Beato Santiago Alberione

Opera Omnia

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7. DONACIÓN COMPLETA Y ESTABILIDAD EN LA VIDA RELIGIOSA

Roma, 19 de enero de 1947


Creemos útil llamar la atención de todas, especialmente de las Profesas, sobre dos puntos de importancia capital: dedición total y estabilidad en la vida religiosa.
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El alma, trabajada por la mano divina, invitada antes quizás de forma confusa y luego con claridad por Aquel que llama a los que quiere1, responde su sí el día en que decide entrar en la vida religiosa. Este sí es repetido con alegría, entrega y energía creciente en el postulantado y en el noviciado.
El día de la Profesión, el alma, después de haber reflexionado seriamente sobre lo que deja y las obligaciones que asume, pronuncia un sí más consciente y decidido, porque es precisamente aquel el momento en el que tiene que realizar su entrega sin reservas ni arrepentimientos a Dios.
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La donación tiene que ser vivida con un ritmo siempre progresivo: en la mente, con el pensamiento frecuente en Dios y con razonamientos sobrenaturales; en la voluntad, con la sumisión perfecta a la voluntad divina y la observancia de los votos y de las virtudes; en el corazón, subordinando todos los afectos al amor divino, de manera que Jesús se haga de veras el centro de toda la vida, hasta poder repetir con san Pablo: Ya no soy yo quien vive, es Jesús quien vive en mí2.
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Con razón, san Gregorio3 y santo Tomás4 dicen que profesar en la vida religiosa es un holocausto espiritual en el que la persona da a Dios todo lo que tiene. En efecto, el holocausto era el sacrificio perfecto, en el que toda la víctima era destruida y ofrecida a Dios5.
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Darse a Dios quiere decir olvidarse de sí misma y confiarle alma y cuerpo; quiere decir entregarle totalmente las propias potencias, aspiraciones y sentimientos; los propios deseos, temores, y esperanzas, reservándose sólo el empeño de pensar en Él, de servirlo en el cumplimiento perfecto del propio deber, de amarlo con todo el corazón.
Darse a Dios quiere decir pronunciar un sí perpetuo en medio de todos los acontecimientos, las vicisitudes, los cambios internos y externos; es el consentimiento sencillo y filial a todas las disposiciones del Padre Celestial, es el abandono total en Dios.
Darse a Dios quiere decir darse a la Congregación, ponerse en las manos de los Superiores y dejar que ellos dispongan en todo como consideren oportuno.
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Esta donación, comenzada en el postulantado, crece en el noviciado, florece en la Profesión de los votos temporales, se consuma en la Profesión perpetua.
¡Oh, feliz el alma que se entrega a Jesús generosa, integral y conscientemente!
Es esta entrega generosa, íntegra y consciente la que constituye la vida religiosa, y no un hábito distinto del que llevan los seglares o el vivir en una casa especial.
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El Divino Maestro nos amonesta todavía: El que pone la mano en el arado y se vuelve atrás, no es digno del reino de los cielos6.
Por consiguiente, hecha esta donación, es necesario que el alma esté firme y estable en la propia vocación y apostolado, fiel a los propios Superiores, Cohermanas, Reglas.
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El estado religioso se llama estado porque comporta un modo de vivir estable y permanente. Sin esta estabilidad, no se puede concebir el verdadero estado religioso y el Instituto no puede contar con miembros que no son estables.
¿Cómo puede subsistir un edificio si los cimientos están sin estabilidad? Son elementos fluctuantes que molestan con las muchas palabras, a veces también con la murmuración, que pierden tiempo yendo de un lugar para otro, de un oficio para otro, concluyendo bien poco o incluso nada de trabajo. ¡Oh! en la hora de la muerte lo que más tormento producirá al alma religiosa será precisamente el haber perdido tiempo, faltando de fidelidad y estabilidad en el propio deber.
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Ciertas almas que habían dicho al Señor tantos bonitos , que habían hecho con generosidad su donación, se encuentran luego con dificultades de distinto género: Una Superiora o Cohermanas con las que no consiguen tener la relación cordial que sería deseable. Y entonces, creen que un cambio podría ser un remedio eficaz para todos los males. A veces el demonio tienta precisamente sobre este punto, y el alma engañada cree que cambiando oficio, confesores, apostolado o casa podría progresar mayormente. Estos son casi siempre errores. En cualquier lugar donde se vaya, se lleva el propio yo, con todos sus defectos; por lo tanto, nadie se engañe, sino que permanezca donde el Señor la ha llamado. Allí encontrará las gracias para corregirse, progresar, hacerse santa.
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Sucede a veces que alguna cree que está llamada por Dios a abandonar la propia Congregación, el propio apostolado, para entrar en algún convento de clausura. También en esto generalmente se esconde el engaño. No es una verdadera vocación para la clausura, sino que se trata simplemente de una invitación que el Señor le dirige al alma para que sea más recogida, tenga más vida interior, sea más amante de la oración.
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¿Cómo defenderse de semejantes engaños? ¿Qué medios usar?
El primer medio es siempre la oración, la fidelidad a las prácticas de piedad, a nuestras prácticas de piedad, hechas según el método paulino Camino, Verdad y Vida. Para superar las dificultades que se encuentran fácilmente en la vida religiosa, para vencer los engaños con los que el demonio querría atentar contra nuestra estabilidad, se necesita mucha gracia, y la gracia se consigue con la oración, con fervorosas Comuniones y horas de Adoración.
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Otro medio para ser fieles al propio apostolado es aprender todo lo que se refiere a este apostolado, ejercitarse en él, amarlo, entusiasmarse. Decía san Juan Berchmans7 : Estimo a todas las Ordenes Religiosas, pero amo sobre todas a mi Compañía de Jesús. Cada uno de nosotros diga lo mismo respecto a nuestra Congregación, a nuestro apostolado.
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Que domine sobre todo pensamiento, la promesa divina: Recibiréis el céntuplo y poseeréis la vida eterna8. Pensando en el premio, no os cansaréis de realizar vuestro propio apostolado.
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1 Cf Mc 3, 13.

2 Gál 2, 20.

3 S.GREGORIO I, Papa, llamado Magno (540-604), Doctor de la Iglesia.

4 S.TOMÁS DE AQUINO (1225-1274), Doctor de la Iglesia.

5 Cf Lev cap. I.

6 Cf Lc 9, 62.

7 S. JUAN BERCHMANS (1599-1621).

8 Cf Mt 19, 29.