Beato Santiago Alberione

Opera Omnia

Haga una búsqueda

BÚSQUEDA AVANZADA

DÍA XXV
LA BIBLIA ABREVIA EL PURGATORIO Y AUMENTA LA VISIÓN BEATÍFICA

LAS CARTAS PASTORALES

Iª CARTA A TIMOTEO. Esta carta a Timoteo es la primera de la pequeña colección de las pastorales, llamadas así por estar dirigidas a pastores de almas y porque se dan normas sobre el gobierno de la Iglesia.
Es una carta muy familiar, en la que los pensamientos se suceden espontáneamente y de forma subjetiva, y de ahí que no pueda reducirse a una unidad sistemática. Tras un breve prólogo, Pablo exhorta a Timoteo a combatir a los falsos doctores y le enseña cómo comportarse en la oración pública y el culto, qué cualidades deben tener los ministros sagrados y cómo tratar a los herejes y a las diversas clases de cristianos. Luego vuelve a hablar de los falsos doctores y concluye con algunos avisos particulares y el epílogo.
Esta carta fue escrita del 64 al 67.

IIª CARTA A TIMOTEO. Esta carta, aún más íntima y personal que la primera, puede considerarse como el testamento de san Pablo, pues fue escrita en el 67.
Timoteo, a quien Pablo había dejado en Éfeso, presidía esta iglesia cuando el Apóstol, nuevamente en Roma, le escribió la presente carta. Aunque le cuenta que ha tenido que comparecer ante Nerón y que ha sido liberado «de la boca del león», le dice que su muerte es inevitable y le llama a su lado para animarle y confiarle los últimos recuerdos.
Esta entrañable carta, que une exhortaciones a las profecías de la muerte del Apóstol y del futuro de la Iglesia, mezcladas con noticias personales, contiene exhortaciones a
251
hacer fecunda la gracia del sacerdocio, animado con el ejemplo de Pablo y con la resurrección de Cristo; instrucciones sobre las herejías que deben combatirse, manteniéndose firmes en la doctrina recibida, en la predicación del Evangelio y en el cumplimiento de los propios deberes.

CARTA A TITO. Tito, un gentil convertido por san Pablo, acompañó muchas veces a su maestro, por ejemplo en el Concilio de Jerusalén y en el tercer viaje misionero, y de él recibió el encargo de visitar diversas iglesias. Después de la primera prisión en Roma, san Pablo evangelizó con Tito el territorio de Creta y le dejó allí para que organizara las diversas iglesias fundadas en la isla. San Pablo abandonó Creta y se dirigió a visitar las iglesias de Asia y Macedonia, y en el 64 o el 66 llegó a Nicópolis, capital del Epiro. Quizá escribiera desde Nicópolis esta carta para decir a Tito que fuera a verle y para darle algunas instrucciones. Probablemente es una carta contemporánea de la primera a Timoteo, pues tiene el mismo estilo, sencillo y espontáneo, y las mismas frases, además de que trata el mismo tema pastoral.

REFLEXIÓN XXV

La Biblia abrevia el purgatorioy aumenta la visión beatífica


«Cumpliré tu ley constantemente,
por siempre jamás»

(Sal 118/119,44)


El paraíso es nuestra mayor esperanza, nuestro único tesoro, y consiste en ver a Dios cara a cara y en poseerle y gozarle.
Dios escribió su larga carta a los hombres con vistas al cielo. Para él fuimos creados y por él vivimos y trabajamos.
252
Nuestra oración debe ser como la del salmista: «Una cosa pido al Señor, sólo eso busco: habitar en la casa del Señor todos los días de mi vida para gustar la dulzura del Señor y contemplar la belleza de su templo» (Sal 26/27,4), o sea, que podamos ganarnos el cielo.
Santo Tomás,1 el más importante filósofo y teólogo de la Iglesia, cuando el Señor le preguntó qué deseaba como recompensa por sus importantes y numerosos escritos, respondió: «Non aliud nisi te»: sólo a ti, Señor, tu paraíso.
Por otra parte, quien lee la sagrada Escritura no solamente sabe que ha sido creado para el cielo, sino que también se le abrevia el purgatorio, si por desgracia cae en él, ya que sus ojos serán pronto aptos para contemplar a Dios.

