Beato Santiago Alberione

Opera Omnia

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INSTRUCCIÓN VIII
EL ESPÍRITU DEL DISCÍPULO DEL DIVINO MAESTRO

Un solo Maestro y una sola Maestra

¡Debemos ser verdaderos religiosos y religiosas a ejemplo y con la gracia de la «primera religiosa, María»! Quien se refugia en una forma diletante de religioso -según ideas a veces confesadas-: una pobreza a la baja, una castidad acompañada de ciertas comodidades y libertades, una obediencia tan personal que sólo le queda el nombre... ¿puede considerarse religioso ante Dios y ante los hombres? Hay que encauzar las ideas desviadas. Son también incontables los religiosos que tienen a un único Maestro, Jesucristo, y a una única Maestra, María. Ejemplos perfectos.
Desgraciadamente, se encuentran personas consagradas que viven una pequeña vida burguesa (así se la define) y arrastran a otros hacia ella. Aunque han renunciado solemnemente a los bienes de la tierra, a las satisfacciones de la familia, a disponer libremente de su voluntad y actividad, no consiguen los infinitos bienes de la vida elegida y no aspiran a una vida fervorosa y de constante progreso. ¡Infeliz condición la suya! Los hijos de la luz, incluidos los que deberían ser más sabios, a veces son menos avisados y prudentes que los hijos de las tinieblas.
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Por consiguiente, es necesario que los religiosos y las religiosas den un sentido, una finalidad a su vida, para ser felices aquí y allá. Santidad y apostolado. Iluminados así, comprenderán la sabiduría y el auxilio que les viene de las diversas prescripciones y prohibiciones contenidas en las Constituciones y en el Código de derecho canónico.
[Recordemos] el cántico de los ángeles, que declara la misión de la vida de Jesús, nacido en Belén: «Gloria a Dios, paz a los hombres».
Esto es vivir en Cristo: «Procurad tener los mismos sentimientos que tuvo Cristo Jesús» (san Pablo [Flp 2,5]). El religioso que vive así en Jesucristo tiene una oración omnipotente. Es Jesucristo quien ora en él. Y el religioso pide en nombre de Jesús: «Cualquier cosa que pidáis al Padre en mi nombre, os la concederá» [Jn 11,22].

* * *

Art. 246. Para que el apostolado de la prensa consiga adquirir solidez, se ha de conceder gran importancia a la publicidad.
Art. 247. Para que la palabra de Dios pueda llegar a las almas con la conveniente abundancia y continuidad, las publicaciones pueden divulgarse en varias formas, por ejemplo: con anuncios en los periódicos y con catálogos de libros; por medio de un centro de difusión o editorial; con la propaganda hecha desde casa; montando exposiciones y sirviéndose, si conviene, de la ayuda de los cooperadores.
Art. 248. En la obra de la divulgación, distíngase con todo cuidado los ministerios propios de la religión
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de aquellos que más bien deben realizar los seglares, para poder establecer normas seguras de acción, según las circunstancias.

El espíritu del discípulo de Jesús Maestro

Es más honorífico, piadoso y conveniente (bajo todos los aspectos) el nombre de discípulo que el de hermano. Hay que elegir siempre lo mejor.
Aquí hablamos especialmente del «discípulo de Jesús Divino Maestro».
Antes aún que las «Pías Discípulas de Jesús Divino Maestro», nació el «discípulo de Jesús Divino Maestro».
El espíritu del discípulo tiene en el fondo religioso-paulino:
a) una preponderancia de vida de piedad reparadora;
b)
recogimiento habitual y religiosidad;
c) docilidad serena en la participación en el apostolado por medio de la técnica y la propaganda;
d) tensión constante hacia la perfección paulina.
Este espíritu es el resultado
1. de la elección de su protector san José;
2. del mismo título honorífico de «discípulo del Jesús Divino Maestro»;
3. de las Constituciones;
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4. de las circulares, del San Paolo, de las instrucciones;
5. de la formación dada desde los primeros tiempos.

