Beato Santiago Alberione

Opera Omnia

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INSTRUCCIÓN IV
EL EXAMEN DE CONCIENCIA

Nota sobre las Pías Discípulas

Las Pías Discípulas del Divino Maestro son un don precioso de Dios en las casas de la Pía Sociedad de San Pablo.
Su aportación no consiste especialmente en la asistencia y el servicio doméstico, sino en la adoración por las vocaciones, por su formación, por el apostolado de la Pía Sociedad de San Pablo, por el ministerio sacerdotal, por la ayuda en caso de enfermedad y los sufragios después de la muerte.
Algunas reflexiones: En la construcción de las nuevas casas debe tenerse en cuenta que haya locales separados y una conveniente libertad de movimiento para el apostolado, la clausura, la salud y la observancia religiosa.
Cuenten con abundante servicio religioso y con tiempo suficiente para el descanso y la oración; se las respete.
El Superior y la Superiora, y no otros, acuerdan las cosas que deben tratarse conjuntamente (gastos, horarios, etc.)
Dependen de su Superiora en cuanto a la vida religiosa (gobierno y administración), y del Superior paulino en cuanto al servicio del apostolado. Debe haber una conveniente separación y un sabio entendimiento.
Favorézcanse sus vocaciones para que puedan crecer en personas y obras.
Son las mejores cooperadoras de la Pía Sociedad de San Pablo.
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Art. 113. Por el voto de castidad los individuos se obligan a guardar el celibato y además a abstenerse de cualquier acto interno o externo opuesto a la virtud de la castidad, y esto con un nuevo título, esto es, por virtud de religión.
Art. 114. Por la virtud de la castidad, a cuya tutela y perfección se ordena como medio el voto, el religioso se esfuerza para aficionarse no sólo al objeto de la castidad, sino también para evitar solícitamente cuanto pueda herir, aunque sólo sea levemente, la castidad; y poner todos los medios que pueden concurrir eficazmente a conservarla.
Art. 115. Por lo mismo, los hermanos en sus mutuas relaciones se refrenarán de toda excesiva familiaridad y de señales de amor meramente naturales; lo que a fortiori vale acerca de las relaciones con otras personas por razón del oficio, trabajo o sagrado ministerio.

Concienciación y objetivos

El examen de conciencia consiste en conocer nuestro estado espiritual o en inquirir sobre él. Se le define también como «una indagación en nuestra conciencia para verificar el bien y el mal que hay en nosotros o que nosotros hacemos, y sobre todo descubrir la disposición fundamental de nuestra alma ante Dios y respecto a nuestra santificación».
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«Quien no se conoce a sí mismo se encuentra en una situación de imposibilidad moral para santificarse. Sólo quien hace examen de conciencia se conoce a sí mismo».
Conocer el bien para decir: ¡Bendito sea Dios!, pues todo procede de Él. Conocer al mal para decir: quiero eliminarlo de mi corazón con la ayuda de la gracia divina. Conocer lo que queda por hacer para actuar y seguir adelante.
Cada cual tiene unos deberes que se derivan de la calidad y cantidad de sus talentos. Uno ha recibido cinco, otro dos, otro uno, de donde se deriva la obligación proporcional de administrarlos adecuadamente. Balance final: «Cui multum datum est multum quaeretur ab eo».1
Por consiguiente, dos cosas se necesitan para conseguir un conocimiento pleno de nosotros mismos:
a) Descubrir sinceramente, sin falsa humildad, todas las dotes que el Señor nos ha dado, evidentemente no para gloriarnos, sino para manifestar nuestro agradecimiento a su Autor y para cultivarlas diligentemente. Son talentos que Dios nos ha confiado y de los que nos pedirá cuentas. El terreno que hemos de cultivar es vastísimo, pues comprende los dones naturales y sobrenaturales, es decir, los que recibimos más directamente de Dios, los que recibimos de nuestros padres y de la educación y los que se deben a nuestros esfuerzos con la ayuda de la gracia.
b) Asimismo, debemos reconocer valientemente nuestras miserias y nuestros fallos. Creados de la nada, a la nada tendemos continuamente, y no subsistimos ni podemos hacer nada sin la ayuda incesante de Dios. Atraídos por el mal a causa de la triple concupiscencia, esta tendencia se acrecienta con los pecados
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actuales y los hábitos que crean. Hemos de reconocerlo humildemente y sin desánimo y despertar todas nuestras facultades con la gracia de Dios para curar las heridas, para practicar las virtudes y tender decididamente a la perfección del Padre celestial.
Tanto en relación con los dones naturales como con los sobrenaturales es preciso examinarse sobre:
a) las cualidades de la mente y el don de la fe;
b) las cualidades de sensibilidad y las gracias recibidas;
c) las cualidades de voluntad y de carácter y los dones especiales del Espíritu Santo;
d) las cualidades físicas y las deficiencias.

