Beato Santiago Alberione

Opera Omnia

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DÍA V
LA BIBLIA Y LA TEOLOGÍA MORAL

ESDRAS

Era de la tribu de Leví, descendiente de la familia del primer sacerdote, Aarón. Se encontraba entre los judíos que se habían quedado en Persia después del edicto de Ciro del 536.
Fue por primera vez a Jerusalén en el 445 con Nehemías y leyó a todo el pueblo reunido la ley de Moisés. Luego volvió al destierro para llevar a los demás judíos a Palestina. Y fue justamente en el 398 cuando obtuvo del rey Artajerjes un decreto que daba libertad a todos para volver a Jerusalén. El rey, además, le permitió recoger donativos y pedir a los tesoreros todo lo que necesitara.
Se le unieron muchos judíos, hasta un total de doscientos sesenta. Ya en Jerusalén, Esdras se dedicó a la reforma moral del pueblo, completando lo que ya había hecho Nehemías antes.
Desolado por los graves daños que comportaban los matrimonios mixtos, prohibió casarse con mujeres extranjeras y trató de llevar al pueblo a practicar la ley del Señor.
Se atribuyen a Esdras los dos libros de los Paralipómenos1 y los dos que llevan su nombre.
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LOS LIBROS DE LOS PARALIPÓMENOS

Los libros de los Paralipómenos, llamados Crónicas en hebreo, abarcan desde Adán al edicto de Ciro y pueden dividirse en tres partes muy distintas.
En la primera, después de exponer las genealogías desde Adán hasta Jacob, de Judá, de David y de todas las tribus, excepto la de Zabulón y Dan, habla de los antiguos habitantes de Jerusalén y termina con la exposición de la genealogía de Saúl.
La segunda habla de David, tiene como objeto las relaciones de éste con Jerusalén, con el culto y con el templo y le sigue hasta su muerte.
En la tercera parte se habla de Salomón y de su gloria, especialmente de la del templo. Luego habla del cisma y del período de lucha entre los dos reinos y a continuación del período de la alianza entre Israel y Judá; finalmente habla de los reyes de Judá desde Joás hasta Ezequías y desde Ezequías hasta el destierro.
Los Paralipómenos no son un apéndice de los libros de los Reyes, sino una obra independiente, cuyo fin es exponer, exclusivamente desde la vertiente religiosa, la historia de David y de sus descendientes, para demostrar que la fidelidad a Dios es fuente de felicidad, mientras que la infidelidad y la idolatría son la ruina de los reinos.
Son mayoría los que dicen que fueron escritos por Esdras, que también es el autor de los dos libros que llevan su nombre.

LOS LIBROS DE ESDRAS2

Hablan de la restauración civil y religiosa de Israel en Palestina después del destierro de Babilonia y abarcan el período histórico que va del edicto de Ciro a los últimos años de Esdras, con algún añadido que llega hasta el tiempo de Alejandro Magno.3 De forma fragmentaria hablan del retorno del destierro, de la reedificación del templo y de las murallas de Jerusalén y de las reformas civiles y religiosas hechas por Nehemías y Esdras.
En el primer libro se habla del retorno de los judíos conducidos por Zorobabel, de la reedificación de las murallas y de las reformas de Esdras, que llega a Jerusalén con otro buen grupo.
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En el segundo libro se habla de la vuelta de Nehemías y de la obra que realiza en Jerusalén para reedificar las murallas.
Este es el orden de los hechos tal como se exponen en los dos libros, pero el orden cronológico es diferente; Nehemías volvió antes y Esdras completó a continuación su obra.

REFLEXIÓN V

La Biblia y la teología moral4


«Según tu amor dame la vida,
y yo guardaré los decretos de tu boca».

(Sal 118/119,88).


