Beato Santiago Alberione

Opera Omnia

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LA SAGRADA ESCRITURA
Qué es - Qué culto le debemos - Cómo leerla1

Ayer tuvimos otras bendiciones y entronizaciones del santo Evangelio en los varios locales.
Esta mañana veremos qué es la sagrada Escritura; qué culto debemos a la sagrada Escritura; cómo leer la sagrada Escritura.
1. La sagrada Escritura es el gran libro de la humanidad: el autor principal es Dios; los hagiógrafos son autores secundarios; como en la misa, donde tenemos el ministro principal, Jesucristo, y el ministro secundario que le presta, por decirlo así, su lengua y sus manos.
La Biblia se llama libro divino por su autor principal, y luego porque enseña cosas divinas, adaptadas a todos los hombres. La sagrada Escritura es un libro inspirado [cf. 2Tim 3,16], y esto es artículo de fe (concilio de Trento).
Nosotros debemos poner y tener la Biblia, particularmente el santo Evangelio, en debido honor; la Iglesia nos hace besar e incensar el Evangelio. La Iglesia -dijo León XIII- considera sagrados los libros de la Biblia porque, escritos bajo la inspiración del Espíritu Santo, tienen a Dios por autor; Dios asistió a los hagiógrafos de modo tal que ellos escribieran sólo lo que | [RSp p. 71] él les inspiraba (diversamente los libros sacros no tendrían a Dios por autor).2 En una biblioteca, el rey de los libros es la sagrada Escritura.
Quien hace el apostolado de las ediciones, ha de tener la Escritura en el debido honor, inspirarse en ella e imitarla. Nada puede hacerse mejor que imitar a Dios al escribir.
2. ¿Qué culto le debemos a la sagrada Escritura? Un culto de inteligencia, un culto de voluntad y un culto de sentimiento, de corazón. Hay que creer a las palabras de la Escritura, a las sentencias, a cada una de las partes, con fe católica, con fe cristiana, con fe sencilla y fuerte.
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Uno que hubiera leído muchos libros y no hubiese leído la sagrada Escritura, se merecería el reproche que Dios hizo a san Jerónimo3 al decirle: «Tú eres ciceroniano, no cristiano».
3. [¿Cómo leerla? ¿Cómo interpretarla?] Los comentarios de la Biblia deben hacerse según el espíritu de la Iglesia, porque ésta es la depositaria de la verdad y ha sido destinada por Dios para amaestrarnos. Es verdad que leyendo la sagrada Escritura tenemos luces particulares, pero nosotros solos no sabemos distinguir entre estas luces las que vienen de Dios y las que no. Es la Iglesia quien debe decírnoslo; la guía es la Iglesia, los editores no son inspirados; en efecto, la Iglesia no deja imprimir la Biblia a cualquier tipógrafo. Hay que rechazar, pues, toda Biblia que no tenga ese respaldo.
Esto significa leer la Biblia con fe católica.
Además debemos leer la Biblia con fe cristiana: La Escritura nos habla de Jesucristo. El paso que dice: «Misit me evangelizare paupéribus»4 Jesús se lo apropió justamente.
Con fe sencilla. Cuando leemos la Escritura, no hemos de hacerlo con espíritu de crítica, sino con sencillez; como lee el hijo la carta del padre, sin hacer el análisis gramatical; como se come en la mesa el pan, sin hacer el análisis químico (éste se hace en los laboratorios).
[RSp p. 72] Con fe fuerte. La Iglesia, durante la santa misa, nos manda levantarnos [estar de pie] al leerse el Evangelio, para demostrar que estamos dispuestos a confesar nuestra fe, a defender el Evangelio. De aquí la gran variedad de libros de apología y de cultura.
Alrededor de la Biblia hay como una irradiación de otros libros. La Biblia ilumina toda otra ciencia, incluso las que parecen muy alejadas de ella.
Examen. ¿Cómo tenemos el Evangelio? ¿Cuánto lo estimamos? ¿Cómo lo leemos? ¿Qué fruto sacamos de su lectura? ¡Cuántas veces el Señor ha hablado a sordos! Alabemos al Señor que nos ha dado la sagrada Escritura.
Cantamos el «Laudate Dóminum, omnes gentes».5
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LA SAGRADA ESCRITURA
Fuente de revelación1

