Beato Santiago Alberione

Opera Omnia

Haga una búsqueda

BÚSQUEDA AVANZADA

SEGUNDA PARTE
LA SAGRADA BIBLIA EN RELACIÓN CON LA MORAL
(Camino)

1151
DÍA XI
DE LA SAGRADA ESCRITURA BROTA LA VIRTUD DE LA FE

JESÚS, HIJO DE SIRÁ

Es sin duda el autor inspirado del Eclesiástico,2 como nos dice en el prólogo su nieto, que tradujo el libro. Leemos en el capítulo 50, versículo 29: Doctrina sabia y ciencia consignó en este libro Jesús, hijo de Sirá Eleazar, de Jerusalén, que derramó como lluvia la sabiduría de su corazón.3
Sabemos muy poco de su vida. Oriundo de Jerusalén, dedicó su vida al estudio de la sabiduría, y para conseguirla emprendió largos viajes en los que tuvo que pasar por muchos y graves peligros, pero consiguió frutos abundantes de conocimiento. Era insigne en el conocimiento profundo de la sagrada Escritura, en la que encontró la verdadera sabiduría.
El modo de hablar del autor sagrado sobre el sumo sacerdote Simón II, hijo de Onías, demuestra que fue contemporáneo suyo. Podemos pues decir que el Eclesiástico fue escrito en el siglo II a. C., y por tanto que fue traducido poco después al griego por el nieto del autor.

EL ECLESIÁSTICO

En los primeros tiempos de la Iglesia se titulaba así por ser el libro más usado, pero en el texto griego figura como Sabiduría de Jesús, hijo de Sirá. El autor,
115
en efecto, exhorta a sus lectores a la sabiduría, es decir, al ejercicio de todas las virtudes.
El libro se puede dividir en dos partes, además de la introducción y el epílogo.
En la introducción, después de exhortar al seguimiento de la sabiduría, describe origen de ésta y sus frutos, así como la relación íntima entre sabiduría y temor de Dios.
La primera parte es doctrinal y establece en qué consiste la verdadera sabiduría y el ejercicio de la virtud.
La segunda parte es histórica. El autor, después de un himno a Dios creador, celebra sus obras en la naturaleza, describe algunas de ellas y a continuación se centra en los hombres grandes y santos desde Enoc hasta el sumo sacerdote Simeón.
En el epílogo repite la exhortación a seguir la sabiduría y a alabar a Dios y concluye con una preciosa oración.

REFLEXIÓN XI

De la sagrada Escritura brota la virtud de la fe


«Me doy prisa y no pierdo un instante
en guardar tus mandamientos»

(Sal 118/119,60)


En la primera parte del mes4 hemos considerado que la Biblia es luz verdadera para nuestra mente, hemos aludido brevemente a las arcanas bellezas contenidas en ella, hemos comprobado que la Iglesia saca de ahí lo mejor de la ciencia sagrada y que el Libro sagrado aclara y confirma las ciencias naturales.
En los próximos diez días veremos que nuestra voluntad puede encontrar en la sagrada Escritura ejemplos admirables de todas las virtudes, ejemplos
116
que, además de camino, son un acicate y un estímulo para conquistar los bienes imperecederos que nunca la polilla o el orín podrán corroer.
Finalmente veremos que todas las virtudes se encuentran en la sagrada Escritura y que en ella se inculcan y recomiendan con numerosas expresiones y ejemplos.

