Beato Santiago Alberione

Opera Omnia

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INSTRUCCIÓN II
LOS FUNDAMENTOS DE LA VIDA RELIGIOSA

Nota sobre la Pía Obra Muertes Improvisas

Las muertes improvisas aumentan cuando aumentan las causas, también entre los paulinos. Ahora bien, el instante del paso a la eternidad es el «momentum a quo pendet aeternitas».1
Cada segundo nacen ocho personas y mueren seis.
Casi la mitad de las vidas humanas se apagan de forma improvisa. Millones de hombres
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mueren en las carreteras, en las oficinas, en los talleres, en la cama; muchas veces la muerte improvisa se debe al desencadenamiento repentino de las fuerzas de la naturaleza: inundaciones, terremotos e incendios.
Cuando se piensa que la muerte es el momento del que depende la eternidad, surge espontáneamente una pregunta: ¿qué hacen los buenos cristianos para que todos los hermanos que mueren improvisamente obtengan la misericordia de Dios?
Es una obra santa comprometerse en una cruzada de oraciones y obras buenas para socorrer espiritualmente a los moribundos.
Par esto se instituyó la «Pía Obra Muertes Improvisas».2
1. El fin de la «Pía Obra Muertes Improvisas» es conseguir del Señor que todos los que pasan de esta vida a la eternidad «improvisamente» mueran en gracia de Dios.
2. Pueden inscribirse en ella todos los cristianos practicantes; por tanto los sacerdotes, los religiosos, los misioneros, las monjas, los seminaristas y los miembros de los Institutos seculares y de asociaciones católicas, los terciarios, los de la Acción Católica, los obreros, los profesionales...
3. Deben enviar su nombre.
4. Deben hacer cada día una acción buena o recitar alguna jaculatoria u oración por los que mueren improvisamente. La acción buena puede ser religiosa, moral o caritativa. Se puede elegir también alguno de los actos que se hacen habitualmente.
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* * *

Art. 192. En las escuelas de enseñanza media dispónganse los estudios conforme a las circunstancias de tiempo y lugar, de tal modo que los alumnos puedan conseguir una formación sólida de la inteligencia y una erudición expedita, y a la vez aptitud para expresar por escrito y de palabra las cosas aprendidas, como lo exige el Apostolado de las Ediciones.
Art. 193. Enséñense a los religiosos clérigos todas las ciencias humanas y divinas, según la necesidad de su estado; esto es: las ciencias naturales, historia, filosofía escolástica, teología dogmática, moral, ascética y pastoral; la sagrada Escritura, historia eclesiástica, derecho canónico, sagrada liturgia, arqueología, y también sagrada elocuencia, con sus auxiliares, conformándose por entero a las normas del derecho y a las instrucciones de la santa Sede, en tal grado, que puedan llegar a ser peritos maestros de almas, convenientemente adiestrados para toda obra buena.
Art. 194. Para que puedan desarrollar su celo con mayor fruto, prepárense los religiosos a lo largo de todo el curso de sus estudios convenientemente para el apostolado, instituyendo un curso especial de apostolado teórico-práctico, a fin de que aprendan inteligentemente y ejerciten el arte de divulgar la palabra divina, según el fin especial de la Sociedad.

