Beato Santiago Alberione

Opera Omnia

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LA BUENA MUERTE1

Vamos a dedicar la jornada a honrar a san José, pidiendo la gracia de imitar a este santo del silencio y del recogimiento; recomendándole la Iglesia, de la que es el protector, y suplicándole la gracia de tener una santa muerte, de prepararnos a ella con una santa vida, con una vida de penitencia y de mortificación.
«Máxima pœnitentia vita communis».2 En la vida común está incluida la puntualidad a los horarios. Cuando se dice que la misa es a las seis, significa que empieza a las seis, que el sacerdote a las seis está ya en el altar, no que salga entonces de casa. ¡Hay que ser puntuales!
Pidamos a san José la gracia de una santa muerte, semejante a la suya. Decía ya un pagano: «Cerrar bien la vida es la mayor fortuna que le pueda tocar a un hombre». ¡Y era un pagano! ¿Qué decir de un cristiano, de un religioso?
La muerte santa asegura | [RSp p. 17] la entrada al cielo, la consecución de la finalidad de la vida; sólo para esto vivimos.
Pero ¿y si se cierra mal? ¿Si se cierra como la cerró Judas, no obstante haber sido llamado al apostolado y vivir con Jesucristo? Entonces de veras se podrá decir: «Más valdría no haber nacido» [cf. Mt 26,24]. Dice Tertuliano:3 «Para evitar la pena de morir mal, bien merece someternos a la pena que comporta evitar el pecado y hacer las mortificaciones necesarias para ello».
En general, quien ha vivido bien, no puede morir mal. Si una persona ha hecho, por ejemplo, durante diez años 52 buenas confesiones, al final de los diez tendrá 520 confesiones bien hechas. Pero ¿y quien las hubiera descuidado? Es verdad que siempre se puede obtener el perdón de los pecados cometidos, pero nunca podrá tenerse un bien no cumplido. Quien ha combatido
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el mal (¡y cuántas batallas se combaten en el corazón, desconocidas a todos!), quien ha buscado a Dios, cuando se presente a su tribunal no será rechazado, sino acogido por Jesús con rostro benigno e introducido en el gozo eterno.
San José terminó su vida en los brazos de Jesús y de María. Cierto, la separación habrá sido dolorosa (Jesús lloró ante la tumba de Lázaro «Amicus nóster»4). ¡Pero qué consolador habrá sido ver la serenidad, la paz de los justos en el rostro de san José, que había correspondido plenamente a su vocación!
Concédanos el Señor tener una santa muerte, y conceda esta gracia a todos los nuestros, a todos los Cooperadores y lectores de nuestras publicaciones.
¿Nos aseguramos nosotros, con una buena vida, la gracia de una santa muerte? ¿Nos preparamos a la muerte? ¿Pedimos, con la gracia de una santa muerte, la de una santa vida?
Ninguna garantía de morir bien es más segura que ésta: ser buenos religiosos. El buen religioso está seguro de morir bien. San José fue religioso perfecto: obedientísimo, purísimo, pobrísimo, a ejemplo de María.
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1 Meditación dictada el miércoles 6 de febrero de 1952. - Del “Diario”: «A las 6,30 dicta la meditación para el primer miércoles del mes, dedicado a san José... Habla de la puntualidad a los horarios y de la vida común... Tras la meditación, se queda aún en la Cripta para la misa cantada por el superior P. Tito Armani, que festeja su onomástico».

2 «Mi mayor penitencia es la vida común»: célebre máxima de san Juan Berchmans, clérigo jesuita (1599-1621).

3 Tertuliano (hacia 160-220), apologista cristiano de Cartago.

4 Cf. Jn 11,1-35: «Nuestro amigo Lázaro...».