Beato Santiago Alberione

Opera Omnia

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DÍA X
POR QUÉ Y CÓMO DEBEMOS LEER LA BIBLIA

SALOMÓN

Sucedió a su padre David en el gobierno del pueblo de Israel, siendo así el tercer rey del pueblo elegido.
Subió al trono a la edad de veinte años, pero demostró pronto su gran sabiduría, porque, apenas elegido rey, se le apareció el Señor y le dijo: «Pide lo que quieras y te lo daré». El joven rey pidió sabiduría y un corazón recto para discernir los caminos del bien y del mal y gobernar con justicia. Dios se complació de que Salomón no le pidiera riquezas y bienes de la tierra, y le concedió, además de los dones pedidos, riquezas y gloria. Y Salomón fue efectivamente el rey más sabio y rico del pueblo de Dios.
En el cuarto año de su reinado comenzó a construir el Templo, ya ideado por su padre David. Trabajaron en las obras 60.000 obreros. El oro, la plata y el mármol de la mejor calidad abundaban por doquier. Nunca se había visto un edificio tan espléndido. El Señor, queriendo demostrar su agrado, se manifestó durante la fiesta de la dedicación por medio de una nube que cubrió la casa del Señor, y un fuego misterioso que bajó del cielo e incendió las víctimas de los sacrificios.
La gloria de Salomón llegó hasta los países más lejanos, pero tanta grandeza hizo que se olvidara del Señor y de su ley. Las mujeres extranjeras le hicieron caer en la idolatría y contaminarse con impiedades horribles, hasta el punto de poderse dudar de su salvación.
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Se atribuyen a Salomón cuatro libros de la Biblia llenos de sabiduría divina: Proverbios, Eclesiastés, Cantar de los Cantares y Sabiduría.

LOS PROVERBIOS

Recordemos que entre los hebreos, además de los proverbios populares, circulaban sentencias elaboradas por los sabios, cuya finalidad consistía en enseñar al pueblo la sabiduría, es decir, el arte de conocer y poner en práctica la voluntad de Dios, el arte de vivir según Dios.
El libro de los Proverbios es una colección de máximas pronunciadas mayoritariamente por Salomón y reunidas luego en varios grupos. Se trata de un reflejo de la vida real en contraste con la vida ideal, de acuerdo con los dictados de la sabiduría.

EL ECLESIASTÉS1

Es una colección de pensamientos filosóficos en prosa y en verso presentada al pueblo.
El Eclesiastés aborda el tema de la vanidad de todas las cosas terrenas y las examina con tanta libertad que pasa de un tema a otro rápidamente. Derribados los ídolos de la ciencia, del placer y de la riqueza, demuestra que todo está en manos de Dios. A continuación examina las miserias de la vida y habla de la imposibilidad del hombre para liberarse del dolor y conseguir la felicidad.
Tras repasar las diversas miserias, da algunas reglas prácticas para la felicidad y hace consistir la filosofía de la vida en comer, beber, estar alegres en el santo temor de Dios y en el cumplimiento de los deberes religiosos.
Como lo que pretende es enseñar el modo de lograr la mayor felicidad posible en la tierra y en ordenar la vida, concluye diciendo que todo es vanidad excepto el temor de Dios y la observancia de su ley.
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EL CANTAR DE LOS CANTARES

El título de este libro quiere decir que estamos ante el cántico más hermoso, y realmente es el más elevado y difícil de la sagrada Escritura. En él se ensalza el amor humano como figura del amor divino, es decir, del amor de Dios con el pueblo elegido, con la Iglesia, con el alma.
Algunos lo consideran un pequeño drama, con sus protagonistas, sus conflictos en las seducciones de palacio, entre cuyos fastos la esposa renuncia a la vida de los campos con su esposo amado. Este amor representa el amor de Dios con su pueblo amenazado por la fastuosa civilización pagana.
La mayoría de los Padres lo interpretan como una hermosa alegoría2 del amor mutuo entre Dios y su Iglesia y del Verbo con la humanidad. Dios es el esposo, y por eso se le llama rey; la esposa es el alma, la Iglesia y la humanidad.

