Beato Santiago Alberione

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INSTRUCCIÓN VI
EL APOSTOLADO DE LAS EDICIONES

Verdadera predicación

Con el nombre de apostolado nuestro se entiende una verdadera misión que puede definirse predicación de la divina palabra con los medios técnicos y mediante la edición.
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Contraponer al error el arma de la verdad.
La edición es una conquista del progreso. Es el uso de los medios modernos, que son dones de Dios, en orden a su gloria y a la salvación de las almas (Pío XI). Es el anuncio de la buena nueva y de la verdad. Es, por tanto, verdadera evangelización.
Esta evangelización debe hacerse en todos los tiempos y lugares, conforme a este precepto divino: «Id por todo el mundo y predicad el Evangelio a toda criatura» [Mc 16,15]. Puesto que todos están llamados a la salvación, todos deben conocer las verdades reveladas por Dios, los preceptos que deben observarse y los medios de gracia para alcanzar su fin.
Al igual que la predicación oral, la escrita o impresa divulga el Evangelio, lo multiplica, hace que llegue a todas partes. Así también nos dio Dios la palabra divina predicada oralmente y los setenta y dos libros de la Escritura. Y la Iglesia ha obrado así en todos los tiempos. Los papas, los obispos y los sacerdotes hablan y escriben.

* * *

Art. 180. Para que nuestra vocación cobre eficacia en el apostolado que hemos de ejercitar, conviene que promovamos en la Sociedad solícitamente estudios literarios, científicos, filosóficos y teológicos, añadiendo una conveniente práctica de la técnica en las obras del apostolado.
Art. 181. En el cultivo de los estudios, procuren los religiosos sentir cada vez más con la Iglesia, y se adhieran continuamente a sus preceptos y
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normas acerca de la selección de las enseñanzas, del tiempo y organización de los estudios, y hasta de las fuentes de donde han de extraer con más abundancia y seguridad la verdadera y sana doctrina y la erudición de la inteligencia.
Art. 182. En el aprendizaje y enseñanza de las disciplinas, se ha de procurar que los estudios vayan ordenados y cultivados de forma tal que sea conocido y se forme en nosotros más perfectamente Jesucristo, nuestro divino Maestro, que es el camino, la verdad y la vida, con la aplicación de la inteligencia, la voluntad y el corazón; de este modo nos volveremos maestros eficaces de las almas los que antes hemos sido humildes y asiduos discípulos de Cristo.
Art. 183. La Sociedad se prepara los futuros miembros desde tierna edad en sus propias casas de estudios, en las cuales los aspirantes son instruidos convenientemente y con todos los cuidados que requiere su vocación. Por lo cual, la Sociedad debe tener sus propias casas de estudios, perfectamente acomodadas, no sólo para los estudios filosóficos y teológicos, sino también para los clásicos o estudios así llamados de enseñanza media.
Art. 184. Póngase gran cuidado para que los alumnos, a la vez que se forman en lo intelectual, ahonden en las razones de la verdadera piedad, y se conviertan en dignos operarios de la viña del Señor.

Todos llamados al apostolado

La misión oficial de la evangelización fue confiada al sacerdote por el divino Maestro. Jesucristo, después de pasar una noche en oración, llegada la
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mañana, llamó a la muchedumbre y entre ella eligió a los Doce, a quienes llamó apóstoles.
A la misión oficial va unida una misión subordinada, complementaria, universal, regulada por la Iglesia: la de los laicos, al igual que Jesús eligió setenta y dos discípulos.
En realidad, «unusquisque mandavit Deus de proximo suo»,1 pero en medida diferente. La confirmación es complemento del bautismo, y con ella el cristiano se convierte en soldado. No todos los ciudadanos son soldados, sino sólo los que están en condiciones aptas de edad, salud y fuerza. La confirmación confiere el don y la virtud de la fortaleza. Los apóstoles, antes tan tímidos, apenas vino a ellos el Espíritu Santo, se sintieron llenos de luz, de gracia y de celo, lo que les llevó a dar comienzo generosamente al apostolado. Y cuando los azotaban se sentían felices de haber sufrido algo por Jesucristo. El Espíritu Santo infunde en la confirmación la caridad hacia el prójimo, y por eso se la llama también el sacramento del apostolado.
El cristiano verdadero es parte y miembro del Cuerpo místico, y ya sabemos que en el cuerpo material cada uno de los miembros ama a los otros, y que si un miembro sufre, los demás contribuyen a la salud de la totalidad.
Padres, maestros y miembros de las asociaciones católicas contribuyen al bien de todos, fieles e infieles. La Acción Católica es la participación en el apostolado jerárquico de la Iglesia: Apostolado del Mar, Protección de la Joven, Obra de San Vicente de Paúl, Propagación de la Fe, Cooperadores salesianos o paulinos, que tienen un apostolado que debe realizarse especialmente en el tiempo que les queda libre a sus deberes.
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Cometido de los paulinos

