Beato Santiago Alberione

Opera Omnia

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CAPÍTULO IV
PREDICACIÓN

§ 1. - NECESIDAD

La predicación fue el ministerio principal del Salvador divino y de sus apóstoles, y debe serlo de sus sucesores: Euntes, docete omnes gentes.1 Basta una mirada al Evangelio, a los Hechos de los Apóstoles, a sus cartas y a la historia de los primeros siglos para que surja espontánea esta pregunta: ¿Puede decirse que el sacerdote, el apóstol y Jesucristo son predicadores y casi nada más que predicadores? Entonces, tantos sacerdotes que reducen su ministerio a la misa, a algunas bendiciones, a un poco de estudio... ¿no son verdaderos sacerdotes? No quiero dar una respuesta.
En la iglesia militante, figura de la iglesia triunfante, hay muchas mansiones, por lo que debe haber sacerdotes que se ocupen de otras cosas. Pero es incuestionable que todo sacerdote debe predicar en la medida de lo posible; que la primera ocupación para el sacerdote en general es la predicación; que en el sentido formal de la palabra no pueden llamarse verdaderos sacerdotes quienes, pudiendo hacerlo, no lo hacen, porque lo que Jesús ordenó por encima de todo a los apóstoles fue predicar. Esto puede herir a alguno, pero no por eso dejará de ser menos verdadero.
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¿Y por qué la predicación tiene tanta importancia? Porque es el medio ordinario de propagar y conservar la fe en el mundo: fides ex auditu, auditus autem per verbum Christi.2
Por eso, siempre serán norma de todo sacerdote estas palabras de san Pablo: Predica verbum, insta opportune, importune; argue, obsecra, increpa in omni patientia et doctrina.3 Los Santos Padres dedicaron a ella gran parte de sus energías, del mismo modo que todos los santos sacerdotes, que nunca han dejado de propagar la palabra divina en todas las ocasiones. Quitemos la predicación y desaparecerá el cristianismo, del mismo modo que si se eliminan las semillas no hay plantas: semen est verbum Dei.4
Y hoy es aún más importante, dada la enorme facilidad que tiene la gente para oír tantos errores. Decía san Antonino: La predicación de la palabra divina es el ministerio principal y más necesario de la Iglesia en todos los tiempos, pero lo es especialmente cuando avanza el error y triunfa la iniquidad, cuando se apaga la fe y se enfría la caridad.
Dos consecuencias:
1º. Ante todo, prediquemos, en la medida de lo posible, a todos, ya seamos párrocos o coadjutores, capellanes o curas sin más, unos desde el púlpito y otros con el catecismo a los niños. Se dirá: Yo tengo un beneficio que no me lo exige. Y se le puede responder: El deber de predicar lo tienes por el hecho de ser sacerdote, y no podrás excusarte de ese deber cuando el Señor te pida cuentas de la gran misión que te ha confiado y con la que te ha honrado. Se podrá también objetar que muchos tienen grandes dificultades, y es verdad, porque la predicación es un sacrificio. Pero, siendo tan importante, debemos prepararnos a ella con el estudio y la piedad y
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escribiendo a su debido tiempo nuestros sermones. Muchos tienen dificultades porque descuidan su talento. Es muy difícil que un sacerdote no pueda al menos dar el catecismo, que es una de las cosas más sencillas, aunque más necesarias, del ministerio de la palabra.
2º. Saber aprovechar las ocasiones que un sacerdote diligente tiene a cada paso y con las que puede hacer un gran bien. Puede encontrar temas con motivo de un matrimonio, concesión de premios, confirmaciones, excursiones, bendiciones en la iglesia, un entierro, una muerte repentina, una desgracia, un terremoto. Puede predicar en todas las misas festivas e incluso en algunas misas feriales. En esas ocasiones la palabra de Dios se comprende mejor. ¿Quién desconoce la profunda impresión que causa un sermón en el cementerio cuando se le visita?
Un sacerdote decía que nunca predicaba sobre algunas de las verdades más candentes como en ese lugar. Sólo allí hablaba claramente del vicio de beber y bailar, y allí, más claro que en ningún sitio, hablaba contra la falta de honradez, algo que todos entendían y aprobaban, mientras que probablemente dentro de la propia iglesia no habrían tenido efecto sus palabras, y hasta habrían sido criticadas. Esa habilidad produce un doble efecto: familiariza en todas las circunstancias de la vida con el pensamiento de la religión y demuestra que ésta debe extenderse a todo y santificarlo todo, que aprueba todo aquello que, sin dañar al alma, es útil para el verdadero progreso, la ciencia y la vida material. En segundo lugar, lo que se dice en esas circunstancias se recuerda mejor, bien porque habitualmente se prepara mejor, bien porque la solemnidad exterior ayuda a que se grabe mejor lo que se dice.
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§ 2. - DOTES DEL PREDICADOR

Los tratados de sagrada elocuencia las enumeran con exactitud y orden. Aquí sólo recordamos tres por ser indispensables desde el punto de vista pastoral. Conviene repetir siempre que el sacerdote está para salvar almas, y esto quiere decir que su elocuencia debe servir sólo para esto, más o menos directamente.

1º. Recta intención. La palabra de Dios es una semilla; la arroja el hombre, pero sólo Dios la hace crecer. Y Dios niega el fruto a quien al predicar se busca y predica a sí mismo. Santa María Magdalena de Pazzi decía que Dios remunera nuestras obras en la medida de nuestra pureza de intención: in omnibus et super omnia Deus. ¿Por qué, se pregunta un autor, unos pocos predicadores sencillos y sin cultura alguna convirtieron el mundo entero? Porque sólo buscaban a Dios, y un buen testimonio de esto es san Pablo cuando dice: Non enim nosmetipsos praedicamus, sed Jesum Christum.5 ¿Por qué tantos predicadores como hay actualmente no convierten a la gente? Porque se buscan a sí mismos. Y esto es así especialmente por tres motivos:
a) Porque se tiene en cuenta la gloria mundana, que lleva a presumir de la ciencia, la literatura y la cultura propias; a usar artificios para que nos inviten a lugares más importantes; a pretender únicamente multiplicar el auditorio y no convertir; a buscar antes y después del sermón que el discurso gire sobre él para oír elogios; a contar a todos, hasta la impertinencia, los milagros de conversiones conseguidos y los aplausos recibidos.
Todos esos son signos de que uno se busca a sí mismo, es decir, que esos sermones no convierten.
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b) Porque se tiene en cuenta el interés pecuniario. Es evidente que el sacerdote necesita vivir y que el operario merece una recompensa, pero lo primero es buscar el reino de Dios y su justicia et haec omnia adjicientur vobis.6 Pensar antes que nada y por encima de todo en el estipendio, quejarse cuando se recibe poco y alabar el gesto de que se nos dé mucho son cosas que hacen dudar de la rectitud de intención.
c) Porque se sigue únicamente la propia inclinación. No cabe duda de que la inclinación es una buena ayuda, pero debemos santificarla considerando los fines sobrenaturales. Serían abusos no saber descender a hablar con el vulgo, no querer llamar nunca a predicadores de fuera para que nos sustituyan, descuidar otros deberes por la predicación, querer dar rienda suelta a alguna manía.
El predicador puede tener en cuenta para evitar estos tres defectos este lema: Da mihi animas, caetera tolle.7 Cuenta monseñor Costamagna, hablando del venerable don Bosco, que en el momento de enviar a sus primeros misioneros les habló así: Id, el Papa os ha bendecido y os envía; yo también os envío, id; pero recordad esto: almas y no dinero.8

