CAPÍTULO V
CATECISMO1
1º. Acabamos de ver que la predicación es la parte más esencial del ministerio sacerdotal y nos disponemos a tratar de la parte más delicada, útil e importante de la misma, el catecismo. Es la parte más delicada porque lo son también las almas a las que se les presenta; la más útil porque es con la que más podemos conseguir; la más importante porque el niño de hoy es el hombre, el cristiano y el ciudadano de mañana. Si el niño de hoy es bueno, podemos esperar que en el futuro tendremos hombres serios, cristianos practicantes y ciudadanos honestos, mientras que si los niños de hoy son tercos, insolentes e ignorantes en religión, mañana tendremos hombres sin conciencia, cristianos que no tendrán otra cosa que el bautismo, ciudadanos deshonestos y vergüenza de la sociedad.
Por otra parte, a un sacerdote debe bastarle la palabra del vicario de Cristo, el Papa. Y una de las cosas que durante su pontificado hizo Pío X, un hombre tan práctico, fue publicar la encíclica sobre el catecismo.2
Y es que el catecismo es una tarea a la que nadie puede negar su colaboración, actividad que puede realizar hasta el sacerdote más humilde. Es una labor grata a los padres, que se sienten felices cuando ven que se quiere a sus pequeños y queridos hijos. Lejos de crear división o provocar odio, reconcilia y reúne en la iglesia al pueblo.
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Suele decirse con frecuencia: de los adultos ya acostumbrados a su indiferencia, o peor aún, llenos de odio contra la religión y el sacerdote, poco se puede esperar. Pero de estas plantitas, que todavía no se han torcido lo mínimo podemos razonablemente esperar mucho. Claro que es un trabajo que no satisface las ambiciones, y ni siquiera puede comenzarlo quien no esté dispuesto a sacrificar tiempo, dinero, comodidad y tranquilidad... Por eso debemos pedir al Señor aquel amor que ardía en su corazón hacia los niños, aquella bondad con la que acogía a los pequeños, incluidos los más revoltosos, y los acariciaba, abrazaba y bendecía.
2º. Vayamos a la práctica. Tratemos del catecismo en las parroquias y luego en los oratorios festivos. Antes, algunas cosas en general.
Cosas generales
a) Es necesario amar a los niños, porque quien no los ama no sabe encontrar los medios para enseñarles y para atraerlos. Sólo quien ama piensa mucho en quienes ama, y en pensar en ellos está el secreto del éxito. Sólo quien ama sabe aceptar el sacrificio y el trabajo que le exigen aquellos a quienes ama. Sólo quien ama es amado, pues del mismo modo que la abeja acude a la flor y la mosca a la miel, así el corazón vuela hacia quienes ama. ¿Por qué el niño ama tanto a su mamá? Porque le quiere. ¿Por qué don Bosco era el ídolo de la juventud? Porque la amaba. Pidamos a Dios que aumente en nosotros ese amor, que básicamente debe formar ya parte de nuestra vocación.
b) Hay que usar todos los medios para que la gente y especialmente los padres y los niños den la máxima importancia al catecismo. Entre esos medios están: hablar de él con frecuencia y diligencia desde el púlpito, en la predicación y en los avisos; despertar el entusiasmo hacia él con fiestas y competiciones catequísticas a las que
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asistan los padres; hacer palpar la utilidad del catecismo haciendo que los jóvenes sean más obedientes, más respetuosos y laboriosos, tratando no sólo de instruirles, sino también de educarles y atraerles a los santos sacramentos; enseñar el modo de que la gente y especialmente los padres puedan ayudar al sacerdote materialmente y moralmente; explicarles a menudo el modo como está organizado el catecismo y la parte correspondiente a cada uno; alabar a quien colabora; hacer comprender que la obligación principal de esta enseñanza es de los padres, porque es para ellos un deber natural, mientras que el de los sacerdotes es de libre elección.
c) Debemos ser humildes, porque los soberbios alejan a todos, mientras que la humildad enseña a desconfiar de uno mismo, a pedir consejo, a tener en cuenta las observaciones de los demás.
Suele haber sacerdotes que se quejan de que los dejan solos, de no tener colaboradores para este cometido, de que incluso hay frialdad, contradicciones y cosas aún peores. No siempre, pero muchas veces se podría invitar a un examen de conciencia: el desierto que nos rodea puede deberse a una soberbia soterrada, que no sabe aceptar las observaciones ni las opiniones, que quisiera verlo todo sometido a su voluntad. Se domina el mundo cuando no se pretende hacerlo... Es una verdad permanente, y lo es especialmente al hablar de este tema.
d) Hay que poner en práctica todas las habilidades para atraer a los jóvenes. La caridad nos sugerirá muchas y, para disponer de un buen repertorio, al visitar alguna parroquia podemos ver y preguntar cómo hacen y qué medios usan. No todos los métodos son adecuados para todos y en todos los sitios, pero si el primero no funciona, recurriremos al segundo; si éste falla, probaremos
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el tercero, el cuarto, etc., hasta dar con el nuestro: Y si con el tiempo vemos que también el último es ineficaz, ánimo y a por otro. Si a todos nos gustan las novedades, a los jóvenes les resultan necesarias, porque la monotonía es para ellos lo peor que existe.
Debemos recordar que en el mismo método se puede introducir siempre alguna novedad grata. Pero aquí es conveniente que advirtamos un defecto debido a la falta de discreción: pretender lo más perfecto. ¡Pretender lo más perfecto, que vengan siempre todos, es imposible! Todos deben venir el mayor número de veces posible, pero no todos siempre.
Pretender lo más perfecto, exigir que los niños sean y obren como hombres maduros y no querer soportar la algarabía y las travesuras propias de esta edad; irritarse porque rompen algo y no permitir que griten antes y después de la lección de catecismo; querer que siempre estén serios como los adultos y pretender que estén atentos a largas meditaciones abstractas, en las que bostezan hasta los viejos..., es querer lo imposible. Lo mejor es enemigo de lo bueno. Decía san Felipe: Con tal que los jóvenes no cometan pecados, estoy dispuesto a dejarme moler los huesos a palos.3 Y don Bosco hacía de todo por divertir a sus muchachos.
Algunos medios para atraerlos son: divertirles antes y después del catecismo, prometerles premios o regalos, organizar adecuadamente el catecismo, dar bien la lección a las diversas clases.
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MÉTODOS EN LA ENTREGA DE PREMIOS
Una norma: No todo lo que se da ayuda a una buena causa, sino el modo de darlo. Es la sugestión y la santa atracción ejercida con ella y sus efectos lo que debemos considerar. Hay sacerdotes diligentes que con una bagatela encantan a los niños porque saben presentarla, porque saben atribuirle algo original y resaltar su valor moral; porque saben despertar con sus gestos las emulaciones y los deseos de los niños y de sus familias. Otros, en cambio, aunque gastan mucho más en premios más costosos, consiguen muy poco. Incluso he visto niños que parecían tener que vencer el respeto humano y hacer al párroco la caridad de acercarse a él cuando acudían para recibir un premio por el catecismo. Es muy importante, por tanto, el método adoptado en los premios.