San José, un modelo

Elegir un nombre o un determinado protector significa tener un ejemplo que imitar, un espíritu que tratar de vivir, un santo para las gracias especiales y necesarias en la vida.
San José tiene características especiales:
Es el primer santo después de la santísima Virgen María, su esposa, a pesar de que él no sea el verdadero padre de Jesús, ni un apóstol, ni un sacerdote.
Es el primer colaborador de la redención después de María, por el cumplimiento de las profecías, por proteger ante el mundo la virginidad de María, por salvar al Niño Jesús, por traerlo de Egipto y vivir con él en Nazaret, por acompañarlo al templo de Jerusalén cuando Jesús tuvo doce años, por cumplir su cometido de padre adoptivo, por guiar a la Sagrada Familia y ser su proveedor, etc.
Fue el santo del silencio, del trabajo y de la docilidad.
Fue siempre virgen, siempre pobre y siempre obediente.
No se dejaba ver, pero su misión fue preparar al mundo al Sacerdote, al Maestro, a la Hostia de reparación. En suma, la gran obra.
El camino seguido por san José dice y expresa mejor que los razonamientos qué espíritu tiene el discípulo.
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«Discípulo de Jesús Divino Maestro»

Discípulo, según la palabra latina discere, indica que se está aprendiendo, y en nuestro caso «aprendiendo de Alguien que es la sabiduría, la verdad y el camino, Jesucristo». Los maestros habituales pueden enseñar alguna ciencia o precepto, pueden dar consejos, etc. En cambio, Jesús es el Maestro de la ciencia más necesaria, es el guía seguro para la vida eterna y tiene todo lo absolutamente necesario para la vida espiritual, la gracia.
En esto está la misión entera de Jesús, y aprenderla, seguirla y vivirla significa ser discípulos suyos.
Dice san Juan (Jn 8,31): «Si vos manseritis in sermone meo, veri discipuli mei eritis, et cognoscetis veritatem...».1
Jesús Maestro es el reparador; esa es su misión esencial. Redimió al hombre del error, del vicio, del pecado, de la muerte. Cargó con las deudas de toda la humanidad pecadora, las llevó al Calvario y pagó por ellas con su sangre.
Vino a devolver la gloria que el hombre había negado al Padre celestial. Vino como sacerdote y víctima a unir al hombre con Dios y a Dios con el hombre. Y es que el hombre no podía recuperar de nuevo su amistad con Dios. Jesucristo, como mediador entre el Padre ofendido y el hombre ofensor, restableció la paz pagando personalmente.
Quien acepta su redención: «Per ipsum et cum Ipso et in Ipso»,2 vivirá como hijo de Dios y heredero con Cristo en el cielo.
Pues bien, el discípulo se inserta por su misión reparadora en la misma misión de Cristo reparador y
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redentor. San Pablo escribe (Heb 9,22): «Sine sanguinis effusione non fit remissio».3 Así fue también como la sangre de los mártires se unió a la sangre de Jesucristo y así la fe ha vencido al mundo.
Todo pecado es contra Cristo en cuanto camino, verdad y vida.
El discípulo repara de tres maneras: con su vida, con su piedad y con su apostolado.
De este modo, la vida del discípulo se inserta en el gran río de la reparación cuya fuente es Jesucristo, de quien dice san Pablo: «Factus est pro nobis sapientia a Deo, justitia, santificatio et redemptio»4 (1Cor 1,30). «Sicut Filius hominis non venit ministrari, sed ministrare, et dare animam suam redemptionem pro multis»5 (Mt 20,28). «In quo (Jesu) habemus redemptionem in sanguine»6 (Ef 1,7).
El discípulo está concebido como san José; es decir, junto al sacerdote: en la formación, en la cooperación y en el apostolado. La cooperación con el sacerdote mediante la oración es la más importante, pues vale para su santificación, de la que todo ministro de Dios tiene una gran necesidad.
Debe haber algo más, y es que ha de prevalecer entre ellos mutuo y santo respeto, estima, humildad, gratitud afable y honor.
Nunca ha faltado lo que estoy escribiendo, aunque ha habido alguna oscilación y se ha producido alguna sombra. Hagamos que brille de nuevo.
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La vida del discípulo