* * *

Veamos hoy que la primera virtud teologal, la fe, brota de la sagrada Escritura.
La fe, como sabemos por el catecismo, es creer todas las verdades reveladas5 por Dios y propuestas por la Iglesia para ser creídas.
Centro6 de toda la revelación es, si bien se mira, la persona adorable de Jesucristo. El Antiguo Testamento nos habla del Mesías que vendrá y el Nuevo Testamento del Mesías que ha venido, de modo que nuestra mente, leyendo los libros de uno y otro Testamento, se fija siempre en un único centro: el Maestro divino.
Es muy hermosa, por ejemplo, la descripción de la Transfiguración de Jesús narrada en los Evangelios:
«Seis días después Jesús tomó consigo a Pedro, a Santiago y a Juan, su hermano, y les llevó a un monte alto a solas. Y se transfiguró ante ellos. Su rostro brilló como el sol y sus vestiduras se volvieron blancas como la luz. Y se le aparecieron Moisés y Elías hablando con él. Pedro tomó la palabra y dijo a Jesús: «Señor, qué bien se está aquí. Si quieres, hago aquí tres tiendas: una para ti, otra para Moisés y otra para Elías». Aún estaba hablando, cuando una nube luminosa les cubrió, y una voz desde la
117
nube dijo: «Éste es mi hijo amado, mi predilecto, escuchadle». Al oírlo, los discípulos cayeron de bruces, aterrados de miedo. Jesús se acercó, les tocó y les dijo: «Levantaos y no tengáis miedo». Alzaron ellos sus ojos y no vieron a nadie, sino sólo a Jesús (Mt 17,1-8).
¡Divino espectáculo! Vemos en el centro al divino Maestro transfigurado;7 en la parte superior está Moisés y Elías, como representantes de la ley antigua y de los profetas; debajo, los tres apóstoles representantes del Nuevo Testamento: Pedro, como figura de la fe; Juan, de la caridad, y Santiago como figura de quien lleva a la práctica las tres virtudes teologales: fe, esperanza y caridad.
Es verdad que el Antiguo Testamento nos habla del Mesías con figuras, símbolos, tipos y profecías, pero «cuando se cumplió el tiempo, Dios envió a su Hijo, nacido de una mujer» (Gál 4,4) y con Él se realizaron todas las profecías y figuras del Antiguo Testamento, dando así comienzo el Nuevo, cuyos 27 libros nos hablan del Mesías llegado y nos describen su nacimiento, su vida, su obra de redención, su muerte y su resurrección gloriosa. También nos describen la venida del Espíritu Santo y su obra de santificación, y finalmente el Apocalipsis nos expone detalladamente la última venida de Jesucristo a la Tierra.
El centro de los dos Testamentos, por consiguiente, es siempre Jesucristo.

* * *

De ahí que quien lea con frecuencia y recta intención la sagrada Escritura, adquirirá una fe vivísima en Jesucristo, y viendo lo que
118
Él hizo por la redención del género humano, le suplicará con fe firme y serena que le conceda los medios necesarios para salvarse.
Pero la Biblia non sólo nos presenta a Jesucristo como objeto central de la fe; nos describe también los ejemplos de hombres caracterizados por una fe grande y admirable, y esto nos lleva a reconocer nuestra fe y aumentarla.
Aquí aludimos solamente al magnífico ejemplo de fe que nos dio Abrahán, a quien Dios, tras ordenarle que le sacrificara a su único hijo Isaac, de inmediato, sin esperar que se hiciera de día, salió de casa con su hijo y se dirigió al monte para sacrificarle.
Dios le había prometido que sería padre de un pueblo numeroso. ¿Cómo podía armonizarse esta promesa con la orden que ahora le daba de sacrificar al hijo? El patriarca no razonó así; se limitó a cumplir con prontitud el mandato de Dios, convencido de que su palabra se cumpliría. Y así fue. Abrahán fue el padre de un pueblo numeroso, tanto como las arenas del mar.
¡Nuestra fe no puede dejar de arder con la lectura de ejemplos como éste y otros parecidos!

* * *

El lector asiduo y devoto de la sagrada Escritura se diviniza pronto en sus pensamientos, en sus juicios y en sus razonamientos y anhelos sobrenaturales. En él se crea un hombre nuevo, el hombre justo: «Justus ex fide vivit» (Heb 10,38).8
¡Qué diferentes son los hombres que leen la Biblia de los que no la leen!
119
Probadlo. Antes de la lectura sentís que sois hombres, es decir, serán humanos los pensamientos que llenen vuestra mente y serán rastreros los afectos que aniden en vuestro corazón, mientras que, después de la lectura, os levantaréis no como hombres, sino como dioses. Serán divinos vuestros pensamientos, divinos vuestros anhelos, santos y sobrenaturales vuestros deseos.
Es oportuno citar aquí lo que decía san Agustín: «Si amas la tierra, eres terreno; si amas las cosas celestiales, eres celestial».

* * *

En la lectura de la Biblia también nosotros buscamos a Jesús y solamente a Jesús, como le buscaban María y José en Jerusalén, y cuando le encontremos, será Él quien encienda nuestra fe y se podrá decir de nosotros lo que santa Isabel dijo de María santísima: «Dichosa tú que has creído» (Lc 1,45). Y si nuestra fe es viva, también en nosotros, como en María santísima, se realizarán las maravillas del Señor.
Acostumbremos los ojos de nuestra fe a contemplar en los libros de la sagrada Escritura a Jesucristo verdad, como contemplamos bajo el velo de la cándida Hostia a Jesús presente con su cuerpo, sangre, alma y divinidad, para poder así después contemplarle en el cielo, no con los ojos de la fe y como en un espejo enigmático, sino cara a cara, como nos dice san Pablo en la primera carta a los Corintios.

