Beato Santiago Alberione

Opera Omnia

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DÍA II
LA SAGRADA BIBLIA ES INSPIRADA

JOSUÉ

Digno continuador de la obra de Moisés, llevó a cabo la entrada del pueblo hebreo en la Tierra prometida.
Se llamaba Osea y era hijo de Nun, de la tribu de Efraín. Moisés le incluyó entre los exploradores de la Tierra prometida y cambió su nombre por el de «Josué», que quiere decir: «El Señor es salvación», porque debía introducir a Israel en la Tierra prometida y ser la figura de Jesucristo, que introdujo a las almas en el cielo.
Dios se lo propuso a Moisés como sucesor. El gran caudillo, a punto de morir, lo presentó al pueblo, animándole con estas vibrantes palabras: «Sé fuerte y ten ánimo, pues tú debes llevar a este pueblo a la tierra que el Señor juró dar a sus padres; eres tú quien le dará posesión de ella. El Señor irá delante de ti; él estará contigo, no te dejará ni abandonará: no temas ni te desanimes» [Dt 31,7-8].
Muerto Moisés, el Señor se apareció de nuevo al jefe de Israel y le dijo: «Moisés, mi siervo, ha muerto; ahora comienzas a actuar tú. Pasa el Jordán, tú y todo este pueblo, hacia la tierra que voy a dar a los israelitas. Todo lugar que pisen vuestros pies os lo doy... Nadie podrá resistiros... Yo estaré contigo como estuve con Moisés; no te dejaré ni te abandonaré...» [Jos 1,2-5].
Josué obedeció, seguro de la protección divina. Con un prodigio grandioso, pasó con todo el pueblo el Jordán, dejando aterrados a los cananeos. Fue de
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victoria en victoria y nadie pudo resistirse a su espada. Durante seis años venció y mató a treinta reyes y se hizo dueño de la Tierra prometida.
Dividió la tierra conquistada entre las tribus, echando a suertes el territorio que debía corresponder a cada una. Después de haber gobernado a su pueblo durante dieciocho años, Josué, viendo que llegaba su final, reunió en Siquén a los principales de la nación y les hizo jurar que se mantendrían fieles al Dios de sus padres.
Murió en paz a la edad de 110 años, probablemente en el 1442 antes de Cristo. Se le suele atribuir el libro que lleva su nombre.

EL LIBRO DE JOSUÉ

Puede considerarse como la continuación de los libros de Moisés. Incluso hay Padres que piensan que forma un único bloque con aquellos, ya que es el complemento del Pentateuco. Narra la conquista y la división de la tierra prometida.
Muerto Moisés y elegido Josué sucesor suyo, éste, lleno de confianza en Dios, ordenó al pueblo que saliera de los campamentos. Tras atravesar milagrosamente el Jordán y dar gracias al Señor, los hebreos acamparon en Gálgala, a oriente de Jericó.
Jericó era una ciudad bien fortificada, pero el Señor la dejó milagrosamente en manos de Israel permitiendo que sus murallas se vinieran abajo. En este punto se narra el episodio de Ascán, lapidado con toda su familia por haberse adueñado de objetos y transgredido la orden de Josué.
Seguidamente fue conquistada la ciudad de Ai. En una nueva batalla (memorable por la milagrosa detención del sol) fueron vencidos y muertos cinco reyes de los cananeos. En cambio, los gabaonitas, que consiguieron salvarse con engaños, fueron condenados a servir siempre al pueblo hebreo.
A continuación conquistaron la Palestina meridional y septentrional. En síntesis, Josué venció a treinta y un reyes. Pero la ocupación aún no había sido rematada. El Señor, no obstante, ordenó a Josué que dividiera el territorio y señalara los pueblos que debían ocupar. Se determinó pues la parte correspondiente a cada tribu, con sus límites y ciudades. Sólo la tribu sacerdotal de Leví, la encargada del servicio del Señor, no contó con un territorio, sino sólo con algunas ciudades y suburbios para habitar en ellos. Así pues,
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las tribus que habían recibido sus posesiones allende el Jordán y que habían ayudado a sus hermanos en la conquista, volvieron a su territorio.
José había cumplido su misión. Se retiró a sus posesiones y, antes de morir, reunió a todos los jefes de Israel para las últimas recomendaciones. Luego convocó a todo el pueblo, le recordó todos los beneficios que el Señor había hecho a Israel, desde la llamada de Abrahán hasta las últimas conquistas, y exhortó a todos a ser fieles a Dios. El libro termina con el relato de la muerte de Josué.
La finalidad del libro de Josué consiste en demostrar la fidelidad de Dios a sus promesas. Dios, que había prometido a los patriarcas que daría a sus descendientes la Tierra prometida, mantuvo su palabra. Efectivamente, Palestina fue conquistada y dividida entre las doce tribus de Israel.