El examen general y el examen particular

Para conocer la correspondencia o la incorrespondencia a los bienes que el Señor nos ha dado, directa o indirectamente, hay que reflexionar en el examen general sobre los puntos siguientes:
a) si se ha santificado o no la mente;
b) si se ha santificado o no la sensibilidad y el corazón;
c) si se ha santificado la voluntad y de qué modo educarla a la fortaleza;
d) si se ha santificado el cuerpo y sus sentidos.
Entre las virtudes hay una que se desea más, como hay un defecto que predomina. Esa virtud o ese defecto serán el objeto del examen particular.
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El examen particular, a juicio de san Ignacio de Loyola, es más importante aún que el examen general, e incluso que la meditación, pues nos permite presentar batalla cuerpo a cuerpo a nuestros defectos, uno tras otro, para vencerlos más fácilmente. Por otra parte, al examinarnos a fondo sobre una virtud importante, no sólo adquirimos esa virtud, sino todas las demás que se relacionan con ella. Por ejemplo, quien progresa en la obediencia, hace simultáneamente actos de humildad, de mortificación y de espíritu de fe. Del mismo modo, al adquirir la humildad se perfeccionan simultáneamente la obediencia, el amor de Dios y la caridad, por ser la soberbia su obstáculo principal. Pero es preciso seguir ciertas reglas para la elección de la materia.
Es útil a veces, especialmente para los principiantes, hacer ese examen por escrito, a fin de fijar mejor la atención y poder confrontar los resultados de cada día y de cada semana. Pero lo normal es ir llegando con el tiempo a prescindir de esto y conseguir examinarse con toda sencillez.
El examen de conciencia se hace preventivamente:
- por la mañana para la jornada, previendo y disponiendo lo que nos espera en el día;
- el día de la confesión para la semana;
- durante el retiro mensual para el nuevo mes;
- a lo largo de los Ejercicios espirituales para el nuevo año de espiritualidad.
El examen recapitulador general del día se hace principalmente en la hora de adoración cotidiana. Luego, más
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brevemente, por la noche. En cambio, el examen recapitulador particular se hace generalmente a mediodía.
Se hacen ambos para la confesión semanal, al igual que para la confesión mensual y anual.