EL LIBRO DE LA SABIDURÍA

Se llama así porque es un himno sublime a la sabiduría divina concedida a los hombres en la religión y la virtud.
Por sabiduría de Dios se entiende el conocimiento exacto de las cosas divinas, la sensatez de ver a Dios en todas las cosas, para que la voluntad divina y el temor de Dios nos acompañen a lo largo de la vida. Esta sabiduría, tanto especulativa como práctica, es un don de Dios, porque viene de Él y es una participación de la Sabiduría increada, con la que creó y dirige todas las cosas.
El autor sagrado ofrece dos grandes cuadros: en el primero presenta la sabiduría desde el prisma intelectual y moral; en el segundo la presenta desde el prisma histórico. Se puede pues dividir el libro en dos partes.
En la primera exhorta a practicar la justicia y la religión, fuentes de felicidad e inmortalidad, y describe la diferente suerte del justo y del impío en esta vida y en la otra.
En la segunda parte se habla del origen y de la necia inmoralidad de la idolatría en sus diversos aspectos. Finalmente expone la diferencia entre el justo y el impío aludiendo al contraste entre hebreos y egipcios en las plagas de Egipto.
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REFLEXIÓN X

Por qué y cómo debemos leer la Biblia


«Accipe librum et devora illum»
(Ap 10,8).3

En esta última hora de adoración queremos reparar el dolor que ocasionan al divino Maestro muchos hombres y cristianos que prefieren leer libros humanos en lugar de la Biblia.
¡Cuánta gente lee de todo en el mundo menos el Libro divino! ¡Buscan afanosamente una pepita de oro perdida en las entrañas de la tierra y no saben apreciar la montaña de oro que es la Biblia!
Se escucha o se lee a cualquier charlatán, de quien se espera algún remedio infalible contra cualquier enfermedad, un fármaco elaborado quizá con barro y agua, pagado a precio de oro y guardado con gran cuidado. Se busca la salud en alguien que no puede darla y que únicamente pretende incrementar sus ganancias.
¡Se va en busca de novelas sin valor alguno, se las paga generosamente y en cambio se prescinde de la Biblia!
En todas las librerías podéis encontrar el libro que se quiera, cualquier novela, pero difícilmente encontraréis al rey de los libros, y si por casualidad lo tienen, por allí anda,
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tapado por el resto. ¡Cuánto respeto humano!
Para todos hay sitio, excepto para Dios.
No se puede dudar de la presencia del demonio, sin el que no cabe explicarse algo tan inaudito.
Reparemos todo esto y tratemos por nuestra parte de leer con frecuencia la Biblia y de aconsejar a otros que lo hagan, y si sabemos que alguna persona próxima a nosotros adquiere algún libro malo, aconsejémosle que lo queme y que adquiera la Biblia.

* * *

Consideremos ahora los motivos por los que debemos leer la Biblia y el modo de leerla.
Debemos leer la Biblia:
Porque Dios lo quiere. Aparece doscientas veces en la Biblia que el Señor ordena que se lean y estudien las Escrituras.
Que Él mismo se dignara mover a los hagiógrafos a escribir, quiere decir que es su deseo que los hombres lean y mediten la Biblia.
¿Cómo no vamos a pensar que el mismo Jesús que instituyó el sacramento del amor arda ahora en deseos de ser recibido? Lo mismo se podría decir de la Biblia: si Dios quiso que se escribiera para nosotros, es evidente que quiere que la leamos.
Lo quiere Jesús. Él mismo nos dio ejemplo. Todos los sábados iba a la sinagoga, leía y oía leer la sagrada Escritura y la meditaba. Más tarde ordenó
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expresamente que así se hiciera: «Estudiáis cuidadosamente las Escrituras... Ellas testifican de mí».4
Los primeros cristianos, en cuyos oídos todavía resonaban las invitaciones de Jesús y de los Apóstoles a leer las Escrituras, las leían todos los días, e incluso varias veces al día, y para leerlas en los peligros y durante las persecuciones las llevaban siempre consigo, por lo menos el santo Evangelio. De éste recibían fuerza para perseverar en la fe y dar por ella, si era necesario, su misma vida.
Lo quiere la Iglesia, que ordenó los libros de modo tal que se pudieran leer con facilidad y provecho.
¡Cuánto han recomendado la lectura de la Biblia los Sumos Pontífices!5 La encíclica «Providentissimus Deus» de León XIII, la de Pío X «Pascendi Dominici gregis» y la de Benedicto XV «Spiritus Paraclitus», todas sobre la sagrada Escritura, son una prueba clarísima del deseo que la Iglesia tiene de que se lea la sagrada Escritura.