REFLEXIÓN II

La sagrada Biblia es inspirada


«Omnis Scriptura divinitus inspirata»
(2Tim 3,16)1


Los setenta y dos libros que componen la Biblia tienen a Dios como autor: «Deum habent auctorem». Nosotros sabemos con certeza también quiénes fueron lo autores humanos de la mayor parte de los libros de la sagrada Escritura.
¿Quién no sabe que el Pentateuco fue escrito por Moisés o que el autor de muchos salmos es David? Del Nuevo Testamento sabemos con seguridad quiénes fueron los autores de los cuatro evangelios: san Mateo, san Marcos, san Lucas y san Juan. Nadie puede ignorar quiénes son los autores de las cartas
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de los Apóstoles, que la misma Iglesia atribuye a san Pablo, a Santiago, a san Pedro, a san Juan y a san Judas.
Aquí se nos presenta una dificultad.
¿Cómo puede ser la Biblia un libro divino si los libros que la componen han sido escritos por hombres?
La dificultad se disipa fácilmente.
La Biblia tiene dos autores: un autor principal, que es Dios, y muchos autores secundarios, que son las personas a las que Dios eligió en tiempos, lugares y circunstancias diferentes para manifestar su palabra al mundo. Son instrumentos inteligentes y libres, o secretarios y escribientes de Dios, a quienes se dignó inspirar la carta que quería transmitir a la humanidad.
Algunas aplicaciones aclaran mejor la doble autoría de la Biblia.
a) El número de libros que hoy se editan en el mundo es inmenso. Cada día miles y miles de hombres trabajan en la impresión y difusión de libros de todo tipo y formato; libros que tratan de los temas más diversos: comercio, agricultura, matemáticas, música, etc. Todos los temas humanos y de este mundo. Pero hay uno que trata cosas sobrenaturales y divinas: la Biblia, justamente llamada el Libro por excelencia, el Libro divino. Todo lo que la Biblia contiene es divino y fue escrito por inspiración divina. Lo confirma san Pedro con estas palabras: «Los profetas hablaron de parte de Dios movidos por el Espíritu Santo» (2Pe 1,21).
Y si Dios mismo es el autor de este Libro divino, deberá intervenir en él de una manera especial.
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b) Os habréis dado cuenta muchas veces de que suele acompañar a los cuatro evangelistas un símbolo: un león alado, por ejemplo, acompaña a san Marcos; un águila, a san Juan, etc. ¿Qué quieren decir esos símbolos? Quieren indicar la asistencia divina que les acompañaba cuando escribían su Evangelio.
c) Muchas veces se oye decir: en el altar se encuentra tal sacerdote celebrando la santa Misa, o bien: tal sacerdote ha terminado de celebrar la santa Misa, y otras frases parecidas, queriendo decir que aparentemente quien celebra la santa Misa es un hombre. Pero sabemos que quien realmente realiza el milagro asombroso de la transubstanciación, es decir, quien realmente cambia el pan y el vino en el cuerpo y la sangre de Jesucristo es Dios mismo por medio de su ministro, el sacerdote.
Del mismo modo que en la santa Misa hay cosas accidentales, como las ceremonias, y cosas esenciales, como las palabras de la consagración, podemos decir que en la sagrada Escritura hay cosas accidentales, como el estilo, la lengua, etc., y cosas esenciales, como el pensamiento y el significado de las frases.
Las primeras, las accidentales, pertenecen y son propias de todo autor sagrado. ¡Qué diferencia de estilo existe, por ejemplo, entre el Evangelio de san Mateo y el de san Lucas! Éste, que era médico y culto, tiene un estilo elegante y claro, mientras que el de san Mateo, que era un simple cobrador de impuestos, es menos elegante. Del mismo modo, Isaías, erudito y docto, usa un lenguaje sublime, mientras que Amós, que era pastor, tiene un estilo sencillo y elemental.
Nada de esto, sin embargo, impide que sea Dios el autor principal de los 72 libros de la sagrada Escritura.
Se trata de una verdad de fe. Esto dice