Vida humana y vida consagrada

Hay principios teóricos y prácticos para una recta vida humana. Son de tres órdenes, correspondientes a las tres facultades
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del hombre: la mente, el sentimiento y la voluntad.
La mente. Con ella debemos reconocer a Dios como principio y fin de todo, que dirige el mundo; del que dependemos, a quien todo debe ordenarse y a quien debemos dar el culto debido; que premia el bien y castiga el mal. El hombre está compuesto de alma racional y cuerpo orgánico; tiene alma espiritual e inmortal que debe someter y cuidar el cuerpo.
El sentimiento. Debemos amar y temer a Dios; amar al prójimo, que es su imagen; respetar su fama, sus bienes y su vida; no hemos de hacer a los demás lo que no quisiéramos que se nos hiciera a nosotros, y viceversa.
La voluntad. Debemos sentir la voz íntima de la conciencia y del deber y la responsabilidad de nuestros actos, la virtud y el vicio, los deberes de estado, los deberes familiares y sociales, el uso honesto de los bienes materiales y morales, el deber de elevarnos.
La vida religiosa es perfeccionamiento de la vida cristiana, y ésta perfeccionamiento de la vida humana.
Los aspirantes, como cualquier cristiano, necesitan para la salvación un amor fundamental a Dios. El paraíso es amor gozoso en nosotros, y por eso es necesario poseer el amor, al menos en alguna medida, para alcanzar a Dios. Tender hacia él, buscarle y quererle es una disposición necesaria para todos.
Más aún para quien desee recorrer el camino más perfecto para conseguirlo.
La vida religiosa y la vida sacerdotal exigen primeramente una vida cristiana buena y ésta una vida humana buena también.
Sólo se perfecciona lo que existe; es decir, hay que cumplir los
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mandamientos, la ley natural. Por eso dijo Jesús al joven rico que le preguntaba qué debía hacer para salvarse: «Guarda los mandamientos», y los recordó. Y cuando el joven respondió que los había guardado siempre, añadió: «Si quieres ser perfecto, anda, vende lo que tienes; después ven y sígueme» [Mt 19,21].
Es absolutamente necesario que primeramente el aspirante haya dado prueba de que observa bien los mandamientos.

El sentido de la oración

El campo es aquí muy extenso. Nos limitamos a lo que constituye el primer fundamento de la vida religiosa.
El religioso es en primer lugar hombre de oración. Es, pues, necesario que el aspirante sienta previamente que es criatura de Dios, a quien debe rendir un culto, amar y reconocer y hacia quien orientarlo todo: «santificado sea tu nombre, venga a nosotros tu reino, hágase tu voluntad»; que sepa adorar e invocar ayuda; que observe los votos, que honre el nombre de Dios, que le dedique algún tiempo semanalmente; que quiera conocerle, amarle y servirle en orden a la vida futura...
Los aspirantes con una espiritualidad vacía, tradicional solamente, puramente sentimental, monótona, exterior... carecen de cimientos. Pueden haber aprendido y hecho algo, pero ¿cómo amarán el culto cristiano,
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cómo situarán en primer lugar la oración, cómo participarán en la misa y se acercarán a los sacramentos?
Los buenos aspirantes, en cambio, se conocen por la asiduidad en la oración, por su comportamiento en la iglesia, por el empeño en adquirir una piedad iluminada, cálida, que sostiene y mejora la vida. Aquí está la primera señal de vocación y la más importante. Se les conoce por el amor al catecismo, a la parroquia y a las funciones; por la frecuencia a los sacramentos; por el deseo de ayudar a misa, de acercarse a los sacerdotes y religiosos. Con esas disposiciones será fácil cultivar en ellos el espíritu de fe, la verdadera confianza en Dios, el odio al pecado, la piedad y el sentido paulino. Serán ellos mismos quienes busquen un director espiritual y un confesor y quienes quieran entrar en intimidad con Jesús y con la Madre celestial.

