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SANTIFICAR LA VIDA1
Tres gracias hemos de pedir hoy a san José:
Encomendamos a san José la Iglesia.
Encomendamos a san José los moribundos.
Encomendamos a san José nuestra piedad: que se dé en ella un fortalecimiento; que sea una piedad inteligente, viva, práctica, o sea que lleve al ejercicio de la virtud; que honre a Dios y nos conduzca a la santidad.
Gran cosa es por la mañana, tempranito, estar todos juntos aquí alrededor del altar, ofreciendo a Dios la Hostia santa.
La piedad tiende a hacerse algo mecánico, mientras que debe ser una cosa activa, hacernos obtener las luces necesarias a las ocupaciones, al apostolado.
Luego hay que ir con fervor a los varios deberes. Y entonces ¡cómo bendecirá Dios los estudios, las ocupaciones, las familias, las casas! Será Jesús quien pasará haciendo el bien y sanando todas las enfermedades espirituales.
Hoy vamos a dar gracias al Señor, de modo especial, por el don de la vida, proponiéndonos hacerlo así cada día y santificar la vida. Pero no sólo querer santificar la vida, así genéricamente, sino santificar esta jornada, esta semana; y santificar la lengua, la mente, el corazón, el tiempo.
Agradecemos a Dios que nos ha creado y nos ha dado la inteligencia, la palabra, la vista. Agradecemos a Dios que nos ha creado para la santidad: «ut essemus sancti».2 Le agradecemos por habernos creado para la felicidad de que goza él mismo.
Nos aguarda el paraíso, estamos destinados al cielo. ¿Podía Dios darnos un fin más elevado, más noble, más santo?
[RSp p. 37] ¡Oh, el Padre celeste, cuánto nos ama! ¿Lo pensamos? ¿Se lo agradecemos? ¡Oh, el don inefable de la vida! ¡Oh, el don inefable del tiempo! ¡Qué gran cosa es pasar cierto tiempo a servicio de Dios, preparando nuestra corona [de gloria]! Pero nuestra vida tiene que ser fructuosa; deben ser fructuosas nuestras jornadas. Estamos aquí sólo para esto, para la gloria de
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Dios, para el paraíso, donde los goces serán muy diversos de los terrenos. Jesús despreció estos goces [terrenos]; le bastó una gruta y un pesebre; le bastó predicar el Evangelio; le bastó una cruz para morir en ella.
La vida es preciosa: ¡hay que aprovecharla al máximo! Lamentarse de esto o de lo otro, significa no entender nada, no comprender que lo que cuenta es la virtud, la privación, el sacrificio. Dios, providente, piensa darnos las ocasiones de mérito, las ocasiones para ofrecerle sacrificios, para practicar la virtud y adquirir el paraíso: ¡aprovechémonos!
¡Es hermosa la vida consumida por Dios y por las almas! ¡Hermosa la vida transcurrida en la inocencia! En cambio, cuando todo se mancha, cuando se descuida la pobreza y se abandona la piedad, ¡no se sabe dónde y cómo irá uno a parar!
Una vida de inocencia, una vida de piedad, una vida de unión con Dios, una vida de apostolado: ¡así debe ser nuestra vida! Se ha organizado una fiesta a una religiosa que había bautizado a mil personas; debería hacerse también una fiesta a la religiosa que hubiera distribuido un millón de evangelios.
¿Cómo empleó san José su vida? Fue toda para Dios, para Jesús, de quien era padre putativo. Debemos imitar a san José en su vida de servicio sereno al Señor, de conformidad plena a su voluntad.
¡Hay que emplear bien la vida! Algunos, de la vida, tienen una fantasía extraña. Miremos las cosas en su realidad, la vida es para el paraíso. Puede preverse a qué punto de santidad llegará un alma y si hará bien | [RSp p. 38] al mundo. Pensemos en santa Teresita.3 Se hace el bien en cuanto se «toma de Dios», de Jesús, Camino, Verdad y Vida.
Quien descuida la piedad, no hace el propio interés; se ocasiona daño cada día, como un mal comerciante (como quien compra la docena de huevos a 100 y la vende a 90). Y, yendo más a lo concreto, hay que cuidar la visita, hacerla con tiempo, asegurarla, pues no se sabe lo que sucederá en la jornada. Pero
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que sea no sólo una visita de cumplimiento, sino una visita viva, sentida. Debe leerse bien el Evangelio en la vida.
Hay una cosa que este año tenemos que lograr todos, a saber: hacer en casa todo el trabajo posible en la técnica y en la redacción. Demasiado fácilmente se recurre a otros. El Señor da para ello las gracias al Instituto con miembros inteligentes, que tienen ya tanta experiencia, han estudiado mucho, tienen tanta generosidad...
¡Nos estimamos demasiado poco! ¡Aunque somos bastante soberbios! No estimamos nuestros estudios, nuestros trabajos, nuestro apostolado. ¡Hay que utilizar los medios que tenemos!
¿Se está dando, en este campo, un paso adelante? ¡He celebrado ya para esto muchas misas! No puedo bajar a detalles, pero en estas propuestas cada uno entienda lo que quiero decir, y se lo aplique.
Vamos a rezar el Pacto para interesar cada vez más al Señor.
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1 Meditación dictada el miércoles 20 de febrero de 1952.
2 Ef 1,4: «Para que estuviéramos consagrados».
3 Teresa del Niño Jesús y de la Santa Faz (Teresa Martín, 1873-1897): monja carmelita en el monasterio francés de Lisieux, autora de Historia de un alma. Canonizada en 1925; declarada doctora de la Iglesia en 1997, es patrona universal de las Misiones católicas.