Beato Santiago Alberione

Opera Omnia

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DÍA XXI
LA SAGRADA ESCRITURA BORRA LOS PECADOS

SAN LUCAS

Se cree, de acuerdo con san Jerónimo, que san Lucas nació en Alejandría de Siria. Su estilo demuestra un sólida cultura,1 y la propiedad en el uso de los términos cuando habla de enfermedades y curaciones le acreditan como conocedor de la medicina. San Pablo mismo le define como el médico tan querido. La tradición le considera también pintor y se le han atribuido cuadros de la santísima Virgen con el nombre de Virgen de san Lucas.
Se convirtió al cristianismo por iniciativa de san Pablo, le siguió en casi todos los viajes misioneros después de encontrarse con él en Tróade y se mantuvo como fiel compañero en las cárceles de Cesarea y Roma.
Escribió el Evangelio y los Hechos de los Apóstoles. Hay quien asegura que aluden al Evangelio de Lucas las palabras de san Pablo según mi evangelio. La mayor parte de los Hechos de los Apóstoles se centra en la narración de la actividad apostólica de san Pablo y describe sus vicisitudes hasta la primera prisión.
Después de la muerte de san Pablo predicó en Grecia y probablemente murió mártir.
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EL EVANGELIO SEGÚN SAN LUCAS

San Lucas es el autor del tercer Evangelio. Él mismo dice al final para qué lo escribió. Todos los Padres reconocen en san Lucas al escritor más elegante del Nuevo Testamento, que se hace eco de las ideas y palabras de san Pablo. Pero su Evangelio, que dedicó a los gentiles, no es sólo un reflejo de Pablo, sino de todos los apóstoles.
Lo que Lucas se propuso fue demostrar la verdad. Es decir, confirmar a Teófilo en la doctrina que ya poseía. Este evangelista no pretende dar una primera instrucción, sino comunicar a Teófilo por medio de hechos históricos narrados ordenadamente la absoluta certeza de la fe.
En cuanto a la composición del tercer Evangelio, comprobamos que existe un gran parecido entre san Marcos y san Lucas en la materia y el orden, y por eso están casi todos de acuerdo en admitir la dependencia que tiene san Lucas de san Marcos y que el segundo evangelista sería uno de los que escribieron antes que Lucas.
Como Lucas escribe para los griegos, prescinde de muchos detalles que no tienen interés para los gentiles y anota en cambio lo que puede complacerles.
El tercer Evangelio, además de estar escrito en elegante estilo, es una auténtica obra de historia en el sentido de entonces, con documentos bien ordenados, con prólogo y plan preconcebido. Es el Evangelio que más detalles nos ofrece sobre la infancia de Jesús.

LOS HECHOS DE LOS APÓSTOLES

El libro de los Hechos de los Apóstoles, tal como dice el mismo san Lucas, es la segunda parte de una obra única. El final del tercer Evangelio y el principio de los Hechos están tan relacionados que se puede decir que así lo dispuso su autor. Es pues probable que el autor, al redactar el final del Evangelio, tuviera ya programada la segunda parte de su obra.
Los Hechos presentan claramente al discípulo de san Pablo, y hasta se puede decir que la mayor parte del libro habla del apostolado de san Pablo.
La finalidad del libro puede sintetizarse con estas palabras: «Seréis mis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaría y hasta los confines de la tierra».2 Efectivamente, san Lucas narra que los apóstoles, con la fuerza del
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Espíritu Santo, dieron testimonio de Cristo desde Jerusalén hasta Roma.
Los Hechos son la continuación, el complemento, la corona del Evangelio, e incluso se les puede definir como el Evangelio compendiado y puesto en práctica, porque narran la vida de la Iglesia, los triunfos de la gracia y de las virtudes cristianas. Son también la introducción necesaria a las cartas de san Pablo y de los demás apóstoles, que sin los Hechos serían incomprensibles en algunos puntos.

REFLEXIÓN XXI

La sagrada Escritura borra los pecados


«Jamás me olvidaré de tus preceptos,
pues con ellos me has vuelto a dar la vida»

(Sal 118/119,93)


En esta tercera parte veremos cómo la sagrada Escritura es fuente de vida para nuestra alma, es decir, de qué modo su lectura libra al alma del pecado y la protege de las tentaciones, y también que nos ahorra el purgatorio, que aumenta el amor de Dios y sirve para todas las prácticas de piedad: meditación, visita al santísimo Sacramento, examen de conciencia, etc.
En este primer día de la tercera decena del mes veremos cómo la lectura de la Biblia purifica al alma del pecado y cómo, alejándola del pecado, la eleva hasta el cielo.

