Beato Santiago Alberione

Opera Omnia

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INSTRUCCIÓN III
CELO Y ENTREGA

Nota sobre las aportaciones al Fondo paulino

El Capítulo celebrado en abril de 1957 debía establecer qué cantidad tenían que aportar las casas a la Casa general para las necesidades generales. Se decidió, con el acuerdo de todos los miembros presentes en el Capítulo, dejar para otro momento el tema de las aportaciones. Casi todas las casas se encuentran en sus comienzos y la Casa general considera que esta dispensa es su aportación y estímulo para todas las otras.
Pero se estableció también que cada casa envíe a la Casa general el 25% de las inscripciones a la Obra de las santas Misas hechas por los Cooperadores, y que las casas y provincias envíen al final de cada año a la Casa general todas las ofertas de las santas misas que sobren.

Las virtudes del apóstol

San Pablo escribe a los Romanos: «En primer lugar doy gracias a mi Dios, por medio de Jesucristo, por todos vosotros, porque vuestra fe es conocida en todo el mundo. Dios, a quien sirvo de todo corazón predicando el Evangelio de su
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Hijo, es testigo de que os recuerdo constantemente, pidiendo a Dios que, si es su voluntad, pueda algún día por fin ir a visitaros. Tengo muchas ganas de veros, para comunicaros algún don espiritual que os fortalezca. Así nos animaríamos unos a otros con la fe, la vuestra y la mía. Quiero que sepáis, hermanos, que muchas veces me he propuesto ir a veros (pero hasta el presente no he podido), para lograr algún fruto también entre vosotros como entre los demás pueblos» (Rom 1,8-13).
¿No es adecuado lo que escribe san Pablo a nuestro espíritu, actividad y celo? Llevar al mundo la fe de Roma, mientras nuestro corazón y nuestra alma miran a Roma, centro de la catolicidad, a Roma, donde está el Padre de todos, donde está la Piedra sobre la que está edificada la Iglesia.
* * *

Art. 159. La piedad se nutra especial y continuamente en el conocimiento de Jesucristo divino Maestro, que es el camino, la verdad y la vida, de modo que todos, a ejemplo de este divino ejemplar, crezcan en sabiduría, gracia y virtudes, honrando a Dios con profunda adoración en espíritu y en verdad, amándole sinceramente con el ejercicio de su inteligencia, voluntad, corazón y con sus obras.
Art. 160. Debe tenerse el honor debido a la sagrada liturgia. Por tanto, los miembros se esfuercen por percibir su sentido lo más perfectamente y por aprender y practicar el canto gregoriano y las sagradas ceremonias con fidelidad y amor, de modo que la piedad se nutra de ellas principalmente.
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Art. 161. Todas las fiestas y domingos, en cuanto sea posible, téngase una segunda misa, meditación del santo Evangelio, canto de vísperas, instrucción catequística o plática sagrada y bendición eucarística.
Art. 162. Cuiden los Superiores de que los hermanos impedidos de intervenir en algún ejercicio de piedad que se tiene en común, lo suplan solícitamente del mejor modo que puedan.
Art. 163. Todos los miembros están obligados a las prácticas comunes de los clérigos de que se trata en los cánones 124-142 del Código de derecho canónico, a no ser que del contexto o de la naturaleza del asunto conste lo contrario.
Art. 164. Todos deben tener en gran aprecio y observar con diligencia el espíritu de recogimiento como el medio más apto para fomentar la vida interior y la conversación con Dios.
Art. 165. Durante las comidas ilústrese la mente con una lectura instructiva durante cierto tiempo. El Superior puede dispensar oportunamente de esta regla con prudente moderación.
Art. 166. No entren unos miembros en la celda o dormitorio de los otros.