En estos últimos días el Papa2 ha hecho oír una vibrante exhortación a una vida más cristiana, más conforme a la fe; y en las últimas audiencias públicas y privadas ha insistido sobre ello, dirigiéndose particularmente a los sacerdotes y religiosos. Les ha recomendado Ejercicios y retiros más fervorosos este año, jornadas eucarísticas, jornadas marianas y otras celebraciones que sirvan para reavivar la fe. Nosotros haremos algunas Horas de adoración en preparación a la Jornada del Evangelio.
Esta mañana quisiera insistir sobre un punto: tengo la impresión de que en general hay que mejorar las confesiones y los exámenes de conciencia para llegar a confesiones bien hechas. Es preciso tener quien guíe el alma atinadamente. Pero sobre todo, se necesita cuidar el examen de conciencia, que nos hace entrar en nosotros | [RSp p. 73] mismos y mejorar la parte espiritual, la parte del estudio, la parte del apostolado y la parte de la pobreza.
Esta [virtud] es muy importante, pues si no somos fidelísimos a la pobreza, se empieza a abrir una puerta por la que no se sabe lo que pueda entrar. Judas comenzó reteniendo algo para sí, queriendo ahorrar, murmurando de quien ungía los pies a Jesús con un ungüento precioso. Pero san Juan, atento a los detalles, nota que a Judas poco le importaban los pobres [cf. Jn 12,6]; él quería proveerse de cosas, por si Jesús hubiera hecho bancarrota. ¡Le bastaron luego una cuerda y un árbol! Atentos a la pobreza, y no sólo a la parte negativa; también a la positiva.
¡Ah, si se hicieran bien las prácticas de piedad! Se obtendrían resultados que algunos ni osan esperar. Pero se requiere el dolor de los pecados, el examen de conciencia y la piedad esmeradamente cuidada.
Volvamos ahora a la meditación sobre la Biblia. Dios ha hablado a los hombres muchas veces y de muchos modos [cf. Heb 1,1]. La palabra de Dios fue en parte escrita y en parte trasmitida de viva voz, como sucedió también con muchas de las cosas
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dichas y hechas por Jesús. Tenemos así la Tradición: el magisterio extraordinario y [el] ordinario de la Iglesia.
Es como una corriente de agua. Parte de ella, caída en los montes, se congela (y puede compararse a la Escritura); otra parte cae en el valle y sirve para dar crecimiento a las plantas (y puede parangonarse a la Tradición).
San Pablo recomienda a los fieles que «sigan firmes» [cf. 2Tes 2,15] manteniendo las tradiciones aprendidas de palabra o por carta.
En estos últimos años se sentía la necesidad de que los católicos volvieran al Evangelio, y a tal fin se han promovido las Fiestas del Evangelio, que ahora están muy apoyadas por los obispos. Pero aún no se ha hecho todo; hay que llevar a los fieles a la Escritura y al catecismo. El próximo otoño saldrá la Revista catequística3 que se está ya preparando con fervor.
Lo mejor | [RSp p. 74] es unir la sagrada Escritura al catecismo y a la predicación; por tanto, notas catequísticas, referencias a la moral y a la oración, de modo que Jesucristo sea dado todo entero: Camino, Verdad y Vida. Sería mucho más lozana la vida cristiana si se inspirara más en la Escritura. Debemos gran reverencia a la Escritura y a la Tradición. La Iglesia está asistida por el Espíritu Santo y fija parte de su magisterio en los cánones y en las definiciones.
La Escritura fija con precisión la enseñanza de Dios. Con todo, mirando las necesidades, debe decirse que la primera necesidad es el catecismo, oír la predicación. Y bien, cuanto más unimos la Escritura y la Tradición al catecismo, mayor será el fruto. La Tradición es más antigua que la Escritura (el evangelio de san Mateo por ej. se predicó antes de escribirlo).
Hemos de estar muy agradecidos al Maestro divino, quien dijo e hizo tantas cosas que, según san Juan, si se hubieran escrito todas, el mundo no podría contener los libros resultantes [cf. Jn 21,25].
Ahora nosotros debemos decir: escuchad a la Iglesia: «Ipsam audite!».4
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¿Tenemos por la palabra de Dios el respeto y veneración que merece? ¿O nos aburre? Hay quien ni acude a escucharla ni la lee, y quien en cambio tiene hambre y sed de ella, tratando de fijarla en apuntes y particularmente en el corazón.
Hay quien durante el día recuerda lo oído por la mañana en la plática, tratando de sacar fruto. ¿Cómo hacemos nosotros? Hay quien no escucha a Jesús: «Et sui eum non receperunt».5 Pero también hay quien le escucha: «A cuantos le han aceptado, les ha hecho capaces de hacerse hijos de Dios» [Jn 1,12].
Pidamos al Señor la gracia de escuchar siempre con reverencia su Palabra; de tener hambre y sed de ella y de practicarla.
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[RSp p. 75]
LA SAGRADA ESCRITURA
El culto que se le debe1

