Beato Santiago Alberione

Opera Omnia

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INSTRUCCIÓN III
LA MEDITACIÓN

Ascética, mística y progreso espiritual

La ascética y la mística son las dos partes de la teología que más por encima de las demás y por todos deben conocerse y profundizarse para tratar de vivirlas.
La ascética es la parte de la ciencia espiritual práctica que guía el alma hacia la perfección, desde los principios más elementales hasta la contemplación infusa. La mística, a su vez, es la ciencia espiritual práctica que, partiendo de la contemplación infusa, guía al alma hasta el matrimonio espiritual. No se incluyen en ella fenómenos extraordinarios como visiones, éxtasis, revelaciones, etc., gracias «gratis datae».1
Todos los religiosos están llamados al matrimonio espiritual y tienen las gracias para llegar a él, que es el verdadero «vivit in me Christus».2
En tiempo de formación, cada año se debe progresar en el conocimiento y la vida de estas dos partes de la perfección. Y así se proseguirá a lo largo de toda la vida, hasta llegar a un estado de perfección y santificación tales que nos tengan preparados para la entrada en el cielo.
Dos normas para este deber sustancial, primero y principal: 1) Seguir a Jesús Maestro, camino, verdad y vida.
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2) Dar cada año un paso más, del mismo modo que se dispone en un buen programa de estudios, en el que deben comprometerse los maestros y los alumnos.
Con ese fin se señala un orden progresivo de meditaciones y lecturas espirituales que deben seguirse, incluso teniendo en cuenta las necesidades particulares, como cuando en alguna ocasión alguien necesita clases particulares.
Necesitamos asimismo para el año de espiritualidad (de un curso de Ejercicios espirituales al siguiente curso) una orientación para la vida y el trabajo espiritual: lecturas y meditaciones sobre los novísimos presentados de forma cíclica.
Que todos tengan textos de lectura espiritual y meditaciones repartidos al principio del año, como los textos de clase.

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Art. 109. Los individuos conviene estén siempre preparados a recibir cualquier oficio en la Sociedad o en la comunidad y a cumplirle con exactitud, según las disposiciones de los Superiores. No obstante, les es lícito exponer las razones que tienen para rehusar los cargos o cargas que les son ofrecidos o indicados, mas siempre con humildad, modestia y perfecta disposición de ánimo para conformarse con la voluntad de los Superiores.
Art. 110. La obediencia religiosa ha de ser no sólo efectiva, sino también afectiva, que se extienda a todos los preceptos legítimos, sin tener en cuenta el propio juicio o la persona que manda, sino mirando a Dios solo a quien se obedece únicamente en la persona del que manda.
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Art. 111. Y por lo mismo, acordándose del precepto evangélico: No juzguéis para no ser juzgados, los miembros se abstengan con diligencia de juzgar y mucho más de vituperar los actos de los Superiores, antes al contrario, ayúdenles con filial sumisión y continua oración, para que gobiernen santa y ordenadamente la familia que les ha sido confiada.
Art. 112. Piensen siempre que la obediencia es el camino más seguro y breve para alcanzar el amor de Dios y la perfección del alma. El obediente siempre se somete a la voluntad de Dios y de este modo puede llegar más segura y prontamente a aquella forma y grado de santidad a que ha sido llamado por Dios; además, con la obediencia se confirma el lazo de unión de los miembros en que debe afianzarse la Sociedad para poder incrementar más eficazmente las obras de apostolado.

Qué es la meditación

La meditación es oración mental. Se la define como «aplicación de nuestras potencias interiores -mente, corazón y voluntad- a una verdad, a un hecho o a una oración para convencernos más de ella y hacer propósitos para el progreso espiritual».
El fin principal de la meditación consiste en fortalecer la voluntad.
La perfección consiste en vivir intensamente, en la medida que nos es posible, del Maestro divino, camino, verdad
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y vida: «Vivo ego iam non ego, vivit vero in me Christus».3
Esto se realiza dando pasos constantemente, aunque sean pequeños: «progresar un poquito cada día».
A esto se ordena el ejercicio espiritual de la mañana: misa, comunión y meditación, con las oraciones que las acompañan. Todo ello nos fundamenta en Cristo. Comenzando de este modo y vigilando, el día transcurrirá con esas disposiciones.
Las demás prácticas de piedad alimentarán esta vida en Cristo.
Hay dos medios para perfeccionarla: purificarnos de todo mal y ejercitarnos al amor confiando en el Señor.
Si únicamente trabaja una potencia interior -bien sea la mente, el corazón o la voluntad- el alma se paralizará, se cansará de la meditación y no percibirá a lo largo del día ningún fruto de ella.