* * *

Hemos dicho en primer lugar que la Biblia permite al hombre conocer su fin, el motivo por el que fue creado. Hasta seiscientas veces nos habla la Biblia del cielo, nuestro destino.
El divino Maestro nos contó muchas y preciosas parábolas sobre el reino de los cielos.
Pero toda la sagrada Escritura, como hemos apuntado, está escrita para decir al hombre que ha sido creado para el cielo. Tanto el Antiguo como el Nuevo Testamento son una continua exhortación a practicar el bien y evitar el mal. ¿Con qué fin? Para conseguir un día el premio, es decir, para entrar en el cielo.
La sagrada Escritura se representa muchas veces como una lámpara que ilumina los pasos de los hombres para no errar el camino. «Mandatum lucerna est, et lex lux: el precepto es una lámpara y la ley
253
una luz» (Prov 6,23), y Jesús dijo que en el juicio serán juzgados todos los hombres de acuerdo con esta luz, es decir, si han obrado o no según los preceptos contenidos en la sagrada Escritura: «Scrutabor Jerusalem in lucernis» (Sof 1,12).2 Y en los Salmos leemos: «Lucerna pedibus meis, verbum tuum, et lumen semitis meis: tu palabra es una luz para mis pies, y una antorcha para mi camino» (Sal 118/119,105).
Es siempre el Señor quien por medio de su ley ilumina nuestros pasos para que no nos salgamos del camino recto del cielo.
¡Cómo se acrecienta nuestra esperanza y nuestro deseo del cielo con la lectura frecuente de la Biblia! Es el modo de darnos cuenta de lo pasajero de la tierra y de las bellezas del cielo, lo que nos lleva a formular propósitos para conseguirlas a toda costa.
San Basilio dice que la Biblia es «una gran farmacia donde cada uno puede libremente proveerse de los mejores remedios, los que mejor sanan nuestro espíritu».

* * *

La lectura de la Biblia, por otra parte, acelera y aumenta la visión beatífica de Dios, es decir, el cielo, porque abrevia el purgatorio. Quien lee libros frívolos, o tal vez malos, tendrá necesariamente pensamientos o deseos terrenos y mundanos, por lo que, cuando se presente ante el tribunal de Dios, los ojos de su inteligencia se sentirán ofuscados y quizá llenos de barro. Y como no estará preparado para la contemplación de Dios ni acostumbrado a los misterios divinos, deberá pasar antes por un largo purgatorio, para purificarse allí y preparar sus ojos a la contemplación del rostro
254
resplandeciente del Señor, ya que el cielo es la contemplación cara a cara de nuestro Dios.
Leed el libro sobre el purgatorio de santa Catalina de Génova y os convenceréis pronto del dolor inmenso que padecen aquellas pobres almas, obligadas a estar alejadas de su Dios.
En cambio, quien lee muchas veces y debidamente la sagrada Escritura, demuestra que sólo quiere una cosa: conocer al Señor. Y este deseo será satisfecho, pues contamos con la palabra infalible del mismo Jesús, que dice: «Beati qui esuriunt, et sitiunt justitiam: quoniam ipsi saturabuntur» (Mt 5,6).3 En el cielo no habrá deseos insatisfechos: los bienaventurados pasarán de un misterio a otro y Dios se revelará a los que le han buscado: «Inquirentibus se remunerator sit» (Heb 11,6).4
Su vista será tan aguda como la del águila, a la que su madre lleva a lo más alto del cielo apenas nacida para que se acostumbre a los rayos del sol.
Quien lee la Biblia se acostumbra desde ahora a contemplar lo que constituirá el objeto de su eterna felicidad, y apenas su alma se encuentre libre de este cuerpo de muerte, desplegará el vuelo hacia Dios, y como estará acostumbrado a contemplar los sublimes misterios, será pronto admitido a la visión de Dios.
Al evangelista san Juan, que continuamente aspiraba a conocer los misterios divinos, se le representa casi siempre con un águila, lo que quiere decir que su vuelo en la contemplación de Dios fue maravilloso. ¡Con qué altura y sublimidad comienza su Evangelio! Lo hace partiendo de la naturaleza
255
de Dios y con la narración de la eterna generación del Verbo. Ante tanta sublimidad nosotros sólo podemos exclamar con san Pablo: «¡Qué profundidad de riqueza, de sabiduría y de ciencia la de Dios!» (Rom 11,33).5
Abramos pues el santo Libro y leámoslo; nutrámonos a menudo con él para que crezca nuestra felicidad en la eternidad, porque la Biblia es una preparación a ella, como dice san Agustín: «La doctrina de la sagrada Escritura es la ciencia de las ciencias, la comida, el alimento delicioso de los ángeles y de los arcángeles, la gloria de los apóstoles, la confianza de los patriarcas, la esperanza de los profetas, la corona de los mártires, la fortaleza de las vírgenes, el descanso de los monjes, el consuelo de los obispos, el dispensario de los sacerdotes, el silabario de los niños, la doctrina de las viudas, la belleza de los casados, la resurrección de los muertos, la protección permanente de los vivos. Esta doctrina se adorna con la fe, se confirma con la esperanza y se consolida con la caridad. Es la doctrina que quien la encuentre, habrá encontrado la vida y conseguirá de Dios la salvación».6*
Fijaos en alguien que haya leído, con recta intención, un texto de la Biblia: mira sorprendido a su alrededor y le parece casi imposible que aún siga en la tierra. Efectivamente, con el cuerpo está en la tierra, pero con el espíritu se encuentra en el cielo.

