CAPÍTULO X
ORGANIZAR FIESTAS
El sacerdote puede verse en alguna ocasión en la necesidad de preparar y organizar lo necesario para una distribución de premios del catecismo, para un recibimiento (por ejemplo, del obispo), para la consagración de una iglesia, quizá alguna vez para un entierro o un funeral extraordinario... Es muy importante hacerlo con orden, ya que se gana tiempo, se consigue mejor el resultado que se desea y todos se sienten vivamente satisfechos. No siempre resulta fácil y nunca se conseguirá sin algunas disposiciones prácticas, gracias a las cuales se puede prever y proveer a tiempo, pues el orden no se improvisa. Ayuda en esto pensar previa y seriamente en todo lo necesario, en los posibles inconvenientes y en las necesidades que pueden surgir; ayuda repasar con nuestra mente todo el desarrollo de la función o de la fiesta y verla con mirada un tanto pesimista; ayuda distribuir con criterio práctico el trabajo a las personas más capaces; ayuda instruir claramente a cada uno sobre la tarea encomendada; ayuda encargarse uno mismo de la tarea de dirigir.
Así, si se trata de la distribución solemne de los premios del catecismo, se debe elegir en primer lugar el día más libre para el clero, para los padres, para los niños, para los maestros y para las autoridades a las que se quiere invitar; seguidamente se busca el local más apto, es decir, que se puedan
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exponer en él los premios y colocar a los muchachos premiados en lugar distinguido y elevado, que estén cómodas las autoridades y los padres, que haya dos pasillos para ir y volver a retirar los premios. Las plazas deben ser abundantes y no dejarse a libre elección, sino que debe asignarlas alguna persona capaz para ello. Debe haber alguien que vigile la entrada, que tenga una voz adecuada para leer los nombres de los premiados. El discurso debe ser muy breve, con ideas; la ejecución y las ideas, casi electrizantes... Quien organiza la fiesta debe saber decir una palabra de agradecimiento a todos y aprovechar la ocasión para hacer las observaciones necesarias.
Para todo esto se necesita una gran sagacidad. Por ejemplo, ¿quién no sabe que se originaría un gran alboroto si se deja entrar más gente de la debida en un local o si se entra desordenadamente? ¿Quién no sabe lo pesado que resulta un discurso largo o hecho de forma aburrida?
¿No provocarán disgusto ciertos olvidos de gente a la que se debería haber invitado o la escasa atención en la asignación de los puestos?
Para evitar estos y muchos otros inconvenientes que pueden impedir el éxito de la fiesta, es conveniente reflexionar atentamente y echar mano de los medios citados: prever todo y proveer a todo.
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