EJEMPLO. San Félix, mártir de la sagrada Escritura. Al comienzo de la persecución de Diocleciano, un buen número de cristianos entregaron por miedo las Escrituras a los infieles para ser quemadas, y muchos creían que podían ser excusados de su delito.
120
Félix, obispo de Tibara, en la provincia proconsular de África, no se dejó arrastrar por el número de los que claudicaron, y hasta la propia debilidad de sus hermanos hizo que aumentara su vigilancia y se afianzara su coraje.
Magniliano, magistrado de la ciudad, tras haberle detenido, le ordenó que entregara las Escrituras de su Iglesia. Pero Félix estaba más dispuesto a dejar quemar su cuerpo que a entregarlas y ser culpable de aquel delito.
Magniliano le condujo ante el procónsul de Cartago y éste le remitió al prefecto del pretorio, que entonces se encontraba en África. Éste, irritado por la libertad y la valentía con que Félix confesaba la fe, ordenó que fuera arrojado a una prisión angosta cargado de pesadas cadenas.
Nueve días después le remitió en barco a Italia para que compareciera ante el emperador. El santo, recluido en el fondo del barco, estuvo cuatro días sin comer ni beber. Finalmente atracaron en Agrigento. Los cristianos de Sicilia recibieron a Félix con alegría en todos los lugares por donde pasó. Al llegar a Venosa le quitaron las cadenas para obligarle con tormentos a declarar si tenía las Escrituras. Él respondió que sí, pero protestó al mismo tiempo que nunca las entregaría.
El prefecto, desesperado ante la firmeza de su fe, le condenó a ser decapitado. Llegado al lugar de la ejecución, Félix dio gracias a Dios por la misericordia que le manifestaba y aceptó con gozo el sacrificio de su vida el año 303, a la edad de cincuenta y seis años.

FLORECILLA. Invitemos a alguien a adquirir la Biblia y leerla cotidianamente.

CÁNTICO DE ACCIÓN DE GRACIAS [#]

Aclamad a Dios toda la tierra,
cantad la gloria de su nombre,
tributadle su gloriosa alabanza;
decid a Dios: «Tus obras son maravillosas».
Por la grandeza de tu poder
tus enemigos ante ti se rinden;
121
toda la tierra se prosterna ante ti,
canta para ti, canta a tu nombre.
Venid y ved las proezas de Dios,
las maravillas que ha hecho por los hombres.
Él convirtió el mar en tierra firme,
y el río atravesaron a pie enjuto;
con su poder gobierna eternamente,
con sus ojos vigila a las naciones,
para que no se subleven los rebeldes.
Pueblos, bendecid a nuestro Dios,
proclamad a plena voz sus alabanzas;
él nos conserva la vida
y no permite que tropiecen nuestros pies.
Sí, oh Dios, tú nos pusiste a prueba,
nos pasaste por el crisol, como la plata;
nos hiciste caer en el lazo,
nos echaste a las costillas una carga pesada,
dejaste que cabalgaran sobre nuestras cabezas,
anduvimos a través de agua y fuego,
pero, al fin, nos hiciste recobrar aliento.
Entraré con holocaustos en tu casa,
cumpliré mis promesas,
las que mis labios formularon,
las que en la angustia formuló mi boca.
Te ofreceré pingües holocaustos,
con la fragancia de carneros,
te ofreceré toros y cabritos.
Fieles del Señor, venid a escuchar,
os contaré lo que él hizo por mí.
Mi boca le llamó y mi lengua le ensalzó.
Si hubiera alguna culpa en mi conciencia,
el Señor no me habría escuchado;
pero Dios me ha escuchado,
ha atendido la voz de mi plegaria.
Bendito sea Dios, que no ha rechazado mi plegaria
ni me ha retirado su misericordia.

(Sal 65/66,1-20).


