Beato Santiago Alberione

Opera Omnia

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DÍA I
QUÉ ES LA BIBLIA

MOISÉS

Fue el gran profeta, el legislador y caudillo del pueblo de Israel. Fue también el autor de los cinco libros que forman el Pentateuco.
Nació en el 1530 antes de Cristo, después de que el Faraón promulgara el edicto que ordenaba matar a los niños [recién nacidos de los hebreos]. Su madre, Jacobet, al verle tan bello y gracioso, llena de fe en Dios, le colocó en una cestita y dijo a su hermanita María que le llevara a orillas del río Nilo. Cuando le descubrió la hija del Faraón, se sintió conmovida, ordenó que le recogieran y dispuso que se lo llevaran a una mujer hebrea para que le criara en su nombre. Y fue así como el gracioso niño, por disposición divina, fue entregado a su verdadera madre.
Ya adulto, fue adoptado por la hija del Faraón, que le llevó a la corte, donde permaneció hasta la edad de 40 años. Compadecido de la esclavitud de sus hermanos los hebreos, trató de liberarles, por lo que huyó de la corte y fue a tierras de Madián. Aquí tuvo la visión de la zarza y recibió de Dios la orden de liberar a los hebreos. Se presentó ante el Faraón y le intimó la orden de Dios, pero el impío Faraón se negó obstinadamente hasta que, tras sufrir el pueblo diez plagas terribles, permitió que los hebreos abandonaran Egipto.
Los milagros realizados pr Moisés fueron asombrosos a lo largo de aquel largo viaje. Basta recordar que separó las aguas del mar Rojo, que hizo brotar agua limpidísima de una roca, que endulzó las aguas saladas, que venció a los amalecitas, etc.
Cuando los hebreos llegaron a los pies del monte Sinaí,
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Moisés recibió la orden de subir al monte, donde, entre relámpagos y truenos, recibió directamente de Dios la Ley divina.
Murió antes de llegar a la Tierra prometida, a la edad de 120 años, o sea, en el 1420 antes de Cristo.
Este insigne hagiógrafo de los primeros cinco libros de la sagrada Escritura es sin duda la figura más grande y admirable de toda la historia de Israel. La Iglesia le honra como santo el día 4 de septiembre.

EL PENTATEUCO

Se denomina Pentateuco al conjunto de los cinco primeros libros de la sagrada Escritura.
El primero se llama Génesis porque narra el origen o génesis del mundo y del pueblo hebreo. El segundo se llama Éxodo porque describe la salida de los hebreos de Egipto. El tercero se llama Levítico porque trata principalmente de las leyes ceremoniales que se refieren al culto del que son ministros los pertenecientes a la tribu de Leví. El cuarto se llama Números porque comienza con el censo del pueblo y de los levitas. El quinto se llama Deuteronomio, es decir, segunda Ley, porque contiene una recapitulación y una segunda promulgación de la Ley que ya había sido dada al pueblo.
Detengámonos un poco más en cada libro.
El Génesis sirve de introducción a los cuatro libros siguientes del Pentateuco y a toda la historia del pueblo de Israel. Nos ofrece a grandes rasgos la historia de la humanidad, desde los orígenes hasta la vocación de Abraham. A continuación nos habla de la historia de los patriarcas Abraham, Isaac y Jacob, hasta la muerte de este último en Egipto, donde sus descendientes se convirtieron en pueblo.
El Éxodo se extiende desde la muerte de José hasta el segundo año de la salida de Israel de Egipto. Nos presenta al pueblo oprimido por los Faraones y liberado por Moisés con prodigios asombrosos. También nos habla de la promulgación de la Ley en el Sinaí y de la construcción del Tabernáculo.
El Levítico, con la excepción de dos hechos históricos sobre la consagración de Aarón y sus hijos, puede considerarse un cúmulo de leyes y normas para los sacerdotes y para la santificación individual y social de Israel.
El libro de los Números narra algunos de los hechos principales de la peregrinación de Israel en el desierto, desde el Sinaí hasta el momento de disponerse a entrar en la Tierra prometida.
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El Deuteronomio consta principalmente de tres discursos pronunciados en la llanura de Moab, frente a Jericó.
Moisés, queriendo estimular al pueblo a observar la Ley, recuerda en estos libros los beneficios recibidos o prometidos por Dios, promulga por segunda vez los principales preceptos divinos y añade algunos otros.
Como vemos, la obra de Moisés constituye una unidad armoniosa y todas sus partes están íntimamente relacionadas entre sí.

