Beato Santiago Alberione

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DÍA XIV
LA BIBLIA Y LA PRÁCTICA DE LAS BIENAVENTURANZAS EVANGÉLICAS

EZEQUIEL

Ezequiel, de estirpe sacerdotal, fue conducido a Babilonia con Jeremías en la segunda deportación (601-599 a. C.), y con su esposa, que murió en Tel-Abib, junto al Cobar (probablemente el gran canal que unía el Tigris con el Éufrates), donde estuvo con una colonia de desterrados. Después de cinco años de destierro, quizá a la edad de treinta años, comenzó su ministerio profético, y fue al menos durante veintidós años el guía moral de su pueblo y de los ancianos que se reunían en su casa, porque Ezequiel, como sacerdote, como profeta y especialmente por su gran espíritu, tenía un gran prestigio entre ellos. Murió en el destierro y parece que fue asesinado por un personaje de Judá al que reprendió por su idolatría.
Ezequiel vivió en tiempos tristes del pueblo elegido. Es el profeta de la fidelidad divina en las amenazas y las promesas; el profeta de admirable grandeza de espíritu, firme carácter y eficaz elocuencia que anuncia el cumplimiento de los compromisos divinos con el final del destierro, la vuelta a la patria y la restauración de Israel y del reino mesiánico.
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LA PROFECÍA DE EZEQUIEL

Parece que fue el propio Ezequiel quien agrupó las profecías que pronunció en el orden que tienen aquí, lógico y cronológico al mismo tiempo.
El centro de su libro es la caída de Jerusalén. Antes de la caída de la ciudad santa, las profecías de Ezequiel tratan de despertar en los judíos el arrepentimiento de sus pecados, así como la confianza en Dios y no en Egipto o en los demás pueblos, e insisten en el triunfo de los babilonios y en la caída del reino de Judá. Después de la caída de Jerusalén,1 sus profecías quieren consolar a los desterrados con las promesas de la liberación, del regreso a la patria y al reino mesiánico, descrito con símbolos maravillosos.
El libro de Ezequiel es obscuro, especialmente por la abundancia de símbolos y visiones, de usos y costumbres que nosotros desconocemos. El lenguaje refleja el destierro y, según algunos, el estilo no es elegante, aunque todos consideran que es eficaz y muy audaz. Pero la obscuridad se convierte en claridad ante la realidad del reino mesiánico, simbolizado por él.

REFLEXIÓN XIV

La Biblia y la práctica de las bienaventuranzas evangélicas


«Tus decretos hacen mis delicias,
ellos son mis consejeros»

(Sal 118/119,24)


El divino Maestro subió al monte, se sentó y comenzó a enseñar a la multitud, diciendo: «Dichosos los pobres de espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos.
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Dichosos los afables, porque ellos heredarán la tierra.
Dichosos los afligidos, porque ellos serán consolados.
Dichosos los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos serán saciados.
Dichosos los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia.
Dichosos los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios.
Dichosos los que trabajan por la paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios.
Dichosos los perseguidos por ser justos, porque de ellos es el reino de Dios.
Dichosos seréis cuando os injurien, os persigan y digan toda suerte de calumnias contra vosotros por causa mía. Alegraos y regocijaos, porque vuestra recompensa será grande en los cielos. Pues también persiguieron a los profetas antes que a vosotros» (Mt 5,3-12).
Esos son los dones que esperamos de Jesús el día del juicio, unos dones divinos que tienen su raíz y procedencia en las virtudes teologales. Por eso los tratamos aquí, inmediatamente después de las virtudes de la fe, la esperanza y la caridad.
Las bienaventuranzas evangélicas incluyen en sí mismas una doble promesa: una promesa de felicidad en la tierra y otra en el cielo. El alma, ante estas promesas, se lanza anhelante por el camino de la perfección, totalmente convencida de que encontrará en él la paz y la tranquilidad.
Es verdad que las bienaventuranzas apenas ocupan media página del Evangelio de san Mateo, pero se puede decir que toda la Biblia es un comentario y una recomendación continua de las bienaventuranzas promulgadas por Jesús en el célebre sermón de la montaña.
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Son muchos los lugares de la sagrada Escritura donde se nos dice, por ejemplo, que los pobres son felices también en la tierra. Es hermoso y edificante el ejemplo de Rut, la cual, no teniendo nada para vivir, va a espigar al campo de un hombre rico llamado Booz, quien viendo la virtud de la joven, decide que sea su esposa, y desde aquel día Rut será feliz también en la tierra.
Otro ejemplo de pobreza premiada es la del profeta Elías,* a quien Dios proveía de alimento milagrosamente enviando un cuervo que le llevaba el pan que necesitaba. Y podríamos continuar citando muchísimos otros ejemplos bíblicos como prueba de que de los pobres son felices y, en cambio, los ricos infelices, es decir, todos los que tienen su corazón apegado a las riquezas.
Lo mismo se podría decir de las demás bienaventuranzas.
En la Biblia encontramos muchos hechos y muchas expresiones que elogian y comentan el «Dichosos los limpios de corazón». ¿Qué nos dice la hermosa figura del inocente y limpio José el hebreo? ¿Y el de la casta Susana? Nos repiten con los hechos las palabras de Jesús: «Dichosos los limpios de corazón».
El diluvio universal y la destrucción de Sodoma y Gomorra nos repiten, a su vez, que los deshonestos serán terriblemente castigados y maldecidos por Dios.
De cada una de las demás bienaventuranzas encontramos en el Antiguo y en el Nuevo Testamento elogios, recomendaciones y hechos que las comentan.