* * *

El sacerdote dice durante la Misa una oración brevísima, pero cargada de sentido y de admirables
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efectos: «Per evangelica dicta, deleantur nostra delicta».
Las palabras del Evangelio borran de tres maneras nuestros pecados. En primer lugar porque
a) La lectura de la Biblia es un sacramental. Sabemos que quien recibe un sacramental, por ejemplo cuando hace la señal de la cruz o toma agua bendita, obtiene el perdón de los pecados veniales; también la lectura de la sagrada Escritura obtiene el perdón de los pecados veniales.
Una página de Evangelio leída con recta intención y con dolor de los pecados es suficiente para liberar y purificar al alma de muchas imperfecciones.
b) Porque excita en nosotros el amor de Dios. El alma de quien lee la Biblia acepta complacida la palabra de Dios, la agradece y considera que la recibe de las manos mismas del Padre celestial, que se dignó tomar la pluma setenta y dos veces y escribirnos. Y lee esos libros sagrados como un hijo afectuoso leería la carta que le enviara un padre lejano, se arroja a los pies de Dios y con humildad y confianza repite, al igual que el joven Samuel: «Loquere, Domine, quia servus tuus audit te. Habla, Señor, que tu siervo escucha».3
Es un acto de amor, y de ahí que la Iglesia prescriba a todos los sacerdotes que, después de leer durante la Misa el sagrado texto del Evangelio, lo besen. El beato Cottolengo4 lo hacía con tanto afecto y amor que los presentes lo advertían y después de la Misa comentaban que se sentían edificados con aquel gesto.
El santo sacerdote se sentía tan encendido de amor después de la lectura del texto evangélico que
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su rostro adquiría el color de las brasas. Cuando besaba el misal parecía absorber las verdades sublimes en él contenidas.
Quien ama de veras las palabras de Dios puede compararse5 con la gente que, atraída por la doctrina de Jesús y sedienta de ella, se agolpaba a su alrededor para oír sus palabras: «turbæ irruerunt in eum ut audirent verbum Dei».6
Tenemos también el ejemplo admirable de la santísima Virgen, que sabía guardar, recogida y en dulce silencio, todas las palabras que salían de los labios de su hijo Jesús y celosamente las meditaba en su corazón: «Maria autem conservabat omnia verba hæc, conferens in corde suo».7
A quien ama mucho la sagrada Escritura le serán perdonados muchos pecados, como aconteció con María Magdalena, a quien se le perdonó mucho porque amó mucho: «Remittuntur ei peccata multa, quoniam dilexit multum».8
Nadie ama más al Señor que quien solamente quiere lo que Él quiere.
Y quien habitualmente lee la sagrada Escritura, poco a poco irá divinizando sus deseos hasta desear únicamente lo que desea el Señor y amar lo que a Él le agrada.
c) En tercer lugar, la sagrada Escritura dispone el alma al perdón. Quien lee la Biblia, si todavía se encuentra en pecado, pronto o tarde cambiará. Porque la lectura de la Biblia es una oración muy eficaz, y sabemos que quien ora obtiene todas las gracias, la primera de las cuales es justamente liberar al alma del pecado.
Como prueba de esto se podrían aducir muchos hechos de pecadores convertidos por la lectura de la sagrada Escritura. Recordemos solamente a san Hilario, que se convirtió a la fe de Cristo leyendo el primer capítulo del Evangelio de san Juan;
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al filósofo san Justino, que se convirtió con la lectura de los Salmos; a san Teófilo de Antioquía y a Atenágoras, que lo hicieron leyendo los Evangelios; al ministro anglicano Federico Guillermo Faber, que encontró la luz de la fe cristiana después de oír el canto del salmo «Laudate pueri Dominum»,9 y muchísimos otros.
La lectura del Evangelio, además de borrar el pecado del alma, la transforma y le comunica una fuerza capaz de hacerle conseguir, con la ayuda de la divina gracia, las mayores alturas de la santidad.
Si lográis poner la Biblia en las manos de un pecador, veréis que abandonará el pecado.
Recordemos el caso de Ignacio de Loyola, quien, convaleciente de las heridas en una de sus rodillas, pedía libros que relataran las gestas de ardorosos caballeros. La Providencia dispuso que llegaran a sus manos libros de santos y el Evangelio. Estas lecturas fueron para él una revelación y la llegada de la gracia. Cuando abandonó el hospital, ya no era el caballero de Loyola, sino el caballero heroico de Cristo.
El demonio sabe que los libros sagrados comunican al alma un deseo de virtud, por lo que trata a toda costa de alejarlos de las manos de sus lectores. Por eso debemos llevarlos nosotros siempre en nuestra compañía y leer al menos una página, como hacían los primeros cristianos, porque esto nos tendrá debidamente armados contra las tentaciones diabólicas.