2º. Celo. Es lo más importante de la caridad con Dios y con el prójimo, lo que informa y da vida a todas las demás dotes del predicador. Es de suma eficacia. Decía san Felipe: Dadme diez sacerdotes con espíritu (y quien tiene espíritu tiene celo verdadero) y os doy el mundo convertido. Y añade Mullois: La caridad es la primera y más esencial regla de la elocuencia. En esto consiste especialmente la fuerza del evangelio, la vida y la eficacia de la palabra e incluso de la magia
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de la elocuencia. Quien arde de celo quema, enciende, ilumina, conmueve, convierte; quien es frío es una campana que repica pero no atrae a las almas.9
Quien tiene celo ardiente es tierno, grita de dolor, se lamenta, suplica afectuosamente; quien es frío, sólo sabe presentar la letra de la ley, la frialdad del razonamiento. Quien tiene celo ardiente es un sol que derrite los hielos, hace que la naturaleza nazca a nueva vida; quien es frío tal vez convenza, pero no conseguirá convertir.
¿Qué hacer?
a) En primer lugar, pedirlo a Dios. Es un don del Espíritu Santo, es una de las gracias más esenciales de un sacerdote, una gracia que debe pedir todos los días. Suplicar al Señor que nos dé luz para conocer los corazones, compasión ante las miserias de la humanidad, afecto para predicar a los fieles como a hermanos, y también amenazas, aunque de padre, y exhortaciones, pero de amigo. Recemos por todo esto al celebrar la santa misa, al recitar el breviario y en la visita al Smo. Sacramento. ¿Será temeridad pensar que algún sacerdote no haya pedido nunca esta gracia? Esperamos que no sea así, porque, si lo fuera, bien podríamos sentirnos confusos por no pedir lo que constituye la verdadera misión del sacerdote.
b) En segundo lugar, desear un verdadero celo, y lo es cuando se piensa en la gloria de Dios, cuando se quiere alejar algún pecado, cuando se quiere conducir a las almas al cielo, cuando se tiene en cuenta llevar a las almas a participar en los santos sacramentos. Es verdadero cuando se tiene pureza de intención.
c) En tercer lugar, intentar conseguir un celo prudente. Es imprudente todo celo amargo o violento. La prudencia es el ojo
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del celo, y esta dote se obtiene con la reflexión y el consejo. Sería imprudente hacer alusiones muy personalizadas, especialmente cuando se habla de vicios vergonzosos y se les reprocha, o dar rienda suelta a nuestros sentimientos por ofensas recibidas, sobre todo cuando son públicas; nuestras amarguras debemos considerarlas ante el crucifijo. Sería imprudente irrumpir con reprensiones intempestivas por cosas sin importancia, por ejemplo por no cerrar una puerta con cuidado, porque alguien tiene una compostura inadecuada, porque se duerme, porque hace ruido al sonarse la nariz, porque se abanica. También sería imprudente tratar temas que dividen a le gente o aludir en el púlpito a cosas que se oyen en el confesionario. Pensemos que hay muchas cosas que se remedian mejor en privado que desde el púlpito; por ejemplo, si los niños no dejan de hablar, se puede decir al sacristán, y mejor aún al coadjutor, que en otra ocasión se pongan entre ellos; si el maestro no quiere dar el catecismo, no conviene zaherirle o despotricar desde el púlpito, sino intentar convencerle amablemente en privado, con visitas, relaciones, servicios que se le hacen, o por medio de una persona influyente.
También puede suceder que el sacerdote tenga que defenderse de alguna calumnia u ofensa, y en esto necesitamos no un granito de sal, sino diez. En primer lugar es necesario que pueda realmente defenderse, porque de lo contrario vale el proverbio de que quien se excusa se acusa; luego es conveniente que días antes prepare las cosas que debe decir, que las escriba, que las medite delante del Santísimo, que procure no exhibirse sino hacer que prevalezca la justicia de la causa, de modo que el pueblo entienda que se trata realmente de un interés no individual sino religioso y público, y si puede, que use el argumento de los hechos.
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Un párroco se atrajo las iras de casi toda la gente por haberse negado a que fuera madrina de un recién nacido una mujer de mala vida. En vez de hablar de sí mismo, al domingo siguiente quiso que fuera el coadjutor quien predicara, un joven sacerdote celoso, elocuente y muy querido por todos. El efecto de la defensa no pudo ser mejor, la feligresía entendió el acto casi heroico del párroco al cumplir con su deber y el afecto hacia él creció en gran medida.
El sacerdote debe buscar el bien en todo, y cuando prevé que con su sermón no puede conseguirlo, porque divide a la gente, es mejor que no predique.
Una falta notable de prudencia consiste en querer conseguir lo que en cosas humanas no cabe esperar, o querer conseguir de inmediato lo que exige un largo y paciente trabajo. Por ejemplo, no se puede esperar en la mayor parte de las parroquias que todos acudan a misa con el misal, que todos se acerquen mensualmente a los sacramentos, que todos formen parte de una asociación o compañía que le gusta instituir al párroco, que nadie murmure de lo que hacemos, que nuestro modo de hacer las cosas sea aprobado por todos, que todos se nos confíen a nosotros, etc. No podemos conseguir a la primera silencio en la iglesia, donde tanto se cuchichea, ni que se frecuenten los sacramentos si hasta ahora no se hacía.

3º. Preparación. Es necesaria para saber qué decir. Se comentaba sobre un predicador: Antes de subir al púlpito no sabe qué va a decir, cuando predica no sabe qué dice, al final no sabe qué ha dicho. ¿Qué maravillosas conversiones habrá conseguido este portento? Se le podría preguntar: ¿Qué es para ti el púlpito, un juego? ¿Hablar a lo largo de media hora es para ti un sermón? Ciertas frases dan pena: ¿Para qué tanta preparación? ¡Seguro que algo me
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saldrá! Cabe repetir aquí: Se invitó a la gente a comer, pero la mesa estaba vacía. He oído decir a un buen sacerdote que se le debe negar la absolución a un predicador que no se prepara y obstinadamente se niega a hacerlo. Pues bien, si se advierte que esa negligencia es causa de grave daño para miles de personas, daño que está obligado a evitar, ¿podrá considerarse rigorista esa sentencia?
¡El día del juicio se nos pedirá una cuenta en proporción a la negligencia que deja morirse de inanición a un rebaño hambriento!
Una pregunta: ¿Qué preparación de los sermones es más necesaria, la de los dirigidos a la gente culta o la de los dirigidos al vulgo?
Se necesita en ambos casos, pero quizá más en el segundo, porque la gente menos preparada necesita que se les desmenuce la verdad y se les explique ésta claramente con ejemplos a su alcance, y esto exige una larga preparación.
Otra pregunta: ¿Qué preparación es más necesaria, la de los sermones largos o la de los cortos, por ejemplo de diez minutos? Es necesaria en ambos casos, pero más quizá en el segundo, porque se trata de decir muchas cosas en poco tiempo, y esas cosas deben exponerse de forma clara, adecuada y fuerte.
La preparación es asimismo necesaria para decir bien las cosas, o sea, para decirlas con una convicción tan profunda y actual que vigorice la exposición, que inspire las palabras más apropiadas y más acordes con el pensamiento, de tal modo que concentren la atención y persuadan al auditorio.
Aquí se puede hacer una pregunta: ¿No sería útil que alguna vez predicáramos a la manera apostólica, como hacían
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algunos santos a veces, sin observar tantas reglas de la elocuencia y sin tanta preparación?
Se puede responder que hay una forma de hacerlo a la manera apostólica, que sería más apropiado decir al buen tuntún, y lamentablemente en este sentido se toma con más frecuencia esa expresión, lo que debemos evitar siempre y con decisión.
Hay una forma de predicar a la manera apostólica que suena de otro forma, y es según el modo usado, por ejemplo, por el Cura de Ars, es decir, con una verdadera preparación de la vida entera, sin otra regla de la elocuencia que la caridad. Se trata de una forma de predicar que produce un gran fruto, pero exige las siguientes condiciones:
a) Que el predicador sea santo. Sólo los santos persuaden profundamente cuando hablan, con una persuasión que consiguen en largas meditaciones y una práctica constante, dando así a sus palabras el timbre de su unción y de un fuego que quema;
b) Que el orador haya predicado mucho, es decir, que el ejercicio le haya enriquecido con tanto contenido que pueda encontrarlo en cualquier circunstancia;
c) Que predique donde se le conoce, porque en esos sitios la aureola de su vida santa y la reverencia adquirida en el pueblo despiertan la benevolencia y la atención del auditorio, y hasta hacen que se consideren las palabras del orador como palabras de un santo.
Por lo demás, los sacerdotes jóvenes no deben aventurarse a esta forma de predicación, y serán justamente los que tengan dotes para hacerlo los más reacios.
La preparación es doble: próxima y remota.
La remota se realiza con una vida santa y un estudio asiduo, especialmente de la teología.
La próxima se hace inmediatamente antes del sermón. Se comienza eligiendo el tema. Ha
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de ser bien meditado, como si uno tuviera que digerirlo y asimilarlo; a continuación se hace una división de las partes principales, poniéndolas por escrito, y se termina también con su redacción completa. En cuanto al evangelio del domingo y la instrucción parroquial, que se suceden regularmente, se puede hacer así: el lunes se lee el evangelio, se hace la meditación sobre él, se escribe en una hoja el tema elegido y, si se puede, se hace una división general de sus partes, confrontándolas con las pruebas y aplicaciones que se presentan. A lo largo de ese día y el martes y miércoles se puede pensar en él de vez en cuando y hablar del mismo con el párroco o con otros sacerdotes. Escuchando sus conversaciones y pensamientos, y quizá discurriendo con la gente, aparecerán diversos conceptos y se encontrarán similitudes; en los periódicos y los libros pueden leer acontecimientos que sirvan como ejemplo o prueba. Se toma nota de todo y se enriquece el esquema. El jueves se puede redactar toda la instrucción y su explicación, y el sábado se memoriza todo. De este modo la exposición será clara, práctica y rica.
Lo sustancial del sermón debe seguir una línea constante, aunque varíen los accidentes. La predicación debe ser moderna y sobre todo actual. Es decir, en la forma y más aún en las comparaciones, en los ejemplos y en las aplicaciones, debe estar toda la vida del pueblo, sus pensamientos y su lenguaje. Por ejemplo, en tiempo de guerra es oportuno comparar nuestra vida con la del ejército, como una lucha entre el cristiano y sus enemigos espirituales, y hablar de las armas y las artimañas de los enemigos. Actualmente es muy importante al hablar de la Virgen citar lo sucedido en Lourdes. Como ejemplos de muertes repentinas se pueden citar
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las que leemos en los periódicos. Puede ser oportuno encontrar tema en alguna desgracia, en alguna fiesta, en alguna manifestación. Si se habla a bordadoras, se puede comparar nuestra vida con un bordado, o recordar que quien descuida un punto puede estropear todo el trabajo. Si se habla a agricultores en tiempos de vendimia, se puede aludir a que el mejor vino es el de quienes trabajaron su viña y el peor el de quienes la descuidaron, y que eso mismo nos sucederá a nosotros al final de la vida.

§ 3. - NOTAS [SOBRE DOS CASOS PARTICULARES]

Parece conveniente añadir aquí dos cosas útiles que expliquen mejor algo de lo dicho anteriormente.