Merecen atenta consideración las palabras de Benedicto XV,2 que deseaba ardientemente la entrada de los Libros sagrados en los hogares cristianos para ser en ellos como la perla preciosa [cf. Mt 13,45], que todos los fieles buscan y guardan celosamente, hasta uniformar siempre sus pensamientos a la sagrada Escritura viviendo según la voluntad de Dios.
Es, pues, una viva exhortación a guardar, a leer, a comentar cada día el Evangelio, para aprender a vivir santamente, en modo conforme a la divina voluntad.
Al Evangelio se le debe un culto de latría,3 aunque relativo.
El concilio de Nicea4 dice que al Evangelio se le debe la reverencia, el beso, la incensación y la iluminación. La imagen de Cristo y el Evangelio requieren nuestra adoración, si bien sólo relativa, como hemos dicho.5
El culto que debemos al Evangelio es el de la mente, de la voluntad y del corazón. La razón de ello está en que la sagrada Escritura constituye la osamenta de la teología dogmática, de la teología moral, de la teología ascética y de la teología pastoral. La sagrada Escritura es la base del derecho canónico y el nervio, más aún la parte esencial, de la liturgia. El culto de la mente consiste especialmente en la fe; el culto de la voluntad consiste especialmente en la obediencia, en la conformidad de nuestro querer al querer de Dios, de modo que le demos un amor completo, con todas nuestras fuerzas. En tercer lugar, a la sagrada Escritura se le debe el culto del corazón.
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[RSp p. 76] La oración constituye la parte más importante y esencial de la sagrada Escritura. Todo lo referente a la santa misa y los sacramentos... lo conocemos ante todo por la sagrada Escritura, luego por las aplicaciones y comentarios que ha hecho la Iglesia. El sacerdote en la misa, llegado al evangelio, se persigna, o sea traza tres cruces: en la frente, en los labios, en el pecho, para significar que quiere vivir en todo según el Evangelio. Y cuando se bendicen los evangelios, ante todo se bendicen las mentes, las cabezas; se bendicen las bocas, se bendicen los corazones.
El Evangelio debe estar, sí, en el puesto más honorífico de nuestros locales; pero sobre todo en el puesto de honor de nuestro corazón; debe penetrar en nuestra mente y en nuestra voluntad, porque es la directriz de toda nuestra vida.
La sagrada Escritura forma la sustancia del pensamiento cristiano; la que nos presenta los medios de gracia y de santidad. ¿Dónde encontrar un libro de ascética mejor que la sagrada Escritura, y en particular que los libros del Nuevo Testamento? Y sin embargo hay quienes van buscando novedades. También deben leerse, es verdad, otros libros, pero prefiriendo siempre a cualquiera la Escritura, en especial el Nuevo Testamento, el Evangelio y, para nosotros, las Cartas de san Pablo. La teología moral está constituida en su sustancia por la sagrada Escritura, especialmente en lo tocante a los mandamientos, los sacramentos y la Iglesia.
Por eso recordamos el culto que los santos tenían a la sagrada Escritura: san Gabriel de la Dolorosa,6 por ej., copiaba las mejores sentencias en papelitos para tenerlas presentes y practicarlas. He conocido sacerdotes que sabían de memoria toda la Biblia, habiendo estudiado dos o tres versillos por vez. San Cipriano7 transcribía los pasos bíblicos concernientes a la defensa de la Iglesia y la santidad de la vida, y en el momento oportuno se servía de ellos, sacando muchas ventajas, especialmente en la lucha contra los herejes.
Volvamos al examen de conciencia. ¿Tenemos | [RSp p. 77] el Evangelio en el puesto de honor? ¿Le damos el culto debido? ¿Lo leemos?
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¿Tratamos de practicarlo? Él es el código de la vida cristiana, el constitutivo de la vida cristiana; es la principal guía en la obra de nuestra santificación.
Hay que vencer la rutina consistente en un cierto descuido, por el que a la Biblia no se le da el puesto de honor, el culto debido. Para lograrlo vamos a rezar el Secreto del éxito.8
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LA SAGRADA ESCRITURA
es para nosotros protección y salud1

