Beato Santiago Alberione

Opera Omnia

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DÍA XX
DISPOSICIÓN PARA LEER LA BIBLIA

SAN MARCOS

En el libro de los Hechos de los Apóstoles se recuerda al discípulo Juan apellidado Marcos. Su madre se llamaba María y en su casa de Jerusalén se reunían los hermanos en tiempos de persecución.
Cuando Pablo y Bernabé volvían de Jerusalén, después de haber llevado a los hermanos la colecta de los cristianos de Antioquía, se llevaron consigo a Marcos.
Marcos fue compañero de Pablo y Bernabé en el primer viaje apostólico, pero muy pronto, por temor a las dificultades, se volvió a su país. Cuando Bernabé, tras el concilio de Jerusalén, quiso que les acompañara nuevamente Marcos, Pablo se opuso recordando la actitud de éste y se separaron.
Marcos fue con Bernabé a Chipre. No obstante, mantuvo buena armonía con Pablo, que le recuerda en la carta a los Colosenses como cooperador suyo, e incluso volvió a su lado y recibió alguna misión del Apóstol.
Más tarde encontramos a este evangelista en Roma, donde estuvo algún tiempo con san Pedro. Enviado a Egipto, fundó allí la iglesia de Alejandría. Su cuerpo fue llevado posteriormente a Venecia, donde se levantó la célebre basílica dedicada a su recuerdo.
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EL EVANGELIO SEGÚN SAN MARCOS

Los Padres consideran unánimemente a san Marcos autor del segundo Evangelio, escrito en Roma para los romanos, con el consejo y la aprobación de san Pedro.
Escribe san Jerónimo: «Marcos, discípulo e intérprete de san Pedro, escribió, a ruego de los hermanos de Roma, un breve Evangelio, teniendo en cuenta lo que había oído decir a san Pedro. Este Evangelio, después de leerlo, fue aprobado por Pedro, quien lo entregó a la Iglesia para que fuera a su vez leído». Hay efectivamente muchas cosas en el segundo Evangelio que demuestran que es un resumen de la predicación de san Pedro. San Marcos omite las alabanzas a su maestro. El modo narrativo contiene las expresiones de un intérprete inmediato como había sido san Pedro.
San Marcos cuenta con frecuencia las cosas minuciosamente y añade circunstancias particulares que no añaden nada a un mejor conocimiento de la doctrina, lo que nos hace pensar en un testigo ocular que participó en los acontecimientos que narra tal como los vio.
No está claro el fin para el que san Marcos escribió su Evangelio. Según la tradición, el segundo Evangelio fue escrito a petición de los romanos, que deseaban conservar el recuerdo de la predicación de san Pedro. Pero no se puede determinar claramente la finalidad principal que tuvo la predicación de san Pedro.
Sí podemos comprobar que el segundo evangelista quiere poner de relieve el poder de Jesús sobre la naturaleza, los demonios y las enfermedades, y de ahí que su Evangelio pueda considerarse como el de los milagros de Cristo.
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REFLEXIÓN XX

Disposición para leer la Biblia


«Abre mis ojos,
para que contemple las maravillas de tu ley»

(Sal 118/119,18)


