Beato Santiago Alberione

Opera Omnia

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[RSp p. 89]
HORAS DE ADORACIÓN

[RSp p. 91]
AL PADRE CELESTIAL1

La Hora de adoración de hoy al Padre celestial, la hacemos con Jesús, adivinando sus sentimientos de adoración y de amor a su Padre. Él quiso que en la gruta donde nació se cantase el «Gloria in excelsis»,2 gloria al Padre celestial.

PRIMERA PARTE

Conocer al Padre. Levantemos nuestro pensamiento y nuestro corazón al cielo, a la Sma. Trinidad. Miremos al Padre que, desde toda la eternidad, continuamente engendra al Hijo; miremos al Espíritu Santo que procede del Padre y del Hijo.
Adoremos a Dios creador de todas las cosas, visibles e invisibles. Jesús nos hace conocer a Dios como Padre, para que los hombres no tengan sólo temor de él, sino que le amen como hijos. Nos lo da a conocer como Padre nuestro [cf. Mt 6,9]; y, en fin, como Padre suyo [cf. Jn 14,2]. El corazón de Jesús estaba lleno de amor al Padre, tanto que en su última oración le nombra 17 veces. En el huerto de los Olivos le invoca [cf. Mc 14,36] y en la cruz le confía su espíritu [cf. Lc 23,46].
Adoremos al Padre, principio de todas las cosas. Adoremos al Padre con su Hijo Jesucristo.
(Canto del padrenuestro).
La oración del padrenuestro fue compuesta por la sabiduría de Jesús. Recémosla a menudo, especialmente de mañanita y luego durante el día. Cuando nos encontremos en alguna dificultad y en alguna duda, recemos el padrenuestro.

[RSP P. 92] SEGUNDA PARTE

Providencia del Padre celestial. «Por eso os digo: no andéis preocupados por la vida, pensando qué vais a comer; ni por el cuerpo, pensando con qué os vais a vestir. Porque la vida vale
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más que el alimento y el cuerpo más que el vestido. Fijaos en los cuervos: ni siembran ni siegan, no tienen despensa ni granero y, sin embargo Dios los alimenta. ¡Y cuánto más valéis vosotros que los pájaros! ¿Y quién de vosotros a fuerza de preocuparse podrá añadir una hora sola al tiempo de su vida? Entonces, si no sois capaces ni siquiera de lo pequeño, ¿por qué os preocupáis de lo demás? Fijaos cómo crecen los lirios: ni hilan ni tejen, y os digo que ni Salomón en todo su fasto estaba vestido como cualquiera de ellos. Pues si a la hierba, que hoy está en el campo y mañana se echa en el horno, Dios la viste así, ¿cuánto más no hará por vosotros, gente de poca fe? No estéis con el alma en un hilo, buscando qué comer o qué beber. Son los paganos del mundo entero quienes ponen su afán en esas cosas; pero ya sabe vuestro Padre que tenéis necesidad de ellas. Por el contrario, buscad que él reine, y eso se os dará por añadidura. No temas, rebaño pequeño, que es decisión de vuestro Padre reinar de hecho entre vosotros. Vended vuestros bienes y dadlo en limosna; haceos bolsas que no se estropeen, una riqueza inagotable en el cielo, adonde no se acercan los ladrones ni echa a perder la polilla. Porque donde tengáis vuestra riqueza tendréis el corazón» (Lc 12,22-34).
Hemos de adorar la divina Providencia, de la que los hombres tan a menudo se quejan; porque nosotros, pobre gente, no entendemos, mientras que Dios dispone las cosas con infinita sabiduría.
El hombre había caído en un abismo con el pecado original. Dios Padre halla el modo de levantarle, | [RSP P. 93] anunciando la redención mediante el sacrificio de su Hijo, a quien ordena los siglos de antes y después, hasta cuando él diga a los buenos: «Venid, benditos» [Mt 25,34].
Si queremos comprender la Providencia respecto a nosotros, pensemos en esto: Dios nos ha creado; nos ha salvado enviando a su divino Hijo a la tierra; nos ha dado una vocación especial; nos mantiene en vida; nos manda cada día su Espíritu, hasta que, si somos fieles, oigamos repetir: «Muy bien, empleado bueno y fiel» [Mt 25,21]. ¿Y quién podrá entonces medir el abismo de gozo que nos inundará en aquel momento?
Cantemos ahora el «Dixit Dóminus».3 En este salmo mesiánico vemos la providencia del Padre en orden al Hijo.
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TERCERA PARTE