REFLEXIÓN I

Qué es la Biblia


«Credita sunt illis eloquia Dei»
(Rom 3,2)1


Según la etimología de la palabra, Biblia quiere decir el Libro por excelencia. Consta de 72 libros2 divinamente inspirados, los cuales contienen lo sustancial de la revelación divina.
San Gregorio se pregunta: «¿Qué es la sagrada Escritura sino una larga carta de Dios omnipotente a su criatura?».
El hombre se había precipitado en el abismo más profundo del mal y había perdido el camino del cielo, pero el Padre celestial, compadecido de él, salió a su encuentro y decidió escribirle esta carta para indicarle nuevamente el camino de la salvación.

Aparentemente, este libro misterioso parece confundirse con los demás libros humanos, e incluso resulta más modesta y pobre su forma externa, pero bajo esta apariencia tan sencilla se esconde un mundo lleno de misterios y de verdades sublimes, que contienen el destino de la humanidad y la sabiduría de Dios,3 al igual
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que las especies del Pan eucarístico contienen sacramentalmente a Jesucristo.
Podemos pues decir que la diferencia entre la Biblia y los demás libros es casi infinita: éstos son humanos y aquélla es divina.

1. Es divina porque su autor es Dios. Efectivamente, el autor verdadero y principal de la sagrada Escritura no son los escritores sagrados, como Moisés, David, san Mateo, san Lucas, etc., sino el Espíritu Santo; fue él quien inspiró4 al escritor a escribir todo y solamente lo que constituía su santa voluntad. El hagiógrafo es un instrumento en las manos de Dios, un instrumento inteligente, libre y dócil a las mociones del Espíritu Santo.

2. Considerada en general, la Biblia es divina porque nos habla de cosas divinas. En ella aprendemos a conocer quién es Dios, cuáles son sus atributos, que es Él nuestro principio y nuestro fin, el sentido de nuestra existencia en la tierra, la absoluta necesidad de salvarnos, etc.
Se trata de asuntos de suma importancia que siempre han inquietado e inquietarán a toda la humanidad. ¿Quién no desea saber de dónde viene y adónde va? Todos anhelamos saber el sentido de nuestra existencia en la tierra.
La Biblia hace desfilar ante los ojos del lector, como si se tratara de una gran película, toda la humanidad con sus grandezas y sus defectos, con sus caídas y su ignorancia, para enseñarle el modo de ordenar su vida, vencer sus pasiones y adquirir las virtudes, y así un día ser coronado vencedor en el cielo.