La sagrada Escritura debe leerse en primer lugar con espíritu ferviente, con sed y deseo intensos que nos permitan penetrar en su sentido y escrutar su significado.
Debemos además leerla con mucho amor, con el amor de unos hijos afectuosos.1* La Biblia es la carta de Dios,2 de nuestro Padre celestial, que nos la ha enviado con su infinito amor de Padre, y por eso debemos leerla con amor de hijos.
Siendo todos los hombres hijos de Dios, son amados infinitamente por Él. Dios ha querido siempre estar con ellos y hablar con ellos de sus maravillas, y por eso les escribió una larga carta que entregó a la Iglesia para que, como cartero fiel, se la entregara a los hombres y cada uno de ellos encontrara iluminado su camino y pudiera llegar un día con Él al paraíso.
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Muchas almas se quejan de no saber qué mortificación y actos de amor ofrecer a Dios. Lo mejor es que tomen la sagrada Escritura y la lean. Es uno de los obsequios más hermosos al corazón de Dios.
El acto de amor más sincero que puede tributarse a Jesús Maestro es acudir a su escuela y oír sus divinas enseñanzas.
¿No sabéis qué obsequio hacer? Leed la Biblia. No es necesario mucho tiempo, basta habitualmente leer algunos versículos para alimentar el alma y hacer que arda de amor.
La Biblia no debe ser leída con fines críticos o con intenciones profanas, sino para encontrar en ella al Señor y el modo de amarle más.
Una persona que sea soberbia y lea la Biblia no llena su corazón, no consigue fruto alguno y hasta podría hacerle daño, como sucedió con los fariseos, quienes teniendo los ojos velados por la soberbia, no supieron ver en su lectura los caracteres del Mesías ni le reconocieron cuando vino: «Et sui eum non receperunt»,3 y no sólo no le reconocieron, sino que incluso le condenaron a muerte.
Las personas humildes, en cambio, descubren su sentido y la interpretan debidamente. Ven y saben encontrar en aquellas palabras al Señor y los caminos para amarle y hacer que se le ame.4*
La historia nos ofrece muchos ejemplos de gente que
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leyó la Biblia no para encontrar a Dios, sino a sí mismos; no con corazón humilde, sino soberbio, por lo que al final, en lugar de encontrarse con Dios, se encontraron con el demonio.
¡Cuántos se han condenado por no haber leído rectamente la sagrada Escritura!

* * *

«Toda la Escritura divinamente inspirada -escribe san Pablo- es útil para enseñar, para reprender, para corregir, para educar en la justicia» (2Tim 3,16), lo que quiere decir que debe leerse para aprender y para poder enseñar, para corregirnos a nosotros mismos y al prójimo, así como para poder educar a quienes dependen de nosotros.
La Biblia es también útil para consolar, y por eso debemos leerla cuando estamos afligidos. Es el manjar más exquisito para nuestra alma, es el pan que nos ha dado el Padre celestial. Tomémoslo pues y comámoslo cotidianamente, porque del mismo modo que el cuerpo necesita cotidianamente el pan material, también el alma debe ser alimentada con el pan celestial.
Lo primero que debemos buscar en la lectura de la Biblia es la santidad, el modo de luchar contra todos los enemigos y de vencerlos, el modo de orar y de meditar. La Biblia sirve magníficamente para todas las prácticas de piedad: para la comunión, para la meditación, la Misa, el examen de conciencia, etc.
¡Cuánto progreso hacen en el camino de la perfección los que en todas sus prácticas de piedad usan la Biblia! En ella encontramos la fuerza y el coraje para superar todas las dificultades de la vida. Ilumina en las dudas y en las incertidumbres. La Biblia,
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como dice san Agustín, «conduce a Dios, invita a amarle, ilumina los corazones, purifica la lengua, prueba la conciencia, santifica el alma, consolida la fe, aplasta al demonio, hace detestar el pecado, enfervoriza a las almas frías, señala la luz de la ciencia, aleja las tinieblas de la ignorancia, ahoga la perversidad del siglo, despierta el gozo del Espíritu Santo, da de beber al sediento».5* Puede decirse de la Biblia lo que san Pablo dice de la piedad, que es útil para todo: «Pietas ad omnia utilis est» (1Tim 4,8).6

