Beato Santiago Alberione

Opera Omnia

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SOBRE EL «UNUM NECESSARIUM»1

La finalidad de la presente Hora de adoración es intentar comprender el «unum necessarium».2 Que el Maestro divino desde la Hostia santa nos haga entender que una sola cosa es necesaria: salvar el alma.
No nos olvidemos de que estamos siempre en peligro en cuanto a la salvación eterna, y por ello debemos siempre recurrir | [RSP P. 106] a los medios que son necesarios para asegurar a nuestra alma el paraíso.

PRIMERA PARTE

Vamos a considerar lo que nos aguarda; nuestra vocación; la vocación a la santidad.
«Después de esto apareció en la visión una muchedumbre innumerable de toda nación y raza, pueblo y lengua» (Ap 7,9).
He ahí el puesto que nos aguarda allá arriba, donde el Señor enjugará toda lágrima. Ya no habrá llanto ni luto, sino gozo perdurable [cf. Ap 21,4]. Pensemos en la eternidad. ¡Se piensa demasiado en la vida presente, que dura tan poco! ¡Pensemos en la eternidad que no tiene límites de tiempo!
Consideremos también que estamos siempre en peligro en cuanto a la salvación eterna.
«Un magistrado le preguntó a Jesús: Maestro insigne, ¿qué tengo que hacer para heredar vida definitiva? Jesús le contestó: ¿Por qué me llamas insigne? Insigne como Dios, ninguno. Ya sabes los mandamientos: No cometas adulterio, no mates, no robes, no des falso testimonio, sustenta a tu padre y a tu madre. Él replicó: Todo eso lo he cumplido desde joven. Al oírlo Jesús, le dijo: Aún te falta una cosa: vende todo lo que tienes y repártelo a los pobres, que tendrás en Dios tu riqueza; y, anda,
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sígueme a mí. Al oír aquello se puso muy triste, porque era riquísimo» (Lc 18,18-23).
Tenía clarísima, aquel joven, la vocación a la vida más perfecta; pero no aceptó la invitación.
En cambio, a los apóstoles, que lo dejaron todo por seguir a Jesús, se les hizo la gran promesa: «Cuando el Hijo del Hombre se siente en su trono de gloria, también vosotros... os sentaréis en doce tronos para juzgar a las doce tribus de Israel» [Mt 19,28].
¡Oh Jesús bendito!, haz que tu palabra penetre | [RSP P. 107] en mi alma; haz que yo comprenda cuán soberbio soy. No te alejes con tu gracia; no calles en tus exhortaciones; sigue hablándome; si fue escaso el fruto recogido en el pasado, hoy, humillado por mi sordera, declaro querer seguirte y seguirte generosamente, no como el joven rico, que se retiró por el apego a las cosas terrenas; no como otros que se retiraron por miedo de la pobreza o de la obediencia. Quiero seguirte con generosidad y tendré el céntuplo en esta vida y poseeré en la otra, la vida eterna [cf. Mt 19,29].
(Cantad el himno a Jesús Maestro;3 seguid la traducción).

SEGUNDA PARTE: Necesidad de pensar en la salvación eterna.

«Pareceos a los que aguardan a que su señor vuelva de la boda, para, cuando llegue, abrirle en cuanto llame. ¡Dichosos esos siervos si el señor al llegar les encuentra despiertos! Os aseguro que él se pondrá el delantal, les hará recostarse y les irá sirviendo uno a uno [...]. Estad también vosotros preparados, pues, cuando menos lo penséis, llegará el Hijo del Hombre» (Lc 12,36-37.40).
¡Hemos de pensar en la salvación del alma! El alma es la cosa más preciosa. Todo se pierde, todo cae con la muerte; sólo queda el bien y el mal que se ha hecho.
«Si tu mano te pone en peligro, córtatela; más te vale entrar manco en la vida que no ir con las dos manos al quemadero, al fuego inextinguible» (cf. Mc 9,43).
¿Qué más podía decirnos el Señor, para recordarnos que no hemos de pensar sólo en la vida presente? No es justo decir: Esto me gusta, esto me es útil.... Hay que decir: Esto me ayuda, es de utilidad para la vida eterna. Y si las manos y los
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pies nos obligan a hacer o a ir donde no debemos, es mejor cortarlos: ¡lo ha dicho Jesús!
[RSP P. 108] Si Jesús es eterna Verdad y si el mundo es engaño, recordad las palabras que ayer dijo el santo Padre a los párrocos y a los cuaresmeros de Roma: Evitad el mundo. No nos dejemos arrastrar por el mal; acerquémonos a Jesús. El mal viene del diablo; ¿pretendemos, quizás, que el diablo nos deje en paz? El pecado no nos da paz. Judas no la tuvo ni siquiera cuando apretó la bolsa con las treinta monedas dentro.
Solo Dios da la paz. Dios es el gozo y la fuente de todos nuestros consuelos: Él es el bien infinito. Acerquémonos a él, a Dios, ¡seamos siempre más de Dios!
Examinémonos. ¿Hay en nosotros algún impedimento que nos aleja de Dios, que nos impide darnos completamente a él?
(«Jesús de amor encendido...». «Confíteor». Canto del himno a Jesús Maestro Verdad: «Lux una, Christe»).4