1º. Estipendio a los predicadores. No deben quejarse de lo que han recibido, pero quien les paga debe evitar la ocasión de que lo hagan, pues quien predica tiene que vivir. El estipendio debe ser más bien abundante. A veces se predica durante una novena, con panegírico final, por ejemplo sobre la Virgen María, y se dan 18 liras, con las que apenas se puede pagar el viaje y el alojamiento del propio predicador.
Cosas así no son justas, por lo que será mejor no llamar a un predicador de fuera, y si se le llama, dígasele cómo están las cosas; pídase la caridad de un sermón, exhortemos al pueblo a colaborar con su donativo. Más aún, los predicadores deben ser mantenidos no lujosamente, pues no sería conveniente, pero sí decorosamente, porque su trabajo es muy exigente... Quien es generoso recibe y quien es avaro, no... Es el Señor quien provee a quien sabe usar a su debido tiempo y lugar los bienes para gloria de Dios. Es imposible determinar una regla única en cuanto a estipendio o
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manutención, porque dependen de las circunstancias. En general, vale la regla de los santos: rigurosos con nosotros, generosos con los demás.

2º. Predicadores de profesión. Hay sacerdotes que dedican toda su vida a predicar la palabra divina. Se trata de un ministerio santo, pero exige algunas atenciones.
a) En primer lugar, estos predicadores se encuentran en mayor peligro de trabajar por fines humanos: honor, interés, sólo inclinación. Como se sienten muy atraídos por ese ministerio, encuentran en él su sustento, son siempre alabados por todos y en todas partes.
b) Su vida les exige trasladarse continuamente de un lugar a otro, lo que permite aplicarles la frase: qui saepe vagantur, raro santificantur.10 Descuidan frecuentemente algunos ejercicios de piedad y están distraídos cuando los practican: a menudo terminan trabajando poco, ya que con ochenta o cien sermones recorren todos los púlpitos y dictan todos los ejercicios espirituales, meses y novenas de predicación, tanto que es bien conocida la reprensión del propio Benedicto XIV a un sacerdote: Marcha, que eres más ignorante que un predicador.
c) Corren el peligro de no dar la debida importancia sobrenatural a la palabra de Dios, y de ahí esas formas triviales usadas alguna vez en el púlpito, la costumbre de citar bromeando palabras de la Escritura en la conversación, la transformación de los ejercicios espirituales en verdaderas fiestas y, lo peor de todo, no tener como punto de mira de las predicaciones encaminar a la gente al confesionario..., algo que se manifiesta en la repugnancia a confesar que muchas veces demuestran.
Decía un sacerdote muy experimentado: A lo largo de mi vida he visto generalmente mucho más
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fervorosos y diligentes a los sacerdotes predicadores que no viajan continuamente.
A pesar de todo, es verdad que son necesarios también los que predican siempre y que entre ellos también hay santos. Deben, sin embargo, evitar los peligros descritos.

§ 4. - CUALIDADES DEL SERMÓN

Los tratados las exponen abundantemente. Aquí conviene que nos limitemos a algunas advertencias puntuales, prácticas e indispensables.

1º. Sobre el tema. Debe ser una verdad religiosa, práctica, adecuada a la capacidad del auditorio. Así hacemos en la vida corriente, en la que nos servimos de todo lo que es útil y cambiamos de alimentos según la edad y las disposiciones del organismo, pues es diferente la alimentación de un niño a la de un anciano o a la de un enfermo. Nada de temas profanos, frívolos, extravagantes, vagos, exclusivamente polémicos.11 Recordemos que la Santa Sede ha reprobado claramente el abuso actual de convertir los sermones en conferencias.12 Si en alguna ocasión se necesitan, es mejor darlas en el Círculo o en un salón; si se dan en la iglesia, sólo se invitará a las personas que pueden aprovecharlas. Se insistirá, en cambio, en los novísimos, especialmente en la peroración de los diversos sermones, sobre las ocasiones peligrosas, sobre la oración, la frecuencia de los sacramentos, la devociones más importantes. Debemos recordar que la gente a la que tanto gusta discutir sobre religión o a la que le gusta oír hablar de temas apologéticos, generalmente no quiere luego oír hablar de practicar la religión, porque muchas
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veces son curiosos o diletantes. El pueblo está formado de la misma pasta que los sacerdotes, es decir, conocemos más que practicamos, por lo que se necesitan temas que sobre todo muevan la voluntad, que es lo que hacen las verdades llamadas eternas.
Es muy importante en la elección de los temas algo que suele practicarse en una diócesis italiana: cada párroco apunta en una lista los temas que considera que más deben ser tratados en la predicación de sus coadjutores. Se la hace leer también a los sacerdotes que vienen a predicar los ejercicios espirituales o las cuarenta horas y él mismo trata de tenerla siempre presente. Además, cada sacerdote apunta en otra lista el tema que ha elegido para su predicación. De este modo se consigue una doble ventaja: exponer con frecuencia los temas más necesarios a la parroquia, no olvidar ninguno que sea útil ni repetirlos excesivamente.

2º. Sobre la disposición. Un sermón claro y bien estructurado es más fácil para que el predicador lo estudie y exponga y para que el auditorio lo entienda y lo recuerde.
Hasta la gente del campo consigue recordarlo años y años. Son muchos, sin embargo, los que dicen que esa buena estructura se necesita más en las instrucciones que en las meditaciones. En orden a esto, tienen una gran importancia estos tres avisos:
a) Establecer claramente el fin del sermón para ordenar todos los pensamientos, afectos y ejemplos en torno a él. Por ejemplo: Quiero persuadir al auditorio de la necesidad de la oración, o bien Los padres deben dar buen ejemplo a sus hijos. También se podría escribir esto brevemente junto al título del sermón.
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b) Pensar que tenemos ante nosotros, cuando escribimos, al auditorio, de modo que, si son niños, se escribirá niños, adultos si son adultos, cultos si son cultos, y se elegirán, según los temas, los ejemplos y las aplicaciones en la medida que convenga a cada auditorio.
c) No querer decir demasiadas cosas. Es verdad que hay quien dice lo contrario, pero en la práctica parece más provechoso un sermón en el que se exponen pocas cosas, pero claras, precisas y se las inculca profundamente. Aceite en exceso apaga la lámpara, luz en exceso ciega, en la mesa es suficiente con lo necesario y no se necesita que haya de todo.

3º. Respecto a la exposición
a) Antes del sermón es necesario orar y orar fervorosamente y poner esta intención en la misa, en el breviario y en el rosario; encomendarse a la Reina de los Apóstoles y a nuestro ángel de la guarda y a los de los oyentes, para que dispongan los corazones. También hay que pensar que nuestra preparación y nuestro trabajo valen poco si el Señor no dirige nuestros labios y no toca los corazones de los fieles.
En cuanto al cuerpo, es necesario no crearse muchas necesidades y no molestar a todo el mundo porque tenemos que predicar. Ser muy exigentes en la alimentación y pretender mil atenciones son cosas que terminan aburriendo. Sí debemos cuidarnos, por ejemplo, evitando el aire frío, pero conviene también tener confianza en la Providencia que nos envía. Ella, que cuida de los trinos de los pájaros, sabrá conceder la palabra al apóstol. Hay predicadores que exigen tantas atenciones que resultan pesados y casi nadie les invita; cuando van a alguna parroquia son una cruz para las personas del servicio.
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b) El sermón debe exponerse de manera sencilla y natural, sin artificio ni afectación. El estilo debe ser claro, los períodos breves y las palabras inteligibles a todos. Deben observarse con gracia y sencillez las reglas litúrgicas, como la señal de la cruz, descubrirse la cabeza al nombre de Jesús, recitar devota y claramente las oraciones. La voz debe ser proporcionada al lugar; no gritar hasta el punto de aturdir o parecer irritados, ni hablar tan bajo que no se nos oiga. Conviene fijarse en los más lejanos para comprobar que oyen. Se dirigirá la voz de modo que no se pierda y que llegue a todo el auditorio. La articulación debe ser clara y se procurará no comerse los finales. Evítese la monotonía en el tono de la voz, en las cadencias y en las frases. Se cuenta que a un predicador lo apodaron afindecuentas por lo mucho que usaba esta expresión. Evítese asimismo un tono llorón, escupir sin delicadeza, oler tabaco; en suma, ténganse en cuenta las normas de urbanidad al toser o estornudar. El gesto debe ser natural y sencillo, no cómico como el de un payaso. Dice san Francisco de Sales que el mejor artificio es no usar ninguno.13 El cuerpo debe estar recto; no se deben dar pasos en el púlpito; es un defecto torcer la cabeza o agitarla, tenerla siempre elevada o caída sobre el pecho. El rostro debe aparecer amable y sonriente y reflejar los sentimientos que se tienen, pero no contraído de forma ridícula, como es torcer la boca, abrirla mucho, morderse los labios, alargar o arrugar el cuello. Nuestra mirada debe ser serena; es un defecto tener cerrados los ojos o fijos mucho tiempo en un punto, especialmente si hay mujeres; lo mejor es dirigirlos a toda la audiencia. No se debe golpear
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el púlpito con los pies ni muchas veces con las manos, que es más de cómico que de orador sagrado. Y tras todos estos preceptos, termino con lo que decía un hábil predicador: Al pronunciar mis sermones casi siempre centraba mi atención en dos cosas: en lo que debía decir para que me brotara bien del corazón, y en el auditorio, para comprobar su atención y sus impresiones.
Esta norma me parece la más útil en la práctica, pero conviene añadir una cosa: rogar a los colegas, especialmente a los mejores predicadores, que nos escuchen y nos digan los defectos más llamativos. Muchas veces están en la boca de todos los defectos de un predicador, de los que él no se entera para poder corregirlos.
c) Después del sermón conviene recogerse algún instante, humillarse delante Dios por las faltas cometidas en la preparación, en la exposición y en la intención, recitar sinceramente un acto de contrición y pedirle que haga crecer la semilla arrojada.