a) Vivir con delicadeza y santamente, evitando todo pecado deliberado: «ab omni peccato, libera nos, Domine».7
b) Edificar a todos con un buen ejemplo en la observancia religiosa y conviviendo en espíritu con la Familia de Nazaret: «Christi bonus odor sumus Deo in iis, qui salvi fiunt...: Porque somos el perfume que Cristo ofrece a Dios, tanto por los que se salvan...» [2Cor 2,15]. «Ambulate in dilectione, sicut Christus dilexit nos, et tradidit semetipsum pro nobis oblationem et hostiam Deo in odorem suavitatis: Vivid en el amor, siguiendo el ejemplo de Cristo, que nos amó y se entregó por nosotros a Dios como ofrenda y sacrificio de olor agradable» (Ef 5,2).
c) El recogimiento habitual, gracias al cual se siente la vida gozosa de intimidad con Jesucristo, haciéndonos constantemente esta pregunta: «¿Dónde está mi corazón?».
d) El espíritu del mundo y las raíces del pecado son tres: «Omne quod est in mundo, concupiscentia carnis est, et concupiscentia oculorum, et superbia vitae», como escribe san Juan en su primera carta (2,16), que expresa las tres series de pecados que pueden dominar al hombre: lujuria, avaricia y soberbia.
El discípulo del divino Maestro repara todos los pecados viviendo sus votos y con su propia vida.
- Con la castidad repara los pecados que proceden de la lujuria;
- con la pobreza repara los pecados que proceden de la avaricia;
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- con la obediencia repara los pecados que proceden de la soberbia.
Y se trata de una reparación profunda, vital y universal. Hablando de su vida, acompañada siempre de sacrificios y penas, san Pablo escribe a los Colosenses (1,24): «Ahora me alegro de sufrir por vosotros, y por mi parte completo en mi carne lo que falta a las tribulaciones de Cristo por su cuerpo, que es la Iglesia».
Una explicación más extensa es ésta: Los pecados capitales son siete y el discípulo repara la soberbia con la humildad, la avaricia con la pobreza, la ira con la mansedumbre, la envidia con la bondad, la gula con la abstinencia, la lujuria con el amor a Jesús y la pereza con un trabajo asiduo.

La piedad del discípulo

a) La reparación común entre los buenos cristianos, que es en primer lugar la comunión reparadora el primer viernes de mes.
b) Horas privadas y públicas de adoración al santísimo Sacramento.
c) Celebración, con retiro mensual, del primer domingo de cada mes en honor del divino Maestro.
d) Lectura cotidiana de un texto del Evangelio.
e) Recitación del «Bendito sea Dios» bajo el título «en reparación de la prensa impía».
f) El vía crucis todos los viernes como parte de la hora de visita.
g) La oración reparadora que comienza de este modo: «Señor,
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os ofrezco, en unión de todos los sacerdotes que hoy celebran la santa misa, a Jesús hostia y a mí mismo, pequeña víctima, en reparación de las innumerables blasfemias, errores e impiedades que las ediciones de radio y televisión cine y prensa, difunden en el mundo entero».
h) Con pequeños sacrificios voluntarios y mortificaciones cotidianas, con las penas íntimas y físicas, las luchas interiores, el dominio de los sentidos internos y externos, la práctica diligente de la vida común, el uso santo de las facultades y tendencias del corazón centradas en Jesucristo: vivo ego, iam non ego.8
i) A conservar este espíritu de reparación, propio del discípulo, se dedicó la primera capilla de la iglesia de San Pablo en la Casa Madre (se encuentra a la derecha de la entrada) a los dolores de Jesús y María. La imagen representa a María que recibe entre sus brazos el cuerpo de su Hijo bajado de la cruz con una actitud que refleja el «attendite et videte, si est dolor sicut dolor meus».9 Se lee en la vida del hermano Borello que todos los días se retiraba después de las comidas a esta capilla un poco apartada, como tratando de no dejarse ver, y se entretenía en compañía de la Virgen Dolorosa manifestando libremente sus sentimientos de devoción y reparación hacia ella y hacia su Hijo crucificado. Alguna vez se le buscaba seguros de encontrarle allí.

Las horas de pasión

En las primeras horas del día es cuando más se difunde la mala prensa (periódicos y revistas). El discípulo va a la
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iglesia -misa, meditación y comunión- para reparar, orar y santificar el día. Ofrece así un consuelo al divino Maestro.
Por la tarde se ponen en marcha las transmisiones, proyecciones, redacciones y técnicas de los periódicos. El discípulo cierra con recogimiento el día con su oración, santidad y mortificación. Descansa sobre el pecho del Maestro, consuela su corazón e invoca el arrepentimiento de muchos escritores y técnicos.
El día llega para dedicarlo al apostolado técnico y a la propaganda, que supone multiplicar en numerosos ejemplares la palabra de la verdad y difundirla ampliamente con espíritu de fe y de amor al Maestro, a las almas y a la Iglesia.
Se trata de la reparación por el pecado horrible de quien, habiéndose dedicado a la técnica y la propaganda después de traicionar su vocación, las usa para combatir al divino Maestro cooperando en la producción y difusión del error y del mal para escándalo y ruina de las almas.
El discípulo siente gran pena, repara y ora para que se oponga prensa buena a prensa mala, y lo mismo película a película, radio a radio, televisión a televisión, disco a disco, etc.