Premios especiales. Hay párrocos que suelen rifar alguna cosa entre los niños que más se distinguen en el estudio, en asistencia y conducta, los domingos y los días de catecismo, como estampas, caramelos, fruta, entradas para el cine, bonos para adquirir pequeños objetos, etc. Otros prefieren hacerlo una vez al mes, en las fiestas principales, no en cuaresma, o muchas veces pero a turnos y por clases. Todos apoyan esta fórmula en el principio de que el premio inmediato, aunque pequeño, provoca en los alumnos más atracción que otro lejano, aunque sea mayor. También en estos premios especiales se debe tener muy en cuenta el sentido del propio premio. Se consigue si se explica bien el motivo por el que se da, si se le acompaña con una merecida (nunca exagerada) alabanza,
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si se le da no clandestinamente, sino en público. Y en este sentido ha sido buena prueba en algunos sitios la costumbre de extraer los números de los premios y distribuirlos en la iglesia antes o después de las funciones, con el fin de que la gente y los familiares de los premiados puedan ser testigos.
Premios generales.Haya o no premios especiales, siempre es necesario que a lo largo del año se entregue un premio solemne y general. Lo habitual para ello es elegir el tiempo más solemne y cuando mayor necesidad haya de estimular la natural indiferencia de los jóvenes y los padres.
Y en esto, ¡cuántos métodos! Se puede dar en cada ocasión a los jóvenes que lo merecen una ficha en la que figure su asistencia, su aplicación y su conducta, y para evitar que se multipliquen en exceso, se procurará sustituirlas a su debido tiempo con otras que valgan 10, 50, 100. Se puede distribuir una cartilla personal en la que vayan estampándose sellos, tres cada vez, uno por el estudio, otro por la conducta y el tercero por la asistencia, o sólo uno, pero con valor de 1, 5 y 10, según lo merecido. Algunos usan la nota única que cada catequista escribe en su propio registro, mientras otros, con más acierto, dan notas para control de los padres y las controlan bien a fin de evitar pequeños fraudes de los chicos. En algún sitio se asigna a cada muchacho un vale con un número para que lo pegue cada vez en un cartoncito en el que figura ese mismo número. En cualquier caso, es obvio que la suma de vales, de fichas o de notas constituye el criterio para la designación de los premios.
La adjudicación de los premios puede variar mucho. Se puede establecer un premio para cada uno,
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pero es un método que provoca muchas críticas, quejas y disgustos. También se puede hacer una exposición de los premios y llamar a los chicos por orden de notas para que elijan el que prefieran. Es una forma más larga, pero satisface más. Otra alternativa consiste en exponer los premios para posteriormente ser asignados a los que han conseguido más vales o mejores notas. Por último, hay algunos que ponen en práctica una fórmula que puede asemejarse a una venta, en la que cada objeto lleva un número que representa un valor y los chicos lo compran según las notas que tienen o según los vales. En este caso se produce una gran satisfacción moral entre los padres, y más aún entre las madres, porque pueden acompañar a sus hijos a elegir el premio.
Como quiera que sea, para un mayor éxito, se debe procurar que cada joven consiga un premio, por pequeño que sea, para obtener el efecto querido: estimular a los chicos al estudio del catecismo y persuadir a los padres de que ese estudio es la ciencia más útil para sus hijos.
Es, pues, muy importante poner de relieve el valor, moral al menos, de los premios. Se distribuirán, por tanto, en público, y no solamente delante de los chicos, sino posiblemente delante de toda la gente del pueblo. Se prepara una fiesta solemne, se busca un local amplio y cómodo, que podría ser la propia iglesia, se anuncia previa y repetidamente el acontecimiento a los chicos, se exponen públicamente los premios, se invita a los chicos, a los padres, a los maestros, a los sacerdotes de las parroquias cercanas y a las autoridades locales. Al menos los primeros premiados ocuparán un lugar destacado. Se pronuncia un discursito
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fácil y muy breve y se procurará que haya música y cantos adecuados. No debe impedir el debido adorno una economía mal entendida. Abunden los elogios (sin exagerar) a los chicos y a cuantos colaboran en la instrucción catequística.
Muchos han manifestado que sería un premio excelente llevar a los más diligentes de excursión o a visitar algún santuario famoso y lejano. Es una buena decisión, pero no deja de tener inconvenientes si no se elige bien a los chicos o si el viaje comportara algún peligro. Son premios más habituales los paseos de algunas horas o de todo un día, paseos que pueden amenizarse con música, canto, función especial, visita a algún monumento o a algún santuario cercano, asistencia a algún acontecimiento deportivo o proyección cinematográfica.
¿Cómo hacer frente a los gastos de los premios? La mayor parte desaprovechan las mejores ideas de estas obras pensando en los medios. Pero no es verdad, dice un autor de prestigio, que sea el dinero lo que falta, más bien lo que generalmente falta son personas de gran espíritu que sepan encontrarlo. Un sacerdote que comprenda bien el alto ministerio de catequizar dispondrá del espíritu de los santos y pondrá algo de su parte, se dirigirá a personas buenas a quienes expondrá que esta obra supera en valor a muchas otras y que se la debe ayudar con limosnas; recordará al pueblo que dé algo como agradecimiento al Señor por una abundante cosecha o por alguna ganancia en las ventas; dirá a los padres que lo que le den será devuelto para el bien y el honor de sus hijos. En algunas parroquias suele ponerse en la iglesia una cajita con la inscripción limosna para el catecismo: en otras, los propios chicos
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preparan alguna representación teatral, organizan loterías o hacen colectas.
¿Imposible encontrar dinero? En ese caso los premios serán más pequeños. Puede ser suficiente un paseo a una iglesia, con visita y comunión, y una merienda que los propios chicos llevarán de casa. Lo que importa es no desanimarse, proseguir haciendo el bien sin ruido. Las obras hablarán por sí mismas elocuentemente ante la gente, y Dios y el pueblo no serán insensibles ante quien trabaja con espíritu abnegado. El dinero llegará cuando Dios lo crea oportuno y en la cantidad debida, pero seguro que llegará.
Es digno de tenerse en cuenta lo que hacen en una parroquia en la que se estudia bien el catecismo. Se dan vales, más o menos así: un vale con 2 puntos por presencia, otro con 3 puntos por buena conducta, un tercero con 2 por estudio, un cuarto con 3 por llevar el libro de misa y leer durante la misma, y el quinto con 5 puntos cada vez que se confiesan. Todos estos números forman parte de la suma final y deciden sobre el premio.
DAR BIEN EL CATECISMO4
Una forma esencial de enseñar el catecismo es hacerlo de tal modo que se instruya al tiempo que se educa. La instrucción exige que los niños aprendan las respuestas y que las entiendan de acuerdo con su edad y la materia del catecismo. La educación exige que se les acostumbre paulatinamente a practicar lo aprendido, es decir, que se les enseñe a orar, a acercarse a los santos sacramentos, a ser devotos de la Sma. Virgen, a obedecer, a huir de los compañeros malos, etc.
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¿Cómo se enseña? Organizando bien el catecismo. En primer lugar es necesario que el primer responsable del catecismo sea el párroco o quien le sustituye. La costumbre de confiar a otro sacerdote toda la tarea del catecismo es un error. El verdadero responsable delante de Dios es el párroco, y si éste no se interesa de su deber principal, ¿cómo puede considerarse párroco? El párroco puede hacer que se realice en gran parte el trabajo material del catecismo, pero el alma, la cabeza y el verdadero director es él. No es su cometido principal cuidar el beneficio, ni predicar en todos los sitios donde le llaman, ni atender a algunas personas piadosas, sino el catecismo. Nadie puede quitarle este derecho y deber. Debe preocuparse del local para ello, del personal con el que puede contar, del número de niños. Y teniendo en cuenta estas tres cosas, deberá establecer: a) el horario, que debe ser el más cómodo para los demás, especialmente para los niños, no para él; b) el número y distribución de las clases, que pueden ser muy variados, recordando que debe distribuir a sus colaboradores de tal modo que no haya envidias ni haga pensar en parcialidades; c) la materia que cada clase debe aprender, tratando de ser muy claro en esto por tratarse de algo muy importancia y prestarse fácilmente a malos entendidos.
