Beato Santiago Alberione

Opera Omnia

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AL ESPÍRITU SANTO1

PRIMERA PARTE

Lucas 1,15: «...Porque él [Juan Bautista] va a ser grande a los ojos del Señor; no beberá vino ni licor, se llenará de Espíritu Santo ya en el vientre de su madre».
La adoración de hoy la dirigimos al Espíritu Santo, pidiéndole que nos obtenga el amor a la vida interior.
En la anunciación a María, el ángel dijo: «El Espíritu Santo bajará sobre ti» (Lc 1,35).2 Y entonces se formó Jesucristo en el vientre de María por obra del Espíritu Santo.
También en nosotros por medio del Espíritu Santo en el bautismo se forma una nueva creatura, el cristiano. Esta nueva creatura que tiene vida sobrenatural, que tiene una vida nueva, es obra del Espíritu Santo: Él es | [RSP P. 100] el autor. No somos meros hombres, somos cristianos, somos «alter Christus».3
La vocación es obra del Espíritu Santo. Reconozcamos la creación del Espíritu Santo y honrémosle con el canto del Veni creátor, considerando la palabra «creátor».

SEGUNDA PARTE

Jn 14,15-17: «Si me amáis, cumpliréis los mandamientos míos; yo, a mi vez, le rogaré al Padre y os dará otro valedor que esté siempre con vosotros, el Espíritu de la verdad, el que el mundo no puede recibir porque no le percibe ni le reconoce. Vosotros le reconocéis, porque vive con vosotros y además estará con vosotros».
El Espíritu Santo llenó el alma del Bautista, de Isabel y de Zacarías; el mismo Espíritu produce en nosotros la fe, la esperanza, la caridad y las virtudes cardinales; nos da el gusto por las cosas santas, la atracción al altar, a consagrarnos al Señor.
Cuando se tiene el Espíritu Santo y se le secunda, se prueba el gusto por las cosas santas, por la mortificación, por la oración.
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El Espíritu Santo lo poseían los apóstoles cuando, vilipendiados porque predicaban a Jesucristo, «ibant gaudentes quoniam digni hábiti sunt pro nómine Jesu contumeliam pati» (He 5,41).4
Quien no tiene el Espíritu Santo, teme el sufrimiento.
Hay almas con el gusto de las cosas divinas; otras en cambio sólo conocen el gusto de las cosas mundanas.
«No irritéis al santo Espíritu de Dios que os selló» (Ef 4,30).
El pecado mortal arroja de nuestra alma al Espíritu Santo; el pecado venial disminuye la obra del Espíritu Santo en nuestra alma.
Hay pecados contra el Espíritu Santo, entre ellos recordemos la desesperación y la presunción.
[RSP P. 101] Pidamos la gracia de comprender las bienaventuranzas, que son fruto de la gracia del Espíritu Santo.
(Canto de las bienaventuranzas).

TERCERA PARTE

Hechos 2,1-4:5 «Al llegar el día de Pentecostés estaban todos juntos reunidos con un mismo propósito. De repente un ruido del cielo, como violenta ráfaga de viento, resonó en toda la casa donde se encontraban, y vieron aparecer unas lenguas como de fuego que se repartían posándose encima de cada uno de ellos. Se llenaron todos de Espíritu Santo y empezaron a hablar en diferentes lenguas, según el Espíritu les concedía expresarse».
El Espíritu Santo en la Iglesia. Por el Espíritu Santo nació la Iglesia, la cual vive de él, como nuestro cuerpo vive del alma y el alma vive de la gracia.
El apóstol6 lanza este reproche: «Siempre resistís al Espíritu Santo» (He 7,51).7 Se resiste al Espíritu Santo, resistiendo a las inspiraciones. ¡Sí, hay quienes resisten al Espíritu Santo! ¿Y
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creemos tener paz resistiendo al Espíritu Santo, o sea a las exhortaciones, avisos del confesor, las divinas inspiraciones?
El Espíritu Santo fortifica en la Iglesia a los mártires, a los apóstoles, los doctores y los vírgenes, inundados de Espíritu Santo. El Espíritu Santo puebla los cielos. Debemos recordar que, nacidos del Espíritu Santo, bautizados en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, tenemos en nosotros una vida nueva.
El Espíritu Santo nos obtenga particularmente estas gracias: diligencia en el examen de conciencia y amor a la vida interior.
Hay que sentir la belleza del apostolado. Quien no amase el apostolado, quien no lo comprendiese, quien no tuviese celo por las almas, estaría siempre desconsolado.
[RSP P. 102] Pidamos aún otra gracia: la unión. Que estemos unidos con el Papa, a través de los superiores, y luego unidos también entre nosotros: un solo espíritu, una sola dirección, con entusiasmo, sin resistir al Espíritu Santo. «Ut unum sint»,8 fue la gran preocupación del divino Maestro.
Unidos juntos en caridad, cumpliremos bien nuestro apostolado, tendremos consolaciones y méritos, y un día participaremos del mismo gozo en el cielo.
Pidamos un divino Pentecostés sobre nosotros, en este momento, y cantemos la Oración sacerdotal de Jesús antes de su pasión, con la misma preocupación que tuvo entonces Jesús: «Ut unum sint»: que sean una cosa sola.
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1 Meditación dictada el domingo 10 de febrero de 1952, a las 16,30.

2 En el original: Lc 1,28, cita no correcta.

3 «Otro Cristo».

4 «Los apóstoles salieron del Consejo contentos de haber merecido aquel ultraje por causa de Jesús».

5 En el original: He 2,1-5.

6 No son palabras del apóstol, sino del protomártir Esteban.

7 En el original: Lc 7,5.

8 Jn 17,21: «Que sean todos uno».