§ 5. - ALGUNOS AVISOS PRÁCTICOS

1º. ¿Conviene escribir el sermón? Sí, porque especialmente los primeros años de ministerio, cuando se tiene más tiempo y hay que prepararlo bien, necesitamos adquirir buenas costumbres. Más tarde, cuando nos falte tiempo en diversas circunstancias, nos ayudarán mucho los trabajos hechos siendo jóvenes. Convendría al menos escribir dos cursos de explicación del evangelio, un curso de instrucciones parroquiales y las meditaciones más habituales sobre los novísimos, la Sma. Virgen, el Corazón de Jesús, etc.
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2º. ¿Cómo escribirlos? Primeramente se hace un esquema, luego se expone y se termina con unas líneas que sirvan para recordar el efecto del sermón. Por ejemplo:
Fecha: día, mes, año y lugar.
Tiempo: bueno, malo, variado, etc.
Preparación: si se ha orado, estudiado, etc.
Dicción: si ha sido clara, calma, embrollada, etc.
Duración: cuántos minutos.
Efecto: bueno, malo, satisfactorio, etc.
Si anota estos detalles, el predicador podrá disponer de una norma cuando tenga que repetir ese sermón, evitará los defectos y se recordará de lo bueno que hubo.
3º. ¿Qué es mejor, elaborar nuestros sermones o copiarlos? En general es mejor que nosotros los elaboremos, porque serán más actuales, vivos y prácticos, y nos ahorrarán tiempo. Quizá al principio nos exijan más, pero muy pronto adquiriremos rapidez y agilidad y en pocos minutos tendremos listo lo sustancial de un discurso. Se dirá que el sermón copiado es mejor, pero en efectividad le supera el nuestro, aunque su calidad sea de seis sobre diez y el de otros de diez sobre diez. Se dirá que no se posee ciencia suficiente, pero lo cierto es que sabemos demasiadas cosas. Tras diez años de estudio, lecturas, meditaciones, ¿quién no va a ser capaz de hacer un sermón? Habrá que decir más bien que se cuenta con un material que no se sabe ordenar..., pero con algunos ejercicios y poquísimo tiempo sabremos hacerlo. Forma parte de la predicación una cierta mecánica, por lo que es casi imposible no acertar en su trama general. Por otra parte, quien hace este trabajo se ahorra casi todo el esfuerzo de estudiar.
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No obstante, contar con un autor es también una buena regla, pero debe ser docto y santo, modelo de orador y de celo para nosotros.
También es una buena norma, una vez escrito nuestro sermón, que leamos los de otros para ver mejor las diferencias y aprender más.
4º. ¿Cómo puede un sacerdote saber que su predicación produce buenos frutos? No por lo que le digan los demás, que casi nunca serán francos en su presencia, a no ser que se trate de un amigo sincero y responsable, tan difícil de encontrar. Podrá saberlo si tiene en cuenta dos cosas especialmente: el confesionario y la atención de los oyentes.
El confesionario: porque en él percibirá el eco de su predicación, un eco que se manifestará muy vivo en el dolor de los pecados, en una acusación detallada, en los firmes propósitos, en una confianza mayor con el confesor cuando ha predicado bien. Este es el mejor criterio. Si el sacerdote no percibe esos efectos en el pueblo, examine su predicación espontáneamente y la encontrará vacía, fría o elevada.
La atención de los oyentes: porque cuando éstos entienden, cuando se sienten conmovidos, cuando nuestras palabras llegan a sus corazones, nos seguirán con atención y afecto y nosotros podremos leer en sus ojos el bien y la satisfacción. Una vez más: si no se dan estas cosas, nuestra predicación es pobre y debemos cambiarla.

§ 6. - DÓNDE CONSEGUIR MATERIA

Los tratados enumeran las fuentes y las distinguen en intrínsecas: Sagrada Escritura y Tradición, y extrínsecas:
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historia, ciencia, literatura, autoridad profana. Aquí nos referimos solamente a dos cosas prácticas. El criterio en la elección de la materia para un sacerdote diligente debe ser éste: preferir lo que aporta más ayuda espiritual a las almas. Y esto es en general la palabra de la Sagrada Escritura, que es como un sacramental y tiene toda la fuerza especial que le viene de Dios. Para conseguirla, leámosla, como ya dijimos, pero no con la actitud del filósofo ni con la del crítico, sino con la que nos viene de Dios, es decir, tomando sus palabras como salidas de la boca de Dios. Sólo así podrá ayudarnos en la predicación.
Otra fuente en la que debemos beber, según el ejemplo de Jesús, es el libro de la naturaleza, ya que naturam magistram praemisit Deus (Tertuliano).14 Las comparaciones, las imágenes y las parábolas de Jesús eran enseñanzas de la naturaleza, de las que está lleno el Evangelio. Si queremos un ejemplo de la riqueza de esta fuente, basta que leamos la obra de monseñor Rossi titulada El mundo simbólico (dirigirse a Società Buona Stampa, Turín).15

§ 7. - TEMAS PARA LOS DIVERSOS TIEMPOS

Digamos desde el principio que nadie debe considerar los temas que señalamos a continuación como impuestos, pues sólo pretendemos aconsejarlos.
Adviento: temas sobre el divino Redentor, como por qué vino al mundo, qué ejemplos nos dejó, etc.
Cuaresma: verdades eternas, combatir los vicios, inculcar las virtudes.
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Novenas y triduos: verdades eternas o lo que tiene relación con la fiesta, para disponer mejor a los oyentes.
Mes de mayo: hay dos opiniones, la de quienes prefieren el método de Muzzarelli,16 que pone como temas las verdades eternas, y la de quienes prefieren hablar siempre de la Virgen María. El sentido que quiere darse al mes de mayo exigiría el primer método, pero en la práctica conviene recordar que hay siempre una gran diferencia entre las almas que son devotas de la Virgen María y las que no lo son o lo son muy poco.
Mes de junio: el Corazón de Jesús, su amor, sus ejemplos, sus gracias...
Mes de marzo: la vida de san José, considerada en relación con Jesús y la Virgen María.
Mes de octubre: el santo rosario en general y sus misterios en particular.
Mes de noviembre: el purgatorio.

§ 8. - ALGUNAS PREDICACIONES MENORES
SUGERIDAS POR EL CELO

1º. La explicación del evangelio durante cinco minutos. En algunas diócesis se exige en todas las misas festivas, en otras se exige por lo menos la lectura del evangelio en italiano y en muchas parroquias se hace aunque no esté establecido. No podemos alabar suficientemente aquí esa obra de celo.
Exige buena voluntad y dedicación, pues es necesario exponer literalmente el texto del evangelio y añadir algunas reflexiones breves y prácticas. Hay que escribirlas esmeradamente, elegir entre muchas expresiones las que revisten un concepto preciso, claro y breve; las que esculpen las verdades como
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si se tratara de taladros y la hacen penetrar viva y victoriosa. En algunos sitios, como en alguna iglesia de Roma, un sacerdote hace esta explicación desde el púlpito mientras otro celebra la santa misa; se puede comenzar desde el principio de la misa o desde la epístola y tratar de terminar en el sanctus o al menos antes de la consagración. En otros lugares de Italia, y es mucho mejor, hace esta explicación el propio celebrante desde el altar interrumpiendo la misa. En cualquier caso, mejor que dejar de hacerla es conveniente usar la primera fórmula, según una respuesta muy importante dada al respecto por el Monitore eclesiastico.17
2º. Ofrecer todos los días un buen pensamiento, especialmente en invierno o en los tiempos en que la gente acude en mayor número a la iglesia. Son suficientes dos minutos, pero debe ser, como ya dije, un pensamiento vivo, conciso, de fácil y muy breve aplicación. Se puede sacar de las circunstancias, por ejemplo de una muerte repentina, del carnaval, de la cuaresma..., y se puede encontrar en el evangelio o en la epístola de la misa. ¡Cuántas veces un pensamiento o un breve comentario producen más fruto que un sermón entero!
3º. Lecturas en la iglesia. En muchos sitios, especialmente durante el invierno, se suele leer en la iglesia los días no festivos una breve meditación. En algunas parroquias lo hace el sacerdote celebrante después del evangelio, en otras otro sacerdote, o una persona adecuada, en el curso de la misa o después de ella. Entre los libros leídos se pueden señalar especialmente La preparación a la muerte, de san Alfonso de Ligorio;18 la Filotea, de san Francisco de Sales;19 algunos libros morales de la Sagrada Escritura o alguna página de la vida de un santo popular.
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4º. En otros sitios los párrocos han sabido acostumbrar a un número de almas piadosas a hacer ellas solas en la iglesia o en casa alguna lectura espiritual e incluso la meditación. Es una cosa excelente, y si no es fácil conseguirlo todo, no dejará de dar su fruto lo que se recomienda en tal sentido.
Digamos, de paso, que la iglesia debe estar convenientemente iluminada para comodidad de los fieles que desean leer un libro para la meditación o para rezar.