El culto de la verdad

El culto de la verdad es honrar a Dios. Es un deber natural que deben practicar todos los hombres. El estudio y la búsqueda de la verdad corresponden al querer de Dios y al don de la inteligencia que nos ha dado.
La veracidad supone primeramente el amor a la verdad y el odio a la mentira y el engaño. La mentira es decir lo contrario de lo que se piensa con el fin de engañar.
La hipocresía es la mentira con las obras, la vida y la conducta. Es una simulación, es decir, se quiere hacer creer con los hechos o con el comportamiento lo que no es la realidad. Se llama también mentira efectiva, como cuando el ánimo está lleno de rencor y externamente se finge bondad y afecto.
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La restricción mental tiene sus condiciones, pero engañar intencionadamente es otra cosa.
Acostumbrar al niño a ser sincero es prepararle a observar el mandamiento que dice: «No darás falso testimonio».
Leemos en el Evangelio: «Decid sencillamente sí o no. Lo que pasa de esto viene del maligno» [Mt 5,37].
Quien es mentiroso es ladrón; quien es ladrón es mentiroso.
Hay que ser leales, mantener la palabra dada, dar lo prometido.
San Pablo dice: «Nolite mentiri invicem».3 En el Antiguo Testamento leemos: «Non mentiemini, nec decipiet unusquisque proximum suum».4 «Abominatio est Domino labia mendacia».5 «Os quod mentitur occidit animam».6
Hay juicios falsos, acusaciones y calumnias que hacen daño al prójimo, además de ser una ofensa a la caridad y la justicia, a lo que debe seguir la obligación de retractarse, y no se consigue el perdón si uno no se retracta.
¡Qué dañinas son ciertas mentiras en el confesonario! Por ejemplo, disminuir el número de los pecados graves, presentarse al confesor y por alguna razón acusarse sólo de venialidad en pecados graves.
Copiar los ejercicios de clase, introducir libros o periódicos prohibidos, enviar cartas calumniosas o anónimas, etc.
Se puede llegar a pedir el hábito, el ingreso en el noviciado, los votos y la ordenación por motivos humanos, como por aprender un oficio, estudiar evitando gastos y
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luego salirse, para conseguir así una vida cómoda o para ayudar a los familiares.
[También se miente] cuando se sale de casa pidiendo permiso para ir a un sitio para el que se sabe que se da, mientras se piensa ir a otro para el que no se concedería; cuando se finge una enfermedad; cuando se da una razón oportuna pero se tiene la intención de usarla para otro fin. Lo mismo cuando se esconden graves taras de familia para llegar al sacerdocio o a la profesión.

Fidelidad al deber

El don de la voluntad sigue al don de la inteligencia. El ejercicio de la fidelidad al deber educa y fortalece la voluntad.
Aplicaciones necesarias:
Si [los aspirantes] entran para estudiar, que estudien con voluntad firme en clase y en el tiempo dedicado a este deber.
Si vienen para ser religiosos, que se preparen según las disposiciones que da el Instituto.
Si han entrado en este Instituto, que sigan los reglamentos establecidos.
Si se dan avisos, que se acepten y se cumplan.
Si se han emitido los votos, que se observen.
Si el confesor y el director espiritual hacen una advertencia, dan una sugerencia o ponen en guardia contra un peligro, que sean muy dóciles.
Serán así si han adquirido la costumbre de obedecer en su familia. Desgraciadamente, la disciplina y la autoridad paterna son débiles en muchas familias; se acostumbran a una especie de independencia por una parte
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y a condescendencias excesivas por otra; hay hijos que se imponen con sus caprichos y padres débiles que ceden. Circula, por otra parte, un error que quita todo su vigor a la voluntad, y es la moral de circunstancias o de conveniencias. Se aprueba el deber en teoría, pero en la práctica se obra como a uno se le antoja, como a uno le va, teniendo en cuenta la rentabilidad o el ambiente; se elige lo menos sacrificado o lo que da mayor satisfacción.
Es preciso un largo ejercicio de obediencia para corregir esos abusos.

