24. APOSTOLADO DEL SUFRIMIENTO
Hay Ejercicios de conversión, cuando el alma que ha equivocado su camino quiere volver atrás para retomar el camino recto.
Hay Ejercicios de progreso y de perfección, cuando el alma, ya bien encaminada en el camino de Dios, en el camino del progreso, quiere seguir más rápidamente por éste.
Hay Ejercicios eucarísticos, que están hechos para iluminar al alma en la fe en la Eucaristía, para llevarla a la imitación de Jesús Eucarístico, para conducirla a unirse más íntimamente con él, con la Hostia santa presente en el Sagrario. Decía san Pablo: Vivo yo, pero no soy yo; es Cristo quien vive en mí1. Dice la Pía Discípula: En mí vive Jesús-Hostia.
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Los Ejercicios para las religiosas en general y particularmente para las novicias está bien que se centren en la consideración de Jesús, religioso del Padre. Jesús luz, modelo, premio de los religiosos. Así hay cursos de Ejercicios sobre la humildad, sobre los votos religiosos: obediencia que una la voluntad con la voluntad de Jesús, siempre dócil al Padre2; pobreza que haga entrar en la gruta de Belén, morar con él en la pobreza de la cruz. No tenía Jesús una almohada, no una gota de agua, no cómo moverse, cómo tomar una postura más cómoda. ¡Qué lejos estamos de la pobreza de Jesús!
Casi, casi, nos entra el temor de cometer un sacrilegio cuando se dice: nos parecemos a Jesús. No, que no somos capaces de soportar una pequeña pena.
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Apostolado del sufrimiento. Es sufrir con Jesús, con el fin de salvar las almas. Todos llevan la cruz aquí abajo. Hay quien la lleva arrastrándola, quien le quita algún trozo para que pese menos, quien la levanta para mostrársela a todos. Quien la lleva con Jesús. Esto es lo que hay que hacer.
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El Bautismo repara el pecado de Adán, pero no nos restituye todos los dones de los que nos privó el pecado; por esto, quedan en la tierra ese conjunto de penas y de dolores que preparan al supremo dolor: la muerte.
Todos sufren: dolores físicos, enfermedades, incomprensiones, ingratitudes, incertidumbres, penas morales. Otros sufren penas espirituales: inclinaciones malas, tentaciones, escrúpulos, aridez, desolaciones.
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Toda la vida de Cristo fue un martirio3. Y así toda la vida del cristiano tiene que ser crucificada con la de Cristo.
No se puede pretender ser amigos de Jesús y pasar por otro camino. Si pasamos por otro camino, no nos encontraremos con Jesús.
Fijos los ojos en Jesús, autor y perfeccionador de la fe, el cual, animado por el gozo que le esperaba, soportó sin acobardarse la cruz y ahora está sentado a la derecha del trono de Dios4.
Si nosotros nos proponemos pasar días sin penas, una vida sin sacrificio, entonces no nos parecemos a Jesús. Se salvarán aquellos en los que Jesús encuentra grabada su cruz.
San Pablo decía: Yo predico a Jesús y a Jesucristo crucificado5.
¡Qué diversidad entre Jesús y nosotros! Él tiene sed de sufrimiento, desea que llegue la hora, y nosotros tememos la hora del dolor y huimos de ella.
Escuchad la palabra del Maestro Divino: Si alguno quiere venir en pos de mí, renuncie a sí mismo, tome su cruz y sígame6.
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¿Queremos ser verdaderos discípulos de Jesús? Sigámoslo por el camino regio de la santa cruz. Es decir:
1. Renunciemos a nosotros mismos. Renuncia a las propias inclinaciones, a las propias preferencias, a los propios gustos, a la propia voluntad, a un oficio que nos gusta, al lugar que se desea. Para vivir bien, tenemos siempre que rechazar el mal y decir que no a las tendencias de la carne, que tiene deseos contrarios al espíritu7. Renunciar a ver lo que no se tiene que ver, a escuchar lo que no se tiene que escuchar; renuncias en la comida, en el descanso, siempre. No hay una hora en la jornada en la que no seamos visitados por la cruz.
Un alma le preguntó a Jesús: ¿En qué tengo que negarme a mí misma? Siempre y en todas las cosas, se le respondió. Siempre y en todas las cosas.
La Hostia que queréis recibir ¿no es el mismo Sacrificio? Hostia significa víctima.
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2. Tomemos la cruz. Que Jesús nos dé tantas cruces cuantas ha establecido en sus designios. Puesto que la cruz es vida, la cruz nos santifica. En ella está la salud y la vida8. Que nos dé las que sean necesarias para satisfacer antes de la muerte la pena debida por nuestros pecados, para santificarnos a nosotros mismos, para salvar tantas almas, para hacernos semejantes a él. San Pablo dice: Estoy crucificado con Cristo9; Siempre llevo en mi cuerpo la mortificación10.
Tú vas a dormir en una cama cómoda, y Jesús en cambio es colocado sobre paja, sobre la cruz. Él nació para sufrir y se hizo hombre para morir.
