Beato Santiago Alberione

Opera Omnia

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DÍA XV
LA BIBLIA Y EL ESTADO RELIGIOSO

DANIEL

Daniel, prisionero con los demás nobles en la primera expedición de Nabucodonosor contra Jerusalén, fue llevado al palacio real de Babilonia, donde fue instruido. Se mantuvo fiel a la ley mosaica con sus compañeros, a pesar de vivir rodeado de peligros. Dios le recompensó infundiéndole una gran sabiduría y un admirable espíritu de profecía.
Adquirió gran prestigio en la corte y Nabucodonosor le confió el cargo de gobernador de la provincia de Babilonia. Tras la muerte de Nabucodonosor, probablemente se alejó de la corte y no volvió a ella hasta cuando le llamaron para que interpretara las tres famosas palabras que una mano misteriosa había trazado en la pared durante un convite real dado por Baltasar.
Cuando más tarde sucumbió Babilonia, Daniel fue distinguido por los nuevos conquistadores, Darío el Medo y Ciro. No le faltaron las insidias de los cortesanos, hasta terminar en la fosa de los leones, de los que el Señor le liberó milagrosamente. No tenemos otras noticias de su vida.

LA PROFECÍA DE DANIEL

Daniel tuvo la misión de defender a su pueblo en la corte y preparar a los paganos a la redención.
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Llevó a cabo esta doble misión de forma maravillosa, consiguiendo así que los monarcas reconocieran al Dios de Israel y haciendo que respetaran a su pueblo. La realizó también para demostrar la necedad de la idolatría y el poder soberano del verdadero Dios, y en esta tarea se sirvió especialmente de sus precisas y maravillosas profecías sobre los reinos de la tierra y sobre el reino mesiánico, en las que nos ofrece un cuadro de la historia futura.
El racionalismo atacó el libro de Daniel por los grandes milagros que cuenta y la maravillosa precisión de sus profecías. Según los racionalistas, no pudieron ser hechas antes de que sucedieran los acontecimientos que se describen, lo que quiere decir que fueron escritas en los tiempos de los Macabeos. San Jerónimo decía ya en su tiempo que esta objeción de los impíos es un solemne testimonio de la verdad de las profecías, porque afirma que se han cumplido. Que las profecías fueron escritas durante el imperio babilonio y persa lo dice el libro mismo con su ambientación caldea. Un libro como el de Daniel no podía ser escrito después del imperio persa, y Flavio Josefo cuenta que el libro fue mostrado a Alejandro Magno cuando en el 332 fue a Jerusalén y que por las profecías a él referidas dispuso que fuera respetada la religión judía.
Daniel es un gran faro de la historia que anunció con precisión el tiempo del Mesías.

REFLEXIÓN XV

La Biblia y el estado religioso


«Ojalá sea firme mi conducta
en guardar tus decretos»
(Sal 118/119,5)