Hay Institutos religiosos laicos que realizan un apostolado como tarea y misión ordinaria de su Orden o Congregación, como los Hermanos de las Escuelas Cristianas, etc.
Hay Institutos religiosos compuestos de sacerdotes y laicos, como los capuchinos, entre quienes los sacerdotes y los simples religiosos tienen vida en común, pero los sacerdotes ejercitan su ministerio y los laicos se dedican a los trabajos ordinarios o de servicio como simples cristianos, por ejemplo como porteros, sacristanes, limosneros, etc.
Hay Institutos religiosos, como los dedicados a las misiones, en los que el trabajo es común a los sacerdotes y a los laicos, pero netamente diferente, porque los primeros desempeñan el ministerio de predicar, confesar, celebrar, etc., mientras que el laico asiste a los enfermos, construye iglesias y escuelas, enseña el catecismo y realiza todos los servicios necesarios en una misión.
El Instituto paulino es diferente a todos ellos y tiene una evidente superioridad: el sacerdote y el discípulo colaboran en la realización del mismo apostolado de las ediciones. Éste, en efecto, tiene tres partes: redacción, técnica y difusión, pero las tres forman un único apostolado. La parte primera, es decir, la redacción, es propia del sacerdote, mientras que la segunda y la tercera, la técnica y la difusión, son propias del discípulo. Por tanto, sacerdote y discípulo unidos en las ediciones merecen el nombre de apóstoles. El escritor solo no realiza el apostolado paulino, y el discípulo sin el sacerdote escritor es un simple obrero, por más que produzca con la técnica algo que es realmente bueno.
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¿Qué multiplica el discípulo con la técnica o difunde con la propaganda? Lo mismo que el sacerdote, es decir, dogma, moral y culto. La misión confiada a los apóstoles fue anunciada con estas palabras: «Id, pues, enseñad lo que os he dicho, bautizadles» [cf. Mt 28,19-20]. El discípulo, por tanto, constituye algo único con el sacerdote y realiza con él la misma misión, y así se eleva al «regale sacerdotium».2 En el orden cristiano es a lo máximo a que puede llegar, no puede ir más allá.

Redacción, técnica y difusión

Son formas de apostolado la prensa, el cine, la radio, la televisión, el disco, etc. Y todas estas formas de apostolado-ediciones se realizan reuniendo redacción, técnica y difusión.
La redacción tiene muchos grados, que van desde el boletín parroquial al tratado de teología, de mística, de ascética. Para el primero se necesita buen conocimiento de la lengua, de los principios fundamentales y de las necesidades de las almas; para el segundo, un saber en proporción con la materia y competencia probada. Entre uno y otro hay una amplia gama.
Si la Pía Sociedad de San Pablo actualmente consume dos mil quintales de papel por semana, más de la mitad de tal cantidad reproduce lo que como redacción procede de nuestros escritores.
Hay traducciones y actualizaciones.
Hay catecismos para niños y para adultos.
Hay libros escolares de materias sagradas y civiles.
Hay libros de ciencia, liturgia, literatura, narrativa, etc.
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La redacción cinematográfica exige el estudio del tema y la disposición de las escenas; la radio, el análisis y la redacción de lo que se quiere comunicar; para la televisión se necesitan dos estudios paralelos, es decir, el que se necesita para el cine y el que exige la radio simultáneamente.
La palabra sonora tiene sus ventajas, pues penetra más fácilmente en la inteligencia. La redacción, a su vez, tiene otras ventajas sobre la palabra hablada: está más pensada, se conserva, se multiplica en muchos ejemplares.