Necesidad de la meditación

La meditación es de suma utilidad para salvarse:
- es necesaria para santificarse;
- requerida por las normas de la Iglesia y por las Constituciones;
- indispensable para la vida contemplativa y activa simultáneamente.
San Alfonso de Ligorio afirma que la oración mental es incompatible con el pecado. Con los demás ejercicios de piedad el alma puede seguir viviendo en pecado; con la oración mental bien hecha no se podrá permanecer en él mucho tiempo, pues se dejará la oración o se abandonará el pecado.
El P. Royo escribe en su Teología de la perfección:4 «El conocimiento de sí mismo, la humildad profunda, el recogimiento y soledad, la mortificación de los
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sentidos y otras muchas cosas absolutamente necesarias para llegar a la perfección apenas se conciben ni son posibles moralmente sin una vida seria de meditación bien preparada y asimilada. El alma que aspira a santificarse entregándose de lleno a la vida apostólica con mengua y menoscabo de su vida de oración, ya puede despedirse de la santidad. La experiencia confirma con toda certeza y evidencia que nada absolutamente puede suplir a la vida de oración, ni siquiera la recepción diaria de los santos sacramentos. Son legión las almas que comulgan y los sacerdotes que celebran la santa misa diariamente y que llevan, sin embargo, una vida espiritual mediocre y enfermiza. La explicación no es otra que la falta de oración mental, ya sea porque la omiten totalmente o porque la hacen de manera tan imperfecta y rutinaria, que casi equivale a su omisión. El director espiritual debe insistir sin descanso en la necesidad de la oración. Lo primero que ha de hacer cuando un alma se confíe a su dirección es llevarla a la vida de oración. No ceda en este punto. Pídale cuenta de cómo le va, qué dificultades encuentra, indíquele los medios de superarla, las materias que ha de meditar con preferencia, etc. No logrará centrar un alma hasta que consiga que se entregue a la oración de una manera asidua y perseverante, con preferencia a todos los demás ejercicios de piedad».
Dom Chautard refiere estas palabras de un sacerdote: «En la dedicación a los demás encontré mi ruina. Mis disposiciones naturales hacían que me encontrara feliz dándome a ellos, contento al servirles. Gracias al éxito aparente de mis iniciativas, Satanás desplegó sus artes para engañarme a lo largo de los años, para excitar en mí el delirio de la acción, para hacerme odioso
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todo trabajo interior y arrastrarme finalmente hacia el precipicio». Todo lo que este magnífico autor dice de la necesidad de la vida interior, se puede aplicar perfectamente a la oración, que es uno de los medios más eficaces para cultivar esa vida.
«Si hago meditación -dice Dom Chautard- es como si estuviera pertrechado con una armadura de acero, invulnerable a los dardos del enemigo. Y sin ella me sorprenderán con toda seguridad... O meditación o grandísimo riesgo de condenación para el sacerdote que está a contacto con el mundo, declaraba sin asomo de duda el piadoso, docto y prudente P. Desurmont, uno de los más experimentados predicadores de Ejercicios espirituales a eclesiásticos».
Es preciso preguntarse: ¿Se consigue fruto, y qué clase de fruto, de la meditación? ¿Se la recuerda a lo largo del día?5

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Particularidades para la Familia Paulina

a) La meditación es la única práctica de piedad que debe hacerse comunitariamente, a no ser que se esté dispensados por causa grave. Mantiene unidos los espíritus, nutre a todos con un alimento cotidiano y conserva y fortalece el espíritu paulino.
b) En la Familia Paulina debe dirigir y dictar la meditación a todos el Superior de la casa, y a cada uno de los grupos el respectivo maestro.
Los preceptos, las disposiciones y las orientaciones generales se preparan con consideraciones sobrenaturales, con la oración y con exhortaciones a través de las meditaciones. Esto permite que su aceptación y observancia sean mucho más fáciles.
c) No obstante, es absolutamente necesario acostumbrar a reflexionar, a orar y a afianzarse en los ideales y propósitos buenos y personales. Por eso el Superior y el maestro de grupo deben enseñar a meditar bien. Expongan un método y guíenlo; dos o tres veces a la semana señalen el libro y el tema, acompañen y dejen que cada cual ejercite libremente las facultades interiores: mente, sentimiento y voluntad.
d) Es provechoso que algunas veces, a juicio del Superior, los clérigos y los discípulos temporales hagan juntamente con sacerdotes y discípulos perpetuos el retiro mensual y la meditación de la mañana.