Sondear el fondo del corazón

Especialmente, y en todos los casos, hay que preguntarse: «¿Dónde está mi corazón?», o bien: «¿Qué busca mi corazón hoy y en la vida?». ¿Adónde se dirige la mente? ¿Es firme la voluntad?
La costumbre en los pensamientos, en los sentimientos, en las acciones buenas o malas, en las tendencias y las palabras, forman el fondo del espíritu, mientras que los actos son pasajeros y pueden ser casuales.
La pregunta lleva a dar una ojeada rápida, segura y sutil, por lo que [aparece] siempre la substancia del ser espiritual, la disposición habitual, el dispositivo que salta, a no ser que una circunstancia exterior o psicológica lo impida.
Descubrir ese fondo, ese estado, esa disposición dominante es aún más importante que contar las victorias y las derrotas.
Seguidamente se pasa a las disposiciones secundarias.
Un alma dominada por el pensamiento de mantener intacta la estola bautismal, un alma que siente el deber de reparar y llorar, un alma eucarística, mariana, paulina, sensible a las responsabilidades sacerdotales, llena de fe, encendida de amor a Dios...
Personas dominadas por el orgullo, por la envidia, por la avaricia, sensuales, iracundas, recelosas...
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Son almas, personas, cuyo fondo es claro, y con ese fondo pueden contar para bien o para temer cualquier ocasión. Quizá un día no tengan caídas o no hagan actos virtuosos, pero su corazón, su alma y su estado son un hábito.
Esta ojeada se puede repetir muchas veces a lo largo del día. Es siempre muy útil.
Pero no basta ella sola. Al conocimiento del fondo del espíritu o del corazón deben seguir otros tres actos, que pueden ser diferentes:
a) si el corazón está unido al Señor, se dan las gracias, se ratifica y con una breve invocación se aviva el fuego del amor de Dios;
b) en cambio, si el corazón no está unido al Señor, se hace un breve acto de contrición, el propósito y una breve invocación al Señor; el resultado será que se evitan muchos defectos y se vigoriza el espíritu en favor de un progreso continuo en la virtud;
c) la contrición corrige el mal y el propósito refuerza el bien; la contrición contempla el camino recorrido y el propósito el camino que hay que recorrer; la contrición debe conseguir inspirarse, como en motivo esencial, en el amor perfecto, en el amor de Dios por sí mismo y para gloria suya;
d) la resolución debe llevarnos asimismo a lo único esencial: al conocimiento de Dios, a someternos a su voluntad, a adecuarnos al movimiento de su gracia. Podemos y debemos particularizar esta resolución para hacerla llegar al punto más alto, que es el de enderezar la tendencia que más se ha desviado de Dios; o a consolidar la que más se le ha acercado, para poder así dirigir nuestro ser a la gloria de Dios, de acuerdo con su voluntad y gracia. Es preciso retornar siempre a este punto.
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Advertencias

1. El examen de conciencia se hace primeramente sobre los actos internos:
Sobre los pensamientos:
la virtud de la fe y el recogimiento interno; la acción de pensar sobrenaturalmente, el dominio sobre la fantasía, la memoria, la imaginación, la lucha contra los pensamientos contrarios a las virtudes.
Sobre los sentimientos: el amor de Dios, el amor al prójimo, el apego al honor, a las riquezas y a los placeres; los sentimientos de egoísmo o contrarios a la pureza, a la justicia y a las virtudes en general.
Sobre la voluntad: docilidad a la voluntad de Dios, prontitud a la obediencia, fidelidad a los deberes de estado, observancia de la justicia, las buenas o malas costumbres, las inclinaciones naturales.
Sobre el carácter: tiene una gran importancia el examen sobre el carácter en las relaciones con el prójimo, pues un buen carácter que sabe adaptarse al de los demás es una poderosa palanca para el apostolado, mientras que un mal carácter es uno de los mayores obstáculos para el bien. Hombre de carácter es el que, teniendo fuertes convicciones, se examina con seriedad y persevera en la conformación de su conducta. El buen carácter es esa mezcla de bondad y de firmeza, de dulzura y fuerza, de naturalidad y cortesía que despierta la estima y el afecto de aquellos con quienes se trata. En cambio, al mal carácter le falta naturalidad, bondad, delicadeza o firmeza, o se deja dominar por el egoísmo, es tosco en sus modales y se hace desagradable y hasta odioso al prójimo.
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De algunas almas hay que temer más los pecados de omisión que los de comisión. Talentos, tiempo, tareas, obras de celo, prácticas de piedad... omitidas; dones enterrados, virtudes descuidadas... almas abandonadas...
2. Buscar las causas del mal. Las faltas contra la caridad pueden derivarse del orgullo, del carácter, etc.; la caídas frecuentes, de la tibieza. En general, las ocasiones, la libertad de los sentidos, la pereza, etc.
Medios para el progreso: tener el mismo director espiritual, la mayor piedad posible, las meditaciones, etc.
3. Examinar el grado de voluntad y el espíritu de oración. Voluntad y gracia unidas aseguran un buen resultado al trabajo espiritual: si falta una de ellas, no habrá progreso: «Non ego autem sed gratia Dei mecum».2
4. Conviene hacer alguna vez una confesión espiritual, a imitación de la comunión espiritual. Más o menos con los mismos actos: oraciones para leer bien el libro de nuestra conciencia, que es de difícil lectura; búsqueda de las victorias y derrotas, con mirada a las disposiciones interiores; dolor por las faltas; acusación ante Jesús crucificado; escucha de sus inspiraciones y sentir que nos absuelve; imponernos hacer en seguida una breve penitencia.
5. Es muy útil presentar un balance al confesor o al director espiritual sobre el trabajo realizado, semanalmente o por lo menos mensualmente.
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6. Nosce teipsum,3 no la multitud de cosas que poco o nada pueden ayudar, si es que no dañan. ¡Cuántas noticias inútiles o interés por [cosas] que no nos corresponden, mientras que dejamos de conocernos a nosotros mismos y nos ocupamos aún menos de lo que constituye nuestro interés eterno, único asunto!
«Quien a sí mismo se juzga, no será juzgado» (cf. Lc 6,37), porque al juzgarse condena su mal y se le perdonará.
Attende tibi.4 ¿De qué sirve dar consejos, sentenciar sobre lo que otros hacen, satisfacer curiosidades inútiles... si no hacemos lo unicum necessarium?5
Leamos el libro de la nuestra conciencia quitando algo de tiempo a lecturas inútiles y a espectáculos o proyecciones no necesarios.

