CAPÍTULO IX
LAS VOCACIONES RELIGIOSAS
Ya vimos que sobre este tema tan delicado puede haber dos errores opuestos: no querer buscar y menos aún favorecer en nadie esta vocación o pretender verla y tratar de desarrollarla incluso en alguien a quien Dios no ha favorecido con ella. El primer error puede deberse a cierto pesimismo, descuido o ignorancia; el segundo procede más bien de un celo exagerado. Hay que ser equilibrados. Dios sabe muy bien cuáles y cuántos sacerdotes y religiosos son necesarios para su Iglesia. Como Padre previsor y próvido, da la vocación a quien quiere y a nosotros la obligación de ver quién la tiene, cultivarla y ayudarla con todos los medios.
¿Y quién tiene esta obligación más que aquellos a los que Dios ha favorecido con una vocación tan grande como es la sacerdotal? Nosotros, que somos los padres de las almas, debemos hacer lo necesario para que cuando nos llegue la muerte esas almas no se queden huérfanas, sin padre, pastor y guía. Pues si es una obra meritoria cuidar a las ovejas que son las almas, ¿no será aún más meritorio formar a los pastores que son los religiosos y sacerdotes?
¿Y no son los religiosos la afortunada parte del rebaño de Jesús que se encuentra en estado de perfección por haber seguido los consejos evangélicos? ¿No impresionan con su ejemplo profundamente al
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mundo? ¿No ayudan grandemente a la Iglesia con sus continuas oraciones? ¿Y no son los misioneros los que cumplen el mandato de Jesús: Praedicate omni creaturae?1 ¿No son las religiosas los ángeles benditos en numerosos hospitales, hospicios, asilos y escuelas? ¿No son una gloria para la Iglesia, incluso ante los incrédulos, los misioneros que con la religión llevan a lejanos países la civilización y el nombre de la patria, y las religiosas cuya obra y espíritu de sacrificio no pueden ser sustituidos con ayudantes o maestras laicas y reclutadas?
Creo que todo sacerdote que sube por primera vez al altar, que todo religioso que profesa, que todo misionero que decide partir a tierras lejanas deberían hacer un propósito firme: dedicarse toda su vida con la palabra y la oración a formar y dejar tras ellos por lo menos dos sacerdotes, religiosas o misioneros. ¿Es mucho? Me parece que no, y muchos hacen bastante más.
Si este deseo se cumpliera, ¡cuánto bien se derivaría! Y no se diga que los religiosos tienen defectos, pues se puede responder que también tienen muchos méritos. Además, ¿quién no tiene defectos? Jesús se sirve de instrumentos débiles para hacer cosas grandes. Se puede objetar que entre nosotros hay un clero numeroso. Respondo: ¿Será siempre así? Y si numeroso es ahora, pues que se prepare a misioneros, que Asia tiene 850 millones de habitantes y solamente cuenta con 6.000 sacerdotes, mientras que sólo Italia tiene 70.000.
Algunas normas prácticas.
1º. Hablar alguna vez sobre el estado religioso y sacerdotal, de las religiosas y de los misioneros. Quien lo tiene en cuenta, encuentra ocasiones oportunas, como son las fiestas en honor de algún miembro del clero o de algún
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religioso, las primeras misas, los jubileos sacerdotales, episcopales y papales, las tomas de hábito y las profesiones religiosas, las solemnidades anuales como la Epifanía (propagación de la fe), el domingo en que se lee el evangelio del buen pastor, la fiesta de algún santo sacerdote o religioso; también pueden ser una ocasión las conferencias a los Luises2 y a las Hijas de María3 y mil ocasiones diversas. Y no sólo en público, sino también en privado, visitando a las familias, tratando con jóvenes que demuestran buena inclinación. Ayuda mucho dar a leer libros que hablan de la Propagación de la fe,4 de la Santa infancia,5 el Boletín Salesiano,6 la Consolata,7 etc., al igual que pequeñas y fáciles vidas de santos sacerdotes, misioneros y religiosos. Y si en el pueblo hay religiosas, se les facilitará mucho esta tarea, especialmente en relación con las jóvenes.
2º. Trabajar. Cuando se vea que alguien da verdaderas señales de vocación (vida sana, dones de naturaleza y de gracia suficientes, inclinación), el párroco o el confesor le harán una propuesta y le aconsejarán que piense en ello y rece. Si el joven o la joven manifiestan este deseo, mejor aún.
Téngase en cuenta, sin embargo, algo muy importante: cuando se trata de una decisión tan importante y al mismo tiempo tan delicada, en modo alguno es suficiente conocer a la persona en el foro interno; es necesario también saber cómo es su conducta en el foro externo, y mejor aún si se puede conocer el conjunto de su vida.