Método: Al comienzo de la vida espiritual es casi indispensable atenerse a un método concreto y particularizado. El alma no sabe todavía caminar sola y necesita apoyarse, al igual que los niños. A medida que vaya creciendo sentirá menos necesidad de métodos rígidos y comenzará a actuar espontáneamente,
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conforme a su fervor y a la acción del Espíritu Santo.
Los métodos son muchos y todos ellos tendrán algo bueno si han sido capaces de superar la prueba del tiempo y de las almas que los usaron con provecho.
El método paulino servirá de guía.
Las meditaciones habituales no pueden ser simples pláticas pronunciadas por el sacerdote, terminadas las cuales cada uno va a desempeñar sus ocupaciones. Eso sería quizá, ¡no siempre!, una instrucción. En muchos casos, incluidos los Ejercicios espirituales, no se medita ni se llega a una verdadera reforma de los pensamientos, de los sentimientos y de la vida. Los Ejercicios espirituales se pueden hacer sin predicador y sin libro, pero nunca sin reflexión y sin oración.
La parte más importante de la meditación consiste en reflexionar, aplicarse, examinarse, proponer y orar.
El maestro que se dedica a la formación de los jóvenes limita las pláticas y se modera en los avisos e intenta formar verdaderas conciencias, conseguir convicciones profundas, hábitos para pensar y conduce a vivir la fe, la esperanza y la caridad.
Elegido un texto adecuado, lee o, mejor, hace leer, algún trozo. Luego lo repite y se detiene en el punto principal; explica, aplica, etc. Seguidamente pasa a otro punto y se hace lo mismo, y así una tercera vez. Guía las reflexiones, hace hincapié en alguna, tal vez pregunta, etc. Luego se hace un buen examen de conciencia y un propósito práctico (cada uno repetirá fácilmente el de los Ejercicios espirituales o del retiro mensual), y oración bien elegida y recitada lentamente.
Que el aspirante tome apuntes en una libreta y que despierte al máximo sus facultades. También cuando se enseña música,
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latín, aritmética, etc., se dan ejercicios, se corrigen las tareas, se ofrecen ejemplos, etc.
Hay que animar intensamente la cooperación activa del educando. ¡Se trata de formar a un hombre, a un cristiano, a un religioso, a un apóstol!
Si el sacerdote u otra persona guía la meditación, sígase dócilmente lo que se dice. Si la meditación se hace solos, que sea con un libro que se le da. Sobre todo, insístase a menudo en las verdades eternas y en la doctrina de Jesús Maestro, camino, verdad y vida tal como la exponen los Evangelios y comentarios autorizados.
Es importante evitar el peligro de reducir la meditación a una mera instrucción de la mente o a una lectura espiritual. La mayor parte del tiempo debe dedicarse al examen, al arrepentimiento, a los propósitos, a la oración. Así, si se dedica media hora a la meditación, un cuarto de hora aproximadamente se dedicará a estos actos.

Mente, voluntad y corazón

La meditación consta de tres partes, además de la oración preparatoria y la de acción de gracias.
La oración preparatoria consiste en ponerse en presencia de Dios y en pedir la luz del Señor y la gracia de hacer propósitos firmes y eficaces.
En la primera parte se lee el tema de la meditación de forma breve o se fija la atención en un hecho o un misterio que se quiere contemplar. En ella se ejercitará especialmente la mente. El Maestro divino os iluminará con sus verdades morales y prácticas. A menudo las almas
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contemplan con sencillez un misterio, un episodio de la vida o de la pasión de Jesucristo, una máxima práctica, una de las verdades eternas.
El alma se complace de la belleza, utilidad y necesidad de seguir lo que el divino Maestro le enseña, saborea la vida de unión con Dios y siente una especie de anticipo del premio prometido por el Señor a los siervos fieles, a las almas generosamente amantes.
En la segunda parte se excita especialmente la voluntad a desear intensamente la santidad de la vida y a seguir a Jesús que nos precede en el camino del cielo.
A continuación se despiertan actos de deseo, se hace examen de conciencia sobre el pasado, se excita el dolor de los pecados y se hacen propósitos.
En la tercera parte se debe orar para pedir la gracia de la perseverancia y para que lo que todavía no hemos practicado por debilidad, pueda ser posible, fácil y grato gracias a la abundancia de las ayudas divinas: «Señor, tú que conoces que no podemos confiar en ninguna de nuestras virtudes, concédenos misericordiosamente, por intercesión de san Pablo, doctor de las gentes, la fuerza que necesitamos contra todas las adversidades».
Aquí se pueden recitar diversas oraciones, como el Pater, el Ave, el Gloria; algún misterio del rosario, el Veni Creator Spiritus, el Anima Christi, el Miserere.
La oración final se compone de la acción de gracias por la asistencia divina, el ofrecimiento de los propósitos y alguna breve súplica para mantenerlos firmemente.
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1 Literalmente, «dadas gratuitamente». Aunque toda gracia es “gratuita” por definición, la escolástica atribuía la expresión «gratia gratis data» a la gracia de ministerio para la salvación de los demás, entendiendo de modo especial los carismas.

