QUÉ ORDEN SEGUIR AL LEER LA SAGRADA ESCRITURA1
Esta tarde para la bendición del Evangelio, cada cual traiga consigo el texto que tenga, el Evangelio o, mejor, la sagrada Biblia. Entre las ediciones del Evangelio es preferible la que contiene también los Hechos de los Apóstoles.
Se ha completado y revisado la recopilación de nuestras oraciones; cada uno utilice el libro que se distribuirá hoy, para que podamos rezar juntos y bien, pues muchas expresiones han sido revisadas y modificadas.
Cómo leer la sagrada Escritura. Se empieza con la oración «Jesús Maestro, que eres...» (Libro de las Oraciones,2 pág. 44); se dice la jaculatoria: «Jesús Maestro, Camino, Verdad y Vida, ten piedad de nosotros».
[RSp p. 83] Lectura del evangelio de la misa de hoy, domingo 3º de Cuaresma: «Estaba echando un demonio que dejaba mudo...»3 (Lc 11,14-28).
[RSp p. 84] Orden al leer la Biblia.4 Igual que hay un orden al tomar alimentos, según las disposiciones de cada cual, así hay un orden al leer la Biblia.
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¿Qué orden seguir al leer los varios libros de la sagrada Escritura? Puede seguirse uno de estos tres, eligiendo cada cual el preferido.
Hay un orden teológico-histórico, que consiste en leer los libros de la Biblia en el orden del catálogo dado por el concilio de Trento, el mismo en que generalmente se imprimen. Si uno, cada día, dedicara cinco o seis minutos a la Biblia, en cinco o seis años la leería toda. Si no leemos al menos una vez toda la Biblia, cuando nos presentemos al juicio de Dios, mereceremos un reproche: «Tú no has leído mi palabra, no has querido conocer mi voluntad, no has leído la carta que yo he escrito a los hombres...».
Hay otro orden, llamado común, aconsejado por muchos autores de ascética, especialmente para los jóvenes y para las familias: consiste en leer primero los libros del Nuevo Testamento, donde se da el desarrollo y el cumplimiento de todas las profecías concernientes a Jesucristo, al sacerdocio hebraico, etc. Del Nuevo Testamento brota tanta luz que hace comprender también el Antiguo Testamento, como del rostro transfigurado de Jesús en el monte Tabor salía tanta luz que iluminaba también a Moisés y Elías [cf. Mt 17,1-8]. Después del Nuevo Testamento, se pasa a leer los libros históricos del Antiguo Testamento, luego los libros didácticos, sapienciales, y al final los proféticos.
Hay, por último, un orden más cercano al litúrgico y al empleado por la Iglesia en la distribución del breviario.
La Iglesia, en la ordenación del diácono y del subdiácono5 exhorta a la lectura del Evangelio y a practicarlo; | [RSp p. 85] en la consagración del obispo le pone el sacro Texto en las manos.
En las lecturas del breviario, en los domingos que preceden el Adviento, la Iglesia hace leer los Profetas; después de Navidad, las Cartas de san Pablo; en el tiempo de Cuaresma hace leer el Génesis y otros pasos que describen la caída de la humanidad
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y su miseria necesitada del Redentor; en el tiempo de Pasión nos deja oír los gemidos de Isaías.
Podemos seguir cualquier orden, es verdad; pero si adoptamos el indicado por quien ya tiene experiencia, lograremos mayor ventaja de la lectura. «La sagrada Escritura se explica con la sagrada Escritura», decía Pascal.6 Leamos con reverencia la palabra de Dios. Un autor afirmaba: «Lo que no entiendes acéptalo con delicia; lo que te resulta oscuro, adóralo de lejos para poder verlo después de cerca».
Dante7 en su poema reproduce a menudo pasos de la sagrada Escritura, enflorando así la Divina Comedia con numerosos ejemplos. Son conocidos estos versos suyos:
«Tenéis el Nuevo y el Viejo Testamento,
y el pastor de la Iglesia es vuestro guía:
esto basta para vuestro salvamento».8
Así pues, podemos escoger el modo que nos parezca más oportuno para leer la Biblia; ¡lo que importa es leerla!