§ 9. - CÓMO COMBATIR EL BAILE EN LA PREDICACIÓN

Sobre este tema, tan fácil en teoría y tan espinoso en la práctica, es conveniente en primer lugar hacer una advertencia de suma importancia. Los sacerdotes de un mismo pueblo y posiblemente del mismo arciprestazgo, e incluso de la misma diócesis, deberían contar con alguna norma común, acordada por todos en las conferencias pastorales o morales, a la que atenerse fielmente en el confesionario, en el púlpito y en las relaciones privadas con el pueblo. Los que tienen experiencia saben cuántos y qué clase de inconvenientes se derivan de la falta de tal acuerdo.
Refiriéndonos al modo de regularse el predicador sobre este tema, el cardenal Richelmy20 decía que en general no conviene ensañarse directamente contra el baile. Se puede conseguir mucho más actuando indirectamente.
En primer lugar, hablar con frecuencia de la obligación de evitar las ocasiones peligrosas y las diversiones malas sin nombrar expresamente el baile. Cuando llega alguna fiesta o circunstancia en que se suele bailar, se puede predicar vivamente sobre la muerte o el infierno
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presentando ejemplos de personas que murieron mientras se divertían, pero sin citar expresamente el baile y concluyendo con la conveniencia de acercarse a los santos sacramentos el día de la fiesta. También se podría esperar a hablar del tema en el cementerio, cuando se le visita con el pueblo en procesión, del mismo modo que podría servir que se estableciera durante el tiempo del baile o antes una hora de adoración o el vía crucis como reparación de los pecados cometidos ese día. Lo mejor, de todos modos, es no conceder al baile el honor de nombrarlo. Se comprenderá suficientemente. También demuestra la experiencia que un medio muy eficaz es contar con una floreciente y bien organizada Compañía de Hijas de María,21 a las que en tal ocasión se les puede dar una conferencia. Muchos afirman que todo se puede conseguir con este medio, pues nada arde si nadie no lo enciende. Quizá el párroco podría invitar a hablar en esta circunstancia al predicador llegado de fuera, porque así no se atraerá la animosidad de nadie.
Cuando en las fiestas del campo comienza a introducirse la costumbre del baile, se las podría sencillamente suspender con algún pretexto, aunque en esto hay que saber ser muy prudentes para no hacerse odiosos a la gente. Se podría decir, por ejemplo, que se hace por consejo de la autoridad eclesiástica; también se puede organizar en esa circunstancia una peregrinación, o aprovechar una posible sequía para programar una función en la que se pida la lluvia...
Ha habido algunos que han eliminado el abuso del baile con la simple decisión de omitir la procesión.
Pero también aquí podría ayudar un poco de santa astucia, como puede ser mantener una buena relación con el alcalde, con el mesonero o con otras personas influyentes. Quizá sea suficiente con una palabra amistosa que se dice confidencialmente...
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Cuando vienen alguna vez a casa del párroco, cuando se hacen mutuamente favores, cuando se comparte mesa con ellas, quizá estas personas no se atrevan a negarse a los ruegos del párroco.
A muchos les ha ayudado en esta labor la organización, con ocasión de la fiesta, de alguna diversión muy atractiva, como carreras, cine, proyecciones, sabiendo contar entonces con la colaboración de los jóvenes de ambos sexos.
En general, tengamos siempre presente la regla citada anteriormente: no combatamos directamente el baile.

§ 10. - LOS EJERCICIOS ESPIRITUALES

1º. Ante todo, ¿han sido establecidos por legado? Si es que sí, se habrá dado ya un buen paso; si es que no, hay que pensar en formas de recoger dinero, a no ser que quiera ponerlo el párroco o el rector de la iglesia. Formas posibles pueden ser: poner en la iglesia delante de un cuadro de san Ignacio, o de otro santo, una cajita con la inscripción: Limosna para los ejercicios espirituales, y recomendarla alguna vez, o recordar dos o tres veces al año lo conveniente que es la práctica de los ejercicios espirituales, invitando a dar alguna cosa del campo, dinero, dejando esta obligación a los herederos en el testamento...
En algunas diócesis ha sido introducida la sociedad de los Misioneros gratuitos22 para predicar los ejercicios espirituales, allí donde, debido a su pobreza, no podrían tenerlos. Pero sé de párrocos que simplemente con alabar su conveniencia han conseguido más de lo deseado, hasta el punto de no poder aceptar todos los donativos.
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2º. ¿Cada cuántos años hacer ejercicios espirituales? En general, dicen los especialistas, se pueden hacer cada cuatro años. Más a menudo perderían interés y no tendrían tanto efecto; con menos frecuencia se retardaría mucho un medio tan benéfico.
3º. ¿Cuánto deben durar? En general, doce días.
4º. ¿Cómo prepararlos? La preparación es muy necesaria, hasta el punto de depender de ella la mitad e incluso las tres cuartas partes del fruto. El párroco puede prepararlo todo teniendo en cuenta: a) que haya predicadores diligentes y prácticos, porque es especialmente en los ejercicios espirituales cuando debe evitarse alardes vacíos; generalmente son muy hábiles los párrocos para dar los ejercicios espirituales; b) el tiempo más oportuno para la gente, cuando no hay trabajos urgentes y cuando la estación no es incómoda; c) avisar mucho antes, incluso varios meses antes; al principio los anunciará de forma vaga, los irá concretando cada vez más, explicará su finalidad y hará que se ore por su éxito en público y en privado.
5º. Cómo se desarrollan. El párroco determinará con los predicadores el horario y la forma de las funciones, y especialmente, más que dar consejos u órdenes, les informará sobre las circunstancias de la población, pues son ellos los que los dirigen y no el párroco. Les dará plena libertad y confianza; si no la tiene, que no les invite. Conviene que los predicadores sepan del párroco cuáles son los defectos más frecuentes del pueblo. Durante los ejercicios, el párroco abdicará, valga el término, de su cometido de dirigir y disponer, incluso dejando que sean los predicadores los que den los avisos.
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Facilitará un buen número de confesores. Si puede, evite confesar e invite a los penitentes, excepto a los realmente escrupulosos, a confesarse con otros. Es mejor invitar a un solo predicador y que sea éste quien elija a los demás con el fin de ponerse de acuerdo sobre la forma y el orden de la predicación.
Se verá mejor posteriormente, pero ya desde ahora conviene decir que es más conveniente que la predicación sea dirigida a las diversas clases de personas. Es costumbre separar a los hombres del resto de la gente y se va imponiendo la de separar a los hombres de los jóvenes y no tanto a las mujeres de las jóvenes.
De ningún modo se debe invitar dos veces seguidas a los mismos predicadores. Antes de comenzar los ejercicios o durante los mismos, los predicadores no se relacionarán con las familias, excepto en casos muy especiales. No deben perder el tiempo por la noche en juegos, evitarán algarabías o suculencia en las comidas, etc.
Los predicadores que no dan buen ejemplo en todo destruyen con una mano lo que construyen con la otra.
Conviene que nos planteemos aquí el tema del diálogo: ¿debe hacerse? Hay diversas opiniones: unos lo excluyen absolutamente por no parecerles decoroso con la santidad del lugar y por considerar que tiene muchos inconvenientes; otros lo quieren siempre porque atrae a la gente y permite conocer cosas que difícilmente se comprenderían si no se hiciera. La sentencia común está en el medio: diálogo sí, pero con las reglas de la ciencia, la prudencia y la diligencia necesarias. Es decir, debe prepararse entre el maestro y los discípulos, ponerse de acuerdo sobre las objeciones y las respuestas, evitar las salidas de tono
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burdas y triviales, no aptas en el templo; se evitará también entrar en cuestiones sutiles e inútiles y no se harán objeciones cuya respuesta pueda ser muy complicada.
6º. ¿Cómo comportarse después de los ejercicios espirituales? Se necesita una atención especial para que el fruto no se vaya con los predicadores: la convalecencia del enfermo necesita tantos cuidados como la propia enfermedad. Las recaídas son peores que las caídas.
Debemos facilitar los medios para perseverar, como son: recordar con frecuencia los propósitos hechos, tener presentes los medios encomendados como recuerdo por los predicadores y especialmente insistir en evitar las ocasiones, frecuentar los sacramentos y ser devotos de la Sma. Virgen. Es muy útil, como suelen decir los predicadores, promover alguna organización externa que tenga en cuenta el mal principal, como puede ser una compañía, un Círculo de jóvenes, la adoración mensual, etc.
El celo de cada uno sugerirá otras fórmulas.
En su espléndido tratado La cura de almas en las grandes ciudades, Swóboda insiste mucho en dividir al pueblo en grupos para la predicación. Es verdad que su tesis es conveniente en las grandes parroquias, pero también es oportuna en muchos de nuestros centros rurales.23

