Beato Santiago Alberione

Opera Omnia

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INSTRUCCIÓN XVI1
CONCIENCIA Y OBEDIENCIA

Tres perlas, tres fuerzas

Los religiosos resplandecen y son eficaces en su ministerio gracias a tres perlas preciosas: la castidad, la pobreza y la docilidad. Así lo demuestra la historia.
Quien quiera llevar a los hombres a ideales de santidad y eternidad, debe ser pobre de espíritu.
Quien quiera llevar a los hombres a la pureza de las costumbres, debe ser casto y virgen.
Quien quiera llevar a los hombres al orden en la familia, en la sociedad y en la unidad de la Iglesia, debe vivir en obediencia.
Muchos intentaron reformar a la Iglesia, pero sin reformarse antes a sí mismos; no tenían ni misión ni virtud ni verdadera devoción. Jesucristo precedió con el ejemplo, predicó con la palabra y murió para conquistarnos la gracia.
Todos los hombres tienen tres concupiscencias principales: concupiscentia carnis, concupiscentia oculorum, superbia vitae.2 La primera se ordena con la castidad, la segunda con la pobreza y la tercera con la obediencia.
El religioso transforma por medio de los tres votos la pasión
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en virtud y en energía de apostolado, y esto es un secreto de felicidad eterna.
La pobreza, en efecto, es la riqueza más grande. Cada cosa a la que renunciamos la encontraremos en el cielo transformada en oro puro: «possidebunt regnum cœlorum».3
La castidad es el amor más grande hacia Dios y hacia las almas, y será proporcional la felicidad: «intra in gaudium Domini tui».4
La obediencia es la libertad más grande, nos hace superiores a las pasiones desenfrenadas y nos prepara a la posesión de Dios.

Formar la conciencia

Formar la conciencia de un joven es el deber principal de un educador, dice Pío XII, pues de una conciencia recta e iluminada depende el futuro feliz de la vida y de la eternidad. Cuando no se tiene una conciencia formada se puede esperar cualquier desastre moral y material.
Hay tres elementos que concurren en la formación de la conciencia: convicciones profundas en la mente, costumbres buenas de acuerdo con los principios y la ayuda de la gracia que socorra la debilidad humana.
El aspirante vive en el Instituto un tiempo suficientemente largo para la formación de su conciencia, pero es absolutamente necesario que se abra a su maestro y que el maestro, conocidas sus necesidades y su estado espiritual, le ayude con el consejo, la caridad paciente y la oración.
En nuestro Instituto no será difícil esta tarea si entre el aspirante y el maestro hay
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santa intimidad y colaboración.
Una vez formada la conciencia, no es necesaria ya una asistencia disciplinar constante, ni presencia, ni advertencias, ni castigos; la persona ha adquirido un carácter y es capaz de apoyar y formar a otros.
La formación de la conciencia, para que sea completa, debe basarse en el conocimiento claro de la vida presente y de la eterna; en el conocimiento de Dios creador, redentor y siempre próvido; en la convicción de que, habiendo salido de las manos creadoras de Dios, nuestro Padre, volveremos a él para rendir cuentas de los talentos y las gracias recibidos; recordar también que hay dos eternidades, la feliz y la infeliz; que cada uno tiene ante sí dos caminos, el angosto que lleva al cielo y el espacioso que lleva al infierno; que con la muerte termina la escena presente, que en el mundo presente crecen juntos el buen trigo y la cizaña; que habrá una separación de los dos y que, mientras el trigo irá a la casa del Padre, la cizaña terminará en el fuego; que la muerte puede llegar en cualquier momento, y de ahí el estote parati,5 y que la vida es una prueba de fe, de amor y de fidelidad a Dios.
Son verdades que hay que recordar continuamente hasta convertirlas en guía y luz de todo proyecto, pensamiento, sentimiento, opinión y acción.
La gran verdad es que la vida está ordenada a la felicidad eterna, pero para llegar a ella debemos conocer, amar y servir al Señor como hijos dóciles. Si seguimos a la Iglesia, Dios premiará todo lo que hagamos según
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su santa voluntad. «In omnibus operibus tuis memorare novissima tua et in aeternum non peccabis».6
El Superior debe poco a poco resultar superfluo porque el religioso ha llegado a fundar su vida en principios eternos y recurre a la oración en las diversas circunstancias. No obstante, con convicciones más amplias, con un dominio mayor de sí mismo y con una piedad sólida, seguirá progresando día tras día. Podrá así alcanzar la santidad y vivir en Jesucristo.