Fidelidad a los votos

Hoy se verifica una crisis en torno a los votos que lleva a menospreciarlos. Se pide con ligereza la profesión y luego se la soporta como una gran carga; se falta a ella con facilidad, en cosas pequeñas y tal vez graves. Primero con un fuerte remordimiento, luego con cierta insensibilidad. Se descuidan los medios para apoyarla, que son la huida de las ocasiones y la oración; luego llega la catástrofe, con ruina personal y escándalo dentro y fuera del Instituto y con el consiguiente continuus dolor7 de los buenos hermanos. Se han perdido las gracias y no se llora, porque se está ciegos; se cierran los caminos a la enmienda; se procede externamente casi ufanándose, como ganadores, pero en realidad se siente en el fondo la derrota y la traición... Y recemos para que no se termine cayendo en el precipicio de la condenación eterna: «Quomodo cecidisti de cœlo?».8 Quien tiene la luz de Dios, lo comprende; quien no la tiene, decía el P. Gemelli, sólo tiene miedo, padece una enfermedad grave y prolongada o está en la cárcel. A veces, ni basta la muerte. Uno de los doce fue un traidor, pero se perdió eternamente.
No podemos contemplar esto impasiblemente. Alguna vez se puede intuir el desastre; otras veces podemos ser responsables en
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parte. «Nemo repente fit pessimus».9 Se eliminan las barreras, el mal se cuela por atajos engañosos y se termina al borde del precipicio: simpatías, orgullo, lecturas, infracciones a las disposiciones, libertad de los sentidos, debilitamiento de la piedad, encuentros con personas, búsqueda de espectáculos desaconsejables o reservados a los adultos; se retrocede un poco cada vez, hay alguna remontada, se vuelve a lo mismo, se agrava la situación, se convierte casi en hábito y se termina por no romper nunca la cadena. Y justamente se va a caer en aquello que, al menos aparentemente, se detestaba, en tipografías y editoriales que son cátedras erigidas contra Jesucristo y la Iglesia, porque cuando uno es víctima de Satanás, éste lo arrastra hasta la vergüenza extrema, es decir, a usar en favor de él el arte aprendido para el Evangelio, a una vida de humillación y de escándalos.
Y sin embargo es ley natural: «Haced votos y cumplidlos» [Sal 76,12]. Y los votos religiosos son graves, [porque se han hecho] tras años de oraciones y reflexiones, se han pedido por escrito, se han emitido de la manera más solemne ante la presencia de testigos, se han corroborado con una firma. El diablo utilizará ese registro, y al tiempo que los escarnecerá por haber caído en sus manos, lo presentará en el juicio como prueba de infidelidad. Se dirá: para eso están las dispensas. Sí, pero sólo para evitarte a ti y a los demás mayores desastres.
La dispensa es válida y el religioso queda reducido al estado laical si se trata de un simple religioso, pero delante de Dios ha malgastado las gracias; voluntaria y gradualmente ha terminado en una situación espiritual en que, por la transgresión de los votos, comete dos pecados; su vida se convierte de alguna manera en escándalo y daño para el Instituto, y por eso, mediante petición
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espontánea o por expulsión, se amputa un miembro nocivo al Instituto.
Cuando Jesús dijo a Judas en la última cena: «Lo que vas a hacer, hazlo pronto» [Jn 13,27], no le dispensó de su responsabilidad; le manifestó que lo sabía todo y que, dada su obstinación, había llegado el momento de llevar a cabo la traición y que a Él le había llegado su hora. Antes no había permitido que le prendieran porque no había llegado su hora.