* * *

¿Cómo debemos leer la Biblia y cuáles son las disposiciones necesarias para ello?
Sabemos que Dios nos dio la Biblia por amor, por lo que debe ser el amor el que nos haga leerla.
Por otra parte, debemos leer la Biblia como nos la da la Iglesia, tomarla de sus manos, y no como los protestantes, que no quieren saber nada de la Iglesia y leen la Biblia a su modo y manera, encontrándose así fuera del camino establecido por Dios, es decir, del que conduce al cielo.
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Los protestantes han adoptado su propia Biblia. Esto quiere decir que tomaron la verdadera, la despojaron de todas las notas y eliminaron los libros y las páginas que de alguna manera castigaban sus pasiones. Así mutilada, se la ofrecieron a los hombres diciendo: leed y seréis iluminados directamente por el Espíritu Santo, y tal como la entendáis estará bien entendida.
Los católicos, en cambio, deben tomar la Biblia de manos de la Iglesia e interpretarla según su criterio. Lo hacen así porque consideran que Dios confió únicamente a la Iglesia su libro y solamente ella puede interpretarlo infaliblemente.
Los católicos no pueden interpretar la Biblia de forma personal, como hacen los protestantes,6 y quedarse con lo que cada uno entiende, porque el Espíritu Santo no se concede a cada persona individualmente, sino sólo a la Iglesia, por lo que únicamente ella puede interpretar infaliblemente la sagrada Escritura.
De ahí que el concilio de Trento prohibiera leer la Biblia sin notas y afirma que quien lo hiciera se pondría en grave peligro de desviarse del verdadero camino.
Los protestantes leen la Biblia sólo como medio de instrucción y no para descubrir el camino del cielo y tener vida, mientras que los católicos la leen no solamente para ser iluminados, sino también para conocer mejor la ley de Dios, los mandamientos, los preceptos, etc., es decir, el camino del cielo, así como los medios para tener la fuerza y el coraje de caminar por él. Los católicos buscan en la Biblia la verdad, el camino y la vida, mientras que los protestantes sólo buscan la verdad,7 lo cual explica su conocida expresión «pecca fortiter et crede fortius», peca fuertemente pero cree más fuertemente, que también así te salvarás. Para los protestantes, por tanto,
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no existen las obras de caridad, las virtudes, la moral; incluso llegaron a ver en algunos versículos de la Biblia9 la negación de las obras buenas y dicen que para salvarse basta con la fe y que no son necesarias las obras. Lo cual demuestra que el hombre abandonado a sí mismo y sin la ayuda infalible de la Iglesia en la interpretación de la Biblia, llega incluso a negar las verdades más evidentes y esenciales de nuestra santa religión.
Por consiguiente, lo primero que debemos hacer es leer católicamente la sagrada Escritura, es decir, después de haber conocido en la Iglesia sus verdades y de haberla recibido de sus propias manos.
San Agustín explica que la condenación de los judíos fue debida a un error en la interpretación de la Biblia y que no conocieron a Jesucristo por querer interpretarla a su manera. Es lo mismo que les ocurrió a los protestantes, que primero cayeron en el racionalismo y luego en el materialismo, para terminar gritando contra Jesucristo el «Crucifige» de los judíos, y con Jesucristo niegan a su vicario, el Papa, la divina maternidad de la Virgen María y la mayor parte de los sacramentos, con lo que se han desviado del camino del cielo.
Leamos la Biblia con verdadero espíritu católico, es decir, para entender la moral católica y descubrir el camino del cielo.
Así la leía la santísima Virgen, quien aprendió a leerla de santa Ana; y a su vez así le enseñó a leerla al Maestro divino, Jesús.
Aprendamos de estos divinos modelos.
De nadie más que de la Iglesia y de sus ministros hemos de recibir la Biblia, y debemos leerla con un amor y una reverencia infinita tal como nos la presenta la Iglesia.
La Biblia no es un libro común, no es el
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libro de los curiosos o de los sedientos de novedades; es el libro de la santidad, es el libro de Dios.10*
Recemos para que todos lean la palabra de Dios bajo la guía iluminada e infalible de la Iglesia, a la que únicamente prometió Jesucristo que estaría con ella hasta el final de los siglos: «Yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo» (Mt 28,20).

