5. SOMOS TABERNÁCULOS VIVIENTES
Roma, 8 de enero de 1947
La devoción a Jesús Maestro nos lleva a hacer bien la Visita, la Comunión, la asistencia a la Santa Misa. Es más: nos lleva a vivir la vida de unión en Jesús, una verdadera vida eucarística.
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La Santísima Virgen llevó a Jesús en su corazón, lo recibió muchas veces en la Santísima Eucaristía.
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La presencia real de Jesús, después de la Santa Comunión, dura poco en nosotros, en cambio la presencia espiritual puede durar siempre. Cada alma que hace bien su Comunión se convierte en morada de Dios; nuestro corazón, nuestro pecho, se convierten en tabernáculo viviente de la Santísima Trinidad. Vendremos a él y haremos morada en él1.
Después de haber hecho la Santa Comunión, si una persona sale de la iglesia y va a sus deberes: Huerta, cocina, limpieza, incluso si camina por las calles, es siempre Cristófora, es decir, portadora de Cristo, de Dios; es como un sagrario que se traslada de un lugar a otro.
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Imagino cómo la Bienaventurada Virgen María, cuando llevaba a Jesús consigo, viviría una vida de íntimo recogimiento, siempre consciente del tesoro que llevaba consigo. También al exterior se reflejaría la altura de sus pensamientos, la plenitud de su amor, la entrega total de sí misma a Dios.
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¡Cómo camina feliz el alma que lleva consigo a Jesús! Mi tesoro está conmigo; ¡qué alegría!
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Hay personas, en cambio, que llevan al diablo, porque tienen el pecado en el alma; las hay que llevan la vanidad.
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Vosotras lleváis a Jesús, a Dios. Si bajáis los ojos, si os concentráis en vosotras mismas, he aquí que os encontráis con Jesús, que lleváis en el corazón.
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Ésta es la gracia que tuvo la Santísima Virgen. A veces se la representa con una imagen del Niño Jesús en el pecho. También para vosotras puede ser así; es así.
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Jesús tiene sus preferencias, sus simpatías: él prefiere a los humildes, a los pequeños, a los sencillos. A su cuna, llamó a los pastores2 y los pastores fueron los primeros apóstoles de Jesús, sin subirse a la cátedra.
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Tener a Jesús vivo en el corazón; ¡qué dicha! es una anticipación de la dicha del cielo.
La persona que lleva a Jesús, tiene que llevarlo con delicadeza, con finura, con cortesía, con amor especial.
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Cuando se me confió el oficio de sacristán, me enseñaron cómo hacer. Entrando en la iglesia, en seguida rezar en el primer peldaño del altar: O sacrum Convivium3; luego, no dar nunca la espalda al Sagrario, no caminar haciendo ruido; si era necesario hablar, hacerlo en voz baja, con señales, etc., porque se estaba delante de Jesús.
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Ahora bien, este comportamiento y delicadeza, la religiosa tiene que tenerlo porque lleva a Jesús en su corazón, y su corazón se ha convertido en morada de la Santísima Trinidad. Por consiguiente, no será nunca poco cortés, no hablará nunca sólo por hablar, no dirá tonterías, y será siempre santamente alegre, y también santamente orante. No tiene tiempo para distraerse, porque tiene que comunicar con Jesús; tiene muchas cosas que decirle. La Comunión se prolonga a lo largo de la jornada; y la jornada es una conversación espiritual continua. Conversatio nostra in coelis est4, así como hacen los ángeles en el cielo, que adoran, doblan su frente, rezan, suplican, aman, dan gracias.
Decid un Gloria al Padre a la Santísima Trinidad que lleváis en el corazón: Gloria...
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María, llevando a Jesús consigo, prorrumpió en aquel cántico que Bossuet5 llama: el éxtasis de la humildad de María; el Magnificat6.
Siempre y en todo lugar, también por la calle, el alma está unida a su Jesús; se da cuenta de las personas y de las cosas que encuentra, pero no para distraerse; su mirada está fija en la Trinidad, como los ángeles que buscan siempre el rostro de Dios7. Esta persona que vive tan unida con Dios, siente el Magnificat que le sale espontáneo en los labios, y alaba al Señor por todo lo que sucede, bueno y malo, las ocupaciones, indisposiciones, dificultades, pequeñas cruces. Magnificat... Magnificat...y mi espíritu exulta en Dios mi Salvador...
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Piensa: Yo, pobre criatura, sacada de la nada, que tengo que vivir en esta tierra pocos días, yo he sido y soy tan amada por Jesús, yo lo llevo conmigo. Miró a la humildad de su sierva8. Él ha mirado mi miseria, mi pobreza y ha venido a socorrerme. ¡Magnificat! Él resiste a los soberbios, y da su gracia a los humildes9. Herodes siendo soberbio, quedó en su iniquidad, mientras que María, la humilde, fue colmada por Dios. El que se hincha de sí mismo, queda vacío, porque Dios resiste, resiste, resiste a los soberbios y se inclina sobre los pequeños, los conduce, los consuela, los enriquece. Si sabéis estar en la humildad, ¡cuán afortunadas seréis, más que los orgullosos filósofos, o los grandes del mundo, llenos de sí mismos!
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El alma que sabe, que piensa que lleva en sí a la Santísima Trinidad, tiene sentimientos semejantes a los de María, y está por esto siempre en intercesión: Señor, bendíceme...Deo gratias...dame tu ayuda, dame tu amor, no me dejes faltar tu gracia. Vive en una comunión continuada. Es cosa buena repetir con frecuencia durante el día las comuniones espirituales; fijarse llegar a un número, pero se tiene que llegar a la comunión habitual, en continuidad. Mi amado es mío y yo soy de él10. Jesús está con nosotros y nosotros con Jesús. Nosotros vivimos en Él, y también por la noche, cuando vamos a descansar, pensamos: en el sagrario está Jesús..., pero yo, lo tengo también aquí en mi corazón. Descanso en los brazos del Padre; pongo mi cabeza sobre el corazón de Jesús. Él está en mí y yo en Él.
Los días se convierten en meritorios. Ante todo, se evitan muchos defectos e imperfecciones; luego, se aumentan los méritos.
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El angélico san Luis11 continuaba siempre su comunión, vivía al modo de los ángeles, siempre absorto en Dios. Tendamos a esto también nosotros, hasta que, liberándose del cuerpo, el alma vaya hacia su Dios, para cantar eternamente el Magnificat de alabanza y de amor.
Digamos ahora tres Gloria al Padre, con la intención de que nuestra vida sea un continuo Gloria a la Santísima Trinidad que habita en nosotros, un Gloria que termina por los siglos de los siglos, es decir, en la eternidad.
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1 Jn 14, 23.
2 Cf Lc 2, 1-20.
3 Liber usualis Missae et Officii, in festo Corporis Christi, ant. Maginficat in I et II Vesperis.
4 Fil 3, 20.
5 BOSSUET SANTIAGO BENIGNO (1627-1704) orador sagrado.
6 Cf Lc 1,46-55.
7 Cf Mt 18, 10.
8 Lc 1, 48.
9 Cf 1Pe 5, 5.
10 Ct 2, 16.
11 S. LUIS GONZAGA (1568-1591) de la Compañia de Jesús.