También es útil dividir las preguntas en cuatro categorías: las que absolutamente todos deben saber por ser necesarias de precepto, y que han de repetirse con frecuencia incluso por los chicos más grandecitos; las que deben saber quienes tienen que recibir los sacramentos de la confirmación, la penitencia y la eucaristía; las que deben estudiarse más tarde y las que sólo exigen que se las explique. Para distinguirlas se las puede poner
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algún signo convencional, por ejemplo una cruz, un guión o un paréntesis.
Dado que actualmente se promueve una verdadera enseñanza de catecismo,5 con sus cuatro o cinco clases, con su horario, sus exámenes, etc., la división tendrá que hacerse según las clases, teniendo muy en cuenta que toda clase debe incluir la ciencia de la religión, evidentemente, pero con extensión y profundidad diversas.
Hechas todas estas cosas, el párroco explicará con claridad, primero a sus catequistas y luego a los niños, el modo de proceder en las notas y de qué modo regularán éstas la adjudicación de los premios, para dar a continuación a los catequistas y los niños, según su método, lo necesario: vales, cartillas, registros, etc. Es muy importante que el párroco no enseñe a ninguna clase en especial el catecismo. Su cometido consiste en vigilar a los alumnos y a sus catequistas y en acercarse a tiempo a las clases para dar los avisos oportunos y aplicar los castigos extraordinarios; hablar con los familiares; verificar el aprovechamiento de cada clase, no solamente repasando los registros sino preguntando y pidiendo explicaciones directamente en las clases; haciendo todo aquello que considere oportuno.
Y aquí es preciso advertir una cosa de la máxima importancia: el párroco debe vigilar a los catequistas, pero no privarles de una justa libertad, porque sólo ésta es capaz de hacerles sentir la importancia de su labor, mostrar su responsabilidad, realizar las mejores actividades, suscitar un santo entusiasmo por una buena causa. Por eso debe demostrarles una gran confianza, dejando de espiarlos en todos sus movimientos y palabras, no pretendiendo que hagan las cosas como él las haría en los más pequeños detalles, manifestándoles
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que les quiere y estima especialmente delante de los alumnos. Su propia vigilancia debe ejercitarse posiblemente de tal modo que sea poco o nada advertida; si tiene que hacer correcciones, las hará en privado, no ahorrando nunca una buena palabra de alabanza que anime a evitar el mal. Si comprueba posteriormente que una persona no es eficaz, con calma y a su debido tiempo tratará de sustituirla. Recordará en todo que es mucho mejor el estímulo y las alabanzas moderadas que las reprensiones amargas o los reproches duros. Quien nos ayuda no se merece esa recompensa. Hay observaciones fuera de tono que duelen incluso a quien parece recibirlas bien, si no siempre, casi siempre.
También debemos recordar que conviene distinguir a los catequistas con algún detalle de agradecimiento. Quizá baste con un libro, un crucifijo, una estampa algo mejor que las que se dan a los niños, una comida (si la prudencia lo permite). Pero quizá lo mejor sea un pequeño viaje o una peregrinación, o alabar alguna vez ante el pueblo y los chicos su labor, especialmente con ocasión de los premios.
Expuesta la organización, vayamos al modo práctico de enseñar el catecismo en clase. El catecismo es la leche del cristiano, y por eso debe impartirse a los niños de forma adecuada, lo que exige una buena preparación y que se tengan en cuenta por lo menos las reglas más elementales de pedagogía.
Respecto a la preparación, da verdadera pena ver la superficialidad que muchos demuestran cuando enseñan el catecismo. No la estiman en absoluto. Van a clase sin saber qué dirán o qué preguntas harán... En este caso, ¿habrá que sorprenderse de que los niños no aprendan, que no le den
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importancia, que no estén atentos? En lugar de quejarse de ellos, lo más oportuno sería que hiciera un poco de examen de conciencia. La preparación es una señal casi inequívoca de éxito.
En cuanto a las reglas de pedagogía, transcribimos algunas extraídas de la Guía práctica para la enseñanza del catecismo.6
Entrada. Procure el catequista encontrarse en el aula de la lección antes de que lleguen los alumnos; prepare sitio para todos, asignándoselo a cada uno y no dejando que elijan ellos, porque se pondrán juntos los más alborotadores; los cambie si conviene; tenga a todos los escolares de cara para poder verlos bien; esté atento a todos; no abandone la clase; elimine todo motivo de distracción; no se ponga en la puerta de entrada; se mantenga serio pero amable; tenga buena compostura y no gesticule; no dé órdenes cuando van, vienen o hacen ruido.
Al empezar el catecismo. Debe ser puntual al horario; no comenzará la oración si no están todos atentos y en silencio; no comenzará la lección si no están todos en calma; el alumno debe convencerse de que el catequista no explica ni pregunta si no se hace silencio; no gritará para que haya calma; no amenazará ni prometerá nada que no pueda cumplir; no tratará de conseguir la disciplina con regalitos durante la lección, porque alteraría el orden y no sería eficaz; es mejor no gritar a los negligentes y alabar la conducta de los buenos; sí conviene a veces llamar la atención de los turbulentos con gesto serio; no se debe acusar ni zaherir, como tampoco comenzar las lecciones con una reprimenda; si ésta fuera necesaria,
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la hará con dignidad y calma; no gaste mucha energía si tiene que decir algo o reprender, pues puede conseguir el mismo resultado con poca; sea prudente cuando hable de ellos en su presencia; trate de ganarse su afecto; no exagere cuando reprende o castiga; estudie la índole de los alborotadores y trate de atraérselos y calmarlos con habilidad; con frecuencia se cura a los soberbios fingiendo no hacerles caso y a los listillos e insolentes fingiendo no oírles ni entenderles, además de manifestar firmeza y seriedad cuando convenga.
A lo largo de la lección. Téngase el libro en la mano, pero posiblemente sabiéndolo de memoria; no hay que alterarse si alguno no sabe la lección; despertar la emulación entre ellos; se preguntará poco a los engreídos, haciéndoselo desear; y aun entonces planteándoles preguntas difíciles, a las que no sepan responder, pero sin avergonzarles, corrigiéndoles como si se tratara de alumnos normales, con sencillez; conviene hacer a los tímidos preguntas fáciles, animándoles, haciéndoles ver lo acertado de la respuesta y corrigiendo lo demás; trataremos de preguntarles a todos, pero especialmente a los distraídos y más torpes; les haremos preguntas desmenuzadas que exciten su curiosidad; se quitará prontamente la palabra a quien se considere que hará el ridículo; si se quiere explicar algo, no citar nunca casos o expresiones chabacanos; no hacer preguntas que supongan un principio falso, como ¿cuál es el octavo sacramento?; no se reprenderá nunca a nadie por su ignorancia; no nos impacientaremos al ver que no nos han entendido; no citaremos durante la lección hechos o ejemplos muy largos ni contaremos los que sean extravagantes, sino que preferiremos los de la Sagrada Escritura, de la historia eclesiástica, de la vida de los santos más conocidos; no olvidaremos nunca el resumen de la lección y la
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resolución práctica. Quien quiera ser buen catequista, no debe olvidar los hechos oídos u otros medios que puedan ayudarle.
Después de la lección. Se rezará bien la oración, como al principio, y se procurará que la salida sea ordenada. El catecismo dará su fruto en la medida que se le fecunde con la oración y la mortificación. No olvidemos pues nunca recomendar a Dios a los escolares, especialmente a los más inquietos y menos atentos.