EJEMPLO. Jesús dice que se estudien las Escrituras. «Si yo testificara de mí mismo, mi testimonio no sería verdadero. Otro es el que testifica de mí, y sé que es verdadero el testimonio que da de mí. Vosotros enviasteis una embajada a Juan, y él dio testimonio de la verdad. Yo no necesito testimonio de ningún hombre; digo estas cosas para que vosotros os salvéis. Juan era la antorcha que arde y luce, y vosotros quisisteis recrearos con su luz por un momento. Pero yo tengo un testimonio mayor que el de Juan, pues las obras que el Padre me encargó realizar, las mismas que yo hago, testifican de mí que el Padre me ha enviado. El Padre que me envió ha dado también testimonio de mí. No habéis oído jamás su voz, ni habéis visto su rostro, ni guardáis su palabra, pues no creéis en el que él ha enviado.
Estudiáis cuidadosamente las Escrituras, pensando encontrar en ellas la vida eterna; ellas testifican de mí. ¡Y no queréis venir a mí para tener vida! No acepto honores humanos; yo sé bien que no amáis a Dios. Yo he venido en nombre de mi Padre, y vosotros no me aceptáis; si otro viniera en su propio nombre,
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a ése lo aceptaríais. ¿Cómo podéis creer, si sólo buscáis honores los unos de los otros, y no buscáis el honor que viene del Dios único? No creáis que yo os acuso ante el Padre; os acusa Moisés, en quien vosotros esperáis. Porque si creyeseis en Moisés, creeríais en mí, pues él escribió de mí. Pero si no creéis en sus escritos, ¿cómo creeréis en mis palabras?».

(Jn 5,31-47).


FLORECILLA. Escuchemos la voz de Jesús y, como homenaje, leamos hoy la profecía de Isaías descrita en el capítulo 53.

CÁNTICO DE JUDIT [#]

Cantad a mi Dios un cántico nuevo.
Eres grande, Señor, y glorioso,
admirable por tu fortaleza e invencible.
Que te sirvan todas las criaturas,
pues hablaste, y fueron creadas;
enviaste tu espíritu, y existieron;
y no hay nada que se resista a tu voz.
Las aguas desquiciarán los cimientos de los montes;
las rocas, ante ti, se derretirán como la cera;
pero tú serás siempre propicio con tus fieles.
Poca cosa son los sacrificios de olor agradable
y es menos que nada la grasa de los holocaustos,
pero es grande sobremanera el que te teme.
¡Ay de las naciones que se enfrentan a mi raza!
El Señor omnipotente las castigará en el día del juicio,
pondrá fuego y gusanos en sus cuerpos
y llorarán atormentados para siempre.

(Jdt 16,13-17).11


LECTURA

Felipe y el eunuco etíope

El ángel del Señor dijo a Felipe: «Ponte en marcha hacia el sur, por el camino que va de Jerusalén a Gaza a través del desierto». Y se puso en marcha. En esto un etíope eunuco, ministro de Candaces, reina de Etiopía, administrador de todos sus bienes, que había venido a Jerusalén, regresaba y, sentado en su carro,
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leía al profeta Isaías. El Espíritu dijo a Felipe: «Avanza y acércate a ese carro». Felipe corrió, oyó que leía al profeta Isaías y dijo: «¿Entiendes lo que estás leyendo?». Él respondió: «¿Cómo lo voy a entender si alguien no me lo explica?». Y rogó a Felipe que subiera y se sentara con él.
El pasaje de la Escritura que leía era éste: Como cordero llevado al matadero, como ante sus esquiladores una oveja muda y sin abrir la boca. Por ser pobre, no le hicieron justicia. Nadie podrá hablar de su descendencia, pues fue arrancado de la tierra de los vivos.
El eunuco dijo a Felipe: «Por favor, ¿de quién dice esto el profeta? ¿De él o de otro?». Felipe tomó la palabra y, comenzando por este pasaje de la Escritura, le anunció la Buena Nueva de Jesús.
Continuaron su camino y llegaron a un lugar donde había agua; el eunuco dijo: «Mira, aquí hay agua; ¿qué impide que me bautice?». Y mandó detener el carro. Bajaron los dos al agua, Felipe y el eunuco, y le bautizó. Al salir del agua, el Espíritu del Señor arrebató a Felipe. El eunuco ya no le vio más, y continuó su camino muy contento.
Felipe se encontró con que estaba en Azoto, y fue evangelizando todas las ciudades hasta llegar a Cesarea.