Vamos a formular esta mañana la promesa contenida en el oremus de la bendición del evangelio: «Señor Jesucristo, que por tu inmenso amor, te has hecho Maestro, Camino-Verdad-Vida de la humanidad, bendice estos libros de tu Evangelio, y concédenos guardarlos con honor y leerlos según el espíritu de la Iglesia para que, por intercesión de María Reina de los Apóstoles y de san Pablo apóstol, podamos asemejarnos a ti en la mente, la voluntad y el corazón y alcanzar la vida eterna. Tú que vives...».9
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[RSp p. 86] Y pidamos estas gracias: 1) que tengamos siempre la Biblia en el debido honor; 2) que podamos leerla y meditarla, según el espíritu de la Iglesia, nuestra Maestra; 3) que la difundamos con nuestro apostolado, cuidando la edición, la técnica y la difusión. ¡Que la propaganda sea siempre más inteligente y eficaz!
El Maestro divino nos acogerá con rostro alegre, cuando nos presentemos a él para recibir el premio. «El que cumpla y enseñe [estos mandamientos míos], ése será llamado grande en el reino de Dios» [cf. Mt 5,19].
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1 Meditación dictada el domingo 16 de marzo de 1952, 3º de Cuaresma. - Del “Diario”: «Por la tarde se prepara para la fiesta de la entronización del Evangelio y escribe las siguientes “PROMESAS” para honrar el santo Evangelio:
1° Prometo honrar el Evangelio con el culto debido, o sea de latría relativo.
2° Prestar al Evangelio un obsequio entero de mente, voluntad y corazón.
3° Considerar el Evangelio como la verdad, el camino, la vida para mi apostolado.
4° Leer el Evangelio y meditarlo según el espíritu de la Iglesia católica...
5° Defender el Evangelio y ocuparme en multiplicar los ejemplares y difundirlo con amor constante.
6° Uniformar al Evangelio toda la vida, tenerlo cerca al tiempo de morir y sobre mi pecho en el ataúd».
2 Oraciones de la Pía Sociedad de San Pablo, EP, Roma 1952 (en la versión española de 1993, pág. 75).
3 En el original el texto evangélico se transcribe entero.
4 En esta sección él P. Alberione se atiene a su libro: Leed las Sagradas Escrituras, o. c., cap. XXVII, pp. 381-390.
5 En el ordenamiento jurídico-litúrgico del tiempo el subdiaconado figuraba, con el diaconado y el presbiterado, entre las “órdenes mayores”. Después, el papa Pablo VI decretó la reforma: «Las funciones encomendadas hasta ahora al subdiácono, se confían al lector y al acólito, y por tanto, en la Iglesia latina, ya no existe el orden mayor del subdiaconado» (Pablo VI, Ministeria quædam, 15 agosto 1972).
6 Blaise Pascal, matemático, físico y filósofo francés (1623-1662). Espíritu profundamente religioso, se dedicó a la búsqueda de Dios. Son famosos sus Pensamientos, que se publicaron póstumos.
7 Dante Alighieri (1265-1321), poeta-teólogo florentino, desterrado en Verona. Se le considera el padre de la lengua italiana, gracias a sus obras en prosa y sobre todo en poesía. Es célebre su poema didascálico La Divina Comedia.
8 DANTE ALIGHIERI, La Divina Comedia, “Paraíso”, V. 76.
9 En el original: «Dómine Jesu Christe, qui propter nimiam caritatem tuam, humanitatis factus es Magister Via, Véritas et Vita, bénedic hos tui Evangelii libros: et nobis concede eos honorífice custodire, Spíritu Ecclesiæ légere, et constanter divulgare; ut, intercedéntibus María Apostolorum Regina ac Sancto Paulo Apóstolo, mente, voluntate et corde tibi símiles inveniámur et ad vitam perveniamus æternam. Qui vivis...».