DÍA III
SENTIDOS DE LA SAGRADA ESCRITURA
SAMUEL
Puede considerársele como el primero de los profetas propiamente dichos. Vivió en tiempos de los Jueces.
Su padre se llamaba Elcana y su madre Ana, la cual, ya en edad avanzada, obtuvo del Señor un hijo que prometió consagrar al servicio de Dios. Samuel, en efecto, fue llevado al templo, donde crecía en el temor del Señor y en el cumplimiento de su ministerio.
Mientras tanto, Dios, ofendido por la conducta de los hijos del sumo sacerdote Elí, permitió que murieran en la guerra. Cuando su padre se enteró de la desgracia, cayó y se desnucó. El Señor había elegido a otro sacerdote, Samuel.
Este nuevo sacerdote y juez de Israel fue fiel al Señor y gobernó sabiamente. Ordenó eliminar todos los ídolos y divinidades extranjeras e incitó a la multitud a hacer penitencia. El Señor perdonó a Israel y le liberó de las manos de los filisteos.
Samuel ungió a Saúl, primer rey de Israel, y tuvo la valentía de decirle a su debido tiempo que Dios le reprobaba por su conducta. Fue también él quien consagró al nuevo rey, David, pero no pudo ver su triunfo completo.
Se atribuyen a Samuel los libros de los Jueces y de Rut.
Los libros 1 y 2 de los Reyes llevan su nombre por lo mucho que Samuel participó en ellos.
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JUECES, RUT, 1-2 DE LOS REYES
El libro de los Jueces habla de los jefes que gobernaron en el pueblo de Israel desde la muerte de Josué (1442?) hasta la elección de Saúl1 (1075). Estos jefes aparecieron en una u otra tribu y en algunos casos en varias simultáneamente.
Los dos primeros capítulos describen la situación política y religiosa de Israel: amenazas continuas de los pueblos vecinos y abandono del Señor, que dejó a su pueblo a merced del escarnio de sus enemigos.
Se describen pues episodios de algunos jueces, como Otoniel, Aod, Débora, Barac, Gedeón, Jefté y Sansón.
Como apéndice se ofrece la historia de la idolatría de los danitas y se narra el delito de las gentes de Guibeá, que provocaron el exterminio de todas las tribus de Benjamín.
El libro de Rut es una pequeña obra maestra que describe con suma delicadeza un escenario de vida familiar en tiempos de los jueces. La trama es sencillísma: el betlemita Elimélec, debido a una gran carestía, emigra con su mujer, Noemí, y sus dos hijos a tierras de Moab, donde los dos últimos mueren después de haberse casado con dos moabitas, Rut y Orfá. Diez años después, viuda y sin hijos, Noemí vuelve a Belén, acompañada por Rut, que no puede separarse de su suegra. En Belén Rut va a espigar al campo de Booz, que se casa con ella y de cuyo matrimonio nace Obed, padre de Jesé y abuelo de David.
Lo emocionante del libro de Rut es la gran resignación de Noemí, la piedad y la modestia de Rut y la fe y la generosidad de Booz. Estas tres bellísimas figuras destacan sobre un trasfondo de afectos domésticos y religiosos como reflejo de la bondad divina.
Los libros 1 y 2 de los Reyes: Los cuatro libros de los Reyes2 describen la historia del pueblo desde la opresión de los filisteos (con la que termina el libro de los Jueces) hasta el destierro de Joaquín en Babilonia.
El primer libro, tras hablar de la judicatura de Elí y de Samuel, describe la institución de la dignidad regia en Israel, en la persona de Saúl, que fue reprobado por sus desobediencias a Dios. David, que ocupa su sitio, demuestra pronto su valor y
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provoca la envidia de Saúl, que le persigue injustamente, aunque no consigue eliminarle; él, derrotado por los filisteos, termina miserablemente y pierde el mismo día a sus hijos, su ejército, su vida y su reino.
El segundo libro habla del reino de David en Hebrón en lucha con el hijo de Saúl; a continuación, del reino de David en Jerusalén, con sus glorias y sus funestos pecados, y termina con algunos documentos fragmentarios de diverso género.
Estos dos libros, que forman una única obra llamada de Samuel, tienen una unidad admirable y quizá estén elaborados con escritos de Samuel y de los profetas Gad y Natán.
REFLEXIÓN III
Sentidos de la sagrada Escritura«Dame inteligencia y estudiaré3 atentamente tu ley...»
(Sal 118/119,34)
Se lee en el Evangelio de san Lucas:
«Tunc aperuit illis sensum ut intelligerent Scripturas» (Lc 24,45).