¿Qué es la teología moral?
La teología moral es la ciencia que dirige las acciones humanas según la ley de Dios, para que el hombre pueda conseguir su fin: la vida eterna.
En otras palabras, podemos decir que la teología moral es una amplia explicación de la segunda parte del catecismo presentada con el nombre de mandamientos y preceptos.
Así como el catecismo expone en la primera parte las verdades más importantes que debe creer el cristiano, y en la segunda la ley que debe observar para conseguir la vida eterna, la teología trata en la dogmática las verdades que se deben creer y en la moral las leyes que se deben practicar.
La teología moral nos dice:
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Quién es el legislador, o sea, quién hace y promulga la ley;
En qué consiste esa ley;
Expone las sanciones, es decir, los premios para quien observa las leyes y los castigos para quien las transgrede.
El fin de la teología moral consiste en hacer que los hombres conozcan la voluntad divina para cumplirla y de este modo salvarse.
Nos enseña que los caminos que conducen al cielo son dos: el camino estrecho de los mandamientos y el camino estrechísimo de los consejos evangélicos.5
La teología moral, como la teología dogmática, recaba su sublime doctrina en la Biblia. En ésta tienen su fundamento y su principio la mayor parte de las leyes morales.
Podemos reconstruir toda la teología moral basándonos en la Biblia, pues ésta nos dice que el legislador es Dios y que él, siendo el creador y dueño absoluto de todo, tiene derecho pleno a disponerlo todo. Nos presenta también los mandamientos de Dios y nos explica las motivos y razones por las que debemos observarlos. Finalmente, promete bendiciones a quien los observa y amenaza con maldiciones a quien los transgrede.
La Biblia nos da en primer lugar una idea elevada y sublime de Dios; nos lo describe como Creador y Padre de todas las cosas, como legislador y gobernador del universo. Basta leer los primeros capítulos del Génesis para comprobarlo.
«Audi, Israel, Dominus Deus tuus...»: Escucha, Israel,6 que es tu Dios quien te habla.
Al principio de los mandamientos leemos: «Yo soy el Señor, tu Dios», preámbulo magnífico con el que el Señor quiere decirnos: Es tu
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Dios, tu creador, el que te habla; soy yo, tu Señor, quien te ordena el contenido de los diez mandamientos: escúchalos y obsérvalos.
La Biblia expone también la ley, y de ahí que se designe muchas veces el libro sagrado simplemente como «la ley».
En el capítulo 20 del Éxodo encontramos expuesto el Decálogo que Dios entregó a Moisés en medio de truenos y relámpagos: «Yo soy el Señor, tu Dios, el que te sacó de Egipto, de la casa de la esclavitud. No tendrás otro Dios fuera de mí. No te harás escultura ni imagen alguna de lo que hay arriba en el cielo, o aquí abajo en la tierra o en el agua bajo tierra. No te postrarás ante ella ni le darás culto, porque yo, el Señor, tu Dios, soy un Dios celoso, que castigo la iniquidad del padre en los hijos hasta la tercera y cuarta generación de los que me aborrecen, pero demuestro mi fidelidad por mil generaciones a todos los que me aman y guardan mis mandamientos. No tomarás el nombre del Señor en vano, porque el Señor no dejará sin castigo al que toma su nombre en vano. Acuérdate del día del sábado para santificarlo. Seis días trabajarás y en ellos harás todas tus faenas; pero el séptimo día es día de descanso en honor del Señor, tu Dios. No harás en él trabajo alguno ni tú, ni tu hijo, ni tu hija, ni tu siervo, ni tu sierva, ni tu ganado, ni el extranjero que habita contigo. Porque en seis días hizo el Señor los cielos y la tierra, el mar y cuanto hay en ellos, y el séptimo descansó. Por ello bendijo el Señor el día del sábado y lo santificó. Honra a tu padre y a tu madre para que tus días se alarguen sobre la tierra que el Señor, tu Dios, te da. No matarás. No cometerás adulterio. No robarás. No darás falso testimonio contra tu prójimo. No desearás la casa de tu prójimo, ni su mujer, ni su siervo, ni su sierva, ni su buey, ni su asno, ni cosa alguna que a él le pertenezca» (Éx 20,2-17).
Esta es la exposición de los diez mandamientos, de la ley propiamente dicha, pero la sagrada Escritura tiene infinitos comentarios y recomendaciones sobre esta ley, e incluso puede decirse que todo el resto de la Biblia es el desarrollo
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y la aplicación de los mandamientos. Basta abrirla en cualquier página para comprobarlo.
Casi una tercera parte de los versículos de los Salmos hablan de la ley de Dios o la recomiendan. El 118,7 el más largo, es todo él un elogio, una recomendación de la ley divina. Sólo uno de sus versículos no habla de la ley; los 175 restantes hablan expresamente de ella.
Lamentablemente son muchos los que no dan a la ley de Dios la importancia debida. Quizá observan escrupulosamente todas las leyes humanas por miedo a una multa. En cambio, de la ley de Dios se hace poco caso. ¿Por qué? Porque no se la conoce, no se la teme o no se la ama.
Quien lee la Biblia adquiere un concepto tan alto y sublime de la ley divina y descubre bellezas tan maravillosas, que adquiere un deseo inmenso de conocerla más y va buscando y escuchando todo lo que pueda servir de ilustración y comentario sobre ella.