Imitemos y oremos al Padre celestial. Imitar, tal es la invitación de Jesús: «Sed buenos del todo, como es bueno vuestro Padre del cielo» (Mt 5,48). Debemos modelarnos en Dios, así nos lo indicó Jesús: «Felipe, quien me ve a mí esta viendo al Padre» (Jn 14,9). Imitando las virtudes de Jesús, imitamos al Padre. «A quien te pide, dale; y al que quiere que le prestes, no le vuelvas la espalda. Os han enseñado que se mandó: Amarás a tu prójimo y odiarás a tu enemigo. Pues yo os digo: Amad a vuestros enemigos y rezad por quienes os persiguen, para ser hijos de vuestro Padre del cielo, que hace salir su sol sobre malos y buenos y manda la lluvia sobre justos e injustos» (Mt 5,42-45).
Al rezar, siempre nuestras oraciones de alguna manera se dirigen a él, el Padre. En la oración especial que dirigió al Padre, Jesús se encomendó a sí mismo [cf. Jn 17,1-26]. Encomendémonos también nosotros al Padre. | [RSP P. 94] Jesús encomendó a los apóstoles; encomendemos también nosotros a quienes trabajan a nuestro lado en el apostolado del cine, de la prensa y de la radio.
ELEVACIONES AL ETERNO PADRE

Padre, que nos has manifestado tu amor, mandando al mundo a tu Hijo unigénito, para que por medio de él, tengamos la vida (1Jn 4,9).
Padre, que en tu amor, nos has predestinado a ser hijos tuyos adoptivos, por medio de Cristo Jesús (Ef 1,5).
Padre, que nos has amado tanto que has querido hacernos realmente hijos tuyos (1Jn 3,1).
Padre, que has enviado a nuestros corazones el Espíritu de tu Hijo, que grita: «¡Abbá, Padre!» (Gál 4,6).
Padre, que en Cristo nos has bendecido con toda bendición del Espíritu (Ef 1,3).
Padre, que nos has elegido antes de la fundación del mundo para que estuviésemos consagrados y sin defecto a tus ojos (Ef 1,4).4
Padre, que nos has librado del poder de las tinieblas, trasladándonos al reino de tu querido Hijo (Col 1,13).
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Padre, que nos has capacitado para tener parte en la herencia de los consagrados, en la luz (Col 1,12).
Padre, que nos has amado tanto y graciosamente nos has dado un ánimo indefectible y una magnífica esperanza (2Tes 2,16).5
Padre de Jesús, que por tu gran misericordia nos has hecho nacer de nuevo para la viva esperanza que nos diste resucitando de la muerte a Jesucristo (1Pe 1,3).6
Padre cariñoso y Dios de todo consuelo (2Cor 1,3).7
Padre, que haces salir el sol sobre malos y buenos | [RSP P. 95] y mandas la lluvia sobre justos e injustos (Mt 5,45).
Padre, que no sentencias contra nadie, sino que la sentencia la has delegado toda en tu Hijo (Jn 5,22).
Padre, que dispones de la vida en ti mismo y también le has concedido al Hijo disponer de la vida (Jn 5,26).
Padre, que has enviado a tu Hijo Jesús para que todo quien le reconozca y le preste adhesión tenga vida definitiva (Jn 6,40).
Padre de Jesús, que nos das el verdadero pan del cielo (Jn 6,32).
Padre, que ves en lo escondido de nuestras almas (Mt 6,18).
Padre, que conoces todas nuestras necesidades (Mt 6,32).
Padre, que nutres los pájaros del cielo y haces crecer los lirios del campo (Mt 6,26).
Padre, sin cuyo permiso ni siquiera un pájaro cae al suelo (Mt 10,29).
Padre, Señor del cielo y de la tierra, que has escondido las cosas a los sabios y entendidos y se las has revelado a la gente sencilla (Mt 11,25).
Padre, que buscas adoradores en espíritu y lealtad (Jn 4,23).
Padre de Jesús, de quien viene toda paternidad en el cielo y en la tierra (Ef 3,15).
Padre de todos los hombres, que estás por encima de todos (Ef 4,6).
Padre de los astros de quien viene todo buen regalo (Sant 1,17a).
Padre, en quien no hay fases ni períodos de sombra (Sant 1,17b).
Dame el verdadero espíritu de adoración y haz que en cualquier acontecimiento de mi vida, reconozca un acto de amor de tu divina, inmutable y dulcísima paternidad.
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1 Meditación dictada en las vísperas del domingo 17 de febrero de 1952. - Se advierte que en esta sección (pp. 111-140) la sucesión de las meditaciones no sigue el orden cronológico sino el sistemático de las materias, conforme a la edición original.

2 Cf. Lc 2,14: «Gloria a Dios en el cielo».

3 Sal 110/109,1: «Oráculo del Señor».

4 En el original: Ef 1,3.

5 En el original: Tes 2,15.

6 En el original: Pe 1,1-3.

7 En el original: 1Cor 2,1-3.