4 Jesús abrió los ojos a los apóstoles para que entendieran las Escrituras. Pidamos pues al divino Maestro que abra nuestros ojos para poder entenderlas correctamente.
Si consideramos la Biblia superficialmente, nos parecerá como los demás libros, pero la diferencia es enorme. Sabemos que detrás de la tinta y el papel se esconde un mundo de verdades sublimes, universales, eternas. Bajo su modesta apariencia
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percibimos que está la palabra de Dios. Amamos la Biblia no por su forma externa, sino porque es la palabra de Dios, la palabra de nuestro amadísimo Padre.
Es necesario distinguir en la Biblia la letra y el espíritu de la letra. La primera, como dice san Pablo, mata, mientras que el espíritu da vida: «Littera enim occidit, spiritus autem vivificat» (2Cor 3,6).5
Así es. La letra, si se interpreta mal, puede matar al alma. Es lo que casi siempre les sucedió a los hebreos, los cuales, por haber interpretado mal lo que el Antiguo Testamento decía sobre el futuro Mesías, cuando éste vino al mundo no quisieron recibirle: «Et sui eum non receperunt» (Jn 1,11),6 y no sólo eso, sino que le crucificaron, por lo que la ira de Dios cayó sobre ellos.
Para entender bien los sentidos de la Biblia7 debemos dirigirnos a la escuela de una madre y maestra infalible, la Iglesia, la cual, asistida por el Espíritu Santo, nos llevará seguros por el camino de la verdad.
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Una palabra que no tiene sentido es como un cuerpo sin alma, es una palabra muerta. San Agustín dice que el hombre es pobre en sus palabras y que éstas ordinariamente sólo tienen un sentido, el literal.
Puesto que la Biblia es la carta de Dios, las sílabas y palabras que la componen tienen un sentido divino. Y en virtud de este sentido se cierne sobre el Libro sagrado una aureola luminosa que hace que todos consideremos la Biblia
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el libro más importante de la humanidad.
El sentido de la sagrada Escritura es triple: literal, místico y acomodaticio.
El sentido literal, llamado también histórico, es el que se deduce del sentido natural de las palabras según su acepción ordinaria, y puede ser propio o figurado.
Es propio cuando las palabras significan lo que espontáneamente se ofrece a nuestra mente. Por ejemplo, cuando Jesús dice a los apóstoles: «Mirad, vamos a Jerusalén» (Mt 20,18), se encontraban realmente en marcha hacia la capital de Palestina.
Es figurado cuando las palabras no se entienden al pie de la letra, sino figuradamente. Así, cuando san Juan Bautista, viendo venir a Jesús, dice: «Ecce Agnus Dei: éste es el Cordero de Dios» (Jn 1,29), toma la palabra «cordero» figuradamente. El Bautista no entendía que el Mesías fuera un verdadero corderito, sino que quería aludir a su mansedumbre, a su obra de redención, con la que Jesús, cual manso cordero, debía ser inmolado en reparación de los pecados de los hombres.
El sentido místico, también llamado espiritual o típico, es el que se desprende no de las palabras, sino de las cosas, de las cosas expresadas; por ejemplo: cuando el sábado santo la Iglesia, al final de cada lamentación, canta: «Jerusalén, Jerusalén, conviértete al Señor, tu Dios», es evidente que se habla no de las murallas de la ciudad, sino del alma alejada de Dios.
Muchas veces la sagrada Escritura usa el nombre de
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Jerusalén para indicar el alma, la Iglesia, el paraíso, y en todos estos casos la palabra «Jerusalén» tiene un sentido místico.
Ese sentido místico se llama también típico, porque generalmente la cosa por ella representada es tipo de otra. Cuando Judit corta la cabeza a Holofernes, es tipo de la santísima Virgen cuando aplasta la cabeza del dragón infernal.
La serpiente de bronce que Moisés ordenó hacer era tipo de Jesucristo crucificado, puesto entre el cielo y la tierra, como signo de salvación de todos los hombres.
El sentido acomodaticio no es realmente un sentido que se encuentre en la sagrada Escritura; es una acepción que nosotros damos a las palabras y a frases de la Biblia. Este sentido puede ser más o menos verdadero y más o menos apropiado según la rectitud de intención y el grado de ciencia de quien lo hace.
