Beato Santiago Alberione

Opera Omnia

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INSTRUCCIÓN IX
CARIDAD Y ESPÍRITU DE FAMILIA

Un vínculo más noble que el de sangre

Según el divino Maestro, el segundo precepto es éste: «Amarás al prójimo como a ti mismo» [Mt 22,39].
Amar al prójimo en Dios. Pero la caridad tiene un orden, y éste exige que se ame más a los que están más cerca de Dios y más cerca de nosotros, como son los miembros de la familia.
La familia religiosa es comparable a la familia natural, que es una sociedad natural, y tiene parecidos fundamentos. Pero es inmensamente superior.
Entre los miembros de una familia hay un vínculo de sangre y se funda en un contrato-sacramento, tiene a Dios por autor y existen unos compromisos indisolubles entre los miembros. Hay una profunda solidaridad entre ellos.
Pero la familia religiosa supera a la familia natural por su naturaleza espiritual. Se entra en ella por vocación divina, que sustituye a la voz de la sangre: «Quien ama a su padre o a su madre más que a mí, no es digno de mí» [Mt 10,37], dice el Maestro divino. Y también: «Todo el que deje casa, hermanos o hermanas, padre o madre, o hijos o campos por mi
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causa recibirá el ciento por uno y heredará la vida eterna» [Mt 19,29].
Los vínculos de la naturaleza son menos fuertes que los vínculos de la sangre.1 El Señor tiene derechos que preceden.
La familia religiosa es mucho más extensa que la familia humana.
Es el Padre celestial quien envía miembros a la familia religiosa, cuyo Padre es. Jesucristo es su hermano mayor y el Espíritu Santo su alma.
Los ideales comunes son la santidad y el apostolado.
Y las ayudas fraternas son la oración, el ejemplo y la colaboración.

* * *

Art. 219. Según el fin especial de la Sociedad, los miembros deben dedicarse a divulgar la palabra divina, en forma popular, por medio del Apostolado de las Ediciones.
Art. 222. El ejercicio del apostolado de la palabra divina corresponde en primer lugar a los sacerdotes; a quienes se asocian los discípulos como coadjutores valiosos y necesarios en el arte técnico y la divulgación; pues son éstos llamados por Dios para hacerse participantes por medio de la oración y las obras, según su condición e ingenio, en los trabajos y premio del apostolado sagrado.
Art. 223. Por este motivo los discípulos han de ser instruidos en los diversos géneros de apostolado de la Sociedad según su aptitud, instituyendo para ellos un curso especial técnico teórico-práctico con el fin de que se hagan más aptos para el apostolado.
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Art. 224. La Sociedad puede servirse también de la ayuda de seglares de óptima fama, que presten cooperación ya gratuita ya remunerada, según lo requieran las diversas circunstancias, la necesidad o la utilidad; pero no en sus propias casas, sino a modo de excepción rarísima y por breve tiempo, si lo exigieren las circunstancias particulares o la misma naturaleza de la obra emprendida.
Art. 225. El apostolado de la prensa comprende tres partes: la redacción, el arte técnico de la impresión y la divulgación.
Art. 226. Para el cargo de la redacción se escogen aquellos que ya terminaron el curso de los estudios y superaron felizmente todos los exámenes prescritos.
Art. 227. Acuérdense los miembros de que en el ejercicio del apostolado de Cristo a todos somos deudores, y en primer lugar a los pequeños, a los infieles, a los humildes y a los pobres, para que la sabiduría de Cristo, que adapta formas tan variadas, sea conocida por toda la Iglesia.

El ejercicio de la caridad en general

Todo lo relacionado con la caridad debe aplicarse a la familia religiosa, pero de manera más intensa, ya que el espíritu de familia es esa caridad singularmente tierna, llena de entrega y más urgente, como la que debe reinar en una familia religiosa.
Razones sociales: Las relaciones constantes e íntimas que la vida impone a los miembros de una comunidad religiosa
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forman un espíritu que es necesariamente social de forma absoluta. Una comunidad religiosa donde reina espíritu de familia es un paraíso en la tierra, mientras que una comunidad donde falta puede ser un infierno.