Conclusiones

El examen de conciencia se hará al principio en tiempos determinados. Luego se conseguirá hacerlo frecuentemente con la pregunta: «¿Hacia dónde está orientado mi corazón?». Finalmente, se convertirá en hábito insustituible, que da lugar a una reflexión continua sobre lo que se hace y el modo de hacerlo. Nos hacemos así más presentes a nosotros mismos mediante el domino sereno y continuo de nuestras facultades y actos internos y externos.
Los propósitos y el trabajo espiritual de corrección de los defectos y de conquista de las virtudes se realizarán mejor cada día.
Y esto significa vivir realmente la vida religiosa y de perfección.
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Un examen convertido en hábito abarca todo: piedad, estudio, apostolado, ministerio, relaciones sociales y recreo.
El último acto de virtud y de piedad que se haga (necesario también en los momentos extremos de la vida para controlar las disposiciones internas de confianza y amor) será el examen de conciencia.
Primeramente, quizá se descuide por frivolidad, luego se practicará más raramente y finalmente el alma se encontrará en un boscaje, en total desorden, sin orientaciones precisas, con todas sus consecuencias, pues el alma deja de interesarse de su camino.
«Señor, dame luz para que pueda conocerme como harás que me conozca en tu juicio. Quiero presentarme a ti ya juzgado y absuelto».
«Señor, que te conozca a ti y me conozca a mí. Que te conozca a ti para amarte y a mí para despreciarme».
El conocimiento de nosotros mismos unido al conocimiento de Dios significa vaciar un recipiente (que somos nosotros), que tiene posos aunque hemos recibido tanto don, para llenarlo de todo el bien que es Dios, realmente el sumo bien y la felicidad eterna. Así seremos colmados, con la plenitud de la que habla la Escritura: «de plenitudine ejus omnes nos accepimus».6 Y en la medida que vaciamos el mal del recipiente, en esa misma introducimos el Bien infinito, verdad, gracia, santidad y felicidad. Sedientos de felicidad, verdad y amor, todo lo encontramos en Él, fuente de agua viva que brota para la vida eterna.
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1 «A quien mucho se le dio, mucho se le pedirá» (Lc 12,48).

2 «Pero no yo, sino la gracia de Dios conmigo» (1Cor 15,10).

3 «Conócete a ti mismo».

4 «Cuida de ti mismo».

5 «Una sola cosa es necesaria» (Lc 10,42).

6 «De su plenitud, todos nosotros hemos recibido» (Jn 1,16).