Por ejemplo, en el salmo 17, v. 27-288 se dice: «Con el sincero eres sincero, con el astuto procedes con astucia». Muchas veces usamos estas palabras para decir que con los buenos serás bueno y malo con los malos, lo que también decimos con el proverbio dime con quién andas y te diré quién eres. Esto sería un sentido acomodaticio, es decir, adaptado, porque las palabras del salmo quieren decir realmente que Dios es bueno, es decir, misericordioso con los sinceros, y malo, es decir, severo con los malos, que castiga a estos y es misericordioso con aquellos.
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En conclusión, ¿qué sentido adoptar en la lectura de la Biblia?
El lector debe dejarse guiar por el sentido que tienen las palabras, es decir, por lo que quieren decir ordinariamente, y luego, si encuentra obscuridad o duda en algún punto, que recurra a las
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notas explicativas a pie de página.
En pocas palabras: atenerse preferentemente al sentido literal, como hace la Iglesia cuando elige los textos escriturísticos como prueba de las verdades de la teología. Este es, evidentemente, el verdadero sentido de la sagrada Escritura.
Con esto no pretendemos excluir o limitar la importancia de los demás sentidos.
El sentido místico, por ejemplo, tiene una gran importancia. Fue muy usado por los Apóstoles y por los Padres apostólicos, y más tarde fue adoptado por la escuela alejandrina, con Orígenes al frente, y por Padres de la Iglesia de la máxima autoridad, como san Ambrosio, san Agustín y san Gregorio Magno.
El sentido acomodaticio tiene también un valor si se le usa con seriedad y la debida reverencia. Es un signo de respeto a las palabras de la Biblia y a veces un medio para expresar mejor una verdad, pero no tiene valor dogmático. Lo primero es el sentido literal, luego el místico y a continuación el acomodaticio.
En cualquier caso, el lector debe tener siempre presente que las sagradas palabras de la Biblia son divinas y que es Dios quien habla.
La Biblia debe leerse incluso cuando no se la entiende. El Espíritu Santo hará que la entendamos o infundirá en nosotros bienes espirituales y sobrenaturales. Él, como hizo con los apóstoles, abrirá nuestros sentidos para que podamos entender.
EJEMPLO. Santos Saturnino y compañeros mártires. Al principio del siglo IV, bajo los emperadores Diocleciano y Maximiano, arreciaba la persecución no solamente contra las personas de los cristianos, sino también contra los santos lugares y las sagradas Escrituras. Se llegó a ordenar a los cristianos, bajo pena de muerte, que entregaran los libros sagrados a los jueces.
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Durante esta persecución fue arrestado el sacerdote Saturnino, de Abitinia, en la provincia proconsular de África. En aquel momento se encontraba reunido con algunas decenas de personas entre las que se encontraban sus cuatro hijos: Dativo, Telico, Saturnino e Hilariano.
Cargados de cadenas, fueron enviados a Cartago, al procónsul Anulino, para ser juzgados.
Cuando les preguntaron si eran cristianos y si habían asistido a aquella reunión, confesaron francamente su fe. Sometidos a la tortura del potro, no cesaron de declararse cristianos e invocaban la ayuda de la gracia de Dios para poder sufrir aquellos tormentos: «Señor, Jesús, socórreme, ten piedad de mí, guarda mi alma, dame paciencia». «Escúchame, Señor; gracias por ayudarme a sufrir...».
Fue admirable la confesión del mártir Emérito, el cual, habiéndole preguntado el procónsul si guardaba las Escrituras, respondió:
- Las guardo en mi corazón.
- ¡Habla claro! -gritó el procónsul-. ¿Guardas en tu casa las Escrituras o no?
- Las guardo en mi corazón -repitió tranquilamente el mártir. Y añadió: «Alabado seas, Señor Jesús. Socórreme, pues sufro por tu nombre, y sufro con alegría, pero no permitas que me pierda».
Félix, otro confesor de aquel glorioso grupo, respondió claramente a la pregunta del procónsul:
- Nosotros hemos celebrado con gran devoción el santo sacrificio y nos hemos reunido para leer las divinas Escrituras.
Saturnino, en los espasmos de la tortura, exclamaba: «Yo guardo en mi corazón las sagradas Escrituras».
Finalmente el procónsul, harto de la firmeza invicta de aquellos confesores, ordenó que los llevaran nuevamente a la prisión, donde los dejó morir.
De este modo, ellos, en nombre de Jesucristo y en defensa de la sagradas Escrituras, recibieron la palma de un glorioso martirio.
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FLORECILLA. Hoy, contra todo respeto humano, besaré muchas veces el libro del Evangelio, proclamando que lo amo hasta dar por él mi vida si fuera necesario.