(He 8,26-40).


ORACIÓN DE LA VIRGEN MARÍA

Mi alma glorifica al Señor
y mi espíritu se regocija en Dios, mi salvador,
porque se ha fijado en la humilde condición de su esclava.
Desde ahora me llamarán dichosa todas las generaciones,
porque el todopoderoso ha hecho conmigo cosas grandes,
su nombre es santo;
su misericordia de generación en generación
para todos sus fieles.
Ha desplegado la fuerza de su brazo,
ha destruido los planes de los soberbios,
ha derribado a los poderosos de sus tronos
y ha encumbrado a los humildes;
ha colmado de bienes a los hambrientos
y despedido a los ricos con las manos vacías.
Ha socorrido a su siervo Israel,
acordándose de su misericordia,
como había prometido a nuestros padres,
en favor de Abrahán y su descendencia para siempre.

(Lc 1,46-55).


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1 Eclesiastés o Qohélet. El P. Alberione cita raramente este libro, a diferencia del Eclesiástico o Sirácida.

2 Sólo aquí alude LS a la “alegoría” como a un modo de interpretar la Biblia (cf. PCB, La interpretación de la Biblia en la Iglesia, 31c).

3 Ap 10,8-9: «Toma el libro y cómetelo».

4 Jn 5,39. Este versículo se cita como invitación a leer las Escrituras, pero no parece ese su sentido original.

5 Cf. las páginas 17 y 30.

6 En LS el P. Alberione no solamente exhorta a leer la sagrada Escritura, sino a interpretarla bien, “infaliblemente” o cristianamente, como hace la Iglesia (pp. 9, 17, 111, 285, 310). La sagrada Escritura sería mal interpretada por algunos judíos (pp. 40, 111) y por herejes cristianos (p. 260). No basta leer con pasión la Biblia para que los lectores se transformen en auténticos discípulos de Jesús. Según el P. Alberione hay que aprender a interpretarla como la interpretaba Jesús en la sinagoga (p. 319) y como la interpreta la Iglesia. Las reglas de interpretación son las establecidas por la Iglesia católica romana, como hace en la constitución conciliar Dei Verbum (cf. n. 12). Solamente los “humildes pueden penetrar en el verdadero sentido de la Biblia e interpretarla correctamente (LS p. 200).

7 Esta generalización no es correcta. Un controvertido autor mormón, el inglés Brigham Henry Roberts (nacido en 1857), expuso su pensamiento según las tres palabras fundamentales de Jn 14,6, pero invirtiendo el orden de las dos primeras: The Truth, The Way, The Life: An Elementary Treatise on Theology. Con ese tratado, publicado al final de su vida (1933), Roberts trataba de consolidar sus reflexiones en un conjunto que aunara ciencia y Escritura, dividiendo su materia en tres partes: (a) la verdad sobre la tierra y la verdad de la revelación; (b) el camino de la salvación y (c) la vida terrena de Jesús, considerando esta última como capaz de plasmar la existencia entera del cristiano.

9 Probablemente el P. Alberione se refiere a la interpretación de versículos de las cartas paulinas (Rom 3,27-28; 9,32; Gál 2,16; 3,2). Una interpretación errónea de Pablo es posible cuando no se tiene en cuenta que él está hablando de la insuficiencia de las “obras de la ley”, pues no niega la necesidad de la caridad (cf. Gál 5,6: «Si creemos en Cristo, da lo mismo estar o no circuncidados; lo que importa es la fe y que esta fe se exprese en obras de amor»; cf. 1Cor 8,1; 12,31-13,13).

10* «La Sagrada Escritura se presenta a los ojos de nuestra mente como si fuera un espejo, para ver en ella nuestra imagen espiritual. Efectivamente, en ella descubrimos la fealdad de nuestros pecados y la belleza de nuestras obras buenas, y en ella se nos señala cuánto camino recorremos en el bien y cuánto nos queda para llegar a la perfección» (san Gregorio Magno).

11 LS indica, según la Vulgata, “Jdt XVI, 15-21”.