Beato Santiago Alberione

Opera Omnia

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LA CONFESIÓN1

Ayer celebramos la primera entronización del santo Evangelio; ahora es el caso de solicitar que en todas partes, en los locales de estudio, del cine, del apostolado-prensa, quede expuesto el Evangelio: de ahí provienen la luz, la sabiduría, la fortaleza.2
En Cuaresma, de modo especial, hágase con generosidad la mortificación de la mañana: levantarse diligentemente en penitencia de nuestros pecados.3 Empezar bien la | [RSp p. 59] jornada, equivale a comenzar bien la vida. Una juventud estudiosa, virtuosa, una juventud de carácter firme, preludia a una virilidad rica de actividad, de méritos y socialmente útil. ¡Qué hermoso es, de mañanita y con tiempo, encontrarnos todos unidos a los pies de Jesús para recibir de él la luz, la gracia necesaria para empezar con él la jornada y luego ir con prontitud al apostolado!
Esta mañana hemos rezado tres veces el Ángel de Dios con el fin de mejorar nuestras confesiones. Hay una condición de la que dependen todas las demás, y en ella quiero insistir hoy: confesarse con humildad. Así será fácil confesarse con sinceridad, escuchar con reverencia los avisos del confesor y salir de la iglesia decididos a cambiar nuestra conducta.
Lucifer se arruinó por el orgullo; mientras que san Miguel tomó la defensa de Dios: «Quis ut Deus?».4 El pecado, en fin de cuentas, es orgullo; de la soberbia llegó la ruina de la humanidad, y persiste la ruina de los hombres que se salen del camino por orgullo.
Primero faltamos con los pensamientos, por nuestra testarudez; diciendo también nosotros: «Non serviam».5 Los santos, en
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cambio, se amoldan a Jesucristo que «fue obediente hasta la muerte y muerte de cruz» [Flp 2,8]; «Propter quod et Deus exaltavit illum».6
Amad la obediencia. Considerad el ejemplo de Jesucristo, que se humilla ante sus adversarios, que se humilla ante el Padre, y no queráis ser más que él.
Conviene comenzar la preparación a la confesión, rezando un Pater noster, una Salve Regina a la Dolorosa, un Ángel de Dios a nuestro ángel custodio, para que nos haga recordar los pecados cometidos en su presencia. Luego, hacer el examen de conciencia y después incitarse al dolor, mirando al crucifijo.
Es bueno recitar, sobre todo en Cuaresma, el Miserere. Y hacer el propósito: un propósito con las condiciones indicadas en el | [RSp p. 60] catecismo, que en este punto es clarísimo.
Al confesionario, presentarse con humildad. San Remigio7 dijo a Clodoveo, rey de los francos, disponiéndole a recibir el bautismo: «Dobla la cabeza y empieza a detestar lo que hasta ahora has amado y a amar lo que hasta ahora has detestado». También a san Pablo debieron decirle unas palabras, que, en sustancia, tenían este mismo significado.
¿O es que nuestro orgullo nos va a acompañar incluso hasta el confesionario, haciéndonos callar nuestras faltas o reduciéndolas al mínimo, de modo que no se vea su gravedad?
Nada de escrúpulos, pero sí sinceridad: «Est, est; non, non».8 ¡Así es! Lo demás viene del maligno, y el maligno no nos lleva ciertamente al confesionario.
Cuando uno se confiesa con humildad, se levanta del confesionario hecho una persona recta, decidida a cambiar vida, bien dispuesta a cumplir el deber.
Y luego, docilidad al confesor, la satisfacción o penitencia, y sobre todo aún humildad. «Reconozco mi debilidad, he faltado porque no he rezado; de ahora en adelante rezaré, vigilaré, confiaré más en el Señor».
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¿Nos confesamos bien? ¿Con esa humildad que es la base para todas las demás disposiciones? ¿Lloramos alguna vez nuestros pecados? A menudo se llora por tonterías, y uno se alegra por el mal cometido. ¡Ah, si se entendiese, si se supiera! Los ángeles nos compadecen en nuestra miseria. Especialmente nosotros los religiosos tenemos que llorar nuestros pecados «entre el atrio y el altar» [Jl 2,17] y suplicar: «Parce, Dómine, parce pópulo tuo».9
Hemos de pedir perdón al Señor de nuestros pecados y especialmente de nuestras confesiones no suficientemente bien preparadas y no suficientemente bien hechas.
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1 Meditación dictada el jueves 6 de marzo de 1952.

2 En el “Diario” se añadía: «El 16 de marzo próximo (domingo) se hará la entronización del Evangelio en los distintos locales. El Evangelio es la Buena Nueva traída del cielo por Jesús, y es el modelo de todas nuestras Ediciones».

3 La noche anterior, «va al comedor del Vocacionario, y a los sacerdotes y hermanos que habían llegado un poco antes a la mesa, les recomienda levantarse todos a las 5 de la mañana, para estar con tiempo en la Cripta a las 5,30: “Esto lo digo para todos y no sólo para algunos”. Luego les desea “buen provecho” y sale» (cf. “Diario”, 5 marzo 1952).

4 «¡Quién como Dios?».

5 Jer 2,20: «No te serviré».

6 Flp 2,9: «Por eso Dios le encumbró sobre todo».

7 Remigio (hacia 438-530), arzobispo de Reims en Francia, convirtió y bautizó en 496 a Clodoveo I rey de los francos (hacia 466-511), fundador de la dinastía Merovingia.

8 Mt 5,37: «Sí, sí; no, no».

9 Jl 2,17: «Perdona, Señor, a tu pueblo».