Fidelidad a los mandamientos y honestidad natural

El séptimo mandamiento, «no matar», es una ley natural. Considerar sólo determinadas faltas contra el voto es fácil, pero a veces van también contra la justicia, contra el respeto al Instituto o a otros. ¿Y si se restituye?
Hay que respetar la fama, pero la crítica, la acusación y la murmuración van contra el quinto mandamiento. Y a veces son cosas graves y causan heridas en el corazón de los hermanos o pueden generar escándalos.
Hay que respetar a la persona: al pasar la bandeja en la mesa, el primero en servirse piense en quien le sigue.
Hay deberes sociales que son leyes de la naturaleza; del mismo modo que se disfruta de las ventajas, hay que saber llevar las cargas en sociedad.
¿Por qué ha de haber alguien tan cómodo que, por ejemplo, tenga para su uso exclusivo un coche y disguste a los hermanos e incluso se lo niegue cuando lo
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necesitarían para el apostolado u otro servicio para la comunidad?
Está el voto de obediencia, pero antes está el cuarto mandamiento, que obliga a honrar a los padres y a los Superiores. Y la obediencia se extiende a todos los que tienen algún cargo, hasta al responsable de un sector de la tipografía.
También la ley del sexto mandamiento es ley natural y compromiso sacerdotal antes que voto religioso: «No cometerás actos impuros».
San Pablo recuerda una ley natural: «Nadie se tenga en más de lo que debe tenerse» [Rom 12,3]. Sobre esto se ha escrito que, quien se estima en demasía, es un soberbio, que el soberbio es un infra-hombre. Y en otro lugar se ha dicho que es un subproducto del hombre razonable.
[Los aspirantes] tienen la obligación natural de agradecimiento al Instituto que los atiende y nutre espiritual y corporalmente, que los educa, que los guía en la formación a la vida, a la profesión, a la ordenación, a la santidad.
Si no se reflexiona, de alguna manera se termina condenando todo, aunque no se cuente con los elementos necesarios para juzgar. ¡Y quizá se comporten así los que más ayudas y atenciones recibieron! Olvidan, comportándose de ese modo, todo el bien y ponen ante los ojos deficiencias verdaderas, imaginarias o inventadas, con un lenguaje despiadado.
Forma parte de la naturaleza de las cosas y del hombre algo que suele verificarse: que quien condena será condenado en los juicios que haya merecido. La medida que use con los demás la usarán con él. «Nolite iudicare ut non iudicemini».10
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Conclusión

La ley natural obliga más que la ley positiva. Es la primera y obliga a todos y siempre.
Escribe san Pablo: «Gentem quae legem (mosaicam) non habent, naturaliter ea, quae legis sunt, faciunt; ejusmodi legem non habentes, ipsi sibi sunt lex; qui ostendunt opus legis scriptum in cordibus suis, testimonium reddente illis consciencia ipsorum, et inter se invicem cogitationibus accusantibus aut etiam defendentibus»11 (Rom 2,14-15). El abandono de los aspirantes, y peor aún el de los profesos, depende en primer lugar de un fundamento deficiente, que es la práctica fiel y delicada de los diez mandamientos.
No será buen cristiano quien no observa la ley natural, y menos aún podrá ser buen sacerdote o religioso.
Compruébese si hay buen fundamento humano y si se observan los mandamientos, porque sólo entonces se puede confiar en que podrá construirse un edificio alto y sólido.
Si el amor de Dios consiste en primer lugar en hacer su voluntad, la ley natural, que es la ley eterna en Dios y supera a todas las leyes positivas, también debe observarse en primer lugar.
«Si el hombre no tiene una buena primavera juvenil, no tendrá temple para hacer frente a las tempestades y las dificultades de la vida. Un árbol debe echar raíces para poder desafiar las tempestades. Una casa debe tener cimientos para no tambalearse.
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«Demos a la nueva generación una juventud feliz, moralmente pura, religiosamente genuina y construirá el futuro según los deseos de Dios».
En estas palabras de un hombre de fe y experiencia está la seguridad de una vida feliz en la tierra. ¡Y en el cielo!
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1 «Momento del que depende la eternidad».

2 Cf. San Paolo, agosto-noviembre 1960, p. 4.

3 «No os engañéis unos a otros» (Col 3,9).

4 «No mentiréis ni os engañaréis unos a otros» (Lv 19,11).

5 «El Señor aborrece los labios mentirosos» (Prov 12,22).

6 «Una boca mentirosa da muerte al alma» (Sab 1,11).

7 «Continuo dolor» (cf. Rom 9,2).

8 «¿Cómo has caído desde el cielo?» (Is 14,12).

9 «Nadie se convierte en malvado de repente».

10 «No juzguéis y no seréis juzgados» (Mt 7,1).

11 «Pues cuando los paganos, que no tienen ley, practican de una manera natural lo que manda la ley, aunque no tengan ley, ellos mismos son su propia ley. Ellos muestran que llevan la ley escrita en sus corazones, según lo atestiguan su conciencia y sus pensamientos, que unas veces los acusan y otras los defienden».