Beato Santiago Alberione

Opera Omnia

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DÍA XXVIII
MÉTODOS PARA LEER LA BIBLIA

LAS CARTAS DE SAN JUAN

Iª CARTA DE SAN JUAN. La primera carta parece escrita como presentación del cuarto Evangelio, del que puede considerarse un compendio; de ahí que no se dirija a iglesias particulares, sino a toda la Iglesia. Fue escrita, pues, en Éfeso y se publicó como presentación del Evangelio. No obstante, está destinada de manera especial a las iglesias de Asia Menor, donde había surgido, del encuentro de los judaizantes con los filósofos, el gnosticismo, que humillaba la dignidad del Salvador por considerar que su unión con Dios era moral y pasajera, y negaba la unión hipostática porque Dios no podía unirse a la carne, mala por su propia naturaleza por provenir del principio del mal. Negaba por tanto la redención, diciendo que el hombre no necesitaba ser redimido sino instruido, y para eso bastaba la gnosis (conocimiento y entendimiento de los misterios).
Esos son los errores que san Juan combate con esta carta, en la que se afirma que Jesucristo es verdadero Dios y verdadero hombre, mediador, víctima, fuente de gracia y de perdón.

IIª CARTA DE SAN JUAN. Aunque en esta carta no figura el nombre de san Juan y muchas iglesias antiguas no la conocían debido a su brevedad, es suya indudablemente por el estilo inimitable y la doctrina, que le distinguen de los demás. El «presbítero» que escribe no puede ser sino el «presbítero» de Éfeso, que sobrevivió a los demás apóstoles y fue considerado inmortal.
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El apóstol del amor condena con energía a los herejes y los separa de la Iglesia.
La carta está dirigida «a la señora elegida» y a sus hijos. No sabemos si el personaje es una mujer o una iglesia. Felicita a la elegida por la virtud de sus hijos, les exhorta a crecer en la fe, en el amor y en el celo, a evitar a los herejes, y promete una visita.
La carta parece haberse escrito en Éfeso, probablemente en los últimos años de la vida de san Juan, hacia el año 100.

IIIª CARTA DE SAN JUAN. Se puede decir de ella lo que hemos dicho de la segunda. Como en ésta, no aparece el nombre de Juan, sino el de «presbítero». Fue escrita en Éfeso en los últimos años del siglo I, se refiere a los mismos herejes y es un precioso ejemplo de la correspondencia privada del longevo apóstol.
Esta tercera carta es más personal que la segunda porque quiere elogiar a Gayo (cristiano rico y celoso) por la hospitalidad que había dado a los predicadores evangélicos, le pone en guardia contra un cierto Diotrefes y le recomienda a un cierto Demetrio.

REFLEXIÓN XXVIII

Métodos para leer la Biblia


«Qué dulce a mi paladar es tu promesa:
mucho más que la miel para mi boca»

(Sal 118/119,103)


La Biblia es la palabra de Dios y ésta el alimento del alma. Para que el alimento sea benéfico debe ser tomado de forma adecuada.
Lo mismo cabe decir de la Biblia. Contiene tesoros inestimables y extraordinarios de verdades vivas y capaces de producir los efectos más admirables.
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En la Reflexión XX1 hemos visto las disposiciones necesarias para leer la santa Biblia, pero no son suficientes para leerla con provecho. Es necesario que sigamos un orden al leer los 72 libros que la componen.
Muchos son los métodos para leer la Biblia. Aludimos a los tres más importantes. La Biblia puede ser leída en orden teológico, familiar o litúrgico.

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1. Orden teológico. Consiste en leer los varios libros de la Biblia según el orden presentado por el concilio de Trento, es decir, comenzando por el Génesis, el Levítico, el Éxodo, etc., y terminar con el Apocalipsis, tal como generalmente aparecen impresos en las ediciones de las biblias católicas.

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Este método se aconseja a la gente de cultura media, entre los que se encuentran todos los estudiosos y los que quieren formarse en una verdadera cultura. Se podría prescindir del Cantar de los Cantares, que algunos dicen que conviene dejar para una edad más madura.
Siguiendo este orden, si se dedica un cuarto de hora al día, en dos años se podría leer toda la Biblia que tenga un número normal de notas.