LECTURA
Dios ordena escribir su LeyEl Señor dijo a Moisés: «Escribid este cántico y enseñádselo a los israelitas, para que lo canten y me sirva a mí de testimonio contra ellos. Cuando los haya llevado a la tierra que prometí con juramento a sus padres, tierra que mana leche y miel; cuando hayan comido hasta saciarse y hayan engordado, luego se irán tras otros dioses, a los que servirán despreciándome a mí y violando mi alianza. Pero cuando caigan sobre ellos innumerables sufrimientos y desgracias, este cántico servirá de testimonio contra ellos, pues sus descendientes no lo habrán olvidado. Yo conozco las malas inclinaciones que ya hoy tiene, aun antes de entrar en la tierra que les prometí con juramento». Moisés escribió aquel día el cántico y se lo enseñó a los israelitas. Y el Señor dio estas órdenes a Josué, hijo de Nun: «Sé fuerte y ten ánimo, pues tú eres quien debe llevar a los israelitas a la tierra que les he prometido; yo estaré contigo».
Cuando Moisés terminó de escribir en un libro las prescripciones de esta ley, dio estas órdenes a los levitas que llevaban el arca de la alianza del Señor: «Tomad este libro de la ley y ponedlo al lado del arca de la alianza del Señor, vuestro Dios; que esté allí como testimonio contra ti».
(Dt 31,19-26).
CÁNTICO DE LOS TRES JÓVENES [#]Bendito seas, Señor, Dios de nuestros padres,
alabado y ensalzado eternamente.
Bendito sea tu nombre santo y glorioso,
alabado y ensalzado eternamente.
Bendito seas en el templo de tu santa gloria,
alabado y ensalzado eternamente.
Bendito seas en el trono de tu reino,
alabado y ensalzado eternamente.
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Bendito tú que sondeas los abismos
y te sientas sobre querubines,
alabado y ensalzado eternamente.
Bendito seas en el firmamento del cielo,
alabado y ensalzado eternamente.
(Dan 3,52-56).9
ORACIÓN DE ACCIÓN DE GRACIASTe doy gracias, Señor, rey mío, y te alabaré, Dios, mi salvador. Daré gracias a tu nombre, porque tú fuiste mi protector y mi apoyo, libraste mi cuerpo de la destrucción y del lazo de la lengua malvada, de labios que maquinan la falsedad, has sido mi apoyo delante de los que me rodeaban y me libraste, según la multitud de tu misericordia y la grandeza de tu nombre, del rechinar de dientes prestos a devorar, de la mano de los que acechaban mi vida, de las muchas tribulaciones que padecí; de la asfixia de las llamas que me rodeaban, de en medio del fuego que yo no había encendido; del seno profundo del sepulcro, de la lengua impura, de palabra mentirosa, calumnia de una lengua injusta contra el rey.
Mi alma ha estado al borde de la muerte, mi vida había descendido casi al sepulcro. Me rodeaban por todas partes, pero ni uno había para ayudarme. Mis ojos buscaban un socorro humano, y no lo había. Entonces me acordé, Señor, de tu misericordia y de tus obras desde la eternidad; de que salvas a los que en ti esperan y les libras de las manos de sus enemigos; elevé mi plegaria desde la tierra y supliqué que me librases de la muerte. Y grité: Señor Señor, mi padre eres tú; mi Dios, que no me dejará en el día de la tribulación, en el tiempo del desamparo, frente a los orgullosos. Alabaré tu nombre continuamente y entonaré himnos de acción de gracias. Mi oración fue escuchada, porque me salvaste de la destrucción y me libraste en el momento del peligro. Por esto te daré gracias y te alabaré y bendeciré el nombre del Señor.
(Sir 51,1-13).
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1 En el original aparece el nombre Saúl con una grafía diversa.
2 1 y 2 Reyes: según la versión griega de los Setenta (LXX) y la Vulgata. En realidad se trata de 1/2Samuel. 3 y 4 Reyes corresponden a 1/2Reyes. Los dos libros de los Reyes constituyen la continuación natural de los dos libros de Samuel. Mientras que 1/2Samuel comprenden el período que va del nacimiento de Samuel a la muerte de David, 1/2Reyes describen los acontecimientos que se produjeron entre los comienzos del reino de Salomón, sucesor de David, y el hundimiento de la monarquía de Judá con el asedio y la destrucción de Jerusalén (975-586 a.C.).