* * *

En la Biblia no solamente encontramos expuestos los mandamientos de Dios, sino también el motivo y fundamento de todos los preceptos de la Iglesia.
Un día el divino Maestro llamó a Pedro y le preguntó: «Pedro, ¿me amas?». Jesús le hizo tres veces la misma pregunta y, tras la triple respuesta afirmativa de amor del apóstol, Jesús le dijo: «Pasce agnos meos, pasce oves meas» (Jn 21,17).8 Según el sacrosanto concilio de Trento, la misión de apacentar corresponde a los obispos, y a la Iglesia la llamada potestad de gobierno espiritual. Jesús confirió a Pedro, y en él a todos sus legítimos
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sucesores, la potestad legislativa, ejecutiva y judicial.
Por consiguiente, la potestad que tiene la Iglesia de promulgar preceptos, así como la de hacerlos observar, se explica y tiene su fundamento en la sagrada Escritura.
Los santos preceptos de la Iglesia son algo así como una emanación o conclusión de los mandamientos de Dios. Unos y otros se derivan de la sagrada Escritura.
Los preceptos de la Iglesia son cinco:
1. Oír Misa los domingos y fiestas de guardar.
2. No comer carne los viernes ni los demás días del año señalados y ayunar los días establecidos.
3. Confesarse al menos una vez al año, en Pascua.
4. Ayudar en las necesidades de la Iglesia según las leyes y costumbres.
5. No celebrar solemnemente el matrimonio en tiempo prohibido.

* * *

En tercer lugar, la Biblia, como hace la teología moral, expone las sanciones de la ley divina.
Un libro de 200 páginas recientemente publicado expone en su primera parte todas las promesas de bendición que contiene la Biblia para quienes observan la ley de Dios y de la Iglesia, y en la segunda todos los castigos y las amenazas con los que el Señor advierte a los transgresores de su ley.
Para comprobarlo, basta que abramos la Biblia y leamos un texto del capítulo 28 del Deuteronomio: «Pero si obedeces al Señor, tu Dios, guardando y poniendo por obra todos estos mandamientos que hoy te prescribo, el Señor,
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tu Dios, te elevará sobre todas las naciones de la tierra. Vendrán sobre ti y te alcanzarán las bendiciones siguientes por haber obedecido al Señor, tu Dios. Serás bendito en la ciudad y bendito en el campo. Bendito será el fruto de tus entrañas, el producto de tu suelo y los partos de tus vacas y rebaños. [...] Pero si no obedeces al Señor, tu Dios, y no pones en práctica todos sus mandamientos y todas sus leyes que yo te prescribo hoy, vendrán sobre ti y te alcanzarán las maldiciones siguientes: Maldito serás en la ciudad y maldito en el campo. Maldita será tu canasta y tu artesa. Maldito será el fruto de tus entrañas y el producto de tu tierra; malditos los partos de tus vacas y las crías de tus ovejas. Maldito serás tú en tus idas y venidas».9
Es verdad que hay delitos que se ocultan a los ojos de los hombres, pero no a los ojos de Dios. Muchas familias son suplantadas por no observar la santa ley de Dios. Se dice que las causas están en esto o aquello, pero la verdadera razón está en no haber observado la ley de Dios.
En cambio, en las familias donde se observan y respetan los mandamientos de Dios y de la Iglesia, reinan una paz y una prosperidad que los impíos envidian.
Pidamos sinceramente perdón al Señor por haber olvidado y transgredido tantas veces su santa ley. Y detestemos nuestra necedad.