EJEMPLO. San Beda. Iluminó a Inglaterra y a la Iglesia con su santidad y sus escritos. Educado desde niño en la piedad y el estudio, manifestó
256
muy pronto las excelentes cualidades con las que el Señor le había distinguido.
Se consagró muy pronto al Señor con los votos religiosos y se dedicó con ahínco a los estudios, que siempre le atrajeron.
No era la vanidad o la propia satisfacción las que hacían que se dedicara a tan noble ocupación, pues él mismo afirmaba que ni la vanagloria ni la cultura en sí misma le hacían ir en busca del saber, sino todo lo que se refería a la gloria de Dios y al mayor conocimiento de la sagrada Escritura. Esto explica que, siendo ya muy docto, se convirtiera en humilde alumno para aprender la lengua griega.
Su amor a la sagrada Escritura y el estudio de la misma eran tan conocidos7 que el arzobispo de York solía llamarle a menudo para leer con él los libros santos y escuchar sus explicaciones, así como para tratar cosas espirituales.
Se dice que leía todos los días durante seis horas los libros sagrados y que los aprendió tan bien que no sabía escribir ni hablar sin citar versículos de la Biblia.
Su obra principal es un comentario a la sagrada Escritura que todavía hoy es muy útil para los comentaristas bíblicos.
Sus libros los leían en las iglesias los sacerdotes, como en la Misa se leen el Evangelio y la epístola, porque estaban redactados con multitud de pasajes de la sagrada Escritura.

FLORECILLA. Recitaré un acto de contrición por el escaso cuidado que hasta ahora se ha tenido con el libro sagrado.

CÁNTICO DE LOS CÁNTICOS [#]

Señor, tú eres mi Dios;
yo te ensalzo y bendigo tu nombre,
porque has realizado los designios maravillosos
concebidos desde antiguo, firmes y seguros.
Porque has convertido la ciudad
en un montón de escombros,
la villa fortificada en una ruina;
la ciudadela de los orgullosos
ya no es una ciudad, y no será jamás reconstruida.
Por eso te glorifica un pueblo poderoso,
la ciudad de gentes temibles te teme;
porque tú eres un refugio para el desvalido,
un refugio para el pobre en su angustia,
abrigo contra el aguacero, sombra contra el calor;
pues el soplo de los tiranos
es como la lluvia que azota la pared,
257
como el calor en tierra seca.
Mas tú apaciguas el tumulto de los orgullosos;
como el calor a la sombra de una nube,
reprimes el canto de los tiranos.