3. Considerada de manera especial, es divina porque tiene grabado el carácter de la divinidad y porque
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nos llega de modo divino. En efecto, la Biblia, nacida en el paraíso, que es el reino de la verdad, fue inspirada por Dios, verdad esencial, y fue escrita sin errores, y por eso estamos seguros, con certeza de fe, de que todo lo que se narra en la Biblia es verdad.
Nos llega de modo divino, es decir, por medio de la Iglesia, sociedad divina e infalible como su fundador, Jesucristo.
La sagrada Escritura no fue a parar a manos de una empresa editora cualquiera, sino que Dios mismo se la confió a la Iglesia, que infaliblemente la interpreta, celosamente la guarda y determina con todo derecho el modo de imprimirla, anotarla e interpretarla, y nadie puede, sin la precisa revisión eclesiástica y sin el permiso de los obispos, imprimirla y difundirla. Así lo establece el canon 1385 del Derecho Canónico.
Además, los sagrados Concilios y los sumos Pontífices han intervenido en diversas ocasiones y de forma expresa con disposiciones sobre al libro sagrado.5 Recordemos la gran encíclica de León XIII «Providentissimus Deus»6 y la «Pascendi Dominici gregis» de Pío X.
El concilio de Trento establece el canon de todos los libros inspirados y amenaza con la excomunión a quien niegue alguno de ellos. Estas son sus palabras textuales:
«El sacrosanto, ecuménico y universal Concilio de Trento, legítimamente reunido en el Espíritu Santo, bajo la presidencia de los tres mismos Legados de la Sede Apostólica, siguiendo los ejemplos de los Padres ortodoxos, con igual afecto de piedad e igual reverencia recibe y venera todos los libros, así del Antiguo como del Nuevo Testamento, comoquiera que un solo Dios es autor de ambos. Ahora bien, creyó deber suyo escribir adjunto a este decreto un índice de los libros sagrados, para que a nadie
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pueda ocurrirle dudar sobre cuáles son los que por el mismo Concilio son recibidos. Son los siguientes:
Del Antiguo Testamento: cinco de Moisés, a saber: el Génesis, el Éxodo, el Levítico, los Números y el Deuteronomio;
el de Josué, el de los Jueces, el de Rut, cuatro de los Reyes,7 dos de los Paralipómenos,8 dos de Esdras9 (de los cuales el segundo se llama de Nehemías);
Tobías, Judit, Ester, Job, el Salterio de David, de 150 salmos;
los Proverbios, el Eclesiastés,10 Cantar de los Cantares, la Sabiduría, el Eclesiástico;11
Isaías, Jeremías con Baruc, Ezequiel, Daniel, doce profetas menores, a saber: Oseas, Joel, Amós, Abdías, Jonás, Miqueas, Nahum, Habacuc, Sofonías, Ageo, Zacarías, Malaquías;
dos de los Macabeos: primero y segundo.
Del Nuevo Testamento: los cuatro evangelios: según Mateo, Marcos, Lucas y Juan; los Hechos de los Apóstoles, escritos por el evangelista Lucas;
Las catorce12 epístolas del apóstol Pablo: a los Romanos, dos a los Corintios, a los Gálatas, a los Efesios, a los Filipenses, a los Colosenses, dos a los Tesalonicenses, dos a Timoteo, a Tito, a Filemón, a los Hebreos;
dos epístolas de san Pedro, la de san Judas, las tres de san Juan, la de Santiago y el Apocalipsis de san Juan. Y si alguno no recibiere como sagrados y canónicos los libros mismos íntegros en todas sus partes, tal como se han acostumbrado leer en la Iglesia católica y se contienen en la antigua edición Vulgata latina, sea anatema».

4. Es divina porque tiene un objeto divino: Jesucristo. Los libros humanos generalmente están escritos por un solo autor, muchas veces con inexactitudes y contradicciones; éste, en cambio, fue escrito por cerca de cuarenta autores que, aunque muy diferentes por su índole
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y alejados entre sí por siglos y siglos (por ejemplo entre Moisés, hagiógrafo del primer libro de la Biblia, y san Juan, autor del Apocalipsis, el último libro de la sagrada Escritura en cuanto al tiempo, pasan quince siglos), todos los libros que componen la sagrada Escritura concuerdan admirablemente; uno confirma lo que dice el otro y en ellos no se encuentran contradicciones reales, a pesar de todos los esfuerzos y maquinaciones de los adversarios para encontrarlos, y forman en su conjunto un libro único cuya finalidad y objeto principal es Jesucristo.
Los 45 libros del Antiguo Testamento anuncian al Redentor divino y describen su nacimiento, su vida, la obra de su redención, su muerte, su resurrección gloriosa, etc., y los 27 del Nuevo Testamento confirman y explican lo escrito en aquellos. El Evangelio de san Mateo, por ejemplo, demuestra la verificación de las profecías narradas por el Antiguo Testamento.
Ante este espectáculo de belleza y de armonía increíbles podemos exclamar: ¡Este libro no es humano, sino divino!

5. Es un libro divino porque está dirigido a todos los hombres. La Biblia no es sólo para una determinada clase de personas, como suele suceder con los libros humanos, sino para todos, pues todos los hombres tienen un alma que salvar y necesitan conocer el camino del cielo. El divino Maestro ordenó a los Apóstoles que fueran por todo el mundo y predicaran el Evangelio a todas las criaturas: «Euntes in mundum universum praedicate Evangelium omni creaturæ» (Mc 16,15).14
Dios dirige a todos esta carta, y extraviado estaría el corazón de quien,
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habiendo recibido una carta de su padre lejano, no se preocupara de abrirla y leerla.