¿Qué es el estado religioso?
El estado religioso es un modo estable de vida diverso del estado laical y sacerdotal, en el que un creyente, además de la observancia de los mandamientos,
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acepta y promete con voto observar los consejos evangélicos.
Es un estado de vida más perfecto, elegido por las almas que aspiran a un grado más alto de perfección, que además de observar los mandamientos establecidos para todos los cristianos deciden añadir los consejos evangélicos.
Los consejos evangélicos se pueden reducir a tres: obediencia, pobreza y castidad. Estos consejos, si se cumplen bien, bastan y sobran para llevar al alma a las alturas más sublimes de la santidad. La historia de la Iglesia nos lo demuestra con infinitos ejemplos de religiosos que se hicieron santos observándolos.
¿Cómo conocer la excelencia de este estado? ¿Cómo saber que su verdadero fundador fue el mismo Jesucristo?
Por la sagrada Escritura. Sabemos por ella que cuando un alma desea una mayor perfección, debe practicar, además de los mandamientos, los consejos evangélicos.
El estado religioso es una verdadera revelación, por lo que nada sabríamos de su institución y sus ventajas si no tuviéramos los Libros sagrados.
En el Evangelio de san Mateo leemos un hecho muy significativo, el del joven que se presenta a Jesús y le pregunta: «Maestro, ¿qué tengo que hacer de bueno para alcanzar la vida eterna?». Él le dijo: «¿Qué me preguntas acerca de lo que es bueno? El único bueno es Dios. Pero, si quieres entrar en la vida, guarda los mandamientos». Replicó: «¿Cuáles?». Jesús dijo: «No matarás, no cometerás adulterio, no robarás, no levantarás falsos testimonios, honra a tu padre y a tu madre y ama a tu prójimo como a ti mismo». El joven le dijo: «Todo eso lo he guardado. ¿Qué más hace falta?».
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Jesús le dijo: «Si quieres ser perfecto, anda, vende todo lo que tienes y dáselo a los pobres, y tendrás un tesoro en el cielo, después, ven y sígueme» (Mt 19,16-21).
Muchos jovencitos y jovencitas oyeron la voz del divino Maestro y, dejándolo todo, le siguieron y abrazaron una vida más perfecta.
Las ocho bienaventuranzas son una magnífica proclamación del estado religioso. Sabemos por el Evangelio que el verdadero fundador del estado religioso fue Jesucristo, que fue también el primer religioso y el modelo perfecto de una vida pobre, obediente y pura.
Todos los evangelistas coinciden en la descripción de la pobreza extrema del Mesías. San Mateo dice de él: «Las raposas tienen madrigueras y las aves del cielo nidos, pero el hijo del hombre no tiene donde reclinar la cabeza» (Mt 8,20).
Sobre su obediencia a María y José leemos: «Y les estaba sumiso» (Lc 2,51).1
Sobre la virtud angelical nos dicen los evangelistas que Jesús no permitió que le acusaran mínimamente.2
Inmediatamente después del primero y más perfecto religioso, Jesús, vienen su Madre bendita, María santísima, san José, el Bautista; luego los apóstoles, los discípulos y las piadosas mujeres que acompañaban al divino Maestro. Y hoy son muchísimas las casas religiosas y las congregaciones que tienen como fin más importante la santificación de sus miembros.
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Los 27 libros del Nuevo Testamento son una bellísima apología del estado religioso. Especialmente los Evangelios y las cartas de los apóstoles son una invitación ferviente a emprender el camino de la perfección, y son muchos los que tras su lectura se lanzan a la conquista de una corona que no se marchita. ¡Feliz quien oiga esta voz y la siga!
Son sobre todo las almas juveniles las mejor dispuestas para oír la voz de Jesús, quien les habla por medio de su Evangelio. Por eso el divino Maestro dirige estas palabras de agradecimiento a su Padre: «Yo te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y a los entendidos, y se las has manifestado a los sencillos» (Mt 11,25).
Eso mismo le fue confirmado a la santísima Virgen cuando exclamó: «Y a los ricos los despide vacíos» (Lc 1,53).
¡Qué poderosos estímulos hacia la perfección son para el alma algunos versículos evangélicos! Recordemos sólo algunos: «Si quieres ser perfecto, anda, vende todo lo que tienes y dáselo a los pobres; después ven y sígueme» (Mt 19,21). «Vosotros sed perfectos, como vuestro Padre celestial es perfecto» (Mt 5,48), y muchas otras exhortaciones parecidas que alejan al alma del pecado y la ponen en seguimiento de Jesús.
Los grandes fundadores del monacato, san Antonio abad, san Basilio y san Benito, tan convencidos estaban de esto que no aconsejaban a su monjes otros libros que la sagrada Escritura. Sabemos por la historia de la Iglesia que aquellos monjes, como no podían recibir
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todos los días a Jesús sacramentado, comulgaban varias veces al día con Jesús-Verdad, y sentían de este modo tantos estímulos y tal fuerza, que se convertían en el terror de los demonios, que son los enemigos declarados del mundo y de las almas.

* * *

Quien en esta tierra conversa a menudo con el divino Maestro y con el Padre celestial leyendo su carta, merecerá estar también en el cielo a su lado.

EJEMPLO. San Antonio abad.3 Nació el año 259 en Heraclea de Egipto. Fue educado desde niño en la vida retirada, por lo que, temiendo que el estudio de las ciencias profanas se transformara en ocasión de pecado, se centró en la sagrada Escritura hasta el punto de convertir su lectura y meditación en el mayor placer de su vida, lo que también le permitía conservar diligentemente en su corazón el fruto que obtenía con tan laudable y santa ocupación.
A los veinte años, huérfano de padre y madre, tuvo que hacerse cargo de la administración de sus bienes. Pero como las solicitudes temporales no estaban hechas para él, un día, yendo a la iglesia y pensando en el ejemplo de los apóstoles, que lo habían abandonado todo para seguir a Jesús, y en los primeros cristianos, que vendieron todos sus bienes y llevaron lo obtenido a los apóstoles, por divina disposición oyó cantar a un diácono cuando entraba en el templo estas palabras dirigidas por Jesús a un joven rico: Si quieres ser perfecto, anda, vende todo lo que tienes y dáselo a los pobres, y tendrás un tesoro en el cielo.4 Antonio consideró dirigida a él aquella invitación, vendió lo que poseía y se quedó solamente con lo necesario para su hermana y para él.
Algún tiempo después, al oír leer la exhortación de Jesús: No os inquietéis por el día de mañana,5 no dudó por más tiempo de la llamada divina, llevó a su hermana a un monasterio, se retiró a una celda y luego fue al desierto para vivir allí
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una vida penitente. La fama de su santidad le atrajo muchos discípulos.
Los reunió en varios monasterios y les dio una norma de vida. El canto de los salmos, la lectura y la meditación cotidianas de la sagrada Escritura, el ayuno, la oración y el trabajo manual debían ser sus únicas ocupaciones.
En las últimas recomendaciones hechas a sus monjes, san Antonio insistía en la lectura de la sagrada Escritura y en la práctica de las enseñanzas en ella contenidas.