EJEMPLO. Silvio Pellico.10 Este joven, encarcelado por intrigas políticas en los calabozos de Venecia, recuperó en la soledad y el rigor de la cárcel la salud del alma.
Pellico podía leer allí libros, pero prefería la Biblia a todos los demás. Durante algunos días agitados, es verdad, la había abandonado
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permitiendo que una capa de polvo la cubriera. Pero en una ocasión la defendió valientemente ante el descaro ignorante del hijo de un funcionario, y desde entonces la preció cada vez más. «Un día -cuenta él mismo- se me acercó uno de los chicos del funcionario y, acariciándome, dijo: Desde que usted no lee ese librote, parece estar menos melancólico.
- ¿Eso te parece? -le respondí.
Y tomando la Biblia, limpié con el pañuelo el polvo que la cubría y, tras abrirla al acaso, mis ojos se encontraron ante estas palabras: Et ait ad discipulos suos: Impossibile est ut non veniant scandala: væ autem illi per quem veniunt! Utilius est illi si lapis molaris imponatur circa collum eius et proiciatur in mare, quam ut scandalizet unum de pusillis istis.11
La lectura de estas palabras me sorprendió y me sentí avergonzado de que aquel joven hubiera pensado, viendo el polvo sobre mi Biblia, que ésta no me interesaba y que me considerara más amable por haberme olvidado de Dios.
-¡Insensato! -le dije con reproche afable y lamentando haberle escandalizado-. Éste no es un librote, y me siento mal por no haberlo leído desde hace unos días...
Cuando el joven se fue, sentí un gozo íntimo por haber vuelto a tomar la Biblia en mis manos y haberle dicho que sin ella me sentía mal. Me parecía haber dado satisfacción a un amigo generoso, injustamente ofendido, y haberme reconciliado con él...
Dejé la Biblia en una silla, me arrodillé en el suelo, leí y de los ojos de alguien como yo, tan poco proclive al llanto, brotaron algunas lágrimas...».12

FLORECILLA. Hoy haré tres mortificaciones para que cada día se investigue más a fondo el sentido verdadero de la Biblia.

CÁNTICO [#]

Sí, en ti hay un Dios escondido,
el Dios de Israel, el salvador.
Confusos y corridos están todos tus rivales,
avergonzados se van los autores de ídolos.
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Israel ha sido salvado por el Señor, salvado para siempre;
no seréis avergonzados ni humillados por los siglos de los siglos.
Esto dice el Señor, el que creó los cielos,
el que es Dios, el que formó la tierra y la creó,
el que la estableció y no la creó vacía,
sino que la formó para ser habitada;
yo, el Señor, y nadie más:
No he hablado en secreto, en un rincón tenebroso de la tierra;
no he dicho a la raza de Jacob: ¡Buscadme en el vacío!
Yo, el Señor, predico la justicia y anuncio el derecho.
¡Reuníos y venid, acercaos todos juntos,
supervivientes de las naciones!
Insensatos son los que pasean un ídolo de madera
y suplican a un dios que no puede salvar.
Hablad, exponed vuestras pruebas,
deliberad unos con otros.
¿Quién ha manifestado esto desde antiguo?
¿No fui yo, el Señor? No hay otro dios más que yo.
Dios justo y salvador, no existe otro fuera de mí.
Volveos a mí y os salvaréis, confines todos de la tierra,
porque yo soy Dios y nadie más.
Por mí mismo lo juro;
de mi boca sale la verdad, una palabra irrevocable:
Ante mí se doblará toda rodilla, toda lengua jurará por mí,
diciendo: ¡Sólo en el Señor está la salvación!
A él vendrán avergonzados
todos los que se enfurecían contra él.
Gracias al Señor toda la raza de Israel obtendrá la justicia
y saltará de gozo.

(Is 45,15-25).13


LECTURA

Jesús reprende a los murmuradores

Los judíos criticaban a Jesús porque había dicho: «Yo soy el pan que ha bajado del cielo», y decían: «¿No es éste Jesús, el hijo de José? Nosotros conocemos a su padre y a su madre. ¿Cómo dice ahora que ha bajado del cielo?». Jesús les dijo: «Dejad de criticar. Nadie puede venir a mí si el Padre que me envió no lo trae, y yo le resucitaré en el último día. Está escrito en los profetas: Todos serán enseñados por Dios. Todo el que escucha al Padre y acepta su enseñanza viene a mí. Esto no quiere decir que alguien haya visto
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al Padre. Sólo ha visto al Padre el que procede de Dios. Os aseguro que el que cree tiene vida eterna».