Hay tres hermosas jaculatorias sobre el santo Evangelio:
«Evangélica lectio sit nobis salus et protectio».2
«Per evangélica dicta deleantur nostra delicta».3
«Verba Sancti Evangelii dóceat nobis Filius Dei».4
Concretamente, entronizando el santo Evangelio en las oficinas y los diversos locales, se ha pretendido pedir la salud y la protección que viene del santo Evangelio. En el libro «Leed las Sagradas Escrituras»5 hay treinta consideraciones, entre ellas tres sobre este argumento: Cómo la sagrada Escritura nos libra del pecado; cómo la sagrada Escritura es para nosotros salud y protección; cómo la sagrada Escritura es nuestro refugio y nuestra consolación.6
Recordemos el ejemplo de san Agustín.7 En lucha consigo mismo, oyó las palabras: «Toma y lee». Tomó la Biblia y, abriéndola, le cayó ante los ojos el paso de san Pablo en la Carta a los Romanos: «Nada de comilonas ni borracheras, nada de orgías ni desenfrenos, nada de riñas ni porfías. En vez de eso, revestíos del Señor Jesucristo» (Rom 13,14). Aquel mismo día Dios dio a la | [RSp p. 78] Iglesia un gran santo.8 ¡Y qué magnífica misión realizó en la Iglesia san Agustín! Cuando llevamos con nosotros el Evangelio,9 tenemos una fuerte defensa.
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1. La sagrada Escritura es protección contra el demonio, que huye cuando se lee la Biblia. En los exorcismos, la Iglesia hace leer algunos pasos del Evangelio. Es la fuerza del Evangelio la que arroja al demonio: «Echarán demonios en mi nombre» (Mc 16,17). «Señor, hasta los demonios se nos someten por tu nombre» (Lc 10,17). «Ya veía yo que Satanás caería del cielo como un rayo» (Lc 10,18). «Si yo echo los demonios con la fuerza de Dios -dijo Jesús-, señal de que el reinado de Dios ha llegado hasta vosotros» (Lc 11,20).
Cuando el demonio tienta, tocad luego el santo Evangelio.
2. El Evangelio es protección contra las tentaciones de la carne.
San Ignacio de Loyola,10 viéndose herido y teniendo que pasar una larga temporada en cama, leyó biografías de santos y sobre todo el Evangelio. Impresionado por estas lecturas, se convirtió, y se puso a servicio del Rey divino, estableció su Compañía, que de veras es una compañía en lucha, pero en lucha contra el demonio.
Se dice que Cristóbal Colón11 en los momentos más difíciles de su viaje leía la Biblia que el Papa mismo le había dado y que obtuvo consuelo para proseguir su difícil viaje.
3. El Evangelio es protección contra el espíritu del mundo. Somos así: a menudo nos dejamos impresionar por lo que vemos o sentimos en el mundo. «Dime con quién vas y te diré quién eres». Podríamos también decir: «Dime qué lees y te diré quién eres».
Si lees las cosas que ha hecho escribir Dios, pensarás según Dios; si lees las cosas mundanas, vacías, te harás mundano, pensarás como los mundanos. Pero nosotros no | [RSp p. 79] somos del mundo, como tampoco Jesús era del mundo [cf. Jn 17,14]. El beato Contardo Ferrini,12 brillante profesor universitario, sabía
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de memoria las Cartas de san Pablo y leía con gusto y devoción la Biblia en hebreo.
También Silvio Péllico13 leía con predilección la Sagrada Biblia. En los días más turbios [de la prisión] la había dejado a parte, permitiendo que la cubriera una capa de polvo. El hijo del carcelero lo notó y llamó a la Biblia un «librote». Silvio Péllico se disgustó, tomó la Biblia y quitó el polvo; abriéndola al azar, cuenta él mismo, «me cayeron ante los ojos estas palabras: ¡Ay del hombre por quien llega el escándalo! (Mt 18,7)». Quedó impresionado por esas palabras y cambió de actitud.
La Biblia tiene su sitio: es el libro por excelencia entre todos los libros. Aun cuando en una biblioteca hubiera mil volúmenes, si faltara la Biblia, faltaría todo; como le falta todo al hombre que carece de Dios: ¿qué tendrá en la eternidad? En cambio, cuando un alma lee la Biblia, con devoción, con gusto, tendrá a Dios consigo y se ganará una eternidad feliz.
Perdónanos, Señor, por ser tantas veces sordos y, podemos decir, insensatos: ¡escuchamos más a los hombres que a vos!14
Pidamos perdón por nosotros y por todos los hombres que han descuidado la palabra de Dios.
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1 Meditación dictada el martes 11 de marzo de 1952. - El P. Alberione expone aquí los temas tratados en dos obras de 1933: Apostolado de la Prensa y Leed las Sagradas Escrituras (publicadas ambas en nueva edición, respectivamente el año 2000 [El Apostolado de la Edición] y el año 2004 [Leed las Sagradas Escrituras] en esta serie de Ópera Omnia).