FLORECILLA. Hoy haré con más recogimiento la lectura de la Biblia y formularé un propósito para este día.

CÁNTICO [#]

Naciones, escuchad la palabra del Señor,
y anunciadla en las islas lejanas;
decid: «El que dispersó a Israel lo reúne,
lo guarda como un pastor su rebaño».
Sí, el Señor ha reivindicado Jacob,
lo ha librado de una mano más fuerte.
Y vendrán cantando de alegría a la altura de Sión,
volverán a gozar de los bienes del Señor:
el trigo, el vino y el aceite, las ovejas y los bueyes.
Su alma será un huerto bien regado
y no volverán ya a languidecer.
Entonces las jóvenes se alegrarán bailando,
jóvenes y viejos vivirán felices;
cambiaré su luto en alegría;
los consolaré, los alegraré después de su dolor.
Saciaré a los sacerdotes con la mejor comida,
y mi pueblo se hartará de mis bienes
-dice el Señor-.

(Jer 31,10-14).


LECTURA

Los religiosos deben despojarse del hombre viejo
y revestirse del nuevo

Por tanto, destruid todo lo que hay de terrenal en vuestro cuerpo: la lujuria, la impureza, las pasiones, los apetitos desordenados y la avaricia que es una idolatría;
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acciones por las que sobreviene la ira divina sobre los rebeldes y que practicabais en vuestra vida pasada. Pero ahora dejad todo eso: la ira, el rencor, la malicia, los insultos y las groserías. No os engañéis unos a otros, pues os habéis despojado del hombre viejo con su manera de actuar para revestiros del hombre nuevo, que se renueva sin cesar a imagen de su creador hasta adquirir el conocimiento perfecto. Ya no hay distinción entre griego y judío, circunciso o incircunciso, extranjero o ignorante, esclavo o libre, sino que Cristo es todo en todos.
Dios os ama y os ha elegido para que seáis miembros de su pueblo. Por tanto, sed compasivos, bondadosos, humildes, pacientes y comprensivos. Soportaos unos a otros y perdonaos si alguno tiene queja contra otro. Del mismo modo que el Señor os perdonó, así también vosotros debéis perdonaros. Pero, por encima de todo, tened amor, que es el lazo de la perfección. Que la paz de Cristo reine en vuestros corazones, en la que fuisteis llamados para formar un solo cuerpo. Y sed agradecidos. Que la palabra de Cristo viva entre vosotros con toda su riqueza. Enseñaos y aconsejaos unos a otros con talento. Con profundo agradecimiento cantad a Dios salmos, himnos y canciones religiosas. Y todo lo que hagáis o digáis, hacedlo en nombre de Jesús, el Señor, dando gracias a Dios Padre por medio de él.

(Col 3,5-17).


ORACIÓN

Ansia del alma religiosa

Guárdame, Dios mío, pues me refugio en ti.
Yo digo al Señor:
«Tú eres mi Señor, mi bien sólo está en ti».
Ellos, en cambio, veneran a los dioses que hay aquí en la tierra,
malditos los que en ellos se complacen.
Los que corren tras ellos aumentan sus desgracias.
Yo jamás tendré parte en sus cruentos sacrificios,
mis labios no pronunciarán jamás su nombre.
Señor, tú eres mi copa y mi porción de herencia,
tú eres quien mi suerte garantiza.
Me han caído las cuerdas en la tierra más fértil,
me encanta la heredad que me ha tocado.
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Yo bendigo al Señor, que me aconseja,
hasta de noche mi conciencia me advierte;
tengo siempre al Señor en mi presencia,
lo tengo a mi derecha y así nunca tropiezo.
Por eso se alegra mi corazón, se gozan mis entrañas,
todo mi ser descansa bien seguro,
pues tú no me entregarás a la muerte
ni dejarás que tu amigo fiel baje a la tumba.
Me enseñarás el camino de la vida,
plenitud de gozo en tu presencia,
alegría perpetua a tu derecha.

(Sal 15/16,1-11).


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1 Sobre la obediencia de Jesús al Padre, antes que a los hombres, véase también Lc 2,48; Mt 12,48; Mt 19,29; Mc 11,27-33.

2 Jesús fue acusado por los fariseos de otras cosas, p. ej., de ser “un comilón y un borracho, amigo de publicanos y pecadores” (Mt 11,19). Abusando de la Escritura, siempre se puede encontrar algún pasaje para justificar las propias convicciones, olvidando otros que ayudarían a interpretar un texto determinado. Una regla de los exégetas que se ha afianzado consiste en leer la Biblia con la Biblia, y cada pasaje en su contexto y en el cuadro de toda la Biblia. En ella no hay una sola “teología” ni una sola “espiritualidad”.

3 Este santo se cita varias veces como ejemplo de persona inspirada por la Biblia (ver pp. 147, 155, 156s, 244, 290, 311).

4 Cf. Mt 19,21.

5 Cf. Mt 6,34.