No busco vuestras cosas

San Pablo escribe a los Filipenses: «Dios es testigo de todo lo que os quiero en las entrañas de Cristo Jesús. Y le pido que vuestro amor crezca cada día más
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en conocimiento y en discreción, para que sepáis discernir lo más perfecto, a fin de que seáis puros e irreprensibles para el día de Cristo, llenos de frutos de justicia por Jesucristo, para gloria y alabanza de Dios» (Flp 1,8-11).
Son palabras que indican un vivo deseo de Pablo: que la caridad de los Filipenses aumente constantemente.
Y a los Corintios les cuenta las penas que tiene que soportar por el apostolado: «En trabajos y fatigas, en noches sin dormir, en hambre y sed, en días sin comer, en frío y desnudez, y además, mi obsesión diaria: mi preocupación por todas las iglesias. ¿Quién desfallece que yo no desfallezca? ¿Quién se escandaliza que yo no me indigne? Si hay que presumir, presumiré de mi debilidad» (2Cor 11,27-30).
Dos reflexiones: 1) el verdadero religioso, y con más razón el sacerdote, debe amar por profesión el sacrificio y el sufrimiento; 2) querer hacer el mayor bien espiritual y corporal al prójimo.
San Pablo escribe: «Non quaerens quod mihi utile est, sed quod multis, ut salvi fiant», que significa: «No busco mi interés, sino el de los demás, para que se salven» [1Cor 10,33].
Añade: «No es que busque que me deis algo; lo que busco es que se acreciente el fruto que redunda en favor vuestro» [Flp 4,17], «Yo gastaré lo que tenga y me desgastaré yo mismo por vosotros, aunque, amándoos yo tanto a vosotros, vosotros me améis menos a mí» [2Cor 12,15]. Y dice asimismo a los Corintios:1 «Vosotros sabéis
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cómo me he portado con vosotros todo el tiempo desde el primer día que entré en Asia, sirviendo al Señor con toda humildad y con lágrimas, en medio de las pruebas que me han sobrevenido por las asechanzas de los judíos» [He 20,18-19]. En cambio, dice a los Tesalonicenses: «Hermanos, recordad nuestros trabajos y fatigas; cómo trabajábamos día y noche para no ser gravosos a ninguno de vosotros mientras os anunciábamos el Evangelio de Dios» [1Tes 2,9]. «Como una madre cuida cariñosamente a sus hijos, así, en nuestra ternura hacia vosotros, hubiéramos querido entregaros, al mismo tiempo que el Evangelio de Dios, nuestra propia vida» [1Tes 2,7].

Retrato moral del paulino

El religioso paulino ha elegido la mejor parte, es decir, la perfección.
El religioso no tiene carreras que le halaguen; no busca reconocimientos ni títulos; no trata de alcanzar estima o distinciones; no se preocupa por la paga. Ha renunciado incluso a las comunes compensaciones del clero secular; no hace distingos entre hábito negro, morado o rojo. Él se fía del «centuplum» y así recoge cien veces más de lo que ha dejado.
Si el Espíritu Santo nos ilumina, por cuanto depende de nosotros, preferimos la humillación a la alabanza, la pobreza a la riqueza, el olvido a los elogios, el dolor a los consuelos y a la salud.
Hemos de considerarnos los últimos, sin esperar reconocimientos, y ponernos en segunda fila respecto al clero secular. Nos toca obrar conversiones, erigir parroquias, organizar diócesis... para cedérselas luego al clero diocesano. Debemos dedicarnos al estudio, a la oración, al ministerio y al apostolado cuando en la Iglesia todo va viento en popa; pero también intervenir cuando está pasando momentos difíciles, aportando nuestra
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parte de acción y oración, y luego volver a la sombra y ser criticados, despreciados, juzgados con severidad, porque esperaban más de nosotros; aceptar exigencias sin retribución: confesar, predicar y servir sin recibir ofertas; trabajar en las ediciones, en nuestro apostolado, con horarios pesados e incluso jugándose la salud, y luego ser tenidos por holgazanes y comerciantes. Tal es la condición elegida por el religioso y aceptada con la profesión... Pero está luego el céntuplo... y la vida eterna, si somos fieles.
Obedecer a los poderes civiles detentados por personas indignas, pagar los impuestos no debidos, ¡cuántas veces «quae non rapui exsolvebam»!2 Para san Pablo, al final de sus diversas misiones, la conclusión era casi siempre persecución, calumnias, golpes.
Entregarse a la educación de los jóvenes, que olvidarán los beneficios recibidos y echarán en cara los sistemas anticuados y los métodos de enseñanza; el desvelo paterno hecho de entrega y de sacrificio que concluye con la ingratitud más negra y quizá con acusaciones; las largas horas dedicadas a las ediciones y un resultado desalentador; amar con predilección y constatar que cuanto más se ama menos somos amados; trabajar y dedicar la vida al servicio de muchos y llegar a una vejez mal soportada. Es lo que dice Pablo en su última carta, escrita desde la cárcel de Roma (segunda prisión) a Timoteo: «Ven lo antes que puedas, pues Dimas, llevado por el amor a las cosas de este mundo, me ha abandonado y se ha marchado a Tesalónica; Crescente se ha ido a Galacia, y Tito a Dalmacia. Sólo Lucas está conmigo. Tráete a Marcos contigo, pues me es muy útil para el ministerio... Cuando vengas, tráeme el capote... tráeme también los libros, sobre todo los pergaminos. Alejandro, el herrero, me
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ha hecho mucho daño... En mi primera defensa nadie me ayudó...» [2Tim 4,9-16].
Todo esto corresponde a lo que escribía a los Corintios sobre su ministerio: «In multa patientia, in tribulationibus, in necessitatibus, in angustiis, in plagis, in carceribus, in seditionibus, in laboribus, in vigiliis, in ieuniis, in castitate, in scientia, in longanimitate, in suavitate, in Spiritu Sancto, in caritate non ficta».3
¿Y en esa situación? «Superabundo gaudio in omni tribulatione».4

