Beato Santiago Alberione

Opera Omnia

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INSTRUCCIÓN II
LA CELEBRACIÓN EUCARÍSTICA

El sol de la piedad

La misa, sol de la piedad, reina de las devociones, fuente de agua viva y de las gracias que comunican los sacramentos.
La misa, el sufragio más eficaz para el purgatorio.
La misa, luz, sacrificio, injerto del preciado olivo en el acebuche que es el hombre pecador.
La misa, gloria del sacerdote, fortaleza de los mártires, alimento de las vírgenes, vigor oculto del apostolado,
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del escritor y del predicador, gozo del verdadero cristiano.
La misa eterna celebrada por el sumo Pontífice en el cielo glorifica a Dios y es júbilo de los bienaventurados.

* * *

Art. 104. Por el voto de obediencia el religioso se obliga a obedecer al precepto del legítimo Superior, en todas aquellas cosas que afectan directa o indirectamente a la vida de la Sociedad, esto es, a la observancia de los votos y de las presentes Constituciones.
Art. 105. El individuo viola el voto de obediencia sólo cuando no observa aquellas cosas que manda expresamente el legítimo Superior en virtud de santa obediencia.
Art. 106. Los Superiores manden rara vez, con cautela y prudencia, en virtud de santa obediencia y sólo por causa grave, es decir, cuando parece que lo exige un bien común o privado de gran importancia. Conviene además que el precepto se dé por escrito o al menos ante dos testigos. Los Superiores locales absténganse de imponer estos preceptos a no ser por causa gravísima e inminente, cerciorando de ello cuanto antes al Superior mayor.
Art. 107. Por la virtud de la obediencia el religioso no sólo se esfuerza por guardar fielmente y con toda perfección las Constituciones y disposiciones de los Superiores,
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sino también por someter con toda docilidad su juicio y voluntad.
Art. 108. Se debe obediencia no sólo a los Superiores, sino también a todos los hermanos que ocupan algún cargo en la comunidad o en la Sociedad, y por cierto a causa de la autoridad que les puede competer ya por parte de las Constituciones ya por legítimo mandato de los Superiores.

Valores de la misa

a) Latréutico: adoración de la suma majestad de Dios, principio y fin del mundo y de cada uno de nosotros.
b) Eucarístico: a la suma bondad de Dios, de quien provienen todos los bienes al mundo y a nosotros.
c) Propiciatorio: en satisfacción de los pecados del mundo y de todos aquellos por quien la misa se ofrece.
d) Impetratorio: por las gracias generales y particulares por las que se ora.

Los frutos de la misa

a) Generalísimo: por la gloria de Dios, en beneficio de la Iglesia triunfante, purgante y militante.
b) General: por todos los que ayudan en la misa: el que ha preparado al sacerdote, la iglesia, el vino y el agua; los monaguillos, los cantores, los asistentes, etc.
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c) Especial: por aquel a quien se aplica la misa, por caridad o justicia.
d) Especialísimo: por el sacerdote celebrante en cuanto realiza el rito sagrado.
El gran valor y los grandes frutos de la misa los explica el Concilio de Trento:
- Es la misma víctima, Jesucristo, el Cordero inmaculado, el Hijo de Dios encarnado, quien se ofrece en el altar como se ofreció en la cruz;
- es el mismo oferente principal, el sacerdote Jesucristo, mientras que quien celebra es el oferente secundario;
- son iguales el valor y el fruto considerados en sí mismos; la única diferencia está en el modo como se ofrece el sacrificio, es decir, el aspecto exterior, sin nuevo derramamiento de sangre, etc.
Cada pecado es una satisfacción del hombre, que únicamente se repara con una inmolación: el sacrificio de Jesús y nuestro sacrificio con Jesús.