¿Que eres humillada, que tienes penas que no puedes decir a nadie, luchas interiores? ¿Tienes problemas de salud: la vista se debilita, y el oído también? Es señal de que la muerte se acerca. ¿Te repugna? El mismo Jesús experimentó esta repugnancia: Padre, si es posible pase de mí este cáliz; pero no se haga mi voluntad, sino la tuya11.
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3. Sigamos a Jesús. No hablo de lo que tienen que hacer los simples cristianos, sino de lo que tiene que hacer el apóstol del sufrimiento. De Jesús se ha escrito: Cargó con nuestros pecados12, se hizo apóstol del sufrimiento, llevó sobre sí todas nuestras iniquidades, para salvarnos. Tú también, mortifícate, para que se multipliquen las vocaciones, para que la Iglesia se extienda.
Un alma puede decir que ejerce el apostolado de la prensa, de las ediciones, el apostolado litúrgico; puede decir que hace rectamente su apostolado. Pero ¿cuál es el pulso que nos lo asegura? Veamos si esta alma ama el sufrimiento, si se hace capaz de sufrir. Si ama el dolor, no hay duda de su amor al apostolado y del recto cumplimiento de ese. Éste es el criterio, el banco de prueba; esto nos demuestra el corazón del verdadero apóstol.
Alegraos si tenéis algo que sufrir, el resto os puede dejar dudas.
¿Hasta dónde has llegado en el sufrimiento? ¿Sabes soportar algo sin que lo sepan todas? ¿Sabes esconder a las demás tus penas interiores?
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El apostolado del sufrimiento es el apostolado más eficaz.
Jesús nos salvó con la predicación, con los milagros, pero sobre todo nos salvó con la cruz. Porque por tu santa cruz has redimido el mundo13.
Alma, Jesús tiene prisa de llegar a la Pasión. Él llega a ser considerado como oprobio del mundo y de la plebe; Él va a morir sobre la cruz, el más infame patíbulo. ¡Qué distante estás de Jesús! Procura entrar con él en el huerto de Getsemaní, mira cómo acepta él el cáliz de la pasión, los azotes, los insultos, la coronación de espinas, la muerte. Acompaña a Jesús a los tribunales, tú que tienes miedo de ser dejada apartada, tú que temes que no se tengan en cuenta tus méritos.
Sigue a Jesús en el segundo misterio doloroso. Él es juzgado y considerado como un leproso14, indigno de estar entre los humanos. Es azotado hasta llegar a tener los huesos al descubierto.
Acompáñalo en la coronación de espinas y mira si tu cabeza altanera y soberbia, se dobla.
Jesús va al suplicio, como manso cordero que es llevado al matadero. Cargó con nuestras iniquidades15 . Se prefiere Barrabás a Jesús16 . ¿Qué dices tú, que tienes tanto miedo que te pospongan a otras? Y sin embargo, Jesús no se queja. Es más, su rostro se ilumina cuando aparece la cruz deseada. Prueba, alma, a acompañarlo en el camino del Calvario. Él lleva la cruz y se dispone a ser crucificado. ¿Tú sigues a Jesús? Él tiene a muchas almas que se sientan a la mesa con él, mientras muy pocas son las que con él se dejan crucificar.
Y he aquí las tres horas de agonía. Jesús no piensa en sus sufrimientos, sino que se preocupa por los pecadores: Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen17 ; piensa en el ladrón arrepentido: Hoy estarás conmigo en el Paraíso18 ; tiene sed de almas: Tengo sed19 ; piensa en dejarnos una Madre, su Madre: He aquí a tu Madre20; quiere glorificar al Padre, y al final, reclina voluntariamente la cabeza y muere21.
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Apreciad el apostolado del sufrimiento, verdadera manera de redimir a las almas. Sin derramamiento de sangre no hay redención22 . En unión con Jesús.
Amemos la cruz que el Padre celestial nos manda. Antes que a nosotros se la dio a su Hijo querido. Acojámosla con finalidad apostólica; salvar por su medio a muchas almas.
Pongámonos bajo la protección de la cruz y pensemos que seremos almas realmente eucarísticas si sabemos vivir en unión con Jesús Víctima.
En mí vive Cristo-Hostia23 .
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1 Gál 2, 20.
2 Cf Jn 8, 29.
3 Imitación de Cristo, libro II, cap. 12, n.7.
4 Heb 12, 2.
5 Cf 1Cor 1, 23.
6 Mc 8, 34.
8 Liber Usualis, Jueves Santos, antífona de entrada.
9 Gál 2, 19.
10 Cf Gál 6, 17.
11 Lc 22, 42.
12 Cf Is 53, 4.
13 Adaptación del acto de adoración n. 191 del Enchiridion Indulgentiarum, 1952.
14 Cf Is 53, 7 y 4.
15 Cf Jn 18, 40.
16 Lc 23, 34
17 Lc 23, 34.
18 Lc 23, 43
19 Jn 19, 28.
20 Jn 19, 27.
21 Jn 19, 30.
22 Heb 9, 22.
23 Cf Gál 2, 20: Vivit vero in me Christus.