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2. Orden familiar. Es el orden aconsejado por muchos autores de ascética. Es el método preferido y recomendado por Audisio,2 conocido autor de oratoria sagrada. Consiste en leer primeramente todos los libros del Nuevo Testamento, porque «teniendo en el Nuevo Testamento, como dice el autor citado, el desarrollo y cumplimiento todas las sombras, todas las profecías, todo
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el sacerdocio y todas las leyes del Antiguo, del Evangelio de Jesucristo debe desprenderse una luz capaz de disipar las tinieblas que envuelven las Escrituras de los videntes de Judá, del mismo modo que la luz proveniente del rostro transfigurado de Cristo en el Tabor hacía que aparecieran resplandecientes los rostros de Moisés y de Elías».
Y entre los libros del Nuevo Testamento aconseja leer en primer lugar los históricos, por ser más fáciles y aptos para preparar la mentalidad bíblica, siguiendo con los didácticos y terminando con los proféticos, que son los más difíciles.
Este método es muy adecuado y útil.
Muy poco entendería de las profecías de Isaías quien antes no hubiera leído los cuatro Evangelios. En cambio, quien lee el Evangelio y luego los profetas, encuentra en ellos bellezas admirables, porque se puede decir que cada una de sus palabras y frases encierran un significado místico y tienen alguna relación con los libros del Nuevo Testamento.
En práctica, pues, léanse primero los libros históricos del Nuevo Testamento: los cuatro Evangelios y los Hechos de los Apóstoles.
Seguidamente, los libros didácticos, es decir, todas las Cartas de los apóstoles: san Pablo, san Pedro, san Juan, Santiago y san Judas.
Y por fin los libros proféticos: el Apocalipsis.
A continuación los libros históricos del Antiguo Testamento: Génesis, Éxodo, Levítico, Deuteronomio, Josué, Jueces y Rut; los cuatro libros de los Reyes y los dos de los Paralipómenos; Esdras, Nehemías, Tobías, Judit y Ester, y los dos libros de los Macabeos.
Los libros didácticos o sapienciales: Job, Salmos, Proverbios, Eclesiastés, Cantar de los Cantares, Sabiduría y Eclesiástico.
Y los libros proféticos: Profetas mayores: Isaías, Jeremías, Lamentaciones de Jeremías, Baruc, Ezequiel y Daniel, y los doce profetas menores.
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3. Orden litúrgico, es el establecido por la Iglesia y que todos los sacerdotes deben seguir.
Nuestra Iglesia, maestra infalible y sabia, ha dispuesto que los sacerdotes lean poco a poco cada día, en la santa Misa y en el Breviario, los textos principales de la Biblia. Y todos los sacerdotes están obligados, bajo pena de pecado, a leerlos, hasta el punto de que quien conscientemente no lo hace puede cometer pecado grave.
Vemos pues la necesidad de la lectura de la Biblia y el gran interés que tiene la Iglesia en que las almas de sus sacerdotes se alimenten en una mesa tan bien surtida del amor y la sabiduría de Dios. La Iglesia es consciente de que nadie puede ser buen pastor de almas si no lee la Biblia. ¿Cómo podría enseñar quien no sabe? ¿Cómo podría un pastor de almas conducir a sus ovejas a pastos saludables si no los conoce?
Por eso en los primeros tiempos de la Iglesia era necesario que los sacerdotes, antes de ser ordenados, supieran el Salterio entero de memoria y conocieran debidamente los demás libros de la Biblia. Quien no sabía la Biblia no podía ser ordenado.
Y los demás fieles, ¿qué deben hacer? Seguir fielmente a su pastor, a su capitán, convencidos de que así avanzarán por el buen camino y tendrán todo lo que su alma desea.
En práctica, no podemos descender a detalles y decir cuáles son los textos que hay que leer diariamente. Contentémonos con decir alguna cosa en general.
Los domingos que preceden al Adviento, es decir, en el mes de noviembre, la Iglesia establece que se lea a los profetas: Ezequiel, Daniel, Oseas,
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Joel, Amós, Abdías, Jonás, Miqueas, Naum, Habacuc, Sofonías, Ageo, Zacarías y Malaquías. Una vez comenzado el Adviento, se lee al profeta Isaías, que hizo las mayores y más numerosas profecías sobre el Mesías.
Después de Navidad y Epifanía se leen las cartas de san Pablo a los Romanos, a los Corintios, a los Gálatas, a los Efesios, a los Filipenses, a los Colosenses, a los Tesalonicenses, a Timoteo, a Tito, a Filemón y a los Hebreos. Y así termina el tiempo de Navidad.
Con el domingo de Septuagésima comienza el tiempo de la penitencia3 y la Iglesia quiere que leamos el libro del Génesis, que narra el pecado de Adán y Eva y su castigo.
Viene después el tiempo de Pasión, durante el cual se leen las lamentaciones del profeta Jeremías.
Después de Pascua la Iglesia propone la lectura del Apocalipsis, en el que se describen los triunfos del Cordero inmaculado. A continuación las cartas de los apóstoles Santiago, san Pedro, san Juan y san Judas.
Sigue la larga serie de los domingos después de Pentecostés, que representan la vida de la Iglesia. Aquí se intercalan los libros históricos y sapienciales. En el mes de julio, los cuatro libros de los Reyes. En agosto, los cuatro sapienciales: Proverbios, Eclesiastés, Sabiduría y Eclesiástico. En septiembre, los libros históricos más fáciles: Job, Tobías, Judit y Ester, y en octubre los libros de los Macabeos.