Para la admisión a las órdenes

Debemos recordar la enseñanza de san Pío X sobre las admisiones a las órdenes sagradas. Es algo que vale para las demás promociones: No basta con signos negativos; son absolutamente necesarios signos positivos de vocación. No es, pues, suficiente que el aspirante evite el mal (se dice a veces: ¡No es malo!); es preciso que sea piadoso, virtuoso, estudioso, amante del apostolado, observante de la vida religiosa y amante de la Congregación.
No basta tampoco una esperanza vaga de que mejorará con el tiempo. Debe confiarse cuando el aspirante trabaja en serio con una lucha y una oración constantes.
Ojo, que no suceda que por esperanzas infundadas de salvar a uno se pierdan otros. Por amor al Instituto y al propio joven, no se tarde en despedirle. Superior, maestro y confesor tienen al respecto un deber muy delicado.
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San Pablo recuerda a su discípulo Timoteo que debe ser prudente al admitir a las órdenes sagradas: «Ne cito manus imposueris».7 Esa misma recomendación aplicaremos en otras admisiones, por ejemplo cuando se trata de hijos únicos, de enfermedades hereditarias, de hijos pertenecientes a familias rotas, de aspirantes con taras psicológicas. Son situaciones actualmente muy difundidas y el Instituto tiene la obligación de usar cautela.

* * *

Art. 96. El Superior general puede despedir a un profeso de votos perpetuos con el consentimiento de su Consejo a norma de los artículos siguientes, además de la confirmación del decreto de despedida por la santa Sede.
Art. 97. Para que un miembro profeso de votos perpetuos pueda ser despedido, es necesario que precedan tres delitos graves y externos con dos amonestaciones, añadiendo la conminación de despedida, y la falta de enmienda, según la norma de los cánones 656-662 del Código de derecho canónico.
Art. 98. Si constaren las faltas de que se habla en el precedente artículo 97, el Superior general con su Consejo, consideradas todas las circunstancias del hecho, delibere si hay lugar a la despedida. Si la mayor parte de los votos se inclinara por la despedida, el mismo Superior general extienda el decreto de dimisión, el cual no obstante, no produce efecto hasta que no sea confirmado por la santa Sede.
Art. 99. Al miembro que ha de ser despedido le es lícito exponer sus razones libremente y sus respuestas
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han de constar fielmente en las actas.
Art. 100. El profeso de votos perpetuos legítimamente despedido de la Sociedad, si no tuviera órdenes sagradas, ipso facto queda libre de todos los votos religiosos y obligaciones de su profesión, salvo lo prescrito en el artículo siguiente.
Art. 101. El miembro clérigo de votos perpetuos despedido, si estuviere ordenado solamente de menores, por el hecho mismo queda reducido al estado laical. Mas si estuviere ordenado in sacris, por ello mismo queda suspenso hasta que obtenga la absolución de la santa Sede, salvas además las disposiciones de los cánones 641, 670-672 del Código de derecho canónico en cuanto a las demás sanciones de que sea digno.

Obediencia y voluntad de Dios

El Señor nos ha creado para la felicidad del paraíso y dispone y permite todo lo que nos ayuda a llegar a esa meta.
La obediencia es la unión de nuestra voluntad a la voluntad de Dios. Es, pues, un gran medio de salvación y supone una gran ayuda porque, en lugar de guiarnos nosotros mismos, tan limitados en inteligencia y tan apagados por las pasiones, el mundo y el demonio, nos dejamos guiar por Dios, sabiduría y amor infinito.
La obediencia forma al verdadero sabio y lo hace más sensato que los enemigos, los maestros y los ancianos. Si Eva hubiera obedecido a Dios, no habría encaminado a las generaciones humanas por los caminos del error, del pecado y de la muerte.
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La obediencia es indudablemente el camino de la paz, del mérito, de la gracia y de las bendiciones de Dios en el apostolado.
Dios bendice solamente lo que es conforme con su voluntad.
Quien vive en obediencia promueve la gloria de Dios y la paz de los hombres.
La voluntad del Señor se manifiesta con su palabra, a través de los Superiores, en los acontecimientos y en las cosas.
Con la palabra: los mandamientos de Dios, los consejos evangélicos, las virtudes recomendadas por la sagrada Escritura.
A través de los Superiores: así sucede con las disposiciones de la Iglesia y de la autoridad civil. Superiores tenemos siempre en la familia, en la parroquia, en la escuela, en la fábrica, en las asociaciones, en la diócesis, en la comunidad, etc. También debemos obediencia al confesor, en muchos casos.
En los acontecimientos y las cosas: las inclemencias del tiempo, las enfermedades, las desgracias, las malevolencias, las críticas, las dificultades del ambiente, las persecuciones, las tentaciones y mil cosas que llenan los años y los días y que Dios quiere o permite para nuestra santificación.