El apostolado como reparación

Cuando los medios técnicos de la prensa, el cine, la radio, la televisión, los discos, etc., se ponen al servicio del mal, causan un auténtico estrago en las almas. Este espectáculo enciende una llama de celo intenso en el corazón del apóstol.
Se trata de una gravísima ofensa contra el Padre celestial,
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que envió a su Hijo a iluminar el mundo; contra el Hijo, que dio testimonio de la verdad; contra el Espíritu Santo, que es luz interior de cada alma y de la Iglesia.
Estos pecados son de una malicia gravísima por ser premeditados, por producir un escándalo muy amplio, por multiplicarse con facilidad y por envenenar toda la actividad humana.
Son premeditados, es decir, no fruto del ímpetu pasional, sino de una preparación hecha con calma.
Entre los escándalos más frecuentes, la teología moral enumera [los de] quienes escriben, imprimen y difunden libros y periódicos. Mayor aún es el mal del cine, de la radio, de la televisión y de los discos. No se trata de alguna persona ni de un número limitado de oyentes, sino de cantidades enormes de ejemplares de periódicos, de espectadores, de lectores, etc.
Se trata de un ejército de escritores, directores de cine, tipógrafos, asociaciones o empresas periodísticas, sociedades bíblicas protestantes, financieros del cine, de la televisión, etc., generalmente movidos por un deseo de lucro o por la ambición, por el odio o por una diabólica tendencia «a delinquir».
La Iglesia ha castigado con sus penas a los culpables, incluso con la excomunión en los casos más graves.

Reparación negativa y positiva

El discípulo de Jesús Maestro realiza una reparación por una parte negativa y por otra positiva.
a) Sucede así cuando él mismo se abstiene de cualquier libertad y curiosidad peligrosa en las lecturas, el cine, la radio o la televisión.
b) Ejerce una acción de convicción en los escritores, en los editores y en los propagandistas para disuadirles y encauzar
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su actividad hacia ediciones sanas, útiles, científicas o por lo menos innocuas.
c) Realiza un trabajo de persuasión sobre los lectores, los espectadores en general y especialmente sobre los jóvenes, para que se abstengan de todo lo que puede dañar a sus almas.
d) La parte positiva consiste en el ejercicio directo del apostolado de las ediciones, es decir, oponer prensa a prensa, película a película, radio a radio, televisión a televisión. Y esto quiere decir oponer la verdad al error, el bien al mal, Jesucristo a Satanás.
Todo esto está contenido en el segundo artículo de las Constituciones: «El fin especial de la Pía Sociedad de San Pablo Apóstol consiste en que los miembros cooperen, a la gloria de Dios y salvación de las almas, en la divulgación de la doctrina católica por medio del Apostolado de las Ediciones, esto es, de la prensa, cine y radio, televisión y otros medios más fecundos y rápidos o inventos de cada época, que el progreso humano proporciona y las condiciones y necesidades de los tiempos exijan. Procuren, pues, los Superiores que cuanto por concesión de Dios viniere a descubrir el progreso en el campo de las ciencias humanas y de la técnica industrial, no se abandone para ruina de los hombres, sino que se use y efectivamente sirva para gloria de Dios y salvación de las almas, o lo que es lo mismo, para la propagación de la doctrina católica».

