Beato Santiago Alberione

Opera Omnia

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19. LA FIDELIDAD A LA VOCACIÓN ES SIGNO DE SALVACIÓN ETERNA

S. Bernardo1 se dirigía con frecuencia esta pregunta: Bernardo, ¿a qué has venido? ¿Porqué te hiciste religioso? Ampliad el sentido de esta pregunta y preguntaos a vosotras mismas: ¿Porqué has sido creada? Hubiéramos podido quedar para siempre en el mundo de los seres posibles, pero en cambio: él lo dijo y existió; él lo mandó y fue creado2 Él, Dios, dijo, quiso, creó y ¡nosotros existimos! Ésta fue su voluntad. En la oración, Te adoro... repetimos cada vez: Te doy gracias por haberme creado.
Es cosa buena celebrar los aniversarios y entre los aniversarios el del nacimiento. ¡Oh, la bondad de Dios! Podíamos no haber sido creados, pero ahora que lo somos, demos gracias por ello al Señor.
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Nosotros no podemos destruirnos. Dios mismo no destruirá jamás nuestra alma ni destruye al hombre. Llegará un día en el que nuestra alma se separe del cuerpo, pero ni el alma será destruida, ni el cuerpo dejará de ser en sus elementos; cuando llegue el fin del mundo resucitará y se reunirá para siempre con el alma. La muerte es castigo del pecado, pero Jesucristo reparó el pecado.
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El acto de aceptación de la muerte es muy meritorio. Hacedlo en este momento como lo hizo Jesús en el Huerto de Getsemaní; hacedlo aceptando todos los temores y terrores que tendrá que sufrir vuestra alma, todos los sufrimientos de aquel momento.
Padre, que no se haga mi voluntad sino la tuya...3. En tus manos, Señor, encomiendo mi espíritu4.
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La vida es preparación para la eternidad. Después de esta brevísima vida seremos o eternamente salvados o eternamente condenados.
Problema angustioso: ¿me salvaré? ¿Quién estaría dispuesto a soportar durante toda la vida una enfermedad dolorosa? Y sin embargo, ésta no es sino una imagen del infierno, una sombra de los tormentos sin fin que hay en aquella horrible sima del infierno.
En esta vida las penas, además de medios de expiación, son también advertencias de la misericordia de Dios.
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Hay otra eternidad: ¡el Paraíso! ¿Hubo algún momento de nuestra vida, de alegría grande, de gran consolación, de mucha intimidad con Dios? ¡Oh, fue un pequeño, un débil reflejo de las alegrías del cielo! San Francisco Javier5 quedó en algún momento tan inundado, que no pudo contener en sí las dulzuras que le mandaba Dios, tanto que le parecía que se sofocaba o se sentía faltar. Pequeño anticipo del Paraíso, pero todavía no es el Paraíso. San Pablo que fue llevado al cielo, podía decir: Ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni corazón humano pudo gustar lo que Dios ha preparado para los que le aman6.
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O eternamente felices, o eternamente infelices. ¿Cuál de las dos eternidades queréis escoger? ¿Cuál queréis procuraros?
En vuestros viajes, con frecuencia encontraréis cementerios. No estará lejos el tiempo en el que vuestro cuerpo vaya a descansar en un cementerio; pero...¿y el alma? O eternamente salvada, o eternamente condenada. Si seré fiel a mi vocación, estaré eternamente salvada. Ésta es señal cierta de salvación.
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Recorred el camino que el Señor os trazó, caminad por él, a pesar de las sacudidas, sin temer y sin perderos de ánimo. Durante el viaje pueden surgir muchos inconvenientes: desperfectos, accidentes, tormentas, malestar, compañías no gratas, indisposiciones, etc.; también se corre el riesgo de equivocar el camino. Así es en la vida espiritual, la cual se puede comparar con un viaje y es en realidad un viaje hacia la eternidad. La vocación de Dios nos ha sido indicada, la hemos conocido. Recorriendo este camino, sufriremos sacudidas, inconvenientes, sinsabores, pero cuando hay fidelidad a la propia vocación y misión, cuando la persona observa los votos, cuando realiza lo que está dispuesto, cuando es observante, tiene el más grande y seguro signo de salvación.
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Al infierno se va por el pecado, pero la persona religiosa no tiene que cometer pecados. Se puede pecar mortalmente siendo supersticiosos, abandonando la oración, infringiendo los votos, desobedeciendo en cosas graves a la ley de Dios, a los preceptos de la Iglesia, a las órdenes de los Superiores, apropiándose de lo que pertenece a los demás o deseándolo, etc.
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La religiosa verdadera le pide al Señor la gracia de huir y detestar todo pecado y se arrepiente con verdadero dolor de los pecados. El pecado grave aleja de Dios, hace perder su amistad, arruina al alma, renueva la pasión de Jesús, hiere su Corazón adorable, es insulto a la divina Majestad, ingratitud negra, traición.
