Beato Santiago Alberione

Opera Omnia

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DÍA XVIII
LA BIBLIA Y LAS VIRTUDES SOCIALES

LOS MACABEOS

Los hebreos recuperaron la libertad religiosa con los persas. Después de la muerte de Alejandro, Palestina fue objeto de disputa por parte de los reinos de Siria y Egipto. Quien más arreció en contra de los judíos y quiso imponer el helenismo a Israel fue el hermano y sucesor de Seleuco, Antíoco IV Epífanes. De vuelta de una expedición a Egipto tomó al asalto Jerusalén. Dos años después desfogó su rabia contra esta ciudad y los judíos, enviando a Apolonio con un ejército que tomó nuevamente Jerusalén y profanó el templo, donde colocó la estatua de Júpiter Olímpico. La religión israelita fue prohibida bajo pena de muerte. Una gran parte de Israel apostató, pero algunos prefirieron la muerte antes que abandonar su fe, y entre ellos el anciano Eleazar y una madre con siete hijos. Muchos huyeron al desierto. De estos fugitivos surgió el movimiento de resistencia al helenismo, la guerra santa, que convirtió esta época en la más brillante de la historia judía.
Al frente de la lucha se puso el anciano sacerdote Matatías, que organizó la resistencia. Muerto Matatías, le sucedió como jefe del ejército comprometido en la guerra santa el heroico Judas Macabeo. A Judas le sucedió Jonatán, que consiguió para los judíos un poquito de paz. Muerto Jonatán, el Señor suscitó a Simón como jefe del pueblo elegido, cuya independencia proclamó.
Los hechos descritos son objeto de los dos libros de los Macabeos.
El primer libro, tras una rápida alusión a Alejandro
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Magno y sus sucesores, narra las persecuciones de Antíoco, la lucha de los Macabeos hasta la muerte de Simón, limitándose al simple relato de los hechos y no añadiendo reflexiones personales. El segundo libro, independiente del primero, incluso anterior a él, se remonta a la tentativa de Seleuco de saquear el templo, se detiene ante la victoria de Judas contra Nicanor y está lleno de reflexiones sobre las personas y los acontecimientos, además de referirse a la obra de la Providencia en la conducción de su pueblo con muchos milagros realizados en su favor.
Puede considerarse que los dos libros de los Macabeos, aunque escritos por autores diversos, tienen unidad porque narran las mismas cosas y uno aclara y completa al otro, pero son independientes en sí mismos, están separados y fueron escritos originalmente en lenguas diferentes, por lo que conviene analizarlos separadamente, uno después de otro, como se encuentran en la Vulgata, aunque, si nos atenemos a los hechos narrados, el segundo precede al primero.

REFLEXIÓN XVIII

La Biblia y las virtudes sociales


«Tus decretos son la justicia eterna,
hazme inteligente y viviré»

(Sal 118/119,144)