* * *

Si la Biblia es un libro divino, tratémosla como lo que es; que no se la abandone en las estanterías como un libro más, que figure en un lugar de honor de la casa, junto a un crucifijo, para que todos la puedan ver, leer y besar.
¡Qué bien está el libro de los Evangelios sobre el altar! En el santísimo Sacramento, bajo las especies de la hostia sagrada, Jesucristo está realmente presente con su cuerpo, sangre, alma y divinidad, del mismo modo que en la sagrada Escritura está Jesús verdad bajo las especies del papel.
San Agustín preguntaba a los cristianos: «¿Qué os parece más grande, la Palabra de Dios o el Cuerpo de Cristo? Para responder bien debéis decir que no es menos la Palabra de Dios que el Cuerpo de Cristo. Por tanto, la solicitud que ponemos cuando administramos el cuerpo de Jesús para que ningún fragmento se desprenda de nuestras manos, debe acompañarnos cuando nos referimos a la Palabra de Dios, para que no se separe de nuestro corazón. Pues no es menor falta descuidar la escucha de la Palabra de Dios que dejar que caiga al suelo negligentemente el Cuerpo de Cristo».
Así pues, oremos y demos gracias a Dios con las propias palabras de la sagrada Escritura por habernos escrito esta hermosa carta, y formulemos no sólo un sincero propósito de respetar siempre la Biblia, sino de recurrir a ella cuando nos sintamos perdidos en el camino del bien.

EJEMPLO. San Agustín, convertido al leer la Biblia. Combatían en el joven Agustín, casi con furia,
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la naturaleza y el espíritu. Su corazón ardiente y apasionado no se saciaba con nada; su mente, que desde hacía tanto tiempo buscaba en vano la verdad, sentía una gran pena por no haberla encontrado. Llegó finalmente el tiempo de la luz, del triunfo de la gracia divina, movida por las fervorosas oraciones y las amargas lágrimas de su madre, santa Mónica.
El inquieto Agustín se encuentra en Sagaste. En el silencio de su jardín oye repetidamente unas palabras arcanas: «¡Toma y lee!». Como un nuevo Saulo,15 no duda un instante; se inclina, toma el libro que se encuentra junto a un árbol y lee: «Comportémonos decentemente, como en pleno día; nada de comilonas ni borracheras, nada de lujuria ni desenfreno, nada de peleas ni envidias; al contrario, revestíos de Jesucristo, el Señor, y no busquéis satisfacer los bajos instintos» (Rom 13,13-14).
Estas palabras de la carta a los Romanos le bastan. El joven, como despertando de un sueño profundo, las considera un aviso del cielo, recapacita y decide cambiar de vida.
Cuando su amigo Alipio entra poco después en el jardín, le encuentra con el rostro entre las manos y deshecho en lágrimas. No sabe que Agustín ha dejado de ser su confidente en el maniqueísmo y que es ya un cristiano.
Sabemos que Agustín hizo un bien inmenso en la Iglesia con la predicación y especialmente con sus escritos, de los que podemos recordar las Confesiones, la Ciudad de Dios, el Modo de enseñar a los ignorantes, el tratado sobre la Música, los dedicados a la santísima Trinidad, a la Gracia, etc., todos de un inmenso valor y fuentes inagotables de doctrina por estar fundados en la Biblia, a la que san Agustín debía no solamente su conversión, sino toda su ciencia, como él mismo confesó.

FLORECILLA. Recitar a Jesús Maestro tres padrenuestros, avemarías y glorias para que la Biblia entre en todas las familias y haga que muchas almas encuentren el camino de la verdad.