Exigencias del espíritu propio de la Congregación

Cada Congregación tiene un espíritu y «un don propio», espíritu que es su alma y principio de fecundidad; es también su razón de ser, aprobada por la Iglesia. Si los miembros de la Congregación se entusiasman cuando estudian este don de Dios, sentirán ese espíritu de familia intensamente. Además, los religiosos serán por este espíritu de familia los que se interesen por su propio espíritu y lo defiendan. Por tanto, sólo son verdaderos religiosos los que viven del alma misma del Instituto y los que le aseguran una vitalidad fervorosa.
Medio de fecundidad apostólica: «La unión hace la fuerza», y el espíritu de familia es un espíritu que une a todos, como si se poseyera un alma común. Sobre este punto gira el gozne que asegura el éxito de la fecundidad. No obstante, si consideramos las cosas desde el punto de vista sobrenatural, lo es aún más, porque donde está Dios se encuentra la bendición de Dios, y Dios es amor. Cuando «dos o tres se reúnen en el nombre de Jesucristo, está él en medio de ellos». Entonces, ¿qué no hará una comunidad, y aún más una Congregación, que se reúne en el nombre de Cristo?
Condición para el desarrollo: El espíritu de familia lleva instintivamente a cada miembro a trabajar por el crecimiento de las personas en número y en obras
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mejores. Hay también una razón de carácter sobrenatural: si en un Instituto hay fervor y espíritu de familia, otros se sentirán inclinados y deseosos de unirse a ellos, de entrar, y encontrarán allí la felicidad y los medios para santificarse y santificar a otros.
En toda Congregación religiosa y en toda comunidad hay una familia de Dios. Los Superiores deben ser padres o madres y no jefes de una empresa; los inferiores no son empleados, sino hijos. Este principio determina las relaciones mutuas.

Por parte de los Superiores

Amor paterno, que es una participación del amor del Padre por sus hijos predilectos, hijos generosos que lo han abandonado todo para consagrarse al amor de Dios y al servicio de las almas. Es necesario, por tanto, especialmente en situaciones delicadas, que los Superiores recuerden que dirigen la Congregación o una comunidad no en su propio nombre, sino en nombre de Dios, y que los súbditos son hijos de Dios y hermanos de Jesucristo, con los que tienen que adoptar una actitud de paternidad sobrenatural. Esta reflexión inspirará su modo de pensar y lo que deben decir y disponer. Es necesario que los súbditos se sientan hijos amados con amor sobrenatural, por Dios y por sí mismos, y no por los servicios que pueden hacer.
Confianza: La obra es común y depende de toda la Congregación y de cada comunidad. ¡Que los Superiores, en ciertas ocasiones, sepan con la debida discreción informar a los inferiores en relación a los éxitos conseguidos,
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las dificultades encontradas y a los proyectos para el futuro! De este modo encontrarán en ellos un interés mayor, se sentirán dispuestos al sacrificio y gozosos por ver apreciados sus esfuerzos. El éxito será de todos y mucho más seguro.
Discreción: Los Superiores no deben contar nada de lo que debe mantenerse en secreto, especialmente sobre la conducta de sus hijos y sobre lo relacionado con confidencias recibidas. Y esto aun en el caso de que no se les haya sido pedido guardar el secreto, pues es algo que debe suponerse.
Comprensión: Hay circunstancias en las que es necesario saber interpretar la regla con vistas a un bien mayor que se debe conseguir o un mal que se debe evitar. El Superior es siempre un padre, no un oficial que aplica uniformemente un reglamento rígido. Las almas pasan por circunstancias muy diversas y nunca los momentos de la vida son iguales. Las propias Congregaciones atraviesan por crisis y circunstancias desfavorables que no todos pueden comprender.
Responsabilidad: Los Superiores tienen el deber de hacer que se observe la regla y son culpables si la descuidan. Deben evitar que una comunidad se relaje. Hay casos delicados en los que, antes de dar órdenes y hacer observaciones, conviene reflexionar para que todo se haga en el modo y momento adecuados. Considérese siempre si se despertará más buena voluntad que irritación.

Por parte de la comunidad

Los inferiores deben guiarse e inspirarse siempre por principios y miras sobrenaturales.
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Amor: Verán y amarán al Señor en quienes tienen el deber de guiarlos hacia la santidad.
Respeto: No se fijen en las cualidades naturales de los Superiores ni se apoyen en ellas, sino vean en ellos especialmente a los representantes de Dios.
Confianza: No corran los inferiores el riesgo de seguir a los Superiores por miras personales y ventajas propias, sino tengan siempre presente el fin que debe conseguirse: el progreso espiritual y el progreso apostólico. Los Superiores pueden tener una habilidad especial en su capacidad de gobierno, pero poseen especialmente las luces que otros no tienen. Además, están provistos de gracias especiales en el cumplimiento de su cargo.
Sumisión: «Qui vos audit me audit; et qui vos spernit me spernit. Qui autem me spernit, spernit eum qui misit me»2 (Lc 10,16). La obediencia es una condición necesaria para que el Instituto consiga sus fines, en general y en particular.
Entrega: Que significa prontitud gozosa, sin que el Superior tenga que vérselas ante protestas o provocar mal humor.

