CAPÍTULO I
LA ACCIÓN PASTORAL EN GENERAL
Qué es. Es la acción de Jesucristo y de su Iglesia ejercitada por el sacerdote para la salvación de las almas.1 Es el mismo ministerio que Jesucristo quiso ejercitar un día en Palestina: Veni ut vitam habeant et abundantius habeant,2 y que ahora quiere que realicen aquellos de quienes dijo: Sicut misit me Pater et ego mitto vos.3 Dicha acción intenta conseguir que el pensamiento humano, la ciencia, la filosofía, etc., sean cristianos; conseguir que sean cristianos los deseos, los afectos, la voluntad, todas las obras del hombre; elevarlo todo y santificarlo todo. ¿Con qué fin? Para llegar a ese lugar que Jesucristo ha preparado para todos: Vado parare vobis locum.4 En esto se ve que la acción pastoral tiende a conseguir que los hombres vivan el cristianismo; a hacer que el hombre sea cristiano en su mente, en su corazón y en sus obras. El cristianismo no es un conjunto de ceremonias, de actos externos, de reverencias, etc.; es una vida nueva. El cristianismo toma al hombre y lo completa, lo consagra. De ahí que un sacerdote no pueda darse por satisfecho porque en la iglesia haya espléndidas funciones, cantos interpretados a la perfección, devociones a miles, etc. No puede darse por satisfecho con la comunión anual de la gente, con el matrimonio en la iglesia, con la sepultura eclesiástica, etc.; no puede conformarse con ciertos alardes, como pueden ser las peregrinaciones y las procesiones; ni con que el pueblo cristiano se quede boquiabierto ante un sermón
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por su elocuencia, etc.; ni con que algunas almas se entretengan en conceptos muy espirituales. Estas cosas pueden ser medios, pero el fin consiste en cambiar los pensamientos de humanos en cristianos, al igual que los afectos o las obras de los hombres. Es necesario que el hombre sea cristiano no solamente por el bautismo, no solamente en la iglesia, sino en casa, en la familia, en la sociedad. A esto tiende esa acción, y es algo que debe tenerse muy en cuenta en todo con el fin de no confundir los medios con el fin y no convertir casi en ridícula una religión que es lo que de más alto podía enseñarnos un Dios que es sabiduría infinita.
Principios generales que deben regular la acción pastoral.
a) Acción acorde. Quien tiene experiencia puede percibir enseguida el sentido, el alcance y la necesidad de este principio. Del mismo modo que el Estado se compone de ayuntamientos, la iglesia se compone de parroquias. La parroquia es la primera y fundamental organización local, alrededor de la cual deben constituirse otras organizaciones accidentales. Éstas son sólo los medios que ayudan en la acción de la primera. Y como la primera está dirigida por el párroco y gira sobre él, los miembros de éstas deben tener su referencia en el párroco y dejarse dirigir por él como los miembros del cuerpo en relación con la cabeza. Es verdad que todos los que trabajan en la parroquia, sean individuos o asociaciones, sacerdotes o laicos, deben contar con cierta libertad de acción, pero también es cierto que el párroco es el motor, como lo es que tiene el triple deber de promover la acción, mantener una alta vigilancia y dirigirlo todo hacia su fin, que es hacer cristianos y salvar a los feligreses. Y si no se consigue esta concordia, prudentemente
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perseguida por el párroco, nos encontraremos ante el bochornoso espectáculo de un campo donde multitud de obreros se afanan, se atascan y destruyen unos a otros las obras que realizan, de tal modo que no se ayudará a las almas o se las ayudará mal. Los medios para conseguirla son muchos, pero nada ayuda tanto como la compenetración, porque si los hombres no se hablan, no se comunican sus ideas y sus sentimientos, se combatirán en las cosas en las que deberían entenderse. Y esta compenetración no se consigue desde abajo, desde el clero bajo o desde las asociaciones particulares, ya que nunca pueden conseguir solos un verdadero entendimiento cuando falta el centro, el superior que los habilita y la autoridad para conciliar la disensión e imponerse a quien se desvía. Es necesario que el entendimiento sea promovido por el párroco, a quien corresponde por derecho y deber la verdadera cura de almas. Y el párroco no tiene que esperar a que le llamen el clero o los laicos, sino que debe ser él quien se dirija a ellos, quien se interese por ellos y les comunique lo que considera conveniente, así