Creo conveniente añadir algo más: es una gran habilidad saber hacer preguntas bien desmenuzadas, para poder dar una explicación clara aprovechando la propia respuesta de los chicos; una explicación curiosa porque se hace en forma de diálogo; una explicación fácil de recordar porque es viva e interesa más al amor propio de los alumnos. Conviene abundar en esta clase de preguntas, pero deben hacerse con palabras claras y ser muy breves; también deben adaptarse a la capacidad de los chicos, ser graduales, variadas, sugestivas y estar adecuadamente relacionadas. Hace poco se publicó un catecismo que ofrece aplicaciones muy buenas de este método. Después de cada respuesta añade nuevas preguntas en serie. Se trata de El catequista de los niños elaborado con los criterios del Congreso Catequístico de Milán7 (Libreria del S. Cuore, Turín, 3 liras).
ALGUNOS MEDIOS PARA AYUDAR AL CATEQUISTA8
La ciencia es por sí misma una cosa buena y los sacerdotes nunca debemos aparecer como enemigos del verdadero progreso, pero tampoco debemos aceptar apresuradamente las novedades que no han sido contrastadas.
El método objetivo ha sido debidamente contrastado, atrae mucho la atención de los jóvenes
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y nos hace recordar las verdades que por sí mismas serían muy fáciles de olvidar. Tratándose del catecismo, no nos es posible usar ese método como lo usan los físicos para explicar la máquina neumática, pero podemos aprovecharlo de alguna manera.
Un catequista podría, por ejemplo, aconsejar a sus alumnos que comparan un texto ilustrado del catecismo, como puede ser El pequeño catecismo ilustrado o El gran catecismo ilustrado9 (0,10 y 0,40 liras, Società Buona Stampa, Turín).
Podría contar también con una colección de estampas y tarjetas que ilustren los principales misterios de la religión, la vida de Jesús y de la Virgen María, los santos sacramentos, los novísimos, etc. Quien la desee no necesita gastar mucho para conseguirla poco a poco. Donde sea posible, es mejor contar con murales que representen en mayor tamaño lo que las estampas ofrecen en pequeñas dimensiones; también se puede recurrir al encerado para dar una explicación más clara y viva.
Finalmente, lo óptimo sería enseñar el catecismo con proyecciones. Pero aquí hay que decir que no debe ser una forma tan usada que se convierta en habitual, pues no conseguiría su finalidad. Por otra parte, antes o después es necesario que la lección se recite en clase, porque las proyecciones sólo sirven como explicación. Convendría hacerlo pocas veces y como premio.
Parece conveniente que al explicar cada cuadro se proceda así: primeramente se explica su sentido, luego qué significan las personas y las cosas que figuran en él y por fin se hace alguna aplicación práctica.
Cómo educar con el catecismo. El catecismo no es, como las demás ciencias que se estudian,
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una cosa que deba fijarse en la mente solamente, sino que debe implicar la voluntad, descender al corazón y conformar los sentimientos, los deseos, las obras y la vida del hombre. La educación consiste en acostumbrar a realizar obras buenas. El cristianismo no es solamente pensamiento, sino que es vida, y la vida se compone de pensamiento y acción. ¿Qué medios necesitamos para ello? Lo que dijimos anteriormente sobre el modo de instruir es muy educativo, pero nos parece útil añadir algunas cosas:
El catequista debe ser un modelo de vida sana, piadosa, ordenada. Los alumnos son muy perspicaces y saben distinguir a quien siente y practica lo que enseña y a quien no lo siente ni lo practica. El párroco debe estar muy atento en la elección de sus ayudantes.
Durante el catecismo debe aplicarse a la vida práctica lo que se enseña. Se le aplica corrigiendo los errores, por ejemplo si entran mal en la iglesia, riñen, no estudian o no están atentos, son soberbios, etc., y en este caso se le aplica dando las razones que ofrece la fe; se le aplica también enseñando cómo se practica lo que han estudiado en el catecismo, por ejemplo cómo y cuándo deben rezar, cómo deben estar en misa, con qué horror deben huir de los compañeros malos, evitando la blasfemia, la inmoralidad; se le aplica, en tercer lugar, insistiendo para que se acerquen a los santos sacramentos, para que se acerquen bien, para que se acerquen a menudo.
Al final de la lección de catequesis debe inculcarse la práctica de lo más importante que se ha enseñado con una reflexión cálida y breve, con un hecho o con una anécdota; se les inculca un propósito y se les deja un recuerdo práctico. Y aquí debemos recordar que el niño es capaz de pocas cosas y que un
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propósito concreto es suficiente. No pretender demasiado es un gran secreto.
Después de la lección sería muy útil, en la medida de lo posible, vigilarles para hacer un estudio de su carácter, de sus buenas cualidades, y tenerlo en cuenta cuando sea necesario.
Todo esto exige sacrificios, pero debemos ser animosos porque así se describe en los salmos la suerte del operario del Señor: Euntes ibant et flebant mittentes semina sua, venientes autem venient cum exultatione portantes manipulos suos.10
Autores que pueden ser útiles para el catequista:11
Mons. BERSANI, Catechismo spiegato ai fanciulli per via d'esempi e di similitudini.12
GAUME, Il catechismo di perseveranza, con los hermosos anexos y notas del Dr. Morandi, 8 vols. L. 16.
- Compendio del catechismo di perseveranza. L. 1,20.
GUILLOIS, Spiegazione dogmatica, morale, liturgica e canonica del catechismo.
BOGGIO, Magister Parvulorum: Explicación del Catecismo Grande, L. 2,80.
- Piccolo coi Piccoli: id. para el Catecismo Pequeño, L. 1,25.
DIANDA, Il Catechismo di Pio X spiegato al popolo sulle norme del Catechismo Tridentino, 6 vols. L. 18.
Mons. ROSSI, Guida del catechista.13
PERARDI, Manuale del catechista cattolico.
SCHMITT, Il piccolo catechismo spiegato.
SCHOUPPE, Istruzione religiosa per esempi.
SEGNERI, Fiori d'esempi e paragoni tratti dal Cristiano istruito.
SPIRAGO, Raccolta di esempi: 2 vols. in-16.
- Catechismo popolare cattolico, 3 vols.
- Catechismo della gioventù.
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ZACCARIA, Tesoro di racconti.
Giardino del catechista: prontuario d'esempi.14
Il catechista istruito nei doveri del suo ministero.15
DELLA-VALLE, Metodo da tenersi nell'insegnare.
Guida pratica nell'insegnamento del catechismo.
Fede mia e vita mia,16 vol. 6.
In alto i cuori!,17 vol. 4.
Gesù e i fanciulli,18 vol. 3.
En Cav. Marietti y en las librerías católicas.
NB. Para adquirir máquinas de proyección o de diapositivas, dirigirse
1° A la sociedad Unitas de Turín.
2º A la dirección de Scuola italiana moderna, Brescia.
CATECISMO EN LA IGLESIA O ESCUELA PARROQUIAL DE CATECISMO
Monseñor Swóboda, profesor de Teología Pastoral en la Universidad de Viena, obtuvo de su Gobierno una estimable subvención para viajar por todas las ciudades más importantes de Europa para estudiar el estado de la cura de almas. Y alaba dicha acción tal como está organizada en Italia,19 pero alude especialmente, entre las cosas peor organizadas, a las clases de catecismo distribuidas en las iglesias. En un local tan amplio hay mil motivos de distracción para los niños y los propios catequistas; las clases, inevitablemente ruidosas, se molestan entre sí; el maestro no dispone de muchos medios de control de la disciplina, que sí son posibles en aulas cerradas; con un ruido que es imposible evitar totalmente, los
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niños pierden el interés por la enseñanza más importante, viéndola relegada muy por debajo de cualquiera otra disciplina; el esfuerzo es doble, triple, etc., y el efecto muy escaso. Todo esto lo entiende bien quien lo ha comprobado y puede comparar esa forma de enseñar el catecismo con el que se usa en un lugar cerrado.