En la Misa pedimos ser liberados de todo mal y repetidamente pedimos la gracia de poder evitar el pecado: No permitas que me separe de ti7.
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Hay almas que temen el pecado de manera no recta, porque su temor no va acompañado de la confianza, y viven en una agitación llena de miedo y peligrosa, viven en el escrúpulo. Otras, en cambio, no lo temen, como si la religiosa no pudiese caer en el pecado. Éste es un error mortífero, porque nadie tiene sobre la tierra seguridad. Con el Bautismo no se recibe la impecabilidad ni siquiera con la Confesión y la Comunión. El que recibe mayores favores de Dios, tiene que caminar con mayor delicadeza, porque lleva grandes tesoros en vaso frágil8.
San Pablo, el Apóstol que más que ningún otro había trabajado y se había esforzado, experimentó él también tentaciones graves. Pidió ser liberado de ellas, pero Jesús le respondió: Te basta mi gracia9.
Rezando el Breviario, decimos cada mañana una Oración, la primera de la jornada: Señor, que nos hiciste llegar al comienzo de un nuevo día, sálvanos con tu poder, haz que no nos desviemos. Líbranos, Señor, de las penas del infierno10.
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La religiosa fiel tiene una señal segura de salvación, porque además de los mandamientos, observa los consejos evangélicos y, si los observa bien, ciertamente se salvará. Es fiel el hijo cuando no sólo cumple los mandatos del padre, sino cuando adivina e interpreta también sus deseos para llevarlos a cabo.
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La mayor parte de los hombres se pierde porque se da contra dos piedras, contra dos mandamientos: el sexto y el séptimo. La religiosa quiere estar lejanísima de estos dos peligros y hace y observa los votos de castidad y de pobreza. Renuncia también a lo que podría ser suyo y recibe como un don de la comunidad lo que le es necesario para la vida, para mantenerse en el santo servicio de Dios.
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Quiere estar muy lejos del pecado contra el sexto mandamiento y hace el voto de castidad para ser totalmente del Señor y se niega incluso lo que sería lícito y gratificante en la familia. Observando el voto de castidad, la religiosa se convierte en Esposa amada de Jesús; entre Jesús y su alma se establece una tal unidad de vida que puede alcanzar grados altísimos. El Esposo no deja nunca a la Esposa fiel y no permite que ésta caiga en perdición. No es nunca Jesús el que nos abandona, sino que nosotros le abandonamos a él. Él es fiel, infinitamente fiel.
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Se puede faltar también contra los otros mandamientos, dar contra otros peñascos. Pero si queremos reducir todo a la realidad práctica, tenemos que decir que el orgullo es el tercer grande escollo contra el que se puede chocar, contra el que puede dar la barca de nuestra alma y desmoronarse. La religiosa fiel combate el orgullo durante toda la vida; estudia y contempla al Hijo de Dios que se anonadó. Él resplandeciente en la gloria del Cielo se hace nada, se esconde en el vientre de la Virgen Madre, nace en un pobre pesebre. S. Pablo dice de él: Se hizo obediente hasta la muerte y muerte de cruz11. Obedeció no sólo a María, a José12, sino incluso a los verdugos; hasta la muerte13. Se consume en un acto de obediencia: inclinada la cabeza, entregó el espíritu14.
La religiosa quiere morir cada día a sí misma y cada día tiene presente: el que se humilla será enaltecido, el que se enaltece será humillado15.
Seremos enaltecidos tanto cuanto nos hayamos humillado.
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En la Profesión se dice: si eres fiel, te prometo en nombre de Dios que recibirás el céntuplo y poseerás la vida eterna16. Pon tú la condición y recibirás la vida eterna. ¿Hay religiosas en el infierno? Por desgracia, sí. Y son las religiosas infieles a su vocación. Los quisiera cuentan poco; es necesario el quiero. Ni siquiera la Profesión establece en la impecabilidad, pero la fidelidad a la Profesión nos asegura la salvación eterna.
No pasarán muchos años y nadie de nosotros existirá ya más. Entremos en nosotros mismos y digamos uno de aquellos quiero que aseguran la perseverancia. ¡Animo y adelante!
Estás en la casa religiosa, has revestido el santo hábito, has emitido los votos y cada día los renuevas; llevas, por lo tanto, contigo los signos de la salvación eterna.
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1 S. BERNARDO DE CHIARAVALLE (1090-1153), Doctor de la Iglesia.

2 Sal 32, 9.

3 Lc 22, 42.

4 Lc 23, 46.

5 S. FRANCISCO JAVIER (1506-1552).

6 1Cor 2, 9.

7 Misal Romano, Domine Jesu Christe...

8 Cf 2 Cor 4, 7.

9 2 Cor 12, 7-9.

10 Invocaciones litánicas.

11 Cf Fil 2, 8.

12 Cf Lc 2, 51.

13 Fil 2, 8.

14 Jn 19, 30.

15 Cf Lc 18, 14.

16 Cf Mt 19,29.