La Biblia no enseña solamente a vivir bien individualmente o familiarmente con la exposición de las virtudes individuales y familiares; nos enseña asimismo a vivir bien socialmente.1
La Biblia no es sólo un libro excelente de oraciones y meditaciones y fuente de la teología, es también un código y una norma de vida civil,2 comercial y social. Hay en ella leyes para todo cuanto limita con la moral católica o depende de ella.
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Enseña a los reyes y gobernantes de las naciones el modo de gobernar y a los súbditos el modo de obedecer.
Enseña a los jueces el modo de sentenciar rectamente recordándoles que cada una de sus sentencias será juzgada.
Para confirmar esto deberíamos reproducir literalmente todo el libro de los Jueces, los cuatro de los Reyes, Josué, Paralipómenos, las cartas de san Pablo, etc., libros todos preferidos, leídos, releídos y meditados por el muy católico García Moreno, Presidente de Ecuador, quien decía que no sabía gobernar la República de otro modo que imitando a Dios, y para conocer el gobierno de Dios en el mundo leía diariamente la Biblia, que convirtió en base y código de su gobierno. Condujo a la República a un alto grado de civilización, enriqueciéndola con escuelas, carreteras y puentes para favorecer el desarrollo agrícola e industrial. Murió pocos días antes de la Asunción y sus últimas palabras fueron éstas: ¡Dios no muere! ¡Dios no muere!
Bien decía Benedicto XV que «las desviaciones de la sociedad actual tienen su origen en el hecho de que la vida, la doctrina y las obras de Jesucristo han caído en el más profundo olvido y que los hombres han dejado de inspirar en ellas sus acciones». Si la Biblia fuera leída y meditada, no habría en el mundo tantas miserias y sí en cambio esa caridad internacional tan recomendada por el reinante Pío XI, por la que pide orar continuamente y hacer penitencia para que el Señor nos la conceda.
Al decir la Biblia que todos los hombres somos hijos de un mismo Padre, inculca a todos la caridad y les enseña que todas las personas deben ser amadas y ayudadas. Inculca también los deberes que tienen los subordinados con sus superiores, y viceversa.
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Les exige la honradez y la justicia en el comercio y las transacciones, así como la creatividad y el trabajo. La Biblia es también fuente de todos los apostolados, que intentan mejorar la sociedad, y de todas las obras de asistencia a los jóvenes, a los ancianos, a los pobres, etc.
Las catorce obras de misericordia, siete corporales y siete espirituales, tienen su principio y fundamento en la Biblia, y donde se practican hay prosperidad y felicidad verdaderas.
La Acción Católica, que realiza hoy en la sociedad un bien inmenso, tiene también, como recordó el papa Pío XI, su origen en la Biblia. Sabemos por los libros del Nuevo Testamento cómo los apóstoles, y especialmente san Pablo, llamaron a trabajar con ellos en la viña del Señor a los jóvenes, a los hombres y las mujeres. La Biblia es el fundamento de todos los códigos inspirados en la justicia y la verdad, y ningún código comercial o de sociología cristiana puede prescindir de recurrir a la Biblia.
Se dice que el pueblo hebreo no tenía más código que la sagrada Escritura. A ella recurrían siempre que debían resolver alguna cuestión o tenían alguna necesidad. Con razón al pueblo hebreo se le llama un pueblo teocrático, es decir, que tenía como jefe y rey a Dios. Porque quien realmente gobernaba a los hebreos era el Señor. Él era quien por medio de Moisés, de Josué, etc., dictaba sus leyes al pueblo, y a menudo enviaba a sus ángeles a combatir por ellos.
Sabemos que ningún pueblo de Palestina pudo resistir a los hebreos; es verdad que sufrieron derrotas, pero eso sucedía cuando no eran fieles a los mandatos del Dios.
El pueblo que tiene por rey y señor a Dios, como demuestra Cantù en su historia universal,
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es realmente feliz: «Beata gens cujus est Dominus Deus ejus: Dichosa la nación que tiene al Señor por Dios» (Sal 32/33,12).
Dichosas serán también las naciones modernas; caminarán bien si tienen en cuenta los principios de la Biblia, es decir, si aceptan como su jefe y supremo Señor a Dios.
Cesarán las diferencias y los odios entre las naciones cuando todos los códigos se inspiren en la Biblia, porque en ella se contiene todo lo que necesita la humanidad. Siendo Dios el creador del hombre, conoce perfectamente las necesidades y exigencias de la naturaleza humana, y siendo el autor original de la Biblia, ha querido que este libro pueda satisfacer todas esas exigencias.
Podemos pues con toda razón llamar a la Biblia Código de la humanidad. Y si los jóvenes saben inspirarse en ella, las naciones caminarán debidamente y verán que sus enemigos retroceden y huyen. En cambio, si las leyes son injustas, se encontrarán pueblos exterminados y ellos mismos se hundirán en los abismos preparados para otros, como le sucedió a Amán, que fue ahorcado en el patíbulo que había ordenado preparar para Mardoqueo.
Se cuenta que san Luis, rey de Francia, no aprobaba ninguna ley ni decreto sin antes asistir a dos santas Misas y orar largamente, para que el Señor le iluminara y le inspirara la ley o el decreto que fuera útil para su pueblo.
Bendito sea el Señor, que suscitó hombres y reyes modelos, que en el encabezamiento de sus leyes y decretos escribían estas palabras: «En el nombre de Dios», o «por voluntad de Dios».
Si todos los reyes y gobernantes de la tierra dictaran
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sus leyes en nombre de Dios, pronto se convertiría el mundo en un paraíso terrenal.

EJEMPLO. San Francisco da Asís y el santo Evangelio. El amor al Evangelio es la señal y la característica de las almas fervorosas, destinadas por Dios a cosas grandes. Y puesto que el Poverello de Asís estaba destinado a hacer un bien inmenso, no podía dejar de arder ese amor en su corazón. Por eso, como dicen sus biógrafos, recurría al santo Evangelio cuando dudaba o tenía alguna necesidad.
Se cuenta que un día se encontraba muy preocupado por no saber con claridad qué quería el Señor de él. ¿Qué hizo Francisco? Tomó el Evangelio entre las manos y se dispuso a leer. Sus ojos se detuvieron casualmente en estas palabras que Jesús dirigió a los apóstoles: «Id y haced discípulos míos en todos los pueblos... y en el camino predicad que el reino de los cielos está cerca».3 Francisco se sintió iluminado, descubrió su camino y exclamó: «Esto es lo que deseo y quiero realizarlo con todo mi corazón». Se dio cuenta de que no solamente debía restaurar la iglesia material de San Damián, de San Pedro y de la Porciúncula, sino toda la Iglesia viviente de Cristo.
Cuando tuvo que dictar las Reglas a sus frailes, aunque Francisco supiera que el trabajo era delicado y muy importante, puesto que se trataba de trazar los senderos sobre los que millones de almas caminarían hacia el cielo, no se inquietó. Fue al altar con fray Bernardo y, tras santiguarse tres veces, tomó el libro de los Evangelios y leyó, lo cerró y volvió a hacerlo por segunda y tercera vez. El fundamento de las Reglas franciscanas estaba echado: los tres textos evangélicos leídos por san Francisco constituirían los tres grandes pilares sobre los que estaría fundada la Orden, que contaría con miles y miles de santos y aún hoy sigue siendo un verdadero semillero de ellos.
El grano de mostaza arrojado por Francisco germinó y se convirtió en un árbol majestuoso sobre el que fueron a cobijarse genios de la humanidad tan admirables como Dante, Giotto o Cristóbal Colón.

