CÓMO TERMINAR LA JORNADA1
En la sagrada Escritura se leen estas palabras: «Por la tarde, en la mañana, al mediodía, alabaré tu nombre, oh Señor» (Sal 55/54,18 según Vulgata). Es necesario que todos los corazones de la Familia Paulina se encuentren aquí, en el sagrario, en el Corazón eucarístico de Jesús. Por la mañana, durante la santa misa
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se entonen, según nuestras devociones, tres cantos: uno al divino Maestro, uno a la Reina de los Apóstoles y uno a san Pablo.
Ayer consideramos cómo comenzar la jornada, ahora consideraremos cómo terminar la jornada.
[RSp p. 7] Al anochecer predominen tres pensamientos, tres sentimientos, tres actos: 1. Reconocimiento al Señor por las gracias recibidas durante el día; 2. dolor de los pecados cometidos, de las incorrespondencias a la gracia, de las ingratitudes; 3. súplica al Señor para que nos conceda pasar bien la noche, como si fuera la última, como si después de ella debiéramos presentarnos a su tribunal. Las gracias que recibimos en la jornada son tantas. ¿Sabemos apreciar el valor de una misa, de la comunión que hacemos o podemos hacer cada día? ¿Sabemos apreciar el valor de la vida religiosa con el continuo sucederse de obras encaminadas al servicio de Dios?
¿Sabemos apreciar el valor de la instrucción, de la asistencia, de la corrección fraterna? Hemos de agradecer al Señor no sólo el alimento que nos da, sino también todo el conjunto de dones naturales de que gozamos, por ejemplo, de este Santuario, del aire que respiramos, del sol que nos calienta. Desafortunadamente estamos tan acostumbrados a estas cosas que ya ni les hacemos caso ni pensamos en agradecerlas... Sin embargo, cuando éramos pequeños, nuestra madre nos hacía decir «gracias» a quien nos daba algo, aunque fuera un simple caramelo.
El segundo sentimiento que debe dominar por la noche es el dolor de los pecados. En las oraciones que de pequeños se nos enseñaron, había esta expresión: «Señor, mira que mientras tú multiplicas mis días, yo multiplico los pecados». Consideremos nuestra miseria; mientras el Señor nos multiplica los dones y las gracias, nosotros multiplicamos los pecados: pecados de soberbia, de envidia, pecados contra los votos, pecados de tibieza; pecados cometidos con los sentidos, con la fantasía, con el corazón, porque no sabemos dominarnos. Hay que hacer buenos exámenes de conciencia y confesiones dolorosas; arrojarse a los pies del Señor como el hijo | [RSp p. 8] pródigo a los pies del padre y decirle: «Padre, he pecado contra el cielo y contra ti» (Lc 15,18).
Nunca debemos ir a descansar con el pecado en el alma; aunque no sea posible confesarse, hacer un acto de dolor, de dolor perfecto que ponga al alma en gracia.
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Tercer pensamiento y tercer acto que hacer al anochecer, pedir la bendición del Señor sobre nosotros y nuestro descanso: «Señor, que tus ángeles habiten en esta casa y nos guarden del pecado». Y pedir la bendición del Señor también para todos nuestros seres queridos. Por la noche obsérvese el máximo recogimiento; ninguna distracción, más bien orientar todo nuestro espíritu hacia el Señor, pensando: ¿Y si esta noche pasara yo a la eternidad? Dice el Evangelio: «No sabéis cuándo va a llegar el dueño (el juez), si al oscurecer o a media noche o al canto del gallo o de mañana» (Mc 13,35). Hay que estar preparados.
Al final del día, cantar la Salve Regina; y luego, yendo a descansar, tener el rosario en la mano, rezar con fe la coronita «Virgen María, Madre de Jesús, haznos santos». ¡Qué gozo pensar, por la noche, que todos van a descansar en paz, en recogimiento, bajo la mirada del Padre celeste! Parece que él se asome desde el cielo para decir: «Estos hijos me gustan».
Conviene hacer los turnos continuos para la visita [eucarística]: la continuidad de la oración nos asegura la continuidad de las misericordias de Dios.
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1 Meditación dictada el jueves 31 de enero de 1952. - Del “Diario”: «Estas son las palabras que he podido recoger de su viva voz: Por la mañana todos nuestros corazones -como todos los corazones de los miembros de nuestras familias religiosas- deben encontrarse en el Corazón eucarístico de Jesús, vivo, presente aquí en medio de nosotros. Nuestras tres devociones: a Jesús Maestro, a la Reina de los Apóstoles y a san Pablo apóstol, no queden nunca en segundo plano, sino que sean sentidas siempre. Recítese la correspondiente coronita, especialmente en la primera semana del mes; y récese a menudo la coronita a san Pablo. Asimismo se entone algún canto en su honor, por ejemplo: “De todo apóstol Reina”, etc.; y también se recomienda rezar la oración de ofrecimiento que empieza así: “Señor, en unión con todos los sacerdotes que hoy celebran la santa misa, te ofrezco a Jesús hostia y a mí mismo, pequeña víctima”, etc.
Esta mañana meditaremos sobre cómo cerrar santamente la jornada, de modo que por la noche, al dormirnos, estemos tranquilos, incluso si al despertarnos por la mañana tuviéramos que afrontar el juicio de Dios.
1) La jornada se cierra bien, agradeciendo a Dios: “Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios”. A este respecto, la oración “Te adoro” que suele rezarse, es ya una buena plegaria de agradecimiento. De todos modos, nunca debe faltar nuestro agradecimiento espontáneo por el pan de la verdad recibido, por el pan eucarístico y por el pan material. Hay además otros motivos para agradecer a Dios por todas las gracias recibidas, por ej. el hecho de encontrarnos reunidos al atardecer en este hermoso Santuario; por el sol que ha calentado e iluminado nuestra cabeza y nuestras paredes, etc.
2) Un acto importante que cumplir antes de ir a descansar es pedir perdón a Dios de todas nuestras faltas. Nunca ir a la cama con el pecado en el alma, sino siempre reconciliados.
3) Otro acto que realizar es pedir la bendición de nuestro descanso. Al cerrar los ojos por la noche deberíamos sentir también nosotros la benevolencia del Padre celeste, como si nos dijera, pasando junto a nuestro lecho: “Este es un hijo predilecto en quien me complazco”.
De ahora en adelante habrá también aquí, como en Alba, la adoración continua, es decir día y noche, pasando a turno los varios grupos. Es necesario que nos aseguremos la bendición de Dios con la continuidad de las oraciones».