como pedirles consejo y ayuda y espolearles al bien. Y sería estupendo que promoviera conferencias pastorales para adoptar de común acuerdo la orientación y el modo de actuar. Alguno dirá: no me siguen. Le respondemos: Eso puede ser debido a defectos de los coadjutores, pero en general depende de falta de táctica y habilidad; muchas veces se pretende conseguir lo óptimo, que no haya ningún defecto en los inferiores, que nunca se nos contradiga, o queremos imponer siempre y en todo nuestros puntos de vista, distribuir las tareas sin tener en cuenta la capacidad de los individuos, corregirles mal o en las mínimas cosas, hacerles trabajar gratis y terminar siempre manifestando nuestra insatisfacción. Si el párroco evita estos defectos, generalmente no le resultará difícil conseguir la concordia
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en la acción pastoral. Es verdad que alguna vez puede encontrar entre sus cooperadores personas reacias que se oponen a todo, y de ahí que nunca se recomendará suficientemente al clero inferior, y especialmente a los curas maestros y a los capellanes, que apoyen al párroco considerando la grave responsabilidad que pesaría sobre ellos si les hicieran secreta o abiertamente la guerra. El párroco debe saber ceder muchas veces antes en lugar de romper, por lo menos hasta donde se lo permita su conciencia.
b) Contacto personal. Es decir, una unión íntima entre el párroco y su rebaño: un conocimiento preciso de las miserias y las necesidades adquirido en el trato directo con el pueblo. Alguna vez se encuentran sacerdotes que están totalmente separados de la gente. La gente corriente se siente cohibida en el momento de entrar en la rectoría, en la iglesia oye sermones de mucha elevación, muy alejados de su mentalidad; al confesionario se acercan pocas mujeres muy privilegiadas; fuera se conoce al sacerdote solamente porque alguna vez se le ve pasar de refilón, saludando apenas con un gesto fugitivo hacia el sombrero. Así, ¿cómo se puede hacer el bien a quien no se conoce? ¿Cómo nos van a buscar si no nos conocen? ¿Acaso Jesús se comportaba así? ¿Es eso lo que hacían los santos? ¿Es ese el espíritu de la Iglesia? ¿Es esa la doctrina del Concilio de Trento cuando habla del párroco?5 ¿Qué frutos ha dado ese método de acción pastoral en los lugares y tiempos en los que se ha adoptado? ¡Recuérdese solamente que estaba en boga en París antes de que estallara la terrible catástrofe de 1789! Bien sabemos la ignorancia que había en temas de religión y la profunda inmoralidad que causó. Pues bien, ¿cómo conseguir ese contacto con el pastor? De muchos
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modos. Con visitas a domicilio a cada una de las familias, para conocerlas a todas y cada una en sus necesidades, defectos, virtudes, etc. De ellas se habla en otro lugar.6 También con las asociaciones católicas, especialmente con los círculos juveniles y de los adultos. Además, recibiendo complacidos en la rectoría a todos y escuchando sus necesidades, así como interesándonos de todos sus problemas, incluidos los materiales, etc., que puede tener.
c) En toda la acción pastoral se tendrá como punto de mira conducir gradualmente el pueblo a los santos sacramentos. El sacerdote no puede excluir de su programa ningún medio capaz de llevar las almas a Dios. Alguna vez hará bien en ocuparse de cosas materiales, de elecciones, de agricultura, de música, de gimnasia, etc. Deberá obrar de distinta manera según las clases sociales: ejército, doctos, artistas, obreros, agricultores, jóvenes, adultos, etc. Pero en medio de esa variedad de obras y acciones debe tener en cuenta el fin último: salvar a las almas. Y un fin próximo: acercar al pueblo a los santos sacramentos en la medida de lo posible. Aquí es donde se realiza, o al menos comienza, la unión del alma con Dios. Y si no se logra esto, ¿qué se ha conseguido? Solamente cosas externas, sentimentalismo, pompas; de religión verdadera, casi nada.
Es verdad que todo esto no puede ser labor de un día, especialmente cuando se trata de personas incrédulas o casi incrédulas. En muchos casos, ni siquiera se conseguirá llegar a ellas; en otros, apenas se conseguirá darles los últimos sacramentos; en algunos más, en lugar de conseguir que los reciban con frecuencia, será mucho conseguir que lo hagan alguna vez a lo largo del año. En cualquier caso, ese debe ser el fin que debemos proponernos y al que tender con todas las fuerzas y destrezas espirituales.
