Beato Santiago Alberione

Opera Omnia

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EL ESPÍRITU DE FE1

Pidamos esta mañana, por intercesión de san José, un aumento de fe, de esperanza, de caridad. De fe: es decir creer que el Señor ha establecido para nosotros una misión, con las ayudas y gracias necesarias. Fe que se demuestra con la vida práctica, haciendo como si todo dependiera de nosotros, y confiando en Dios, como si | [RSp p. 28] todo dependiese de él.
Fe que expresamos en el Pacto o Secreto del éxito, que forma parte de nuestras oraciones. Son ciertísimas estas expresiones: la fe es la raíz de toda santificación; el espíritu de fe es el principio de la santidad. De la fe [brotan] la esperanza, la caridad, las virtudes religiosas. De la fe, los frutos del apostolado.
Quien cree, verá a Dios, porque se salvará; quien cree, sabe que hay que ir al sagrario para tener la fuerza necesaria en el apostolado. Creed y veréis realizarse lo que fue anunciado. Cuando falta la fe, falta la raíz; y cuando en un árbol falta la raíz, muere. El Señor nos escucha a medida de la fe; y si uno tiene poca fe, es como quien teniendo poca tela, puede hacer sólo un pequeño vestido de muñeca o para un nene.
Debemos apoyarnos en la gracia de la vocación y del oficio. Cuando Dios da una vocación, una misión a un alma, le da también todas las gracias, los auxilios necesarios para desempeñar dicha misión.
Él no falla nunca. Podemos fallar nosotros, con nuestra inconstancia y debilidad en la fe, pero Dios no: él nunca falla.
Respecto a nosotros en concreto, tenemos también la prueba de los hechos: hemos llevado el Evangelio a más de 20 naciones; y eso, habiendo empezado de nada, incluso menos aún; porque un hombre, además de ser una nada, puede a la vez ser pecador. Hemos de perfeccionar las intenciones, las disposiciones,
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la confianza que se tuvo al principio, cuando se empezó esta misión, a la que el Primer Maestro no podía substraerse bajo pena de condenación.
Fe en Dios, no en nosotros, haciendo un Pacto con él. Así empieza el Pacto que se estipuló ante dos testigos: María Reina de los Apóstoles y san Pablo (se necesitan dos testigos cuando se hacen cosas de gran importancia): «Nosotros debemos llegar al grado de perfección | [RSp p. 29] y gloria celeste a que nos has destinado y santamente ejercitar el apostolado de las ediciones. Pero nos vemos debilísimos, etc.». Es decir, confesamos sinceramente toda nuestra debilidad. Demasiadas veces atribuimos a nosotros, en vez de a Dios, lo que hacemos; demasiadas veces pedimos que se nos dé reconocimiento, mientras que éste corresponde sólo a Dios.
Con el Señor hacemos un verdadero Pacto, decimos lo que queremos dar: «Buscar en todo, sólo y siempre tu gloria y el bien de las almas» (y la primera alma es la nuestra). Luego decimos lo que aguardamos de él: «Contamos con que de tu parte nos des un espíritu bueno, gracia, ciencia y los medios necesarios para hacer el bien»: eso es lo que esperamos de Dios.
Nuestra piedad no debe ser una piedad estéril, cumplida sólo para tramitar un deber que nos pesa: ha de ser una piedad que nos haga sentir de veras la necesidad de Dios; que nos haga llegar verdaderamente a una gran santidad.
Fe en el estudio, que nos dará mucho fruto. A menudo se truecan las cosas: nos apoyamos en nuestras dotes, nuestras cualidades, el espíritu del mundo, incluso en la educación. Uno trata de agradar, de complacer para hacerse querer por los demás... Pero eso es como si apoyáramos un candelero en el vacío.
«No dudamos de ti, pero tememos nuestra insuficiencia»: somos nosotros quienes podemos fallar; Dios no falla.
Hay que vivir según el espíritu del Secreto del éxito, recitarlo cada mañana; en él nos apoyamos, pues es una buena base, firme, sobre la que se podrá construir. Se producirán obras vivas, porque en ellas está Cristo; no tendremos obras de vida insuficiente, iniciativas estériles, ineficaces, sino obras eficaces; no cadáveres que cargar, sino personas ágiles que corren para llegar a la meta, para obtener el premio [cf. Flp 3,14].
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En el apostolado conviene decir frecuentes jaculatorias y, en las secciones donde se puede, rezar el rosario, especialmente los misterios que aluden al apostolado.2
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1 Meditación dictada el miércoles 13 de febrero de 1952. - El “Diario” refiere la siguiente introducción: «Esta mañana pidamos al Señor el aumento de la fe. Isabel dijo a María: “¡Dichosa tú por haber creído que llegará a cumplirse lo que te han dicho de parte del Señor!” (Lc 1,45). Cuando en la vida espiritual falta la virtud de la fe, es como si a una planta le faltara la raíz: la planta no sólo no crece ya, sino que se seca. Hay que tener la fe del centurión del Evangelio... Fe humilde, sencilla».

2 Conclusión según el “Diario”: «Por la mañana, después de haber rezado una de las coronitas (divino Maestro, Reina de los Apóstoles, san Pablo, etc.), conviene recitar también el “Secreto del éxito”. Propósito: competir a porfía para llegar antes a la iglesia, y tener tiempo para todo».
Sigue un interesante apunte de crónica: «[En la misma mañana el P.M.] tiene también tiempo de hacer una escapadita al Policlínico Humberto I, para visitar a la postulante Pastorcita enferma, llamada M. C. Reza con ella un avemaría; y luego la hace contar brevemente cómo ha visto al P. Giaccardo [difunto cuatro años atrás] y qué le ha dicho. Al final, antes de darle la bendición, le pregunta: “Y si Jesús permitiera que siguieras en cama, enferma, ¿qué dirías?”... Durante el viaje [de vuelta] alguien le pregunta si hay que prestar fe al hecho de que el P. Giaccardo se haya aparecido a la enferma y la haya curado. Él no dice enseguida que sí; pero admite que le haya hablado. Añade: “La curación está ordenada a la vocación”».