CÁNTICO DE MOISÉS [#]

Cantaré al Señor que tan maravillosamente ha triunfado,
caballo y caballero precipitó en el mar.
Mi fortaleza y mi cántico es el Señor, él fue mi salvación;
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él es mi Dios, yo le alabaré; el Dios de mi padre, lo ensalzaré.
El Señor es un fuerte guerrero; su nombre es el Señor.
Los carros del Faraón y su ejército precipitó en el mar;
la flor de sus guerreros se la tragó el mar Rojo.
Los abismos les cubrieron; cayeron como piedras en lo profundo.
Tu diestra, Señor, gloriosa en la potencia;
tu diestra, Señor, abate al enemigo.
En tu sublime majestad abates a tus adversarios;
desatas tu furor, que cual paja los devora.
Al soplo de tu cólera se agolparon las aguas,
se irguieron cual pilares las corrientes;
se cuajaron los abismos en medio de la mar.
Dijo el enemigo:
«Les perseguiré, les daré alcance, repartiré el botín,
mi codicia será saciada, desenvainaré mi espada,
mi mano les exterminará».
Soplaste con tu aliento, y les cubrió la mar;
se hundieron como plomo en las impetuosas aguas.
¿Quién igual a ti, Señor, entre los dioses?
¿Quién igual a ti, sublime en sabiduría, tremendo en gloria,
autor de maravillas?
Desplegaste tu mano, la tierra les tragó.
Guiaste en tu bondad al pueblo que salvaste;
le llevaste con tu poder a tu santa mansión.
Al oírlo temblaron los pueblos;
se apoderó de los filisteos el terror.
Se estremecieron entonces los príncipes de Edón;
presa fueron del terror los fuertes de Moab;
sintiéronse abatidos todos los habitantes de Canaán.
Temblor y espanto les asaltan;
por la fuerza de tu brazo enmudecen como piedra.
Hasta que tu pueblo, oh Señor, haya pasado;
hasta que haya pasado este pueblo que adquiriste.
Tú les guías y les plantas en el monte de tu heredad,
en el lugar de tu mansión que has preparado,
en el santuario que tus manos, oh Señor, han levantado.
¡Reina, Señor, por siempre jamás!

(Éx 15,1-18).16

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LECTURA

La creación del mundo

Al principio Dios creó el cielo y la tierra. La tierra era soledad y caos, y las tinieblas cubrían el abismo; y el espíritu de Dios aleteaba sobre las aguas.
Dios dijo: «Haya luz», y hubo luz. Vio Dios que la luz era buena, y la separó de las tinieblas; y llamó a la luz día, y a las tinieblas noche. Hubo así tarde y mañana: día primero.
Y Dios dijo: «Haya un firmamento entre las aguas, que separe las unas de las otras»; y así fue: Dios hizo el firmamento, separando por medio de él las aguas que hay debajo de las que hay sobre él. Dios llamó al firmamento cielo. Hubo tarde y mañana: día segundo.
Dios dijo: «Reúnanse en un solo lugar las aguas inferiores y aparezca lo seco»; y así fue. Dios llamó a lo seco tierra, y a la masa de las aguas llamó mares. Vio Dios que esto estaba bien.
Dios dijo: «Produzca la tierra vegetación: plantas con semilla de su especie y árboles frutales que den sobre la tierra frutos que contengan la semilla de su especie»; y así fue. La tierra produjo vegetación: plantas con semilla de su especie y árboles frutales que contienen la semilla propia de su especie. Vio Dios que esto estaba bien. Hubo tarde y mañana: día tercero.
Dios dijo: «Haya lumbreras en el firmamento que separen el día de la noche, sirvan de signos para distinguir las estaciones, los días y los años, y luzcan en el firmamento del cielo para iluminar la tierra». Y así fue: Dios hizo dos lumbreras grandes, la mayor para gobierno del día, y la menor para gobierno de la noche, y las estrellas. Dios las puso en el firmamento del cielo para iluminar la tierra, regular el día y la noche y separar la luz de las tinieblas. Vio Dios que esto estaba bien. Hubo tarde y mañana: día cuarto.
Dios dijo: «Pulule en las aguas un hormigueo de seres vivientes y revoloteen las aves por encima de la tierra y cara al firmamento del cielo». Dios creó los grandes monstruos marinos, todos los seres vivientes que se mueven y pululan en las aguas según su especie, y el mundo volátil según
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su especie. Vio Dios que esto estaba bien. Dios los bendijo diciendo: «Sed fecundos, multiplicaos y llenad las aguas del mar, y multiplíquense las aves sobre la tierra». Hubo tarde y mañana: día quinto.
Dios dijo: «Produzca la tierra animales vivientes según su especie: ganados, reptiles y bestias salvajes según su especie». Y así fue. Dios hizo las bestias de la tierra, los ganados y los reptiles campestres, cada uno según su especie. Vio Dios que esto estaba bien.
Dios dijo: «Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza. Domine sobre los peces del mar, las aves del cielo, los ganados, las fieras campestres y los reptiles de la tierra». Dios creó al hombre a su imagen, a imagen de Dios los creó, macho y hembra los creó. Dios los bendijo y les dijo: «Sed fecundos y multiplicaos, poblad la tierra y sometedla; dominad sobre los peces del mar, las aves del cielo y cuantos animales se mueven sobre la tierra». Y añadió: «Yo os doy toda planta sementífera que hay sobre la superficie de la tierra y todo árbol que da fruto conteniendo simiente en sí. Ello será vuestra comida. A todos los animales del campo, a las aves del cielo y a todos los reptiles de la tierra, a todo ser viviente, yo doy para comida todo herbaje verde». Y así fue. Vio Dios todo lo que había hecho, y he aquí que todo estaba muy bien. Hubo tarde y mañana: día sexto.