2 «Cristo vive en mí» (Gál 2,20).

3 «Y ya no vivo yo, pues es Cristo el que vive en mí» (Gál 2,20).

4 Cf. A. ROYO MARÍN, Teología de la perfección cristiana, Biblioteca de Autores Cristianos 1958. Este libro, juntamente con otro de Tanquerey, del que puede considerarse una actualización o un manual paralelo, tuvo una influencia indudable en el P. Alberione y en sus paulinos. El Primer Maestro conservaba en su estudio privado (y se refería a ellos con frecuencia) los libros de estos dos autores. Puede ser útil conocer la estructura de esta obra, que ha tenido muchas ediciones en varias lenguas y se ha ido actualizando: Introducción general (fuentes y método de la teología de la perfección cristiana): Primera parte: El fin. 1. El fin de la vida cristiana (gloria de Dios y santificación del alma); 2. La configuración con Jesucristo (camino, verdad y vida); 3. La Virgen María y nuestra santificación (la santa esclavitud mariana). Segunda parte: Principios fundamentales de la teología de la perfección. 1. Naturaleza y organismo de la vida sobrenatural (virtudes: infusas, teologales, morales y cardinales - los dones del Espíritu Santo - las gracias actuales - la inhabitación de la santísima Trinidad); 2. El desarrollo del organismo sobrenatural (sacramentos, mérito, oración); 3. La perfección cristiana (naturaleza y grados); 4. Naturaleza de la mística (método y autores: benedictinos, dominicos, carmelitas, jesuitas, autores independientes); 5. Relaciones entre la perfección y la mística. Tercera parte: El desarrollo normal de la vida cristiana. Libro I: Aspecto negativo de la vida cristiana. 1. La lucha contra el pecado (mortal; de ignorancia, fragilidad, indiferencia, obstinación y malicia; pecado venial; imperfecciones); 2. La lucha contra el mundo; 3. La lucha contra el demonio; 4. La lucha contra la propia carne; 5. La purificación activa de las potencias (de los sentidos, de las pasiones, del intelecto y de la voluntad); 6. Las purificaciones pasivas (noche del sentido y del espíritu). Libro II: Aspecto positivo de la vida cristiana: Medios principales de perfección. 1. Los sacramentos (penitencia, eucaristía, misa...); 2. Las virtudes infusas y los dones del Espíritu Santo (fe, esperanza y caridad - intelecto, ciencia, sabiduría, consejo, piedad, fortaleza, don de temor y virtudes de la templanza...); 3. La vida de oración (grados: vocal, meditación, oración afectiva, de sencillez, contemplativa de recogimiento infuso, de quietud, de unión, de unión estática o desposorio espiritual, de unión transformadora o matrimonio espiritual); 4. Medios secundarios internos (que afectan al entendimiento y a la voluntad); 5. Medios secundarios externos (lectura, amistades, dirección espiritual - discernimiento de espíritus). Cuarta parte: Los fenómenos místicos extraordinarios. 1. Las causas de los fenómenos extraordinarios (gracia, imaginación, enfermedad, lo diabólico); 2. Los fenómenos en particular (visiones, locuciones, revelaciones, discreción de espíritus, hierognosis, incendios de amor, estigmatización, lágrimas y sudor de sangre, renovación o cambio de corazones, inedia, vigilia, agilidad, bilocación, levitación, sutileza, luces o resplandores, perfume espiritual).

5 La reflexión o recogimiento habitual es un medio eficaz de perfección. Se trata de un orar continuo, según dice nuestro Señor: «Oportet semper orare et non deficere [Hay que orar siempre sin desfallecer jamás (Lc 18,1)]», lo que a su vez confirma san Pablo con el consejo y el ejemplo: «Sine intermissione orate... Memoriam vestri facientes in orationibus nostris sine intermissione [Orad sin cesar... Continuamente os recordamos en nuestras oraciones (1Tes 5,17; 1,2)]». Pero ¿cómo orar continuamente y atender al mismo tiempo a los deberes del propio estado? ¿No es imposible? No, no hay dificultad, y para conseguirlo es preciso: 1) practicar los ejercicios espirituales; 2) transformar en oración las acciones comunes. El recogimiento habitual prepara nuestra unión y nuestra transformación en Dios: una conversación con Dios cada día más íntima y afectuosa, que se prolongue a lo largo del día aun en medio de las ocupaciones. (Nota del Autor en el texto impreso).