Fraternidad y comunión

Las relaciones entre religiosos deberán inspirarse en el amor fraterno, pero en mayor grado que en la familia natural. Siempre se necesita «cor unum et anima una»,3 como se decía de los primeros cristianos.
Es necesario, por tanto, eliminar todo lo que podría generar divisiones y rencores. Ninguna infamia, ninguna alteración en las relaciones, ninguna crítica mutua... El libro de los Proverbios
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pronuncia una maldición terrible contra los que provocan divisiones: «Hay seis cosas que detesta el Señor y siete que aborrece su alma:... y el que siembra discordias entre hermanos» (Prov 6,16-19).
San Basilio, san Bernardo y san Ignacio querían que los que siembran discordias fueran despedidos, si era posible, de su Congregación religiosa, o al menos que se les separara de la comunidad.
Si la diversidad de caracteres, algún defecto o acto pueden producir un poco de frialdad, para recuperar la unión, la paz y la caridad habrá que volver al recuerdo de ser hermanos entre sí e hijos del Padre celestial.
Unión de la mente: La caridad no exige a los religiosos no tener ningún pensamiento personal, ni la obligación de aceptar siempre las ideas ajenas; pero, eso sí, produce insensiblemente una amplia conformidad de pareceres, sentimientos y miras, y luego la formación religiosa acerca cada vez más las opiniones. Sigue habiendo aún casos de divergencia, y entonces se sigue la regla de san Agustín: «In certis unitas; in dubiis libertas; in omnibus caritas»; en las cosas necesarias, unidad; en las dudosas, libertad; en todas, caridad.
Unión de corazón: Esta unión no será difícil, e incluso será profunda, si es el espíritu sobrenatural el que guía siempre.
Unión de palabras y de formas: Aquí se exige que se eviten atentamente palabras y formas de comportarse hirientes. Además, deben tenerse mutuamente en cuenta las atenciones que la fe y la buena educación inspiran. Adquirir la costumbre
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de ser humildes en el trato y en el modo de hablar y tener un corazón inclinado a aceptar las buenas razones de los hermanos.
Unión de obras: Es necesaria para el éxito de toda iniciativa por la gloria de Dios, la paz de los hombres y la santificación de cada uno. Es verdad que las tareas son diversas en un Instituto, pero cada cual debe cargar con su parte en la realización de la obra en su totalidad.
Unión de oraciones: Alguien ha escrito: «Junto a la comunión general de los Santos, que une a todos los miembros de la Iglesia militante, purgante y triunfante, existe una comunión de santos especial, y es la comunicación de los méritos, de las oraciones y de las buenas obras de todos los religiosos vivos y difuntos de todos los Institutos». Los miembros de una misma familia religiosa deben orar de buena gana unos por otros, invocar a los hermanos difuntos y ofrecer sufragios por quienes pudieran encontrarse todavía en el purgatorio. También deben rezar por las personas de fuera a las que se dirige la actividad apostólica, es decir, por los alumnos, los lectores, los espectadores, los radioyentes, los cooperadores, etc.
Para todo esto se necesita espíritu de fe. Todos los miembros de la familia religiosa deben recordar siempre que es ésta una imagen de la Familia celestial y que todos los miembros se reunirán un día en el cielo.
La Familia de Nazaret nos dio en la tierra el ejemplo más sublime de esta vida de familia religiosa. ¡Cuántas delicadas atenciones! ¡Qué maravilla de respeto mutuo! ¡Cuánta premura! Y como todo era común, las alegrías y las penas, las pruebas y los consuelos, todo contribuía al cumplimento de los designios de Dios, que era la redención de la humanidad.
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Dos cosas son necesarias

Para llegar a lo que se puede y debe conseguir, que la «vida religiosa es un paraíso en la tierra», son necesarias dos cosas:
Fe: Una fe que nos haga ver siempre a Jesucristo en los hermanos. Recordemos en los momentos difíciles lo que Jesús dice en el Evangelio, algo que anticipa lo que será el día del juicio universal: «Porque tuve hambre y me disteis de comer, tuve sed y me disteis de beber, fui emigrante y me acogisteis, estuve desnudo y me vestisteis, preso y fuisteis a estar conmigo... Os aseguro que cuando lo hicisteis con uno de mis hermanos más pequeños, conmigo lo hicisteis» [Mt 25,34-40].
Abnegación: Es indispensable en la vida de comunidad, que es vida social, pues la diversidad de temperamentos, de edad, de costumbres, de ideas, de experiencias, de ocupaciones, de tendencias, etc., es siempre causa de sufrimientos mutuos. Por eso es siempre necesario saber ser tolerantes, renunciar a los propios puntos de vista, reconocer los propios errores, tener algún detalle gentil, etc. Todo esto requiere una abnegación universal.
Se trata de una abnegación que no se limita a las obligaciones de unos con otros, sino que va más allá, y frecuentemente hay que ser abnegados también para aceptar cargos y estar dispuestos en muchas necesidades a servir a la Congregación y a la comunidad.
«Cor unum, anima una».4
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1 Hay aquí, evidentemente, un lapsus; el significado que cabe suponer es: «menos fuertes que los vínculos de la religión».

2 «El que os escucha a vosotros me escucha a mí; y el que os rechaza a vosotros me rechaza a mí; y el que me rechaza a mí rechaza al que me ha enviado».

3 «Un solo corazón y una sola alma» (cf. He 4,32).

4 «Un solo corazón y una sola alma» (cf. He 4,32).