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el papa León XIII en su encíclica «Providentissimus Deus»2 del 18 de noviembre de 1893: «La Iglesia tiene como sagrados y canónicos los libros de la Biblia no porque, compuestos por el ingenio humano, hayan sido luego aprobados por ella, ni solamente porque contengan la revelación sin error, sino porque, escritos por inspiración del Espíritu Santo, tienen a Dios por autor... Pues fue Él mismo quien, por sobrenatural virtud, de tal modo les impulsó y movió, de tal modo les asistió mientras escribían, que rectamente habían de concebir en su mente, y fielmente habían de querer consignar y aptamente con infalible verdad expresar todo aquello y sólo aquello que Él mismo les mandara; en otro caso, no sería Él el autor de toda la sagrada Escritura».
El Espíritu Santo ejerció una triple función en la inspiración de los escritores sagrados: iluminó sus mentes sobre lo que debían escribir, movió sus voluntades para que se decidieran a escribir, y les asistió mientras escribían.
1. Iluminó a los hagiógrafos sobre las cosas que debían escribir para que escribieran todo y solo lo que estaba en sus designios divinos.
Muchas cosas sobre las que el hagiógrafo se sentía inspirado para escribirlas, podía conocerlas previamente, e incluso puede darse perfectamente el caso de que sobre un hecho determinado supiera el hagiógrafo mucho más de lo que podía ser la inspiración. San Juan, por ejemplo, dice al final de su Evangelio: «Otras muchas cosas hizo Jesús. Si se escribieran una por una, me parece que en el mundo entero no cabrían los libros que podrían escribirse» (Jn 21,25).
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Otras veces el autor sagrado ignora las cosas que debe escribir o las conoce confusamente; entonces el Espíritu Santo se las revela y aclara. Todos los profetas, por ejemplo, ignoraban las cosas que predijeron. Sin embargo, a distancia de siglos y siglos, las cosas que predijeron se verificaron a la letra. ¿Cómo podría explicarse, sin admitir la intervención de Dios, que Isaías describiera con más de setecientos años de antelación los pequeños detalles de la vida y la muerte del Redentor?
2. El Espíritu Santo movió la voluntad del hagiógrafo, es decir, hizo que se decidiera a escribir. Podemos leer más de doscientas veces en la Biblia que Dios ordenó expresamente que se escribiera.
En el Éxodo leemos que el Señor dijo a Moisés: «Pon esto por escrito, para recuerdo, en un libro» (Éx 17,14). Y a Isaías: «Toma una tabla grande y escribe en ella en caracteres legibles» (Is 8,1). Vemos pues que el Señor movió realmente la voluntad de los hagiógrafos a escribir.
3. El Espíritu guió y asistió al hagiógrafo mientras escribía, para que no cometiera errores y escribiera solo y todo aquello que Dios quería.
¡Cuántas cosas quisiéramos saber, por ejemplo, sobre la vida privada y pública de Jesús, de la Virgen María y de san José! Sin embargo, aunque los evangelistas las supieran, no las escribieron. ¿Por qué? Por el simple hecho de que el Espíritu Santo no se las inspiró. Es verdad que todas las cosas que contiene la Biblia
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fueron escritas por inspiración divina, y esto es una verdad de fe. Efectivamente, esto dice el concilio Vaticano I:3 «Si alguno no recibiere como sagrados y canónicos los libros de la sagrada Escritura, íntegros con todas sus partes... o negare que han sido divinamente inspirados, sea anatema».
San Gregorio Nacianceno dice incluso que la inspiración divina incluye desde los acentos hasta el menor detalle: «Usque ad apicem et lineam».
Estamos pues seguros de que en la Biblia no hay errores de ningún tipo, y no sólo contra la fe y la moral, sino contra la ciencia y la historia, ya que esto sería impropio de Dios, que es la verdad por esencia.
Los racionalistas, que desde hace un tiempo han alzado orgullosos su voz contra la sagrada Escritura diciendo que por fin habían descubierto un error contra la ciencia, ahora inclinan la cerviz y se sienten humillados: Dios tenía razón. Y será así hasta el final de los siglos, porque el Señor no se contradice nunca.