* * *

Quien lea asiduamente la Biblia se sentirá inclinado a vivir en la atmósfera divina y celestial de los bienaventurados. Se sentirá tan animado con los santos ejemplos narrados en ella y por
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sus santas máximas, que concebirá propósitos heroicos y en la vía de perfección, más que correr, volará. Así sucedió con la santísima Virgen, que se inflamaba con la lectura de la sagrada Escritura y crecía en santidad a pasos agigantados.
Las bienaventuranzas son un compendio y una práctica de la vida de perfección cristiana. Efectivamente, la pobreza, la mansedumbre, la paciencia y la pureza recomendadas por Jesús constituyen la ascética más alta y más sublime de la perfección.

* * *

De ello se desprende que la sagrada Escritura no es solamente para una clase de personas, sino para todos, pues todos están obligados a tender a la perfección. El divino Maestro dirige a todos la invitación a ser perfectos como es perfecto el Padre celestial: «Estote ergo perfecti sicut Pater vester cœlestis perfectus est» (Mt 5,48).2
De los 72 libros que componen la sagrada Escritura, algunos son más adecuados para determinadas personas y otros para otras. Por ejemplo, ¡cuántas enseñanzas prácticas pueden encontrar los padres y los hijos en los preciosos libros de Rut, de Tobías, de Job!
¡Y cuánto bien pueden encontrar en la lectura del Levítico y de los Números los que se dedican al servicio de Dios!
El Padre celestial ha escrito una carta a toda clase de personas. Cada uno puede encontrar en la Biblia lo más conveniente para él: luz, estímulo, fuerza.
En los primeros siglos de la Iglesia y durante toda la Edad Media, los libros de la sagrada Escritura, especialmente los del Nuevo Testamento, estaban en casa
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de las familias cristianas y todos los fieles encontraban en ellos su alimento espiritual. Más tarde, al llegar el peligro del protestantismo y del racionalismo, esta costumbre fue poco a poco desapareciendo. Pero llegó finalmente el hombre de la Providencia, León XIII, quien en el año 1898 impulsó a los Grupos del Evangelio, con los que se difundió la hermosa costumbre de tener y leer en las familias el santo Evangelio, hasta poder llegar a decir hoy que todas las familias cristianas poseen el Libro sagrado.
Mons. Besson,3 arzobispo de Ginebra, dice en su libro «La Iglesia católica y la Biblia» que es verdad que la lectura de la Biblia no es absolutamente obligatoria, pero no cabe duda de que es el alimento preferido de las almas fervorosas y de los que tienen deseos de progresar en el camino de la santidad.

* * *

Supliquemos pues a Jesús bendito que nos conceda un corazón inclinado a amar las bienaventuranzas, así como la gracia y la fuerza de poder practicarlas como las practicaron aquellos cuyo ejemplo quiso que figurara en la Biblia, para nuestra edificación y para que, como ellos, seamos dichosos ahora en la tierra y después en el cielo.

EJEMPLO. Los santos en la sagrada Escritura. Todos los santos son un comentario vivo y perenne de la sagrada Escritura; todos ellos, con su vida limpia y laboriosa y con sus diferentes actividades, han comentado uno o más pasajes de la carta que Dios ha escrito a los hombres; algunos han convertido un único versículo en lema de toda su vida, y otros, leyendo solamente algunas palabras del libro santo, han sentido el impulso y la fuerza para alejarse del pecado, entregarse a Dios y alcanzar las cimas más altas de la perfección.