Objetivo: el mayor bien

Hacer a todos el mayor bien posible.
A todos la ayuda de la oración, del consejo, de la palabra, de las ediciones, del ministerio y del ejemplo.
Me he propuesto no dejar pasar ninguna ocasión que me ofrezca el Señor para el ejercicio de la caridad. Es lo que hace un verdadero religioso.
- El mayor bien con la enseñanza: educación e instrucción;
- el mayor bien con la predicación: bien preparada y adaptada a las necesidades;
- el mayor bien en el confesonario: en cuanto médico, padre y maestro;
- el mayor bien en las ediciones: preparadas con espíritu pastoral.
Debemos contribuir a las diócesis según nuestra vocación.
Por todas partes un ejemplo que edifique en favor de la observancia de las leyes, incluidas las de tráfico.
Usemos los medios puestos a nuestra disposición para defender la verdad, la moral y a la Iglesia.
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Preparemos buenos ciudadanos y gobernantes a la patria.
Contribuyamos a la formación de gobiernos sabios.
Conviene no inmiscuirse en la política común y sí intervenir cuando se acerca al altar.
Cooperemos en todo apostolado: Conferencias de San Vicente de Paúl, Apostolado del Mar, Terceras Órdenes, Cooperadores de Institutos religiosos, Congregaciones marianas, Protección a la joven, Apostolado de la oración, Uniones misioneras, Movimientos pro escuela cristiana, Apostolado parroquial, Apostolado laical, etc.
También en favor de las diversas iniciativas más espirituales: Obra vocacional para el clero diocesano, Obra vocacional para los religiosos, Uniones eucarísticas, Legión de María, iniciativas catequísticas, obras de beneficencia, Compañía religiosa del Carmen, Inmaculada, Dolorosa, Unión por las muertes improvisas o de cualquier género, etc.

A ejemplo de san Pablo

«Pero todo lo que tuve entonces por ventaja, lo juzgo ahora daño por Cristo; más aún, todo lo tengo por pérdida ante el sublime conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor, por quien he sacrificado todas las cosas, y las tengo por basura con tal de ganar a Cristo y encontrarme en él; no en posesión de mi justicia, la que viene de la ley, sino de la que se obtiene por la fe en Cristo, la justicia de Dios, que se funda en la fe» (Flp 3,7-9).
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«Patientes estote ad omnes»5 (1Tes 5,14).
La bendición de san Pablo sobre nosotros: «Que el Señor dirija vuestros corazones hacia el amor de Dios y la paciencia de Cristo» (2Tes 3,5).
San Pablo mismo sugiere la conclusión de esta lección. Escribe a san Timoteo (2Tim 5,5-8): «Pero tú estate siempre alerta, soporta con paciencia los sufrimientos, predica el Evangelio, cumple bien con tu trabajo. Yo ya estoy a punto de ser ofrecido en sacrificio; el momento de mi partida está muy cerca. He combatido el buen combate, he concluido mi carrera, he conservado la fe; sólo me queda recibir la corona merecida, que en el último día me dará el Señor, justo juez; y no sólo a mí, sino también a todos los que esperan con amor su venida».
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1 Lapsus. En realidad san Pablo dirige este discurso a los ancianos de Éfeso reunidos en Mileto (cf. He 20,17ss).

2 «¿Tendré que devolver lo que no he robado?» (cf. Sal 69[68],5).

3 «Sino que en todo nos mostramos como ministros de Dios, con gran paciencia en sufrimientos, estrecheces, angustias, golpes, cárceles, motines, fatigas noches sin dormir y días sin comer, castidad, ciencia, paciencia, bondad, espíritu de santidad, amor sincero» (2Cor 6,4ss.).

4 «Estoy lleno de consuelo y alegría en medio de todas mis penalidades» (2Cor 7,4).

5 «Sed pacientes con todos».