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d) Tener en cuenta a toda la masa del pueblo. En muchos lugares, especialmente en Francia, se lamenta este gravísimo problema en la acción pastoral: el párroco se ocupa solamente de un pequeño grupo de almas devotas, de los retiros, asilos y hospitales. Estas pocas almas le mantienen ocupado largas horas en el confesionario, le visitan por mil bagatelas o chismorreos a cada instante, le invitan a menudo a sus casas, lo que probablemente vaya acompañado de la envidia y las murmuraciones de los unos a los otros. Mientras tanto, un gran número de almas, especialmente las más necesitadas, o no conocen al párroco o sólo le conocen de nombre y de vista, y son precisamente los obreros, la masa trabajadora, el grupo de los cultos, de los bien situados, o los pobres más desgraciados, todos aquellos a los que seguramente Jesús más se habría acercado. Hay prevenciones inveteradas que causan muchos males: se considera que el obrero, el trabajador o la persona culta se sienten llevados a odiar la religión; o se está acostumbrados a acoger a los que se pegan a nosotros y no a correr detrás de la oveja descarriada; o se ha impuesto la costumbre de una vida cómoda que evita las dificultades, las luchas o los sinsabores de la lucha por el triunfo de la religión. Cuando alguien no siente la valentía para trabajar a toda costa sobre la masa, para afrontar con calma pero resueltamente las dificultades de esta empresa, para mantenerse firme ante quien critica su celo prudente, etc., ¿se podrá decir que tenía las cualidades, la aptitud y la vocación de párroco? El párroco es pastor de todos; debe saber dejar las noventa y nueve ovejas seguras en el redil e ir en busca de la descarriada, y más aún cuando las ovejas seguras son un pusillus grex7 y las descarriadas las más numerosas. El párroco, por tanto, tendrá
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siempre presentes a las diversas clases de personas que componen su parroquia; rezará frecuentemente por los más reacios, pensará en ellos, los estudiará; como buen padre, proveerá especialmente a los hijos más necesitados y, como buen médico, curará mejor a los enfermos más graves: «Veni salvum facere quod perierat».8
Valga un ejemplo: en muchas parroquias se nota que mientras crece el número de las comuniones diarias entre las almas piadosas, disminuye el de las comuniones pascuales de la gran masa del pueblo. Un párroco calcula la cantidad de formas consagradas y se alegra porque el nivel espiritual de sus feligreses aumenta. Señal evidente de que no conoce a toda la población ni la tiene en cuenta.
Un celoso pastor de almas, para evitar este inconveniente, invitaba a las personas piadosas de su parroquia (unas 150) a confesarse solamente cada quince días para poder dedicar más tiempo al resto de la gente. ¡Y vaya si lo dedicaba!
Estos son los principios generales que deben caracterizar la acción pastoral, y según estos principios serán tratados los temas que siguen, que casi no serán otra cosa que los mismos principios desarrollados y aplicados.
Si alguien quisiera verlos expuestos amplia y magistralmente, sólo tiene que leerlos en la obra estupenda de monseñor Swoboda, traducida por Cattaneo con el título La cura d'anime nelle grandi città.9
Se vende también en Cav. P. Marietti, Turín.
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1 Cf. H. SWOBODA, La cura d'anime nelle grandi città, Pustet, Roma 1912, p. 11.
2 Jn 10,10: «He venido para que tengan vida y la tengan en abundancia».
3 Jn 20,21: «Como el Padre me ha enviado a mí, así os envío yo a vosotros».
4 Jn 14,2: «Voy a prepararos un lugar».
5 SACROSANCTUM CONCILIUM TRIDENTINUM, sessio XXIII, Decretum de Reformatione, caput I, en J.D. MANSI (dir.), Sacrorum Conciliorum nova et amplissima collectio, vol. XXXIII, Akademische Druck, Graz 1961.
6 Relación entre párroco y familias, cf. ATP, nn. 127-134.
7 Lc 12,32: Pequeño rebaño.
8 Lc 19,10: «Venit enim Filius hominis quaerere et salvum facere quod perierat: El Hijo del hombre ha venido a buscar y salvar lo que estaba perdido».
9 Cf. “Índice de los Autores”.