3 Estudiar significa aplicarse en el conocimiento y la observancia de la Ley. En LS el estudio de la sagrada Escritura se considera el fundamento de los estudios teológicos (pp. 50, 51, 69, 78, 92, 281, 292, 303), de la espiritualidad (pp. 227, 238, 247s, 261, 302-303) y de la pastoral en su conjunto (pp. 69, 73s, 238, 247s, 274, 291, 317). Se citan ejemplos de santos que consiguieron serlo mediante el estudio de la sagrada Escritura. Pablo mismo es un conocedor de toda la Biblia (p. 230).
4 «Entonces les abrió la inteligencia para que entendieran las Escrituras».
5 «La letra mata, pero el espíritu da vida».
6 «Y los suyos no le recibieron».
7 La exégesis antigua, que no podía tomar en consideración las exigencias científicas modernas, atribuía a todo el texto de la sagrada Escritura diversos tipos de significado. La distinción más corriente era la que hace también el P. Alberione, es decir, la que hay entre sentido literal y sentido espiritual. La exégesis medieval distinguió en el sentido espiritual tres aspectos diferentes: la verdad revelada, el comportamiento que debe seguirse y la realización final. De ahí el célebre dístico de san Agustín de Dinamarca, del siglo XIII: «Littera gesta docet, quid credas allegoria, / moralis quid agas, quid speres anagogia» (ver nota 11 de la p. 293). Todo el esfuerzo de la exégesis moderna histórico-crítica trata de definir el sentido preciso de un texto bíblico en las circunstancias en que fue escrito. El problema es complejo, y no es el mismo en todos los géneros literarios (relatos históricos, crónicas, parábolas, oráculos proféticos, normas legislativas, proverbios y sentencias, oraciones, himnos, etc.). - La PCB da al respecto algunas normas:
1. Sentido literal. En general este sentido, que no debemos confundir con el “literalista” o fundamentalista, es único: «es el expresado directamente por los autores humanos inspirados» y es fruto de la inspiración divina. Se deduce de un análisis preciso del texto, dentro de su contexto literario e histórico. El cometido del exegeta consiste en hacer este análisis utilizando todas las posibilidades ofrecidas por los estudios literarios e histórico-arqueológicos, sin olvidar el carácter dinámico de muchos textos bíblicos. Un lector moderno de la Biblia debería tratar de precisar la dirección del pensamiento expresada por el texto, dándose cuenta de sus ramificaciones más o menos previsibles y añadiendo a su significado inicial nuevas determinaciones. También el sentido literal parecería abierto desde el principio a nuevas explicitaciones, que se verifican gracias a “relecturas” continuas en contextos nuevos.
2. Sentido espiritual. No debe confundirse con los significados heterogéneos o extraños al sentido literal. Jesús, con su muerte y resurrección, estableció un contexto radicalmente nuevo, que ilumina de forma nueva los textos antiguos y determina un cambio de sentido. Como indicación general, «podemos definir el sentido espiritual, entendido según la fe cristiana, como el sentido expresado por los textos bíblicos cuando son leídos bajo el influjo del Espíritu Santo en el contexto del misterio pascual de Cristo y de la vida nueva que de él se deriva». Este contexto “pascual” ilumina todo el Nuevo Testamento, que reconoce en él el cumplimiento de las Escrituras. Existe pues una estrecha relación entre el sentido espiritual y el sentido literal. Pero el sentido espiritual no debe confundirse con el sentido “acomodaticio” del que se habla en LS (pp. 41-43), o con cualquier interpretación subjetiva dictada por la imaginación o la especulación intelectual.
3. Sentido pleno. Se define sensus plenior «un sentido más profundo del texto, querido por Dios pero no claramente expresado por el autor humano». Equivale al “sentido espiritual” en el caso de que éste se distinga del “sentido literal”. Su fundamento está en que el Espíritu Santo, autor principal de la Biblia, puede guiar a un autor humano en la elección de sus expresiones de tal modo que éstas expresen una verdad cuya total profundidad no es percibida por él. Especialmente con el canon de las Escrituras se crea un nuevo contexto capaz de hacer que aparezcan potencialidades de significado que el contexto primitivo dejaba en la sombra. En conclusión, los sentidos de la Escritura deben buscarse en el contexto literario e histórico de los textos, y en el contexto nuevo, espiritual y eclesial en que vive el lector (cf. La interpretación de la Biblia en la Iglesia).
8 El Sal 17 de la Vulgata corresponde al Sal 18 en las biblias traducidas de los textos originales.
9 LS indica “Dan. III, 51-56”, pero el texto citado comienza en el v. 52.