San Agustín comentó con su vida este paso de la carta a los Romanos: «Comportémonos decentemente,
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como en pleno día; nada de comilonas ni borracheras, nada de lujuria ni desenfreno, nada de peleas ni envidias; al contrario, revestíos de Jesucristo, el Señor, y no busquéis satisfacer los bajos instintos» (Rom 13,13-14).
Estas palabras, que aparecieron ante sus ojos al abrir la Biblia, decidieron su conversión y le encaminaron hacia la santidad. Tenía ya treinta años y su vida hasta entonces había sido como la del cualquier pagano, pero desde entonces no hubo obstáculos ante él. Se convirtió, fue bautizado y ordenado sacerdote y más tarde obispo de Hipona. Por sus numerosos y profundos estudios se le llama justamente águila de los teólogos.
San Antonio abad es otra gran perla de la sagrada Escritura. Las palabras del Evangelio: «Si quieres ser perfecto, anda, vende todo lo que tiene y dáselo a los pobres, y tendrás un tesoro en el cielo; después, ven y sígueme» (Mt 19,21), que oyó leer en la iglesia, le llamaron la atención y decidió dejarlo todo. Vendió lo que tenía y se lo distribuyó a los pobres. Más tarde se retiró al desierto, hizo penitencias austerísimas y se hizo célebre por sus milagros. Es el gran Patriarca de los cenobitas.
El beato Don Bosco,4 como san Francisco de Sales, tuvo por programa estas palabras de la sagrada Escritura: «Da mihi animas, cætera tolle», dame las almas y quédate con todo lo demás (Gén 14,21). Este fue el fin de toda su vida y lo sigue siendo de su obra.
San Jerónimo Emiliano quiso realizar esta expresión de Isaías: «Repartir tu pan con el hambriento, hospedar a los pobres sin techo, vestir al que veas desnudo y no eludir al que es tu propia carne» (Is 58,7). Su vida fue una expresión de caridad con todos los pobres, especialmente con los huérfanos, para los que fundó en todas partes orfanatos, hospicios y asilos, y fundó la Congregación de los Somascos. Jerónimo es justamente llamado el Padre de los huérfanos.
Son sólo algunos ejemplos, pero todos los santos comentaron con su
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vida algún pasaje de la sagrada Escritura. ¿Y qué decir de los millones de gloriosos mártires? Fueron quienes comentaron con su sangre estas palabras de Jesús: «No tengáis miedo de los que matan el cuerpo, pero no pueden matar el alma; temed más bien al que puede perder el alma y el cuerpo en el fuego» (Mt 10,28).
¿No son las multitudes de vírgenes el comentario más elocuente de la bienaventuranza «Dichosos los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios?» (Mt 5,8).
Todas las palabras de la sagrada Escritura son de Dios y todas son confirmadas por los santos, que son los verdaderos hijos y los amigos predilectos de Dios.

FLORECILLA. Elijamos una frase de la sagrada Escritura y modelemos sobre ella nuestros pensamientos y nuestras acciones.

CÁNTICO: LAS BIENAVENTURANZAS [#]

Dichosos los pobres de espíritu, porque de ellos es el reino de Dios.
Dichosos los afables, porque ellos heredarán la tierra.
Dichosos los afligidos, porque ellos serán consolados.
Dichosos los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos serán saciados.
Dichosos los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia.
Dichosos los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios.
Dichosos los que trabajan por la paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios.
Dichosos los perseguidos por ser justos, porque de ellos es el reino de Dios.
Dichosos seréis cuando os injurien, os persigan y digan contra vosotros toda suerte de calumnias por causa mía. Alegraos y regocijaos, porque vuestra recompensa será grande en los cielos. Pues también persiguieron a los profetas antes que a vosotros.

(Mt 5,3-12).


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LECTURA

Los buenos y los malos en el juicio final

Cuando venga el hijo del hombre en su gloria con todos sus ángeles se sentará sobre el trono de su gloria. Todos los pueblos serán llevados a su presencia; y él separará a unos de otros, como el pastor separa las ovejas de las cabras. Pondrá las ovejas a su derecha y las cabras a su izquierda. Entonces el rey dirá a los de su derecha: «Venid, benditos de mi Padre, tomad posesión del reino preparado para vosotros desde el principio del mundo. Porque tuve hambre y me disteis de comer, tuve sed y me disteis de beber, fui emigrante y me acogisteis, estuve desnudo y me vestisteis, enfermo y me visitasteis, preso y fuisteis a estar conmigo». Entonces los justos le responderán: «Señor, ¿cuándo te vimos hambriento y te alimentamos, sediento y te dimos de beber? ¿Y cuándo te vimos emigrante y te acogimos, o desnudo y te vestimos? ¿Cuándo te vimos enfermo o en la cárcel y fuimos a verte?». Y el rey les dirá: «Os aseguro que cuando lo hicisteis con uno de estos mis hermanos más pequeños, conmigo lo hicisteis». Luego dirá a los de la izquierda: «Apartaos de mí, malditos, al fuego eterno preparado para el diablo y sus ángeles. Porque tuve hambre y no me disteis de comer, tuve sed y no me disteis de beber, fui emigrante y no me acogisteis, estuve desnudo y no me vestisteis, enfermo y en la cárcel y no me visitasteis». Entonces responderán también ellos diciendo: «Señor, ¿cuándo te vimos hambriento o sediento o emigrante o enfermo o en prisión y no te asistimos?». Y él les contestará: «Os aseguro que cuando no lo hicisteis con uno de esos pequeñuelos, tampoco conmigo lo hicisteis». Y éstos irán al castigo eterno, pero los justos a la vida eterna.