Virtud, voto y espíritu de obediencia

Existe la obediencia virtud, la obediencia voto y el espíritu de obediencia.
El voto, promesa sagrada hecha a Dios, obliga a someterse
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al Superior que ordena en virtud de santa obediencia, es decir, en razón del voto.
La virtud inclina la voluntad a aceptar y cumplir en un ámbito mayor todas las órdenes legítimas de los Superiores y los deseos divinos.
El espíritu de obediencia es esa misma virtud vivida de forma más delicada, íntima y completa. El espíritu de obediencia hace que el religioso se someta con plenitud de voluntad, con prontitud de ejecución y con alegría del corazón. Prudente y humilde, y al mismo tiempo deseoso de ser dependiente, ejecuta los consejos y disposiciones más pequeños, se adapta a los deseos de los más ancianos y complace a todos en la medida de lo posible para evitar elegir y preferir lo que más le agrada.
Es el sacrificio y holocausto de sí al Señor en todo momento.
Es el gran deber de estado.
Es la fuerza de una institución, como la dovela-clave en un edificio.
Es la virtud que garantiza toda la vida de un Instituto.
Es la práctica que facilita toda la vida de santificación.
Es madre y guardiana de toda virtud.
Es una virtud social y, a la vez, una virtud individual.
La voluntad propia e independiente es un atentado contra la vida del Instituto. Quien se acostumbra a seguir a otros más que a los Superiores, se introduce inexorablemente en un camino de fracaso.
Pocas veces se da la circunstancia de tener que observar el voto de obediencia, pero todo acto de obediencia es realmente, en razón del voto, acto de religión. Por tanto, siempre tenemos un
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doble mérito. El espíritu de obediencia alimenta siempre la vida religiosa.

La obediencia de Jesús y de María

El divino Maestro nos precedió cumpliendo la voluntad del Padre desde el instante de la encarnación hasta el «inclinato capite emisit spiritum»8 y la ascensión al cielo. En cada momento y cada detalle pudo decir: «quae placita sunt ei facio semper».9 El pesebre, la huida a Egipto y la vida en Nazaret donde estaba «subditus Mariae et Joseph»;10 la vida pública, la pasión y la muerte en la cruz, todo ello lo resume san Pablo con esta expresión: «Christus factus est pro nobis obœdiens usque ad mortem, mortem autem crucis».11 Y prosigue diciendo cuál fue el premio de su obediencia: «propter quod et Deus exaltavit illum et dedit illi nomen quod est supra omne nomen, ut in nomine Jesu omne genu flectatur cœlestium, terrestrium et infernorum, et omnis lingua confiteatur quia Jesus Christus in gloria est Dei Patris».12
Jesús repite en el huerto de Getsemaní: «Padre, que se haga tu voluntad y no la mía. No se haga lo que yo quiero, sino lo que quieres tú» (cf. Mt 26,39; Lc 22,42). Se anonadó hasta el límite de lo posible, y por eso fue elevado por el Padre a su derecha.
María dice: «Ecce ancilla Domini: fiat mihi secundum verbum tuum».13
Pablo pregunta a Jesús cuando se le aparece en el camino de Damasco: «Señor, ¿qué quieres que haga?». Recibe la respuesta, obedece pronto y constantemente y al final de su vida inclina
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la cabeza, ¡suprema obediencia!, a la orden del verdugo, para recibir finalmente «corona justitiae».14
No hay otro camino hacia la santidad y la paz más que éste: «fiat voluntas tua sicut in cœlo et in terra».15

Riesgos y enemigos de la obediencia

El estado religioso cuenta con muchos bienes, pero también con fastidios y peligros a cada paso, que son «los gajes del oficio»:
peligro de recibir órdenes molestas, difíciles, dolorosas;
peligro de caer en manos de un Superior antipático y duro, o entre hermanos poco agradables;
peligro de incomprensiones y arrinconamientos, y ¡cuántos han sufrido esta prueba!;
peligro de ser destinados a puestos difíciles, incluso para la salud;
peligro de cambios imprevistos;
peligro de un cargo ingrato, que puede parecer hasta desproporcionado.
¿Qué hacer cuando el peligro se vuelve realidad? Mirar a Jesús: «Non mea sed tua voluntas fiat».16

Enemigos de la obediencia:
Falta de ideas claras en el Superior y en el súbdito.
Espíritu racionalista, máximas erróneas, edad y temperamento.
Individualismo: programarse una vida propia, como islas o nidos propios en la comunidad.
Superiores carentes de equilibrio en las órdenes.
Tendencias del mundo actual.
Laxismo y malos ejemplos.