Triple dimensión

La misa se divide en tres partes: instrucción, sacrificio y comunión.
La primera va del introito al credo incluido (cuando se recita). Tras la preparación a los pies del altar, se lee el introito, que es un resumen de la enseñanza que se da por medio de las partes siguientes (epístola, gradual, tracto, Evangelio); el oremus implora la gracia de acuerdo con la instrucción, y con el credo se hace el acto de fe en la doctrina presentada.
El sacrificio se prepara con el ofertorio, la secreta,
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el prefacio y la primera parte del canon, que nos pone en comunicación con los santos, a los cuales se invoca. La consagración hace presente el sacrificio de la Cruz. Es el gran momento: Jesús se ofrece como víctima y el sacerdote y los asistentes se ofrecen a Dios con Jesucristo. La elevación es para la adoración. Seguidamente, hasta el pater, se lleva a cabo la distribución de los frutos: al cielo, a las almas del purgatorio, a la Iglesia militante, con una conclusión muy piadosa: per ipsum... todo; gloria a la santísima Trinidad por Jesucristo.
La comunión (parte unitiva) tiene la preparación del pater noster hasta el Domine, non sum dignus. Sigue la comunión del sacerdote y la de los fieles.
A continuación la acción de gracias con la communio, la postcommunio, la bendición y el último Evangelio.
El ite missa est es el saludo al pueblo que ha participado en el sacrificio.

Misa como sacrificio

La misa como sacrificio de Jesucristo, que se ofrece nuevamente como Hombre-Dios en adoración, alabanza y acción de gracias, actos todos de «valor moral infinito». Dios recibe en equidad todo aquello a lo que tiene derecho; nada puede impedir estos efectos.
Además, Jesucristo satisface en la misa por los pecados e impetra gracias. Purifica y obtiene todo, pero todo se nos aplica a nosotros en la medida de nuestras disposiciones, arrepentimiento y confianza.
La misa, sacrificio de la humanidad. Se ofrece «pro nobis et totius mundi salute».1 La Cruz es el centro de la
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historia humana. La humanidad antigua podía salvarse esperando en la redención del Mesías que vendría; la humanidad, desde la Cruz hasta la consumación de los siglos, puede salvarse mirando a la Cruz que está en el centro. Del mismo modo que en el desierto los hebreos mordidos por las serpientes se curaban mirando a la serpiente de bronce levantada por Moisés. En el Calvario, María, por medio de su Hijo, aplastaba la cabeza de la serpiente: «ipsa conteret caput tuum».2
La misa, sacrificio de la comunidad y de nuestra Familia. Ésta tiene también pecados por los que satisfacer y gracias que impetrar. Tiene que dar asimismo gloria a Dios y llevar con el apostolado la paz a los hombres. El Superior general celebra una vez al mes por toda la Familia y sus miembros, el Provincial por la provincia, el Superior de una casa por su comunidad, el maestro por sus discípulos, el escritor por sus lectores, el director de «San Pablo Film» por sus espectadores.
La misa, sacrificio del religioso. Jesús «se humilló a sí mismo haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz. Por ello Dios le exaltó...». El religioso renueva el ofrecimiento de sí mismo presentando su voluntad uniformada al querer divino, y en Cristo será una hostia a la espera de la gloria, gloria de acuerdo con la muerte a sí mismo. ¡Qué exaltación en la resurrección final!
La misa, sacrificio del sacerdote. El centro del día es la consagración. Aprende hasta qué punto debe amar a las almas: «Yo me entregaré por vosotros», «Nadie ama más que quien da su vida por el amigo» Al ser «alter Christus», se ha impuesto una misión: dedicarse con
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todo lo que tiene a las almas: tiempo, salud, inteligencia, descanso, dinero, estima, comodidad, sentimiento... Es esclavo de las almas: «Sacerdos aliis».3 El pueblo es su dueño, por quien lo sacrificará todo: «para que donde esté Cristo llegue el sacerdote».
La misa, sacrificio del paraíso, del purgatorio y de la Iglesia. La misa alegra al cielo entero y obtiene la oraciones de los santos y de los ángeles.
La misa alivia, como sufragio principal, a las almas que sufren a la espera de una entrada en el cielo que se retrasa y nos asegura la amistad de ellas.
La misa es el gran poder y la gran seguridad de la Iglesia. Jesús está con ella, pero crucificado, cordero sacrificado y siempre vivo, que renueva en todo instante su pasión mediante la sucesión de misas en el mundo.