Es pues muy oportuna la forma a la que optan hoy muchos sacerdotes diligentes y que consiste en fundar oratorios y escuelas parroquiales.
Mientras esperamos que todos vayan entendiendo su necesidad y pasen a la acción, vamos a tratar de algunas cosas prácticas con las que evitar el mayor número de inconvenientes que encuentra el catecismo en la iglesia.
a) Se procurará que en la iglesia haya el menor número posible de clases. En todas las iglesias hay una sacristía y se dispone de algún local que sirve de trastero o de una sala de reuniones de las Hijas de María20 o de los Luises.21 Alguna clase puede estar allí. En muchas parroquias se cuenta con un local para el Círculo, para la Caja rural o para el comité que podría también servir para las clases.
b) Cuando se enseña el catecismo en la iglesia puede ser también conveniente que los niños se diviertan un poco fuera de ella, porque es una forma de atraerles y de que aumente su número. Es un mal sistema dejar que entren en clase según van llegando para que esperen allí a los demás, pues se distraen y pierden la estima y el respeto al catecismo y la disciplina se va al traste. Casi en todas las iglesias hay una explanada o una amplia calle donde pueden esperar. Además, ¿por qué no han de poder hacerlo en el patio de que dispone el propio párroco? Puede ser un sacrificio o cierta dependencia, pero se sentirá recompensado
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con el afecto de los niños, la satisfacción de una obra buena y el mérito para el cielo. Jesús soportaba muy bien la importunidad de los niños.
c) En la iglesia, en la medida de lo posible, se exigirá que todos los niños y sus catequistas hablen en voz baja.
d) La entrada, la asistencia a la lección y la salida se ordenarán de acuerdo con la santidad del lugar.
En suma, que la entrada sea devota, lo que quiere decir tomar agua bendita, hacer la genuflexión, arrodillarse delante del Santísimo, decir un padrenuestro y un avemaría, o por lo menos alguna jaculatoria, y caminar ordenadamente hasta el sitio correspondiente en clase. Durante la lección se mantendrá buena compostura; sería muy conveniente que se tuviera el catecismo entre las manos o los brazos cruzados. Se sale en fila, se hace de dos en dos la genuflexión y la señal de la cruz, nadie debe correr. Aunque parezcan cosas bastante difíciles, si el catequista sabe mantenerse en su sitio, las conseguirá y serán la corteza que guarde la médula.
Sé de catequistas que han sido rigurosos en estas cosas, que las han exigido a toda costa y han conseguido convertir sus clases en modelos de orden y atención.
Nos quejamos de que el catecismo no funciona, pero debemos pensar que los maestros de elemental estudian tres años y cumplen atentamente las reglas pedagógicas. ¿Qué hacemos nosotros? ¡Cuánto ayudaría a un sacerdote que llega al final de sus estudios leer un tratado de pedagogía! Cito algunos de los mejores:22
KRIEG, Catechetica.
BOGGIO, Catechismo e pedagogia.
SPIRAGO, Metodica speciale dell'insegnamento religioso cattolico.
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VECCHIA, Pedagogia.
D'ISSENGARD, Breve cenno di catechetica.
N. N., Guida pratica all'insegnamento del catechismo.
¡Qué gran ayuda sería leer habitualmente la revista El Catequista Católico!23
ORATORIO24
Actualmente, el catecismo en las escuelas de Italia, debido a unos tiempos tan nefastos, se encuentra en una situación lamentable. Y aun pretende la masonería ir más allá y abolirlo por completo, hasta borrar de la tierra todo signo del cristianismo. Nosotros tenemos el deber de aprovechar los últimos restos de libertad que nos deja ese conglomerado de leyes y normas que nos oprimen, pero eso lo veremos al hablar de la acción católica. Por ahora sólo aludimos a algunas cosas que pueden interesar en los oratorios.
¿Cómo formar un oratorio? Es un problema que asusta a casi todos, pero recordemos el método usado por don Bosco o el Cottolengo, quienes comenzaron sus obras con un pequeño prado, una sala, un cobertizo o un corral. También nosotros debemos comenzar con muy poco y hacer todo lo que podamos. Cada día añadiremos algo, pues con la bendición de Dios y nuestro espíritu de sacrificio, una pequeña semilla se convertirá en árbol gigantesco. No hay método peor en estas cosas que el método apriorista: querer disponer de inmediato de un palacio, de un patio amplio y cómodo, de personal perfecto, de reglas bien definidas. Un método de este tipo tiene muchos inconvenientes, como exponernos a gastos muy elevados y generalmente sin rentabilidad relativa: ahuyenta a los bienhechores y provoca soberbia. Sigamos el método positivo: hacer lo que resulta posible, ir añadiendo pausadamente lo que sugieran las circunstancias.
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¿No se puede pensar en un plan grandioso? Sí, y de acuerdo con él, como hacía don Bosco, buscaremos un sitio donde con el paso del tiempo sea posible crecer. Más aún, se procurará construir el local que debe servir como oratorio de tal forma que pueda usarse para diversas actividades, como para las clases nocturnas, quizá un día para escuelas confesionales, para reuniones de jóvenes o casa del pueblo.
Evidentemente, una cosa es tener un proyecto grandioso y otra ejecutarlo.
¿Qué hacer? Una vez establecidas las líneas generales de un plan grandioso, procuraremos elegir el lugar adecuado. Y aquí conviene tener en cuenta la proximidad a la parroquia, tanto por comodidad del clero como porque el espíritu de la Iglesia es que toda organización católica se cree como hija y alrededor de la organización fundamental en la Iglesia, y ésta es la parroquia.
Se comienza con la construcción de algunas salas, quizá de una solamente, e incluso puede ser suficiente al principio un cobertizo o un patio, donde poco a poco se construirá un local. Si cada cinco años se añadiera una sala, el día en que un párroco celebre sus veinticinco años de sacerdocio podría contar con un oratorio capaz de acoger a cinco clases diferentes. ¿Y qué tendría de malo dejar que el sucesor completara la obra?
En esto no debemos olvidar nunca que, conforme vaya apareciendo la necesidad, debemos saber prescindir de gastos no necesarios y que no faltarán personas que nos ofrezcan alguna ayuda.
Y si la obra no se consolida, no habrá nada que nos avergüence ni un derroche baldío. En fin, que cabe esperar un final feliz.
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Además, si se tuviera mucho dinero a disposición, no sería una buena decisión levantar un edificio mayor de lo que se necesita; es mejor ir creciendo un poco a la vez, según la necesidad. Ya decía el venerable Cottolengo: Las coles trasplantadas crecen mucho más.
En Alemania construyen junto a la iglesia parroquial la rectoría y el oratorio, que suele ser de madera para evitar gastos. El secretario nacional de las escuelas se propone como fin último conseguir plena libertad de enseñanza, de acuerdo con la idea de la escuela libre, para poder abrir escuelas confesionales mantenidas por los católicos. Es lo que ha sucedido en Bélgica, mucho más avanzada que Italia en asunto de instrucción popular, pero se ha conseguido tras una lucha colosal que ha durado cincuenta años. Nosotros estamos muy lejos todavía de una victoria parecida, pero hacia ella tienden aquí los católicos militantes y a ella debemos llegar si queremos que la escuela cuente con la justa libertad de que goza en Alemania, Bélgica e Inglaterra. Y si la idea de la libertad y la idea católica triunfan dentro de cincuenta años, querrá decir que dispondremos de locales muy aptos para la escuela.