2 León XIII, encíclica Providentíssimus Deus, 18 nov. 1893: sobre los estudios de la sagrada Escritura. Cf. Denzinger-Schönmetzer, n. 3293.

3 San Jerónimo (340-420), dálmata; sacerdote, padre y doctor de la Iglesia. Insigne biblista, fue asceta en Roma y en Belén, director espiritual de nobles matronas.

4 Lc 4,18: «Me ha enviado a dar la buena noticia a los pobres».

5 Sal 117/116,1: «Alabad al Señor, todas las naciones».

1 Meditación dictada el miércoles 12 de marzo de 1952.

2 Pío XII (1876-1958).

3 Es la revista Via, Verità e Vita, que comenzó a publicarse en Roma, como mensual, en octubre de 1952.

4 «¡Escuchadla!» en analogía con el mandato de escuchar a Jesús, el Hijo predilecto (cf. Mt 17,5).

5 Jn 1,11: «Pero los suyos no le acogieron».

1 Meditación dictada el jueves 13 de marzo de 1952.

2 Benedicto XV (1854-1922), Santiago Della Chiesa, genovés, papa en 1914, es recordado como el papa de la “gran guerra” (la 1ª mundial): sufrió mucho y se esforzó por reinstaurar la paz entre las naciones.

3 Culto de latría es la adoración tributada a la divinidad. Se precisa que es relativo, o sea en referencia a la persona divina de Cristo.

4 El concilio de Nicea (VII ecuménico) celebrado el año 787. Afirmó contra la teoría iconoclasta la legitimidad del culto a las imágenes sacras.

5 En el “Diario” se añade: «El concilio de Constantinopla dice que al Evangelio se le dé el mismo culto que al Crucifijo e “igual culto que a la imagen del Salvador”».

6 Gabriel de la Dolorosa (Francisco Possenti, de Asís, 1838-1862), de la Orden de los Pasionistas. Canonizado en 1920, es patrono de la Acción Católica y del Abruzzo (una región italiana).

7 Nacido en Cartago hacia el 210, elegido obispo de su ciudad en el 249, muere mártir en el 258. Padre y doctor de la Iglesia.

8 Esa misma mañana, el Fundador procedió a la bendición del Evangelio. Así consta en el “Diario”: «Prepara el programa para una Fiesta del Evangelio, con la bendición y la entronización, que luego hace él mismo, con roquete y estola, bendiciendo los varios evangelios que se exponen a continuación [en los distintos locales]: Casa del apostolado, dormitorios, aulas de estudio, recibidores del Vocacionario de Roma... Para esta función se queda hasta las 13 (hora del almuerzo) con el superior y los varios maestros de grupo... Copio el esquema que el Primer Maestro ha escrito de propio puño para la bendición de los evangelios...». - Nueva solemne bendición, con “Promesas” de obsequio al Evangelio, el 16 de marzo (ver nota 1 en la pág. 103).

