LA PALABRA DE DIOS1
Esta mañana pretendemos honrar y agradecer al Maestro divino, que nos ha traído del cielo su Evangelio. Honramos al divino Maestro también por haber | [RSp p. 34] dejado a la Iglesia para continuar su misión, para difundir el Evangelio.
Démosle gracias asimismo porque entre nosotros la palabra de Dios es muy abundante y, por otra parte, preguntémonos si correspondemos a la gracia de esta abundancia de palabra de Dios entre nosotros.
(Canto del Magníficat).
Evangelio del domingo de Sexagésima: «En aquel tiempo, como se había juntado una gran multitud y en cada pueblo se iba añadiendo más gente, dijo (Jesús) en forma de parábola: Salió el sembrador a sembrar su semilla. Al sembrar, algo cayó junto al camino, lo pisaron y los pájaros se lo comieron...»2 (Lc 8,4-18).
[RSp p. 35] Hay cuatro clases de terreno en que cae la semilla divina.
El divino Sembrador lanza con abundancia la semilla divina, pero los hombres no siempre están dispuestos a recibirla; no siempre son sensatos como nos aconseja san Pablo que seamos. ¡Cuántos prescindirían de la meditación o de la lectura espiritual! Las almas orgullosas no sienten la necesidad de la palabra de Dios, están llenas de sí, Dios ya no les cabe.
Las almas áridas, que no rezan, pueden sentir por curiosidad una meditación, pero sin sacar fruto. La meditación bien hecha debe ser luz para la mente, alivio para la voluntad y oración para que la simiente nazca, crezca, dé buenos frutos.
El alma perezosa, indiferente, llena de vanidad y con todos los siete vicios capitales, no puede recibir bien la palabra de Dios y no puede hacerla fructificar.
Pero están finalmente las almas que reciben con buenas disposiciones la palabra de Dios; que piden luz para entenderla bien, fuerza para hacer serios propósitos y rezan para poder mantenerlos.
La jornada de hoy nos recuerda el fruto que san Pablo sacó de la palabra de Dios: el ciento por uno [cf. Lc 8,8]. De ahí el
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oremus: «Oh Dios, que ves cómo no confiamos en ninguna acción nuestra, concédenos ser defendidos por la protección del Doctor de las gentes».
¿Hay en nosotros deseo de la palabra de Dios? ¿La escuchamos con fervor? ¿Hay en nosotros un corazón humilde y sediento de la verdad? Después de la meditación ¿recordamos los propósitos formulados? La abundancia de la palabra de Dios no nos lleve a la indiferencia y al descuido.
Leamos la epístola de la misa de hoy,3 y recemos el Secreto del éxito, para que nosotros, llamados a difundir el Evangelio, sepamos practicarlo y llevarlo a los demás.4
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1 Meditación dictada el domingo 17 de febrero de 1952.
2 En el original el texto evangélico se transcribe entero.
3 Estaba tomada de 2Cor 11,19-33; 12,1-9.
4 Del “Diario” sabemos que, por la tarde del mismo domingo, el P. Alberione animó una Hora de adoración y, enseguida después, partió en automóvil hacia Nápoles y Bari, con la Maestra Tecla y dos Hijas de San Pablo de conductoras. Viaje aventurado, por las malas condiciones climáticas y varios contratiempos, concluido a mediodía del 19. - Prosigue el “Diario”: «Después de las oraciones de la noche, que se dicen en común, da a los presentes estos avisos: “Como sabéis, hoy empieza el mes de preparación a la fiesta de san José, y os invito a rezarle para obtener estas gracias: 1ª Por la Iglesia universal, para que venza a todos sus enemigos. 2ª Rezar cada día por quienes pasan de este mundo a la eternidad, para que san José les asista y acompañe al premio. 3ª Para que en cada Paulino y Paulina se incremente el espíritu de piedad, con una oración continua (a turno) en esta Cripta”».