(Gén 1,1-31).


ORACIÓN DE MOISÉS

El Señor, el Señor, Dios clemente y misericordioso, tardo para la ira y lleno de lealtad y fidelidad, que conserva su fidelidad a mil generaciones y perdona la iniquidad, la infidelidad y el pecado, pero que nada deja impune, castigando la maldad de los padres en los hijos y en los nietos, hasta la tercera y cuarta generación. Si de verdad he hallado gracia a tus ojos, Señor, que el Señor marche en medio de nosotros; porque éste es un pueblo de cabeza dura; pero tú perdona nuestra iniquidad y nuestro pecado y tómanos por tu heredad.

(Éx 34,6-9).


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1 «Porque a ellos [israelitas] les fueron confiadas las promesas de Dios».

2 Normalmente, LS se refiere a 72 libros de la Biblia (ej. pp. 6, 29, 97, 145, 281): 45 del Antiguo Testamento (donde no se distingue la Carta de Jeremías) y 27 del Nuevo Testamento (ver en p. 18 la lista definida por el Concilio de Trento). Una división más precisa comprende 39 libros proto-canónicos y 7 déutero-canónicos; por tanto, 46 del Antiguo Testamento más 27 del Nuevo Testamento. Se trata en total de 73 libros bíblicos según el canon católico, así como según la Vulgata Clementina (cf. Biblia Vulgata, BAC, Madrid 1995). Los déutero-canónicos (Tobías, Judit, 1Macabeos, 2Macabeos, Sabiduría, Sirácida o Eclesiástico, Baruc con inclusión de la Carta de Jeremías) fueron eliminados del canon hebreo a partir del año 70 después de Cristo. Los protestantes consideran apócrifos esos libros, así como diversos pasajes (déutero-canónicos) añadidos a Ester y a Daniel.

3 El tema de la sabiduría como don de Dios para comprender y observar su voluntad es frecuente en LS (cf. pp. 54-55, 92, 105-106). Al respecto, la constitución Dei Verbum, del Concilio Vaticano II, afirma: «Sin mengua de la verdad y de la santidad de Dios, la Sagrada Escritura nos muestra la admirable condescendencia de Dios, “para que aprendamos su amor inefable y cómo adapta su lenguaje a nuestra naturaleza con su providencia solícita”. La palabra de Dios, expresada en lengua humana, se hace semejante al lenguaje humano, como la Palabra eterna del Padre, asumiendo nuestra débil condición humana, se hizo semejante a los hombres» (DV n. 13).