* * *

Viene aquí como anillo al dedo lo que dice un texto precioso de la Imitación de Cristo sobre la lectura del Evangelio.
«Tu mayor aplicación debe ser meditar sobre la vida de Jesucristo. En la Santas Escrituras se debe buscar la verdad y no la elocuencia. Toda la Escritura Santa se debe leer con el espíritu con que se escribió. Más debemos buscar el provecho en la Escritura que no la sutileza de las palabras. Si quieres aprovechar, lee con humildad, fiel y sencillamente, y nunca desees nombre de letrado. Nuestra curiosidad nos impide muchas veces el provecho que se saca en leer las Escrituras, cuando queremos entender y escudriñar lo que llanamente se debía creer».
Pero para que la lectura de la Biblia haga realmente bien al alma es necesario orar antes y después de ella.7* Y leerla con el mayor respeto y posiblemente de rodillas y con las manos juntas después de
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haberle dicho al Señor: «Habla, Señor, que tu siervo escucha». Después de la lectura se besa el texto sagrado como señal de afecto y amor, como dispone la Iglesia que debe hacer el sacerdote en la santa Misa después de la lectura del Evangelio. Es necesario también hacer una breve reflexión sobre las cosas leídas y formular un propósito práctico para el día.
Establezcamos una regla para la lectura de la Biblia y seamos fieles a ella.
León XIII, con un rescripto de la Sagrada Congregación de las Indulgencias (diciembre de 1898), concedió a quienes lean durante un cuarto de hora el santo Evangelio estas indulgencias:
Una indulgencia de trescientos días una vez al día.
Una indulgencia plenaria una vez al mes, en día a libre elección, a quienes durante un mes dediquen todos los días un cuarto de hora a dicha lectura, con estas condiciones: confesión, comunión y oraciones según la intención del Sumo Pontífice.
Pío X,8 el 28 de agosto de 1903, concedió a los miembros de la Pía Sociedad de San Jerónimo,9 para la difusión de los santos Evangelios, la indulgencia plenaria el día de la fiesta de san Jerónimo (30 de septiembre) o cualquier día de la octava, y una indulgencia de trescientos días en las fiestas de los santos Mateo, Marcos, Lucas y Juan (25 de abril, 21 de septiembre, 18 de octubre y 27 de diciembre).10*
Lo que demuestra el interés de los santos pontífices para que las almas vuelvan a la lectura cotidiana de la sagrada Escritura y la conviertan en el alimento preferido.
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EJEMPLO. El Beato Cottolengo.11 Es el hombre de la fe. Se le podría aplicar un versículo de la carta de san Pablo a los Romanos: «Justus ex fide vivit»,12 porque toda su vida fue un ejercicio continuo de fe; «fe, pero qué fe», como decía él mismo, con la que alcanzó un grado altísimo de santidad y realizó los muchos milagros que todos conocemos.
Siendo niño, Cottolengo seguía con mucha atención las homilías dominicales del párroco. Alguien que tuvo la suerte de verle dijo de él que estaba tan atento que se olvidaba de todo lo que le rodeaba. ¡Qué hermoso y conmovedor era oírle después en casa cuando en su habitación, convertida en capilla, repetía el sermón como si estuviera en el púlpito!
Ordenado sacerdote, cuando llegaba en la Misa el momento de leer el Evangelio, se enardecía, lo leía en voz alta y pronunciando despacio las sílabas de cada una de las palabra. Terminada la lectura, elevaba con ambas manos el misal y lo besaba, como establece la liturgia, pero con tanto afecto y fervor que todos los presentes se quedaban embelesados. Y al besarlo lo apretaba tanto con los labios que parecía querer saciarse con una deliciosa bebida.
Y realmente convertía el santo Evangelio en una bebida misteriosa que de tal modo le embriagaba de amor a Dios y al prójimo, que salía de allí únicamente para realizar locuras de caridad.
Su amor a la Biblia, una vez fundada la Piccola Casa, lo expresaba, y sigue haciéndose, con frases bíblicas que quiso que figuraran escritas con grandes caracteres en las paredes exteriores de las casas para inspirar con ellas la fe, la esperanza y la confianza en Dios, así como otras máximas que quiso que aparecieran impresas en rótulos sobre las paredes interiores.
Y para dar ejemplo de la devoción que deseaba en quien preparaba las formas para la Misa y la comunión, él mismo se dedicó alguna vez a esta tarea. Mientras las preparaba pedía que le leyeran los pasos del Antiguo y del Nuevo Testamento que hablan de la pasión del Señor y de la institución de la Eucaristía.