§ 11. - HABLAR A CLASES DIFERENTES

Algunas personas diligentes han constatado que dirigirse a una clase determinada de personas permite que se les hable de cosas más interesantes, más atractivas y útiles.
La distribución según la clase de personas debe ser la que nos ofrece la naturaleza: hombres, mujeres, chicos, chicas. En los centros mayores pueden tenerse en cuenta las
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condiciones sociales: estudiantes, obreros, bordadoras, etc.
¿Y cuándo hablar de forma diferente a esas personas? Sería muy oportuno el tiempo de los ejercicios espirituales, estableciendo todos los días, o por los menos tres días, una instrucción especial para cada grupo. Quizá se podría también distribuir la cuaresma de tal modo que cada clase de personas tuviera su semana o triduo de predicación y que se terminara con la comunión pascual general.
También se podrían organizar en algunos tiempos cursos especiales según la oportunidad y las circunstancias. En algunas parroquias hay una conferencia en la iglesia después de las vísperas vespertinas, o en el Círculo y en el oratorio, para que cada clase de personas tenga la suya una vez al mes.
¿Qué temas? Si las personas forman una asociación, se explica el reglamento, se le inculca y se insiste en él. Si no es así, se pueden tratar especialmente los deberes propios de las diversas clases: por ejemplo, a las madres y a los padres, el deber de educar bien a los hijos, para seguir con las verdades de la fe y de la moral y concluir combatiendo oportunamente los errores del momento, descubriendo con prudencia los del lugar. En estas conferencias es necesario en nuestros días hablar también de los temas sociales, explicar que la masonería se opone a la Iglesia, que se vale para ello del socialismo, de los hombres del Estado, de todo. Téngase en cuenta que en esas conferencias el sacerdote es siempre sacerdote, nunca un político, pero debe salir del ámbito exclusivamente teológico e instruir al pueblo en las necesidades de la convivencia social. Considero por mi parte que, para ahuyentar
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todos los peligros de error, el sacerdote podría explicar mensualmente la hoja volante de la Unión Popular24 y hacer las aplicaciones que considere oportunas.
Lo que se pretende de las conferencias es predisponer contra las maquinaciones de los enemigos, instruir y fortalecer en la práctica de los propios deberes y enfervorizar con el fin de conseguir que florezca la religión y crezca el bienestar de la sociedad. El modo de hacerlo debe ser sencillo, popular, atractivo, y para eso sirven las narraciones breves, posiblemente aludiendo a los hechos del día; un modo de hablar lapidario, adobado con los testimonios y las confesiones de incrédulos.
En relación con lo que dije anteriormente sobre los temas sociales, es oportuno recordar explícitamente que hoy día deben tratarse en los ejercicios espirituales algunos de esos temas. Ya no basta con ser buenos individualmente. Por ejemplo, ¿quién no estará de acuerdo en que nadie puede desinteresarse de la cuestión del catecismo? Claro que se necesita prudencia, mucha prudencia, y que convendrá tratarlos preferiblemente fuera de la iglesia.

§ 12. - LIBROS ÚTILES PARA LA PREDICACIÓN Y LA LECTURA25

PARA EL MES DE JUNIO: los de los PP. Zerboni,26 Vannutelli,27 Franco,28 Ferreri,29 éste muy rico y hermoso; también los de Minneo-Janni,30 Guerra,31 Lisi,32 a los que añadimos La novena como preparación a la fiesta del Sagrado Corazón, de san Alfonso de Ligorio33 y la del P. Borgo,34 merecidamente estimadas, así como la reciente y copiosísima Filotea del P. Artusio.35
PARA EL MES DE MARZO: los del P. Marconi,36 el Devoto de S. José del P. Patrignani,37 las obras del muy piadoso P. Huguet,38 marista; Brazzoli,39 Berchialla,40 Bonaccia,41 Minneo-Janni,42 las obras Carpintero de Nazaret, de Martinengo;43
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Vida y glorias de S. José, de Vitali,44 y la de Tirinzoni.45
PARA EL MES DE OCTUBRE: Pequeñas meditaciones sobre los misterios del Santo Rosario, de Monsabré;46 El mes de octubre dedicado al Santo Rosario de la Virgen María, de monseñor Salzano47 y Rota;48 El Santo Rosario, de monseñor Gai;49 El Rosario, de Lisi.50
PARA EL MES DE NOVIEMBRE: El dogma del purgatorio.51
NB. Para conseguir estos libros, dirigirse a cualquier librería católica.
Casi todos han sido aconsejados por Geromini,52 excelente autor de un curso de elocuencia muy práctico y merecidamente estimado.

§ 13. - PARA JÓVENES PREDICADORES

1º. Elegir formas de entrar en el tema que sean imprevistas, apropiadas, atractivas; es muy oportuno aludir a sucesos.
2º. Preguntémonos antes de la predicación: Si fuera uno de los más ignorantes de mis oyentes, ¿sería capaz de entender el sermón que me dispongo a hacer?
3.º Al escribir los sermones, usar medios mnemotécnicos, como comenzar cada parte con números grandes y los diversos períodos con letras bien marcadas.
4º. No aventurarse a improvisar, a no ser en un caso de verdadera necesidad; no tener la ambición de que se diga que uno sabe predicar aunque sin excesiva preparación.
5º. No confiar en lo que se sabe ni en los primeros éxitos, pero tampoco desanimarse por los fracasos o por no ser tan instruidos como se quisiera. El predicador, dice
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san Francisco de Sales, sabe siempre lo suficiente cuando no quiere aparecer más sabio de lo que es.53
6º. Es buena costumbre hacer una meditación sobre el tema del sermón y prepararlo delante del Smo. Sacramento, porque tiene un efecto admirable. Ambas cosas contribuyen a darnos una idea grandiosa del tema y a impresionarnos a nosotros mismos.
7º. También se puede leer una página de un buen autor sobre el tema del sermón.
8º. Debemos prepararnos mejor en tiempos difíciles y sembrar nuestro discurso con sucesos diversos y comparaciones atractivas.
9º. El mejor predicador es el que practica lo que enseña; es el más escuchado, el más equilibrado, el más calmo, y se gana enseguida los corazones.

