pues tú nos has tratado así conforme a la verdad y la justicia,
a causa de nuestros pecados.
Sí, hemos pecado, hemos obrado inicuamente
alejándonos de ti;
hemos fallado en todo y no hemos guardado tus preceptos,
no los hemos puesto en práctica,
ni hemos obrado como tú nos mandabas
para que todo fuese bien.
Sí, en todo lo que has hecho caer sobre nosotros,
en todos los castigos que nos has mandado,
has obrado con perfecta justicia.
Nos has entregado en manos de enemigos,
hombres inicuos, los peores entre los malvados;
en manos de un rey injusto, el más perverso de toda la tierra.
Ahora no podemos abrir nuestra boca;
la vergüenza, el deshonor son el destino
de tus siervos y de tus fieles.
¡Oh, no nos desampares para siempre,
por amor de tu nombre, no rechaces tu alianza!
No nos retires tu misericordia, por amor de Abrahán, tu amigo;
de Isaac, tu siervo, y de Israel, tu santo,
a quienes prometiste multiplicar su descendencia
como las estrellas del cielo,
como la arena de las playas del mar.
¡Oh Señor! Somos el más pequeño de los pueblos
y estamos humillados en toda la tierra
por causa de nuestros pecados.
No tenemos ya príncipe, profeta, ni caudillo,
ni holocausto, ni sacrificio, ni ofrendas, ni incienso,
ni lugar donde ofrecerte las primicias
y alcanzar tu misericordia.
Pero tenemos un corazón contrito y un alma humillada;
acéptalos como holocausto de carneros y toros,
de millares de corderos cebados.
Tal sea hoy nuestro sacrificio ante ti para agradarte,
pues no quedan defraudados quienes ponen en ti su confianza.
Ahora te seguimos de todo corazón,
te tememos y buscamos tu rostro.
No nos dejes avergonzados;
trátanos conforme a tu bondad, según tu gran misericordia.
Líbranos con tu poder maravilloso
y da gloria a tu nombre, oh Señor.
Y queden avergonzados los que persiguen a tus siervos,
sean cubiertos de vergüenza,
derribado su imperio y aniquilada su potencia;
sepan que tú eres el Señor, el Dios único,
glorioso en toda la tierra.
(Dan 3,26-45).