FLORECILLA. Propongámonos leer algún texto de la Biblia durante la Misa o la visita al santísimo Sacramento y hacer después un propósito práctico.
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CÁNTICO [#]
(Continuación del cántico de Moisés)

Es una nación que ha perdido la cabeza
y no tiene entendimiento.
Si fueran sabios lo comprenderían
y sabrían intuir lo que les espera.
¿Cómo puede uno solo perseguir a mil
y dos poner en fuga a diez mil,
sino porque su roca los ha vendido
y el Señor los ha entregado?
Pero su roca no es como nuestra roca,
lo saben bien nuestros mismos enemigos;
su cepa viene de la viña de Sodoma,
sus sarmientos de los campos de Gomorra,
sus uvas son uvas venenosas,
y amargos sus racimos.
Su vino es vino de serpiente,
veneno mortal de víbora.
Todo esto lo tengo yo conmigo
como una joya encerrada en mis tesoros
para el día de la venganza y el desquite,
para el tiempo en que sus pies tropezarán.
Está cerca el día de su ruina,
se precipita su destino.
El Señor saldrá en defensa de su pueblo,
tendrá misericordia de sus siervos,
cuando vea que se agotan sus fuerzas
y que no queda entre ellos ni esclavo ni libre.
Entonces les dirá: ¿Dónde están sus dioses,
la roca en que buscaban su refugio,
ante los que comían la grasa de sus víctimas
y bebían el vino de sus ofrendas?
¡Que se levanten y os socorran,
que sean para vosotros un refugio!
Ved ahora que soy yo, que soy el único,
y que no hay Dios alguno más que yo.
Soy yo el dueño de la muerte y de la vida.
Yo hiero y yo curo.
No hay nadie que se libre de mi mano.
Yo alzo al cielo mi mano y juro:
tan verdad como que vivo eternamente,
cuando afile mi espada fulgurante
y empiece a hacer justicia,
tomaré venganza de mis enemigos
y daré su merecido a los que me odian.
Emborracharé de sangre mis flechas
y mi espada se hartará de carne;
sangre de heridos y cautivos,
cabezas de jefes enemigos.
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¡Alegraos, naciones, con el pueblo de Dios!
Porque va a vengar la sangre de sus siervos,
a dar su merecido a los adversarios
y a perdonar a su tierra y a su pueblo.

(Dt 32,28-43).


LECTURA

Parábola del sembrador

Escuchad: Salió el sembrador a sembrar su semilla y, al sembrar, parte de la semilla cayó junto al camino, fue pisoteada, vinieron las aves y se la comieron. Otra parte cayó en un pedregal, donde no había mucha tierra, y brotó en seguida porque la semilla no tenía profundidad en la tierra, pero al salir el sol la abrasó, y por no tener raíz se secó. Otra cayó entre zarzas; las zarzas crecieron, la ahogaron y no dio fruto. Otra parte cayó en tierra buena y dio fruto lozano y crecido, una treinta, otra sesenta y otra ciento.
Dicho esto, exclamó: ¡El que tenga oídos que oiga!

(Mc 4,3-9; Lc 8,5-8).


ORACIÓN

Ten piedad de nosotros, oh Dios del universo,
míranos y derrama tu temor sobre todas las gentes.
Levanta tu mano contra las naciones extranjeras,
para que vean tu potencia.
De la misma manera que les mostraste tu santidad
obrando contra nosotros,
muéstranos a nosotros tu grandeza obrando contra ellos,
para que te conozcan como nosotros te conocimos,
porque no hay Dios fuera de ti, Señor.
Renueva los prodigios y repite los portentos,
glorifica tu mano y tu brazo derecho.
Despierta tu ira y derrama tu cólera,
destruye al adversario, tritura al enemigo.
Acelera el tiempo y acuérdate del juramento,
y que se cuenten tus obras portentosas.
Que tu fuego vengador devore al que intenta escapar,
y los opresores de tu pueblo encuentren la destrucción.
Tritura la cabeza de los jefes enemigos,
que dicen: «No hay nadie fuera de nosotros».
Reúne a todas las tribus de Jacob
y dales su heredad como al comienzo.
Apiádate de tu pueblo, que lleva tu nombre;
de Israel, a quien hiciste tu primogénito.
Compadécete de tu ciudad santa,
Jerusalén, la ciudad de tu descanso.
Llena a Sión con la alabanza de tus maravillas,
y al templo de tu gloria.
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Da testimonio a tus primeras criaturas,
y cumple las promesas hechas en tu nombre.
Premia a los que en ti esperan,
para dar la razón a tus profetas.
Escucha, Señor, la plegaria de tus siervos,
por la benevolencia que tienes con tu pueblo.
Y conocerán todos los habitantes de la tierra
que tú eres el Señor, Dios eterno.