(Jn 6,41-47).



ORACIÓN DE ESDRAS

Dios mío, estoy confundido y me avergüenzo de levantar mi rostro hacia ti, porque nuestras iniquidades sobrepasan nuestra cabeza, y nuestros delitos llegan hasta el cielo. Desde los días de nuestros padres hasta hoy hemos pecado gravemente. Por nuestras iniquidades, nosotros, nuestros reyes y nuestros sacerdotes hemos sido entregados a los reyes extranjeros, a la espada, a la esclavitud, al saqueo, al oprobio, como todavía ahora sucede. A pesar de todo, ahora el Señor nos ha concedido la gracia de dejarnos un resto y de darnos un asilo en su tierra santa. El Señor ha iluminado nuestros ojos y nos ha dado un respiro en medio de nuestra esclavitud. Porque somos esclavos, pero nuestro Dios no nos ha desamparado en nuestra esclavitud; antes bien, nos ha granjeado el favor de los reyes de Persia, nos ha dado un respiro para reconstruir el templo de nuestro Dios y restaurar sus ruinas y nos ha procurado un refugio seguro en Judá y en Jerusalén. Pero ahora, oh Dios nuestro, ¿qué podemos decir? Después de tantos favores hemos abandonado tus mandamientos, que nos habías prescrito por medio de tus siervos los profetas diciendo: El país que vais a ocupar es un país inmundo por la inmundicia de las gentes del país y las abominaciones de las que lo han llenado de un extremo a otro con su impureza. Por tanto, no caséis a vuestras hijas con sus hijos, ni a vuestros hijos con sus hijas; no procuréis su paz ni su prosperidad, con el fin de que podáis haceros fuertes vosotros, gozar de los bienes de este país y dejarlos en herencia a vuestros hijos para siempre. Y después de todo lo que nos ha sobrevenido a causa de nuestras maldades y grandes culpas -y eso que tú, oh Dios nuestro, nos has imputado menos culpa de la que teníamos y nos has dejado este resto que somos-, ¿hemos de volver a violar tus mandamientos uniéndonos con estas gentes abominables? ¿No te irritarías entonces contra nosotros hasta exterminarnos, sin dejar siquiera este pequeño resto? ¡Oh Señor, Dios de Israel!, gracias a tu justicia hemos podido subsistir como un resto de supervivientes. Nos reconocemos culpables ante ti, somos indignos de estar en tu presencia.

(Esd 9,6-15).


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1 Cultura: cf. pp. 257 e 281, donde se alude, por lo menos indirectamente, a la importancia de formarse también en el conocimiento de la Biblia. El P. Alberione insistirá a menudo en la necesidad de un estudio instrumental en orden al apostolado más que en función de una cultura meramente informativa: «Debemos recordar que no hay que tener excesiva confianza en los estudios, sino estudiar como si el resultado dependiera de nosotros. Por tanto, estudiar como si todo dependiera de nosotros, pero esperar en Dios, pues es Dios quien realmente fecunda... Debemos actuar en un mundo que exige que nos presentemos debidamente, como el sacerdote que predica desde el púlpito. Por consiguiente, escribir bien, aprender la lengua, el estilo y especialmente el pensamiento... Nuestra prensa debe llevar a Jesús, para que quien la lea encuentre en ella el camino, la verdad y la vida» (ER 1, 1935, pp. 107-108).

2 He 1,8.

3 1Sam 3,10.

4 El ejemplo de san José Benito Cottolengo es especialmente vivo (cf. nota 11 de la p. 204).

5 En el original dice “figurarse” en vez de “compararse”.

6 Lc 5,1. La Vulgata dice: «Cum turbæ irruerent in eum ut audirent verbum Dei...»; y la CEI, en el v. 2, traduce: «Mientras... la muchedumbre se agolpaba a su alrededor para escuchar la palabra de Dios...».

7 Lc 2,51.

8 Lc 7,47.

9 Sal 112/113,1.

10 Ver nota 1 de la p. 78.

11 Se trata de Lc 17,1-2: «Después dijo a sus discípulos: “Es inevitable que haya escándalos; pero ¡ay de aquel que los provoca! Más la valdría que le ataran al cuello una piedra de molino y le tiraran al mar antes que escandalizar a uno de estos pequeñuelos”»; cf. Mt 18,7.

12 La cita es de S. PELLICO, Mis prisiones (1832), capítulos XXIV-XXV.

13 LS indica “Is. XLV, 15-26”. En la Vulgata el capítulo 45 de Isaías tiene 26 versículos, mientras que en las nuevas traducciones son 25; los versículos 23 y 24 quedan comprendidos en el versículo 23.