4 LS remite continuamente a la inspiración de la sagrada Escritura (cf. pp. 30, 32, 88, 89, 201). La inspiración es el carisma que hace de la Biblia un libro diferente a los demás. En relación con esto, la constitución Dei Verbum afirma en el n. 11: «La revelación que la Sagrada Escritura contiene y ofrece ha sido puesta por escrito bajo la inspiración del Espíritu Santo. La santa madre Iglesia, fiel a la fe de los Apóstoles, reconoce que todos los libros del Antiguo y del Nuevo Testamento, con todas sus partes, son sagrados y canónicos, en cuanto que, escritos por inspiración del Espíritu Santo (cf. Jn 20,31; 2Tim 3,16; 2Pe 1,19-21; 3,15-16), tienen a Dios como autor, y como tales han sido confiados a la Iglesia... De donde se sigue que “toda escritura, inspirada por Dios, es útil para enseñar, reprender, corregir, instruir en la justicia; para que el hombre de Dios esté en forma, equipado para toda obra buena” (2Tim 3,16-17)».

5 Cf. este párrafo con la p. 109.

6 Juan Pablo II, el 23 de abril de 1993, se expresará de forma parecida al publicar el documento de la Pontificia Comisión Bíblica (PCB), La interpretación de la Biblia en la Iglesia, fechado el 15.4.1993: «Vuestro trabajo... me ofrece la ocasión de celebrar con vosotros dos aniversarios cargados de significado: el centenario de la encíclica Providentissimus Deus y el cincuentenario de la encíclica Divino afflante Spiritu, ambas centradas en las cuestiones bíblicas. El 18 de noviembre de 1893, el papa León XIII, muy atento a los problemas intelectuales, publicaba su encíclica sobre los estudios de la sagrada Escritura, para “estimularlos y recomendarlos” y para “orientarlos de modo que se adecuen mejor a las necesidades de los tiempos”. Cincuenta años después, el papa Pío XII ofrecía a los exegetas católicos, en su encíclica Divino afflante Spiritu, nuevos estímulos y nuevas directrices. Mientras tanto, el magisterio pontificio había manifestado su atención constante a los problemas escriturísticos por medio de numerosas intervenciones. En 1902, León XIII creaba la Comisión Bíblica; en 1909, Pío X fundaba el Instituto Bíblico. En 1920, Benedicto XV celebraba el 1500 aniversario de la muerte de san Jerónimo con una encíclica sobre la interpretación de la Biblia. El vivo impulso que así se dio a los estudios bíblicos tuvo plena confirmación en el concilio Vaticano II, de tal modo que toda la Iglesia pudo beneficiarse de ello. La constitución dogmática Dei Verbum ilumina la obra de los exegetas católicos e invita a los pastores y a los fieles a alimentarse más de la Palabra de Dios contenida en las Escrituras».

7 Ahora, 1/2Samuel y 1/2Re.

8 Ahora, 1/2Crónicas.

9 El libro que conocemos hoy como Esdras formaba un texto único con el conocido como libro de Nehemías, y en la traducción griega de los Setenta (LXX) se tituló segundo libro de Esdras. En el Antiguo Testamento griego (la LXX) figura como primer libro de Esdras un apócrifo griego que comprende partes tomadas de un texto hebreo y otras de los últimos capítulos de las Crónicas; en la Vulgata se presenta como tercer libro de Esdras. Sólo el texto que la LXX presenta como segundo libro de Esdras se reconoce como canónico en la Biblia hebrea y en la cristiana, donde se divide en dos partes que la Vulgata titula primero y segundo libro de Esdras; las ediciones modernas llaman libro de Nehemías al que ha sido durante mucho tiempo considerado segundo libro de Esdras.

10 Eclesiastés o Qohélet.

11 Eclesiástico o Sirácida.

12 En realidad son trece, al no considerar Hebreos como parte del Corpus Paulinum.

14 «Id por todo el mundo y predicad el Evangelio a toda criatura».

15 Saulo es Pablo apóstol, mientras que Saúl indica normalmente en LS al rey de Israel, de la tribu de Benjamín, a la que también Pablo dice pertenecer, reivindicando así un título real (cf. Rom 11,1; Flp 3,5).
[

] Como se indicó en las Advertencias, todos los pasajes bíblicos de los “cánticos” que figuran en la versión latina de la Vulgata han sido sustituidos por los correspondientes de la versión española de la Biblia de la editorial San Pablo.

16 En LS figura también el v. 19, pero el Cántico de Moisés termina aquí.