Estudiar y cultivar luego privadamente la vocación
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significa: a) observar el vigor y duración que tiene el deseo de abrazar ese estado; b) si ese deseo se siente especialmente por motivos sobrenaturales, que a menudo se ven ya en los niños de ocho o diez años; c) si es eficaz, es decir, capaz de llevar al candidato a adoptar los medios necesarios para ser idóneo en el estado al que aspira, medios que son siempre la frecuencia de los santos sacramentos, la huida de las diversiones, de los compañeros y de los libros malos, una vida piadosa y deseos de hacer el bien a los demás.
3º. Además de sugerir estos medios, el sacerdote, y especialmente el párroco, ofrecerá las ayudas materiales que considere necesarias, como clarificaciones, direcciones y publicaciones piadosas, dirigirle a personas que se las faciliten, tratar el asunto con la familia, el seminario o la casa religiosa.
4º. Cuando un muchacho se encuentra ya en el seminario o en una casa religiosa, no ha terminado la ayuda del sacerdote, que debe variar según las circunstancias. Si el muchacho va alguna vez de vacaciones con su familia, es conveniente una vigilancia prudente y muy diligente sobre su modo de comportase para informar luego fielmente a sus superiores. Es especialmente entonces cuando los candidatos al estado religioso o sacerdotal se manifiestan como son, porque están más libres. Si se hubiera observado siempre esta norma, ¡cuántos lloros se habrían ahorrado en la Iglesia! No hay que dejar que influyan en nuestro juicio la forma humana de ver la cosas, las lágrimas y el temor de los familiares ni ninguna otra cosa. Es necesario referir el bien y el mal como son y dejar a los superiores de los candidatos una libertad total para dar el juicio definitivo sobre la vocación.
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5.º Estos candidatos encuentran en las vacaciones muchos peligros por su inexperiencia y la malicia del mundo. Será pues tarea del sacerdote, especialmente del párroco, ayudarles con sus consejos y su trabajo. Convendrá insistir para que sean asiduos a las funciones, para enseñar el catecismo a los niños, para que por la mañana vayan a tiempo a la iglesia, para que vuelvan y hagan la visita al Santísimo y para la bendición o el rosario. Si las circunstancias y la prudencia lo permiten, dado que se trata de jóvenes o clérigos del seminario, se les puede invitar con frecuencia a la rectoría, incluso todos los días, y confiarles algún trabajo. Se les puede acompañar en el paseo habitual, en la visita a los enfermos, etc. Es algo que les anima, les mantiene ocupados y les orienta a la práctica del ministerio sacerdotal.
6º. Y nada ayuda más que una acción convenida entre el párroco y los superiores de la casa educativa para guiar a los jóvenes según el espíritu de su vocación, según las normas de los superiores y las necesidades de los tiempos. Será pues tarea de unos y otros tratar a menudo, íntimamente y bajo secreto, de estas cosas entre ellos: intercambiar puntos de vista, previsiones e impresiones; llegar a un acuerdo sobre lo que conviene hacer y decidir los medios en las diversas situaciones.
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1 Mc 16,15: «Predicad el evangelio a toda criatura».
2 Cf. ATP, n. 94, nota 3.
3 Cf. ATP, n. 94, nota 2.
4 Cf. ATP, n. 72, nota 6.
5 Cf. ATP, n. 72, nota 7.
6 El Bollettino Salesiano es la publicación mensual de la Pía Sociedad de los Cooperadores Salesianos. La edición italiana comenzó a publicarse en 1877 con el título Bibliofilo cattolico o Bollettino salesiano mensuale, y llevaba la numeración: año III, n. 5. La numeración y el título indicaban que el Boletín se unía a una publicación periódica precedente, el Bibliofilo cattolico, órgano de la Librería salesiana, boletín publicitario mensual que comenzó a publicarse en septiembre de 1876 por el salesiano P. Barale. A partir de enero de 1887 el título del periódico fue Bollettino Salesiano. Cf. P. STELLA, Gli scritti a stampa di San Giovanni Bosco, LAS, Roma, 1977, pp. 17-20.
7 La revista mensual La Consolata fue fundada en 1899 para preparar las fiestas del centenario de este santuario mariano de Turín, que se celebrarían en 1904. Continuó como órgano al servicio de las misiones del Instituto “Misiones de la Consolata” (1901). En 1927 comenzó a llamarse Missioni Consolata. Cf. V. MERLO PICH, Istituto Missioni Consolata, DIP, V, 1978, p. 139.