(Sir 36,1-17).



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1* «Nemo potest sensum Scripturæ sacræ cognoscere, nisi legendi familiaritate, sicut scriptum est: Ama illam et exaltabit te: glorificaberis ab ea, cum ea fueris amplexatus». [«Nadie puede conocer el sentido de la Escritura de otro modo que no sea la asiduidad en leerla, de acuerdo con lo que alguien dijo: Ámala y te exaltará: serás glorificado por ella si permaneces abrazado a ella»] (San Juan Crisóstomo).

2 En este tema insiste también la nota pastoral de la CEI, que cita a san Agustín: «De esa ciudad [celestial] nuestro Padre nos envió cartas, nos hizo llegar las Escrituras, para que enciendan en nosotros el deseo de volver a casa». A esas cartas «debe corresponder una lectura asidua, inteligente, orante y obediente» (cf. La Bibbia nella vita della Chiesa, n. 14).

3 «Y los suyos no le recibieron» (Jn 1,11).

4* «El Evangelio es sublime por su virtud... El modo de expresarse la Escritura es accesible a todos, pero sólo la escudriña un número muy reducido. Expone sin artificio sus verdades cristalinas, como amigo íntimo, tanto al corazón de los ignorantes como al de los doctos...» (Santo Tomás de Aquino).

5* San Agustín, Serm. XXVIII.

6 «La piedad es útil para todo».

7* Ver al final del libro las oraciones para recitar antes y después de la lectura de la Biblia (pp. 320ss).

8 Pío X sería beatificado por Pío XII el 3 de junio de 1951 y canonizado el 9 de mayo de 1954.

9 La Pía Sociedad de San Jerónimo había sido constituida en 1902 como ente autónomo, con fondos propios y aportaciones de los asociados, sacerdotes y seglares. Sucesivamente pasó a depender de la Santa Sede. Los miembros (12 residentes, más otros beneméritos y honorarios) se reunieron por vez primera el 27 de abril de 1902 en casa de mons. Giacomo Della Chiesa, futuro papa Benedicto XV. Fin de la “Pía Sociedad”: «Promover la prensa y la difusión de los Evangelios en lengua italiana y extender su acción a todos los pueblos donde se habla esta lengua». La primera versión de los Evangelios que la Sociedad comenzó a difundir se había hecho sobre la Vulgata, con breves notas a cargo de los miembros de la misma (G. Clementi y G. Mercati, sacerdotes, y Nogara, seglar). Al 30 de noviembre del 1902, los ejemplares difundidos eran 119.702 (en 1944 se hará la 516

a reimpresión). Posteriormente se añadieron a los Evangelios los Hechos de los Apóstoles y a continuación todo el Nuevo Testamento. Se pensó en traducir todo el Antiguo Testamento. La Sociedad no tenía fines comerciales y sus publicaciones tuvieron siempre precios reducidos.

10* Estas indulgencias se adquieren solamente leyendo el Evangelio, no las demás partes de la Biblia.

11 José Benito Cottolengo (3 de mayo de 1786 - verano de 1842), nativo de Bra, Cúneo, como el beato Alberione, fue beatificado el 29 de abril de 1917 por Benedicto XV, y canonizado por Pío XI el 19 de marzo de 1934, quien le distinguió como “genio del bien”. Fundador de la Pequeña Casa de la Divina Providencia, en Turín, y de tres congregaciones religiosas al servicio de los pobres, fue para el P. Alberione modelo de fe en la Providencia y de organización canónica de sus instituciones (cf. AD nn. 131-134).

12 «El justo vivirá por la fe» (Rom 1,17). Esta expresión, esencial para la justificación por la fe en Jesucristo (y no por la ley mosaica o sus obras y ritos), es en realidad de Hab 2,4; se encuentra también en Gál 3,11 y Heb 10,38 (que por lo menos en este punto parece de la escuela paulina).

13 El salto de numeración del 206 al 209 se debe a que las páginas 207 y 208 del texto original reproducen las imágenes del profeta Jonás y del profeta Miqueas, que en otras ocasiones no se cuentan por considerarse páginas fuera del texto.