LECTURA

La justificación viene de la fe y no de las obras de la ley

¡Oh insensatos gálatas! ¿Quién os fascinó a vosotros, ante cuyos ojos fue presentada la figura de Jesucristo crucificado?
122
Solamente quiero saber esto de vosotros: ¿recibisteis el Espíritu por las obras de la ley o por haber aceptado la fe que os anunciaron? ¿Tan insensatos sois que, habiendo comenzado por el Espíritu, termináis en la materia? Parece imposible que tantas experiencias hayan sido inútiles. Pues el que os da el Espíritu y obra milagros en vosotros, ¿lo hace porque cumplís la ley o porque habéis aceptado la fe que os anunciaron?
Como está escrito: Abrahán creyó en Dios y esto le fue contado como justicia. Sabed, pues, que los que tienen fe, ésos son hijos de Abrahán. Pues la Escritura, previendo que Dios justificaría por la fe a los paganos, anunció con anterioridad a Abrahán: En ti serán bendecidas todas las gentes. De suerte que los que tienen fe son bendecidos con el creyente Abrahán.
Pero los que se atienen al cumplimiento de la ley están bajo maldición, como dice la Escritura: Maldito sea el que no cumple todo lo que está escrito en la ley. Es claro que nadie se justifica ante Dios por la ley, porque el justo vivirá gracias a la fe. Pero la ley no procede de la fe, sino que dice: El que cumpla estos preceptos, por ellos vivirá. Cristo nos liberó de la maldición de la ley, haciéndose maldición por nosotros, como dice la Escritura: Maldito el que está colgado en un madero, para que la bendición de Abrahán hecha en Cristo Jesús se extendiese a todas las naciones, a fin de que, mediante la fe, recibiésemos el Espíritu prometido.

(Gál 3,1-14).


ORACIÓN DE DAVID

Oh Dios, sálvame por tu nombre,
por tu poder hazme justicia.
Oh Dios, escucha mi oración,
atiende a las palabras de mi boca;
pues se ha alzado contra mí una gente extraña,
unos tiranos me persiguen a muerte,
y para ellos Dios no cuenta nada.
Pero Dios viene en mi auxilio,
el Señor es el único apoyo de mi vida;
que caiga su maldad sobre los que me espían,
destrúyelos, Señor, por tu fidelidad.
Te ofreceré sacrificios de todo corazón
y ensalzaré tu nombre, Señor, porque eres bueno,
porque me has librado de todas mis angustias
y he visto la derrota de mis enemigos.

(Sal 53/54,3-9).


123

1 Entre las páginas 114 y 115 del texto original se insertaron una página con el antetítulo de la “Parte segunda” y la siguiente página en blanco sin numerar.

2 Eclesiástico, o Sirácida.

3 Sir 50,27. En la Vulgata el texto corresponde al versículo 29.

4 Recordemos que las horas de adoración efectivamente predicadas a la comunidad fueron diez, pero en LS se proponen en 30 meditaciones. La nueva estructura es aprobada por el P. Alberione, como se ve en una circular dirigida a las Hijas de San Pablo: «G.D.P.H. | Alba, 22 de noviembre de 1933 | Queridas Hijas de San Pablo: | He entregado a las Hijas de San Pablo para que se editen seis visitas | al santísimo Sacramento sobre la muerte y seis sobre el paraíso. También se encuentra ya impreso el libro de las visitas sobre la lectura | de la Biblia» (Considerate la vostra vocazione, n. 34).

5 En el n. 6 de la Dei Verbum, leemos: «Por medio de la revelación, Dios quiso manifestarse a Sí mismo y sus planes para salvar al hombre, para que el “hombre se haga partícipe de los bienes divinos, que superan totalmente la inteligencia humana”. El santo Sínodo profesa que el hombre “puede conocer a Dios con la razón natural, por medio de las cosas creadas” (cf. Rom 1,20); y enseña que, por medio de dicha revelación, “todos los hombres, en la condición presente de la humanidad, pueden conocer con absoluta certeza y sin error las realidades divinas, que en sí no son inaccesibles a la razón humana”».

6 En LS este término es muy rico de significado. Ejemplos: centro de la Biblia es Cristo (p. 118); quien ama la Biblia no se queda en la periferia, sino que llega al centro (p. 318). Confróntense estas afirmaciones con lo que dirá más tarde la Nota Pastorale de la CEI: «Jesús es el centro y el fin de la Escritura... Por eso la Iglesia, siguiendo la tradición apostólica, encuentra la Biblia “por Cristo, con Cristo y en Cristo” y a su luz la comprende como designio unitario de Dios para nuestra salvación» (La Bibbia nella vita della Chiesa, n. 2). La centralidad de Cristo es el principio hermenéutico de la Iglesia en la interpretación de la sagrada Escritura. Es necesario “leerla en Cristo” para comprenderla en su significado más profundo.

7 Cristo, Maestro divino, es siempre el centro o está en el centro, en toda situación y representación, porque así aparece en la sagrada Escritura.

8 «Mi justo vivirá por la fe».