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Obediencia de la mente, del corazón y de la voluntad

La obediencia completa: de la mente, del corazón y de la voluntad.
De la mente: significa comprender el sentido, el fin y los límites de lo dispuesto. Por ejemplo, a uno se le confía una clase de estudiantes, a otro la dirección de un periódico, etc. Las clases de un año deben desarrollar un programa, y esto comporta preparación, explicación, saber exigir con «patientia et doctrina»,17 con un método adecuado, y conseguir que casi toda la clase apruebe el curso.
Proporcionalmente, ese mismo debe ser el comportamiento en la dirección de un periódico. Tener en cuenta el fin y los medios.
Del corazón: significa amar el cargo, la tarea, el cometido recibido. Amarlo por ser voluntad de Dios y ocasión de muchos méritos. Examinemos frecuentemente nuestra conciencia teniendo esto en cuenta.
De la voluntad: que quiere decir aceptar total y dócilmente lo que se nos ha encomendado, desplegar nuestras fuerzas espirituales y físicas y mucha oración para su éxito.
En la parte opuesta está la semiobediencia:
De la mente: juzgando, condenando y despreciando la orden, aunque tenga que llevarse a cabo por razones externas, haciendo que se obedece pero criticando la orden y a quien la da.
Del corazón: cuando la obediencia está desprovista de amor y aceptación, es como una flor sin perfume, pues nada tiene de sobrenatural. Se obedece por complacer al Superior, porque se ha conseguido el cargo que se quería, o porque el amor propio, el interés y la vanidad han sido complacidos. Lo que necesitamos es amor de Dios.
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De la voluntad: espíritu de contradicción, pereza, sabotaje, descuido, fariseísmo, etc., impiden conseguir los bienes que el Superior se esperaba.
El fundamento de la obediencia es triple: la autoridad representada por el Superior; la profesión religiosa, que tiene carácter de entrega -«ya no me pertenezco a mí, sino al Instituto»- y el voto como compromiso sagrado.
Conclusión: san Juan Berchmans hacía esta confidencia cuando estaba a punto de morir: «Desde que entré en el Instituto, nunca falté a regla alguna». ¿Qué queda entonces por hacer? La aceptación de la suprema obediencia a esta invitación: «Euge serve bone et fidelis, intra!»,18 y respondiendo Sí, voy.
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1 Con esta instrucción termina la primera semana y el primer ciclo de los encuentros con el P. Alberione.

2 «Pasiones carnales, ansia de las cosas, arrogancia» (1Jn 2,16).

3 «Poseerán el reino de los cielos» (Mt 5,3).

4 «Entra en el gozo de tu señor» (Mt 25,23).

5 «Estad preparados» (Mt 24,44).

6 «En todas tus obras acuérdate del final, y no pecarás jamás» (Sir 7,40).

7 «No impongas a nadie las manos sin haberlo pensado muy bien» (1Tim 5,22).

8 «E, inclinando la cabeza, expiró» (Jn 19,30).

9 «Yo hago siempre lo que le agrada» (Jn 8,29).

10 «Estaba sumiso a María y José» (cf. Lc 2,51).

11 «Cristo se hizo por nosotros obediente hasta la muerte, y muerte de cruz» (Flp 2,8).

12 «Por ello Dios le exaltó sobremanera y le otorgó un nombre que está sobre cualquier otro nombre, para que al nombre de Jesús doblen su rodilla los seres del cielo, de la tierra y del abismo, y toda lengua confiese que Jesucristo es Señor para gloria de Dios Padre» (Flp 2,9ss).

13 «Aquí está la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra» (Lc 1,38).

14 «La corona merecida» (2Tim 4,8).

15 «Hágase tu voluntad así en la tierra como en el cielo» (Mt 6,10).

16 «No se haga lo que yo quiero, sino lo que quieres tú» (Lc 22,42).

17 «Con paciencia y preparación doctrinal» (2Tim 4,2).

18 «¡Bien, criado bueno y fiel! Entra...» (cf. Mt 25,21).