* * *

De todo esto se deduce: a) que, al leer la Biblia, debemos tributarle el mayor respeto y veneración y considerarla lo que es, el Libro divino, que tiene como autor a Dios.
b) En segundo lugar, sabiendo que todos los libros de la sagrada Escritura han sido escritos por inspiración divina y con la asistencia del Espíritu Santo, debemos leerlos con la mayor tranquilidad, seguros de no encontrar en ellos ningún tipo de error y sí en cambio un alimento nutritivo para nuestras almas.
Pensar que en la Biblia hay errores depende de tener por verdadero lo que es simple hipótesis, y eso es lo que les sucede a los racionalistas, que han proclamado como ciencia lo que no lo es.
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c) En tercer lugar, debemos leer la Biblia con inmenso afecto y devoción, como un hijo que, lejos de la casa paterna, lee la carta que le envía su padre. La Biblia, en efecto, como decíamos ayer, es una carta del Padre celestial enviada a sus hijos los hombres.
¡Leámosla! En ella encontraremos el camino del cielo.

EJEMPLO. San Gabriel de la Dolorosa y la sagrada Escritura. El P. Germano de San Estanislao nos dice que san Gabriel de la Dolorosa veneraba profundamente las palabras de la sagrada Escritura y que su veneración se manifestaba externamente.
La leía y la oía leer con gran satisfacción y con la cabeza descubierta, y a veces de rodillas. Se alimentaba con sus grandes sentencias y especialmente con las que más se acomodaban a su espíritu. Las había copiado en cartulinas para poder tenerlas a disposición en el Breviario y en el atril en los momentos de la salmodia divina en el coro. También rogaba a los religiosos de mucho espíritu y peritos en sagrada Escritura que le facilitaran copias de esas sentencias, que ocasionalmente gustaba muy provechosamente, pues su corazón se elevaba a santos pensamientos, ardía en santos afectos y concebía santos propósitos.
Aprendamos también nosotros a tener un gran respeto y veneración a la sagrada Escritura.

FLORECILLA. Recitar el tercer misterio glorioso para que la Biblia sea amada, leída y vivida.

CÁNTICO DE LOS TRES JÓVENES [#]

Bendito seas, Señor, Dios de nuestros padres;
que tu nombre sea glorificado por los siglos.
Porque eres justo en todo lo que has hecho,
todas tus obras son verdad, rectos todos tus caminos,
verdad todos tus juicios.
Tú has ejecutado sentencias justas en todos los males
que nos has mandado a nosotros
y a la ciudad santa de nuestros padres, Jerusalén;
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pues tú nos has tratado así conforme a la verdad y la justicia,
a causa de nuestros pecados.
Sí, hemos pecado, hemos obrado inicuamente
alejándonos de ti;
hemos fallado en todo y no hemos guardado tus preceptos,
no los hemos puesto en práctica,
ni hemos obrado como tú nos mandabas
para que todo fuese bien.
Sí, en todo lo que has hecho caer sobre nosotros,
en todos los castigos que nos has mandado,
has obrado con perfecta justicia.
Nos has entregado en manos de enemigos,
hombres inicuos, los peores entre los malvados;
en manos de un rey injusto, el más perverso de toda la tierra.
Ahora no podemos abrir nuestra boca;
la vergüenza, el deshonor son el destino
de tus siervos y de tus fieles.
¡Oh, no nos desampares para siempre,
por amor de tu nombre, no rechaces tu alianza!
No nos retires tu misericordia, por amor de Abrahán, tu amigo;
de Isaac, tu siervo, y de Israel, tu santo,
a quienes prometiste multiplicar su descendencia
como las estrellas del cielo,
como la arena de las playas del mar.
¡Oh Señor! Somos el más pequeño de los pueblos
y estamos humillados en toda la tierra
por causa de nuestros pecados.
No tenemos ya príncipe, profeta, ni caudillo,
ni holocausto, ni sacrificio, ni ofrendas, ni incienso,
ni lugar donde ofrecerte las primicias
y alcanzar tu misericordia.
Pero tenemos un corazón contrito y un alma humillada;
acéptalos como holocausto de carneros y toros,
de millares de corderos cebados.
Tal sea hoy nuestro sacrificio ante ti para agradarte,
pues no quedan defraudados quienes ponen en ti su confianza.
Ahora te seguimos de todo corazón,
te tememos y buscamos tu rostro.
No nos dejes avergonzados;
trátanos conforme a tu bondad, según tu gran misericordia.
Líbranos con tu poder maravilloso
y da gloria a tu nombre, oh Señor.
Y queden avergonzados los que persiguen a tus siervos,
sean cubiertos de vergüenza,
derribado su imperio y aniquilada su potencia;
sepan que tú eres el Señor, el Dios único,
glorioso en toda la tierra.