TERCERA PARTE: Medios para asegurar la salvación eterna.

«Todavía estaba Jesús hablando a las multitudes cuando su madre y sus hermanos se presentaron fuera, tratando de hablar con él. Uno se lo avisó: Oye, tu madre y tus hermanos están ahí fuera y quieren hablar contigo. Pero él contestó al que le avisaba: ¿Quién es mi madre y quiénes son mis hermanos? Y señalando con la mano a sus discípulos, dijo: Aquí están mi madre y mis hermanos. Porque cualquiera que lleva a efecto el designio de mi Padre, ese es hermano mío y hermana y madre» (Mt 12,46-50).
Hay que invocar siempre la luz divina para comprender y hacer la voluntad de Dios. «Envíanos tu luz, oh Jesús, tú que eres la Verdad».
El paraíso es como un campo donde está escondido un tesoro precioso; quien lo ha descubierto, lo trabaja y hace fructificar y se convierte en su dueño [cf. Mt 13,44].
Vosotros, los que lo habéis dejado todo, ¡ánimo! No miréis ya | [RSP P. 109] atrás. «El que echa mano al arado y sigue mirando atrás, no vale para el reino de Dios» [cf. Lc 9,62]. Hay que ser almas fuertes, generosas, valerosas, audaces como san Pablo.
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No caminemos lentamente; no queramos tener el pie en dos estribos. ¡Generosidad y energía en la piedad, en el estudio y en el apostolado! Que no nos detenga ningún sacrificio; no nos paremos nunca; quien es generoso, será feliz en su estado.
«Se parece también el reino de Dios a la red que echan en el mar y recoge toda clase de peces: cuando está llena, la arrastran a la orilla, se sientan, reúnen los buenos en cestos y tiran los malos. Lo mismo sucederá al fin de esta edad: saldrán los ángeles, separarán a los malos de los buenos y los arrojarán al horno encendido» [cf. Mt 13,47-50].
¿Dónde estaremos aquel día? Nosotros confiamos en la misericordia de Jesús, en su Sangre, en sus méritos, en la intercesión de su Madre santísima. Y como caminamos en medio de peligros y nuestra barquilla es continuamente sacudida por las pasiones y estorbada por dificultades externas e internas, gritamos: «Salva nos, Dómine, perímus».5 Él nos tranquilizará: «¿Por qué sois cobardes? ¡Qué poca fe!» [cf. Mt 8,26]. Mandará entonces al viento y a la tempestad y volverá la calma, y podremos conseguir la salvación, la santidad, el paraíso.
(Cantemos el himno a san José: «Te, Jóseph, célebrent...»).6
San José nos ayude y obtenga la fidelidad al deber, para conseguir el premio reservado al siervo bueno y fiel.
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1 Meditación dictada el domingo 9 de marzo de 1952, a las 16,30. - Del “Diario”: «Por la tarde buscaba un libro [sobre el tema que debía predicar]. Pero una media hora antes de ir a la Cripta, le viene a la mente otro argumento: “Unum est necessarium = ¡la vida eterna!” y se orienta a ello, preparándose en un cuarto de hora».

2 Lc 10,42: «Sólo una cosa es necesaria».

3 «Unus est Magister vester - Uno solo es vuestro Maestro».

4 «Oh Cristo, única luz».

5 Mt 8,25: «Sálvanos, Señor, que perecemos».

6 «A ti, José, se eleve el canto...».