¿Cómo organizar el oratorio? No hablamos del tiempo en que se forma, cuando se hace lo que se puede, hasta el punto de tener las clases de catecismo distribuidas entre el oratorio y la iglesia..., sino del oratorio formado. También aquí sería un error aplicar un apriorismo absoluto, es decir, querer adoptar enteramente un método que se usa en otro sitio, aunque allí haya resultado positivo. Las cosas de los hombres tienen aspectos comunes y específicos en todos los sitios, y por eso conviene estudiar la organización de otros oratorios, especialmente los de los Salesianos y los de los Hermanos de las Escuelas
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Cristianas, pero es importante introducir después las peculiaridades que exige cada lugar.
Y aquí debemos tener en cuenta algunas diferencias entre un oratorio y otro. Hay oratorios con un programa mínimo cuyo fin es reunir a los jóvenes de los seis a los dieciocho años para entretenerles con juegos sanos, estimularles al estudio del catecismo y de la religión, orientarles a una ejemplar vida cristiana y civil. Los medios son el catecismo en clase, la breve instrucción en común, la misa, la bendición con el Santísimo, el esparcimiento y el recreo, la música, las pequeñas representaciones teatrales, el cine y en alguna ocasión el bar.
Así es el oratorio que se va imponiendo actualmente.
Hay oratorios con programa medio y máximo, que expondremos después.
Hay oratorios parroquiales, pero confiados a una congregación religiosa, a la que el párroco debe conceder una gran libertad, pero estando al corriente de todo lo que se hace y en íntima relación con la dirección y con los jóvenes. El párroco debe insistir entre los familiares de los muchachos para que se los envíen, los visitará con frecuencia en sus recreos y en las clases. El director, a su vez, aun dependiendo únicamente de sus superiores, debe tratar de que no les falte a los muchachos la debida asistencia e instrucción religiosa, procurando ponerse de acuerdo con el párroco en todo lo que no le prohiben sus constituciones. Sólo así puede existir un oratorio como el que comentamos, pues el párroco debe ser el alma de toda la acción pastoral y la dirección religiosa necesita a su vez una suficiente libertad de acción y poder cumplir las reglas de su congregación.
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Hay oratorios interparroquiales. ¿No es mejor un oratorio en cada parroquia, incluso en poblaciones con dos, tres o cuatro parroquias? Cuestión complicada, pero la respuesta no es mía, sino del Congreso Catequístico de Turín (1911):25 Teóricamente es mejor el oratorio parroquial y prácticamente el interparroquial. ¿Por qué? Porque se ahorra dinero, porque se ahorra personal, porque cuando están todas las fuerzas unidas se puede hacer más. Pero si tuviera que expresar mi sentimiento diría esto: Si el oratorio interparroquial se confía a un director (religioso o sacerdote secular, que da lo mismo), que dependa igualmente de todos los párrocos y que cuente con la libertad necesaria, preferiría el oratorio interparroquial. En cambio, si lo dirige un solo párroco, material o moralmente, o alguien que haga sus veces..., preferiría el oratorio parroquial, aunque no tuviera una vida tan exuberante. Se apela a todas las fuerzas unidas, ¿pero no sucede precisamente que a veces se desunen las fuerzas a causa del oratorio? Se dice que puede hacer más, ¿y no sucede a menudo que los jóvenes van a parar a un lugar anodino?
Centrémonos ahora en la organización en particular. Hablando de cosas de tipo general, la organización puede ser aproximadamente la misma que la de la escuela parroquial de catecismo, pero si dispone de locales más adecuados puede funcionar mejor. Sin embargo, se debe decir que en los recreos los muchachos deben:
a) Estar siempre ocupados con toda clase de juegos aptos para ellos, porque las diversiones son una condición indispensable para los oratorios. Decía un discípulo de san Felipe Neri de su maestro: Hacía que fuéramos buenos con el juego, con el canto y con el baile. También se pueden
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enseñar juegos nuevos, participar en ellos moderadamente, organizar competiciones, carreras, etc.
b) Tenerles controlados continuamente y vigilar cuando no están al alcance de nuestros ojos.
c) Estar muy atentos para evitar accidentes y los peligros.
Sobre el espíritu de piedad que debemos infundir en ellos, recordemos lo dicho anteriormente al hablar de los jóvenes. En cuanto a la orientación que debemos darles sobre la vida social, la trataremos al hablar de la acción católica.
APÉNDICE
1º. Formación de los catequistas y del personal del oratorio. Es una de las cosas que debemos tener en cuenta en la dirección adecuada del oratorio, así como cuando se enseña el catecismo en la parroquia, tanto si se consideran las cosas desde el punto de vista financiero para ahorrar gastos, como si nos referimos al tema moral, porque quien se forma allí y bajo la dirección del párroco adquiere mejor su espíritu y se aficiona más a él.
Con esto no queremos decir que los demás sacerdotes de la parroquia estén dispensados de enseñar el catecismo, que sólo puede estarlo quien esté impedido física o moralmente; los sínodos lo imponen así en todos los sitios, a no ser que haya razones de justicia para no hacerlo, y el mismo Papa se ha expresado en estos términos: Ningún sacerdote tiene un deber más grave ni que más le obligue que éste (encíclica sobre el catecismo);26 en el momento de la ordenación, el obispo declara: que vuestra doctrina sea medicina para el pueblo de Dios, y la propia esencia del sacerdote consiste en ser
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un apóstol de la palabra. Por consiguiente, el párroco buscará a sus primeros catequistas en los sacerdotes, pero debe invitarles y tratarles como merece alguien que es ministro de Dios.
Sin embargo, muchas veces hay que buscar a otros y formarles, para lo que existen diversos medios.
Si hay oratorio, se puede crear una clase para los más adultos que se llamará clase de religión, clase de perfeccionamiento. Si no hay oratorio, se puede introducir el catecismo de perseverancia para las y los jóvenes, una clase en la que se impartirá una enseñanza más amplia, en la que se hable, por ejemplo, de historia sagrada, de algo de liturgia. Los mejores de esas clases serán nuestros catequistas.
Se pueden encontrar catequistas en las asociaciones católicas, y mejor aún entre las Hijas de María.27
Puede haber también en los pueblos hombres buenos, excelentes maestras, religiosas diligentes, señoras piadosas. Se las debe invitar, y algunas veces lo están deseando secretamente.
Y si no se les encuentra o no se les puede avisar, se puede preparar un sermón sobre el catecismo poniendo de relieve su importancia y apelándose cordialmente a los oyentes; los resultados suelen superar las expectativas. Entre esas personas se eligen las más capaces y se las forma. Y la formación será doble: religiosa y científica. La primera se hace desde el confesionario, especialmente orientándolas a una vida cristiana y ejemplar; la segunda, prestando o regalando libros adecuados para las explicaciones y dándoles alguna pequeña conferencia en la que se les exponga de forma práctica lo que deben hacer. Si ya están formadas, será suficiente explicarles
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la propia organización catequística y darles algún aviso práctico.
2º. Competiciones catequísticas. Escribía un párroco: He renunciado a los concursos catequísticos porque casi siempre me veía obligado a dar los primeros premios a muchachos más bien díscolos, por estar dotados de buena memoria, ser sinceros y responder con desenvoltura. En cambio, los de mejor conducta y más asistencia, bien por ser tímidos, bien por su poca memoria, conseguían el último premio o no conseguían ninguno. Y añadía otro párroco en la misma circunstancia: Yo he comprobado que es muy útil el concurso público incluso en la iglesia, donde el pueblo y los padres sean testigos de los conocimientos de los muchachos. Parece que podemos concluir diciendo que tal competición es útil, pero debe asignársele un premio diferente al que se da por estudio-presencia-conducta en las lecciones del año escolar.