§ 14. - HACER POSIBLE Y DURADERO EL FRUTO DE LA PREDICACIÓN

No solamente es importante predicar, confesar, enseñar el catecismo; es aún más conveniente garantizar su fruto, algo así como el vendedor que no solamente se preocupa de conseguir muchas ventas, sino especialmente de que sean lucrativas y de guardar bien lo ganado.
Jesús dijo: Posui vos ut eatis, et fructum afferatis, pero añadió: et fructus vester maneat.54
Pero hay muchos casos en que la predicación no puede producir fruto, y otros en los que no lo hace de forma permanente.
Estos casos se conocen exponiendo primeramente los medios para posibilitarla y luego para que su fruto sea duradero.
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1º. La predicación no produce fruto:
a) Cuando no se predica bien y constantemente. Muchas veces el fruto es escaso al principio y otras es escaso el auditorio, pero esto debe provocar un santo empeño en hacerlo mejor: sigamos dejando caer las gotas. La gota de agua horada la piedra y las gotas de la palabra de Dios ablandan los corazones. Muchas veces somos demasiado exigentes y queremos convertir el mundo entero en dos días. Eso no puede ser. Para que una idea o una conversión maduren se necesita mucho tiempo. San Agustín, que tenía un corazón tan bueno y una mente tan grande, ¿cuántos años pasó en pecado? Tal vez se necesitan años y años. Decía un santo: Cuando nos comprometemos a hacer una obra grande, únicamente debemos adaptarnos a hacer sacrificios y no ver el fruto durante diez, quince, veinte años... Por otra parte, siempre encontraremos la oposición del mundo; si una obra es de Dios, debe ser así. Dando la vuelta a la frase de Voltaire, podemos decir, con total seguridad: Predicad, predicad con la bendición de Dios, que algo quedará.
b) Cuando falta oración y penitencia, porque la palabra del hombre es una semilla cuyo crecimiento depende únicamente de Dios. San Alfonso decía que el orador sagrado debe predicar más con las rodillas que con la lengua; si no lo hace así, como dice san Agustín, mirabuntur sed non convertuntur.55 La palabra es una semilla que debe encontrar una terreno preparado, y solamente Dios puede preparar el corazón; la palabra es una semilla que necesita para brotar el calor de la gracia y la luz celestial; una vez nacida, está condenada a morir si hay espinas a su alrededor y si un enemigo siembra cizaña. Sólo Dios puede alejar ciertos peligros.
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c) Cuando no se da buen ejemplo. Sin él es imposible convencer, sin él se destruye con la izquierda lo que se edifica con la derecha: verba movent, exempla trahunt.56
Por consiguiente, si faltan estas condiciones, la predicación es imposible.
2º. Y luego, para que el fruto sea duradero, se sugieren diversos medios:
a) Orientar nuestra predicación hacia un punto importante, diría que estratégico, del que dependa la práctica de la vida cristiana, por ejemplo la huida de las ocasiones y, lo que es aún mejor, la frecuencia de los santos sacramentos. Es verdad que un sacerdote, y especialmente un párroco, debe exponer toda la doctrina y la moral cristianas, pero cuando uno sabe aprovechar las ocasiones, puede volver sobre el punto preferido con un pensamiento, con un aviso o con otro medio. Es verdad que existe cierta variedad en la predicación: mes de mayo, mes de junio, cuaresma, triduos, etc., pero el primer fruto debe ser siempre una comunión general, y el medio más ordinario de perseverancia es siempre la frecuencia de los santos sacramentos.
b) Servirse de la mujer, que es un instrumento dócil en manos del sacerdote y fuerte para el corazón del hombre. La mujer ha sido la ruina y la salvación de la humanidad. Lo que se dice en los sucesos desgraciados: cherchez la femme,57 debería decirse también en los venturosos. Una mujer santa crea santos y una mujer mala, malvados. De ahí que el sacerdote deba tratar de conseguir que el sexo débil sea devoto y virtuoso y servirse de él como punto de apoyo para mover a sus hermanos, a su esposo, a sus hijos. Es muy importante para ello contar con una asociación de jóvenes y con otra de madres cristianas. En las
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conferencias dirigidas a ellas de vez en cuando y en ocasiones especiales, se les pueden explicar mil formas de hacer el bien y hacerles percibir las ocasiones propicias; por ejemplo, la forma de enviar a los hijos al catecismo y la mejor manera de vigilar para comprobarlo, cómo estimularles a frecuentar los santos sacramentos; cómo conseguir dulce y eficazmente que los hombres entren a formar parte de las asociaciones católicas o alejarles de los periódicos anticristianos...
Todos los santos han sabido servirse santamente de la mujer; es un peligro, así que prudencia; es una ayuda, así que sepamos aprovecharla.
c) Alejar los peligros. Es un hecho que la ocasión hace al ladrón; que la mayor parte, aun con los mejores propósitos, caerá y recaerá en el peligro. Aunque se insista convenientemente desde el púlpito, pocos días después de unos ejercicios espirituales bien hechos, por lo general, el pueblo vuelve a ser como era. Los hombres y los jóvenes no vuelven a verse en las instrucciones; las jóvenes, atrevidas y superficiales como antes, se dejan cortejar de mil maneras... ¿Por qué? Hay peligros en los periódicos y en los libros, en los teatros y en los bailes, en los clubes y en las tabernas. Debemos eliminar todo esto en la medida que podamos, así como alejar a los jóvenes de las tabernas y de las diversiones peligrosas, facilitándoles alguna asociación que cuente con actividades divertidas, como la música, el teatro, la petanca, la pelota, el billar, etc.; debemos hacer desaparecer el cebo del vicio funesto con una buena y disciplinada compañía de María58 en la que las jóvenes, contando con un lugar adecuado, reciban buenos principios y dispongan de alguna forma de esparcimiento; debemos eliminar los libros y periódicos malos y facilitar la adquisición de los buenos a precio inferior, prestándoselos unos a otros, creando una pequeña biblioteca o aprovechando la ayuda de las monjas, de
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alguna señorita, de alguna persona dispuesta e inteligente. Contraria contrariis curantur.
d) Y hablando de libros y periódicos, es conveniente insistir algo más. Los libros y los periódicos malos son elementos de destrucción continua en un pueblo, mientras que los buenos lo edifican, por lo que el sacerdote debe promoverlos. Veremos más adelante lo útil de una pequeña biblioteca; por ahora sólo quiero decir lo que se puede hacer donde no existe. Los sacerdotes harán una cosa muy útil si en octubre o noviembre dedican un sermón o una conferencia a la buena y la mala prensa. En general conviene que cite los libros y los periódicos buenos, no los malos (esto puede hacerlo en el confesionario), porque si los cita, aunque no se dé cuenta, les hace propaganda.
Haga sentir vivamente la obligación en conciencia de favorecer la buena prensa y rechazar la mala.
En segundo lugar, sería muy conveniente, y una limosna espiritual muy útil, que al final del año se repartieran ejemplares-muestra de periódicos buenos entre familias que leen los malos o los indiferentes, esperando que se suscriban a aquéllos. Y si quiere hacer más, que envíe gratuitamente un periódico al barbero, al mesonero, al tabernero... También podría encomendar esta labor a las personas piadosas. Del mismo modo, es útil pasar a otros el propio periódico una vez leído, y advertir a los taberneros y estanqueros que no envuelvan sus mercancías en hojas de periódicos malos, ya que podrían ser leídos con ansiedad. Naturalmente, el párroco debe ser prudente en estas cosas y no pretender conseguir lo mejor y de forma inmediata. Si una asociación es mala, es mucho si
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se introduce alguna publicación indiferente; si la asociación es neutra, poco a poco se podrá hacer mucho más.
Pero para que el periódico resulte atractivo debe incluir noticias locales, lo cual quiere decir que podemos ofrecernos a ser sus corresponsales. Querer que el pueblo lea una publicación aburrida es una vana ilusión; hagámosla interesante y ayudará más que mil recomendaciones.
e) ¿Cómo conseguir una predicación fructífera incluso para quien no va a oírla? Se trata de un gran inconveniente en la cura de almas de muchas ciudades que únicamente se tenga en cuenta en la acción pastoral al grupo de los ya convertidos y no a los otros, que lo necesitan mucho más. Pues bien, por éstos se puede rezar, se les puede hacer llegar alguna palabra a través de personas amigas, pero sobre todo se les puede hacer llegar un buen periódico.
Está muy difundida en Alemania, y en muchas parroquias de Italia, la costumbre de enviar a todas las familias una hoja semanal, quincenal, mensual o bimestral en la que cada uno puede leer una buena palabra, la palabra del pastor, que tiene una eficacia muy especial. En esa hoja se publica el horario de las funciones y quizá alguna noticia sobre el pueblo, etc. Monseñor Rossi, obispo de Pinerolo, se puso personalmente al frente de esta iniciativa y dijo que se la sugirieron muchas de las necesidades encontradas en sus visitas pastorales. El canónigo Barbero, secretario episcopal, dirige en Novara un boletín titulado El ángel de las familias,59 verdadero ángel por la forma de su redacción y por su contenido; en Bolonia (calle Marsala, 8) se publica una hoja estupenda, La semilla.60 Suscribirse a ellas es accesible a todos los bolsillos. Además, si un párroco decide pedir un número
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considerable para su parroquia, puede disponer de la cuarta página para sus noticias o para publicidad. Algunos párrocos invitan a las familias a suscribirse, otros las hacen llegar gratuitamente por medio de muchachos a las familias sugiriéndoles alguna aportación. Sé que el párroco de una ciudad cubre todos los gastos con la publicidad que introduce en la cuarta página; otro publica desde el púlpito todos los años la suma total de gastos e ingresos, que siempre o casi siempre se equilibran; un tercero envía trimestralmente una hoja en la que invita a las familias a dar una pequeña cantidad al muchacho que la lleva y el resultado es satisfactorio. Procúrese enviársela a todos, especialmente a los que no la estiman ni la pagan, porque la necesitan más.
No será inútil recordar aquí lo que se suele hacer en algunas parroquias de Inglaterra y Alemania. Siempre hay en la sacristía a la venta y bien expuestos libritos sobre temas diversos e interesantes, tanto sociales como morales y religiosos. Cuestan poco y se les conoce con el nombre de Biblioteca barata. Es algo que convendría hacer aquí, además de que se podrían añadir libros de mayor alcance. Parece que harían mucho bien las Lecturas católicas61 de la SAID, Buona Stampa de Turín, por ejemplo, así como muchos opúsculos publicados por el Departamento Central de la Unión Popular.
En otras parroquias existe una fórmula muy interesante: las bibliotecas circulantes,62 con la que se prestan los libros unos a otros. Cada biblioteca facilita este servicio mediante un catálogo que hace llegar a las otras,
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consiguiendo mucho con un gasto mínimo.
Hay lugares donde una organización llamada La sociedad de la buena prensa difunde opúsculos, libros y periódicos buenos. Se sirve para ello de las bibliotecas circulantes y de suscripciones a precio reducido a los mejores periódicos, haciendo frente a los gastos de muchos modos, como con colectas y loterías.
En una ciudad, por ejemplo, mientras que el precio de la suscripción normal a los diarios era de 16 liras, con esos medios se logró reducirlo a 8 liras por ejemplar del periódico católico.
También puede ser útil para la difusión de buenos periódicos rogar al dueño de la tienda del pueblo y al vendedor ambulante que los lleven y los vendan, asegurándoles algunos céntimos por ejemplar vendido. Y aún mejor sería encargar al sacristán o a algún muchacho despierto y bueno que los vendieran a la entrada de la iglesia después de las funciones. Un céntimo por ejemplar será estímulo suficiente para esta tarea. Todo esto no supone ningún gasto, ya que se les hace un descuento a los revendedores.

§ 15. - CONCLUSIÓN

Es tiempo de terminar. Todavía habría muchas cosas que decir, pero cada cual irá descubriendo algunas con su experiencia, a poco reflexivo que sea y teniendo en cuenta lo que sucede a su alrededor, otras estando en contacto con los más experimentados si tiene la humildad de pedir sus consejos y seguirlos, y alguna más leyendo libros como el magnífico de Geromini,63 Curso de elocuencia (tip.
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Bazzi-Cavalleri, Como), un tratado que es el fruto de la experiencia y del deseo de ayudar.
Animémonos con la esperanza del premio, recordando lo que decía el Apóstol: Qui bene praesunt praesbyteri duplici honore digni habeantur, maxime qui in evangelio laborant.64
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1 Mt 28,19: «Id, pues, y haced discípulos míos en todos los pueblos».

2 Rom 10,17: «Por consiguiente, la fe proviene de la predicación, y la predicación es el mensaje de Cristo».

3 2Tim 4,2: «Predica la palabra, insiste a tiempo y a destiempo, reprende, corrige, exhorta con toda paciencia y con preparación doctrinal».

4 Lc 8,11: «La semilla es la palabra de Dios».

5 2Cor 4,5: «Porque no nos predicamos a nosotros mismos, sino a Jesucristo, el Señor».

6 Lc 12,31: «Y todo eso se os dará por añadidura».

7 Cf. ATP, n. 164, nota 1.

8 Cf. E. CERIA, Annali Società Salesiana. Dalle origini alla morte di San Giovanni Bosco (1841-1888), SEI, Turín 1941, pp. 254-255. En la página 256 el autor publica la carta de Pío X.

9 Cf. I. MULLOIS, Corso di sacra eloquenza popolare, o sea, ensayo sobre el modo de hablar al pueblo, Paravia, Turín 1855, pp. 1-18.

10 La cita exacta es: «Sic et qui multum peregrinantur, raro sanctificantur - Difícilmente se santifican los que viajan mucho». Cf. J. GERSEN, De imitatione Christi, libri quattuor, ex off. Salesiana, Augustae Taurinorum 1899, liber I, caput XXIII.