(Is 25,1-5).


LECTURA

Parábolas del tesoro escondido, de la perla y de la red

«El reino de Dios es semejante a un tesoro escondido en el campo. El que lo encuentra lo esconde y, lleno de alegría va, vende todo lo que tiene y compra aquel campo. El reino de Dios es semejante a un mercader que busca perlas preciosas. Cuando encuentra una de gran valor, va, vende todo lo que tiene y la compra. El reino de Dios es semejante a una red que se echa al mar y recoge toda clase de peces; cuando está llena, los pescadores la sacan a la orilla, se sientan, recogen los buenos en cestos y tiran los malos. Así será al fin del mundo. Vendrán los ángeles, separarán a los malos de los justos y los echarán al horno ardiente: allí será el llanto y el crujir de dientes. ¿Habéis entendido todo esto?» Le contestaron: «¡Sí!». Y él les dijo: «Por eso, el maestro de la ley que se ha hecho discípulo del reino de Dios es como el amo de la casa que saca de su tesoro cosas nuevas y viejas».

[Mt 13,44-52].


ORACIÓN DE DAVID

¿Quién soy yo, Señor, y qué es mi casa para que me hayas hecho llegar hasta aquí?
Y aun esto es todavía poco para ti, Señor, y extiendes también tu promesa a la casa de tu siervo para un futuro lejano, para la duración misma de la humanidad.
¿Qué más podría decirte David? Tú conoces a tu siervo, Señor.
Por amor a tu siervo has hecho todas estas maravillas y las has dado a conocer.
Eres grande, Señor; no hay nadie como tú, ni hay Dios fuera de ti, como hemos oído.

(2Sam 7,18ss).


258

1 De santo Tomás de Aquino (1224/1225-1274, dominico, canonizado en 1323, doctor de la Iglesia desde 1567, fiesta el 28 de enero) en LS se habla muchas veces: pp. 51s (de su ejemplo de lector, estudioso y comentador de la Biblia), p. 91 (como compañero de san Buenaventura y conocedor profundo del Cantar de los Cantares), p. 200, nota 4 (de su pensamiento sobre la verdad y la libertad de la doctrina bíblica), p. 244 (como autor de libros extraordinarios). Este doctor y teólogo de la Iglesia influyó decisivamente en el sistema de enseñanza de los seminarios y las universidades eclesiásticas, y por consiguiente en el pensamiento del P. Alberione y de los paulinos de la primera hora. Tomás, como fraile predicador, leía habitualmente la palabra de Dios para contemplata aliis tradere (comunicar a los demás lo aprendido en la propia contemplación), como pensador intentó una síntesis entre filosofía y fe cristiana, entre naturaleza y gracia. Patrono de las universidades, de los colegios y de las escuelas católicas, Tomás fue un maestro de comunicación lúcido y conciso, libre, racional, capaz de aplicar su inteligencia a los misterios de la Palabra.

2 «Yo registraré a Jerusalén con linterna...».

3 «Dichosos los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos serán saciados».

4 «Recompensará a aquellos que le buscan».

5 Por un error de impresión, LS indica “Rom. XXI, 33”.

6* San Agustín, Serm. XXVIII.

7 Poco antes de su muerte en 735, concluyendo la historia de su pueblo, Beda hizo de sí mismo este autorretrato al dar el elenco de sus obras: «He pasado toda la vida en este monasterio [de Wearmouth y Jarrow], dedicándome enteramente al estudio de la Biblia. Mientras observaba la disciplina de la Regla y el cotidiano deber de cantar en la iglesia, siempre me resultaba dulce aprender, enseñar o escribir... Te suplico, Jesús mío, ya que benévolamente me has concedido la dulzura de las palabras de tu ciencia, que me concedas también, por tu benignidad, acercarme a ti, fuente de toda sabiduría, y permanecer delante de ti». Beda fue sobre todo un lector de la Biblia. Su obra exégetica, su penetración de la Escritura, le convierten en uno de los mayores intérpretes bíblicos del Alto Medioevo latino.