Originalidad del discípulo del divino Maestro

Los religiosos laicos fueron numerosísimos (san Benito, san Francisco de Asís, Siervos de María, basilios, agustinos,
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etc.). Se dedicaban a la oración y a diversos trabajos. Hoy son frecuentemente sacristanes, porteros, celadores, limosneros o hacen diversos trabajos manuales. Los trapenses tienen como norma sustentarse del trabajo de la tierra, por lo que cultivan campos, viñas, ganaderías; otros preparan medicinas, licores, chocolate, etc.
En su vida retirada de silencio, piedad, mortificación y trabajos comunes, a) se santifican en las observancias, b) reparan los pecados de la humanidad, c) oran por la Iglesia, d) cantan las alabanzas de Dios.
Nuestros discípulos están llamados a este conjunto de bienes, pero añaden a esos trabajos el apostolado, o los sustituyen con él, reparando especialmente los daños de quienes usan los dones de Dios, según el progreso humano, contra Dios mismo, contra las almas, contra la Iglesia y Jesucristo divino Maestro. Se trata de la gran batalla del cielo entre Lucifer y san Miguel traída a la tierra, tras haber llegado a ella el mensaje «gloria a Dios y paz a los hombres».
Si esta vida del discípulo se presenta bien a almas inocentes, a personas rectas, a adultos que conocen ya la vanidad del mundo o que acaban de sentirse desilusionados tras las primeras pruebas,
- si se la presenta en sus formas de actividad moderna,
- si se la considera en su primera espiritualidad evangélica,
- si se la ve en su apostolado, realizado con recogimiento y semiclausura, pero abierto a centenares de miles y hasta a millones de almas,
- atraerá un gran número de aspirantes
- que, bien formados, elegirán un camino ascendente según dos preceptos: «Amarás al Señor con toda la
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mente, con todo el corazón, con todas las fuerzas, con toda el alma. Amarás a tu prójimo como a ti mismo» [Dt 6,5; Mt 22,37].
Por este camino de contemplación y acción, con la doble vocación religiosa y apostólica, se tendrán menos tentaciones, la utilización de todas las facultades espirituales y físicas, la conciencia de un apostolado vasto y profundo, más méritos, serenidad religiosa, muerte serena, santidad y una superior felicidad eterna. Será un inmenso privilegio haber seguido a Jesús Maestro, haber cooperado con Jesucristo en su mensaje de luz, de gracia y salvación.

Advertencias vocacionales y formativas

Los vocacionistas deben presentar la vida del discípulo de Jesús Maestro como es realmente, especialmente cuando se trata de vocaciones adultas.
Cuando se les forma, se requiere una dirección espiritual y una comprensión más delicada y paterna que en el caso del aspirante al sacerdocio.
Deben realizarse estudios según programas bien preparados, pero la formación espiritual debe darse con color y espíritu propios.
Necesitan celebraciones comunes y otras propias.
Conviene cierta separación de los aspirantes al sacerdocio y de los sacerdotes, aunque tengan que compartir la misma vida de apostolado.
María es el camino más fácil y seguro para entrar en el espíritu religioso y establecer la vida de Jesucristo en nosotros.
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El hábito no hace al religioso ni forma a un religioso perfecto. Sólo se consigue un religioso completo, feliz, de verdadera espiritualidad paulina, cuando llega al «vivit in me Christus».10 Y Jesús provoca los pensamientos, la fe, el amor a Dios y a las almas e inspira las palabras y las actividades apostólicas, una serenidad rebosante de esperanza: «exspectantes beatam spem».11 Así es el discípulo paulino.
Necesitamos a Jesús y María nos lo da. No se lo dio sólo a la humanidad en general, sino que lo da a cada uno en particular, a cada alma que le desea, que le acoge amorosamente para quedarse siempre con él.
Devoción a María; es decir, conocerla, amarla, suplicarla y darla a conocer.

Nota. - Todo esto es conforme con lo propuesto en el Capítulo general, como se desprende de las actas, y con lo decidido en una carta dirigida por la santa Sede al Superior general en 1960 (Documentos del Archivo del Instituto).
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1 «Si os mantenéis firmes en mi doctrina, sois de veras discípulos míos, conoceréis la verdad...»

2 «Por él (Cristo), con él y en él».

3 «No hay perdón sin derramamiento de sangre».

4 «De parte de Dios se ha hecho para nosotros sabiduría, justicia, santificación y redención».

5 «De la misma manera que el hijo del hombre no ha venido a ser servido, sino a servir y dar su vida por la redención de muchos».

6 «Él nos ha obtenido con su sangre la redención».

7 «De todo pecado, líbranos, Señor».

8 «Ya no soy yo quien vive...» (Gál 2,20).

9 «Mirad y ved si hay dolor como mi dolor» (Lam 1,12).

10 «Es Cristo quien vive en mí» (Gál 2,20).

11 «A la espera del feliz cumplimiento» (Tit 2,13).