11 Entre las diversas formas de predicación a partir del Concilio de Trento, estaba la conferencia apologética, que tenía la finalidad de resaltar las convergencias entre lo sobrenatural y los valores humanos, utilizando abundantemente los resultados de las ciencias para la confirmación del cristianismo. Este tipo de predicación se detenía en los “preambula fidei”. En Italia se centró mucho en lo profano. De ahí las intervenciones de la Santa Sede. Cf. G. ROCCA, Predicazione, DIP, VII, 1983, p. 549.

12 Cf. PÍO X, Acerbo nimis, CC, 1905, II, pp. 260-270.

13 FRANCISCO DE SALES (san), Lettere spirituali..., o.c., p. 413.

14 M. T. TERTULLIANO, De carnis resurrectione, in Corpus Scriptorum Ecclesiasticorum Latinorum, vol. XLVII, G. Freytag, Lipsiae 1906, p. 41: Dios ha mandado por delante la naturaleza como maestra.

15 G.B. ROSSI, Il mondo simbolico, G. Speirani, Turín 1890.

16 Cf. ATP, n. 227, nota 9.

17 Cf. ATP, n. 56, nota 3.

18 ALFONSO DE LIGORIO (san), Apparecchio alla morte, Tip. Salesiana, Turín 1891.

19 FRANCISCO DE SALES (san), Filotea, Marietti, Turín 1864.

20 Sobre este tema se encuentran referencias en una carta pastoral del arzobispo A. Richelmy, de Turín, enviada a los sacerdotes y al pueblo con ocasión de la Cuaresma de 1909, donde se llama la atención sobre la «virtud que adorna el ánimo del cristiano, conocida con el nombre de pureza, honestidad, decoro». Cf. “Carta, 11 febrero 1909”, del Arzobispo A. Richelmy, en Raccolta Lettere Pastorali, biblioteca del Seminario Arzobispal de Turín, pp. 3-20.

21 Cf. ATP, n. 94, nota 2.

22 Podría tratarse de la misma asociación que la aludida en Presentación, nota 34, o en el n. 204, nota 9.

23 Cf. H. SWÓBODA, La cura d'anime..., o.c., pp. 280-281.

24 Se trata de la hoja volante L'Allarme. Se publicaba mensualmente con La Settimana Sociale, órgano oficial de la Unión Popular. Cf. P. PALAZZINI, Unione Popolare, EC, XII, 1954, p. 830.

25 Las citas de las obras recordadas en este párrafo son incompletas. Hemos tratado de identificarlas teniendo en cuenta el tema de la predicación señalado en el texto.

26 G. ZERBONI, Il Sacro Cuore di Gesù maestro e modello e conforto dei cristiani. Temas morales para el mes a Él consagrado, Tip. Immac. Concezione, Módena 1887.

27 F. VANNUTELLI, Il mese di giugno consacrato al Sacro Cuore di Gesù Cristo, 7ª edic., Tata Giovanni, Roma 1901.

28 S. FRANCO, Il mese di giugno consacrato al Sacro Cuore di Gesù, Tip. Oratorio San Francesco di Sales, Turín 1872.

29 S. FERRERI, Il Cuore di Gesù studiato nel Vangelo: letture-prediche, Marietti, Turín 1875.

30 Texto no identificado.

31 A. GUERRA, Il predicatore secondo il Cuore di Gesù, Tip. Immac. Concezione, Módena 1887.

32 S. LISI, Che fa il Cuore di Gesù nell'Eucaristia? Treinta sermones para un mes al Sagrado Corazón de Jesús, Tip. F. Castorina, Giarre 1887.

33 ALFONSO DE LIGORIO (san), Novene ed altre meditazioni per alcuni tempi e giorni particolari dell'anno, Marietti, Turín 1826.

34 C. BORGO, Novena in preparazione alla festa del Sacro Cuore di Gesù Cristo, para uso de personas religiosas seglares, G. Fenoglio, Cúneo 1854.

35 M. ARTUSIO, La Filotea divota del Sacro Cuore di Gesù, 4ª edic., Tip. S. Lega Eucaristica, Milán 1920. La primera edición es de 1905.

36 G. MARCONI, Mese di marzo consacrato al glorioso patriarca San Giuseppe sposo di Maria Vergine, Tip. Contedini, Roma 1842.

37 G. PATRIGNANI, Il divoto di San Giuseppe, Roma 1866.

38 J. HUGUET, Glorie e virtù di San Giuseppe modello delle anime interiori, Tip. Salesiana, Turín 1884; también La devozione di San Giuseppe in esempi, Tip. Immac. Concezione, Módena 1885.

39 A. BRAZZOLI, Il glorioso patriarca San Giuseppe, Tip. Immac. Concezione, Módena 1864.

40 V. G. BERCHIALLA, San Giuseppe. Manual de lecturas y consideraciones sobre la vida del S. Patriarca Esposo de María, Stamperia Società Tip., Niza 1860.

41 P. BONACCIA, Il perfetto manuale di San Giuseppe, compuesto para uso de sus devotos, Tip. Immac. Concezione, Módena 1872-1896.

42 J. M. MINNEO, San Giuseppe e la somma dulia che gli è dovuta. Estudio para acrecer los honores en el culto público al santo Patriarca, Tip. Immac. Concezione, Módena 1890; también San Giuseppe, o il più grande dei Santi. Estudios sobre su vida, sus grandezas, su culto, 2ª edic., Tip. Dell'Armonia, Palermo 1889.

43 F. MARTINENGO, Il fabbro di Nazaret modello degli operai e patrono della cattolica chiesa: relato del autor de “Mayo en el campo”, Tip. Salesiana, Turín 1880.

44 A. VITALI, Vita e gloria del gran Patriarca San Giuseppe sposo purissimo di Maria, Saraceni, Roma 1885.

45 P. TIRINZONI, Il prototipo e il protettore di ogni stato, Marietti, Turín 1908.

46 J. MONSABRÉ, Il santo rosario, Tip. Immac. Concezione, Módena 1898.

47 T. SALZANO, Il mese di ottobre dedicato al santo rosario di Maria Vergine Madre di Dio e Madre nostra, Tip. Patronato, Udine 1886.

48 Texto no identificado.

49 C. GAY, I misteri del santo Rosario, Tip. Salesiana, San Pier d'Arena 1888.

50 S. LISI, Il rosario di Maria e i bisogni della società moderna, Tip. F. Castorina, Giarre 1892.

51 F. SCHOUPPE, Il domma del purgatorio, ilustrado con hechos y revelaciones particulares. Versión italiana de don A. Buzzetti, Artigianelli, Turín 1900.

52 E. GEROMINI, Corso di eloquenza ad uso dei seminari, Bazzi-Cavalleri, Como 1888.

53 Cf. FRANCISCO DE SALES (san), Lettere spirituali..., o.c., p. 405.

54 Jn 15,16: «Os designé para que vayáis y deis fruto y vuestro fruto permanezca».

55 Se sorprenderán los oyentes, pero no se convertirán.

56 Las palabras conmueven, los ejemplos arrastran.

57 «Buscad a la mujer», célebre frase de Alexandre Dumas padre, puesta en boca de un policía parisino en la comedia Les Mohicans de Paris (1864). Sobre este tema insiste el P. Alberione en la obra La mujer asociada al celo sacerdotal, San Pablo, Casa General, Roma 2001. Cf. AA.VV., Donne e uomini oggi a servizio del Vangelo, edición del Centro de Espiritualidad Paulina, Roma 1993.

58 Cf. ATP, n. 94, nota 2.

59 L'Angelo della famiglia e la voce di San Andrea, boletín parroquial dirigido por el canónigo G. Barbero, Novara, Tip. San Gaudenzio. La biblioteca del Ayuntamiento de Novara conserva encuadernados los números publicados entre 1917 y 1920. Otras parroquias editaban boletines con el mismo título. Por ejemplo, L'Angelo della famiglia, boletín de San Leonardo, año I, n. 1 (mayo 1913), Tip. San Gaudenzio, Novara 1913.

60 La Semente, pequeño periódico para el pueblo, año I, n. 1 (1ª quincena, abril 1909), Tip. Bolognese, Bolonia 1909. Cf. Istituto Culturale per il Catalogo Unico della biblioteca italiana e per l'informazione bibliografica. Periodici italiani: 1886-1957.

61 Una esmerada presentación del original y del desarrollo de Letture Cattoliche, amenas y educativas, por iniciativa de la Comisión compuesta por los obispos de Ivrea y Mondovì (monseñores Moreno L., Ghilardi N. y san Juan Bosco) puede encontrarse en el prefacio de L. GIOVANNINI, Le letture cattoliche di don Bosco, Liguori Editore, Nápoles 1984, pp. 12-20. Cf. Letture cattoliche 1853-1902, elenco general de los fascículos publicados y programa de asociaciones, Ufficio delle letture cattoliche, Turín 1902.

62 La Federación Italiana de las Bibliotecas Católicas Circulantes era la unión de todas las bibliotecas católicas circulantes populares, que tenía la finalidad de aportar ideas y ayudarse mutuamente para responder mejor a su fin: difundir la cultura sana y el esparcimiento honesto. Fue fundada en julio de 1904. Cf. Manuale del Bibliotecario, Federación Italiana de las Bibliotecas Circulantes (dir.), Milán 1915, p. 223. (Dirección y Administración: via Speronari, 3). La Federación publicaba un boletín titulado La Società Buona Stampa.

63 Cf. “Índice de Autores”.

64 1Tim 5,17: «Los presbíteros que cumplen bien su misión son merecedores de una doble remuneración, especialmente los que se ocupan de la predicación y la enseñanza».