FLORECILLA. En las dudas y las tentaciones, recurramos también nosotros confiadamente al Evangelio.
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CÁNTICO [#]
(Continuación del Cántico de Moisés)

Me dan celos con un dios que no es dios,
me irritan con dioses ilusorios;
pues yo les daré celos con un pueblo que no es pueblo
y les irritaré con una nación fatua.
Se ha encendido el fuego de mi ira
y quemará hasta lo profundo del abismo;
devorará la tierra y sus productos
y abrasará los cimientos de los montes.
Amontonaré calamidades sobre ellos,
agotaré contra ellos mis saetas.
Quedarán extenuados por el hambre,
consumidos por la fiebre y por la peste.
Enviaré contra ellos fieras salvajes y serpientes venenosas.
Fuera herirá la espada;
dentro, el espanto.
Morirán el muchacho y la muchacha,
el niño de pecho y el anciano encanecido.
Yo hubiera querido reducirlos a polvo,
borrar de entre los hombres su memoria;
pero pensé en la arrogancia
de los enemigos,
en la falsa interpretación
que ellos harían: Ha sido nuestra mano poderosa,
y no el Señor, la que hizo todo esto.

(Dt 32,21-27).4


LECTURA

La corrección fraterna. Eficacia de la oración comunitaria

Si tu hermano ha pecado contra ti, ve y repréndele a solas; si te escucha, habrás ganado a tu hermano; pero si no te escucha, toma todavía contigo uno o dos, para que toda causa sea decidida por la palabra de dos o tres testigos. Si no quiere escucharles, dilo a la comunidad; y si tampoco quiere escuchar a la comunidad, considérale como pagano y publicano.
Os aseguro que todo lo que atéis en la tierra quedará atado en el cielo, y todo lo que desatéis en la tierra quedará desatado en el cielo. Os aseguro que, si dos de vosotros se ponen de acuerdo sobre la tierra, cualquier cosa que pidan les será concedida por mi Padre celestial. Porque donde
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hay dos o tres reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos.

(Mt 18,15-20).


ORACIÓN DE SARA

Bendito tu nombre, Dios de nuestros padres, que, aun en la indignación, te muestras misericordioso. Y en el momento de la tribulación perdonas los pecados de los que te invocan. A ti, Señor, me dirijo, en ti pongo mis ojos. En modo alguno es capaz el hombre de penetrar tus designios; pero quien te honra tiene la certeza de que, aunque pase por las pruebas de la vida, recibirá la corona; se verá liberado en medio de la tribulación, y si sufre castigo, podrá alcanzar de ti misericordia. Porque tú no quieres nuestra perdición; y después de la tempestad otorgas la calma, después de las lágrimas y los suspiros infundes el gozo. Que tu nombre, oh Dios de Israel, sea bendito por los siglos.

(Tob 3,11ss).5


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1 Hasta ahora el P. Alberione se ha referido a una santificación individual y social (p. 14), ha hablado de apostolado y de necesidades sociales (p. 100), y de la familia como célula de la sociedad (p. 173).

2 En relación con esta importante afirmación del P. Alberione, léase una nota pastoral de la Conferencia Episcopal Italiana (CEI): «Hoy especialmente, mientras el Espíritu Santo nos estimula a una “nueva evangelización” en el contexto de la multiplicidad de las religiones y de las culturas, se nos invita a participar en el diálogo singular entre la revelación bíblica y las diversas señales que Dios ha dejado de sí. Esto forma parte del trabajo de inculturación de la Palabra de Dios, de la que la Biblia es simultáneamente testimonio principal, fuente de inspiración insustituible y garantía de fidelidad. - La atención a la historia de los efectos de la Escritura tanto en la Iglesia como en la sociedad, en el plano de las expresiones religiosas, espirituales, éticas y culturales es hoy una forma providencial para reconocer que “el Señor ha hecho por nosotros cosas grandes” (Sal 125/126,3). Obras grandes hizo y sigue haciendo en medio de su pueblo desde la creación hasta la realización definitiva de la salvación» (La Bibbia nella vita della Chiesa, n. 23).

3 Mt 28,19.

4 LS indica “Deut. XXXII, 21-29”, pero el texto latino reproducido se detiene en el versículo 27.

5 Este texto corresponde a la versión que el compilador tiene delante (Vulgata). Puede resultar difícil encontrar el mismo texto en otras traducciones. El texto griego de Tobías nos ha llegado en tres versiones diversas. Una es el códice Sinaítico, y a esta se acerca la Vetus Latina. La segunda -que es utilizada por la Iglesia griega y está en los códices Alejandrino y Vaticano- es más breve y al mismo tiempo más cuidada.