El Señor dijo: «Escribe...»

El Señor dijo a Moisés: «Pon esto por escrito, para recuerdo, en un libro» (Ex 17,14), es decir, la victoria sobre los amalecitas y el milagro de la fuente de agua que brotaba de la roca.
Más tarde el Señor quiso por escrito el pacto entre Él, Moisés e Israel: «Escribe estas palabras, porque en base a ellas yo hago alianza contigo y con Israel» [Ex 34,27].
Dios dio a Moisés su ley escrita en dos tablas de piedra [cf. Ex 24,4ss; Dt 4,13].
Dios ordenó a Moisés que escribiera. Entre los recuerdos y las prescripciones que debían observarse en el futuro, leemos: «Cuando suba al trono deberá escribir en un rollo, para uso propio, una copia de esta ley, según el ejemplar que está en poder de los sacerdotes levitas» (Dt 17,18).
Moisés escribió la ley de Moisés y se la entregó a los sacerdotes, hijos de Leví, que llevaban el Arca del Señor (Dt 31,9). Luego ordenó que fuera leída cada siete años a todo el pueblo reunido: «Para que la oigan y aprendan a respetar al Señor, tu Dios, y procuren poner en práctica todas las disposiciones de esta ley» (Dt 31,12).
Después de la muerte de Moisés, Dios habló a Josué: «Que el libro de esta ley (escrita por Moisés) esté
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siempre en tu boca; medítalo día y noche para cumplir exactamente todo lo que está escrito en él. De este modo serás afortunado en todas tus empresas y tendrás éxito» (Jos 1,8).
En el libro de Esdras-Nehemías, en el capítulo octavo (2-8), se describe cómo se celebró la solemnidad de la lectura de la ley de Dios en la plaza de la Puerta del Agua, lectura que hizo Esdras por orden de Nehemías.
Dios ordenó a Isaías: «Toma una tabla grande y escribe en ella en caracteres legibles» (8,1). Asimismo, en 30,8 Dios ordena a Isaías: «Graba esto en una tabla, escríbelo en un libro, y que sirva de testimonio perpetuo para el futuro».
Jeremías recibe esta orden del Señor: «Escribe en un libro todas las palabras que yo te he dicho» (30,2).
En el capítulo 36,2 se encuentra esta orden: «Toma un libro y escribe en él todas las palabras que te he comunicado acerca de Jerusalén, Judá y todas las naciones, desde el día en que comencé a hablarte hasta el presente».
Y al dictado de Jeremías, Baruc escribió todas estas cosas.
Pero el rey Joaquín quemó el libro escrito porque anunciaba castigos para él y para el pueblo. Dios dio entonces esta orden a Jeremías: «Toma otro libro y vuelve a escribir en él las mismas palabras que había en el libro anterior quemado por Joaquín» [36,28]. Jeremías tomó otro libro y Baruc escribió en él lo que contenía el anterior.