3º. Examen de catecismo. ¿Son útiles los exámenes? Algunos los consideran tan importantes que los exigen trimestralmente. Otros consideran más acertado que no se den. El parecer generalizado es que se den, pero una sola vez o al máximo dos veces al año. Son una excelente ocasión para que se repita con la mayor aplicación lo que se ha estudiado. Deben hacerse con la máxima solemnidad y se invitará a los maestros o las maestras de la enseñanza elemental, a algún sacerdote cercano, a los diversos catequistas, etc.
Para dar más relieve al examen es conveniente recordar que es importante hacer comprender al pueblo la importancia y la necesidad del conocimiento del catecismo. Porque si cuando lo enseñamos lo situamos en un lugar muy inferior
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al de la enseñanza de las demás ciencias, ¿qué importancia tendrá para los jóvenes y sus padres? Para remediar esto me parece una medida excelente lo que sugería un diligente sacerdote: distribuir con buen criterio las clases de catecismo y examinar solemnemente a cada promoción; leer públicamente en la iglesia las notas obtenidas y los ascensos logrados; dar a cada muchacho por escrito los resultados. Y cuando se trata del examen de exención de la obligación del estudio del catecismo, que haya mayor solemnidad, que se diga, entre otras cosas, que el documento de dicha exención deberá presentarse al contraer matrimonio religioso, del mismo modo que el Estado exige el documento de la exención de la enseñanza elemental cuando se inscribe a alguien como elector. Servirá más que el examen de los novios, que hoy se hace sobre todo a quien no lo necesita.
Se dirá que estas cosas son utopías en la práctica, pero no es así en muchas parroquias rurales. Y si no se consigue todo, sí al menos la mitad. Cuanta menos importancia dé el sacerdote a esto cuando quiere ponerse a la altura del pueblo, menos se la dará el pueblo, hasta el punto de considerar inútil esta enseñanza, como desgraciadamente sucede en algunos sitios.
¡Y pensar que para aprender a leer y a escribir hay escuelas normales, muchos maestros, sueldos considerables, locales amplios, exámenes rigurosos y mil formalidades! Y con el catecismo, ¿qué? ¿Habrá que concluir que no se cree en su superioridad sobre todas las ciencias humanas? ¿O que, aunque se crea teóricamente en esa superioridad, no se tiene la valentía y la diligencia de hacer algo concreto?
4º. Catecismo de perseverancia. Se le puede establecer en todas partes:
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está ordenado a agrupar a quienes están libres de la obligación de venir al catecismo de los niños para darles una instrucción más completa y razonada. Es más difícil reunirles en la iglesia que hacerlo en un oratorio, si se dispone de él.
Bajo el aspecto de Círculo juvenil, de Círculo de cultura, de Círculo de ancianos, los jóvenes se dejan atraer mejor, mientras que las jóvenes prefieren entrar en la compañía de las Hijas de María28 e irán al catecismo por este motivo.
5º. Catecismo razonado. Es el catecismo que se da en la iglesia desde el púlpito o desde el altar a todo el pueblo. En casi todas las parroquias precede a las vísperas, en alguna sigue a la misa parroquial o tiene lugar antes de la misma. Es muy útil, y más en nuestros pueblos, donde la explicación del catecismo al pueblo, prescrita por el concilio de Trento y recientemente por Pío X,29 se ha convertido en sermón, pero el sermón a una parte del pueblo no es tan accesible como el catecismo razonado.
De todos modos, debe hacerse de manera sencilla, fácil, siguiendo el texto, con ejemplos y semblanzas adecuadas a la inteligencia de gente sencilla.
6º. Explicación del catecismo a las diversas clases reunidas. Hay parroquias en las que el párroco, u otro sacerdote, suele explicar el catecismo a todas las clases reunidas. En este caso la división de las clases se hace especialmente para la recitación. A continuación, todos los niños se reúnen en la capilla del oratorio o de la parroquia. Puede ser útil siempre, pero especialmente cuando esa explicación la oye también el pueblo y cuando los catequistas no están todavía suficientemente formados para su cometido.
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ALGUNAS NOTAS
1º. Se pregunta: ¿Cuántos chicos puede albergar la clase de catecismo? Viene bien aquí el principio divide y vencerás. Conviene usarlo mucho porque que el catequista dominará mejor la clase, dirá cosas más adecuadas para algunos y preguntará a todos, de modo que les enseñará mejor. No se puede determinar un número, que debe depender de la habilidad de quien enseña, de la conducta de los chicos, de que el aula sea cerrada o no. Suele establecerse una media de quince a veinte chicos.
2º. ¿Cuánto debe durar cada la lección? El Papa ha establecido una hora,30 pero comprende las oraciones, la distribución de cartillas o de las fichas de asistencia. Algunos dicen que, dado que en muchas diócesis el catecismo se enseña también en Adviento (lo que no prescribe el Papa), se puede abreviar un poco la duración de la lección, especialmente cuando hay después una instrucción especial para los niños.
3º. Muchos observan que la distribución de las fichas y de las cartillas timbradas durante la lección altera el orden, lo que es verdad, y de ahí que algunos, queriendo evitar este inconveniente, recojan antes y distribuyan después de la lección las cartillas timbradas y entreguen las fichas a la salida.
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SOCIEDAD DE LA DOCTRINA CRISTIANA31
Pío X ha establecido que en todas y cada una de las parroquias se erija canónicamente la Congregación de la Doctrina Cristiana.32 Está destinada a ser una ayuda material y moral del párroco para apoyar el catecismo. Quien entra en ella se obliga a pagar anualmente una pequeña cantidad que servirá para hacer frente a los gastos de la asociación y de los premios de los niños. Además, se compromete a favorecer con todas sus fuerzas el catecismo, bien haciendo que participen los propios hijos, los subordinados, los amigos, los familiares y los conocidos, bien prestándose a enseñar él mismo el catecismo si es posible.
Todos los párrocos pueden instituir esta sociedad con la redacción de un reglamento adecuado a su parroquia y teniendo en cuenta todas las circunstancias especiales.
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1 El catecismo fue siempre para el P. Santiago Alberione una tarea pastoral fundamental. Ya cuando era seminarista se había comprometido en esta obra, como dice él mismo en AD 78-81. La revista Il Catechista Cattolico publicó dos artículos escritos por el P. Giuseppe Priero (1914-1915) en los que describía la reunión catequística de la diócesis de Alba y los programas de la enseñanza de la doctrina cristiana preparados por una comisión al efecto. Cf. G. PRIERO, “Adunanza catechistica diocesana di Alba”, en Il Catechismo Cattolico, 1914, pp. 184-186, y “Il lavoro di un anno ad Alba”, en Il Catechismo Cattolico, 1915, p. 267. Véanse también I programmi per l'insegnamento della dottrina cristiana nella diocesi di Alba, Scuola Tip. Piccolo Operaio, Alba 1914. El P. Santiago Alberione formó también parte de esa comisión, como documenta en AD 80, y parece que I programmi fue el primer trabajo impreso de la naciente Pía Sociedad de San Pablo, fundada por él en 1914. Para un estudio más profundo sobre el tema del movimiento catequístico italiano, cf. L. NORDERA, Il catechismo di Pio X. Per una storia della catechesi in Italia (1896-1916), LAS, Roma 1988, pp. 221-290, 449-451.