(Dan 3,26-45).


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LECTURA

Últimas recomendaciones de Josué

Mucho tiempo después de que el Señor concediera a Israel la paz con todos los enemigos que le rodeaban, Josué, ya de edad avanzada, convocó a todo Israel, ancianos, jefes, jueces y escribas, y les dijo: «Yo soy viejo, muy entrado en años. Vosotros habéis visto todo lo que hizo el Señor, Dios vuestro, a todos estos pueblos ante vosotros; es el Señor, vuestro Dios, el que ha combatido por vosotros. Mirad, yo he repartido entre vosotros por suerte, como heredad para vuestras tribus, estos pueblos que han quedado, lo mismo que aquellos que yo he exterminado desde el Jordán hasta el mar Mediterráneo, a occidente. El Señor, vuestro Dios, los echará de sus tierras y vosotros las ocuparéis, tal como lo ha prometido el Señor, vuestro Dios.
Esforzaos por cumplir todo lo que está escrito en el libro de la ley de Moisés, para que no os apartéis de ella ni a la derecha ni a la izquierda; no os mezcléis con estos pueblos que quedan en medio de vosotros, no os acordéis del nombre de sus dioses, no les invoquéis en vuestros juramentos, no les sirváis ni os prosternéis ante ellos. Seguid siempre unidos al Señor, vuestro Dios, como lo habéis hecho hasta ahora. El Señor ha echado de vuestra presencia pueblos numerosos y fuertes; ninguno pudo resistir ante vosotros hasta el día de hoy. Uno solo de entre vosotros podía perseguir a mil, porque el Señor, vuestro Dios, combatía por vosotros, como os lo había prometido. Tened sumo empeño en amar al Señor, vuestro Dios, porque en ello os va la vida. Pero si os apartáis del Señor y os unís a estos pueblos que quedan entre vosotros, emparentándoos con ellos en matrimonios mixtos, estad seguros de que el Señor, vuestro Dios, no echará de vuestra presencia a estos pueblos y serán para vosotros una red, un lazo, un látigo en vuestros costados y espinas en vuestros ojos, hasta que desaparezcáis de esta buena tierra que el Señor, vuestro Dios, os ha dado.
Yo ya me voy a morir. Reconoced con todo vuestro corazón y con toda vuestra alma que ninguna de las promesas que el Señor, vuestro Dios, os había hecho, ha caído en el vacío; todas se han cumplido puntualmente; ni una siquiera cayó en el vacío. Pero del mismo modo que se han realizado todas las promesas hechas por el Señor, vuestro Dios, en vuestro favor, también el Señor hará caer sobre vosotros todas sus amenazas hasta haceros desaparecer de esta buena tierra que el Señor, vuestro Dios, os ha dado, si rompéis la alianza que el Señor, vuestro Dios, os ha impuesto y os vais a servir a
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otros dioses; si os prosternáis ante ellos, entonces la ira del Señor se encenderá contra vosotros y muy pronto os hará desaparecer de esta buena tierra que él os ha dado».

(Jos 23,1-16).


ORACIÓN DE JUDIT

Eres grande, Señor, y glorioso, admirable por tu fortaleza e invencible. Que te sirvan todas las criaturas, pues hablaste, y fueron creadas; enviaste tu espíritu, y existieron; y no hay nada que se resista a tu voz. Las aguas desquiciarán los cimientos de los montes; las rocas, ante ti, se derretirán como la cera; pero tú serás siempre propicio con tus fieles. Poca cosa son los sacrificios de olor agradable y es menos que nada la grasa de los holocaustos, pero es grande sobremanera el que te teme.

(Jdt 16,13-15).4


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1 «Toda la Escritura está divinamente inspirada».

2 Cf. este párrafo con las páginas 17 y 109.

3 Convocado por Pío IX, el concilio Vaticano I (diciembre 1869 - julio 1870), además del dogma de la infalibilidad del Romano Pontífice en temas de fe y costumbres, sancionó la autoridad doctrinal de la Biblia. El P. Alberione cita aquí la constitución dogmática Dei Filius, can. 4, parte II, De la revelación).

4 LS indica “Jdt XV, 16-19”, pero se trata del cap. 16 (no 15), como se indica correctamente en la p. 94. Además, esta cita está tomada de la Vulgata y en las traducciones actuales corresponde a los vv. 13-15.