Oblación universal

La historia de los pueblos, las profecías, las figuras, los sacrificios con los que era figurada y preparada la inmolación del Cordero inmaculado: Abel, Abrahán, Melquisedec: «Ab ortu solis usque ad occasum offertur nomini meo hostia munda»;4 la pascua hebrea con la inmolación y la comida del cordero; todos los sacrificios de terneros, ovejas, trigo, aceite, etc., tenían valor, como recordaban, en relación con el sacrificio de la cruz.
¡Qué hermoso y grande ver a un maestro celebrando y ofreciendo con los suyos alrededor! «...et omnium circumstantium quorum tibi fides cognita est et nota devotio».5 ¡Qué solemne es la consagración! con la consiguiente distribución de frutos: a Dios: «iube haec perferri per
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manus sancti Angeli tui in sublime altare tuum»;6 al purgatorio: «Memento etiam, Domine, famulorum famularumque tuarum, qui nos praecesserunt cum signo fidei»;7 a toda la Iglesia: «nobis quoque peccatoribus...»,8 concluyendo con que todo y sólo es para la gloria de Dios: «Per ipsum, et cum ipso, et in ipso... omnis honor et gloria».9

Modos y grados de participación

Los modos de asistir a la misa son varios, tanto más perfectos cuanto mejor hacen participar en el sacrificio: entenderlo, sentirlo en sus diferentes partes, ofrecerlo con el sacerdote (que representa al pueblo), participar en la víctima divina mediante la comunión.
La instrucción de la sagrada Congregación de Ritos dice:
«Procúrese diligentemente que los fieles asistan a la misa rezada no como extraños o espectadores mudos, sino con la atención que requiere ese misterio y para que puedan conseguirse frutos copiosos.
El primer modo de participar los fieles en la misa rezada es cuando cada uno, por propia iniciativa, ofrece su participación, ya sea interna, con la devota atención a las partes más importantes de la misa, ya externa, según las costumbres en vigor en los diversos lugares.
Es muy laudable la costumbre de los fieles que usan un misalito apto a su capacidad y recitan con el sacerdote las mismas palabras de la Iglesia.
Pero como no todos son capaces de
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entender exactamente los ritos y las fórmulas litúrgicas, y como las necesidades de las almas no son iguales en todos, ni permanecen inalterables en la misma persona, se requiere otro modo de participación, más apto y más fácil, que es meditar piadosamente los misterios de Jesucristo, hacer otros ejercicios de piedad o recitar oraciones que, aunque difieren en su formulación de los ritos sagrados, concuerdan por su naturaleza con aquellos.
El segundo modo de participación es cuando los fieles intervienen en el sacrificio eucarístico recitando las oraciones comunes y cantando. Procúrese adaptar convenientemente oraciones y cantos a cada parte de la misa, observando firmemente lo prescrito en el n. 14 c.
El tercer modo, más completo, es cuando los fieles responden litúrgicamente al sacerdote celebrante casi dialogando con él y diciendo en voz alta las partes que les corresponden.
En este último modo de participación más completa se distinguen cuatro grados:
a) Primer grado: cuando los fieles responden al sacerdote celebrante con las fórmulas litúrgicas más fáciles, como: Amen; Et cum spiritu tuo; Deo gratias; Gloria tibi, Domine; Laus tibi, Christe; Habemus ad Dominum; Dignum et justum est; Sed libera nos a malo.
b) Segundo modo: cuando los fieles recitan también las partes que son propias del monaguillo según las rúbricas y, si se distribuye la comunión durante la misa, recitando el Confiteor (ahora suprimido) y tres veces el Domine, non sum dignus.
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c) Tercer grado: cuando los fieles recitan con el sacerdote celebrante también las partes del Ordinario de la misa, es decir: Gloria in excelsis Deo, Sanctus-Benedictus, Agnus Dei.
d) Cuarto grado: cuando los fieles recitan con el sacerdote celebrante las partes que son del Propio de la misa: Introito, Gradual, Ofertorio y Comunión. Este último grado puede adoptarse decorosa y dignamente en los grupos selectos y más instruidos (o sea en los seminarios, en las comunidades religiosas y en las asociaciones católicas mejor preparadas en liturgia).
Los fieles pueden recitar con el sacerdote en las misas rezadas todo el Pater noster, oración muy apta para la comunión.
Los fieles pueden entonar cantos religiosos populares en las misas rezadas, pero observando la regla de saberlos adaptar a cada parte de la misa.
El sacerdote celebrante, especialmente si la iglesia es grande y muy numerosos los fieles, diga en voz alta las partes que debe pronunciar y con voz clara, según las rúbricas, de tal modo que todos los fieles puedan seguir el acto sagrado oportunamente y a gusto».10

Más completa aún es la participación cuando el celebrante lee y explica el texto del Evangelio y de la epístola.