1 Meditación dictada el viernes 14 de marzo de 1952.

2 «La lectura del santo Evangelio nos sirva de salud y protección».

3 «Las palabras del Evangelio borren nuestros pecados».

4 «El Hijo de Dios nos enseñe las palabras del santo Evangelio».

5 ALBERIONE S., Leed las Sagradas Escrituras, Pía Sociedad de Hijas de San Pablo, 1937. Nueva edición para la Ópera Omnia, Roma 2000.

6 Ibid., pp. 299-333; 422-433.

7 Aurelio Agustín (354-430), nacido en Tagaste (Tunicia), después de una juventud inquieta, se convirtió, se hizo monje, sacerdote, obispo de Hipona y doctor de la Iglesia. Entre sus obras más célebres figuran Las Confesiones, La Ciudad de Dios, La Trinidad.

8 Cf. Las Confesiones, VIII, 12. En referencia al episodio citado, una de las colecciones más ricas de narrativa paulina se tituló “Tolle et Lege” (“Toma y lee”).

9 Aquí puede captarse una referencia al hecho de que el P. Alberione llevaba siempre consigo, cerca del corazón, algunas páginas del Evangelio.

10 Ignacio de Loyola (1491-1556) de noble familia vasca. Su aventura espiritual, narrada en la Historia de un peregrino, maduraría en los Ejercicios espirituales. En 1540 fundó la “Compañía de Jesús”. Fue canonizado en 1622.

11 Cristóbal Colón (1451-1506), navegante genovés al servicio del rey de España. Entre 1492 y 1498 hizo tres viajes atlánticos, descubriendo diversas islas y territorios de Centroamérica.

12 Jurista, nacido en Milán (1859-1902). Especialista en derecho romano, tradujo muchos antiguos textos jurídicos. Terciario franciscano, la fe profunda que le animaba la llevó a la escuela, la cátedra, la vida.

13 Patriota italiano y escritor (1789-1854), nacido en Saluzzo (Cúneo). Ardiente “carbonario”, fue arrestado y condenado a quince años de cárcel en la fortaleza morava del Spielberg. Regresado a la patria, escribió Mis prisiones (1832), sereno testimonio de su reclusión.

14 En este caso, como otras veces, el P. Alberione en el coloquio con Dios pasa del “Tú” al “Vos” en el curso de la misma frase.