(Mt 25,31-46).


ORACIÓN DE DOLOR Y CONFIANZA

¡Oh, si tú rasgases los cielos
y bajases haciendo estremecer
con tu presencia a las montañas,
como el fuego inflama las ramas secas,
como el fuego hace hervir el agua,
para manifestar tu nombre a tus enemigos
y hacer temblar a las naciones ante ti,
realizando maravillas inesperadas
de las que nadie jamás había sabido!
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Ni oído alguno oyó, ni ojo alguno vio jamás,
fuera de ti, un Dios que hiciera tanto
con quien confía en él.
Tú sales a recibir a los que practican la justicia
y tienen en la mente tus caminos.
Te has irritado, sí, porque pecamos;
contra ti, desde antiguo, hemos sido rebeldes.
Todos nosotros éramos inmundicias,
y todas nuestras obras buenas
como un lienzo manchado.
Todos hemos caído como hojas,
y nuestras iniquidades nos barren como el viento.
No hubo nadie que invocara tu nombre,
que despertara para apoyarse en ti,
pues tú habías escondido tu rostro de nosotros
y nos habías dejado a merced de nuestras iniquidades.
Y sin embargo, Señor, tú eres nuestro padre;
nosotros somos la arcilla y tú nuestro alfarero,
todos somos obra de tus manos.
No te irrites sin medida, Señor,
no recuerdes siempre nuestras culpas.
Pues, mira, tu pueblo somos todos nosotros.
Tus santas ciudades han quedado hechas un desierto;
Sión está desierta, Jerusalén es una desolación.
Nuestro templo santo y glorioso,
donde te alabaron nuestros padres,
ha sido devorado por el fuego,
y todo lo que hacía nuestras delicias está en ruinas.
¿Vas a ser insensible a todo esto, Señor,
seguirás aún callado para humillarnos sin medida?

(Is 63,19-64,11).


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1 Jerusalén se rinde al rey de Babilonia, Nabucodonosor II, en marzo del 597 a.C., año en que comienza el destierro para muchos ciudadanos influyentes. Otras deportaciones siguen a la destrucción definitiva de la ciudad, en el 587-586. No sabemos cuántos fueron los deportados a Babilonia, aunque Jer 52,30 habla de “cuatro mil seiscientos”. Desconocemos la fecha de la deportación de Ezequiel. Para el P. Alberione tuvo lugar entre los años 601-599 (cf. p. 141), pero es una conjetura dudosa, ya que dice que el ministerio de Ezequiel comenzó “después de cinco años de destierro”. No se comprende cómo el profeta podía comenzar en Babilonia a invitar a los judíos al arrepentimiento antes de la caída de Jerusalén (cf. p. 142).
En el original (y también en la edición italiana del 2004) se lee erróneamente Eliseo; pero el episodio (cf. 1Re 17,6) pertenece a Elías.

* En el original (y también en la edición italiana del 2004) se lee erróneamente Eliseo; pero el episodio (cf. 1Re 17,6) pertenece a Elías.

2 «Vosotros sed perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto».

3 Mons. Marius Besson (Turín 1876 - Friburgo 1945), obispo de Lausana, Ginebra y Friburgo, en Suiza, fue pastor celoso, de vasta y sólida cultura teológica e histórica. Ejerció un notable influjo en los ambientes internacionales y en la Sociedad de las Naciones, que tenía su sede en Ginebra. Fue animador de organizaciones caritativas y culturales, de la Acción Católica y de la buena prensa. Tenía fama entre los protestantes de espíritu conciliador. En P. Alberione cita entre sus obras, en traducción italiana, L'Église et la Bible, publicada en Friburgo en 1927.

4 San Juan Bosco (Castelnuovo d'Asti 1815 - Turín 1888), beatificado por Pío XI el 2 de junio de 1929, fue canonizado por el mismo Papa el 1° de abril de 1934. El lema de su vida, descrito en LS con las palabras de Abrahán (Gén 14,21), fue en realidad la educación de los jóvenes con el conocido “sistema preventivo”, tendente a prevenir el mal más que a corregirlo. Ese sistema, expuesto por el autor en un bosquejo de nueve páginas, fue conocido por el P. Alberione (cf. G. BARBERO, Relazioni ed analogie tra Don Giacomo Alberione e San Giovanni Bosco, e tra la Famiglia Paolina e la Famiglia Salesiana, Monografía inédita, Roma 1988).