Beato Santiago Alberione

Opera Omnia

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[RSp. p. 119]
SOBRE EL SACRAMENTO DE LA PENITENCIA1

En esta Hora de adoración vamos a meditar sobre el sacramento de la penitencia y a pedir la gracia de comprender bien la frase de Jesús: «Dará más alegría en el cielo un pecador que se enmienda, que noventa y nueve justos que no sienten necesidad de enmendarse» (Lc 15,7).
«Un hombre tenía dos hijos; el menor le dijo a su padre: Padre, dame la parte de la fortuna que me toca. El padre les repartió los bienes. A los pocos días, el hijo menor, juntando todo lo suyo, emigró a un país lejano y allí derrochó su fortuna viviendo como un perdido...» [Lc 15,11-32].2

[RSP. P. 120] PRIMERA PARTE

¡Bendito seas, oh Jesús, por el sacramento de la penitencia! Te escucho en mi espíritu, pareciéndome oírte cuando, apareciendo a los apóstoles después de la resurrección, les dijiste: «A quienes dejéis libres de los pecados, quedarán libres de ellos» (Jn 20,23). ¡Bendito seas, oh Señor! ¿Qué hubiera sido de nosotros, pobres pecadores, si no hubieras pensado en la humanidad descarriada? Lo habías dicho: «He venido a buscar lo que estaba perdido» (Lc 19,10). Has bajado a los valles, has oído el gemido de la ovejita extraviada, la has cargado sobre tus hombros hasta llevarla al aprisco, ¡la has salvado!
Si no oyéramos la palabra del confesor, que revestido de tu autoridad, nos repite: «Ego te absolvo a peccatis tuis»,3 ¡en qué penas y agitaciones transcurriría nuestra vida!
[RSp. p. 121] Yo creo que el pecado me ha alejado de ti, como el hijo pródigo se alejó del padre. Yo creo que el pecado ha herido tu corazón, ese corazón adorable, siempre abierto para recibir a los hombres y consolarlos. Tú, Jesús, eres de veras nuestro «Salvador».
Creo en la remisión de los pecados; creo que la Iglesia ha heredado tu espíritu. Los sacerdotes han recibido este mandato:
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«Pro Christo legatione fúngimur».4 Creo en la eficacia de la absolución. Y te agradezco por las confesiones semanales, en las que tu Sangre ha vuelto a lavarme. Y te agradezco porque, no obstante las caídas y recaídas, tú has seguido repitiendo: «¡Yo te absuelvo! ¡Yo te absuelvo! ¡Yo te absuelvo!» Queremos darte gracias por esta tu gran misericordia.
Cantemos con sentimiento de reconocimiento el «Laudate, púeri».5