* * *

Es verdad que la Biblia puede ser leída en cualquier orden. Por ejemplo, se la puede abrir en cualquier página y leer el texto que aparezca a la vista. San Alfonso usaba mucho esta fórmula y dijo que para él era muy eficaz.
Pero el método más útil y adecuado es
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sin duda el señalado por la Iglesia, o sea, el litúrgico. Y quienes lo siguen hacen sin duda importantes progresos en el camino de la santidad y del conocimiento. «Qui sequitur me non ambulat in tenebris» (Gv 8,12).4

EJEMPLO. Dante Alighieri. El nombre de Dante está íntimamente relacionado con su obra principal, la inmortal «Comedia», a la que la admiración de la posteridad añadió el calificativo de «Divina».
Esta obra es un testimonio de la veneración que se tributaba a la sagrada Biblia en el Medioevo y de manera especial del estudio de que era objeto por parte de su autor.
Es evidente que Dante Alighieri estaba muy familiarizado con la sagrada Escritura, pues la cita con frecuencia, embellece su poema con ejemplos bíblicos del Antiguo y del Nuevo Testamento, saca sus imágenes grandiosas del paraíso terrenal, en gran parte de las visiones apocalípticas de san Juan y de Ezequiel.
Y sobre la sagrada Escritura nos dejó algunos versos que se han hecho célebres y que todavía hoy siguen citándose.
Hablando de su interpretación, exhorta a los cristianos a someterse a la enseñanza y la guía de la Iglesia:

Tenéis el Nuevo y el Viejo Testamento,
y el pastor de la Iglesia es vuestro guía:
esto basta para vuestro salvamento.5

Y hablando de los herejes dice:

...y cuantos necios
fueron igual que espadas con las Escrituras,
cuyos rasgos derechos retorcieron.6

Si el poema de Dante Alighieri, seis siglos después de haber sido escrito, sigue coronado con una aureola luminosa y a la cabeza de los libros de texto de las universidades católicas, se debe a que contiene, bajo elegantes formas poéticas, las verdades más sublimes del santo Evangelio y de la teología católica.

FLORECILLA. Recitar la coronita a san Pablo que figura al final del libro.
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CÁNTICO A DIOS CREADOR [#]

Pueblos todos, batid palmas,
aclamad al Señor con gritos de alegría,
porque el Señor, el altísimo, es terrible,
un gran rey sobre toda la tierra.
Él somete a nuestro yugo las naciones
y pone a los pueblos bajo nuestros pies;
escoge para nosotros nuestra herencia,
orgullo de Jacob, su preferido.
Dios sube entre aclamaciones,
el Señor, al son de trompetas.
Cantad a Dios, cantad;
cantad a nuestro rey, cantad;
porque el rey de toda la tierra es Dios,
cantadle un buen cántico.
Dios reina sobre las naciones,
Dios se sienta en su trono sacrosanto.
Los jefes de los pueblos se han reunido
con el pueblo del Dios de Abrahán;
pues de Dios son los escudos de la tierra
y él está por encima de todo.

(Sal 46/47,2-10).