EJEMPLO. San Cipriano. Vivió en el siglo III, en tiempos de persecuciones. Fue obispo de Cartago y mártir.
Dice su biografía que estudió las obras de Tertuliano, de manera especial el «Apologeticum», pero
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Tertuliano no fue su único maestro ni el más importante. Fue en la sagrada Escritura donde aprendió las mejores lecciones. Y para que este estudio fuera provechoso, escribía por todas partes los textos más característicos, sobre todo los referidos a la defensa de la Iglesia y la práctica de los deberes cristianos. Cuando su amigo Quirino, rico cristiano de Cartago, convertido poco antes, le pidió algún escrito con el que completar su instrucción, Cipriano reunió y ordenó aquellas citas bíblicas en capítulos y libros conforme a un plan lógico y bien concebido.
Esta obrita, simple colección de textos, es muy valiosa para la historia de la Biblia latina. Se convirtió en un manual del cristiano y fue muy popular durante mucho tiempo en África.

FLORECILLA. Recitaré el Miserere en reparación de las transgresiones y el abandono en que se deja la ley de Dios.

CÁNTICO DE ZACARÍAS[#]

Bendito sea el Señor, Dios de Israel,
porque ha intervenido para liberar a su pueblo;
nos ha suscitado un poderoso salvador
en la casa de David, su siervo,
como lo había anunciado desde antiguo
por boca de sus santos profetas;
que nos libraría de nuestros enemigos
y de la mano de todos los que nos odian,
mostrándose compasivo con nuestros padres,
recordando su santa alianza
y el juramento que hizo a nuestro padre Abrahán
de concedernos que, liberados de las manos de nuestros enemigos,
podamos servirle sin temor,
con santidad y justicia ante él toda nuestra vida.
Y tú, niño, serás llamado profeta del altísimo,
pues irás delante del Señor para preparar sus caminos,
para anunciar a su pueblo la salvación,
el perdón de sus pecados,
gracias a la bondad misericordiosa de nuestro Dios,
por la que nos visitará como el sol que nace de lo alto,
para iluminar a los que yacen en tinieblas
y en sombras de muerte,
y para guiar nuestros pasos por el camino de la paz.

(Lc 1,68-79).10


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LECTURA

La caridad, centro de la moral

Que vuestro amor sea sincero. Odiad el mal y abrazad el bien. Amaos de corazón unos a otros, como buenos hermanos; que cada uno ame a los demás más que a sí mismo. No os echéis atrás en el trabajo, tened buen ánimo, servid al Señor; alegres en la esperanza, pacientes en los sufrimientos, constantes en la oración; socorred las necesidades de los creyentes, practicad la hospitalidad.
Bendecid a los que os persiguen; bendecid, y no maldigáis. Alegraos con los que se alegran, llorad con los que lloran. Vivid en armonía unos con otros. No seáis orgullosos, poneos al nivel de los humildes. No os consideréis los sabios. No devolváis a nadie mal por mal. Procurad hacer el bien ante todos los hombres.
En cuanto de vosotros depende, haced todo lo posible para vivir en paz con todo el mundo. Queridos míos, no os toméis la justicia por vuestra mano; dejad que sea Dios el que castigue, como dice la Escritura: Yo haré justicia, yo daré a cada cual su merecido. También dice: Si tu enemigo tiene hambre, dale de comer; si tiene sed, dale de beber; que si haces esto, harás que se sonroje.
No te dejes vencer por el mal; al contrario, vence el mal con el bien.

(Rom 12,9-21).