Indicaciones de catequesis eucarística

Debemos conocer y predicar la misa, asistir a ella, celebrarla santamente y conservar su fruto.
a) Que nuestros clérigos profundicen bien en la teología «De Sacrificio Missae», en la moral de las disposiciones
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interiores y en las normas litúrgicas y canónicas, en las ceremonias de las misas rezadas o solemnes y en el canto sagrado.
b) En cuanto a los aspirantes, es provechoso que la parte catequística de la Eucaristía se les explique muy pronto y que se profundice en ella a lo largo de los años, comenzando con la presencia real, siguiendo con la comunión y terminando con la misa.
Se les debe traducir y comentar el canon.
En la parte instructiva se pueden explicar las misas dominicales.
Provéaseles de un misalito cuanto antes, primeramente con una edición sencilla y luego más profunda.
Hágase ver la diferencia entre comunión infra missam y comunión extra missam.11

Preparación y acción de gracias

a) El fruto personal para el sacerdote está en proporción con la preparación y la acción de gracias. Un buen sacerdote empleará entre preparación, celebración devota y acción de gracias de la misa una hora. De este modo se sentirán las intimidades con Jesús crucificado y se recibirán las gracias más hermosas para la santificación y el ministerio.
b) Es una óptima costumbre organizar el día en torno a la Hostia, lo que significa realizar una jornada eucarística. Desde el mediodía a la mañana siguiente se hace la preparación ofreciendo, santificando y realizando las diversas acciones con el corazón unido al Huésped del sagrario; se transcurre la mañana en acción de gracias, con los frutos de un gozo devoto y obrando «per ipsum, et cum ipso, et in ipso» para gloria de la santísima Trinidad.
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La purificación de nuestro espíritu antes de la misa se hace con actos de fe, esperanza y caridad, en compañía de Jesucristo que sube al Calvario y en compañía de María.
Es siempre aconsejable el mismo método, pero profundizándolo. Tanto para la preparación como para la acción de gracias, se aconseja en primer lugar lo que dicen los libros litúrgicos. Es un método directivo. Muchos sacerdotes elaboran un estilo personal y lo siguen.

Conclusión

Es imprescindible una piedad interna para asistir a la misa y aún más para celebrarla: «Todo es santo en el divino sacrificio: la víctima y el sacerdote principal, que es el mismo Jesús, el cual, según nos dice san Pablo, es santo, inocente, sin mancha, separado de los pecadores y elevado por encima de los cielos: Talis decebat ut nobis esset pontifex, sanctus, innocens, impollutus, segregatus a peccatoribus et excelsior cœlis factus;12 santa la Iglesia, en nombre de la cual ofrece el sacerdote la santa misa, y que Jesús ha santificado a costa de su sangre: seipsum tradidit pro ea ut illam sanctificaret... ut sit sancta et immaculata;13 santo el fin, que es dar gloria a Dios y producir en las almas frutos de santidad; santas las oraciones y ceremonias, que traen a la memoria el sacrificio del Calvario y los dones de santidad que allí se nos merecieron; santa sobre todo la comunión, que nos une con la fuente de toda santidad».14
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1 «Por nuestra salvación y la del mundo entero».

2 «Ella te aplastará la cabeza» (cf. Gén 3,15).

3 «El sacerdote es para los demás».

4 «Desde oriente a occidente... se ofrece a mi nombre una ofrenda pura» (cf. Mal 1,11).

5 «[Recuerda] también a todos los aquí reunidos, cuya fe y entrega bien conoces» (Missale Romanum, canon romano).

6 «Que esta oferta, por manos de tu santo ángel, sea llevada sobre el altar del cielo» (ibid.).

7 «Acuérdate también, Señor, de tus hijos que nos han precedido con el signo de la fe» (ibid.).

8 «Y a nosotros, pecadores...» (ibid.).

9 «Por él, con él y en él... todo honor y toda gloria» (ibid.)

10 Cf. Instrucción de la sagrada Congregación de Ritos “De musica sacra”, del 3 de septiembre de 1958, nn. 28-34.

11 Se trata de la comunión recibida durante la misa y la recibida fuera de la misa.

12 «Tal era precisamente el sumo sacerdote que nos convenía: santo, inocente, sin mancha, separado de los pecadores y elevado más alto que los cielos» (Heb 7,26).

13 «Se entregó él mismo por ella, a fin de santificarla... para que sea santa y perfecta» (Ef 5,25ss).

14 Cf. A. TANQUEREY, o.c., n. 394.