LECTURA

Eficacia de la oración perseverante

Jesús estaba orando en cierto lugar. Cuando acabó, uno de sus discípulos le dijo: «Señor, enséñanos a orar, como Juan enseñó a sus discípulos». Él les dijo: «Cuando oréis decid: Padre, santificado sea tu nombre; venga tu reino; danos cada día nuestro pan cotidiano; perdónanos nuestros pecados, porque también nosotros perdonamos a todo el que nos debe, y no nos dejes caer en la tentación».
Y les dijo: «Suponed que uno de vosotros tiene un amigo que acude a él a medianoche y le dice: Amigo, préstame tres panes, pues un amigo mío ha venido de viaje a mi casa y no tengo qué darle; y que él le responde desde dentro: No me molestes; la puerta está cerrada, y yo y mis hijos acostados; no puedo levantarme a dártelos. Yo os aseguro que si no se levanta a dárselos por ser su amigo, al menos para que deje de molestarle se levantará y le dará todo lo que necesite.
Pues bien, yo os digo: Pedid y se os dará; buscad y encontraréis; llamad y se os abrirá. Porque el que pide recibe;
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el que busca encuentra, y al que llama se le abre. ¿Qué padre de entre vosotros, si su hijo le pide un pan, le dará una piedra? Y si le pide un pez, ¿le dará en lugar de un pez una serpiente? O si le pide un huevo, ¿le dará un escorpión? Pues si vosotros, que sois malos, sabéis dar a vuestros hijos cosas buenas, ¿cuánto más el Padre del cielo dará el Espíritu Santo a quienes se lo piden?».

(Lc 11,1-13).


ORACIÓN

Por el pueblo elegido

¡Acuérdate, Señor, de lo que nos ha sobrevenido,
mira y considera nuestra afrenta!
Nuestra heredad ha pasado a extranjeros,
nuestras casas a extraños.
Huérfanos, sin padre hemos quedado;
son nuestras madres como viudas.
A precio de plata bebemos nuestra agua,
tenemos que pagar nuestra leña.
Nuestros padres pecaron, ya no existen,
y nosotros cargamos con sus iniquidades.
Esclavos mandan en nosotros
y nadie nos libra de su mano.
Arriesgando la vida nos buscamos el pan,
ante la espada del desierto.
Nuestra piel abrasa como un horno,
por el ardor del hambre.
Se ha acabado la alegría de nuestro corazón,
en duelo se ha convertido nuestra danza.
Ha caído de nuestra cabeza la corona.
¡Ay de nosotros, que hemos pecado!
Por eso ha enfermado nuestro corazón,
y nuestros ojos se oscurecen:
por el monte Sión, que está desolado,
y en el que merodean los chacales.
Mas tú, Señor, por siempre permaneces;
tu trono, de generación en generación.
¿Por qué nos vas a olvidar para siempre,
por qué abandonarnos por tanto tiempo?
¡Reclámanos a ti, Señor, y volveremos;
renueva nuestros días como antaño,
si no nos has rechazado del todo,
si no estás irritado contra nosotros sin medida!

(Lam 5,1ss).


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1 En las pp. 199ss.

2 GUGLIELMO AUDISIO, Lezioni di eloquenza sacra, Marietti, Turín 1858-1859. La “Imprenta real” de Turín había publicado los volúmenes II y III de esta obra en 1846.

3 Terminado el tiempo de Epifanía, comenzaba [antes de la reforma del Vaticano II] el tiempo Septuagésima, seguido del de Sexagésima y Quincuagésima, para seguidamente, con el miércoles de ceniza, comenzar el tiempo de Cuaresma. Septuagésima indicaba pues los 70 días anteriores a Pascua. «En los días de Septuagésima y Cuaresma, nuestra madre la Iglesia multiplica sus cuidados para que cada uno de nosotros considere sus miserias para incitarnos activamente a la enmienda de las costumbres, para detestar de modo especial los pecados y borrarlos con la oración y la penitencia, puesto que la continua oración y la penitencia por nuestras faltas nos atrae el auxilio divino, sin el cual todas nuestras obras son vanas y estériles» (Pío XII, Mediator Dei, 20 de noviembre de 1947).

4 «Quien me sigue no camina en las tinieblas».

5 DANTE ALIGHIERI (Florencia 1265 - Rávena 1321), Divina Comedia, Paraíso, V, 76-78.

6 DANTE ALIGHIERI, Divina Comedia, Paraíso, XIII, 127-129.