ORACIÓN

Bendito seas, Señor

Bendito seas tú, Señor, Dios de Israel, nuestro padre, desde la eternidad y para siempre. Tuya es, Señor, la grandeza, el poder, el honor, la majestad y la gloria, pues todo cuanto hay en el cielo y en la tierra es tuyo. Tuyo, Señor, es el reino, porque te alzas soberanamente sobre todo. La riqueza y la gloria te preceden, tú eres el dueño de todo, en tu mano está la fuerza y el poder, en tu mano encuentran estabilidad y grandeza todas las cosas.
Ahora, Dios nuestro, te damos gracias y alabamos tu glorioso nombre. ¿Quién soy yo y quién es mi pueblo para que podamos ofrecerte tantas cosas?
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Pues todo viene de ti y tuyo es lo que te hemos dado. Ante ti somos extranjeros y emigrantes, como lo fueron todos nuestros padres. Nuestros días sobre la tierra pasan como sombra en la cual no hay esperanza. Señor, Dios nuestro, todo esto que hemos reunido para construir un templo a tu santo nombre es tuyo y a ti te pertenece. Yo sé, Dios mío, que tú sondeas los corazones y amas la rectitud; con rectitud de corazón he hecho yo mis ofrendas, y ahora veo con gozo al pueblo aquí presente comprometerse voluntariamente contigo. Señor, Dios de Abrahán, Isaac e Israel, nuestros padres, conserva para siempre en tu pueblo estos sentimientos y disposiciones y orienta sus corazones hacia ti.

(1Crón 29,10-18).


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1 Los Paralipómenos son 1 y 2 Crónicas. Estos dos libros del Antiguo Testamento que siguen a los dos libros de los Reyes (3 y 4 Reyes, según LS) corresponden al título hebreo “Acontecimientos de los días”. Para los hebreos constituían un único libro que ocupa el último lugar en su canon. En la traducción griega de los LXX y de la latina de Jerónimo, las Crónicas se llamaron Paralipómenos, un término que significa “lo que fue omitido en la tradición [precedente]”. El título completo que les dio san Jerónimo fue: “Crónica de toda la historia sagrada”, e indica con relativa precisión el contenido del libro.

2 Sobre la atribución de los dos libros de Esdras, ver nota 9 de la p. 18.

3 Alejandro Magno (356-323 a. C.), hijo de Filipo, rey de Macedonia, y discípulo de Aristóteles, fue el conquistador y organizador de un imperio que se extendía desde el Mediterráneo oriental (Grecia y Egipto) hasta India (cf. 1Mac 1,1-9; 6,2), instaurando así la que fue llamada “civilización helénica”. Algunos pasajes de las profecías de Daniel probablemente se refieren a él y a su reino (cf. Dan 2,40-41; 7,7; 11,3-4). La historiografía que ha visto en el helenismo la edad de la “conversión” a la religión hebreo-cristiana, ha incluido también la cultura y la filosofía latina de los primeros siglos de la era cristiana.

4 Sobre este tema encontramos luz en La interpretación de la Biblia en la Iglesia: «A los relatos sobre la historia de la salvación, la Biblia une estrechamente muchas instrucciones sobre la conducta que hay que observar: mandamientos, prohibiciones, disposiciones jurídicas, exhortaciones, llamadas de atención proféticas y consejos de los sabios. Uno de los fines de la exégesis consiste en precisar la importancia de este abundante material para preparar de este modo el trabajo de los teólogos moralistas» (n. 39).

5 Estos “consejos” son las tres caras religiosas de la obediencia, la castidad y la pobreza, como se dirá en la p. 153.

6 Aquí se recuerda el Shemá Israel (“Escucha, Israel”), la oración en la que consiste la profesión de fe hebrea. Consta de tres pasos bíblicos (Dt 6,4-9; 11,13-21; Núm 15,37-41) que proclaman la unidad de Dios, el mandamiento de amarle por encima de todas las cosas, de meditar su ley y observar las prescripciones de las filacterias (tefillim), de la mezuzah (texto bíblico escrito y fijado en las puertas de las casas) y de los flecos de los vestidos, como “recuerdos” de la voluntad de Dios. El Shemá se recita cotidianamente, por la mañana y por la tarde, y el primer versículo es también pronunciado por los moribundos.

7 Es ahora el salmo 119.

8 Cf. Jn 21,15-17: «Apacienta mis corderos... apacienta mis ovejas».

9 Dt 28,1-4.15-19.

10 LS indica “Lucas I, 68-80”, pero el pasaje citado termina en el v. 79.