2 PÍO X, Acerbo nimis, ASS, XXXVII (1905), pp. 613-625; cf. también en CC, 1905, II, pp. 264-276. La encíclica se lamenta de la gran ignorancia religiosa y pide el compromiso en la tarea de instruir a los fieles en la doctrina sagrada.
3 Cf. FELIPE NERI (san), Lettere, rime e detti memorabili, Ed. Fiorentina, Florencia 1922, p. 123.
4 En el texto de ATP esta división no era un tema independiente, sino la continuación del anterior. No obstante, el contenido sugiere esta distribución.
5 La fórmula “catequesis en forma de verdadera enseñanza” fue promovida especialmente por monseñor L. Pavanelli y monseñor L. Vigna. Cf. L. PAVANELLI, L'insegnamento del catechismo in forma di vera scuola, secondo il metodo critico e il sistema intuitivo, Berruti, Turín 1914, y L. VIGNA, Un parroco di campagna ai suoi catechisti, Berruti, Turín 1912. Cf. L. NORDERA, Il catechismo di Pio X..., o.c., pp. 271-275; 443-447.
6 Cf. Guida pratica all'insegnamento del catechismo, Fratello delle Scuole Cristiane (dir.), Berruti, Turín 109.
7 Il catechista dei fanciulli, Guía práctica para la enseñanza y explicación del breve catecismo prescrito por S. S. Pío X, compuesto según lo propuso el Congreso Catequístico Nacional Italiano celebrado en Milán en septiembre de 1910, Librería Sacro Cuore, Turín 1911.
8 También aquí se ha añadido una división de párrafo distinta de la original en ATP.
9 Se trata probablemente de dos obras de Q. PIANA: Piccolo catechismo, usado en las diócesis de Lombardía y Piamonte, de acuerdo con el texto auténtico y prescrito por el episcopado lombardo y piamontés, ilustrado con 25 cuadros, Scuola Tip. Salesiana, San Benigno Canavese 1904, 96 pp., y Compendio della dottrina cristiana, también usado en las diócesis de Lombardía y Piamonte, de acuerdo con el texto auténtico y prescrito por el episcopado lombardo y piamontés e ilustrado con 62 cuadros por Q. Piana, salesiano, Suola Tip. Salesiana, San Benigno Canavese 1904, 304 pp.
10 Sal 125,6: «Van, sí, llorando van al llevar la semilla; mas volverán, cantando volverán trayendo sus gavillas».
11 Cf. “Índice de Autores”.
12 Se trata probablemente de la obra de A. BERSANI-DOSSENA, Catechismo spiegato al popolo per via d'esempi e di similitudini, Tip. Quirico e Camagni, Lodi 1904; o La religione spiegata ai giovinetti con esempi, 4ª edic. revisada y aumentada, Tip. Quirico e Camagni, Lodi 1905.
13 G. B. ROSSI, Guida al catechista, Chiantore e Mascarelli, Pinerolo 1897.
14 El autor es probablemente P. LAGHI, Giardino del catechista, o sea prontuario de ejemplos para exponer la doctrina cristiana, Desclée y Lefebvre, Roma 1908.
15 Se trata probablemente de la obra Il catechista istruito nei doveri del suo ministero, Milán, Majocchi, 1879, cuyo autor no ha sido identificado.
16 L. VIGNA - L. PAVANELLI, Fede mia! Vita mia!, Curso completo de religión, Berruti, Turín 1913.
17 A. BENINI - G. REVAGLIA, In alto i cuori, libro de lectura para las clases de catequesis, vol. 4, Ed. Internazionale, Turín 1913-1914.
18 C. RINALDI, Gesù e i fanciulli. Lecturas. Breve catecismo y preparación a la primera comunión, Cromotip. Bolognese, Bolonia 1912.
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Cf. H. SWÓBODA, La cura d'anime..., o.c., pp. 137-141.
20 Cf. ATP, n. 94, nota 2.
21 Cf. ATP, n. 94, nota 3.
22 Cf. “Índice de Autores”.
23 La revista Il Catechista Cattolico, fundada por monseñor G. B. Scalabrini en 1876, apareció como “Periódico religioso para las escuelas de la Doctrina Cristiana de la diócesis de Piacenza”. De 1890 a 1908 pasó a ser el “Periódico del Comité Permanente del I
er Congreso Catequístico Nacional” y desde 1909 a 1943 estuvo al servicio de los Departamentos Catequísticos Diocesanos. Cf. Il Catechista Cattolico, año 1, n. 1, 5 de julio de 1876.
24 La primera idea de reunir a la juventud masculina los días festivos para entretenerla con ejercicios de piedad y labores instructivas se remonta a san Carlos Borromeo, que organizó las “escuelas de la doctrina cristiana”. San Felipe Neri las impulsó con elementos recreativos. Teniendo como modelo los oratorios de Roma, el cardenal Federico Borromeo fundó nuevos oratorios en Milán a partir de 1609, como complemento a las escuelas de la doctrina cristiana; él mismo elaboró sabias normas que estuvieron en vigor mucho tiempo. En 1904, el cardenal Andrea Carlo Ferrari las reformó teniendo en cuenta las nuevas necesidades. Un gran divulgador y restaurador de tan benéfica institución fue san Juan Bosco. Después de él los oratorios se multiplicaron, especialmente en la Italia septentrional, y tendieron a convertirse en “casas de la juventud”, abiertas también los días no festivos. Cf. Oratorio festivo, E.Ec., VII, 1963, pp. 795-796.
25 Se trata del Congreso Nacional sobre los Oratorios Festivos y las Clases de Religión, celebrado en Turín el 17 y 18 de mayo de 1911 como homenaje al arzobispo A. Richelmy. Carta de convocación del 28 de abril de 1911, n. 59 del mismo arzobispo. Hay noticias sobre este acontecimiento en Il Momento, periódico turinés, de los días 17, 18, 19 de mayo de 1911. En la sección turinesa se pueden leer estos titulares: “El V Congreso de los Oratorios Festivos y de las Clases de Religión: la bendición del Santo Padre”; “Segundo día del Congreso de los Oratorios Festivos”. Las Actas del Congreso fueron recogidas por M. A. ANZINI, Gli oratori festivi e le scuole di religione, Eco del V Congreso, Tip. S.A.I.D. Buona Stampa, Turín 1911.
26 Cf. PÍO X, Acerbo nimis, o.c., p. 274.
27 Cf. ATP, n. 94, nota 2.
28 Cf. ATP, n. 94, nota 2.
29 Cf. PÍO X, Acerbo nimis, o.c., pp. 268-276.
30 Cf. PÍO X, Acerbo nimis, o.c., p. 274.
31 En las Actas del Sínodo Diocesano de Alba de 1873, promovido por monseñor E. Galletti, aparece el reglamento general de la Sociedad de la Doctrina Cristiana que debe constituirse en las parroquias de la diócesis. Cf. Appendix Novissima ad Synodum Dioecesanum Albensem..., o.c., pp. 171-178.
32 La Archicofradía de la Doctrina Cristiana fue erigida en Roma por Pablo V con el breve Ex credito nobis del 6 de octubre de 1607. Tenía como fin la enseñanza del catecismo a los niños en las parroquias, los institutos y las calles. Esta archicofradía contaba con sus estatutos y reglamentos, que se fueron adaptando a los tiempos y a las necesidades. Pío X, con la encíclica Acerbo nimis, del 15 de abril de 1905, determinó que la Archicofradía de la Doctrina Cristiana existiera en todas las parroquias para que todos los párrocos dispusieran de personas seglares capaces de enseñar el catecismo. Cf. C. TESTORE, Dottrina Cristiana (Arciconfraternita della), EC, IV, 1950, pp. 1907-1908.