«Señor, espero que me salves,
pues tu ley hace mis delicias»
(Sal 118/119,174)
(Sal 32/33,12-22).
[Mt 28,16-20; Mc 16,16-18].
(Sal 62/63,2-12).
1 «Uno es vuestro maestro» (Mt 23,8.10).
2 Niccolò Tommaseo (Sebenico 1802 - Florencia 1874), de familia de comerciantes, estudió en Padua, donde se encontró con Antonio Rosmini (1797-1855), a quien le unió desde entonces una gran amistad. Hombre soñador e inquieto, vivió sucesivamente en Milán, donde se relacionó con Manzoni, en Florencia y en Venecia. Fue autor de numerosas obras de carácter literario y lingüístico, entre ellas el Nuovo Dizionario de' Sinonimi della lingua italiana (1830); el Dizionario della lingua italiana (1859); un comentario a la Divina Commedia (1837); las novelas Il Duca di Atene (1837), Fede e bellezza (1841-1842) y el libro de tema político Dell'Italia (1835).
3 De estos dos manjares indispensables, Biblia y Eucaristía, libro y pan, en LS se habla con frecuencia (pp. 15-16, 136, 138, 192, 234, 267s). Si se relee la p. 20, se advierte lo mucho que el P. Alberione pensaba apostólicamente: «¡Qué bien está el libro de los Evangelios en el altar! Si en el santísimo Sacramento, bajo las especies de la cándida Hostia, está Jesucristo realmente presente en cuerpo, sangre, alma y divinidad, en la sagrada Escritura está Jesús Verdad bajo las especies de blanco papel». Sobre la importancia del libro de la Biblia para toda la Iglesia, cf. Dei Verbum: «La Iglesia siempre ha venerado la sagrada Escritura, como lo ha hecho con el Cuerpo de Cristo, pues sobre todo en la sagrada liturgia, nunca ha cesado de tomar y repartir a sus fieles el pan de vida que ofrece la mesa de la Palabra de Dios y del Cuerpo de Cristo... Por tanto, toda la predicación de la Iglesia, como toda la religión cristiana, se ha de alimentar y regir con la sagrada Escritura. En los Libros sagrados, el Padre, que está en el cielo, sale amorosamente al encuentro de sus hijos para conversar con ellos. Y es tan grande el poder y la fuerza de la palabra de Dios, que constituye sustento y vigor de la Iglesia, firmeza de fe para sus hijos, alimento del alma, fuente límpida y perenne de vida espiritual» (n. 21).
4* «Os insto a que leáis (los Libros sagrados) y meditéis cada día con especial afecto las palabras de nuestro Creador: ved cómo es el corazón de Dios en las palabras de Dios, para que os sintáis excitados a suspirar más ardientemente por los bienes eternos y para que nuestra alma se inflame con los deseos más ardientes de la felicidad eterna» (San Gregorio Magno).