Palabra inspirada, escrita e impresa

Apóstoles y evangelistas inspirados por Dios, además de predicar, escribieron. Así san Mateo, san
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Marcos, san Lucas, san Juan, san Pablo, Santiago, san Pedro y san Judas.
Lo mismo sucede con la serie de los Padres y doctores de la Iglesia, con los papas, los escritores eclesiásticos, los apologistas, los obispos, los sacerdotes y los seglares, animados de celo por Dios y por las almas.
Durante un período de la historia, los monjes tenían su escritorio o salas para los amanuenses y los copistas, lo que permitió que nos llegara la Biblia y muchos preciosos escritos, tanto religiosos como profanos.
Con el invento de los caracteres móviles, la prensa experimentó un enorme progreso, gracias también al avance de los medios técnicos. Estos medios, sin embargo, no fueron siempre usados para la verdad y para el bien; muchas veces se aprovecharon para el error y el vicio. Así nació la necesidad de oponer prensa buena a prensa mala y, posteriormente, cine bueno a cine malo, y lo mismo cabe decir de la radio, la televisión, el disco, la imagen, etc.
Nuestra Congregación nació para la divulgación de la verdad y de todo lo que es útil para la elevación de la vida y especialmente para la salvación eterna.
La Oficina de Ediciones estudia las necesidades que tiene actualmente la Iglesia y la sociedad, escribe y promueve escritores competentes, dirige y orienta su obra hacia un buen resultado según el espíritu y la letra de las Constituciones.
Esta oficina puede instituirse en la Casa general, en una casa provincial o en alguna otra casa, siempre en dependencia razonable del
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Superior general y según el espíritu de las Constituciones.
Añadamos lo que dijo el papa Pío XI en una reunión de escritores: «La prensa constituye ya por sí misma una omnipotencia en las naciones libres, pero ni siquiera basta esta frase para expresar la realidad... ¿Qué decir, pues, de la palabra impresa, ya omnipotente por sí misma, cuando dispone de grandes organismos de producción y difusión?... Que la omnipotencia en ese caso se multiplica por encima de toda medida».

Requisitos del discípulo

El cometido del hermano discípulo, por tanto, es doble: técnica y propaganda. Estas dos partes requieren más personal que la redacción, y de ahí la necesidad de disponer en el total de los religiosos por lo menos de dos tercios de discípulos. Conforme a esta línea, las bendiciones del Señor serán abundantes para la santificación, el gozo de la caridad, la amplitud y el resultado del apostolado.
Para que el discípulo pueda realizar santa y eficazmente sus cometidos, se necesita una fiel observancia religiosa, que es el primer elemento, sustancial y necesario. Además:
a) Que comprenda su peculiar apostolado en la Iglesia y en la Congregación.
b) Que conozca y, en la medida de lo posible, disponga de una especialización técnica y propagandista. Propaganda no sólo capilar, sino colectiva y racional.
c) Que ame profundamente su trabajo, que sea emprendedor y dócil con quien guía el Instituto.
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d) Que sepa, por lo menos en general, el contenido de lo que redacta el sacerdote, para poder así colaborar con él para un mejor resultado.

Requisitos del sacerdote

El sacerdote redactor necesita un buen director de taller, un técnico, un artista; además, una hábil organización de la difusión que cuide la tempestividad y una sabia administración.
El discípulo, al igual que el sacerdote, tenga en cuenta los intereses de Dios y de las almas; que poco a poco, según sus capacidades, se convierta en un maestro de la técnica y de la propaganda.
La propaganda, tan amplia como sea posible, es el secreto del resultado y del fruto espiritual.
Autores capaces y con buena producción, pero sin el acompañamiento del técnico y del propagandista, ¿para qué servirían? En tal caso, trabajo baldío.

Unidad y pastoralidad

El Instituto es persona moral. En el Instituto, especialmente en la parte apostólica, es preciso sentir el cuerpo social, la unidad.
El Instituto puede asemejarse a una gran parroquia, donde el Superior es cabeza espiritual. Ese Instituto debe conocer las condiciones morales y espirituales de todas las almas: fieles, infieles, cristianos fervorosos, cristianos indiferentes, herejes, honestos, deshonestos, paganos, adversarios,
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almas elegidas, almas obstinadas; niños, jóvenes, adultos, ancianos; profesionales, artistas, campesinos, obreros, etc. A todos y a cada uno debe ofrecer el pan del espíritu, repartirlo ampliamente y adaptarlo a las necesidades de cada uno.
Conclusión: sacerdotes y discípulos, unos y otros, harán su examen de conciencia, su propósito, su oración.
Actuarán unidos, con caridad, para gloria de Dios y paz de los hombres, y unidos recibirán el premio eterno y gozarán de él.
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1 «Les dio mandamientos con relación al prójimo» (cf. Sir 17,14).

2 «Sacerdocio real» (1Pe 2,9).