SEGUNDA PARTE

Examinemos esta tarde nuestras confesiones. Para tener mayor luz, dirijámonos a Jesús eucarístico, con un «Páter» rezado despacio, saboreando las varias expresiones, especialmente al decir: «Perdona nuestras ofensas». E invoquemos también al ángel custodio, que nos ha visto pecar, que ha asistido a nuestras confesiones. Pidamos a María que nos reconcilie con Jesús: «Dios te salve, Reina y Madre...».
¿Hemos hecho diligentemente nuestras confesiones cada semana? ¿Hay un confesor que conozca de veras nuestra alma, nuestra historia espiritual, y pueda por tanto darnos, aunque sea brevísimamente, consejos adecuados acerca de la vocación y nuestra correspondencia a ella?
Al llegar el día y la hora de la confesión, ¿hemos ido a la iglesia, conscientes de nuestro estado y de la necesidad de perdón, invocando antes la ayuda del ángel custodio y de la Virgen? ¿Hemos sido diligentes en hacer el examen de conciencia, escudriñando los pensamientos, | [RSp. p. 122] los sentimientos y especialmente las omisiones? ¿Hemos recordado el propósito principal? Para excitarnos al dolor, ¿hemos considerado la ofensa hecha a Dios con nuestros pecados y cómo éstos han causado a Jesús tantos sufrimientos en su pasión? ¿Hemos sentido en lo hondo del alma el disgusto y la tristeza por los pecados cometidos o por los defectos en que caemos tan a menudo, aunque no siempre los advirtamos del todo?
¿Nos hemos examinado acerca de nuestros deberes sustanciales de piedad, estudio, apostolado y pobreza? ¿Nos hemos
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humillado profundamente por tantas incorrespondencias a la gracia? ¿Hemos formulado buenos propósitos para no caer más en pecado: propósitos de vigilancia, de oración, de acudir a quien puede ayudarnos y a quien guía nuestra alma? ¿Hemos procurado decir algo de lo que más nos humilla, para tener mayor gracia de resurgir con más decisión y no caer ya en el pecado?
¿Nos hemos acercado con humildad al confesionario? ¿Hemos acusado con sinceridad nuestras faltas? ¿Hemos escuchado con reverencia, como palabra de Jesús, los avisos que el sacerdote ha creído oportuno darnos, considerándolos como los más apropiados a nuestra alma? ¿Hemos dicho con devoción el acto de dolor y hecho con diligencia la penitencia?
Y sobre todo, después de la confesión, al segundo o tercer día y en los sucesivos, ¿hemos tratado de mantener el fervor que la Sangre de Jesús encendió en nosotros con la confesión? ¿Se da gran respeto al confesor, sin hablar de él o, al contrario, hablando con ligereza de él y de las confesiones?
Al confesarnos, ¿nos limitamos a pedir consejos que puede darnos el confesor como tal, es decir los que conciernen a su ministerio? ¿Nos hemos mostrado reconocidos al Señor por haber instituido el sacramento de la penitencia? ¿Hemos ido con defectos al sacramento de la penitencia, sin haber pedido perdón de | [RSp. p. 123] nuestros pecados convenientemente? ¿Hemos hecho la confesión general, las confesiones anuales, el balance mensual? ¿Ha sido generoso nuestro «Surgam et ibo ad patrem meum»?6 ¿Ha sido como el de la Magdalena nuestro dolor?
Pidamos perdón al Señor de nuestras confesiones no preparadas bien, no bien hechas, por insuficiencia de examen, de sinceridad, de humildad y sobre todo de dolor. Pidamos perdón de nuestras confesiones hechas sin fruto.
(Canto: Miserere).

TERCERA PARTE

Rezo de una tercera parte del rosario: misterios gloriosos.
En el primer misterio glorioso se contempla la resurrección de nuestro Señor Jesucristo. «Surgam et ibo ad Patrem meum».
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Pidamos la gracia de pronunciar desde lo hondo del alma un «¡quiero resurgir de mi estado!; ¡quiero acercarme a mi Padre!».
En el segundo misterio glorioso se contempla la ascensión de Jesucristo al cielo. En este misterio queremos pedir la gracia de confesarnos bien a la hora de la muerte.
En el tercer misterio glorioso pedimos la gracia de una verdadera luz para poder hacer bien el examen de conciencia diario, y que así nos sea más fácil el semanal con vistas a la confesión.
En el cuarto misterio glorioso pedimos la gracia de tener, cuando vamos a confesarnos, un vivo dolor de nuestros pecados y un propósito firme de no volver a cometerlos.
En el quinto misterio glorioso pedimos la gracia de hacer siempre sinceramente la acusación de nuestras culpas, y luego la gracia de cumplir siempre bien la obligación de la penitencia.
Cantamos ahora las primeras dos estrofas del Lauda, Síon, Salvatorem,7 para agradecer al Señor el haber dado a la Iglesia el poder de perdonar todos los pecados.
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1 Meditación dictada la tarde del sábado 15 de marzo de 1952.

2 En el original la parábola del hijo pródigo se transcribe entera.

3 «Yo te absuelvo de tus pecados».

4 2Cor 5,20: «Somos embajadores de Cristo».

5 Sal 113/112,1: «Alabad, siervos».

6 Lc 15,18: «Voy a volver a casa de mi padre».

7 «Alaba, oh Sión, al Salvador», secuencia de la misa del Corpus Christi.