Padre espiritual de san Agustín, escritor fecundísimo y formador de comunidades consagradas, es uno de los padres de la Iglesia.
12 Lam 4,4: «[Los niños piden pan] y nadie se lo da».
13 Mt 4,4: «No sólo de pan vive el hombre, sino también de todo lo que Dios vaya diciendo».
14 Linotipia era la componedora mecánica de las líneas en plomo, antes de llegar la fotocomposición.
15 “Cosa” está aquí por idea, prejuicio o persuasión errónea.
1 Meditación dictada el viernes 3 de diciembre de 1954.
2 El el original: «Omnis editio vel sit expresse de rebus fídei, morum et cultus, vel ad illas dispónat, vel saltem áliqua contíneat ad salutem utilia» (Constituciones SSP, ed. 1949; cf. art. 249, ed. 1966).
3 «Ha dado a la luz para nosotros al Salvador» (Canon romano, memento de los vivos [communicantes] en la octava de Navidad).
4 En el original latino: «Convenienti copia et frequentia pervenire possit» (Constituciones SSP, art. 247, ed. 1966).
5 Benigno Bossuet (1627-1704), obispo de Meaux, célebre orador y escritor, intérprete del “siglo de oro” de la cultura francesa. Entre sus conocidas obras : los Sermones y el Discurso sobre la historia universal.
6 Dionisio, uno de los 25 santos homónimos, probablemente hay que identificarlo con el pseudo-Areopagita, escritor neoplatónico del V siglo, autor de la Celeste Jerarquía.
7 «El Señor lo conserve...»: verso del responsorio Pro Summo Pontífice.
1 Meditación dictada el sábado 4 de diciembre de 1954.
2 “Diario privilegiado”: expresión canónica para indicar que quien celebra en ese altar, puede lucrar la indulgencia plenaria cada día.
3 Lc 10,42: «María ha escogido la parte mejor».
4 Más exactamente, no se trata de una Exhortación apostólica sino de una Carta encíclica, publicada por Pío XII el 25 de marzo de 1954.
5 «Aquí estoy yo».
6 Cf. Heb 3,1: «Considerad al enviado y sumo sacerdote de la fe que profesamos: a Jesús».
7 Lc 1,38: «Aquí está la sierva del Señor; cúmplase en mí lo que has dicho».
1 Meditación dictada el domingo 5 de diciembre de 1954, II de Adviento. - Del “Diario”: «Hoy el tema de los festejos para la inauguración del Santuario es el Sacerdocio. De hecho, en el programa está escrito, a las 8,30: “Sagradas ordenaciones”». En aquella celebración fueron ordenados quince sacerdotes paulinos.
2 Mt 11,5: «Los pobres reciben la buena noticia».
3 Jn 8,12: «Yo soy la luz del mundo». Mt 5,14: «Vosotros sois la luz del mundo». - Observemos que estas palabras fueron grabadas, por voluntad del Fundador, en el frontal del altar mayor del Santuario, a los lados del sagrario.
4 Tit 2,7: «Preséntate en todo como un modelo».
5 Cf. 2Mac 15,14. En el texto bíblico, estas palabras del sumo sacerdote Onías se refieren explícitamente al profeta Jeremías.
6 Proverbio popular. [“Según es el esquilón, así es el son”].
7 Is 11,2: «Sobre él se posará el espíritu del Señor: espíritu de sensatez e inteligencia, espíritu de valor y de prudencia».
8 Este tema es ampliamente desarrollado por el Autor en el opúsculo “Amarás al Señor con toda la mente” (cf. Alma y cuerpo para el Evangelio, colección Opera Omnia, San Paolo 2005).
9 Tales cifras estadísticas de 1954 hay que actualizarlas obviamente. Hoy (2005) la población italiana es de unos 58 millones, con 52.268 sacerdotes (entre diocesanos y religiosos). La población mundial llega a unos seis mil trescientos millones, con 405.450 sacerdotes.
10 Mt 9,38: «Rogad al dueño que mande braceros a su mies».
11 «Ruega a tu Hijo para que envíe obreros a su mies»: antífona «Súscipe nos» al Magníficat, en las segundas vísperas de la Reina de los Apóstoles.
1 Meditación dictada el lunes 6 de diciembre de 1954.
2 Referencia evidente a un célebre terceto de la oración de san Bernardo en el poema de Dante: «Mujer, eres tan grande y tanto alcanzas, / que quien gracia desea y no te busca / igual es que intentar volar sin alas» (DANTE ALIGHIERI, La Divina Comedia, “Paraíso”, XXXIII, 15-17).
3 Encíclica Ad díem illum, 2 de febrero de 1904, ya citada.
4 1Tim 2,4: «[Dios] quiere que todos los hombres se salven y lleguen a conocer la verdad».
5 Los dos primeros artículos de las Constituciones precisan la doble finalidad de la institución: búsqueda de la perfección evangélica de los miembros, y apostolado para la evangelización del mundo, con los medios específicos de la comunicación social.
6 Referencia autobiográfica: el P. Alberione fue Terciario dominico y, por encargo del obispo, director de los Terciarios en Alba (cf. Abundantes divitæ, nn. 121 e 204.6).
7 Cf. de nuevo Abundantes divitiæ, nn. 121-123.
8 Se refiere probablemente a la familia Vigolungo de Benevello, compuesta por los padres Francisco y Secundina y cinco hijos, entre ellos Maggiorino, que llegó a ser el «pequeño apóstol de la Buena Prensa».
9 Lc 5,5: «Fiado en tu palabra echaré las redes».
10 Lc 5,7: «Hicieron señas a los socios de la otra barca».
11 2Tes 3,1: «[El mensaje del Señor] se propague rápidamente y sea acogido con honor».
1 Título original: Las Familias Paulinas. Meditación dictada el martes 7 de diciembre de 1954. - Del “Diario”: «Continúa el programa para la inauguración del Santuario. Tema de hoy: “La Familia Paulina en las naciones”».
2 Como explicitó en otros lugares y en varias ocasiones, el P. Alberione insistía para que en todas las nuevas fundaciones se aprovechasen las experiencias hechas en la fundación de la Casa Madre, y de las directrices impartidas a las primeras generaciones de Paulinos/nas.
3 El título original italiano es Mi protendo in avanti, libro escrito por varias personas (historia y testimonios de vida manifestados por los representantes de los diversos Institutos de la Familia Paulina), publicado con motivo de los 40 años de fundación y los 70 de vida del Fundador. En él se utilizaron los primeros apuntes autobiográficos del P. Alberione, publicados luego con el título de Abundantes divitiæ gratiæ suæ.
4 En el original “Antioquía de Siria”: error de trascripción. Pablo había partido de esta ciudad siria.
5 Jn 20,21: «Igual que el Padre me ha enviado a mí, os envío yo también a vosotros».
6 Se refiere a uno de los dos libros María Reina de los Apóstoles, escritos respectivamente por T. Giaccardo y S. Alberione (ya citados). El título Regina Apostolorum es en cambio propio de un volumen de E. Neubert, publicado sucesivamente (Ed. Paulinas, Catania 1958).
1 Meditación dictada el miércoles 8 de diciembre de 1954. - Del “Diario”: «Hoy, clausura del Año Mariano y del programa de los festejos para la inauguración del Santuario “Regina Apostolorum”, el tema es: “Jornada de las vocaciones y de los propósitos”».
2 Buenaventura de Bagnoregio (san): (1217-1274). Fue sabio teólogo, ministro general en tiempos no fáciles para la Orden franciscana. A él se debe la redacción de la más importante y auténtica Vida de Francisco de Asís. Se le considera el segundo fundador de la Orden de los Frailes Menores. En 1273 fue nombrado cardenal y obispo de Albano. Canonizado en 1482, proclamado doctor de la Iglesia en 1588 junto con Tomás de Aquino. Entre las obras principales: Itinerarium mentis in Deum y Lignum vitae.
3 «Conocer a María es camino de inmortalidad, y narrar sus virtudes es vida de salvación eterna», cita tomada de san Alfonso de Ligorio, Las Glorias de María, I (Explicación de la Salve), cap. VIII.
4 Componer en la caja significaba componer un texto con cada uno de los caracteres de plomo, tomándolos de los respectivos cajetines de la caja tipográfica.
5 Antonio Federico Ozanam (1813-1853), literato francés de origen italiano (¿israelita?), estudioso de Dante y del monaquismo medieval, animador de los grupos caritativos que se llamaron después “Conferencias de San Vicente”.
6 André-Marie Ampère (1775-1836), físico y matemático francés, descubridor de las leyes electrodinámicas y electromagnéticas. Su nombre indica la unidad de medida de la intensidad de corriente eléctrica.
7 “Inmaculaditos” era el título distintivo de los aspirantes más jóvenes a la vida paulina, los preadolescentes, alumnos de los primeros cursos.
8 «Oh clementísima, oh piadosa, oh dulce Virgen, María».